Así nació la leyenda del "Imperio del Rey Blanco"
Por qué el Río del Plata se llama así: la fantástica aventura de Sebastián Gaboto
Vicente Fidel López
El 27 de mayo de 1527 el gran Sebastián Gaboto, navegando en las aguas del río Paraná, notó que las bocas del Carcarañá y Coronda eran un punto apropiado como puerto y fortín, y construyó en el promontorio que allí se avanza al Paraná el fuerte de Sancti Spiritus, destinado a depósito, puerto de abrigo y centro para continuar las exploraciones río arriba, y averiguar las circunstancias de los lugares y caminos de la tierra que le quedaba a la izquierda. Con esta mira, Gaboto se adelantó como doce leguas a las pampas; y allí le dijeron los indios gandules (es decir, los vagos, los nómadas, llamados así por los guaraníes ribereños) que al otro lado de la tierra en que estaban, existía un mar inmenso, de donde ellos traían algunos de los adornos de plata que le mostraron y le cambiaron. Lo particular es que las tribus de los ríos le decían también que subiendo al interior por sus aguas había naciones que tenían abundancia de objetos de plata; y como Gaboto era sin duda el cosmógrafo de más saber y experiencia de su tiempo, no le quedó duda ninguna de que el mar de que le hablaban los gandules de la pampa y los ribereños del Paraná, era el mismo mar descubierto por Balboa, cuyas riberas, según le había dicho el cacique Cumae-Kari, se prolongaban al sur por los dominios del Rey Blanco. Ahora sabemos que el origen de esas riquezas eran las minas del Potosí. Pero por entonces, junto a Sancti Spiritus, la primera colonia española del Plata, nació la leyenda centenaria que bautizó al río de la Plata.
El paso al Pacífico
El descubrimiento y las primeras exploraciones españolas en nuestra región son un efecto inmediato del descubrimiento del océano Pacífico por Vasco Núñez de Balboa en el año l5l3. Efectivamente, desde aquel año fue una preocupación constante de la corona española hallar un paso interoceánico que comunicara el Atlántico con el Pacífico, manteniendo el objetivo inicial de establecer una ruta comercial con el lejano oriente (Japón, China e India). Con esa finalidad, tanto España como Portugal comenzaron a proyectar expediciones navales dirigidas hacia las costas atlánticas de América de Sur. En el año l5l5 zarpó el piloto mayor Juan Díaz de Solís con una expedición para hallar el paso interoceánico. Recorrió las costas del Brasil y llegó en el año l5l6 al estuario del río de la Plata, al que llamó Mar Dulce. Solís, con algunos tripulantes, se dirigió hacia la costa de la actual República Oriental del Uruguay. Al intentar entablar contacto con los aborígenes son muertos por éstos, a la vista de sus compañeros que observaban el dramático episodio desde las naves fondeadas en el río. Ante tamaño infortunio, la expedición debió regresar a España. En el año l520 cruzó frente al Plata la expedición de Hernando de Magallanes, la que siguió con éxito hasta el sur, donde halló el paso interoceánico tan buscado. El primer viaje alrededor del mundo fue completado por el piloto Juan Sebastián de Elcano.
El descubrimiento del estrecho hizo comprender de un modo evidente la suprema importancia del río de Solís: era indispensable vigilar el canal de unión entre ambos mares que debía ser la puerta vedada de los opulentos dominios de España en el Pacífico.
El marino Gaboto
Sebastián Gaboto había nacido en Venecia, y navegado mucho tiempo al servicio de Inglaterra en los alborotados mares de Noruega e Islandia, en el hemisferio boreal. Ofendido y descontento con Enrique VII, se trasladó a España, cuyo rey lo había llamado desde 1512 para que reemplazara a Magallanes en la empresa de ocupar las islas Molucas y otras del archipiélago asiático. Con ese fin salió Gaboto de Sevilla en 1526.
Gaboto estaba todavía al servicio de Inglaterra cuando se desparramó por Europa la noticia del primer regreso de Colón y del éxito maravilloso de su empresa; pero no fue de los que creyeron que lo descubierto fuera costa de Asia, sino parte de un continente intermedio, en el cual debería haber necesariamente estrechos o canales por los cuales se podía pasar al “mar de las especerías”, cuya ocupación anhelaban todas las naciones europeas. Combinando sus cálculos con los conocimientos prácticos que tenía de las costas del norte europeo, sospechó que el pasaje a los mares asiáticos podía estar en los innumerables canales del mar de Hudson y solicitó de Enrique VII los medios de hacer por allí una exploración. Pero ya fuese por habérsele insubordinado la tripulación, según él dijo, ya por los hielos y otros contratiempos, tuvo que volver descalabrado. Rompió con el rey inglés y se trasladó a España.
Gabotto era, sin duda, el navegante de mayor saber y el más experto de su tiempo, incluyendo probablemente al mismo Colón, a quien aventajaba en sagacidad, en erudición, en experiencia de mar y en juicio correcto. En vez de seguir por el estrecho al Pacífico, en la vivacidad de su espíritu se había despertado la luminosa idea de que por el río de Solís tal vez se podría atravesar al interior de la tierra donde, según se hablaba ya, había un imperio tan opulento como el que había encontrado Cortés en Méjico. Después de explorar ambas costas del Plata, entró al río Uruguay. Mas notó que el caudal de sus aguas venía del nordeste, lo que no concordaba con el propósito de buscar por el oeste un camino que lo acercase a las regiones incaicas del Rey Blanco. Separándose entonces de la costa oriental, encontró afortunadamente los canales del Paraná. El volumen y la corriente de sus aguas bastaron para hacerle comprender que muchos otros ríos caudalosos se echaban en éste desde algunas montañas occidentales del interior, que era en lo que llevaba fijos sus anhelos.
La exploración
Adelantando por el Paraná encontró las bocas del río Paraguay; pero no entró, porque prefirió seguir por el primero hasta un mentado caserío de indios guaraníes llamado Itatí, muy abundante y rico en basamentos y en otros auxilios de que iban necesitados. Fueron bien recibidos y socorridos con benevolencia y generosidad. Pero como Gaboto notara que el Paraná daba una vuelta violenta al nordeste, comprendió que siguiendo su curso se alejaría del rumbo del oeste, donde suponía que estaban las montañas inmediatas al mar de Balboa, y las regiones de la plata. Volvió hacia atrás y entró por las bocas del río Paraguay. A poca distancia encontró las salidas de otro río que los indígenas llamaban Ipitá, es decir, Colorado o Bermejo, y más adelante otras aguas más caudalosas que llamaban Pillco-Mayu, río de los plumeros. Gaboto mandó que lo explorasen en un lanchón, mientras él los siguió con los demás barcos, cuidando de no tocar fondo, y a distancia conveniente para recibir sus informes.
Sin que los exploradores lo sospechasen, los indios agaces los seguían ocultos por la ribera. En una vuelta del río, los españoles bajaron a tierra para fijar rumbo; en el acto fueron atacados y muertos muchos de ellos; unos pocos consiguieron asilarse en el lanchón, y bogando de prisa retrocedieron hasta donde encontraron a Gaboto, bastante alarmado por la noticia de que muchas naves andaban por el río Solís. Temiendo con razón que fueran portugueses u otros aventureros que se apoderasen de Sancti Spiritus, o lo destruyesen llevándole la guarnición, dio la vuelta corriente abajo, seguro ya de que conocía el camino por donde se podía subir hasta las tierras del Inca, lo que no era por cierto poco triunfo y aliciente para persistir en la empresa.
Diego García era un marino de muy pocas letras, pero practicón, navegante experimentado, tenaz y gran trabajador. Había navegado con Vespucio, con Solís, con Magallanes, y dado la vuelta al mundo con Elcano. Entraba ahora al río Solís en la creencia de que era el único concesionario legítimo de esa exploración y de sus aprovechamientos; y como la concesión dada a Gaboto había sido expresa para continuar los viajes hasta asegurar la posesión de las Molucas y Filipinas, García lo consideró como un intruso fraudulento que le robaba lo suyo. Hubieron de pelear, pero García aceptó transigencias “por tener menos fuerza que Gaboto”, y porque habiendo llegado de tierra adentro uno de los mensajeros de éste, les dijo “que habían visto por allá grandes riquezas de plata de oro e piedras muy preciosas”. Halagados con esto bajaron ambos a San Salvador a recomponer y avituallar dos buques que Diego García había dejado, y los que tenían para volver juntos a remontar el Paraná hasta el Pillco-Mayu y buscar las regiones de la plata.
El drama de Sancti Spiritus
Hallábanse ocupados Sebastián Gaboto y Diego García en preparar sus aprestos para la nueva entrada a los ríos de la altiplanicie peruana, cuando vieron llegar a Gregorio Caro, el comandante del fuerte Sancti Spiritus, con la terrible noticia de que el fuerte había sido sorprendido y arrasado por los indígenas en la madrugada del 2 de septiembre de 1529, en momentos en que unos cuarenta soldados de la guarnición habían tenido que ir río arriba en busca de víveres, sin que se supiese su suerte. Los únicos que se habían salvado eran los que venían con Caro. Gaboto y García subieron inmediatamente el Paraná. Pero nada había ya que hacer; todo estaba destruido e incendiado: la plaza llena de cadáveres putrefactos, las mujeres y los niños perdidos y cautivos; armas, maderaje, depósitos, todo incendiado. En tal estado, nada podían remediar, carecían de recursos para restaurar las obras y no los tenían tampoco para defenderse, visto el levantamiento general de los indios de la pampa y de los ribereños, causado por la dureza y la brutalidad con que Gaboto y algunos de sus tenientes los habían maltratado para quitarles víveres. Vueltos de prisa a las naves, único lugar en que podían estar seguros, regresaron a San Salvador.
El célebre cosmógrafo salió de San Salvador con dirección a España y llegó a Sevilla el 22 de julio de 1530. El Rey Emperador, que había sido su protector y quien había solicitado su venida a España, se hallaba en Italia, envuelto en los grandes sucesos de que eran teatro todas las naciones europeas. Alemania, los Países Bajos, etcétera, comenzaban a sacudirse como si la tierra se estremeciera de un extremo a otro en la borrasca levantada por la Reforma de Lutero. Otras incidencias harto incómodas y desagradables cayeron sobre Gaboto al llegar a España, incluyendo un pleito con Diego García ante la Casa de Contratación por daños y perjuicios, y por haber sido causa, por avaricia y tiranía, de todos los contrastes, catástrofes y pérdidas allá ocurridas.
En el largo via crucis que le impusieron estos enojosos contratiempos, Gaboto vivió construyendo y vendiendo cartas o mapas de navegación. Su bufete de trabajo era concurridísimo por navegantes y cosmógrafos o geógrafos dados a esos estudios, que eran los que más buscaban y apetecían los hombres de labor intelectual en aquel tiempo. Pero cuando más fastidiado estaba de su inacción, murió el rey de Inglaterra Enrique VII con quien Gaboto estaba peleado, y su heredero Eduardo VI que, por el contrario, lo tenía en muy alta estima, lo llamó a su lado. Fue amigablemente recibido y tomó a su cargo la exploración del actual Canadá, de la Tierra del Labrador y Terra-Nova. A su muerte dejó un número considerable de notas y de mapas de gran importancia. La reina María Tudor entregó todos los papeles de Gaboto a su marido Felipe II de España; y como hasta ahora no se ha podido tener noticia ninguna de su paradero, se supone que Felipe II los destruiría.
http://elmanifiesto.com/articulos.asp?idarticulo=2224
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