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Tema: A dos días del aniversario del combate de la Vuelta de Obligado. Nacionalistas vs lib

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    A dos días del aniversario del combate de la Vuelta de Obligado. Nacionalistas vs lib

    EL BLOG DE SANDRO OLAZA PALLERO






    A DOS DIAS DEL ANIVERSARIO DEL COMBATE DE LA VUELTA DE OBLIGADO / POLEMICA ENTRE NACIONALISTAS Y LIBERALES






    A DOS DÍAS DEL ANIVERSARIO DEL COMBATE DE LA VUELTA DE OBLIGADO / POLÉMICA ENTRE NACIONALISTAS Y LIBERALES*




    UNA EPOPEYA LARGAMENTE OCULTADA

    Por Pacho O'Donnell




    El combate de la Vuelta de Obligado es la expresión a cañonazos de un conflicto que recorre la historia argentina: el de las ambiciones de ciertas dirigencias vernáculas asociadas en beneficio propio con las potencias exteriores del momento, enfrentadas con los intereses nacionales, sobre todo de los sectores populares, que en 1845 fueron organizados y armados por su líder natural, Juan Manuel de Rosas.
    Obligado es, junto con el Cruce de los Andes, una de las dos mayores epopeyas militares de nuestra patria. Una gesta victoriosa en defensa de nuestra soberanía política, económica y territorial que puso a prueba exitosamente el coraje y el patriotismo de argentinas y argentinos, lamentablemente silenciada por la historiografía liberal escrita por la oligarquía porteñista, antipopular y europeizante, vencedora de nuestras guerras civiles del siglo XIX.
    Versión que continúa hoy vigente con algunos cambios epidérmicos y con denominaciones oportunistas que, por ejemplo, incorporan el término "social" para disimular su conservadurismo y continuismo. Corriente que, aprovechando los golpes militares y ante la expulsión de la historiografía peronista y marxista de nuestras universidades, se adueñó del poder que administra cátedras, subsidios, becas, empleos.
    Ser revisionista no supone ser "antimitrista". Bartolomé Mitre fue un argentino excepcional que dirigió inmensos ejércitos, tradujo La Divina Comedia, llegó a presidente de la república. Y también escribió los fundamentos de nuestra historia al mismo tiempo que la protagonizaba. Tuvo la sensibilidad social de poner en superficie el heroísmo inconcebible de los caudillos altoperuanos, pero no pudo mantener esa objetividad al ocuparse de los caudillos federales tardíos, a quienes perseguía porque se habían constituido en un serio obstáculo para su proyecto de Organización Nacional. La historiografía que el revisionismo cuestiona se plasmó años después, en parte basada sobre sus escritos, pero sobre todo al calor de una "educación patriótica", cuyo objetivo fue hacer que las masas inmigrantes incorporasen "lo nacional" alimentadas por una versión rígida, simplificada y conservadora de nuestra historia. Cuando se habla de "historia oficial" se debe hablar más de Ricardo Levene que de Mitre.
    Corría 1845. Las dos más grandes potencias económicas, políticas y bélicas de la época, Gran Bretaña y Francia, se unieron para atacar a la Argentina, entonces bajo el mando del gobernador de Buenos Aires, don Juan Manuel de Rosas. El pretexto "humanitario", infaltable en toda incursión imperial, tuvo la complicidad de los unitarios emigrados en Montevideo: a los "interventores", como les gustó llamarse a los europeos, no los movía otra intención que apoyar a quienes se oponían al gobierno supuestamente tiránico de Rosas.
    Es cierto que Rosas era violento; todos en esa época lo eran, también Paz, Lavalle y Urquiza. En cuanto al terror rosista, es sin duda cuestionable la creación de "la Mazorca", una organización parapolicial para perseguir y amedrentar a los opositores; pero también es cierto que en sus períodos más cruentos, octubre de 1840 y abril de 1842, no murieron más de 60 personas, lejos de las 200 ejecutadas por Urquiza en las semanas posteriores a Caseros.
    Los motivos reales de la "intervención en el Río de la Plata" fueron de índole económica. Se imponía el castigo a ese gaucho insolente que desafiaba a las potencias europeas con trabas al libre comercio y medidas aduaneras que protegían los productos nacionales, y fundando un Banco Nacional que escapaba al dominio de los capitales extranjeros.
    Gran Bretaña y Francia se habían unido para expandir sus mercados aprovechando el invento de los barcos de guerra a vapor, que les permitían internarse en los ríos sin depender de los vientos y así alcanzar nuestras provincias litorales, el Paraguay y el sur del Brasil. Esas intenciones eran confirmadas por los casi cien barcos mercantes que seguían a las naves de guerra.
    Lo más grave para nuestra soberanía era la pretensión de independizar Corrientes, Entre Ríos y lo que es hoy Misiones formando un nuevo país, la "República de la Mesopotamia", que empequeñecería y debilitaría aún más a la Argentina, que ya había sufrido el desgarro de la Banda Oriental, con la insólita anuencia de Rivadavia, y del Alto Perú (Bolivia) ante la indiferencia de Alvear. Sería Urquiza, luego de Caseros y en acuerdo con el emperador de Portugal Juan I, quien reconocería la independencia del Paraguay, algo a lo que Rosas se negó con pertinacia.
    Ingleses y franceses creyeron que la sola exhibición de sus imponentes naves, sus entrenados marineros y soldados, y su modernísimo armamento bastarían para doblegar a nuestros antepasados, como acababa de suceder con China. Pero no fue así: Rosas, que gobernaba con el apoyo de la mayoría de la población, sobre todo de los sectores populares, decidió hacerles frente. Encargó al general Lucio N. Mansilla conducir la defensa. Su estrategia fue la siguiente:
    1) Era imposible vencer militarmente a los invasores por la diferencia de poderío y experiencia, lo que hacía inevitable que tuvieran éxito en su propósito de remontar el río Paraná.
    2) Dado que se trataba de una operación comercial encubierta, el objetivo era provocarles daños económicos suficientes como para hacerlos desistir de la empresa y lograr así una victoria estratégica que vigorosas negociaciones diplomáticas harían luego contundente.
    3) Era necesario buscar un lugar del Paraná donde fuera posible alcanzar los barcos enemigos con los escasos, anticuados y poco potentes cañones con que se contaba.
    Mansilla emplazó cuatro baterías en el lugar conocido como Vuelta de Obligado, donde el río se angosta y describe una curva que dificultaba la navegación. Allí nuestros heroicos antepasados tendieron tres gruesas cadenas sostenidas sobre barcazas y así lograron que durante el tiempo que tardaron en cortarlas los enemigos sufrieran numerosas bajas en soldados y marineros y devastadores daños en sus barcos de guerra y en los mercantes. El calvario de las armadas europeas y los convoyes que las seguían continuó durante el viaje de ida y de regreso, siendo ferozmente atacadas desde las baterías de "Quebracho", del "Tonelero", de "San Lorenzo" y, otra vez, desde "Obligado". La estrategia de Rosas y Mansilla tuvo éxito y las grandes potencias se vieron obligadas a capitular aceptando las condiciones impuestas por la Argentina y cumpliendo con la cláusula que imponía a ambas armadas, al abandonar el río de la Plata, disparar 21 cañonazos de homenaje y desagravio al pabellón nacional.
    Desde su destierro en Francia, San Martín, henchido de orgulloso patriotismo, escribió a su amigo Tomás Guido el 10 de mayo de 1846: "Los interventores habrán visto por este échantillon que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca". Más adelante felicitaría al Restaurador: "La batalla de Obligado es una segunda guerra de la Independencia". Y al morir le legó su sable libertador.
    Insólitamente, hay argentinos que siguen empeñados en negar la importancia de Obligado y hasta objetan la victoria patriota. Aliados así otra vez con los invasores del 45, sobre todo con Francia, que, al calor de la humillación sufrida, insiste aún hoy que la guerra del Paraná le fue favorable. Aducen para ello que superaron las barreras de Obligado, remontaron el Paraná hasta su fin y regresaron. Como muestra, en el Panteón de Napoleón donde se exhiben las banderas enemigas tomadas en victorias militares, se exhibe en el puesto 32 una enseña argentina manchada en sangre recuperada de alguno de los lanchones que sostenían las cadenas.
    Pero lo que demuestra su derrota es que no se cumplieron ninguno de los objetivos de la invasión de las potencias: las provincias litorales siguen siendo argentinas, el Paraná es un río interior de nuestro territorio y la Argentina no es un protectorado británico, como habían acordado los unitarios con las potencias "interventoras".
    Serían otras las formas, más sutiles y eficaces, que las potencias invasoras, sobre todo Inglaterra, pondrían en juego en el futuro para restañar las heridas y para dominar hasta 1945 nuestra economía, nuestra política y nuestra cultura con la complicidad de sus "socios interiores".



    TRANSFORMAR LA DERROTA EN VICTORIA




    Por Luis Alberto Romero




    El Gobierno anuncia la gran celebración de un aniversario de la Vuelta de Obligado, la batalla en la que, el 20 de noviembre de 1845, las tropas de Rosas intentaron inútilmente bloquear el acceso de la flota británica por el río Paraná. Paralelamente, los escritores neorrevisionistas baten el parche y despiertan sentimientos e imaginarios de un nacionalismo hondamente arraigado en nuestra sociedad. A la vez, por qué no, realizan un buen negocio editorial.
    Como de costumbre, anuncian la revelación de un episodio que la "historia oficial" ha mantenido oculto. En realidad, el episodio de la Vuelta de Obligado puede ser leído en casi cualquier libro que se ocupe del período. Por ejemplo, en dos autores clásicos y de ideas diferentes: José Luis Busaniche y Ernesto Palacio. Dos probos historiadores británicos, H. S. Ferns y John Lynch, han dicho todo lo que necesitamos saber acerca de las trapisondas del lobby de comerciantes e industriales de Liverpool y Manchester, que presionó permanentemente sobre la política del Foreign Office en el largo conflicto de la Cuenca del Plata. Tulio Halperin Donghi, hace 40 años, trazó un balance equilibrado del asunto, bastante favorable a Rosas: sin cuestionar los sólidos lazos que ligaban con Gran Bretaña a los hacendados y comerciantes porteños e ingleses -dice-, Rosas defendió encarnizada y a la larga eficazmente la independencia política de la región, en la época de la "política de las cañoneras", cuando nadie podía asegurar cuáles serían los límites del colonialismo europeo. Rosas puso esos límites.
    Coincido con esos balances, que destacan no tanto las heroicas acciones militares en el Paraná como la tozuda y cazurra práctica diplomática de Rosas en los cuatro años siguientes. Me parece más difícil de aceptar, en cambio, que la batalla del 20 de noviembre de 1845 haya sido una gran "epopeya nacional", como se dice.
    En primer lugar, fue una derrota. Honrosa y heroica, sin duda; victoria moral, como nos gusta a los argentinos; pero derrota al fin. La de los ingleses fue quizás una victoria a lo Pirro. Pero vencieron. Cortaron las cadenas, rompieron el bloqueo y llegaron con sus barcos a Corrientes, donde la sociedad local admiró los nuevos barcos de vapor y las damas alternaron y coquetearon con los oficiales británicos.
    Sin embargo, sus logros fueron escasos. Los mercados de las provincias litorales eran menos atractivos que lo supuesto. Ninguno de los jefes políticos antirrosistas, en armas en las provincias litorales, quiso comprometerse con los ingleses. Los comerciantes británicos en Buenos Aires continuaron acumulando pérdidas con el bloqueo y reclamando una solución pacífica. Dicho esto, sopesemos el argumento de los neorrevisionistas: las fuerzas militares de Rosas, luego de la derrota del 20 de noviembre, practicaron una tenaz y meritoria guerrilla de retaguardia, que ocasionó pérdidas a la flota y a los buques mercantes ingleses. Un problema más. Por entonces, otros problemas en su vasto imperio informal reclamaron la atención del gobierno británico . En 1846 Aberdeen, cultor de la "política de las cañoneras", fue reemplazado en el Foreign Office por Palmerston, partidario del camino negociado. Hubo una nueva evaluación de la situación del Plata, y aunque el bloqueo se mantuvo hasta 1849, finalmente se llegó a un acuerdo muy honroso para el gobierno de la Confederación, en el que Rosas obtuvo lo que no pudo lograr en el campo de batalla. Celebremos pues el éxito pacífico de la diplomacia y no el fracaso de la guerra. La negociación y no la epopeya.
    ¿Fue "nacional" esta acción? También me parece dudoso. Los revisionistas y neorrevisionistas comparten una idea, de origen alemán, acerca de la existencia de una nación eterna, existente desde siempre y animada por el "alma del pueblo", el volgeist . Una idea importada, pensada para otras realidades, que nuestro nacionalismo aceptó con entusiasmo y aplicó a nuestro caso. Los historiadores profesionales sabemos que las naciones no existen desde siempre, sino que se construyen, en circunstancias determinadas. Casi siempre son impulsadas por Estados, que encuentran en el imaginario nacional su mejor legitimación.
    En rigor, en 1845 el Estado nacional argentino todavía estaba en construcción; toda la Cuenca del Plata era un hervidero, y ni siquiera estaba claro qué parte de ella -¿el Uruguay o el Paraguay?- correspondería a la Argentina. Muchos conflictos estaban pendientes de resolución y era difícil saber cómo terminaría la historia, y en consecuencia, cuál de los intereses en pugna sería el "nacional". Nuestros neorrevisionistas dan por sentado que Rosas defendía el interés nacional. Quizá. Pero en la época había opiniones diferentes sobre cómo organizar el país, especialmente entre correntinos, entrerrianos y santafecinos, por no mencionar a uruguayos y paraguayos, cuya independencia Rosas cuestionaba.
    En cambio es seguro que Rosas, bloqueando el Paraná e impidiendo la libre navegación de los ríos, sostuvo los intereses de Buenos Aires, una provincia que, bueno es recordarlo, hasta 1862 vaciló entre integrar el nuevo Estado o conformar un Estado autónomo. Rosas defendió con energía el monopolio portuario porteño, de cuyas rentas, no compartidas, vivía la provincia. Contra Rosas estaban quienes creían que la libre navegación de los ríos los beneficiaría. El conflicto se dirimió luego de Caseros. Mientras Rosas elegía exiliarse en Inglaterra -quizá para estudiar más de cerca a la "pérfida Albión"-, el Pacto de San Nicolás en 1852, y la Constitución Nacional en 1853, abrieron el camino a la libre navegación. Los neorrevisionistas hablan del triunfo de los intereses antinacionales. Eso los llevaría a ubicar a nuestra Constitución en el campo antinacional. A los que vemos en la Constitución el fundamento de nuestro orden institucional nos resulta imposible acompañarlos en esa posición.
    Transformar una derrota en victoria. Hacer de una batalla donde primaron los intereses particulares de Buenos Aires un jalón en la construcción de la Nación. Todo eso es algo más que una opinión, poco rigurosa pero aceptable en un terreno por definición opinable, como lo es el pasado. Tal manera de ver las cosas constituye una parte central del "sentido común" nacionalista, muy arraigado en nuestra cultura, a tal punto de haberse convertido en una verdad que se acepta sin reflexión. En su tiempo, el revisionismo ayudó mucho a construirlo. Los escritores neorrevisionistas -confieso que me cuesta llamarlos historiadores- pulsan esa sensibilidad, la refuerzan, y adicionalmente la convierten en un buen negocio: bien publicitado, el nacionalismo patológico vende bien.
    Digo nacionalismo patológico porque hay, en mi opinión, otro nacionalismo, al que prefiero llamar patriotismo, sano, virtuoso e indispensable para vivir en una nación. Pero en el sentido común de los argentinos predomina aquel otro: una suerte de "enano nacionalista" que combina la soberbia con la paranoia y que es responsable de lo peor de nuestra cultura política. Nos dice que la Argentina está naturalmente destinada a los más altos destinos; si no lo logra, se debe a la permanente conspiración de los enemigos de nuestra Nación, exteriores e interiores. Chile siempre quiso penetrarnos. Gran Bretaña y Brasil siempre conspiraron contra nosotros. Ellos fraccionaron lo que era nuestro territorio legítimo, arrancándonos el Uruguay, el Paraguay y Bolivia. La última y más terrible figuración del "enano nacionalista" ocurrió con la reciente dictadura militar. Entonces, el enemigo pasó de ser externo a interno: al igual que los unitarios con Rosas, la subversión era "apátrida" y, como tal, debía ser aniquilada. Poco después, la patología llegó a su apoteosis con la Guerra de Malvinas.
    Ese nacionalismo constituye un mito notablemente plástico, capaz de adaptarse a situaciones diversas. Así, nuestro actual gobierno puede hacer uso de él, resucitar muchos de sus tópicos -tarea en la que ayudan estos escritores neorrevisionistas- e incluir en su campaña general contra diversos enemigos -la lista es conocida- este revival de la Vuelta de Obligado que prenuncia una revitalización del mito en beneficio propio, tal como lo está haciendo con la causa de las Malvinas. En 1983, muchos creímos que habíamos logrado desterrar al "enano nacionalista". Hoy, yo al menos lo dudo.

    * Artículos publicados en La Nación (18 de noviembre de 2010).


    Publicado por Blog de Historia Argentina e Hispanoamericana en sábado, noviembre 20, 2010 0 comentarios
    Etiquetas: A dos días del aniversario del combate de la Vuelta de Obligado, Luis Alberto Romero, Pacho O´Donnell

  2. #2
    Avatar de juan vergara
    juan vergara está desconectado Miembro Respetado
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    Re: A dos días del aniversario del combate de la Vuelta de Obligado. Nacionalistas vs

    El articulo del anglofilo Romero es lamentable, tiene gruesos errores típicos de los enanos liberales.
    Y una "mala leche" evidente.
    Entre otras falacias sostiene que el golpe militar de Videla fue "nacionalista", cuando dicho general detesto al nacionalismo, clausuro sus publicaciones y era un lector de la revista Liberal-progresista "Criterio", y defendía esa linea, que por otra parte es la mismo del articulista...
    Otra cosa el golpe de Videla y cía, contra Isabel Martínez de Perón, fue algo mucho más grave que una Dictadura, que por otra parte puede ser políticamente necesaria en muchos casos, claro estas que en mi opinión no era el caso del gobierno Nacional Justicialista, derrocado por los liberales kisingueristas y anglofilos como el articulista.
    Llamar "patología", a la glorioso guerra de Malvinas, es otro acto típico de los enanos liberales, con perdón de los enanos...

  3. #3
    Avatar de Ordóñez
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    Re: A dos días del aniversario del combate de la Vuelta de Obligado. Nacionalistas vs

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    A 165 años de la batalla de la Vuelta de Obligado.

    La gloriosa y memorable fecha no les pertenece a quienes hoy oficialmente la festejan. Tampoco al partido que representan, ni a los agentes regiminosos que alrededor de ese partido medran y lucran corruptamente. Rosas no admite comparación con sus ídolos populistas, ni cuadra su presencia en ninguna galería de próceres latinoamericanos, a más de uno de los cuales hubiera lanceado a campo traviesa.

    Las celebraciones gubernamentales son ultraje y mentira. El Rosas que reivindican no existió. El Rosas que existió los habría fusilado.

    Nada de esto ya importa. Vencedor del tiempo y del espacio -como los héroes genuinos- los argentinos cabales rinden tributo a su memoria, a quienes cayeron en la Vuelta de Obligado, y a quienes -cuando hacerlo supuso riesgos fieros- reivindicaron la verdadera talla del Ilustre Restaurador de las Leyes.

    Quieran hacer justicia los versos que enhebramos:


    Ni cuzcos ladradores ni doctores me traigan,
    ni tibios lomos negros de chiripá o levita,
    que no vengan logistas a hollar estas barrancas,
    donde el duelo y la sangre supieron darse cita.

    Auséntense los torvos, cismáticos o flojos,
    espadas sin cabeza, sin blasón ni coraje,
    esta Vuelta del río reclama en sus orillas
    la vieja aristocracia del sufrido gauchaje.

    Ninguna voz rendida se escuche en el remanso
    del Paraná poblado de recuerdos fecundos,
    ninguno se presente de los que han hocicado,
    una vez y por siempre los he llamado inmundos.

    Que no lleguen tampoco los que enturbiaron nombres
    de patriadas antiguas galopando en montón,
    ni los profanadores de la historia se acerquen,
    sólo quiero a los fieles de la Federación.

    ¡Encadene el oleaje, mi General Mansilla,
    atenace torrentes, eslabone los vientos,
    que silven los boyeros, y en las cañas tacuaras
    flameen los pendones amarrados con tientos!

    ¡Usted, Coronel Thorne, desenvaine cañones,
    camarada Quiroga: honre al padre que hereda,
    Capitán Tomás Craig, ancle el buque al pellejo
    y usted, Ramón Rodríguez, con su furia proceda!

    Si la tierra trepida sabrán los extranjeros,
    que las almas batallan con leal veteranía
    invisible y perenne como un yelmo de plata
    como ajorca que enlaza la fiel soberanía.

    Comandante Barreda, Artillero Palacios,
    alumbren las estrellas de este patrio noviembre,
    y en el último ataque que cada puño sea
    la semilla que labre, que coseche y que siembre.

    Nada importa esta tarde que la proa invasora
    nos aventaje en fuego de metrallas filosas,
    mis mazorqueros tienen bayonetas caladas
    y me sigo llamando Don Juan Manuel de Rosas.

    Resistí a los falsarios, la conjura de escribas,
    en mil páginas negras que fraguó belcebú,
    venceré a los que intenten torcer mi empuñadura,
    yo soy el heredero del sable de Maipú.

    Mañana cuando lleguen las horas más aciagas,
    aunque ni un ceibo quede en mi pampa plantado,
    Señor, se alce una boca para gritar de nuevo:
    No han de pasar por esta Vuelta de Obligado.

    Antonio Caponnetto

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