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Honores1Víctor
  • 1 Mensaje de MARCO FABRIZIO

Tema: Duda: joyas de España

  1. #1
    Avatar de muñoz
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    Duda: joyas de España

    Viendo las coronas de otros reinos (inglaterra, francia, austria...) siempre me he preguntado por que las joyas de España no son muy antiguas aunque oi que si que las hubo pero Godoy se las llevo. Si alguien fuera tan amable de contarme que paso con las joyas de la corona,¿ Don Sixto de Borbon tiene alguna?

  2. #2
    Avatar de Valmadian
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    Re: Duda: joyas de España

    Cita Iniciado por muñoz Ver mensaje
    Viendo las coronas de otros reinos (inglaterra, francia, austria...) siempre me he preguntado por que las joyas de España no son muy antiguas aunque oi que si que las hubo pero Godoy se las llevo. Si alguien fuera tan amable de contarme que paso con las joyas de la corona,¿ Don Sixto de Borbon tiene alguna?

    Disculpa pero ¿alguna vez has visitado el Museo Arqueológico Nacional en Madrid? Te hago esta pregunta porque allí se conserva, por ejemplo, el Tesoro de Guarrazar entre cuyas piezas está la Corona de los Visigodos.

    No estoy muy seguro, pero tengo entendido que en el Palacio de Oriente hay una buena colección de joyas reales. Además, es la primera vez que oigo hablar de que Godoy robase tales joyas. Sin ser un santo precisamente, la historiografía liberal se ha ocupado de descalificarlo metiéndolo entre las sábanas de la Reina Mª Luisa y, dada la trayectoria del personaje así como conociendo el talante del liberalismo como "maestro de propaganda", no me extrañaría nada que también le hayan metido unos cuantos brillantes y unas cuantas perlas en los bolsillos.

    Por último, y respecto a Don Sixto, dudo todo que tenga alguna pieza de verdadera importancia, salvo aquello que por parte de su familia haya ido heredando de su antepasada, la citada Reina Dñª Mª Luisa de Borbón-Parma.
    "He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.

    <<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>

    Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.

    Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."

    En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47


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  3. #3
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    Re: Duda: joyas de España

    Tengo entendido que se perdieron con el incendio del Palacio del Buen Retiro.
    Lo más parecido que conozca que tengamos de Tesoro Real, es el denominado Tesoro del Delfín, que puede contemplarse en el Museo del Prado y que trajo Felipe V a su llegada desde Francia.

    Pero en fin paso un artículo que he encontrado por ahí:

    EL CETRO Y LA CORONA REAL

    En el Reino de España, tras los Reyes católicos, no hubo ceremonia de coronación similar a las de Francia o Inglaterra, por lo que no era estrictamente necesario crear un tesoro con joyas par ala ocasión, como hoy existe en Dinamarca, Noruega, Suecia o Gran Bretaña
    [IMG]http://groups.msn.com/isapi/fetch.dll?action=MyPhotos_GetPubPhoto&PhotoID=nFwAAAM8FQy!O*oTfphuhjv7TdDvLGhhZzGZk7N8R8nCpcc9CAO8ETA[/IMG]
    Proclamada reina a tenor e la secular tradición española, Isabel II comenzó su reinado bajo la regencia de su madre María Cristina de Borbón. La jura efectiva como reina constitucional de Isabel II, se celebró el día 10 de noviembre de 1843, y se rigió por lo preceptuado en la Constitución vigente de 1837. A la izquierda de la Reina se situó su hermana, heredera sin proclamar como princesa de Asturias, la Infanta Doña María Luisa Fernanda. Ambas fueron vestidas de gala, adornadas con alhajas representativas y luciendo la banda de la Orden de María Luisa. Se encontraban rodeadas de los altos cargos palatinos, del Gobierno, miembros de las Cámaras, autoridades civiles, militares, eclesiásticas y Cuerpo Diplomático.

    La Jura de la Reina Isabel, fue precipitada, fruto de la renuncia del regente Espartero, que hicieron adelantar la mayoría de edad de la Reina. Se escogió el Palacio del Senado, cuyo gran salón de sesiones presidía un aparatoso dosel de terciopelo granate, bojo el que se situó el trono de la reina. A su derecha, los atributo de la realeza, representado por la gran corona de plata dorada, del sigo XVIII, y un bastón de mando, al que se quiso ver aires de cetro, fabricado en Praga a principios del siglo XVII. La corona es un sencillo símbolo, a efectos funerarios, de plata sobredorada, sin pedrería y, sobre todo, sin tradición. Una sencilla pieza fúnebre, que se ha convertido en el símbolo de la Monarquía Española.

    Ni la corona tubular dieciochesca (custodiada en aquellos momentos en el Palacio Real Madrileño) ni ninguna otra que hiciera sus veces estuvo presente en la ceremonia de proclamación de Alfonso XII y reaparecerán con motivo de la jura de la reina Maria Cristina de Hasburgo, segundo esposa de Alfonso XII, como regente del Reino. La Reina Viuda, de luto riguroso, juró sobre un ejemplar de la Constitución. Se encontraban presentes el Gobierno de la Nación, los integrantes de las Cámaras y el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Corte Española, a cuya cabeza figuraba la Familia Real, representada por las infantas Isabel y Eulalia y por el infante Antonio de Orleáns, los cuales se situaron junto a los atributos de la raleza, ya utilizados en la jura de Isabel II en 1843. Curiosamente, los atributos de la realza se situaron a la izquierda del trono para resaltar que quien juraba lo hacía en calidad de regente y no de monarca propietario.


    El 17 de mayo de 1902 se siguió parecido protocolo para celebrar la mayoría de edad dinástica de Don Alfonso XIII. Nuevamente cumplieron su función simbólica los modestos atributos de la realeza, en este caso ocupando su plaza habitual, a la derecha del estrado elevado en el salón de plenos del palacio del Congreso de los Diputados. Alfonso XIII, luciendo las insignias del Toisón de Oro y de la Orden de Carlos III, juró respetar el contenido de la Carta Magna.

    Tras el paréntesis iniciado el 14 de abril de 1931, con la proclamación de la segunda república, y cerrado con el fallecimiento del Generalísimo Francisco Franco Bahamonde, ocurrido el 20 de noviembre de 1975, el día 22 de diciembre se celebró sesión conjunta de las Cortes Españolas y del Consejo del Reino en la que, tras el oportuno juramente del hasta entonces Príncipe de España, tomado por el presidente de las Cortes y de los Consejos del Reino y de Regencia, Rodríguez de Valcárcel, quedó proclamado como Rey de España Don Juan Carlos de Borbón y Borbón, que desde ese momento reina como Juan Carlos I. El hasta entonces Príncipe de España, lucia ya en su uniforme lo distintivo de capitán general, rango que le había sido conferido horas antes por el Consejo de Regencia, y ostentaba la venera del Toisón de Oro, la Banda y la placa de la Orden de Carlos III y la placa de la Gran Cruz de la Orden del Mérito Militar con distintivo Blanco. La princesa Doña Sofía vestía de largo, de color rosa fuerte con sencillos bordados, luciía un pequeño broche e perlas y se prendía la banda y placa de la Orden de Carlos III y el lazo de la Orden de Damas de María Luisa. En la prensa de la época, equivocadamente, se hablaba de la banda de la Orden de Isabel la Católica y, veinte años después, aún se arrastraba tal error al repetir estas reseñas los artículos conmemorativos de la efeméride. Junto al atril que usaría Don Juan Carlos para dirigir a la Nación el primer discurso de la Corona, se dispuso una especia de amplio escabel y, sobre él, un cojín procedente de la Capilla de Palacio, donde se colocaron la corona y l cetro, custodiados en el Real Alcázar, y el crucifijo que habitualmente se encuentra en el despacho del presidente de la Cámara.

    La Constitución de 1978, en su artículo 61.1, nos ofrece la única y parca disposición vigente al respecto: “El Rey, al ser proclamado ante las Cortes Generales, prestará juramento de desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas”.

    Las Coronas de Isabel II

    La corona de Isabel II forma parte del conjunto pertenenciente al santuario de la virgen de Atocha, donada a la iglesia por la reina por haber sobrevivivido a un atentado, guardada en el palacio de Oriente en Madrid. El conjunto se compone de corona grande para la virgen, mas pequeña para el niño y un rostrillo, todo ello en brillantes y topacios.
    La corona de Isabel II forma parte del conjunto pertenenciente al santuario de la virgen de Atocha, guardado en el palacio de Oriente en Madrid. El conjunto se compone de corona grande para la virgen, mas pequeña para el niño y un rostrillo, todo ello en brillantes y topacios.





    Tesoro del Delfín

    Uno de las colecciones más espectaculares del Prado es el Tesoro del Delfín, denominado así por haber pertenecido al Gran Delfín Luis, hijo de Luis XIV de Francia, y padre del rey Felipe V. El Tesoro llegó a España a la muerte del Delfín, en calidad de herencia paterna del primer monarca español de la casa de Borbón.
    El conjunto lo componen más de ciento veinte piezas de los siglos XVI y XVII. Se trata en su mayor parte de vasos destinados a manjares líquidos y sólidos -en su mayoría dulces o frutas confitadas-, cuya función debió ser decorativa en una amplia proporción.
    Las piezas que más llaman la atención son las de piedras duras, las más numerosas ágatas y jaspes, pero también de jade, lapislázuli y turquesa. De entre todas ellas sobresalen el Salero de ónice con sirena de oro, obra maestra de la orfebrería francesa del siglo XVI, El vaso de lapislázuli con dragones de esmalte y El barquillo con dragón.
    En cuanto a la colección de cristal de roca, las tallas forman los más diversos motivos, desde el simple arabesco hasta escenas de la Biblia. Piezas capitales son la Fuente de los doce césares, el Vaso de la vendimia, el Vaso de la Montería, el Vaso de Moisés y la Copa de las Cuatro estaciones.
    Completan la colección una serie de cofres y copas guarnecidas con camafeos y varios camafeos sueltos, entre los que se encuentran los retratos de Richelieu y de Enrique IV.




    http://www.museodelprado.es/pagina-p...ro-del-delfin/


    El resto de las joyas, tengo entendido que son privadas.

    Pero más vinculado a tu pregunta:

    Este articulo esta extraído de: Retratos de la historia.

    La Corona tumular de los Reyes de España (Palacio Real de Oriente, Madrid), tiene un valor mucho más simbólico que económico: cincelada en plata sobredorada, fue realizada por orden del rey Carlos III, para figurar en las exequias de los monarcas españoles o en las aperturas ceremoniosas de las Cortes, como el día de la proclamación del rey Juan-Carlos I, en noviembre de 1975

    La implicación de Manuel de Godoy y Álvarez de Faria, 1er duque de Alcudia y Príncipe de La Paz, más tarde Príncipe romano de Bassano, ex-valido de Carlos IV y amante de María-Luisa de Parma, y de su amante Josefa "Pepita" Tudó, condesa de Castillofiel por gracia del rey y, posteriormente (7 de febrero de 1829), 2ª esposa de Godoy, tras fallecer la primera y desdichada mujer de éste, la célebre Condesa de Chinchón (muerta en 1828), en la desaparición de las "Joyas de la Corona Española".

    En la biografía de Carlos IV, obra de Carlos Rojas, se echa luz suficiente sobre la implicación del valido y de su amante a raíz de la desaparición de las alhajas de la Corona Española después del patético episodio de la entrevista de Bayona, en la cual Carlos IV y su hijo Fernando VII, enfrentados entre sí, acabaron renunciando a la corona española con Napoleón mediando. Fernando acabó siendo huésped forzoso del príncipe de Talleyrand-Périgord en su castillo de Valençay, en Francia, mientras Carlos IV, su esposa y su ex-valido eran confinados en el palacio de Compiègne. En cuanto al trono de las Españas, acabó siendo adjudicado a José Bonaparte, hermano mayor de Napoleón y a la sazón, rey de Nápoles hasta la fecha (1808).


    Carlos IV, Rey de España (1748-1819); retratado en 1788 por Francisco de Goya y Lucientes

    Sobrevino la guerra de Independencia Española, cáncer que acabó por minar la expansión napoleónica en el suroeste de Europa y, en consecuencia, dió lugar al retorno a Madrid del exiliado Fernando VII "el Deseado" en 1814. Carlos IV y María-Luisa siguieron expiando sus "pecados" en Roma, con la promesa filial de recibir a cambio una pensión anual que siempre llegaba con retraso y con mucha desgana por parte de Madrid. De hecho, Fernando VII se había enzarzado nuevamente en una pelea contra su padre, en su afán por dar con el secreto paradero de las Joyas de la Corona que, en 1808, habían sido previamente sustraídas. Se acusaba por entonces a Manuel de Godoy, duque de Alcudia, de haber echado mano de aquellas famosas alhajas.


    Manuel de Godoy y Alvarez de Faria, 1er Duque de Alcúdia; retratado por Agustín Esteve

    Es en la ciudad italiana de Verona, en 1815, cuando Godoy y su amante Josefa Tudó, se encuentran con el embajador del emperador de Austria ante la Santa Sede, el príncipe Wenzel von Kaunitz-Rietberg (cuñado de Metternich), quien les propone instalarse en Viena, para que éstos se salven de la implacable persecución de Fernando VII. Por lo visto, Pepita Tudó se percató enseguida de las segundas intenciones que Kaunitz albergaba bajo su invitación: Viena se interesaba por el secreto paradero de las Joyas de la Corona Española y, para ello, tener a Godoy y a su amante a buen recaudo, resultaría más fácil dar con ellas. Despacha pues el diplomático una solicitud a Viena para la naturalización austríaca del duque de Alcudia desde Verona, y luego desde su embajada de Roma, otro requerimiento de ciudadanía a favor de la Condesa de Castillofiel (Josefa Tudó). La reina María-Luisa avalará la decisión de Kaunitz, cursando carta al emperador Francisco II para obtener mayor celeridad por parte de la administración imperial. Por su parte, y bien enterado Fernando VII por sus emisarios en Roma, se opone inmediatamente al viaje de Godoy y la Tudó a Viena, temiendo que con ellos desaparezcan las alhajas que anda reclamando con insistencia.


    Fernando VII, Rey de España (1785-1833)

    Para evitar la partida de Godoy a Viena junto a Josefa Tudó, Fernando VII usará de sus influencias para sabotearles los planes. Su emisario en Italia, Vargas Laguna, comprará la policía Genovesa que echará de la ciudad a la condesa de Castillofiel y a su séquito. Con la salida de la Tudó, sale igualmente su recién nombrado secretario que responde al nombre de José Martínez, que tiene fama de políglota y afrancesado, y que, avalado con una carta de recomendación de Kaunitz, se presentó a la Tudó como postulante al cargo de escribano confidencial. Tanto Godoy como Josefa Tudó cayeron en la trampa puesto que, en realidad, el supuesto secretario y su mujer, eran delatores a sueldo de la embajada española en Roma.

    Refugiada la condesa de Castillofiel en la ciudad de Liorna, los tentáculos de Fernando VII llegan hasta aquella localidad, corrompiendo las autoridades locales y obteniendo que la expulsen a Pisa en septiembre de 1817. Mientras tanto, Madrid enviará a Pedro de Cevallos (primo político de Godoy) a Viena -con escala a Roma- para evitar que el emperador otorgue asilo al duque de Alcudia y a su "fulana". Cevallos será recibido en el palacio Barberini por Carlos IV, puesto que es portador de un correo del rey Fernando, donde exige su intervención contra la concesión de ciudadanía austríaca a Godoy, y a la "ladrona" condesa de Castillofiel, sospechosa a todas luces, de ser la que sustrajo las joyas de Madrid. Obediente a las directrices de su hijo, Carlos IV ejecutará prestamente una carta en la que rogará explícitamente al emperador Francisco II de Austria, que rehúse acoger en su país y dominios imperiales a la execrable pareja por ser considerados los autores materiales de la sustracción de gran parte del patrimonio nacional.


    Francisco II de Austria-Lorena, Emperador de Austria; retratado por Lawrence

    Al mismo tiempo, y por consejo del 1er ministro austríaco Metternich tras una entrevista en Luca, Godoy y Pepita Tudó solicitan un préstamo de 84.000 Reales de la banca Taleia y Dospotti de Liorna, contra una orden de su banquero en Roma, el conde Domenico de Lavaggi. Negociado el préstamo, manda Pepita a su secretario a Austria, con aquellos fondos, para que le libre poderes y abra crédito en Viena. Mientras tanto, en Pisa, la Tudó se ve despiadadamente amenazada por el legado del rey de España, Eusebio de Bardaxí, quien le exige la entrega del tesoro que, supuestamente, sustrajo con Godoy y la reina Maria-Luisa.

    A Vargas y a Bardaxí les obsesiona el paradero de la perla llamada "Perilla". A pesar de las reiteradas explicaciones de la condesa de Castillofiel en las que afirma que dicha perla pertenecía a Godoy y se la regaló a la reina antes de salir de España en 1808, y que ésta se la devolvió en Marsella, engarzada al enorme diamante que antaño Carlos IV le había ofrecido al dar a luz a la Infanta María-Luisa "Luisetta". Por añadidura, repite con vehemencia que ella no tiene la alhaja en Pisa. Asegura que la joya obra en poder de Godoy, en Roma. El mismo Carlos IV ratificará por carta las afirmaciones de la condesa de Castillofiel, en una misiva a Vargas. A pesar de la ratificación de Don Carlos, el embajador mantendrá tercamente sus alegatos: si la "Perilla" obra en poder del ex-valido, la reina y Godoy hurtaron las joyas de la Corona y Pepita Tudó les sirve de encubridora.


    Josefa Tudó y Catalán, Condesa de Castillofiel aka "Pepita Tudó"

    El secretario de la condesa será, nada más cruzar la frontera austríaca, retenido en Klagenfürth, sin que le permitan seguir su camino hacia Viena. Después de recibir largas, Martínez vuelve a Pisa y entrega los fondos a la condesa sin haber podido llevar a cabo su cometido. La Tudó se enterará por Kaunitz que su correspondencia privada con la reina y la más íntima con su querido Godoy es intervenida, copiada y leída por la embajada española, a pesar de ser llevada por la valija diplomática del Gran Ducado de Toscana, gracias al permiso del venal gobernador de Roma Monseñor Bartolomeo Pacca, que Madrid ha comprado. Como también le será desvelada la verdadera misión de su propio secretario que, de no haber sido retenido en Klagenfürth por la policía imperial, habría entregado los 84.000 Reales al embajador Pedro de Cevallos en Viena. Quizás la peor parte se la llevaría Carlos IV, al ser descubierto su doble juego al pedir secretamente que se obstruyera el trámite de concesiones de ciudadanía a favor de Godoy y de la condesa de Castillofiel, con el fin de no perder la renta que percibía de Madrid.

    Gracias a las revelaciones del embajador austríaco von Kaunitz-Rietberg, Josefa Tudó se entera de las inquietantes conspiraciones que se han ido tejiendo alrededor de Godoy y de ella misma, entre el palacio Barberini (residencia de Carlos IV en Roma), Madrid y las embajadas españolas en Viena y Roma. La intervención de Metternich resulta decisiva en el destape de la conjura española, cuando es retenido en Klagenfürth su propio secretario Martínez con los 84.000 Reales, con el fin de impedirle reunirse con Pedro de Cevallos, embajador de Fernando VII en Viena, y entregarle esa fortuna. Pero la autoría de la peor de todas esas felonías recaía en un hombre del cual los mejores cerebros de Europa, Napoleón I incluído, creían un eterno bobo, víctima de tramas ajenas, empezando por las de su propia esposa Maria-Luisa de Parma. Por ganarse la suculenta pensión prometida por su hijo Fernando VII, Carlos IV se apresuró en pedir "por decoro hacia él, su hijo y sus súbditos españoles" a Francisco II de Austria que denegara la naturalización de Godoy y de la Tudó -carta que fue dictada por Pedro de Cevallos, siguiendo las directrices de Fernando VII-.


    El Príncipe Klemens Wenzel Lothar von Metternich-Winneburg (1773-1859), Canciller del Imperio Austro-Húngaro

    Pedro de Cevallos llegaría a Viena el 13 de octubre de 1817 con la famosa carta rubricada por Carlos IV. A sabiendas del contenido de la misiva, Metternich lo retuvo en una humillante a la par que larguísima espera, antes de concederle audiencia tanto en La Hofburg (palacio imperial de Viena) como en la Cancillería. En aquella carta no solo se contentaba Carlos IV en cubrir a Godoy de los más inimaginables delitos, sino que además, que una furcia despendolada como la condesa de Castillofiel (Pepita Tudó), debía impedírsele la entrada en Austria por razones de estricta moralidad. Aún después de semejante lectura, Metternich seguía en su intención de concederles a Godoy y a la Tudó la nacionalidad austríaca... Sin embargo, Francisco II temeroso de peores escándalos , y al cabo de largas dudas, negó acoger en su imperio a esos dos "criminales".

    El 2 de febrero de 1818, Godoy se enteró de que era "persona non grata" en Austria, recibiendo la noticia con gran entereza. Poco antes, Metternich, ya sabedor de la negativa imperial, comprendiendo a duras penas cómo la Corona Española concentraba tanta y tan costosa saña en dos personas como Godoy y Tudó, se topó con Cevallos y le soltó: "¡Podéis sentiros orgulloso de vos mismo, señor embajador!"

    Por si fuera poco, Carlos IV envió una carta al gran-duque de Toscana, rogándole, a petición de Vargas (15 de diciembre de 1817), asistencia de unos jefes de palacio escogidos entre los más probados y discretos, para que acompañaran a Eusebio Bardaxí y a Vargas Laguna, cuando se resolvieran a forzar las puertas de la residencia de Pepita Tudó, con la intención de hacer un exhaustivo registro de todas las estancias, para buscar las joyas robadas. Pero, obrando enteramente sola, Pepita consigue burlar a sus perseguidores: a sabiendas que su correspondencia es leída y copiada, envía una misiva a su hermana Socorro Tudó, marquesa de Stefanoni, rogando su inmediata presencia y la del marido de ésta en Pisa, insinuando no muy claramente que es para entregarles las supuestas joyas y que se las lleven a Roma para dejarlas a buen recaudo. El propio marqués de Stefanoni, bien huntado por Madrid, irá prestamente a entregar esa famosa misiva de su cuñada al embajador español. Inmediatamente después, Vargas y Bardaxí se presentan en casa de la condesa de Castillofiel, escoltados por sus esbirros. A golpes y con pocas contemplaciones, desdeñando los gritos y lloros del servicio de la condesa, registran la casa desde el sótano hasta el tejado, sin dejarse siquiera la habitación donde agoniza de tuberculosis el hijo de la Tudó, Luisillo. En esas bárbaras pesquisas, solo encuentran un aderezo de perlas orientales y zafiros, otro de brillantes con un anillo y un solitario; un tercero de diamantes con pendientes a juego; un cuarto de diamantes y corales, otro collar de perlas y un cofrecillo vacío que antes contuvo una botonadura de Carlos IV y que, dicho monarca, había regalado a Fernando VII.

    Salvo el cofrecillo, que la Tudó se presta a devolver en seguida con cierto tono de ironía, demuestra ser de su exclusiva pertenencia todas aquellas alhajas, y así lo confirmarán los reyes ante el defraudado y furioso Vargas Laguna. Para colmo, la más preciada de tan pocas joyas, el aderezo de perlas y zafiros, es miserablemente tasado por un joyero de Roma, por la risible suma de 6.600 duros, cuando el embajador exige valorarlo. Carlos IV y Maria-Luisa insistirán en que "semejantes porquerías" debían restituirse inmediatamente a la condesa de Castillofiel.

    No obstante, en el transcurso de los años y ya casados y establecidos en París Pepita Tudó y Manuel de Godoy, un informe secreto de la Policía Francesa atribuye a "Madame Godoy" en 1831, suntuosas joyas ampliamente exhibidas en brazos y generoso escote, por valor de más de 4 millones de Francos!!!

    Para colmo, Godoy puso todos sus bienes (por prudencia) a nombre de Pepita Tudó, la cual alquila un palacete en la calle Saint-Honoré, y una amplia casa campestre en Montigny. Asimismo obtendrá un préstamo de 600.000 Francos del parisiense Banco Rollac, garantizado con parte de sus alhajas, con la excusa de ayudar a unos compatriotas amigos refugiados en Francia. En 1834, ya muerto Fernando VII, la Tudó volverá a Madrid para negociar la restitución de los bienes de Godoy...
    Cabe entonces suponer que Pepita Tudó tuvo en su poder las Joyas de la Corona Española y que supo engañar maravillosamente a sus perseguidores hasta el final.


    http://herenciaespanola.blogspot.com...a-espaola.html

  4. #4
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    Re: Duda: joyas de España

    ¡ Sopla! qué rocambolesca historia, ( ), desde luego, habría sido digna de contar entre los mejores casos de Sherlock Holmes.

    Jamás hubiera sospechado algo semejante, si es que los libros de Historia no cuentan nada.
    "He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.

    <<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>

    Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.

    Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."

    En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47


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  5. #5
    Avatar de Val
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    Re: Duda: joyas de España

    Yo también tenía entendido que la monarquía española no era "coronada", es decir, que no existía corona real, "la púrpura", cetro y demás parafernalia, a diferencia de la monarquía británica. Estos, los británicos, imitaron en su día la “pompa y circunstancia” del elaborado rito bizantino, rito que se caracterizaba por tratar a su emperador como un ser casi divino.

    Aquí cuando se coronó al rey Juan Carlos (que más que coronarlo juró el cargo) en un sitio visible se colocó una corona y un cetro, pero parece ser que dichos objetos sólo querían significar un símbolo, no que en realidad estos fueran “reales”, es más, nadie en esos momentos “coronó” a nuestro actual rey, fue más una ceremonia civil, a diferencia a cuando se entroniza a un rey británico que se suele hacer en una catedral (Westminster) con un rito religioso.

    En una ocasión oí a un experto en protocolo de la Casa Real decir que a la monarquía actual española se la solía llamar “la corona” pero que en realidad este término era erróneo. Lo de “la corona” sería una palabra que se había adoptado a imitación de cómo en Gran Bretaña se alude generalmente a su familia real.

    Última edición por Val; 30/10/2008 a las 14:05

  6. #6
    Avatar de Hyeronimus
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    Re: Duda: joyas de España

    Así estamos. Godoy y su amante se llevan las joyas de la corona, los rojos mandan el oro a Moscú cuando ven que van a perder la guerra, y hace unos meses se vendió buena parte de las reservas de oro de España.

    Desde luego no me extraña lo de Godoy, personaje de los peores que hemos sufrido en España. El artículo de Fernando Díaz Villanueva que reproduzco a continuación da una idea de lo vomitivo que era y las barbaridades que hizo. Habría sido capaz de vender a su madre el muy hijo de mala ídem.

    Godoy, el rufián coronado

    Por Fernando Díaz Villanueva

    A la muerte de Carlos III el fecundo tronco borbónico se secó sin remedio. Su hijo y sucesor no heredó ninguna de sus virtudes, y sí, en cambio, alguno de sus peores defectos. Caprichos de la genética. Era grandullón, alelado y sosainas. No hay más que mirarle fijamente a la cara en cualquiera de los muchos retratos que Goya le dedicó para percatarse de que Carlos el Cuarto era tonto de capirote.

    Cabecita de ajo, mirada bovina, panza agradecida y boca minúscula. Carecía de la formación más elemental para hacerse cargo de la Corona. A cambio, era un excelente carpintero, un obsesivo coleccionista de relojes y un mediocre violinista, que atormentaba a sus sirvientes desafinando a placer. Cualidades encomiables pero poco útiles para regir los destinos de la que aún era una de las monarquías más poderosas de la Tierra.

    Cuando le llegó el momento de elegir esposa le mostraron, tal y como se llevaba entonces, varios retratos de otras tantas princesas casaderas. Como no se podía decidir lo delegó en su padre, a quien la cosa ni le iba ni le venía. Al final fue su abuela, Isabel de Farnesio, quien designó a la siguiente reina de España. La elegida era una parmesana vivaracha, altiva, mandona y fea. Todo, menos lo primero, se agravaría con la edad. Al llegar a España se acomodó todo lo bien que pudo a su condición de princesa de Asturias, y esperó pacientemente, durante veinte largos años, el momento de ascender al trono.

    En diciembre de 1788 murió Carlos III. Tres meses antes había ocurrido algo inesperado. Los príncipes de Asturias, ya metidos en años y dedicados a la holganza, viajaban de Segovia a La Granja. En el camino, a uno de sus guardias el caballo le hizo una cabriola y dio con sus huesos en el suelo. La princesa Maria Luisa, que lo había visto desde la ventanilla de su carroza, descendió alarmada para interesarse por la salud del jinete. Le vio entonces levantarse intacto, con una amplia sonrisa y radiando galantería. El accidentado se llamaba Manuel Godoy, un hidalgo extremeño de unos veinte años que servía en la Guardia de Corps.

    La afición de la reina por los guardias jóvenes y apuestos era la comidilla de la Corte. De hecho, se decía que alguno había pasado ya por su lecho mientras el rey se encontraba de cacería, afición que practicaba a diario (entre él y su padre esquilmaron de caza mayor los montes cercanos a Madrid). El flechazo con Godoy fue inmediato. Al poco fue promovido dentro de la Guardia, y en apenas un año ya era caballero de la Orden de Santiago y titular de una encomienda que le reportaba jugosas rentas.

    Tenía 23 años, y era sólo el principio. A los 24 fue nombrado mariscal de campo, gentilhombre de cámara y teniente general. A los 25 le llegó el ducado de Alcudia, la grandeza de España y el Toisón de Oro. A los 26, la capitanía general de los Ejércitos, otro ducado, un marquesado y un señorío.

    A los honores le siguieron enormes riquezas. De ganar 210 reales mensuales como guardia en 1788 pasó, cinco años después, a percibir 803.000 reales y a tener un patrimonio de difícil cuantía: palacios, fincas y obras de arte, que le fueron incautadas cuando su estrella se apagó, en 1808. El pueblo aprendió a odiarle a conciencia. Aquí, la envidia es el deporte nacional, y no es cosa de ahora.

    En la Corte de Madrid, entre tanto, cundía el desasosiego. El rey no resolvía y la reina, verdadera dueña de la Corona, no sabía que hacer. En Francia había estallado la revolución. Los reyes, asustadizos e incapaces, dejaron de confiar en los ministros que les había legado Carlos III. Floridablanca y el conde de Aranda cayeron en desgracia. Su hueco vendría a ocuparlo el joven y afortunado guardia. Los monarcas europeos sellaron una alianza para frenar a los revoltosos franceses. Godoy, ya convertido en valido omnipotente, creyó llegado el momento de regalar a la reina, su amante y protectora, una gesta militar que justificase los favores recibidos.

    Concentró tropas en Cataluña, para que penetrasen en el Rosellón y diesen su merecido a los jacobinos, que acababan de cortar el gaznate al primo del rey. De ahí no pasaron. El general Ricardos murió en Perpiñán, mientras el ejército de la Convención invadía Guipúzcoa, Álava y La Rioja. Como no era cosa de dejar que los franceses avanzasen más y se hiciesen con Madrid rematando el ridículo, Godoy pidió la paz, traicionando a sus aliados.

    El apaño se celebró en Basilea. Los franceses se mantendrían al otro lado del Bidasoa, pero a cambio de tal merced el rey Carlos les compensaba con la mitad de La Española, actual Santo Domingo, razón por la cual hoy en Haití se habla algo parecido al francés. El cambalache sirvió como excusa para conceder a Godoy el estrafalario título de Príncipe de la Paz. Algo inaudito, porque en España, desde la Edad Media, la condición principesca sólo la ostentaba el hijo del rey.

    La rendición de Basilea y su posterior epílogo, el tratado de San Ildefonso, serían letales para España; de ellos se derivarían muchos de los males que la afligieron en los años siguientes. Desde ese momento Godoy se dedicó en exclusiva a atender sus ambiciones personales, la cama de la reina y los deseos de los franceses. En ese orden.

    La relación adúltera entre Maria Luisa de Parma y el advenedizo era ya tan escandalosa que el pueblo, ingenioso como de costumbre, inventaba coplas que se cantaban por ventas y tabernas. Muchas eran producto de la fértil imaginación de la buena gente del común; otras, sin embargo, nacían en el Palacio Real, en los aposentos del otro príncipe, el de Asturias. Fernando, que a pesar de su juventud era un dechado de rencor y maledicencia, odiaba a muerte al amante de su madre. Espoleado por su preceptor Juan de Escoiquiz, montó un gabinete de propaganda contra el válido y sus padres.

    Una vieja insolente
    le elevó desde el cieno
    burlándose del bueno
    del esposo, que es harto complaciente

    A Godoy, que se había soñado protagonista de cantares de gesta, las tonadillas populares le sentaban a cuerno quemado. Para acallar los chismorreos, y a pesar de que el valido mantenía a otra amante fija, Pepita Tudó, Maria Luisa le buscó una esposa de alcurnia, alguien que le abriese las puertas de la aristocracia, renuente a aceptar en sus filas a un vulgar palafrenero. Maria Teresa de Borbón, prima hermana del rey, que iba para monja, fue obligada a casarse con el Príncipe de la Paz. Pepita Tudó recibió un condado como premio de consolación y siguió donde estaba, dándole hijos bastardos, que acompañarían a los legítimos de la Borbón y al que le hizo a la reina. Porque Francisco de Paula, el benjamín de la Familia Real, era clavado a Godoy. Y si no, mire, mire el cuadro de Goya.

    La alianza con Francia nos llevó al desastre naval del cabo de San Vicente y a los asedios de Cádiz, Puerto Rico y Tenerife, donde Nelson perdió el brazo pero no la bravura, ya que se tomó cumplida venganza ocho años después en Trafalgar, la derrota más tonta de nuestra historia.

    En el interior el desgobierno no era menor. Alejandro Malaspina, un marino a la altura de James Cook pero al que tocó vivir en el país equivocado, lo veía muy negro en un informe que remitió al rey: "El erario arruinado, la Nación empobrecida y sin moral alguna, el comercio estancado, los Ejércitos y la Marina formados por gentes violentas e incapaces de obrar con autoridad". Pero el rey no reinaba, de manera que Malaspina fue detenido, acusado de conspiración y encerrado de por vida en el castillo coruñés de San Antón.

    El desbarajuste le terminó costando el puesto, pero no por mucho tiempo. En Francia daba comienzo la era de Napoleón, un joven general de la edad de Godoy cuya ambición se lo comía vivo. Los planes de Napoleón eran, sin más preámbulos, conquistar Europa y poner el continente a las órdenes de París. En esto España jugaba un pequeño pero decisivo papel.

    Godoy era el hombre perfecto. Napoleón no le tenía en la más mínima estima, pero el extremeño, tan sobrado de ganas como falto de talento, podía ponerle en bandeja lo que deseaba. Obligó a los reyes a avenirse a un nuevo acuerdo con Francia en San Ildefonso, por el cual España regalaba la Luisiana a Napoleón y se comprometía a declarar la guerra a Inglaterra y a Portugal. A cambio, nada. Lo de Inglaterra se despachó de muy mala manera frente a las costas de Cádiz; lo de Portugal, en una batallita a la medida de su general: un desfile militar desde Badajoz hasta la vecina Olivenza. Se la llamó la Guerra de las Naranjas porque, para anunciar la victoria, el galán envió a Madrid un ramo de naranjo dirigido a la reina.

    Los portugueses pidieron la paz, que no tardó en llegar. Napoleón la necesitaba para reorganizarse y para proclamarse emperador. Hecho esto, emprendió de nuevo la guerra, su guerra. En España, Godoy se veía asediado por el pueblo, por la nobleza y por el príncipe Fernando, que conspiraba contra su padre. Una merienda de negros que terminó como terminó.

    El balance de su privanza no podía ser más negativo, pero aún le restaba dar el do de pecho. En el Tratado de Fontainebleau, Portugal quedaba partido en tres: una parte para los reyes de España, otra para Napoleón y la tercera para Godoy, convertido en el Príncipe de los Algarves. Para llevarlo a cabo era preciso que tropas francesas cruzasen el país. Godoy contempló complacido cómo los soldados franceses se dirigían a conquistar su pequeño principado.

    Los acontecimientos se aceleraron. En marzo de 1808 el pueblo de Aranjuez asaltó el palacete del ministro. Se lo encontraron escondido en un desván, detrás de una alfombra. Le obligaron a renunciar a sus cargos. El príncipe Fernando, aprovechando el ambiente revuelto, forzó al rey a abdicar en él, cosa que el timorato monarca hizo de mil amores.

    Godoy fue conducido a Villaviciosa de Odón, y de ahí a Bayona, donde se escribiría uno de los episodios más abyectos y miserables que ha perpetrado la monarquía española. Al amparo del emperador, se reunieron el padre, la madre, el hijo y el amante. Carlos IV declaró nula su abdicación de Aranjuez y reclamó la devolución de sus derechos. Se los cedió entonces a Napoleón Bonaparte, que los traspasó a su hermano José. Todo, por sendas pensiones y un castillo. Godoy, que no estaba por molestar, no dijo esta boca es mía.

    Acababan de vender el reino, el envase; pero España, el contenido, no quería ser vendida. Coincidiendo con la comedia de Bayona, los madrileños se levantaron en armas contra los invasores franceses. La mecha no tardó en prender. Aunque sus monarcas hubiesen firmado el certificado de defunción, la Nación no estaba muerta. Daba comienzo la Guerra de la Independencia y España amanecía al mundo contemporáneo; a golpes, como siempre hemos hecho aquí las cosas.

    Los traidores se refugiaron en Francia, mientras pudieron, bajo la protección de Napoleón. La caída del corso restituyó a Fernando la Corona como Fernando VII, el peor y más mezquino de los muchos reyes que han pasado por esta tierra. Carlos y María Luisa se exiliaron en Roma, junto a Godoy buscando el amparo del Papa. Allí morirían en enero de 1819, con doce días de diferencia. Ella antes que él. Hasta en eso fue obediente el simple de Carlos IV.

    El que fuera Príncipe de la Paz, vilipendiado y objeto de las peores burlas, emigró a París, donde vivió trampeando hasta su muerte, en 1851. Su figura estaba ya tan olvidada que nadie se interesó por él, ni su esposa ni su amante, que le habían abandonado. De sus tiempos de gloria pocos se acordaban, y los que lo hacían era para mal. Siglo y medio después, ahí sigue, en una desmemoriada tumba del cementerio de Père Lachaise. Nadie ha reclamado sus restos.

    http://findesemana.libertaddigital.c...276231260.html

  7. #7
    Avatar de Cirujeda
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    Re: Duda: joyas de España

    ¿Los datos que aporta Díaz Villanueva están respaldados por algún autor no liberal?
    "La Verdad os hará libres"

  8. #8
    Avatar de Hyeronimus
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    Re: Duda: joyas de España

    Sí, claro, ya sé que Díaz Villanueva es un liberalón, pero en general (aunque a veces no concuerdo con él) sus artículos sobre historia no están mal y su estilo simpaticote los hace agradables de leer y pueden servir para interesar a muchos que no sean aficionados a la historia. De todos modos, es sabido que Godoy era un impresentable y un traídor. Además, es cierto lo que dice de los distintos tratados y de cómo entregó posesiones españolas y cometió todas esas traiciones. Ningún autor no liberal te hablará tampoco bien de Godoy. Es odiado por todos porque era un personaje odioso.

  9. #9
    Avatar de Irmão de Cá
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    Re: Duda: joyas de España

    Si, a mi también me parece rigoroso, aunque casi bromoso por el estilo. En el enlace abajo podeis ver que en Portugal, Godoy tiene analisis historico semejante...

    http://www.arqnet.pt/exercito/godoy.html
    res eodem modo conservatur quo generantur
    SAGRADA HISPÂNIA
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  10. #10
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    Re: Duda: joyas de España



    Corona de Recesvinto



    La verdad es que tiene una forma curiosa¿cómo se la pondrian?

    Si hubiera coronación, debiera ser en mi opinión con esta corona.

    "El vivir que es perdurable
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  11. #11
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    Re: Duda: joyas de España

    Cita Iniciado por mazadelizana Ver mensaje
    La verdad es que tiene una forma curiosa¿cómo se la pondrian?
    ¿No se habrán confundido y será una lámpara del castillo?

  12. #12
    Avatar de mazadelizana
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    Re: Duda: joyas de España

    Es que es igual que una lámpara de techo.Quizás estaba colgando de un soporte que tenia el trono, sobre la cabeza del monarca por que sino, no me explico que utilidad tendría.¿Alumbrar?

    "El vivir que es perdurable
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  13. #13
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    Re: Duda: joyas de España

    Otra cuestión que probablemente cause la falta de una vistosa corona. Se debe a que uno de los títulos que ostentaba el emperador Carlos I era el de rey de Jerusalén. En función de respeto y reconociendo a Cristo como exclusivo rey de Jerusalén y como corona la de espinas. El y sus descendientes se negaron a portar cualquier corona.
    ReynoDeGranada dio el Víctor.

  14. #14
    Avatar de muñoz
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    Re: Duda: joyas de España

    mazadelizana , es justo lo que habias dicho tu, la corona se colgaba del techo o de un baldaquino y quedaba por encima del monarca
    (pero no alumbraba) .

    A los demas gracias por satisfacer mi duda .

  15. #15
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    Re: Duda: joyas de España

    Habia que ser vago para ser incapaz de portar una corona en la cabeza y colgársela del trono.

    Me da que esa la ultilizaban para reuniones,cenas serias y tendrian otra más normal para el día a día

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  16. #16
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    Re: Duda: joyas de España

    yendome un poco del tema, me he fijado que encima de las columnas de plus ultra del escudo nacional las coronas son ditintas. ¿por que?

  17. #17
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    Re: Duda: joyas de España

    ¿En la bandera constitucional?

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  18. #18
    Avatar de muñoz
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  19. #19
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    Re: Duda: joyas de España

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Es la misma corona, dibujada con otro estilo pero la misma.

    "El vivir que es perdurable
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