Tengo entendido que se perdieron con el incendio del Palacio del Buen Retiro.
Lo más parecido que conozca que tengamos de Tesoro Real, es el denominado Tesoro del Delfín, que puede contemplarse en el Museo del Prado y que trajo Felipe V a su llegada desde Francia.
Pero en fin paso un artículo que he encontrado por ahí:
EL CETRO Y LA CORONA REAL
En el Reino de España, tras los Reyes católicos, no hubo ceremonia de coronación similar a las de Francia o Inglaterra, por lo que no era estrictamente necesario crear un tesoro con joyas par ala ocasión, como hoy existe en Dinamarca, Noruega, Suecia o Gran Bretaña
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Proclamada reina a tenor e la secular tradición española, Isabel II comenzó su reinado bajo la regencia de su madre María Cristina de Borbón. La jura efectiva como reina constitucional de Isabel II, se celebró el día 10 de noviembre de 1843, y se rigió por lo preceptuado en la Constitución vigente de 1837. A la izquierda de la Reina se situó su hermana, heredera sin proclamar como princesa de Asturias, la Infanta Doña María Luisa Fernanda. Ambas fueron vestidas de gala, adornadas con alhajas representativas y luciendo la banda de la Orden de María Luisa. Se encontraban rodeadas de los altos cargos palatinos, del Gobierno, miembros de las Cámaras, autoridades civiles, militares, eclesiásticas y Cuerpo Diplomático.
La Jura de la Reina Isabel, fue precipitada, fruto de la renuncia del regente Espartero, que hicieron adelantar la mayoría de edad de la Reina. Se escogió el Palacio del Senado, cuyo gran salón de sesiones presidía un aparatoso dosel de terciopelo granate, bojo el que se situó el trono de la reina. A su derecha, los atributo de la realeza, representado por la gran corona de plata dorada, del sigo XVIII, y un bastón de mando, al que se quiso ver aires de cetro, fabricado en Praga a principios del siglo XVII. La corona es un sencillo símbolo, a efectos funerarios, de plata sobredorada, sin pedrería y, sobre todo, sin tradición. Una sencilla pieza fúnebre, que se ha convertido en el símbolo de la Monarquía Española.
Ni la corona tubular dieciochesca (custodiada en aquellos momentos en el Palacio Real Madrileño) ni ninguna otra que hiciera sus veces estuvo presente en la ceremonia de proclamación de Alfonso XII y reaparecerán con motivo de la jura de la reina Maria Cristina de Hasburgo, segundo esposa de Alfonso XII, como regente del Reino. La Reina Viuda, de luto riguroso, juró sobre un ejemplar de la Constitución. Se encontraban presentes el Gobierno de la Nación, los integrantes de las Cámaras y el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Corte Española, a cuya cabeza figuraba la Familia Real, representada por las infantas Isabel y Eulalia y por el infante Antonio de Orleáns, los cuales se situaron junto a los atributos de la raleza, ya utilizados en la jura de Isabel II en 1843. Curiosamente, los atributos de la realza se situaron a la izquierda del trono para resaltar que quien juraba lo hacía en calidad de regente y no de monarca propietario.
El 17 de mayo de 1902 se siguió parecido protocolo para celebrar la mayoría de edad dinástica de Don Alfonso XIII. Nuevamente cumplieron su función simbólica los modestos atributos de la realeza, en este caso ocupando su plaza habitual, a la derecha del estrado elevado en el salón de plenos del palacio del Congreso de los Diputados. Alfonso XIII, luciendo las insignias del Toisón de Oro y de la Orden de Carlos III, juró respetar el contenido de la Carta Magna.
Tras el paréntesis iniciado el 14 de abril de 1931, con la proclamación de la segunda república, y cerrado con el fallecimiento del Generalísimo Francisco Franco Bahamonde, ocurrido el 20 de noviembre de 1975, el día 22 de diciembre se celebró sesión conjunta de las Cortes Españolas y del Consejo del Reino en la que, tras el oportuno juramente del hasta entonces Príncipe de España, tomado por el presidente de las Cortes y de los Consejos del Reino y de Regencia, Rodríguez de Valcárcel, quedó proclamado como Rey de España Don Juan Carlos de Borbón y Borbón, que desde ese momento reina como Juan Carlos I. El hasta entonces Príncipe de España, lucia ya en su uniforme lo distintivo de capitán general, rango que le había sido conferido horas antes por el Consejo de Regencia, y ostentaba la venera del Toisón de Oro, la Banda y la placa de la Orden de Carlos III y la placa de la Gran Cruz de la Orden del Mérito Militar con distintivo Blanco. La princesa Doña Sofía vestía de largo, de color rosa fuerte con sencillos bordados, luciía un pequeño broche e perlas y se prendía la banda y placa de la Orden de Carlos III y el lazo de la Orden de Damas de María Luisa. En la prensa de la época, equivocadamente, se hablaba de la banda de la Orden de Isabel la Católica y, veinte años después, aún se arrastraba tal error al repetir estas reseñas los artículos conmemorativos de la efeméride. Junto al atril que usaría Don Juan Carlos para dirigir a la Nación el primer discurso de la Corona, se dispuso una especia de amplio escabel y, sobre él, un cojín procedente de la Capilla de Palacio, donde se colocaron la corona y l cetro, custodiados en el Real Alcázar, y el crucifijo que habitualmente se encuentra en el despacho del presidente de la Cámara.
La Constitución de 1978, en su artículo 61.1, nos ofrece la única y parca disposición vigente al respecto: “El Rey, al ser proclamado ante las Cortes Generales, prestará juramento de desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas”.
Las Coronas de Isabel II
La corona de Isabel II forma parte del conjunto pertenenciente al santuario de la virgen de Atocha, donada a la iglesia por la reina por haber sobrevivivido a un atentado, guardada en el palacio de Oriente en Madrid. El conjunto se compone de corona grande para la virgen, mas pequeña para el niño y un rostrillo, todo ello en brillantes y topacios.
La corona de Isabel II forma parte del conjunto pertenenciente al santuario de la virgen de Atocha, guardado en el palacio de Oriente en Madrid. El conjunto se compone de corona grande para la virgen, mas pequeña para el niño y un rostrillo, todo ello en brillantes y topacios.
Tesoro del Delfín
Uno de las colecciones más espectaculares del Prado es el Tesoro del Delfín, denominado así por haber pertenecido al Gran Delfín Luis, hijo de Luis XIV de Francia, y padre del rey Felipe V. El Tesoro llegó a España a la muerte del Delfín, en calidad de herencia paterna del primer monarca español de la casa de Borbón.
El conjunto lo componen más de ciento veinte piezas de los siglos XVI y XVII. Se trata en su mayor parte de vasos destinados a manjares líquidos y sólidos -en su mayoría dulces o frutas confitadas-, cuya función debió ser decorativa en una amplia proporción.
Las piezas que más llaman la atención son las de piedras duras, las más numerosas ágatas y jaspes, pero también de jade, lapislázuli y turquesa. De entre todas ellas sobresalen el Salero de ónice con sirena de oro, obra maestra de la orfebrería francesa del siglo XVI, El vaso de lapislázuli con dragones de esmalte y El barquillo con dragón.
En cuanto a la colección de cristal de roca, las tallas forman los más diversos motivos, desde el simple arabesco hasta escenas de la Biblia. Piezas capitales son la Fuente de los doce césares, el Vaso de la vendimia, el Vaso de la Montería, el Vaso de Moisés y la Copa de las Cuatro estaciones.
Completan la colección una serie de cofres y copas guarnecidas con camafeos y varios camafeos sueltos, entre los que se encuentran los retratos de Richelieu y de Enrique IV.
http://www.museodelprado.es/pagina-p...ro-del-delfin/
El resto de las joyas, tengo entendido que son privadas.
Pero más vinculado a tu pregunta:
Este articulo esta extraído de: Retratos de la historia.
La Corona tumular de los Reyes de España (Palacio Real de Oriente, Madrid), tiene un valor mucho más simbólico que económico: cincelada en plata sobredorada, fue realizada por orden del rey Carlos III, para figurar en las exequias de los monarcas españoles o en las aperturas ceremoniosas de las Cortes, como el día de la proclamación del rey Juan-Carlos I, en noviembre de 1975
La implicación de Manuel de Godoy y Álvarez de Faria, 1er duque de Alcudia y Príncipe de La Paz, más tarde Príncipe romano de Bassano, ex-valido de Carlos IV y amante de María-Luisa de Parma, y de su amante Josefa "Pepita" Tudó, condesa de Castillofiel por gracia del rey y, posteriormente (7 de febrero de 1829), 2ª esposa de Godoy, tras fallecer la primera y desdichada mujer de éste, la célebre Condesa de Chinchón (muerta en 1828), en la desaparición de las "Joyas de la Corona Española".
En la biografía de Carlos IV, obra de Carlos Rojas, se echa luz suficiente sobre la implicación del valido y de su amante a raíz de la desaparición de las alhajas de la Corona Española después del patético episodio de la entrevista de Bayona, en la cual Carlos IV y su hijo Fernando VII, enfrentados entre sí, acabaron renunciando a la corona española con Napoleón mediando. Fernando acabó siendo huésped forzoso del príncipe de Talleyrand-Périgord en su castillo de Valençay, en Francia, mientras Carlos IV, su esposa y su ex-valido eran confinados en el palacio de Compiègne. En cuanto al trono de las Españas, acabó siendo adjudicado a José Bonaparte, hermano mayor de Napoleón y a la sazón, rey de Nápoles hasta la fecha (1808).
Carlos IV, Rey de España (1748-1819); retratado en 1788 por Francisco de Goya y Lucientes
Sobrevino la guerra de Independencia Española, cáncer que acabó por minar la expansión napoleónica en el suroeste de Europa y, en consecuencia, dió lugar al retorno a Madrid del exiliado Fernando VII "el Deseado" en 1814. Carlos IV y María-Luisa siguieron expiando sus "pecados" en Roma, con la promesa filial de recibir a cambio una pensión anual que siempre llegaba con retraso y con mucha desgana por parte de Madrid. De hecho, Fernando VII se había enzarzado nuevamente en una pelea contra su padre, en su afán por dar con el secreto paradero de las Joyas de la Corona que, en 1808, habían sido previamente sustraídas. Se acusaba por entonces a Manuel de Godoy, duque de Alcudia, de haber echado mano de aquellas famosas alhajas.
Manuel de Godoy y Alvarez de Faria, 1er Duque de Alcúdia; retratado por Agustín Esteve
Es en la ciudad italiana de Verona, en 1815, cuando Godoy y su amante Josefa Tudó, se encuentran con el embajador del emperador de Austria ante la Santa Sede, el príncipe Wenzel von Kaunitz-Rietberg (cuñado de Metternich), quien les propone instalarse en Viena, para que éstos se salven de la implacable persecución de Fernando VII. Por lo visto, Pepita Tudó se percató enseguida de las segundas intenciones que Kaunitz albergaba bajo su invitación: Viena se interesaba por el secreto paradero de las Joyas de la Corona Española y, para ello, tener a Godoy y a su amante a buen recaudo, resultaría más fácil dar con ellas. Despacha pues el diplomático una solicitud a Viena para la naturalización austríaca del duque de Alcudia desde Verona, y luego desde su embajada de Roma, otro requerimiento de ciudadanía a favor de la Condesa de Castillofiel (Josefa Tudó). La reina María-Luisa avalará la decisión de Kaunitz, cursando carta al emperador Francisco II para obtener mayor celeridad por parte de la administración imperial. Por su parte, y bien enterado Fernando VII por sus emisarios en Roma, se opone inmediatamente al viaje de Godoy y la Tudó a Viena, temiendo que con ellos desaparezcan las alhajas que anda reclamando con insistencia.
Fernando VII, Rey de España (1785-1833)
Para evitar la partida de Godoy a Viena junto a Josefa Tudó, Fernando VII usará de sus influencias para sabotearles los planes. Su emisario en Italia, Vargas Laguna, comprará la policía Genovesa que echará de la ciudad a la condesa de Castillofiel y a su séquito. Con la salida de la Tudó, sale igualmente su recién nombrado secretario que responde al nombre de José Martínez, que tiene fama de políglota y afrancesado, y que, avalado con una carta de recomendación de Kaunitz, se presentó a la Tudó como postulante al cargo de escribano confidencial. Tanto Godoy como Josefa Tudó cayeron en la trampa puesto que, en realidad, el supuesto secretario y su mujer, eran delatores a sueldo de la embajada española en Roma.
Refugiada la condesa de Castillofiel en la ciudad de Liorna, los tentáculos de Fernando VII llegan hasta aquella localidad, corrompiendo las autoridades locales y obteniendo que la expulsen a Pisa en septiembre de 1817. Mientras tanto, Madrid enviará a Pedro de Cevallos (primo político de Godoy) a Viena -con escala a Roma- para evitar que el emperador otorgue asilo al duque de Alcudia y a su "fulana". Cevallos será recibido en el palacio Barberini por Carlos IV, puesto que es portador de un correo del rey Fernando, donde exige su intervención contra la concesión de ciudadanía austríaca a Godoy, y a la "ladrona" condesa de Castillofiel, sospechosa a todas luces, de ser la que sustrajo las joyas de Madrid. Obediente a las directrices de su hijo, Carlos IV ejecutará prestamente una carta en la que rogará explícitamente al emperador Francisco II de Austria, que rehúse acoger en su país y dominios imperiales a la execrable pareja por ser considerados los autores materiales de la sustracción de gran parte del patrimonio nacional.
Francisco II de Austria-Lorena, Emperador de Austria; retratado por Lawrence
Al mismo tiempo, y por consejo del 1er ministro austríaco Metternich tras una entrevista en Luca, Godoy y Pepita Tudó solicitan un préstamo de 84.000 Reales de la banca Taleia y Dospotti de Liorna, contra una orden de su banquero en Roma, el conde Domenico de Lavaggi. Negociado el préstamo, manda Pepita a su secretario a Austria, con aquellos fondos, para que le libre poderes y abra crédito en Viena. Mientras tanto, en Pisa, la Tudó se ve despiadadamente amenazada por el legado del rey de España, Eusebio de Bardaxí, quien le exige la entrega del tesoro que, supuestamente, sustrajo con Godoy y la reina Maria-Luisa.
A Vargas y a Bardaxí les obsesiona el paradero de la perla llamada "Perilla". A pesar de las reiteradas explicaciones de la condesa de Castillofiel en las que afirma que dicha perla pertenecía a Godoy y se la regaló a la reina antes de salir de España en 1808, y que ésta se la devolvió en Marsella, engarzada al enorme diamante que antaño Carlos IV le había ofrecido al dar a luz a la Infanta María-Luisa "Luisetta". Por añadidura, repite con vehemencia que ella no tiene la alhaja en Pisa. Asegura que la joya obra en poder de Godoy, en Roma. El mismo Carlos IV ratificará por carta las afirmaciones de la condesa de Castillofiel, en una misiva a Vargas. A pesar de la ratificación de Don Carlos, el embajador mantendrá tercamente sus alegatos: si la "Perilla" obra en poder del ex-valido, la reina y Godoy hurtaron las joyas de la Corona y Pepita Tudó les sirve de encubridora.
Josefa Tudó y Catalán, Condesa de Castillofiel aka "Pepita Tudó"
El secretario de la condesa será, nada más cruzar la frontera austríaca, retenido en Klagenfürth, sin que le permitan seguir su camino hacia Viena. Después de recibir largas, Martínez vuelve a Pisa y entrega los fondos a la condesa sin haber podido llevar a cabo su cometido. La Tudó se enterará por Kaunitz que su correspondencia privada con la reina y la más íntima con su querido Godoy es intervenida, copiada y leída por la embajada española, a pesar de ser llevada por la valija diplomática del Gran Ducado de Toscana, gracias al permiso del venal gobernador de Roma Monseñor Bartolomeo Pacca, que Madrid ha comprado. Como también le será desvelada la verdadera misión de su propio secretario que, de no haber sido retenido en Klagenfürth por la policía imperial, habría entregado los 84.000 Reales al embajador Pedro de Cevallos en Viena. Quizás la peor parte se la llevaría Carlos IV, al ser descubierto su doble juego al pedir secretamente que se obstruyera el trámite de concesiones de ciudadanía a favor de Godoy y de la condesa de Castillofiel, con el fin de no perder la renta que percibía de Madrid.
Gracias a las revelaciones del embajador austríaco von Kaunitz-Rietberg, Josefa Tudó se entera de las inquietantes conspiraciones que se han ido tejiendo alrededor de Godoy y de ella misma, entre el palacio Barberini (residencia de Carlos IV en Roma), Madrid y las embajadas españolas en Viena y Roma. La intervención de Metternich resulta decisiva en el destape de la conjura española, cuando es retenido en Klagenfürth su propio secretario Martínez con los 84.000 Reales, con el fin de impedirle reunirse con Pedro de Cevallos, embajador de Fernando VII en Viena, y entregarle esa fortuna. Pero la autoría de la peor de todas esas felonías recaía en un hombre del cual los mejores cerebros de Europa, Napoleón I incluído, creían un eterno bobo, víctima de tramas ajenas, empezando por las de su propia esposa Maria-Luisa de Parma. Por ganarse la suculenta pensión prometida por su hijo Fernando VII, Carlos IV se apresuró en pedir "por decoro hacia él, su hijo y sus súbditos españoles" a Francisco II de Austria que denegara la naturalización de Godoy y de la Tudó -carta que fue dictada por Pedro de Cevallos, siguiendo las directrices de Fernando VII-.
El Príncipe Klemens Wenzel Lothar von Metternich-Winneburg (1773-1859), Canciller del Imperio Austro-Húngaro
Pedro de Cevallos llegaría a Viena el 13 de octubre de 1817 con la famosa carta rubricada por Carlos IV. A sabiendas del contenido de la misiva, Metternich lo retuvo en una humillante a la par que larguísima espera, antes de concederle audiencia tanto en La Hofburg (palacio imperial de Viena) como en la Cancillería. En aquella carta no solo se contentaba Carlos IV en cubrir a Godoy de los más inimaginables delitos, sino que además, que una furcia despendolada como la condesa de Castillofiel (Pepita Tudó), debía impedírsele la entrada en Austria por razones de estricta moralidad. Aún después de semejante lectura, Metternich seguía en su intención de concederles a Godoy y a la Tudó la nacionalidad austríaca... Sin embargo, Francisco II temeroso de peores escándalos , y al cabo de largas dudas, negó acoger en su imperio a esos dos "criminales".
El 2 de febrero de 1818, Godoy se enteró de que era "persona non grata" en Austria, recibiendo la noticia con gran entereza. Poco antes, Metternich, ya sabedor de la negativa imperial, comprendiendo a duras penas cómo la Corona Española concentraba tanta y tan costosa saña en dos personas como Godoy y Tudó, se topó con Cevallos y le soltó: "¡Podéis sentiros orgulloso de vos mismo, señor embajador!"
Por si fuera poco, Carlos IV envió una carta al gran-duque de Toscana, rogándole, a petición de Vargas (15 de diciembre de 1817), asistencia de unos jefes de palacio escogidos entre los más probados y discretos, para que acompañaran a Eusebio Bardaxí y a Vargas Laguna, cuando se resolvieran a forzar las puertas de la residencia de Pepita Tudó, con la intención de hacer un exhaustivo registro de todas las estancias, para buscar las joyas robadas. Pero, obrando enteramente sola, Pepita consigue burlar a sus perseguidores: a sabiendas que su correspondencia es leída y copiada, envía una misiva a su hermana Socorro Tudó, marquesa de Stefanoni, rogando su inmediata presencia y la del marido de ésta en Pisa, insinuando no muy claramente que es para entregarles las supuestas joyas y que se las lleven a Roma para dejarlas a buen recaudo. El propio marqués de Stefanoni, bien huntado por Madrid, irá prestamente a entregar esa famosa misiva de su cuñada al embajador español. Inmediatamente después, Vargas y Bardaxí se presentan en casa de la condesa de Castillofiel, escoltados por sus esbirros. A golpes y con pocas contemplaciones, desdeñando los gritos y lloros del servicio de la condesa, registran la casa desde el sótano hasta el tejado, sin dejarse siquiera la habitación donde agoniza de tuberculosis el hijo de la Tudó, Luisillo. En esas bárbaras pesquisas, solo encuentran un aderezo de perlas orientales y zafiros, otro de brillantes con un anillo y un solitario; un tercero de diamantes con pendientes a juego; un cuarto de diamantes y corales, otro collar de perlas y un cofrecillo vacío que antes contuvo una botonadura de Carlos IV y que, dicho monarca, había regalado a Fernando VII.
Salvo el cofrecillo, que la Tudó se presta a devolver en seguida con cierto tono de ironía, demuestra ser de su exclusiva pertenencia todas aquellas alhajas, y así lo confirmarán los reyes ante el defraudado y furioso Vargas Laguna. Para colmo, la más preciada de tan pocas joyas, el aderezo de perlas y zafiros, es miserablemente tasado por un joyero de Roma, por la risible suma de 6.600 duros, cuando el embajador exige valorarlo. Carlos IV y Maria-Luisa insistirán en que "semejantes porquerías" debían restituirse inmediatamente a la condesa de Castillofiel.
No obstante, en el transcurso de los años y ya casados y establecidos en París Pepita Tudó y Manuel de Godoy, un informe secreto de la Policía Francesa atribuye a "Madame Godoy" en 1831, suntuosas joyas ampliamente exhibidas en brazos y generoso escote, por valor de más de 4 millones de Francos!!!
Para colmo, Godoy puso todos sus bienes (por prudencia) a nombre de Pepita Tudó, la cual alquila un palacete en la calle Saint-Honoré, y una amplia casa campestre en Montigny. Asimismo obtendrá un préstamo de 600.000 Francos del parisiense Banco Rollac, garantizado con parte de sus alhajas, con la excusa de ayudar a unos compatriotas amigos refugiados en Francia. En 1834, ya muerto Fernando VII, la Tudó volverá a Madrid para negociar la restitución de los bienes de Godoy...
Cabe entonces suponer que Pepita Tudó tuvo en su poder las Joyas de la Corona Española y que supo engañar maravillosamente a sus perseguidores hasta el final.
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