Una comunidad anclada en el tiempo
24 de diciembre de 2011
Simón Gómez, Rusia Hoy
La filóloga Olga Rovnova y el periodista e historiador Piotr Aleshkovskiy tienen una misión: han dedicado los últimos cinco años a viajar por el mundo rastreando los pasos de una comunidad religiosa de origen ruso que parece anclada en el tiempo. A esta colectividad se la conoce como viejos creyentes y tienen la particularidad de practicar un estilo de vida alejado de la modernidad y marcado a fuego por una estricta moral religiosa.
El destino –y la persistencia–quisieron que Rovnova y Aleshkovskiy encontraran la puerta de entrada a la vida cotidiana de estas personas en lo profundo del campo uruguayo. Allí están establecidas dos comunidades de estos cristianos ortodoxos: Colonia Ofir (departamento de Río Negro) y La Pitanga (en Paysandú). Los staroveri –como se les llama en ruso- que viven en Uruguay son apenas algunos cientos y mantienen al mundo exterior a prudencial distancia.
Pero es ese autoaislamiento el que los ha ayudado a mantener intactos su idioma y sus tradiciones. Y esa es una proeza para una comunidad que tras romper con la Iglesia Ortodoxa rusa –en 1654– ha sufrido la persecución de forma recurrente.
¿Cómo comenzó la diáspora de los viejos creyentes?
Aleshkovskiy: En el siglo XVII se produjo en Rusia la división en la religión ortodoxa. Pero la diferencia entre una y otra no es muy grande desde el punto de vista teológico. Pero poco a poco el poder central comenzó a presionar a los seguidores de la antigua fe, porque no era posible que un Estado tuviera dos religiones.
Los staroveri comenzaron a irse hacia Siberia y más al este también. A finales del siglo XIX los volvieron a perseguir y eran víctimas de ataques. Hubo casos en los que los viejos creyentes huyeron de la persecución inmolándose. Se encerraron en sus iglesias y ellos mismos les prendieron fuego. Cuando los comunistas llegaron algunos de ellos se establecieron en China, en los años 1950 desde allí viajaron a Hong Kong.
¿También fueron perseguidos en China?
Aleshkovskiy: En realidad lo que sucedió fue que no lograron encontrar una lengua en común con las autoridades chinas. Los obligaron a trabajar como si estuvieran en un kolkhoz, limitándoles así la libertad para organizarse de la forma en que ellos estaban acostumbrados.
¿Qué criterios usan los staroveri para buscar un lugar en donde establecerse? ¿Siguen alguna lógica o es azar?
Rovnova: Sí, hay lógica. Ellos eligen lugares donde haya tierras aptas para la agricultura, donde sean baratas, y donde existan condiciones climáticas para cultivar.
Aleshkovskiy: En Rusia se dedicaban a la caza y a la pesca. Vivían en la taiga y cultivaban solo para sí mismos, para vivir. Aquí conservaron la tradición de la caza y la pesca.
¿Siempre se mueven en grupos reducidos?
Rovnova: Se mueven en grupos familiares, y las familias son bastante grandes. Pueden tener ocho, 10 o 12 niños. Primero se muda una familia y luego se suman más parientes.
Aleshkovskiy: Pero primero viaja una sola persona para investigar cómo es el lugar en el que analizan instalarse. Miran las tierras, analizan si pueden vivir ahí o no. Trata de conocer el mercado, los precios y después que están seguros viajan todos.
Pero esta dispersión debe tener sus problemas...
Aleshkovskiy: Lo interesante es que sin importar donde vivan todos se conocen. Un problema muy grande para ellos es el casamiento. Solo se pueden casar con una persona con diferencia de ocho generaciones de parentesco, no menos. El parentesco más importante para ellos es el de padrinazgo.
No se puede tener contactos matrimoniales con familiares del padrino. Por lo tanto estas restricciones dejan muy pocas posibilidades para los matrimonios dentro de la comunidad. Por eso siempre las colonias están muy vinculadas entre sí, siempre viajan a otros países para pasar las fiestas, por ejemplo.
¿Entonces debe ser común que deban buscar parejas en comunidades de otros países?
Rovnova: Se pueden casar con una persona uruguaya, pero eso sí, esa persona tiene que aceptar las reglas religiosas y convertirse a la fe. Hay un uruguayo en Colonia Ofir y un alemán en La Pitanga, por ejemplo.
Aleshkovskiy: No están en contra del ingreso de personas a su fe. Cuando decimos que no les gusta que le saquen fotos o que no conocen la computadora puede parecer que estoy hablando de una tribu amazónica que no quiere conocer el mundo, pero es impresionante que los viejos creyentes estén abiertos. No tienen ideas mesiánicas.
Ellos están siempre dispuestos a aceptar a personas, pero es difícil entrar porque hace falta conocer las tradiciones, estar presentes durante los servicios religiosos y entender todo. Pero hay ejemplos, como el de un ruso de San Javier que se casó con una mujer de Ofir. Ellos tuvieron siete hijos pero no se pudo adaptar al estilo de vida de la comunidad y se terminó yendo. No pudo integrarse. Ellos nos reciben, a nosotros rusos o a los uruguayos, con mucha alegría, e invitan con comida a sus huéspedes. Te invitan a la mesa pero no a su mesa pero eso no quiere decir que no seas bienvenido o que te quieran ofender. Mucha gente no entiende esta costumbre, por eso en Rusia la reacción hacia ellos es un poco negativa.
¿Al hablar en ruso, el idioma funciona como una especie de barrera natural con el exterior?
Rovnova: Me he especializado en estudiar la lengua que ellos utilizan. Se trata de una lengua rusa muy arcaica. Esta lengua no tuvo ninguna influencia de la lengua rusa moderna.
¿Tampoco se ha contaminado de la lengua local?
Rovnova: Usan algunas palabras del español. Por ejemplo, si en su lengua no hay un nombre para un objeto toman el nombre local. Pero en líneas generales su lengua rusa ha permanecido intacta.
¿A qué año correspondería el ruso que hablan los staroveri?
Rovnova: Data del siglo XVIII.
De alguna forma, la lengua de los viejos creyentes se transformó en su cápsula del tiempo...
Rovnova: Es muy interesante que esta antigua lengua rusa la hablen todas las generaciones de viejos creyentes, desde los niños a los viejos. Y en esta lengua aparecen algunas palabras rusas actuales para reflejar la vida moderna, es decir de un lado toman algunas palabras del español y de otra usan los recursos de la lengua rusa. Eso quiere decir que es una lengua que sigue viviendo y que se sigue desarrollando.
Aleshkovskiy: Cualquier idioma describe el mundo. Los viejos creyentes están construyendo algo nuevo pero en el marco de una lengua del siglo XVIII. El descubrimiento más grande que hizo Olga tiene que ver con el idioma escrito. Escriben cartas unos a otros en esa lengua, en la lengua que hablan.
No se trata de la lengua que se utiliza en los servicios religiosos sino que es la lengua de comunicación oral llevada a la escritura. Cuando uno lee esas cartas uno tiene dos reacciones: o uno se ríe a carcajadas o quiere, por el contrario, ponerse de rodillas y ponerse a rezar. Hay que respetar la hazaña de los viejos creyentes.
Rovnova: En Rusia no hablan en ese idioma.
¿Un ruso entendería la lengua de los viejos creyentes?
Rovnova: Los entendería pero creería que se trata de otro idioma ruso.
Aleshkovskiy: Por ejemplo cuando estuvimos con ellos les preguntamos qué animales había en la zona en la que ellos vivían y hablaron de algunos, pero también mencionaron un animal de color negro con muchas patas y no logramos saber a qué se referían. Entonces les pedimos que nos explicaran más y mencionaron una palabra que significa araña. Esa palabra a veces aparece en la literatura rusa pero está casi en desuso, pero ellos la conocían. Es como estar hablando con alguien del siglo XVIII.
¿Hablan español?
Aleshkovskiy: La mayoría sí. Pero lo aprenden, como dicen ellos, del aire.
En las zonas en las que están instalados se han hecho fama de ser gente muy trabajadora.
Aleshkovskiy: “Mi tierra es mi labor” y ellos trabajan desde muy temprano hasta muy tarde, excepto los domingos. En La Pitanga, por ejemplo, el domingo que estuvimos con ellos se dedicaron a jugar al fútbol. Pero antes, desde las tres a las siete de la mañana, estuvieron rezando en su templo. En general los servicios religiosos son largos. Ellos conservan escrupulosamente las tradiciones de su fe. Siempre llevan consigo las escrituras, los libros son para ellos algo muy, pero muy sagrado.
¿Allí es donde perpetúan su historia?
Aleshkovskiy: Estos libros están escritos a mano y algunos se remontan muchos años en el pasado. Por ejemplo, vi uno que reescribió un joven a los 19 años en Honk Kong, ese hombre ahora es un anciano. En la década de 1970, un científico ruso que estableció buen contacto con ellos, encontró varios libros hechos en cuero. Pero lo interesante de esta costumbre de reescribir los libros es que si comparamos un libro del siglo XV con uno del siglo XX descubriremos que son iguales.
¿Estas colonias son prósperas en lo económico?
Aleshkovskiy: A primera vista esta aldea (La Pitanga) se ve como muy pobre y viven de manera muy simple. Pero después ves los tractores y otras máquinas, y se podría decir que tenían el equipamiento equivalente, en dinero, a tres Ferrari. Los viejos creyentes viven para trabajar, por ejemplo, si tienen mucho trabajo no vuelven a su casa, se quedan a dormir en el campo. Duermen algunas horas y siguen trabajando. Les gusta el dinero. Sobre todo porque entienden que el dinero es su independencia.
Siempre a resguardo del mundo exterior...
Aleshkovskiy: Ellos provocan un respeto muy profundo y la distancia que ellos mantienen del entorno es perfectamente entendible, ya que es la única forma que tienen de preservar su cultura. Precisamente eso les hizo muy fuertes. Es muy interesante y son un fenómeno absolutamente único y pese a que no son uruguayos, también es cierto que forman parte del espectro poblacional de este país y debería ser un orgullo para Uruguay.
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