CUANDO LA REALIDAD NOS REFUTA
Pasó hace algunos años. Fuimos a Galicia, como voluntarios para parcipar en una excavación arqueológica. Los pobres tenemos que componernos las vacaciones de esta forma, así es como vemos mundo: trabajando en otra parte.
Nuestra tarea era la de excavar en lo que, a todas luces por los vestigios encontrados, había sido un castro celta. El director de las excavaciones tenía una particular tesis, y -aunque nunca nos lo dijo- me da a mí que precisamente no estaba esta tesis exenta de intereses políticos, para ser más precisos: intereses nacionalistas.
La tesis del arqueólogo de marras era, a grandes rasgos, la siguiente: las legiones romanas no habían pisado nunca jamás Galicia. Así que Galicia era, contra todo lo que otros pudieran decir, una especie de Arcadia inexpugnable. De esa forma, imagino, se podía defender la autoctonía de una raza pura de origen celta que, en el curso de las invasiones bárbaras, confluiría con los suevos. La romanización atentaba, en las entendederas de este arqueólogo, contra el ser de Galicia.
A nosotros nos importaba poco las tesis del arqueólogo, éramos soldados rasos del pico y la pala, la paleta y la cantimplora.
Y ocurrió, un día ocurrió.
Uno de nosotros, de los que estábamos allí, va y descubre una moneda con las adherencias de tierra que cualquiera puede imaginarse. Corre al arqueólogo, feliz de su hallazgo. Se la muestra. El arqueólogo aparta los terrones, echa un salivazo y frota con el dedo la placa de metal. Va descubriéndose en parte la efigie. En la cara del arqueólogo se pinta primero la sorpresa, luego la decepción, inmediatamente frunce el ceño y dice:
-¡¡¡Romanos!!! Malditos romanos... -y diciendo esto, lanzó la moneda con todas sus fuerzas.
La moneda era un sextercio, vaya usted a saber quién de los Césares la mandó acuñar. Adiós a la tesis. La arqueología se negaba a refrendar la paranoia racialista del arqueólogo. Éste, sin vergüenza alguna, dijo:
-Proseguid. ¡Venga!
La anécdota que cuento, pasó. Y me recordó lo que Chateaubriand cuenta sobre un tal Martorelli, hombre sabio que: "empleado durante dos años en escribir una memoria para probar que los antiguos no conocieron el vidrio, y quince días después de haber publicado su tomo en fólio se descubrió una casa donde le tenían todas las ventas."
Al filósofo Georg Wilhelm Friedrich Hegel también le pasó algo parecido.
A veces, la realidad se empeña en llevarnos la contraria... Desde luego que lo más inteligente no es arrojar la moneda que nos alargan, por poco que nos guste.
Publicado por Maestro Gelimer
http://librodehorasyhoradelibros.blogspot.com/
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