Crímenes

La tendencia italiana a la autodifamación, alimentada sin tregua desde los medios de comunicación o en las conversaciones de café, cada vez está más inclinada a pensar que nuestro país es el pozo de los vicios de todo el mundo.

Los países del norte europeo ponen mucho cuidado en alimentar el complejo inverso, es decir, el de superioridad, sustentado en la convicción de que el catolicismo estropeó irremisiblemente el carácter de los pueblos afligidos por él. En cambio, el protestantismo...

Esto es lo que expone en un diario inglés un tal Paul Johnson que, además de periodista informado, es un historiador bastante inconformista (lo citamos más adelante, al tratar de Gandhi). Johnson llega a proponer una Europa dividida por una barrera sanitaria que seguiría las fronteras confesionales: al sur la leprosería en la que confinar a los viciosos y supersticiosos «papistas», vigilando que sus virus no contagien a los demás; al norte los ciudadanos superlativamente íntegros, purificados por Lutero, Calvino y Enrique VIII. Unos ciudadanos a los que el simple recuerdo de la hoy remota Reforma (se trata de países ya muy lejanos de cualquier forma de cristianismo, por «puro» o «contaminado» que sea) les borra cualquier resto de pecado original.

Sin embargo, alguien ha intentado poner en cifras estos datos. Lo ha intentado hasta nuestro ministro del Interior, pero ha sido acallado por los colegas parlamentarios y nuestros opinion-maker (forjadores de opinión). El masoquismo nacional, que para muchos se sustenta en la polémica anticatólica que, como veremos en estas páginas, empieza con Maquiavelo y Guicciardini, no pretende renunciar al maillot negro para Italia en la clasificación de los asuntos sucios.

Baste citar unas pocas cifras para demostrar que no nos corresponde el primer puesto en la escala de la mala vida. Si, para empezar, tomamos el número de crímenes (de todo tipo, sin considerar su gravedad) observaremos con sorpresa que la ciudad más «criminal» de Europa es Copenhague. Pues sí, precisamente la muy luterana capital de la muy protestante Dinamarca, donde un católico es una rareza que se contempla con altanera sospecha.

Allí arriba, entre aquellos míticos «ciudadanos ejemplares», la incidencia del crimen fue en 1990 de 21.198 por cada cien mil habitantes, lo que a grandes rasgos significa que más de un danés sobre cinco tuvo que vérselas con la ley. Alguien podría objetar que el porcentaje es tan elevado porque en el bloque se cuentan los evasores fiscales, cuyo comportamiento se incluye en la categoría de «crímenes». Pero la objeción no sirve como atenuante sino que pasa a ser retomada por la acusación. Así, según la autodifamación italiana y la difamación nórdica, defraudar al fisco ¿no es un comportamiento típico de pícaro católico, a quien la Contrarreforma ha extirpado cualquier sentimiento cívico?

De cualquier modo, la segunda en la clasificación es París, con 14.665 crímenes por cada cien mil habitantes. Sigue Londres (10.594), es decir, otra de las capitales, y de las más virulentas, en su desprecio al catolicismo, precisamente la ciudad del tal Paul Johnson que pretendía aislar el sur de Europa. Sigue después Viena, casi a la par con Londres: 10.202. Finalmente, Roma que, con «sólo» 6.492 crímenes por cada cien mil habitantes, delinque tres veces menos que Copenhague y casi la mitad que Londres.

Si pasamos de las cifras generales a las particulares no hallaremos un solo sector criminal en el que Italia vaya en cabeza: ni en los robos, que en un año han sido 49.633 en Francia y 36.830 entre nosotros, seguidos con un número casi idéntico (36.200) por los ingleses y galeses. En realidad, el conjunto de la Gran Bretaña nos supera ampliamente, ya que en la cifra anterior no se incluyen Escocia y el Ulster, que poseen una administración de policía autónoma y otros criterios estadísticos.

Luego, en último término respecto a robos, está la «tranquila» Alemania, con 35.111, siempre en el mismo año. Sin embargo, los alemanes se hallan en un pavoroso primer lugar respecto al número de sui*cidios: 9.216 contra 3.806 en Italia (Francia: 8.500). Con 3.776 casos los franceses encabezan con gran gran ventaja la triste clasificación de la violencia carnal, seguidos por Alemania, Inglaterra y Gales, mientras que Italia aparece muy distanciada, con sólo 680 casos en todo 1990.

Pero volviendo al capítulo más negro, el de los homicidios, el país con mayor número de ellos es Alemania: 2.387. Italia cuenta con un poco honorable segundo lugar, si bien bastante distanciada de los alemanes: 1.696. El «caso italiano» se caracteriza por el hecho de que el 75 % de los homicidios se concentra en las zonas meridionales, y sólo en unas pocas de ellas. Sin el sur de mafias y camorras varias, Italia sería uno de los lugares del mundo donde menos se mata. Pero no todo el sur es igual: al parecer, la menor tasa de criminalidad de toda la península se da en Molise; también la Basilicata es, al menos por ahora, una de las zonas inmunes a la furia sanguinaria del sur y además una de las regiones europeas menos afectadas por la ilegalidad. Según las estadísticas, las «católicas», aunque «meridionales», Campobasso, Isernia, Potenza, Matera son infinitamente más seguras que muchas otras ciudades del norte de Europa, pese a los Lutero y Calvino de sus respectivos pasados.

Como de costumbre, las cosas son muy distintas de lo que cierta propaganda ideológica divulga y que nuestra credulidad acepta como bueno.
VI. LOS HERMANOS SEPARADOS Y LA IGLESIA

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