Después de tres siglos el imperio murió, pero ambos lados del Atlántico mantienen su leal hermanamiento
Quizás es parte de ese pecado nacional nuestro que es la indolencia aquí los que más se quejan son los que menos hacen–, pero la dejación y el olvido de la preciosa herencia americana de España me parece uno de los elementos estructurales que explican nuestra crisis actual.
Precisamente porque hablamos de realidades y no de ficciones negativas, resulta tan importante valorarla y ponerla al servicio de nuestro esfuerzo cotidiano, de modo que articule estrategias y propósitos individuales y colectivos. No se trata de oponer a la leyenda negra otra leyenda rosa, sino de enfrentarnos armados de datos y cifras a los perfiles de una historia muy antigua y muy universal, que de ambas cosas se trata cuando hablamos de España.
El legado está ahí
La evaluación de su legado está ahí para quien lo quiera ver, más allá del prejuicio y la ira, que cada cual se aguante la suya, pues no somos culpables de nada acontecido en el pasado. Sí somos culpables de desconocerlo, ignorarlo o de opinar sobre él desde el desdén o la ignorancia. Porque lo cierto es que la globalización no es más que la última evolución de la imperialización del mundo, iniciada por España (y Portugal) a fines del siglo XV.
Acercarnos a la Historia Americana de España es por tanto entender que las fronteras del mundo occidental fueron las suyas, así como descifrar el proceso de formación de un planeta relacionado, conectado, lleno de posibilidades para el futuro.
Ya se sabe que el nacionalismo, esa fuerza destructiva, dueña y señora del pasado siglo XX, hizo de los Imperios los supuestos enemigos de la libertad en la historia. Pero desde que el mundo es mundo ha habido Imperios, y sabemos que estos duran sólo si construyen vinculaciones, negocios y códigos comunes entre conquistadores y conquistados. Si pasados los primeros segundos del acero y la violencia, vienen siglos de enriquecimiento y mestizaje de cuerpos, almas e ideas.
Fragmentación e independencias
Así fue el Imperio Americano de España, que supuso más de tres siglos de experiencia y familiaridad entre ambas orillas del Atlántico. Su final se precipita desde 1808, cuando empieza con la crisis del gobierno en el Centro de la Monarquía, no en la periferia, el proceso de fragmentación que llevará a las independencias (Separaciones).
Para entonces, la América Española está habitada por más de dieciséis millones de personas. De ellas, eran peninsulares, o españoles europeos como los llamaban entonces, menos de cien mil. ¿Qué mantenía unida aquella estructura política que iba de Cádiz a San Francisco y de Manila a Buenos Aires? Sin duda una cultura política común, urbana y jurídica, una lengua –en origen el Castellano, que se hizo moderno y Americano para convertirse en el idioma Español–, una Religión Católica Universalista, y un estilo de vida determinado, que en términos generales subyace hoy en valores sociales identificados en el imaginario global alrededor de lo Hispano.
Una visión del mundo
A saber, una visión del mundo marcada por la vocación hacia la vida urbana, la importancia de las relaciones personales y de la familia extensa o ampliada, la capacidad para el equilibrio entre las esferas del trabajo y la diversión, o la vocación estética por lo barroco. Entendido como triunfo del detalle, forma y color, hasta lo ampuloso y recargado, aquello que proclama el amor a la vida y la conciencia temporal de lo efímera que esta resulta, por lo que debe ser celebrada de inmediato.
Todo ello está presente en las calles de todas las capitales Hispanoamericanas –y más aún en las provincias o veredas de sus montañas, llanos y selvas–. Tantas veces con nombres iguales a los de España, pues los fundadores procedían de ellas. Hay catorce Madrid en el mundo, seis de ellos en Estados Unidos. Hay Barcelonas en Bolivia, Brasil o Venezuela, Sevillas en Colombia o Guinea, Valencias en Venezuela y Arizona. Hay Trujillos en Perú, etc.
Del nombre deriva su genealogía Hispánica, pero esta no es más que la puerta de entrada a una identificación civilizatoria. Los franceses, que tienden al pensamiento ordenado, llaman a sus cátedras de «estudios Hispánicos» cuando se vinculan a una tradición que une lo Español con lo Americano. A través de los frutos más excelsos de su cultura: literatura, historia, por supuesto arte, teatro, cine y expresiones visuales, hoy incluso gastronomía, música y diseño.
Migraciones globales
Cuando hablamos de una civilización común que lee y escribe en Español, nos referimos a esta trama gigantesca de vinculaciones culturales que nos hace humanos de una cierta forma. Más en estos tiempos de migraciones globales, que llevaron desde 1980 a muchos Americanos a España y que llevan ahora a muchos Españoles a América. Como ocurrió a nuestros abuelos, que hicieron de las Américas «un sueño continuado», vemos hoy que se tejen sueños ultramarinos para muchos Españoles, jóvenes, trabajadores y capaces.
En Hispanoamérica al menos encuentran un reflejo de sí mismos, un idioma en el que se representan, en suma, una España del pasado que es también una identidad a la que adscribirse, que fue, es, y será de todos
26-03-13 ABC.es
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Interesante articulo de ABC.
Saludos en Xto. Rex et Maria Regina
Pro Deo Patria et Rex
No se ama lo que no se conoce
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