Por supuesto, pena de muerte para los delitos de extrema gravedad. Pero no directamente a manos de la propia policía (salvo en legítima defensa, claro) ni con linchamientos, sino tras un juicio en regla, dando oportunidad al reo de confesarse con un sacerdote antes de morir y con la posibilidad de conmutar en algunos casos la pena de muerte por cadena perpetua. Ahí está precisamente el problema: en que al eliminar la pena de muerte se ha eliminado el efecto disuasorio de la pena.
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