El Jueves de Muret (Cataluña y Occitania: “convergència y desunió”)
Estatua de Jaime I el Conquistador en Valencia
Jean Palette-Cazajus
“El jueves de Muret” es el título de un grueso libro de Martin Alvira Cabrer publicado en Barcelona en 2002 y dedicado a la batalla que, el día 12 de septiembre de 1213, en los inicios de la cruzada convocada por el papa Inocencio III contra los cátaros o albigenses se desarrolló en las cercanías de esta pequeña localidad francesa situada unos 20 kms al sur de Toulouse. Se enfrentaron las huestes de Simon IV de Monfort y las tropas aliadas de Pedro II de Aragón y el conde Raimundo VI de Toulouse. El libro publicado sólo constituye la segunda parte de una tesis universitaria bastante monumental cuya primera parte está dedicada a otra batalla, de todos conocida ésta, ocurrida poco más de un año antes, el 16 de julio de 1212, la de Las Navas de Tolosa. Por otra parte, está claro que el título del libro de Alvira Cabrer es un guiño de ojo y un homenaje al bellísimo libro del gran historiador francés Georges Duby (1919-1996), publicado en 1973 (1988 para la edición española por Alianza editorial) y titulado “El domingo de Bouvines”. La batalla de Bouvines, conocida de todos los pequeños educandos franceses, tuvo para Francia –por cierto, también para Inglaterra– una importancia comparable a la de Las Navas de Tolosa para la posterior historia de España. Opuso, el domingo 27 de julio de 1214, en ese pueblo del norte de Francia, el rey Felipe Augusto a una coalición de ingleses, flamencos y germánicos del emperador Otón IV. Tres batallas decisivas, pues, en el cortísimo plazo de tres años, en pleno período áureo de los valores feudales.
La Corona de Aragón en vísperas de Muret
Es posible que muchos ignoren hasta el nombre de la batalla de Muret. Se enfrentaron algo menos de 1000 caballeros franceses acompañados por un número indeterminado de peones, probablemente inferior a 3000, a los aproximadamente 2000 caballeros catalanes y occitanos, reforzados por unos 8000 peones pertenecientes a las milicias ciudadanas del condado de Toulouse que no llegaron a participar en el choque decisivo, pero padecieron sus consecuencias. La cifra de beligerantes sólo les puede parecer modesta a quienes persisten en confundir las realidades de la historia con sus reinterpretaciones hollywoodianas. Las batallas medievales siempre enfrentaron un número limitado de combatientes por evidentes razones logísticas, económicas y demográficas. En batalla tan legendaria como fue la de las Navas de Tolosa los caballeros cristianos no llegaban a los 4000 (Entre 2000 y 2300 castellanos, la mitad de esta cifra para los aragoneses, unos 200 o 300 navarros y entre 150 y 200 caballeros franceses. Multiplicar el número de caballeros a lo sumo por tres da una idea razonable del número de peones. O sea que en Las Navas de Tolosa serían unos 12000, probablemente bastante menos. Enfrente el “ingente” ejército musulmán descrito por las crónicas constaría de unos 20 000 combatientes, tal vez algo más. Hasta la modernidad, por evidentes razones geográficas y de productividad agrícola, las tierras del norte de Francia y de los Países Bajos eran las más pobladas de Europa. Más que el Reino de Castilla y muchísimo más que la Corona de Aragón. Tendremos ocasión de recordarlo para insistir sobre la sensación frustrante de asimetría que esta debilidad demográfica en tierras catalanas pudo producir en momentos históricos. Así y todo es probable que en Bouvines los jinetes franceses no pasasen de 2600 por 3000 de los coaligados. Felipe Augusto dispondría de unos 6000 peones y sus enemigos de unos 9000.
En Muret, Pedro II de Aragón se presentó con 1000 o 1200 lanzas, las mismas o tal vez algo más de las que aportase al ejército cristiano en Las Navas, lo que indica la importancia que concedía a esta ocasión. El conde Raimundo VI de Toulouse vino con 800 o 900 caballeros. Por su lado, los señores cruzados del norte de Francia no habían venido en misión de ONG humanitaria sino a labrarse nuevos feudos a sangre y fuego con el pretexto del restablecimiento de la verdadera fe. Simón de Montfort arrastra una justificada reputación de crueldad –tampoco sus adversarios se anduvieron con chiquitas–, pero era también un excelente caudillo. Sabedor de su inferioridad numérica con sus 700 o 1000 caballeros, entendió que su salvación residía en la iniciativa y la rapidez de decisión. Sus escuadrones cayeron con furia sobre los de la nobleza catalanoaragonesa, cegada por el recuerdo de su destacada contribución a la victoria contra los Almohades, el año anterior, y confiada en su superioridad. Los franceses tuvieron además la suerte de que el monarca aragonés, que iba vestido y armado como un caballero más, no pudiera evitar un alarde de arrogancia caballeresca exclamando “El Rei, heus-el aquí”, “Aquí está el Rey”. La élite de los caballeros de Simón de Montfort no paró hasta alcanzarlo y darle muerte lo que precipitó el desenlace. Añadiremos de paso que buena parte de los desharrapados e incautos peones de la milicia tolosana fueron alegremente masacrados.
Provincias actuales y límites, en rojo, de la Occitania lingüística
El desafortunado Pedro II, también conocido como “el Católico” (1196-1213), sólo era el segundo monarca de la incipiente Corona de Aragón. El primero en ostentar el título fue su padre, Alfonso II el Casto (1164-1196). El fatal resultado de la batalla de Muret llevó la Corona de Aragón a modificar sus ambiciones geopolíticas. Renunciaron a la posibilidad de crear un reino transpirenaico y catalán-occitano-provenzal que hubiese cambiado probablemente el destino y la construcción nacional tanto de España como de Francia y se volcaron hacia la Reconquista y la proyección peninsular. Los cátaros o albigenses no se acabarán de exterminar hasta 1255. Todavía quedará algún ejemplar suelto hasta un siglo después, atreviéndose a predicar por Italia o el Reino de Valencia antes de terminar en la hoguera. El poderoso Condado de Toulouse con sus numerosas posesiones era lo más parecido a la Corona de Aragón que hubiera en la Francia de principios del siglo XIII. Sólo él podría haber estado en condiciones de aglutinar a su alrededor una realidad política occitana capaz de generar el inherente sentimiento identitario. Pero el Condado quedó desmembrado en 1229 por el tratado de Meaux, quedando en situación de dependencia hacia la Francia de los Capetos hasta ser reunido definitivamente a la Corona en 1271.
Cruz occitana
En vísperas de la batalla eran muchos los feudos occitanos y provenzales que ya sea eran posesión directa del monarca aragonés, o ya tenían asumida con él una relación de vasallaje. Mi propio Bearn natal, en el extremo occidental, húmedo y pirenaico, de las tierras de “Oc” rendía homenaje a la corona aragonesa (foto 2). Advirtamos de paso que si bien existió siempre una entidad geopolítica llamada Provenza, nunca ocurrió lo mismo con la llamada Occitania. Recordaremos que hoy, en la realidad cotidiana, el conjunto de las tierras meridionales se conoce habitualmente como “le Midi”, el Mediodía. La palabra Occitania aparecía de vez en cuando en los documentos reales para referirse a los territorios de la Corona francesa que hablaban la lengua de Oc. Pero su uso sólo triunfará con los intelectuales decimonónicos herederos del llamado “Felibrige”, movimiento creado en 1854, con el propósito de recuperar las lenguas y las culturas de Oc. Las metas eran básicamente culturales, pero a veces también políticas. Bueno será recordar que la Occitania lingüística abarca valles piemonteses en Italia, y enclaves españoles de Navarra y País vasco, el Valle de Arán, por supuesto, e incluso algún minúsculo enclave… calabrés (foto 3). La Occitania francesa, 97% del total, representa unos 16 millones de habitantes y 186 000 km2, es decir la exacta tercera parte meridional del país. Bajo tal concepto engloba también la Provenza, contra el criterio de muchos provenzales.
Estado del Reino de Francia (en verde) hacia 1430
Conviene recordar también que el concepto de Occitania corresponde casi exactamente a la que era provincia romana de Aquitania la cual se extendía algo más al norte. Pese a quedar amputado por las vastas posesiones de los Condes de Toulouse anteriores a Muret y a la Cruzada contra los Albigenses -contra el Mediodía dirían los occitanistas- el Ducado de Aquitania era un inmenso territorio que correspondía a una buena tercera parte suroccidental de la Francia actual. Esto fue lo que Alienor (Leonor) de Aquitania (1122-1204) aportó a la bandeja de sus nupcias con Henri Plantagenet, futuro Enrique II de Inglaterra, en 1152. Progresivamente cercenado por la “Reconquista” francesa, el residual ducado de Aquitania que permanecía en poder de los ingleses en los estertores del conflicto, es decir la fachada atlántica desde el Pirineo hasta la altura de Burdeos (foto5) es lo que hoy se sigue considerando la Aquitania de Oc. Para no complicar más las cosas, digamos que la muy nombrada Gascuña es prácticamente sinónima de Aquitania, al menos de su mitad meridional. Vemos, pues, que unos occitanos lucharon en las filas anglo-angevinas y, otros, progresivamente la mayoría, en las filas francesas. Mis antepasados bearneses, situados en la incómoda raya entre Gascuña/Aquitania y Francia y fieles a su justificada fama de nadadores y guardadores de ropa solían pelear al lado de quien mejor les conviniese. En el peor momento del conflicto plusquecentenario, durante el primer tercio del siglo XV, justo antes del milagro llamado Juana de Arco (1412-1431) y tras la letal alianza borgoñona con Enrique V de Inglaterra, lo que quedaba del Reino de Francia lo constituían en gran parte las tierras occitanas (foto 5).
No mucho más tarde, en 1448, el Parlamento de Toulouse decidió motu proprio redactar sus documentos oficiales en lengua de “Oil”, o sea en francés, renunciando a la lengua vernácula y anticipándose casi un siglo a la famosa “Ordenanza de Villers-Cotterets”. Promulgada en 1539 por el Rey Francisco I, el de Pavía y la Torre de los Lujanes, la dicha ordenanza imponía el francés como lengua obligatoria sobre todo el territorio de la Corona, para la redacción de cualquier documento político, administrativo o jurídico. Por su parte y hasta 1934, los forofos de la restauración cultural occitana defendieron un concepto “pan occitano” que incluía el área lingüística del catalán. Ello hasta el “Manifest, maig de 1934” publicado en “La Veu de Catalunya” del 6 de mayo de 1934 que proclama la independencia lingüística del catalán: “La nostra Pàtria, per a nosaltres, és el territori on es parla la llengua catalana. Comprèn, doncs, de les Corberes a l’Horta d’Oriola i de les comarques orientals d’Aragó a la Mediterrània. Composta de quatre grans regions, Principat, València, Balears i Rosselló”. La lectura de la totalidad del artículo es muy edificante y anticipa en todo la grave actualidad. Con mucha ligereza y sin excesivo respeto por la historia, Francia procedió a principios de 2016 a una radical reforma regional destinada a crear grandes conjuntos reputados más eficaces económicamente. Se ha creado una región de “Occitanie” (foto 3), con capital en Toulouse que coincide en gran parte con la máxima extensión de las posesiones de los Condes de Toulouse. En ella ha quedado englobado el departamento de Pirineos Orientales constituido por la Cataluña francesa, o sea el Rosellón y la Cerdaña. Su renuencia a aceptar el término Occitania ha sido notable. También se ha creado una vasta “Nouvelle Aquitaine” (foto 3) que además de la Aquitania/Gascuña de Oc incorpora tierras de “oil” y se parece bastante, si no lo excede, al ducado de Alienor. Algunas de las nuevas regiones creadas en el norte y el este del país tienen todavía menos coherencia histórica y han provocado escozores. No se han consultado las poblaciones. Creo que esta reforma hubiese sido imposible en España donde el peso de la memoria territorial es férreo e intangible.
Corona de Aragón a la muerte de Jaime I (1276)
La Corona de Aragón retuvo todavía por un tiempo algunas posesiones en tierras occitanas. Así el llamado Señorío de Montpellier perteneció al reino de Mallorca hasta 1349, fecha en que pasó al rey de Francia. La madre del heredero del trono era precisamente María de Montpellier. Allí nació, tras ser engendrado por
Pedro II en muy truculentas circunstancias, el que llegaría a ser
Jaime I el Conquistador o Jaume I el Conqueridor (1208-1276). Jaime I conquistaba Mallorca en 1229, terminó de someter las restantes Baleares en 1236, culminaba la reconquista del Reino de Valencia en 1242 y proseguía hacia el sur hasta llegar, en 1245, a los límites estipulados entre Castilla y Aragón por el tratado de Almizra, en 1244 (foto 6). Un artículo de ABC, el 11 de Octubre de 2015 lo pinta así: «… incluso colabora con los castellanos en la pacificación de Murcia, por su gran espíritu cruzado e hispano. Lo hace "la primera cosa per Deu la segona per salvar Espanya". Así lo afirmaba en su “Llibre dels Fets”». Hablar aquí de “españolismo” sería anacrónico pero sí cabe percibir tal vez una conciencia del determinismo peninsular y de la unidad lógica de destino, hoy tan irracionalmente negada por algunos.
Mapa fiscal de Francia antes de la Revolución
Vemos, pues, como solamente 32 años después de la derrota de Muret la Corona de Aragón había alcanzado su máxima extensión peninsular, paralela a la similar progresión castellana. Tendremos posteriormente una constante interpenetración cultural, dinástica y, lógicamente, conflictiva entre ambos reinos. Vale la pena observar que los esporádicos conflictos armados entre ellos son mucho menos cruentos y frecuentes que los graves y constantes conflictos civiles que ensangrientan la historia propia de cada una de las dos Coronas. Ningún “hecho diferencial” se articula jamás sin alguna referencia traumática al cauce del pasado. El de la “longue durée” que decía el maestro
Braudel, el de “la larga duración”. Creo que el catalanismo político sería inconcebible sin la vertebración inicial de la memoria alrededor de la fuerza simbólica de la Corona de Aragón y la asombrosa historia de su expansión peninsular y mediterránea hasta
Fernando II de Aragón y V de Castilla. Pero la intensidad del recuerdo no prejuzga la calidad de sus herederos y así han salido algunos hoy, mezquinos, provincianos y autistas. Ciertamente fueron admirables los logros de la Corona de Aragón con tan endeble demografía. Cataluña mantuvo durante toda la Edad Media una población no superior a los 300 000 habitantes. Podemos considerar que la población del Reino de Castilla llegó a ser en las buenas épocas 20 veces superior. El Reino nazarí de Granada tendría unos 400 000 habitantes. El Reino de Valencia andaba por los 250 000 moradores. En 1717, inmediatamente después de los Decretos de Nueva Planta, la población catalana todavía no pasaba de los 400 000 habitantes. Que se duplican de pronto hacia 1780 y otra vez hacia 1855 para alcanzar 1650 000 habitantes. Con lo que parece que el sistema borbónico no fue tan desastroso para el Principat. Mucho incidirá tal recuperación demográfica sobre el orto de la “Renaixença” y del neocatalanismo.
Todo lo que fue en la Corona de Aragón estructuración de una identidad fue en Occitania desestructuración de ella. No estoy emitiendo ningún juicio de valor. Es una distante y objetiva constatación. Curiosamente los Reyes de Francia consiguieron mantener hasta la Revolución un rescoldo negativo de identidad al gravar con una fiscalidad injusta y abusiva las provincias inicialmente no francesas (foto 7). Convendrá proseguir con la comparación hispanofrancesa en los tiempos modernos y contemporáneos.
La CUP es su modelo, pero son cuatro gatos
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