Re: Virreinato del Río de la Plata
Los farrapos y el Rio de la Plata
Por Alicia Vidaurreta
Un.sistema geogräfico diferente al del resto del Brasil otorga a Rio Grande del Sur p.eculiares caracten'sticas: regadas por numerosos rios y arroyos, sus feraces tierras son cruzadas por cuchillas que descienden sobre el Atläntico y la Mesopotamia argentina. AI finalizar la döcada de 1820, como consecuencia de la incorporaciön de la Banda Oriental, se ex- pande la economia riograndense. Basada en la explotaciön del ganado, la producciön de charque y el cultivo del trigo, tuvo las caracten'sticas de una economi'a subsidiaria. En esta producciön de consumo interno, el charque destinado a la alimentaciön en las äreas de explotaciön azucarera y cafetera constituyö la principal fuente de ingresos. La importancia eco- nömica se acentuö mediante el träfico ganadero con los numerosos pro- pietarios rurales brasilenos establecidos en el Uruguay desde la epoca de la dominaciön luso-brasilena que lo derivaban a los saladeros o charquea- das riograndenses. En la practica, el territorio situado al norte del rio Negro en el Uruguay y la provincia de Rio Grande del Sur constituyeron una unidad econömica de profundas rafces coloniales fortalecidas por mültiples intereses.
Esa frontera de gran movilidad conformö tambidn un contexto etnico diferenciado. Una gran hibridaciön social determinö que los riograndenses, geogräfica y culturalmente, se identificaran mäs con los pai'ses de la cuenca platense que con el Imperio. Tradiciones, costumbres y vocabula- rio otorgaron a Rio Grande del Sur un caräcter regional tipico de äreas de frontera. Ello contribuye a explicar tambien que sus jefes politicos se identificaran en forma natural con los caudillos uruguayos participando en sus movimientos revolucionarios mediante el auxilio armado, el de ga- nado y ofreciendo aquel territorio como seguro refugio a los vencidos, tal como sucediö tras el levantamiento del general Juan Antonio Lavalleja contra el presidente Fructuoso Rivera en 1834. En la realidad, la frontera era un limite ficticio, un espacio abierto sin trabas ni obstäculos, a la vez que una zona de intenso contenido cultural que permitiö la proyecciön del Brasil al sur de su territorio. Ello significö, en consecuencia, mantener una hegemom'a que chocaba con los intereses de la clase comerciante de Montevideo y con la poli'tica de neutralidad establecida con el gobierno argentino por la Convenciön Preliminar de Paz de 1828 que puso fin a la guerra entre ambos pai'ses y die nacimiento al Uruguay como naciön independiente.
El ano 1834 moströ claramente la ambivalencia de la neutralidad brasi- lefia cuando el comandante de la frontera de Yaguarön, coronel Bento Gon?alves da Silva, procediö a internar a los revolucionarios lavallejistas, pero a la vez les permitiö reuniones y les facilitö la adquisiciön de arrnas. Paralelamente, el presidente Rivera enviaba emisarios a Rio Grande del Sur y en su häbil poli'tica de intrigas, logrö captarse la adhesiön del co- mandante general de armas de la provincia mariscal Sebastian Barreto Pe- reira Pinto, para anular la propaganda revolucionaria de los emigrados y contar con el apoyo militar y politico de la autoridad provincial'.
La favorable acogida de Bento Goncalves a Lavalleja y sus companeros no es un hecho casual. El cisma entre republicanos - entre los que figura- ba el jefe riograndense en primer piano - y legalistas se gestaba desde antes de la decada de 1830. Proclamada la Independencia en 1822, las pre- siones que sufria la economi'a del sur sin participar totalmente en el regi- men esclavista de producciön, resultaron del pesado sistema tributario y del poder que lo regulaba. El regimen poli'tico-administrativo establecido durante el Imperio transformö a los presidentes de las provincias en dele- gados del gobierno central. En el caso de Rio Grande del Sur, pronto sur- gieron facciones locales que respondieron a aquel y a los disidentes, adop- tando las denominaciones de cßramwrws (legalistas) y liberales, respectiva- mente. La ruptura final habn'a de producirse con el gran movimiento de 1835, vinculado ideolögicamente al liberalismo rioplatense, que se conoce como Revoluciön de los Farrapos o Farroupilha^, de caräcter separatista y federativo, que fue la mäs violenta y costosa de todas las crisis que sufriö el Brasil en ese periodo.
Proclamada en Porto Alegre el 20 de setiembre de 1835, moströ desde SU comienzo una fuerte competencia entre los caudillos dirigentes, todos pertenecientesal nücleo de los mäs fuertes propietarios rurales. En cuanto existiö ganado suficiente en la campana, sus rivalidades fueron minimas: de SU abundancia o escasez dependian directamente las transacciones y maniobras de los jefes, su ascendiente sobre la sociedad local y, en defini- tiva, el control de los propietarios identificados con el Imperio. En conse- cuencia, esta guerra no puede ser considerada solamente desde la optica de la ideologfa liberal que la sustentö, sino tambi^n como la reacciön de un fuerte grupo de presiön afectado por las imposiciones y trabas con que el gobierno central obstaculizaba su desenvolvimiento.
Basada mäs en unidades locales definidas que en el concepto de estable- cer un gobierno fuerte y estable, la revoluciön aportö la marca indeleble de caudillos como Bento Gonfalves, Jose Antönio Souza Netto, Bento Manoel Ribeiro y Jose Antonio da Silveira, cada uno representantc de dis- tintas äreas subregionales. Lograron formar un ejercito de aproximada- mente cinco mil hombres reclutados en su mayon'a por la fuerza: gauchos, esclavos e indios, fueron, en consecuencia, los elementos social y econö- micamente marginados que constituyeron ese ejercito que recreaba la an- tinomia de la tradiciön platina: caudillo-estanciero; soldado-peön^. La revoluciön en las planicies meridionales de Brasil moströ tambien que la büsqueda sistemätica de nuevas fronteras, sea por ia confiscaciön de tierras o ganado de los legalistas, fue otro objetivo de los caudillos re- publicanos. Duenos de grandes recursos en la campafia, los jefes farrapos aumentaron su influencia y poden'o en relaciön directa con los bienes de que se apropiaban, un factor que en la primera epoca de la guerra contri- buyö a disminuir las tensiones y rivalidades entre ellos.
Poco antes del estallido de la revoluciön riograndense, se produjo un vuelco poh'tico significativo en el vecmo Uruguay. El 1 ° de marzo de 1835 el general Manuel Oribe era electo presidente mientras a Fructuoso Rivera, sin desplazarlo del escenario poli'tico, se lo designaba Comandante Ge- neral de la Campana. El cargo, ya desempenado antes de 1830, estaba estrechamente vinculado con su conocimiento y gravitaciön en el medio rural y con las caracten'sticas de su personalidad. Rivera, sabido es, no era hombre de ciudad. Fue una aparentemente acertada medida de Oribe para contener a su rival, pero en la präctica funcionaron dos gobiernos al no aceptar Rivera su caräcter de subordinado^,
El gobierno de Oribe, aliado en lo interno con Lavalleja y en lo externo con su protector, el gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas, con quien se entendi'a directamente a traves del comisionado en Montevi- deo Juan Correa Morales, fue observado con lögica desconfianza por el Imperio, no solo por la relaciön entre Oribe y Rosas, sino tambien porque a traves de Lavalleja existia la posibilidad de su apoyo a los disidentes riograndenses.
Bento Goncjalves no perdiö minuto en entablar la relaciön. A poco de producida la revoluciön enviö documentos y una carta en que comunicaba a Oribe los sucesos de Rio Grande a fin de alejarle cualquier recelo o alarma que pudiese haber ocasionado la revoluciön. Las armas se habian le- vantado, aclara en la carta, "para salvar a la patria de la inepta y antina- cional administraciön" del Dr. Antönio Rodrigues Fernandes Braga, pre- sidente de la provincia que huyö siendo reemplazado por Marciano Pe- reira Ribeiro. La carta tiene una segunda connotaciön, ya que a la vez, el jefe riograndense formula severas quejas contra Rivera que desde su cargo de Comandante General de la Campafia habia asilado a varios emigrados legalistas y dificultaba el regreso de los republicanos que en persecuciön de aquellos se habian internado en territorio uruguayo^. Desde el primer momento existiö, pues, la voluntad de armonia y acerca- miento hacia el gobierno de Oribe, un hecho que debe vincularse tanto al influjo de Lavalleja como a la ambigua actitud de Rivera.
De mäs peso, pero mucho mäs dificultoso, era establecer similares rela- ciones con Rosas. Se procurö su apoyo, al menos indirecto, comisionando a uno de los principales jefes civiles de la revoluciön, Antonio Paulino da Fontoura. Nada obtuvo de su viaje a Buenos Aires a pesar de las recomen- dadones de Lavalleja con quien lo uni'a antigua amistad. Muy cuidadoso se moströ el gobernador de Buenos Aires cuando al inaugurar las sesiones anuales de la provincia en 1836 declarö que se habia satisfecho la solicitud del encargado de negocios de Brasil evitando que los argentinos - Ma- nuel Rueda a la cabeza, aunque sin mencionarlo - se ingiriesen en los acontecimientos de Rio Grande y prohibi6ndose la extracciön de armas y municiones a esa provincia, que habia sido el objetivo de la infructuosa misiön de Fontoura®.
Tan explicita y oportuna manifestaciön de neutralidad no convenciö a las autoridades brasilenas. A mediados de agosto de 1836, en tränsito a SU sede representativa en Perü y Bolivia, llegaba a Montevideo el diplomä- tico Duarte da Ponte Ribeiro designado por el canciller Antonio Paulino Limpo de Abreu (Vizconde Abaet6). Observö atentamente el panorama poli'tico uruguayo y, rioplatense por extensiön, escribiendo en sus infor- mes a la cancillen'a imperial la connotaciön de las rivalidades partidarias: blancos y Colorados no se habfan constituido como estructuras partida- rias orgänicas, pero ya en ese ano se defini'an sus tendencias, personaliza- das en los caudillos: Rivera, como jefe de los Colorados, aparece aliado a Lavalle y a la emigraciön unitaria, mientras Oribe se perfilaba ya como el jefe del partido nacionalista protegido por Rosas. Resulta muy sugesti- vo y esclarecedor el retrato de la personalidad de Ponte Ribeiro que ha dejado Souza: "
"Era con verdadero placer que Ponte aceptaba una discusi6n. Hoy, de sus extensas notas sobre cualquier asunto que describiö, se siente que ese era SU verdadero elemento, principalmente si en las controversias podia atacar cualquier menosprecio al Brasil. En esos momentos, el diplomätico se tras- figuraba, dejaba su lenguaje de siempre, afable y cortes y lo sustitui'a por otro, muy diferente, intolerante, provocador tambien y altivo . . . Mas no paraba ahi. Desde que se tratase de cuestiones importantes, las trasladaba a memorias, oficios o memorandums, en los cuales explicaba profusamcnte lo ocurrido y recontaba punto por punto la discusiön en que se empefiara, escudrinändolo y desnudändolo todo!'
Ponte Ribeiro fue testigo de la simpatia general del pueblo uruguayo hacia la causa riograndense pero tambiin del acto poli'tico de Oribe que adhiriö a Rosas declarando la neutralidad del pai's en la contienda. Resuel- to a hacerla efectiva, delegö el mando en el vicepresidente Carlos Anaya y a fines de 1835 ya se habi'a trasladado a la frontera de Cerro Largo donde tuvieron lugar sus conocidas conferencias con Rivera para imponerlo de la li'nea de conducta adoptada. El acuerdo no fue posible: Rivera, favore- cido por SU innegable poder y ascendencia en el medio rural no ocultö su apoyo a los legalistas riograndenses, que, en definitiva, fue el principal motivo que determinö la supresiön del cargo que ocupaba. Por su parte, Oribe intentö vanamente, a pesar de la declarada poh'tica de prescinden- cia, ocultar sus simpatias por el movimiento revolucionario. La inmediata entrevista que sostuvo con Bento Gon9alves en la frontera de Yaguarön no hizo mäs que avivar las disensiones entre los caudillos uruguayos contribuyendo a la definiciön de los dos bandos politicos.
En el contexto de la misiön privadade Duarte da Ponte Ribeiro interesa- ba fundamentalmente observar las relaciones de los caudillos uruguayos con las facciones de Rio Grande. En nota al ministro de Negocios Extran- jeros Antönio Paulino Limpo de Abreu manifestö que los gobiernos de Buenos Aires y Montevideo armaban secretamente a los rebeldes riogran- denses y que Rosas, a pesar de sus declaraciones, fomentaba la separaciön de Rio Grande del Sur. Se conocia que antes de estallar la revoluciön va- rios particulares habtan adquirido armamento en Buenos Aires de donde habian sido embarcadas clandestinamente a Rio Grande, asl como que sesenta y ocho barriles de pölvora habian sido despachados de un depösi- to que el gobierno uruguayo teni'a en una isla pröxima a Montevideo con el mismo destino. La informaciön se extiende a Antönio Paulino da Fon- toura y EHseo Antunes Maciel, este ültimo comisionado por Bento Gon- galves ante Rosas para comunicarle que se habia negado a Jose Araujo Ribeiro, nombrado en Rio de Janeiro, para asumir el gobierno de la pro- vincia. Estos hechos prueban que existia una autentica voluntad de acer- camiento hacia Rosas aunque Maciel, como Fontoura, no encontrö la co- laboraciön que le habfa prometido Lavalleja. Sagazmente, Rosas cerrö los ojos a las operaciones privadas, pero rechazö todo contacto oficial para evitar un entredicho con el Imperio, aunque Ponte Ribeiro seüala que la revoluciön riograndense fue cortejada por el gobierno argentino, aunque con el tono de misterio con que Rosas rodeaba todos sus actos'.
Aunque calculadamente Rosas no recibiö a los emisarios riogranden- ses, les hizo saber la conveniencia de entenderse con otros gobicrnos. Esto no signifacaba sino la indicacion del acercamiento a Oribe, desligändose asi' la Confederaciön de una relaciön de previsibles fatales consecuencias con el Imperio. De ahi que las entrevistas de los emisarios con Oribe mar- can un hito en la politica revolucionaria riograndense: a partir de ese mo- mento la neutralidad uruguaya pasa a ser letra muerta y todas las partidas legalistas que entran en el territorio en busca de ganado son repelidas y desarmadas mientras los republicanos penetran y salen a voluntad, reci- biendo armamento e incorporaciones de soldados, con pleno conocimien- to del gobierno. En pocos meses, estos hechos configuran la contradicciön mäs total de las enfäticas declaraciones de Oribe en Cerro Largo.
Mientras desde Montevideo se favorecia esta conducta, Rosas des- pachaba notas circulares a los gobernadores de las provincias - los prin- cipales destinatarios eran los de Corrientes y Entre Rios - prohibiendo, en SU calidad de encargado de las Relaciones Exteriores de la Confedera- ciön, cualquier ingerencia en el movimiento riograndense. La orden tenfa un doble objetivo: estaba tambien destinada a ser conocida en Brasil, cuyo periödico oficial supo aprovecharla publicändola para mostrar el naufragio de las comisiones riograndenses en Buenos Aires'.
La difusiön de la circular de Rosas no implicö, en modo alguno, que el gabinete flumjnense mantuviera sus reservas respecto a la colaboraciön que los rebeldes recibi'an en el Uruguay. Esa fundada desconfianza, basa- da en el contrabando de armas y ganado, crece con los informes que remi- te Manoel de Almeida Vasconcellos, encargado de negocios del Brasil en Montevideo, que se muestra convencido de que existia un eventual proyec- to de constituir una federaciön con la provincia rebelde. La hipötesis de Almeida Vasconcellos se basa en el encubrimiento de actos que contra- riaban declaraciones oficiales. Entre otras, constaban las efectuadas por el canciller de la Confederaciön Argentina Felipe Arana al encargado de negocios del Imperio Manoel Jose Lisboa al asegurarle que su gobierno "jamäs llegarä a desmentir su fidelidad y el interes que toma en la permanencia del orden, tranquilidad y seguridad interior de todos los Estados", aunque se nego a acceder a la solicitud del diplomätico de impedir la sali- da de pasajeros sospechosos para Brasil.
El levantamiento de Rivera contra Oribe, que desembocö en la batalla de Carpinteria en diciembre de 1836, obligö al caudillo, tras su fracaso, a huir a Rio Grande del Sur. Se asilö en Alegrete desde donde fue invitado a conferenciar con el comandante de la frontera Bento Manoel Ribeiro, mientras Oribe reclamaba a este el desarme de los emigrados.
En Buenos Aires se produjo una modificadön significativa en la acti- tud hacia Oribe. A pesar de su triunfo militar, Arana - es decir, Rosas - no trepidö en censurar su falta de energi'a en la conducciön poli'tica, opiniön que se hizo conocer al encargado de negocios de Brasil. Este reco- giö la critica y la inusual confidencia de Arana, vi^ndola como una falsa postura defensiva respecto del Brasil en los mismos momentos en que re- fugiados legalistas eran maltratados en Corrientes y Entre Ri'os y armas y pölvora continuaban siendo enviados a Colonia para ser luego remitidos
a los revolucionarios riograndenses ".
El II de setiembre de 1836 los farrapos obtuvieron una impresionante Victoria en Seival, proclamando la Repüblica en el mismo campo de guerra. Aunque poco desjjues fueron derrotados por Bento Manoel Ri- beiro en la batalla de Fanfa (3 de octubre de 1836), tras la cual fueron apre- sados y llevados al norte los principales jefes Bento Gongalves, Onofre Pinto y Livio Zambecarri, el primero fue electo presidente de la flamante repüblica y se organizö un ministerio compuesto por seis carteras, encabe- zadas por las figuras mäs relevantes de la revoluciön como Jose Mariano de Mattos, Domingo Jose de Almeida y Jos6 Pinheiro de Ulhoa Cintra.
La nueva naciön funcionaba aün sin una constituciön. En parte, los le- galistas estaban en lo cierto cuando clasificaban al gobierno farrapo como Estado militar ambulante. La villa de Piratini fue dos veces sede de su go- bierno, que funcionö tambien en Casapava y Alegrete. Aunque mantu- vieron una Asamblea Legislativa y convocaron una Constituyente, las exi- gencias de la guerra tuvieron prioridad sobre el aspecto legal de la nueva naciön No las tenfan menos las relaciones con los Estados del sur, de las que en buena parte dependia la suerte militar. Ello explica que se solicitara a Rosas el reconocimiento del nuevo Estado, observando que la federa- ciön con las repüblicas del sur era una de las metas del nuevo gobierno, por lo que muy apresuradamente y sin medir ulterioridades, se le solicitö que asumiera el caräcter de protector de la Repüblica Riograndense'^.
Esta proposiciön, sumada a la relaciön personal entre Oribe y Bento Gon^alves configura, segün Alfredo Varela, un triunfo incontrastable de la poh'tica platina contrapuesta a la desenvuelta por el Imperio'". Es co- nocido que desde tiempo aträs se propalaba la existencia de trabajos clan- destinos no solo para independizar a Rio Grande del Sur sino de otros mäs vastos, atrevidos y complejos que consisti'an en constituir una confede- raciön que con el nombre de Liga Oriental unin'a a aquella provincia con el Uruguay. De momento, se cumph'a la primera parte del ambicioso plan. Oficialmente, la instalaciön de la Repüblica de Piratini fue comunicada a Rosas mediante el envio de Jose Carlos Pinto, portador de la nota del canciller Ulhoa Cintra que declaraba que se habi'a llegado a ese paso por el cansancio de los habitantes de "sufrir por mäs tiempo el caprichoso or- gullo y despotismo de la Corte del Brasil", a la vez que se encargaba al comisionado el reconocimiento de la flamante repüblica y el estableci- miento de relaciones con el gobierno de la Confederaciön Argentina Aunque Rosas häbilmente eludiö tales compromisos, no se pusieron tra- bas para que el comisionado adquiriera y despachara desde el puerto de Buenos Aires cuarenta cajones repletos de material de guerra, a pesar de las seguridades dadas por Arana al encargado de negocios Lisboa y al agente secreto imperial Antonio Cändido Ferreira, de que eran destinadas para auxiliar a Oribe. De tan inexactas afirmaciones, asi' como de la pre- sencia coincidente del emisario secreto de la Corte, se infiere la importan- cia que esta asignaba al eventual concurso de Rosas a la causa de los farra- pos
Anthero de Brito, el nuevo presidente legalista de Rio Grande con sede de gobierno en el puerto de ese nombre, tambien buscö la aproximaciön con Oribe para que interrumpiese la abierta protecciön que recibi'an los farrapos en la frontera. Para satisfacer el pedido, Oribe cotnisionö a Ata- nasio Cruz Aguirre, quicn marchö a aquel destino a fines de marzo de 1837, pero con el propösito de reclamar, por parte de su gobierno, la pro- tecciön que Bento Manoel Ribeiro otorgaba a Rivera y los emigrados que habi'an formado una brigada de aproximadamente ochocientos hombres que amenazaban invadir el Uruguay'^.
La misiön de Aguirre obtuvo parcialmente los resultados buscados ya que Brito, desde el primer momento, se preocupö de hacer perseguir a al- gunos jefes iegalistas - sus enemigos personales en la facciön oficial - a los que, justificando su decisiön, calificö como acomodaticios y poco resueltos a la lucha. Para satisfacer el pedido de Oribe, los apresö junto con algunos emigrados riveristas, pero en la realidad la misiön de Aguirre sirviö mäs para que Brito se deshiciera de enemigos personales que de cumplir con el pedido del presidente uruguayo. Disconforme con los pro- cedimientos de Bento Manoel, Brito exige la guerra a muerte contra los insurrectos pero el jefe legalista sabe que es imposible. El ej^rcito imperial estä mal equipado: carece de armamentos, municiones y caballos, llave de la guerra, por lo que Bento Manoel pide su retiro. Esta fractura emre los Iegalistas coincide con la reapariciön de Rivera en Porto Alegre donde confabula con Caspar Menna Barreto y otros jefes Iegalistas para derro- car al presidente Anthero quien, sin p^rdida de tiempo, ordena al caudillo uruguayo trasladarse a Rio de Janeiro. AI no poder concretar la medida, Anthero dispone la prisiön de Rivera, acto que es seguido por la propia prisiön de Anthero ordenada por Bento Manoel por la mencionada razön de disidencia en cuanto el equipamiento del ejercito.
Los preparativos revolucionarios de Rivera, preludio de la ya inevitable guerra civil en el Uruguay, otorgan un caräcter internacional a la contien- da tanto por el apoyo de los Iegalistas riograndenses como de los unitarios argentinos que, doctrinarios y desafectos a la personalidad de Rivera, se ligaron a el por la fuerza de su poder y por los intereses comunes contra el gobierno de Rosas. Desde Durazno, el caudillo ramificö la insurrecciön hacia Cerro Largo, Paysandü, Soriano y San Jose, mientras el gobierno no pudo controlarla a pesar de adoptar medidas defensivas. El encargado de cumplirlas fue el hermano del presidente, general Ignacio Oribe. Lo secundaba Lavalleja, pero la lentitud de las operaciones que emprendieron mereciö criticas en Montevideo y, particularmente, per parte de Rosas".
La Iglesia es el poder supremo en lo espiritual, como el Estado lo es en el temporal.
Antonio Aparisi
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