ORIGENES DE LA CARTOGRAFÍA MODERNA
Todos los navegantes del mundo deben algo a los españoles cuando están en alta mar. El final del siglo XV significó la madurez de la Cartografía española dejando un legado encabezado por las escuelas catalana y mallorquina de cartografía.
Obras escritas por autores españoles fueron Cosmografía y Tablas de diversidad de días y horas del lingüista Antonio de Nebrija, Libro de las longitudes, del cosmógrafo Alonso de Santa Cruz, precursor de los mapas de variaciones magnéticas, Tratado de la Esfera, de Pedro Núñez, Teoría de los planetas, de Andrés García de Céspedes, Tratado sobre la esfera, del Brocense, Examen y censura del modo de averiguar las alturas de las tierras por la altura de la Estrella Norte, de Simón de Tovar, Arte de navegar, de Pedro de Medina, y el primer Mapamundi, dibujado por Juan de la Cosa, el primer Atlas de América, de García de Céspedes, y dos astrolabios, inventados por Hernando de los Ríos y Rojas Sarmiento.
En el año 817, los españoles islamizados ya habían traducido el Almagesto de Ptolomeo, que era la Summa geográfica de entonces; en 1193, ya había un observatorio astronómico en el minarete de la mezquita mayor de Sevilla, y árabes andaluces escribían obras fundamentales sobre movimientos celestes, tablas astronómicas, mapas, esferas.
Tres magistrales científicos que desarrollaron su labor para la geografía de la España islámica fueron Ar-Kari, del siglo X, El Edrisi, del siglo XII, y Albufeda, del siglo XIII, que asombraron al mundo con sus descubrimientos científicos.
En España hubo varias decenas de sabios precursores de la cartografía y artes náuticas anteriores al siglo XV. Alfonso X el Sabio dio a estos estudios un gran impulso y protección, incluso con su aportación personal, que bien puede considerase el padre de la astronomía en Europa. Su entusiasmo y trabajo fueron continuados por Pedro IV, protector de sabios, bajo cuyos auspicios compuso el castellano Jacobo Carcomo las tablas astronómicas, y redactó Bartolomé de Tresvents un tratado de astrología. Juan I distribuyó en el año 1390, ochenta y cuatro años antes que Regio Montano escribiese su Ephemérides, un almanaque, calculando día por día para tres años, con datos para determinar la posición de los astros.
En Toledo funcionó la famosa Escuela Alfonsina de astronomía, bajo el patrocinio de Alfonso X. Las primeras universidades europeas, en especial la de París, recibían maestros y estudiantes españoles que siempre llevaban novedades científicas de esta disciplina. De la Escuela Alfonsina son obras definitivas como el Libro de las figuras de las estrellas fijas, el Libro del Alcora, el Astrolabio redondo y llano, el Tratado de las Armiellas y las famosas Tablas alfonsíes, en las que colaboraron sabios españoles de primera categoría en la historia de la ciencia mundial. Se estaba gestando durante aquellos siglos la madurez científica precisa al mundo, tan importante como la invención de la vela y el timón, porque sin mapas el hombre no hubiera podido navegar más allá de las proximidades de la costa.
En el siglo XIV, cartógrafos catalanes y mallorquines sentaron los fundamentos de esta ciencia, y en el XV, se emplearon en enseñarla a los cartógrafos italianos, únicos rivales que merecen atención. Un momento decisivo de la cartografía se produce a mediados del siglo XVIII, en 1266, cuando un desconocido cartógrafo catalán trazó la primera carta del litoral mediterráneo con una precisión jamás antes desarrollada. Un científico como Nordenskiold afirmó que el tronco de escala de todos los portulanos italianos trazados con posterioridad se basaban en la carta del catalán, es decir, sobre unidades de medida catalanas.
Las cartas geográficas más antiguas con fecha y autor conocidos son españolas, trazadas por el gran cartógrafo mallorquín Angelino Dulcert, en los años 1323, 1330, y 1339. Una obra maestra de la escuela cartográfica catalana-mallorquina es la dibujada en 1339 gracias a la riqueza de detalles y exactitud. Esta comprende toda Europa, una parte del norte de África y una porción del Caspio; en el Atlántico están dibujadas las Azores y las Canarias, y una parte del litoral africano, muy extensa, al sur del cabo Nun, con lo que se demuestra que este territorio era ya conocido por los navegantes y cartógrafos españoles mucho antes de la famosa expedición de Jaime Ferrer en 1346.
Mallorquina es la llamada carta de París, de 1375, la anónima de la Biblioteca Nacional de Madrid, la de Viladestes, la del rey Martín, la de la Cartuja de Valdecristo, la de Gabriel Valseca y muchas más, dibujadas todas ellas en los siglos XIV y XV. La carta de París tiene una importancia enorme, porque es la que relata el viaje de Jaime Ferrer al Río de Oro, y además porque en ella se recoge una presentación de Asia, que naturalmente no estaba en la de 1339, porque entonces no se conocían los viajes de Benjamín de Tudela ni de Marco Polo. Su autor fue un mallorquín, Jaime Ribes, que según algunos autores es el mismo maese Jacobo de Mallorca, que colaboró con Enrique el Navegante en la Escuela de Segres. Cuando el rey Juan II de Portugal creó la famosa Junta de Matemáticas, en el siglo XV, y le mandó redactar un manual, los datos se obtuvieron con las tablas expuestas en su Almanaque perpetuo por Zacuto, judío español de Salamanca, que lo había escrito entre 1473 y 1478.
Los navegantes del siglo XVI, cuando comienza en Europa la era de las exploraciones ultramarinas, iban guiados por una ciencia náutica cuyos orígenes eran hispano-mediterráneos, es decir, mallorquines y catalanes. Aquellos portulanos o cartas náuticas eran trazados con una belleza y precisión técnica jamás antes efectuados en Europa. Sus autores trazaron sobre ellos todas las direcciones de la rosa de los vientos, con clave en aquellos puntos fundamentales de los mares donde podría encontrarse un barco. Con estas líneas en el portulano, el marino podía orientarse con la brújula perfectamente. Sin aquella escuela catalano-balear de cartógrafos, maestros del mundo, no se concibe el posterior florecimiento geográfico de los siglos XVI y XVII.
Creada en Sevilla la Casa de Contratación, ningún piloto del mundo podía echarse a la mar sin contar con las enseñanzas que allí se profesaban, basadas tanto en los estudios como en la experiencia, pues de cada viaje realizado el piloto de Indias tenía que entregar un informe de las observaciones recogidas y cartas dibujadas sobre el terreno. Entonces florecieron los más grandes cartógrafos del siglo XVI: Nuño García Torreño, Hernando Colón, Pedro de Medina y muchos más.
Cartógrafos de la Casa de Contratación sevillana redactaron la primera Geografía general e Historia y un Islario general de todas las islas del mundo. Se trataba de genios de una cartografía que había encontrado su madurez científica en el Siglo de Oro español, recogiendo los frutos sembrados en el Medievo por sus precursores de la escuela catalano-balear.
La cartografía española continuó aportando novedades durante este siglo, siempre estando a la vanguardia de la navegación.
El sistema de proyecciones polares equidistantes fue inventado por cartógrafos españoles, mucho antes que los emplease Mercator, el holandés; pues si éste lo utilizaba en 1559, en un mapa español, posiblemente dibujado por García Torreño, se empleaba ya en 1522. Por otra parte, Mercator pudo aprender cartografía en España, pues aquí estuvo al servicio del emperador Carlos I.
El gran sabio cartógrafo Alonso de Santa Cruz descubrió el modo de trazar los intervalos entre los paralelos de las proyecciones esféricas, para evitar los errores que parecían inevitables en las cartas planas, e ideó un instrumento para la determinación de las longitudes.
El sevillano Felipe Guillen inventó un aparato para determinar la variación de la aguja en cada lugar, y Martín Cartes señaló la existencia de un centro de atracción, el polo magnético, distinto del polo terrestre; Andrés de Morales estudió las corrientes marinas del Atlántico con una exactitud que asombraría en el siglo XVIII al propio Alexander von Humbolt; López de Velasco dictó en mayo de 1577 instrucciones para el estudio de un eclipse, que fue observado a la vez en Madrid por el propio López de Velasco, en Sevilla por Rodrigo de Zamorano, en Valladolid por Sobrino de Varillas, en Toledo por Alcántara, y en todas partes por cosmógrafos o personas muy entendidas.
En el libro La Esfera del cosmógrafo zaragozano Martín Cortés explica que “el mundo aprendió a navegar”. “Nadie diga que sabe geografía, pudo decirse en aquel tiempo, si no ha leído a los geógrafos españoles”.
Las Relaciones de Indias, donde se recogían todos los datos que traían los pilotos al regreso de sus viajes, son auténticas enciclopedias en las que se encuentran importantísimas noticias sobre la extensión, límites, toponimia, fisiografía, etnografía, ritos y costumbres particulares, población, ríos, flora, fauna, etc. Los conocimientos que por este procedimiento de catalogación y selección se alcanzaron pueden considerarse superiores a cualquier aportación que, en el estudio de estas ciencias, haya que reconocer a otros países del mundo.
Estaña llegó a la cumbre del desarrollo de las ciencias geográficas durante el siglo XVI cuando Felipe II mando fundar en El Escorial un Museo Geográfico, y después la Academia de Ciencias. España puso en línea de magisterio a los más grandes geógrafos de su tiempo, a los más expertos maestros de la ciencia militar y las ciencias matemáticas. Nombres gloriosos como los de Juan Firrufino, Cedillo, Labaña y Ondériz, Rodríguez Muñoz, españoles como lo fueron los autores de los textos fundamentales: Suma de Geografía, publicada en Sevilla en 1518, Arte de navegar, Regimiento de navegación, Tratado de la carta de marear geométricamente demostrada, y muchas más.
ESPAÑA ILUSTRADA
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