Las quince joyas románicas más singulares de los Pirineos

Curiosidades y maravillas de una de las zonas de España con la arquitectura medieval más imponente

Manuel Muñiz Menéndez

San Pedro de Roda

Las torres de San Pedro de Roda, con el Mediterráneo al fondo


En los valles pirenaicos, entre la costa gerundense y Navarra, se encuentran algunas de las mayores joyas del románico que pueden verse en España. La combinación de elementos visigóticos, mozárabes, franceses y lombardos dan un aire muy especial a las iglesias y monasterios levantados allí en torno al año 1000 y que han llegado hasta nuestros días. Compendio de ese interés es un reciente libro, «Pirineos. 50 joyas del arte románico» (Lectio Ediciones), que hace un completo recorrido por el arte de la región.
Relacionado: Cinco de las iglesias más bellas y menos conocidas del románico español.

Entre estas construcciones hay algunas muy célebres, como el monasterio de Santa María de Ripoll o las catedrales de La Seo de Urgel y Jaca. Pero también hay templos menos conocidos que, además de su belleza, guardan secretos y curiosidades que los hacen especialmente intrigantes. Es el caso del monasterio de San Pedro de Roda, en Puerto de la Selva (Alto Ampurdán). Allí se dice que nació el románico de la zona, con una combinación de elementos visigodos y mozárabes aún no tocados por la influencia lombarda. Pero, ante todo, allí cuenta la leyenda que reposaron los restos de San Pedro, rescatados de Roma por un grupo de monjes justo antes de la caída de la ciudad en manos de los ostrogodos.



Santo Sepulcro de Palera

Los ábsides de la iglesia del Santo Sepulcro

Las peregrinaciones a lugares santos para ganar indulgencias son una tradición que tuvo una enorme importancia en la Edad Media. Los caminos a Santiago, Roma o Tierra Santa atraían a los peregrinos. Pero algunos de estos viajes eran especialmente peligrosos, y quien no quisiese correr el riesgo de viajar hasta Jerusalén para visitar el Santo Sepulcro, tenía una alternativa más cómoda: viajar a Beuda, en la comarca de la Garrocha.

Allí se encuentra el monasterio benedictino del Santo Sepulcro de Palera, cuya iglesia del siglo XI está dedicada al sepulcro de Cristo (representado todavía hoy por una bella talla yacente gótica). Lo que la hacía especialmente importante para los peregrinos es que sus documentos de consagración (redactados en el año 1085) especificaban que quien viajase allí gozaría de los mismos privilegios e indulgencias que otorgaba su homólogo de Tierra Santa. Además establecía que allí se daría protección y refugio a los perseguidos.



San Pedro de Montgrony

San Pedro se encuentra en un bello paraje de montaña

Otro elemento íntimamente ligado a la imaginería medieval es el de la caballería. Y los grupos de caballeros reunidos por ser los más fuertes y valientes siempre han excitado la imaginación popular, con los de la Mesa Redonda como el ejemplo más mítico.

Pero en España también hay historias de caballeros así. Como los Nueve Barones de la Fama que juraron defender Cataluña de los sarracenos ante la Virgen Negra de Montgrony, uno de los cuales –según algunas versiones de la leyenda– fue el Conde Arnau, noble imparable y desaforado que acabaría maldito y condenado a vagar por toda la eternidad sobre su caballo negro. La Virgen Negra (o, más bien, una reproducción de la talla románica) se encuentra hoy en una pequeña iglesia del siglo XVII. Pero la verdadera joya es la iglesia de San Pedro (siglo XII), a la que se llega unos metros más adelante, continuando el ascenso por peldaños excavados en la roca.



San Pedro del Burgal

Una vista del exterior de San Pedro del Burgal

San Pedro del Burgal (siglo XI), junto al pueblo de Escaló, destaca por sus imponentes pinturas de estilo bizantino obra del conocido como Maestro de la Escuela de Pedret, si bien las que hay actualmente en la iglesia son reproducciones, ya que los originales se conservan en el Museo Nacional de Arte de Cataluña. Además, en este edificio ya se aprecia la influencia lombarda, especialmente en la construcción de los ábsides.

Pero la historia más curiosa de esta iglesia, y de sus pinturas, es que allí aparecen retratados el conde Artal de Pallars, su mujer Lucía de la Marca y su hijo, San Odón de Urgel. Lo notable de esta familia fue que el hijo lo tuvo especialmente complicado para llegar a santo (y obispo), ya que su padre... murió excomulgado. Artal era un guerrero tan empedernido que confiscó bienes de la Iglesia para financiarse sus incursiones. Pero su mujer, más política, consiguió el perdón para ella y para su hijo, quien lo aprovechó a fondo.

San Juan de Isil

San Juan de Isil y su cementerio a la orilla del río

¿Podría tener el nombre del pueblo de Isil (en el curso alto de Noguera Pallaresa, provincia de Lérida) provenir de la diosa egipcia Isis? Ese tipo de etimologías populares siempre son poco fiables, especialmente cuando son tan insólitas.


Sea como fuere, lo cierto es que la iglesia posee una decoración de lo más peculiar. Caballeros y cruces templarias se dejan ver con claridad, pero también aparecen plantas que bien podrían ser egipcias, monos, serpientes y hasta cocodrilos. Un lugar singular a donde conviene acudir en la noche de San Juan, que se celebra con grandes hogueras.



Santa Eulalia de Erill-la-Vall


El imponente campanario de Santa Eulalia destaca aún más contra la nieve invernal


Hasta ahora hemos visto muchas leyendas y tradiciones. Pero en el Valle de Bohí lo que deslumbra es, pura y simplemente, la arquitectura. No en vano, el conjunto de las iglesias románicas del valle son, desde el año 2000, Patrimonio de la Humanidad según la Unesco.


Y Santa Eulalia está entre las más bellas de todo el valle. Sin embargo –y aquí está lo curioso–, este gran monumento también fue donde los constructores lombardos traídos por los barones de Erill cometieron un grave fallo: la bóveda de cañón de la iglesia no aguantó mucho tiempo. Se hundió y hubo de ser reemplazada por una cubierta de madera, lo que hace que los techos de esta iglesia no tengan pinturas. Se les puede perdonar el fallo a la vista del maravilloso campanario, de perfectas proporciones, que marcó el camino a seguir para todas las demás iglesias del valle.





San Clemente de Tahull

Los tres ábsides de San Clemente, con su leve desviación


Pocas iglesias románicas hay más célebres y más bellas que San Clemente, la gran joya del valle de Bohí. Pero hasta esta cumbre del románico tiene sus peculiaridades que muchos no conocen.

Quizá la más notable es que los tres ábsides de la iglesia –y en especial el central– no están perfectamente alineados con el cuerpo de la misma, sino un tanto girados hacia el norte. ¿Otro fallo de los arquitectos lombardos? En absoluto. Esta peculiaridad se ve también en otras iglesias románicas y está perfectamente calculada para lograr un sorprendente efecto: el día del solsticio de verano, los primeros rayos del sol entran directamente por la ventanita del ábside central. La desviación del ábside (y de la propia ventana) compensa de forma muy precisa la desviación del eje de la Tierra respecto al plano de su órbita.

Santa María de Obarra

El bello exterior del monasterio de Santa María

Pasamos ya de Cataluña a Aragón. Concretamente a la Ribagorza, a los alrededores de Beranuy, donde se encuentra el antiguo monasterio de Santa María de Obarra (siglo XI), que fuera panteón de los condes ribagorzanos.

Pero, en cambio, seguimos con el mismo tema que tocábamos en San Clemente de Tahull: las habilidades astronómicas de los arquitectos lombardos. El interior de este monumento tiene unas proporciones totalmente medidas (y basadas en tríos y septetos de elementos) que consiguen que se pueda determinar el calendario lunar según la entrada de la luz en el ábside central.




San Juan y San Pablo de Tella

La pequeña ermita y el Puntón de las Brujas

Hemos visto iglesias imponentes, pero ahora pasamos a una pequeña ermita, la de «San Juanipablo», como la llaman los locales del pueblecito de Tella, en el Pirineo Oscense. Consagrada en 1019, se trata de una muestra del primer románico de dimensiones modestas: nave única y planta de estilo visigodo.

Pero es normal que sea pequeña, ya que se encuentra en lo alto de la montaña, en un paraje espectacular por sus vistas del Monte Perdido y del Cañón de Añisclo. Pero tiene otra particularidad, fácil de deducir por el nombre de la formación rocosa a cuyos pies está la ermita: el Puntón de las Brujas. Quizá sea influencia de los (misteriosos en la Edad Media) monumentos prehistóricos que se conservan en los alrededores, como un pequeño dolmen, pero esta se consideraba zona de hechicería y actualmente se encuentra en el pueblo de Tella un Museo de la Bruja.



San Juan de Busa

El ábside de esta iglesia tiene un curioso remate

La escritura cúfica es conocida por ser una de las decoraciones más distintivas de los monumentos árabes. Siendo así... ¿qué hace una inscripción cúfica en el pórtico de una iglesia del municipio de Biescas, en pleno Alto Gállego? Y una que reza, ni más ni menos, «No hay más dios que Alá».

En realidad el misterio de San Juan de Busa no es tan grande. En época de la máxima extensión musulmana por la península (y por unos pocos siglos más) el árabe fue la lengua culta en estos valles oscenses. Y en árabe «Allah» se refiere al Dios Único, por lo que –para un cristiano que hablase árabe– sería simplemente la forma de nombrar al Dios cristiano. Así pues, la inscripción sería realmente un nada heterodoxo «no hay otro dios que Dios». Pero no deja de ser una curiosidad de una iglesia que también destaca por el raro remate de su ábside: un muro que sube hasta el tejado a dos aguas, en vez del típico cuarto de esfera.




San Pedro de Lárrede

La torre-campanario es el elemento más destacado de la iglesia de Lárrede

Ya hemos visto cómo la influencia mozárabe se extendió por la región del Alto Gállego. En la zona del Serrablo (en los alrededores de Sabiñánigo) llegó a crearse un estilo singular en el que estas influencias son particularmente fuertes. Y su exponente más perfecto se haya justamente junto a Sabiñánigo, en la parroquia de Lárrede, con su iglesia de San Pedro.

Tanta influencia árabe se nota en esta iglesia, que algunos le han sacado a su torre-campanario un sorprendente parecido. Se dice que esta torre con ventanas en arco de herradura sostenido por cilindros recuerda a la de la mezquita de Al-Omari en la ciudad siria de Bosra. Por desgracia, resultará difícil hacer la comparación, ya que dicha mezquita (como toda Bosra) ha quedado seriamente dañada por la guerra.




San Adrián de Sasave

La entrada principal de San Adrián, bajo el nivel del suelo

En medio del bosque, junto al río Lubierre, se encuentra la que quizá sea (o más bien, fuese) la iglesia más complicada de visitar de toda esta lista. San Adrián de Sasave es un pequeño templo del siglo XII que tiende a inundarse totalmente cada vez que sube el nivel de las aguas. Por fortuna, se han realizado trabajos de drenaje que permiten visitarla sin mojarse.

¿Por qué hacer una iglesia casi subacuática? No se sabe. Quizá un corrimiento de tierra cambiara el curso del río, dejando a la iglesia en terreno complicado. De hecho, es muy probable que la actual se levantase literalmente encima de otra: la entrada del templo está bajo el nivel del suelo (a sus dos puertas se accede descendiendo sendas escaleras) y su nave es sorprendentemente alta.



Santa María de Santa Cruz de la Serós

La torre principal de este monasterio sorprende por su volumen

La iglesia de este monasterio (siglos XI-XII) sorprende ya a primera vista por su altura, especialmente en la parte delantera, que se alza en una enorme y sólida torre. Y no una torre cualquiera, sino una verdadera torre de cuento, construida para tres princesas, a las que hace referencia el nombre del lugar (Santa Cruz d'as Serors, en aragonés).

Estas tres princesas fueron las hijas de Ramiro I, primer rey de Aragón: Urraca, Teresa y Sancha. La torre era su residencia palaciega y Sancha acabó siendo una muy influyente abadesa durante el reinado de su hermano Sáncho Ramírez. Historia palaciega para un interesante monumento en el que destaca además su portalada oeste, que luce un primitivo y hermoso crismón.




San Juan de la Peña

San Juan, una iglesia en la roca


En el mismo pueblo de Santa Cruz de la Serós (Huesca) encontramos otro imponente (y conocido) monasterio: el de San Juan de la Peña. Y, si el de Santa Cruz se elevaba a las alturas, este se encuentra –como su nombre indica– parcialmente excavado en la roca. Pero tiene en común con aquel su importante conexión con la monarquía aragonesa: en San Juan se encuentra el Panteón Real de la Corona de Aragón, si bien el aspecto actual del mismo procede de una reforma realizada en el siglo XVIII.


Pero las tumbas de los reyes aragoneses no fueron lo único que ocupó este monasterio. Dice la leyenda que aquí se guardó durante tres siglos el Santo Grial, el mismo que hoy en día se encuentra en la Catedral de Valencia. Y no es el único edificio de esta lista por donde se cuenta que pasó ese cáliz, ya que se dice que los obispos de Huesca también se refugiaron con él en San Adrián de Sasave durante algún tiempo.




San Salvador de Leyre

Las curiosas columnas de la cripta de San Salvador de Leyre- MONASTERIO DE LEYRE

Terminamos ya en Navarra, en las inmediaciones de Sangüesa. Allí se levanta San Salvador de Leyre. Otro panteón de reyes, en este caso del de los primeros de la corona de Navarra. Quizá la parte más notable del edificio seal la cripta (que no debe confundirse con el panteón; de hecho, no hay pruebas de que esta cripta se usase como lugar de enterramiento), sobre todo porque sus enormes arcos y capiteles se asientan de forma muy vistosa sobre columnas de fuste muy delgado. Toda una exhibición arquitectónica.


Este lugar también tiene su leyenda singular: la del abad Virila, prior del monasterio durante el siglo X. Se cuenta que estaba un día meditando sobre el sentido de la eternidad. Entonces oyó cantar a un ruiseñor, al que siguió hasta una fuente. Allí llegó a comprender el misterio de la eternidad y despertó de sus cavilaciones... para darse cuenta al regresar al monasterio de que habían pasado tres siglos desde su partida.





Las quince joyas románicas más singulares de los Pirineos