africana, ha producido los elementos más heterogéneos de población, y como es natural ha influido irresistiblemente en sus inclinaciones, hábitos e ideas” (6).Y el Río de la Plata en su conjunto, según su visión, en absoluto escapaba a esa realidad de un indiscutible origen multiétnico y de un generalizado mestizaje. Mestizaje que no aprobaba ni lo satisfacía porque lo consideraba un factor de atraso, pero que lo aceptaba como un elocuente e ineludible dato de la realidad.
Este reconocimiento marca una sustancial diferencia con la visión de homogeneidad étnica que predominará posteriormente en el discurso historiográfico rioplatense como explicación de nuestros orígenes poblacionales y, para el caso de nuestro país, puede decirse que tal visión de origen multi-étnico recién ha sido recuperada con firmeza a partir de la década de 1980. Y precisamente, al trazar los rasgos generales de ese complejo proceso de mestizaje como resultado biológico y cultural predominante en la región rioplatense, Magariños Cervantes destacaba de manera fundamental la obra de las misiones en la formación de un pueblo indígena con características propias que, aún después de la expulsión de la Compañía, mantuvo la herencia cultural recibida de aquella y participó de manera especial en dicho proceso de hibridación. Destaca también dicho autor el papel de las misiones en la lucha de fronteras entre los imperios ibéricos, la inmediata decadencia que sucedió a la expulsión de la Compañía, el influjo que tenían los Padres “en las últimas clases” y como contribuyó la herencia dejada por los jesuitas en el futuro proceso revolucionario, especialmente por el impacto de su expulsión. Al respecto afirmaba de manera contundente: “Sí, 1767 es el relámpago que ilumina el abismo donde inevitablemente va a hundirse convertido en polvo el trono americano de los Reyes Católicos” (7).
Magariños Cervantes no realizó ningún aporte en materia heurística pero la lectura actual de sus escritos los revela como llenos de intuiciones importantes y siempre realizados desde una visión de amplitud continental, no meramente uruguaya, condición que aceleradamente en los escritores de las últimas décadas del siglo XIX se fue diluyendo.
Fue en el último tercio del siglo XIX cuando la producción histórica comenzó a dar obras de mayor aliento. Por un lado se destacó la labor como documentalista del oriental Andrés Lamas, quien publicó entre 1873 y1874 la “Historia de la Conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán” del P. Pedro Lozano (8) de acuerdo a la copia existente en la Biblioteca Nacional de Montevideo, incluyendo una extensa Introducción en la cual Lamas demostró el sólido conocimiento que poseía fuentes y bibliografía sobre la historia de América, siendo un decidido impulsor de los estudios históricos en el Río de la Plata. Menos de una década después, en1882, editó también en Buenos Aires la “Historia de la Conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán” del padre José Guevara (9), obra que Lamas consideraba inédita porque negaba valor a la edición realizada por Pedro de Angelis por sus numerosas omisiones, errores y modificaciones.
En su Introducción Lamas objeta el método histórico utilizado por Lozano y Guevara en la redacción de sus respectivas “Historias ...” por seguir los lineamientos de Bossuet según los cuales se interpretan y destacan los hechos como “manifestaciones externas de la realización de un idea que los inspira y los encadena ...” donde “los hombres son agentes mecánicos de los designios de la providencia divina”. En sentido contrario, Lamas expresó que adhería a la escuela histórica que fundaron los filósofos del siglo XVIII que al devolverle “al hombre su libre albedrío, su responsabilidad y su acción ingénita en la elaboración de su propio destino, ha producido la escuela moderna y ha hecho de la historia una cátedra de enseñanza experimental”. Lozano y Guevara, agregaba, no se remontaron a las “altas regiones” de la Historia, “se conservaron en los límites de la crónica propiamente dicha”(10), pero como tales sus obras tienen un valor insoslayable y merecen ser difundidos .
Sin embargo, en el plano de los juicios históricos Lamas se manifiesta totalmente favorable a los que denomina “los servicios más reales y los méritos más evidentes” de los Padres y recomienda, seguro de las objeciones que recibiría: “Veamos a los Jesuitas en la arena de la conquista y no les rehusemos la justicia .......en la historia de la conquista nada hay más bello, más imponente, ni más edificante que las imágenes de los Jesuitas que apoyados en un bastón coronado por la cruz, con el breviario debajo del brazo, y sin más propósito que el de atraer a los salvajes al gremio de su Iglesia, penetraban resueltamente los misterios de una naturaleza agreste y desconocida .....”
Y nada más respetable tampoco que la conducta personal de los Jesuitas en contacto con las costumbres depravadas de los conquistadores: ninguna liviandad, ninguna lujuria los manchó; y la casta severidad de su vida, fue una de las bases más visibles de la autoridad que ejercieron sobre los neófitos de las reducciones.
No abonamos sus propósitos mundanos en el pasado, ni nos contamos entre sus partidarios en el presente, pero cuando los encontramos en la historia americana, nos inclinamos reverentemente ante ellos como ante los más verdaderos y más animosos apóstoles de la civilización en la época de la conquista”(11) .
Con estas últimas palabras, Andrés Lamas se ponía por encima de los fuertes prejuicios de su círculo político-intelectual – existente en ambas márgenes del Plata – de fuerte y prolongada militancia en un liberalismo anticlerical, donde fue norma negar la obra del Imperio Español y, especialmente, la herencia católica de él recibida. Lamas realizaba dicha aclaración porque sabía que no le faltarían feroces críticas de sus propios hermanos de lucha anticlerical, por eso merece destacarse su esfuerzo por alcanzar una mayor objetividad, poniéndose, en lo posible, por encima de las fuertes pasiones de su época.
Marcadores