La Revolución Francesa sustituyó los principios de moralidad pública y de defensa del mal que uno mismo se puede causar a si mismo, por la condena solo de aquellos actos hacia terceros no consentidos por éstos. Yo soy de los que piensa que el Estado no sólo os debe proteger a vosotros de mi, sino a mi de mi mismo, y este es un claro ejemplo de que pasa cuando la única norma moral que rige es el consentimiento propio o de terceros. Además cuando se plantea la moralidad/inmoralidad en base a ser una relación privativa entre dos personas se está cayendo en una falsedad reduccionista, ya que dicho acto hecho por muchas más personas acaba teniendo consecuencias sociales muy perjudiciales como ha sucedido con la revolución sexual.
El ""argumento"" más habitual que se oye contra la defensa de la moral pública suele ser el de la hipocresía, pero mejor debería decir contra los que la defienden, ya que en ningún momento dan razones para negar la moralidad o inmoralidad de un acto cuando te centras en la hipocresía del que lo dice, es una falacia argumentativa, siempre que os salten con ella para tratar de "ganar la conversación" con mostrar que "que yo sea hipócrita no significa que lo que digo no es correcto" ya vale.
Melbourne. En caso de catástrofe, se envía a los soldados a hacer tareas como levantar diques para detener una inundación o escombrar una ciudad arrasada por un huracán. Pero la misión que ha recibido el ejército australiano no debe de tener precedente alguno en todo el mundo. Tropas equipadas con uniforme de camuflaje se han desplegado a lo ancho del vasto Territorio del Norte para detener los abusos sexuales de niños aborígenes.
Aunque el Territorio del Norte ocupa la quinta parte del continente australiano, solo alberga el 1% de la población. Pero allí están más de la mitad de las 1.139 comunidades aborígenes del país, a las que pertenecen casi el 30% de los habitantes del Territorio.
Este es, en palabras del primer ministro Howard, nuestro huracán Katrina: el humillante espectáculo que ha puesto en evidencia una incompetencia y una desidia del Estado a gran escala. La crisis social en las comunidades aborígenes es tan grave que exige respuesta inmediata. Una oleada de soldados, policías, médicos, asistentes sociales y burócratas se dirige a unas sesenta localidades para intentar reconstruir la sociedad aborigen desde los cimientos.
Las medidas adoptadas son draconianas. Se prohíbe la venta, posesión y consumo de alcohol en determinadas zonas; se restringe el cobro de subsidios sociales para asegurar que los padres los gastan en alimentar a sus hijos, no en la bebida y el juego; se prohíbe tener pornografía. Se someterá a los niños a exámenes médicos obligatorios para comprobar si han sido víctimas de abusos sexuales y evaluar su estado de salud.
El detonante de esta reacción del gobierno ha sido un informe sobre abusos sexuales contra niños aborígenes, encargado por las autoridades territoriales. Está lleno de detalles repugnantes sobre chicas de 15 años o menos que se prostituyen para obtener alcohol o drogas, corrupción de menores, incesto, violaciones…
Todo eso era conocido. Año tras año han ido apareciendo informes oficiales sobre el desastroso estado de las comunidades aborígenes. Sucesivos gobiernos les han dado derecho a voto, asistencia social, la propiedad de la tierra y una descomunal burocracia para gestionar sus asuntos. Lo que no estaba en sus manos darles era hogares felices y matrimonios sólidos.
Comunidades corrompidas
Los aborígenes han estado siempre en situación de riesgo. Tras más de doscientos años de contacto con los blancos, muchas veces con violencia, abusos, discriminación y abandono por parte de estos, la vinculación con la cultura tradicional y las tierras ancestrales han quedado rota o debilitada. Algunos se han integrado bien en la sociedad australiana, pero muchos otros, no. A las afueras de muchas localidades rurales se ven aborígenes marginados, desvinculados de sus tribus, que habitan poblados de chabolas. Pequeñas aldeas de zonas más apartadas, tan ajenas a la Australia blanca que allí apenas se habla inglés, viven de los subsidios sociales.
En muchos -no todos- de estos lugares, las condiciones de vida son no ya tercermundistas, ni siquiera propias del cuarto mundo. Los informes periodísticos y oficiales dibujan un panorama de comunidades profundamente corrompidas, en las que reinan el tedio, la pornografía, la mala salud, el alcoholismo, las drogas, la violencia y los abusos sexuales. Uno de cada ocho niños sufre malos tratos o abandono. Se teme que la cultura aborigen tradicional no sobreviva a la presente generación.
La lectura del reciente informe hace que se te salten las lágrimas de pena y rabia. Pero no solo por los espantosos abusos contra mujeres y niños, y por ver cómo se extingue una antigua cultura; también por los descaminados consejos de los burócratas.
El problema de la sociedad aborigen no está en que sea demasiado distinta de la sociedad occidental, sino en que se parece demasiado. Bajo el violento ataque la tecnología, los medios de comunicación y la burocracia actuales, la cultura aborigen es frágil: corta de defensas y vulnerable a las infecciones morales degradantes. Nuestra cultura, más robusta, con antiguas tradiciones, leyes e instituciones cristianas, a duras penas resiste. ¿Cómo va a sobrevivir la cultura aborigen?
De hecho, como señalan los autores del informe, el problema es que muchos chicos y chicas aborígenes simplemente imitan lo que ven en sus televisores. ¿Por qué está tan enferma la sociedad aborigen? El gobierno de Howard ha subrayado la influencia destructiva de los subsidios sociales, e intenta fomentar la ética del trabajo y el sentido de responsabilidad personal. Eso contribuirá a frenar el alcoholismo, la inactividad y la desesperanza que en buena parte subyace a los abusos sexuales.
Vacío moral
Pero los subsidios sociales no explican todo, ni mucho menos. A partir de distintas fuentes, los autores del informe concluyen que “al decaer las normas tradicionales sobre la sexualidad y las impuestas por los misioneros, entre los adolescentes fue apareciendo una rampante promiscuidad”. En otras palabras, esa gente, trágicamente vulnerable, vive en un vacío moral.
¿Con qué proponen llenarlo los autores del informe? Proponen, sin mucha convicción, 97 recomendaciones que exigirán un ejército de asistentes sociales para aplicarlas. Pero ¿cuál es su estrategia para cambiar el corazón de los jóvenes aborígenes, para enseñarles a tratar a los demás con el respeto que merecen como seres humanos?
Sexo seguro. Sí, eso es: sexo seguro. “A juicio de la comisión investigadora, hay que tomar medidas para establecer en las comunidades aborígenes unas nuevas ‘normas’ morales que no restrinjan la libertad de elección pero animen a los jóvenes a tomar opciones apropiadas y saludables en relación con el sexo y conviertan ciertos comportamientos en socialmente inaceptables”. ¿Y qué hay de fomentar matrimonios sanos? ¿Qué hay de fortalecer la unidad familiar? Entre los aborígenes el divorcio y la separación son mucho más frecuentes: hasta 300 veces más en algunas regiones apartadas. Un estudio tras otro han mostrado que los niños son más felices en familias intactas. Pero ninguna de las recomendaciones del informe toca el tema del desastroso estado del matrimonio entre los aborígenes.
Las leyes aborígenes tradicionales sobre el matrimonio eran rudas y patriarcales, pero no aprobaban la promiscuidad ni los abusos sexuales. Cuando el relativismo moral de Occidente infectó la cultura tradicional, acabó con las tradiciones sin aportar apenas nada a cambio. En cierta comunidad aborigen, mientras los ancianos se esforzaban por promover el matrimonio tradicional, el centro de salud del lugar hacía la contra repartiendo preservativos y diciendo a los jóvenes que podían tener relaciones sexuales con quien quisieran y cuando quisieran, siempre que no olvidaran usar condón. “Para los jóvenes de hoy -decía un anciano yolgnu-, tener relaciones sexuales es como pescar, y al acabar arrojan el pez de nuevo al agua”.
Esto no inspira mucha confianza en la capacidad de los burócratas de Canberra, la capital del país, para enseñar a los jóvenes aborígenes por qué no deben acostarse con cualquiera ni ver películas X. Canberra, por coincidencia, es también la capital de la industria australiana de la venta de pornografía por catálogo.
Como los aborígenes son social y psicológicamente frágiles, acusan más la decadencia moral. Pero, por otra parte, la desintegración de sus comunidades debería servirnos de advertencia contra la insensatez de considerar las drogas, la pornografía y la promiscuidad como simples opciones, admisibles mientras no hagan daño a otros. La trágica experiencia en el Territorio del Norte muestra que un modo de vida moralmente corrupto acaba llevando a una sociedad disfuncional en que los niños están en peligro. Cuando se llega a eso, lo más que pueden hacer los burócratas es rodear a las familias rotas con un andamiaje de servicios sociales y esperar que los niños sobrevivan.
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El autor, australiano, es director de la publicación digital MercatorNet, donde apareció la versión original de este artículo.
Libra zagun, mutillak, España lepratik,
harturik hontarako fusillak bertatik;
ekarriko dizkigu pakiak gerratik,
poztutzen dala oso mundua gugatik.
Españan española da Don Karlosena,
ekarri zagun hura ahal degun lehenena;
konfiantza jar zagun oso harentxena,
berak emango digu gustorik onena
POR DIOS Y POR ESPAÑA VICTORIOSOS DE TODOS SUS ENEMIGOS, SIN PACTOS NI MEDIACIONES.
.“Miguel, Miguel, Miguel guria,
Zaizu, zaizu Euskalerria”.
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