LOS CLÁSICOS EN LA HAZAÑA COLOMBINA
Tomás Guillermo Santillana Cantella.
Lima – Perú.
Al margen del "Diario de navegación" del gran Almirante, publicado por Martín Fernández de Navarrete en el Tomo I de su Colección de Viajes; de la "Historia del Almirante Don Cristobal Colón", de su hijo don Hernando; y de las "Décadas de orbe novo", de Pedro Martín de Anglería, los historiógrafos de los siglos XVI y XVII que tratan del tema de la hazaña colombina son los cronistas generales ó de Indias.
En tal sentido, sería muy interesante hacer la comparación crítica de las versiones sobre los antecedentes del primer viaje del descubrimiento que se ventilaron entre 1535 y 1601. Así se concluiría, por ejemplo, quién transcribió a quién, haciendo suyos capítulos enteros sin mencionar la fuente. Pero las limitaciones del espacio disponible solo nos permite referirnos a un asunto concreto, esto es, a la presencia de los clásicos en tales versiones.
Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdéz, en los primeros capítulos del Libro I de su "Historia general y natural de las Indias" (1535), nos describe un Cristóbal Colón «bien hablado, cauto y de gran ingenio, gentil latino y doctísimo cosmógrafo», vale decir, un espécimen del siglo XV, sabio docto y osado, de quien es imposible no creer que leyó en Aristóteles lo de los mercaderes cartagineses que tomaron la ruta del sol y llegaron a una tierra «llena de grandes árboles y ríos maravillosos» (¿Brasil?). Pues bien, por ese rumbo Oviedo llegó aún más lejos en el tiempo y en el espacio. Contradiciendo a Pomponio Mela, para quien las Hespérides son las Canarias, y a Plinio, para quién las Hespérides son las Azores, el autor manifiesta muy suelto de huesos que las Indias son «aquellas famosas islas Hespérides, así llamadas por Hospero, duodécimo rey de España». En consecuencia, desde aquellos fabulosos, míticos e inmemoriales tiempos, las tierras americanas pertenecieron a la nobleza ibérica. Casas, a su turno, rebatirá tal teoría haciendo gala de una erudición poco común. Sin embargo, Oviedo, apoyándose nada menos que en Beroso, un historiador caldeo del siglo III A.C. subraya la presencia íbera en el Nuevo Mundo, «antes que Troya fuese edificada... antes que Roma fuese fundada... antes que Nuestro Redentor fuese vestido de nuestra carne humana». De tal manera, aunque parezca increíble, gracias a los viajes de Colón «volvió Dios este señorío a España al cabo de tantos siglos».
Así y todo, al margen de ese tipo de especulaciones, Oviedo afirma que Colón «se puso en cuidado de buscar lo que halló, como animoso experimentador de tan ciertos peligros y larguísimas travesías». Además, fue el primero que en España enseñó a navegar sobre el Océano «por las alturas de los grados de Sol Norte, sirviéndose del cuadrante». Y, lo que es más importante, sostuvo enfático que «suya es esta gloria y a solo Colón, después de Dios, la deben los reyes de España... y no solamente toda la nación... más aún los reinos extraños. Por la grande utilidad que en todo el mundo han redundado estas Indias».
Francisco López de Gómara en la "Historia general de las Indias", su "Hispania victrix", (1552), atribuye a Fray Juan Pérez de Marchena, del monasterio de La Rábida, la intermediación que Colón necesitaba para dialogar a la luz de un quinqué con los hombres de la antigua edad. Así se puso en contacto con Platón, quien en su "Cricias" habla de la gran isla Atlante y de la más grande Tierra Firme, «mayor que el Asia y África juntas»; y con Teofrasto —discípulo de Platón y colaborador de Aristóteles— quien en el "Libro de las Maravillas" habla de los cartagineses que, cruzando el estrecho de Gibraltar persiguiendo al sol en su marcha hacia el ocaso, encontraron después de muchos días una grande isla despoblada pero provista de numerosos ríos. Según Gómara tales testimonios gravitaron poderosamente para que Colón siguiera sobre las olas la huella del Sol.
Lo cierto es que, firmadas las capitulaciones de Santa Fe por las que los españoles pasaron de la conquista de los moros a la conquista de los indios, Colón se dio a la vela con sus tres famosas carabelas desde Palos de Moguer, el viernes 3 de agosto de 1492, rumbo a las Canarias. A partir de allí, concretamente desde la Gomera, enrumbó hacia lo desconocido, esta vez hacia el Oeste, el 6 de setiembre de 1492. Después de treintiséis días de navegación arribó a Guanahaní, que él bautizó como San Salvador y que era una de las Lucayas. Allí, el 12 de octubre de 1492, tomó posesión de la tierra descubierta en nombre de los Reyes Católicos. Así, con o sin la influencia de los clásicos, comenzaba a cumplirse el pronóstico que Séneca estampó al final de su tragedia "Medea": «Vendrán tiempos, de aquí a mucho, que se descubrirán nuevos mundos y, entonces, no será Thule (Islandia) la postrera de las tierras», (7 Coro 2º). Emociona saber que esto escribía el gran filósofo cordobés en tiempos que Jesús de Nazareth aún andaba por el mundo.
Fray Bartolomé de las Casas en su "Historia de las Indias", redactada entre 1552 y 1561, sostiene de inicio (Capítulo II), que el dominio de la lengua latina le sirvió a Colón «para entender las historias humanas y divinas». Y en las primeras contaban mucho —¡qué duda cabe!— las obras de Estrabón, sobre todo el Libro V de su "Cosmografía"; de Onisícrito, que hizo la relación histórica de las campañas de Alejandro sobre la India; de Nearco, el almirante de Alejandro sobre el Océano Indico; y de Plinio El Viejo, que realizó la descripción físico-matemática del Universo. Ajustándose a ese marco teórico, Colón mantuvo la creencia de haber llegado al extremo oriental de la India ultra Gangem. De allí que diera el nombre de Indias a la tierra descubierta.
Por otra parte, los autores clásicos ofrecieron indicios de haber tierra habitada al Poniente. Tal el caso de Aristóteles que, en su "De mundo", dice ser cosa verosímil y creedera que en el Océano puedan haber muchas islas, grandes y chicas, hasta lo que se llama Tierra Firme. De otro lado, en su "Admirandis in natura auditis", Aristóteles trae a cuento lo de los cartagineses que partieron de Gibraltar hacia el Poniente.
Al respecto, la Patrística también hace su aporte. San Anselmo en su "De imagene mundi" habla de una isla «que se llama La Perdida». Esta no es la misma que la Atlántida, a la que se refiere Platón en su "Timeo"; también Plinio en su "Naturæ historiarum" (Libro II, Cap.92); asimismo Séneca en sus "Morales" (Lib. VI); y por último, igualmente San Jerónimo y San Agustín.
Amparado por el autorizado criterio de tantas celebridades, Casas concluye que un hombre tan leído y prudente, y «mucho experimentado en las cosas de la mar», además, «escogido por Dios para efectuar hazaña tan egregia», pudo razonable y discretamente moverse a procurar favor y ayuda, «afirmando la certidumbre de su descubrimiento». ¿Cuál era éste? Se lo escribe a los Reyes Católicos (Cádiz 1501): «Me abrió N.S. el entendimiento con mano palpable, a que era hacedero navegar de aquí a las Indias y me abrazó la voluntad para la ejecución dello». Es que desde hacía mucho había comenzado a madurar la idea en el sentido que, siendo el mundo una esfera, era posible encontrar el Oriente aventurándose por el Océano rumbo al Occidente. Casas abona al respecto dos ocurrencias sustantivas. Una fue el libro "De imagine mundi" de Pedro de Aliaco, (obra y autoría rara y curiosa), anotado por el propio Cristóbal Colón tal cual lo testimonia Casas, que lo tuvo en sus manos, donde se sostiene que no puede haber mucho mar entre España y la India Oriental; mar que se puede navegar «si el viento fuese tal cual conviniera». Otra fue la conexión con el físico florentino Marco Paulo ( Paolo del Pozzo Toscanelli), lograda en Lisboa, por la cual se afianza la convicción que navegando por el Poniente se alcanza la Especiería, es decir, el Levante. Sea como sea, pronto se demostraría que el Gran Almirante, en el arte de navegar, «excedió sin duda alguna a todos cuantos en su tiempo en el mundo había».
En la "Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra del mar océano" (1601) de Antonio de Herrera, se recogen las citas de Séneca y de los demás clásicos mencionados por Casas ad pedem litteræ. En tal sentido, sólo es rescatable a favor del autor la cita de San Gregorio sobre la epístola de San Clemente, donde dice que pasado el océano hay otro mundo.
A cien años del descubrimiento de América, Herrera concluye que Colón, como gran cosmógrafo que era, sabía que la Tierra no era solo lo conocido sino lo por descubrir en los 370º de su ámbito. Y que si los portugueses descubrieron navegando hacia el Sur, nadie había intentado descubrir navegando hacia el Oeste.
Como colofón de este artículo, bien vale la pena consignar la oración de Colón en las playas de Guanahaní, reivindicada por Fray Buenaventura de Salinas y Córdoba en su "Memorial de las historias del nuevo mundo: Perú", (1630), y que en lengua de Cicerón reza así:
Domine Deus, Aeterne, et Omnipotens;
sacro tuo Verbo coelum, et terram, et mari creasti.
Benedicatur, et glorificetur nomen tuum;
laudetur tua Maiestas,
quae dignata est por humilen seruum suum procurare
ut eius sacrum nomen agnoscatur,
et publicetur in hac altera mundi parte.
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