GRUPOS POLÍTICOS Y SOCIALES EN BUENOS AIRES HACIA 1810
Tercio de Gallegos (Acuarela de Luis de Beaufort).
Gaucho orillero (Dibujo de Enrique Rapela). Por Sandro Olaza Pallero
1. Introducción
Como bien dijo Ricardo Zorraquín Becú: “Todo acontecimiento político es la obra de un grupo humano que lo prepara y lo realiza, y que también procura justificarlo ante los demás”. En los albores del bicentenario de la Revolución de Mayo –que se cumplirá el año venidero-, es necesario investigar como estaba formada la población porteña y cuales fueron los sectores que intervinieron en ese movimiento, ya para dirigirlo o para oponerse.
2. Las fuerzas sociales tradicionales
La población que habitaba las provincias del Río de la Plata era extraordinariamente heterogénea, a pesar de su bajo número y su reducida densidad. La sociedad hispánica se dividía en múltiples clases que poseían diversos estatutos jurídicos.
Pueden reducirse a tres las fuerzas que gravitaron permanentemente en las provincias de la América española, y que asumieron la función directiva. Estas fuerzas sociales fueron la Iglesia, el gobierno y los cabildos.
a) La Iglesia, como corporación formada por la jerarquía eclesiástica y las órdenes religiosas, constituía en América un poder que daba normas de vida conformes a la verdad revelada. Sus ministros tenían la principal función de convertir a los indios a la fe católica.
b) La segunda fuerza social que mantenía la cohesión y dirigía la existencia de las comunidades indianas fue la administración real. En forma similar a todo sistema de gobierno, existía en el nuevo mundo una organización burocrática en contacto más o menos estrecho con la población.
c) La tercera fuerza social, con presencia en el régimen indiano estaba formada por los vecinos principales y por los cabildos, que eran su órgano de expresión. El derecho de vecindad era un estado social respetable.
Se obtenía siendo domiciliado en una ciudad, como jefe de familia y propietario urbano. Para desempeñar oficios concejiles no podía “ser elegidas ningunas personas, que no sean vecinos, y el que tuviere casa poblada, aunque no sea encomendero de indios, se entienda ser vecino” (Recop., 4, 10, 6).
3. Los grupos sociales porteños a principios del siglo XIX
El equilibrio se perdió bruscamente en el último tercio del siglo XVIII. Sus causas fueron la expulsión de la Compañía de Jesús, la secularización de muchas rentas eclesiásticas, el creciente centralismo administrativo impuesto desde la metrópoli, el régimen de las intendencias con su superioridad sobre los cabildos, los nuevos servicios públicos y los organismos administrativos recientemente creados.
Todo ello obligó al fortalecimiento del Estado y a ampliar la maquinaria burocrática –medidas típicas de los Borbones descendientes de Luis XIV- en detrimento de la Iglesia y de los grupos sociales que hasta entonces habían ejercido su poder. Desde fines del siglo XVIII se produce un enfrentamiento entre el cabildo porteño, la Real Audiencia y el virrey.
Este sentimiento se agudiza en las épocas del marqués de Sobre Monte y Santiago de Liniers, a lo largo de un proceso que conduce al motín del 1° de enero de 1809. Esta última fue una tentativa realizada por los integrantes más encumbrados de la sociedad porteña para lograr la exclusividad de un poder que consideraban peligrosamente detentado.
Los miembros del cabildo desterrado fueron Martín de Álzaga, alcalde de primer voto; Esteban Villanueva, síndico procurador; Olaguer Reynals, comandante de catalanes y alférez real; Francisco Neyra y Arellano, capitán de gallegos, y Juan Antonio de Santa Coloma, capitán de vizcaínos, ambos regidores. El fracaso del movimiento produjo el desprestigio del cuerpo capitular y la dispersión de sus miembros, quienes no pudieron gravitar mayormente en los sucesos de 1810.
Una carta anónima, dirigida a Francisco Juanicó el 26 de mayo de 1810, dice que “Álzaga no quiso asistir [al cabildo] por estar arrestado, aunque los patricios lo fueron a convidar”. Es digno de destacar que, ese grupo estaba constituido casi exclusivamente por comerciantes que dirigían a la vez el cabildo y el consulado, aunque accidentalmente fueran también comandantes de los cuerpos formados por peninsulares.
El episodio del 1° de enero de 1809 puso en evidencia las transformaciones que se produjeron durante los últimos años de la dominación hispánica entre los sectores dirigentes de la vida bonaerense. Si los vecinos más destacados fuero vencidos –y con ellos las tropas peninsulares que los apoyaban y que fuero disueltas-, no por ello quedó prestigiado el gobierno, cuya incapacidad para defenderse fue notable.
Los ganadores indiscutibles fueron los militares agrupados en los batallones criollos, es decir, un elemento social nuevo que hasta entonces no figuraba como facto real de poder. El ejército en la época colonial estaba formado por milicias constituidas por los mismos vecinos o por sus familiares, o bien lo integraban tropas regulares cuyos mandos –ya profesionales- pertenecían naturalmente a la organización administrativa y a la clase de los funcionarios.
Además, eran los virreyes quienes tenían el mando de esas tropas, diseminadas generalmente a lo largo de las fronteras para prevenirse de los ataques portugueses. La aparición de aquella nueva fuerza militar obedece a un conjunto de factores que al ubicarlos en posición tan destacada la convirtió en el árbitro de los acontecimientos.
Las invasiones inglesas provocaron la militarización de la sociedad en cuerpos militares organizados por su procedencia y etnias. Sus jefes fueron nombrados por elección, convirtiendo a esa organización en una democracia militar, a decir de Bartolomé Mitre.
Por último, la falta de comunicación fluida con la metrópoli y la imposibilidad de ésta de enviar tropas –por ser indispensables para luchar contra los franceses- hicieron que el ejército regular en Buenos Aires quedara reducido a muy pocas plazas. El 24 de mayo de 1810, las fuerzas de los regimientos Fijo y Dragones ascendían a 371 hombres, mientras que los regimientos urbanos tenían en la misma fecha, un total de 2979 hombres.
Este cúmulo de circunstancias convirtió naturalmente a los cuerpos de Patricios y Arribeños en un factor de poder con el cual tenían que contar las autoridades para defenderse y los revolucionarios para triunfar. Pero su misma importancia, y la gravitación que habían tenido sus jefes en sucesos anteriores, dieron a esos grupos la sensación de que ellos podían dejar de ser un elemento dirigido para convertirse realmente en un factor de dirección.
Los batallones criollos estaban formados por jóvenes de todas las clases sociales, reunidos por un común sentimiento patriótico que los impulsaba a defender su tierra de los enemigos exteriores. En 1810 estos grupos militares van a ser el factor decisivo en la conquista del poder.
No fue este último el único elemento nuevo que surge en el virreinato, y sobre todo en Buenos Aires, al final de la dominación hispánica. Otros núcleos, que no identifican ni confunden con el vecindario capitular y que tampoco son exclusivamente criollos, aparecen en el cambiante escenario social aportando su mayor cultura y notorias preocupaciones políticas.
La mayor riqueza, el boato de los funcionarios y las comunicaciones más frecuentes con Europa despertaron un ansia de progreso y de elevación que, en muchos casos, trató de satisfacerse con el grado universitario. Entonces, dentro de una población cada vez más numerosa y más rica, aparecen personalidades que se elevan gracias a su preparación, capacidad o fortuna, hasta firmar todas ellas –a veces sin advertirlo- un sector que trataba de igualar a los más encumbrados de la sociedad.
Se puede afirmar que es la clase media, o bien, adoptando una terminología universalmente aceptada, son los burgueses que aspiran a sobresalir. Este cambio se había dado en Europa y no extraña que sucediera también en Buenos Aires de principios del siglo XIX, auspiciado por una literatura que critica los privilegios de la nobleza y exalta en cambio los valores intelectuales.
Estos nuevos elementos son generalmente universitarios –abogados, médicos, escribanos y también sacerdotes- imbuidos del ideario de la Ilustración. No se confunden con los sectores más elevados, pues muchos de ellos carecen de arraigo en la población y no pertenecen a las familias tradicionales.
Tampoco son militares, sino excepcionalmente, constituyen una fuerza distinta que va a destacarse por su cultura y por la difusión de un pensamiento modernista e innovador, en medio de una sociedad que hasta entonces carecía de preocupaciones intelectuales. Belgrano y Castelli eran hijos de italianos; Moreno y Vieytes de inmigrantes españoles; Larrea y Matheu eran catalanes.
La superioridad de su cultura les daba argumentos suficientes para querer participar en la conducción del país, al cual veían dirigido por funcionarios o grupos con menos capacidad sin la formación que ellos consideraban indispensable. Entre tanto, ocupaban cargos secundarios o desempeñaban sus respectivas profesiones, sin dejar por ello de difundir la ideología iluminista en los periódicos que fundaron.
Mientras los criollos, que generalmente integraban los cuadros miliares, pretendían ya la emancipación de su país y la exclusividad de su gobierno, los burgueses sólo aspiraban a participar del poder, con el objeto de aplicar el ideario reformista que simultáneamente estaban aprendiendo y divulgando. En el primero de esos grupos es fácil ubicar a quienes lucharon contra los ingleses y luego defendieron a Liniers frente al cabildo (Cornelio de Saavedra, Juan Martín de Pueyrredón, Martín Rodríguez, los Balcarce, Viamonte, etc.).
Los más activos, y los que evidenciaron mayor decisión en su empeño por lograr un cambio político, estaban dirigidos por Belgrano y Castelli, y sus reuniones se verificaban en las residencias de Rodríguez Peña y Vieytes. Paralelamente otros, como Moreno, Larrea y Matheu, intervenían en el movimiento del 1° de enero de 1809, tendiente a formar una junta de gobierno similar a las de España, manteniendo el influjo del grupo capitular.
Y mientras éstos últimos se atraían, por esa misma actitud, la inquina de los militares, Belgrano y los suyos lograban aproximarse a los jefes patricios a raíz de la tentativa –efectuada en julio de 1809- de resistir la asunción del mando por Baltasar Hidalgo de Cisneros. Martín Rodríguez en su Memoria, da la lista de las personas que se reunieron en su casa y luego en la de Rodríguez Peña los días 19 y 20 de mayo.
En ella figuran Saavedra, Francisco Antonio Ocampo, Florencio Terrada, Viamonte (todos jefes militares), Belgrano, Castelli, Beruti, Chiclana, Juan José y Francisco paso, Vieytes y Donado. Cabe aclarar que no es posible establecer una absoluta separación entre cada uno de esos grupos políticos y sociales, en una población diminuta y compacta como lo era Buenos Aires.
Pero es evidente que si se trata de analizar con cierta precisión el ambiente de 1810, no es posible dejar de tener en cuenta la influencia respectiva de esos sectores más elevados, ni la aparición de un grupo que responde a un fenómeno entonces universal que se ha llamado, precisamente, la revolución burguesa del siglo XVIII.
4. Los grupos políticos revolucionarios
Jorge María Ramallo, al profundizar el estudio de los grupos políticos revolucionarios, distingue tres corrientes, que se fueron delineando a partir de las invasiones británicas y dieron cuenta, en distintas ocasiones, de sus objetivos.
Un primer grupo, conducido por Álzaga, estaba integrado principalmente por españoles europeos –como Larrea y Matheu-, pero contaba con adherentes criollos –como Moreno y Julián de Leiva-. Su objetivo era la defensa del virreinato contra la dominación extranjera y su plan de independencia estaba condicionado a la pérdida de España o al predominio de los españoles europeos.
El segundo grupo, liderado por Castelli –integrado por Belgrano, Vieytes y Paso-, intentó llegar a la independencia utilizando vías distintas, según las ocasiones. Ya sea entrando en contacto con los jefes de la invasión británica, o posteriormente propiciando el plan de la princesa Carlota Joaquina de Borbón, hermana de Fernando VII, para finalmente coincidir con el tercer grupo en mayo de 1810.
El tercer grupo era liderado por Cornelio Saavedra, el de los “Patricios”, originado en la lucha contra los ingleses y fortalecido en la defensa del virrey Liniers durante los sucesos del 1° de enero. Este grupo tuvo papel decisivo en mayo de 1810, junto con el anterior.
Ramallo al estudiar la composición de la Junta Patria del día 25 y las siguientes designaciones civiles y militares, advierte cómo aparecen representados los tres grupos revolucionarios.
Según Víctor tau Anzoátegui y Eduardo Martiré, se discute acerca de la intervención del pueblo en este movimiento, y aunque el problema no ha sido enfocado en todos los casos desde un mismo punto de vista, conviene en señalar algunas opiniones de nuestros historiadores.
Para Ricardo Levene, fue una “minoría dinámica…con capacidad de irradiación sobre la inmensa masa”. Ricardo Zorraquín Becú dijo que el pueblo no tenía función alguna dentro de los resortes legales, salvo el hecho de que con su número pudiera ejercer presiones sobre las autoridades. Roberto H. Marfany reduce los alcances del hecho a un “pronunciamiento militar”, dado que fue en los cuarteles donde se incubó el movimiento, y sostiene que tanto la instalación de la Junta del 24 y su destitución, como la elección de la Junta Patria, fueron provocadas por la actividad castrense.
Fuentes:
TAU ANZOÁTEGUI, Víctor y MARTIRÉ, Eduardo, Manual de Historia de las Instituciones Argentinas, Buenos Aires, 2005.
ZORRAQUÍN BECÚ, Ricardo, “Los grupos sociales en la Revolución de Mayo”, en Historia n° 22, Buenos Aires, 1961.
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