Mendoza, el hombre que cuida todas las campanas de Sevilla
Aurora Flórez
Antonio Mendoza, el campanero del Salvador / RAÚL DOBLADO
En todas las campanas que suenan en Sevilla, de iglesias, capillas, templos y hermandades, las que a veces las despiden y reciben tras sus salidas, están las manos de los Mendoza, que generación tras generación han puesto repiques de alegría, tañidos de difuntos, sonidos al vuelo de grandes festividades y toques de diario a misa en la ciudad. Son sonidos que se mantienen gracias a esta familia de campaneros orgullosos de su oficio, volatineros de esos cielos que perdemos, restauradores y fundidores de los viejos bronces.
Antonio Mendoza Vázquez, también capiller de la Hermandad del Amor, lleva a gala mantener el único campanario manual de Andalucía y probablemente de toda España, que fueron optando por la electrificación, que, igualmente, controla en todas sus modalidades y mantenimientos, y esa modalidad que permite tocar las campanas mediante el móvil, efectiva pero sin el romanticismo de la Colegial del Salvador, como ha informado ABC de Sevilla.
Mendoza subido a una de las campanas
Es, además, su propia casa esta torre campanario del Patio de los Naranjos del Salvador, donde siete campanas más «la del fuego», que avisaba de los incendios, son pura estampa viva. Tienen sus nombres: San Salvador, que pesa 7.800 kilos y -dice- «es más gruesa que las de la Giralda»; San Andrés, que fundió su padre; San Fernando, San Juan, San Cristóbal, Santa Bárbara y otra vez Salvador, «que se partió y la fundió en el patio mi abuelo, José Mendoza Martínez, en 1903». Datan los enormes esquilones de entre 1600 y 1700 y son los que, en sus manos, lanzan sus toques fúnebres para Papas y párrocos del templo; alegres para las novenas, quinarios y fiestas de Pasión, el Amor o el Rocío de Sevilla.
En este campanario en lo alto de su propia casa, el volatinero del Salvador se sube a yugos de encina originales del siglo XVII de sus campanas. Tiene 61 años y lo hace con la misma facilidad que su padre, al que apodaron el «hombre mosca», para encaramarse a cimas imposibles. Ahora, en su mantenimiento de todas las campanas de Sevilla, ha puesto a punto las campanas del Gran Poder, San Bernardo, Santa María de Jesús... todas están a su cargo, hasta las de la ermita del Rocío.
Sus hijos, David -en la estela de su padre-, Antonio y Jesús, que se dedican más a la megafonía para templos, son los herederos de esta saga que inició Antonio Mendoza Haro, que se casó con la hija del campanero del Salvador. Siguió el abuelo de Antonio; José Mendoza Martínez, que fue capiller de Pasión; su padre, Antonio Mendoza González, capiller del Amor, y ahora él, que nunca ha sufrido una caída «ni pienso, porque miro antes» -dice-, que sube hasta el pararrayos de la cúpula del Salvador como el que está en el salón de su casa y que practica esas «echadas» que hacen temblar las rodillas de quienes lo ven, cuando al iniciar el volteo antes de que el bronce sale del arco el bronce y se hace el contrapunto con el cuerpo.
Respira entre campanas y esquilones, «es mi vida. Cuando lo deje será porque me jubilen no porque lo mande yo». Ahí es donde se siente bien este funambulista, «por encima de todas las torres», donde las vistas son espectaculares y «las personas muy chiquititas».
Capilla del Patrocinio
Marcadores