“Las Malvinas son Argentinas”... ¡Y lo dice una kelper!
Publicado Viernes 9 de Abril
Yolanda Bertrand de Janieson (70) es inglesa, nacida en Puerto Argentino, un 25 de Mayo.
Es una típica inglesa de la Isla Soledad: piel blanquísima, mejillas rojas, robusta, fuerte y dicharachera (los kelpers de la Gran Malvina son diferentes, y casi hoscos por el clima antártico).
Pero lo más extraordinario de esta mujer (para decirlo desde el principio) es que, en 1987, subió a un avión y fue a Nueva York. Allí se dirigió al edificio de las Naciones Unidas, votó contra el colonialismo británico y expresó su opinión de kelper: “Vengo a decir y a demostrar, con los datos que se requieran, que las Malvinas son argentinas”.
El abuelo de Yolanda llegó a Malvinas en 1865 y allí se radicó: “Soy cuarta generación de Bertrand en Malvinas...” dice y agrega: “Mi padre era aventurero, anduvo seis años en la Antártida, como ballenero. Mi mamá trabajaba como docente. Pero mis padres se separaron. Y mi papá se quedó en Puerto Argentino. Mi madre me había llevado a Inglaterra, pero un juez ordenó que viviera con mi padre, en Malvinas. Y entonces, a los 5 años de edad, fui embarcada, sola, en plena segunda guerra, en el último convoy de buques. La ley inglesa es así”.
Hablé con Yolanda, hace un tiempo, en Río Gallegos, en la cocina de su casa, con una puerta abierta hacia el jardín. Sus hijas entraban y salían. Y por ahí andaba un nietito que era un puñadito de patria criolla: morocho, pelos parados, ojos grandes y patitas flacas que corrían detrás de una pelota gritando “gol”.
Yolanda, en un momento, me comentó claramente su pensamiento: “Las islas son argentinas. Sucede que Gran Bretaña se apropió de ellas, indebidamente, en 1833, en una época en que las potencias europeas tomaban territorios en donde pudiesen”.
“El 2 de abril de 1982 fue en Río Gallegos un día de sol. Todos en la ciudad sabían que yo soy kelper. Y no sabían cómo tratarme. Una vez, en el campo, viniendo con la camioneta, me pararon tres militares argentinos. Los traje a Gallegos. Les ofrecimos una ducha caliente y té. Uno de ellos me preguntó de dónde soy: dije que de Malvinas. Y se quedaron pálidos y de inmediato se retiraron, consternados”.
“Muchos familiares -prosigue Yolanda-, me decían que los argentinos no pelearían, que se darían por vencidos enseguida ante la superioridad tecnológica militar. Y yo les contestaba: No será así. Los argentinos son muy valientes. Los veo volar en mi campo. Hacen temblar los vidrios y las vajillas. Pasan a centímetros del suelo, con sus aviones. Yo los conozco, sus hijos van al colegio con los míos...”
En casa de Yolanda Bertrand, recuerdo, tomamos mate hasta que el atardecer cayó con colores brillantes, como en la escenografía de los teatros humildes.
Y las últimas frases las dijo con firmeza y con una emoción que había ido creciendo con la charla: “Los kelpers duros no me quieren. Pero ellos no representan a todos los isleños. Y yo tengo que volver a Malvinas. Es mi tierra. Allí está la tumba de mi padre que, sobre la Cruz, tiene colgado el timón de su goleta”.
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