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Tema: Huella inmortal

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    Huella inmortal

    En todas las épocas, las estelas funerarias han recordado a los muertos y constituyen un referente de gran valor etnológico

    IRATXE GÓMEZ. La muerte siempre ha estado presente en todas las sociedades. Durante toda la historia, el recuerdo a los difuntos ha originado importantes monumentos que, incluso hoy en día, constituyen un referente de las diferentes culturas. Son la huella del pasado.

    Menhires, crómlechs, dólmenes, pirámides, mausoleos o templos funerarios se erigen como signos espirituales y sirven de documento histórico a los investigadores. Unos tesoros ocultos. Pero no todo el legado viene en grandes dimensiones. Hay otras muestras artísticas de menor tamaño, pero igualmente ancestrales: las estelas. Estos elementos de culto funerario, que sirven para identificar una sepultura o representar al fallecido, reproducen valores etnográficos, arqueológicos y religiosos. Una sencilla forma de acercarse al pasado de distintas regiones del mundo. Y, a su vez, rendir homenaje a los muertos, como mañana en el día de Todos los Santos.

    Las estelas son piedras verticales que se levantan del suelo en forma de lápida o pedestal, y toman diversos tamaños con dibujos e inscripciones. Las tabulares -de forma rectangular- existen desde siempre y hay piezas romanas muy famosas en distintos museos. Pero son las discoidales -de cabeza redonda- las que más llaman la atención y se pueden encontrar en diversos puntos de Europa y Asia. Para contemplar una muestra de estas piezas circulares no hay que irse muy lejos. «El sitio del mundo con mayor densidad de estelas discoidales es Navarra, y son propias y significativas de la cultura vasca. Es un monumento sugerente del variado acervo epigráfico de Euskadi», reconoce el historiador y miembro de Eusko Ikaskuntza Antxon Aguirre Sorondo.

    El análisis de estas obras de arte es revelador. Su estudio e interpretación evidencia usos y costumbres de épocas antiguas. Tras su catalogación precisa y su data histórica, se puede deducir la organización y capacidad técnica de una sociedad concreta. Pero, ¿a qué se debe su origen? Una pregunta que vuelve locos a los expertos que se reúnen en congresos internacionales para debatir sobre ellas.

    Culto al Sol

    Existen dos teorías sobre la procedencia de estos monumentos circulares. Se trata de una pieza glíptica que se encuentra casi siempre sobre el lugar de un enterramiento, o donde ocurrió un óbito. Y su forma más generalizada es redonda, con un ancho pie en la parte inferior, que sirve para clavar en la tierra como un pedestal. De ahí, que muchos investigadores hayan querido ver una relación con el culto al Sol. «Su semejanza con un disco solar o lunar es evidente, lo que, unido a la adoración que el astro rey ha recibido en diversas culturas, confirma esta conjetura», sostiene el etnólogo Aguirre Sorondo.
    Algunos antepasados adoraban a los dioses de la Naturaleza. Así en muchas culturas, como en la vasca, se daba el culto astral; y con el cristianismo se conservó esta veneración a la luz. De hecho, si se observa el arte religioso, se descubre la profusa utilización del símbolo solar. Muchas veces como una aureola que rodea la cabeza de los santos. Aspectos religiosos al margen, la hipótesis que otorga al astro rey la inspiración de las estelas se fractura con una sencilla explicación. «Las más antiguas en lugar de mostrar esta simbología presentan mayoritariamente representaciones épicas y, ya las posteriores, signos cristianos».

    Un ejemplo es la estela de San Vicente de Toranzo, en Santander, en la que aparece representado un guerrero sobre caballo. Esta pieza pertenece a la Edad del Hierro y es de gran tamaño. La gente de más edad recordará haber visto esta figura en las antiguas monedas de diez céntimos. Se trata de una réplica de la forma humana, muy habitual en muchos de estos monumentos. Por eso, hay quien defiende que las estelas son representaciones antropomórficas. Pero, entonces, ¿por qué no se ven claramente los ojos, la nariz y la boca? Esta teoría también se tambalea.

    ¿Solar o de apariencia humana? Ambas hipótesis tienen cierta validez, pero lo único indiscutible es que estas piezas se pusieron de moda en distintas épocas. Las primeras estelas redondas aparecen, al parecer, con los celtas como creadores originales. Pero con la implantación de la cultura romana va decayendo su uso hasta el siglo V. Después son muy interesantes las cruces laureadas de la época visigótica, como las utilizadas en Cáceres (Alconetas) y Guadalajara (Recópolis). Éstas son muy semejantes a las que se encuentran en los monasterios celtas de Irlanda, como el de Clonmacnois.

    En la época medieval reaparecen con fuerza en el País Vasco, al coincidir con el periodo de cristianización. De esta forma, la estela discoidal se considera una pieza pagana que se pone encima de las tumbas. Uno de los mejores ejemplos se encuentra en la necrópolis de Argiñeta, donde se pueden apreciar cinco estelas. Este camposanto en Elorrio evoca un paraje romántico y es uno de los más importantes de Euskadi. Todos estos monumentos se crearon con piedra arenisca procedente de las canteras del monte Oiz. Valioso hallazgo.
    La creación de estas piezas de culto funerario se mantuvo con fuerza. Con diferente formas y dibujos. Pero entre los siglos XIV al XVI se produjo un parón. Un gran obstáculo. En esa época se autorizan los enterramientos civiles dentro de los templos y empieza el declive de la estela. Sólo en algunas zonas, como en el País Vasco francés, no se produce ninguna interrupción hasta el día de hoy.

    Más ostentosas

    El máximo apogeo se vivió entre los siglos XVI Y XVII y, en la actualidad, tienen una gran presencia en los cementerios modernos. Una forma de potenciar los elementos autóctonos. Cómo no, hay que destacar la estela del 'Padre Donostia' en Agiña (al borde de la carretera que une Oiartzun y Lesaka) en homenaje al compositor vasco. En este paraje sagrado, rodeado de crómlechs de la Edad del Hierro, Jorge Oteiza levantó este monumento, donde se puede leer en la parte trasera: «Txori kantazale ederra, nun ari ote aiz kanta-tzen?» (Hermoso pájaro cantarín, ¿desde dónde estás cantando?). Un rincón sagrado.

    Otro modelo, de igual envergadura, se encuentra en el cementerio del barrio de Mañuas en Bermeo. En el pie, las estelas tienen una inscripción y en el disco una figura en relieve: cruces, sillas, herramientas, hornos... Y es que los dibujos esculpidos en la piedra han evolucionado mucho. En este camposanto vizcaíno, por ejemplo, se retrataron los oficios de los difuntos. Así se puede ver una máquina de coser (para la costurera), un martillo (para el carpintero) o la representación del escribano.

    Igual de fantástico es el tesoro artístico que está en el cementerio circular de Apozaga, en dirección a Aretxabaleta (Guipúzcoa). En esta necrópolis, con forma de disco solar y que simula los antiguos crómlechs, cada caserío del barrio tiene su sepultura coronada con una estela con el mismo nombre. Ante esta tendencia de recuperar este tipo de monumento hay quien pone alguna pega. «En Etzalar (al norte de Navarra) se han puesto en los jardines exteriores de la Iglesia. Pero no se han respetado las orientaciones antiguas porque deberían mirar al Este, hacia la salida del Sol. Tampoco se tienen en cuenta el tamaño y el espesor. Se tiende a la ostentación», critica Aguirre Sorondo. A juicio del experto, sólo en Iparralde se obedecen las pautas antiguas.

    Existen piezas de muchos y muy diversos tamaños. Desde la pequeña que puede tener 200 milímetros de diámetro de cabeza hasta las de 600. Pero, a medida que pasan los años, los monumentos se han hecho más grandes hasta los desmesurados diseños de hoy día. Con el material empleado sucede un poco lo mismo. Lo clásico era emplear arenisca por su sencillo manejo, así como la caliza. En la actualidad se opta por el mármol.

    La cara y la cruz

    Las inscripciones también han variado en este largo trayecto. En su nacimiento eran parcas. Quizás se apreciaba alguna leyenda hecha con un punzón a base de rayas. Ya, en la segunda época, se hacen dibujos incisos como una cruz o un borde. Después se mete relieve interno. Y el cambio más palpable llega en el siglo XVIII con la aparición de fechas y los nombres de los enterrados. Lo que resulta idéntico en todas estas épocas es la existencia de la cara y la cruz. La parte delantera aparece sacralizada, mientras que en la trasera se vislumbra una imagen más bonita: una flor, un rosetón o un hexapétalo. Pero el reverso no estaba concebido para ser contemplado, pese a su belleza.

    Cada ilustración es especial y tiene un significado. A su manera, recordar a los espíritus. Y detrás de cada una de estas piedras verticales se esconde una historia. Algunas épicas, otras tristes. En un pueblo de Navarra se levanta una estela en honor a un guardabosque que se quitó la vida en un árbol. El motivo de su desesperación derivó de la presión de los vecinos, que le culpaban de no dar con la persona que les robaba la leña. Su memoria sigue viva gracias a un monumento en el camino más cercano de donde falleció.

    Como en este caso, muchas estelas señalan el lugar donde murió una persona. Igual que hoy día se coloca una placa o un ramo de flores. Pero siempre estaban a la vista para que el cristiano rezara por el difunto al ver un signo de este tipo. En Euskadi y Navarra existen muchos monumentos con esta función. En algunos de ellos se hizo un agujero en la parte superior para que la gente se santiguara con los restos de agua que quedaban tras la lluvia.
    Las estelas tienes distintas tipologías, aunque todas con un denominador común: el excelente trabajo de los canteros. Ellos daban forma a estas verdaderas obras de arte. Algunos, eran ambulantes, de ahí que se pueda repetir la misma pieza en dos regiones diferentes. Un trabajo complicado que, a veces, llevaba a estos artesanos a cometer algún error. De hecho, en algunas inscripciones aparece una letra al revés al no entender el texto de la plantilla que les daba el párroco.

    Lo valioso de estos monumentos es el rastro que han dejado. Hilarria (piedra de fallecido), harrigizona (hombre de piedra), hilargi (luz de muerto) son diferentes denominaciones que el pueblo vasco ha dado a las estelas. Pero su simbología traspasa las fronteras. Y, ya sea de una manera u otra, en cualquier rincón del mundo se recuerda a los que se fueron.

    Territorios

  2. #2
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    Respuesta: Huella inmortal

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    Este es un tema muy interesante, sobre el que ya puse un hilo. Y sin duda Argiñeta es un sitio a visitar. Junto a la ermita da la impresión de que se ha detenido el tiempo.

    En cuanto a las nuevas estelas, lo cierto es que frente a la belleza sobria de las antiguas, las nuevas son de lo más ordinario y recargado. Una especie de homenaje al mal gusto...acaban siendo todo lo contrario de lo que pretendían ser.

    Hay un pequeño cementerio, el de Canala, junto a su iglesia, camino de Laida, que está lleno de estas nuevas estelas. Sin embargo, el sitio es tan bello y tan auténtico, que hasta los excesos quedan apagados por la magnificiencia sobrecogedora del entorno natural en el que se halla este pequeño camposanto.
    Última edición por DON COSME; 09/11/2009 a las 15:09

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