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Tema: Cuba y Puerto Rico

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  1. #1
    Avatar de Michael
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    03 may, 10
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    Re: Cuba y Puerto Rico

    Testimonio de la Amiga Jicotea:

    Yo vivía cerca de La Cabaña, en La Habana. Cuando Fidel llegó al poder tenía 7 años. Pues bien, fui testigo de como trasladaban a La Cabaña a los presos. Iban hacinados en camiones y unos encima de otros. Mia padres me decían que eran vacas porque estaba horrorizada, pero sé muy bien que no fueron alucinaciones mias. Era el Ché y Raúl también colaboraba. Las despedidas de los presos condenados a muerte, si es que la tenían, era a través de unos ventanucos altos, pequeños y con barrotes. Se me quedó grabada una foto de un periódico, cuando iban a fusilar a un tal Sosa Blanco. Nunca olvidé el nombre, a pesar de que mi familia me ocultaba todo. Siempre he dicho que aunque el Che esté muerto, no lo perdonaría. Yo no merecía haber vivido sobresaltada por sus excesos.
    Se pasaban el día entero fusilando, a cada poco se oían los disparos, que según mi madre eran tubos de escape de los coches y motos. Como sería la cosa, que después de un tiempo en Miami, cada vez que oía un tubo de escape, todavía saltaba.
    Otra cosa, que poca gente sabe. Durante esos meses, hubo un asesinato de una persona en La Habana. Como habían sido ellos los asesinos, tenían que buscar a culpable. Llamaron a declara a un chico, que estaba por allí, pero no era el asesino.
    En su casa le decían que no fuera, iban a salir del país en esos días. Él dijo que no importaba, que era un trámite. Este trámite le costó 21 años de cárcel a un inocente. Se su nombre, pero esa es parte de su vida y yo no soy nadie para sacarlo a la luz.
    Estuvo en La Cabaña. Esa cárcel era llamda de un amanera, que no recuerdo. El problema era, que todos sus presos sólo podían tener uncalzoncillo puesto y andaban descalzos. En invierno lo mismo.
    Cuando cambiaron la moneda, mi tía tenía una colección de países del mundo. No cambió el dolar de USA. Algún vecino debió darse cuenta y aparecieron unos milicianos, se llevaron las monedas y estuvo presa 3 meses, sin motivo alguno. La familia se movió para que la soltaran, pero a base de recomendaciones.


    Lo peor es que yo no perdono a ninguno. Eso no es negociable. Resulta que ahora vienen rusos y rusas para aquí y yo a esos cuadriculados no quiero verlos delante. No les doy ni un vaso de agua. Bueno, mis hijo ya sabe que si me trae una rusa a casa, lo saco a él y a ella a patadas, literalmente. No lo hará porque han vivido lo de Cuba desde la cuna conmigo. Mi marido me desvía el tema porque sabe que me pone muy mal.


    Saludos.
    La Iglesia es el poder supremo en lo espiritual, como el Estado lo es en el temporal.

    Antonio Aparisi

  2. #2
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    Re: Cuba y Puerto Rico

    Excelente discurso de los señores Romero Robledo y Navarro Rodrigo a favor de la unión de Cuba y Puerto Rico:

    Discurso del señor Romero Robledo:


    El Sr. ROMERO ROBLEOO: Pido la palabra.
    El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.
    El Sr. ROMERO ROBLEDO: Sometida á mí esa cuestión, que parece significar que á juicio del Sr. Ministro, para el expediente reservado, eso puede dar mal re• sultado, yo no quiero nada que pueda alejar el que se aclare perfectamente lo que quiera que sea.
    Terminado este incidente, si bl Sr. Ministro no tiene que oponer otras palabras á las mias, voy ahora á rectificar lo dicho por los Sres. Valdés Linares y Vázquez Oliva.
    Señores Diputados, ya en el uso de la palabra y en la necesidad de rectificar á los Sres. Diputados por PuertoRico que han tenido la bondad de combatir mi voto particular, tengo precisión de empezar haciéndome cargo de un argumento que ha empleado mi amigo el Sr. Valdés Linares. S. S. empezaba su discurso lamentándose y diciendo que yo me habia reducido á demostrar en el pobre mió, que habia solo un hecho, la insurrección de Cuba, donde unos valientes voluntarios defendían la causa nacional. Yo siento mucho que toda mi argumentación, que se encaminó á demostrar que el proyecto de Constitución para Puerto-Rico era anticonstitucional, porque era contra el art. 108 y el espíritu de toda la Constitución, hubiera sido una argumentación completamente nula para mi amigo el Sr. Valdés Linares. En un error parecido, respecto á mi argumentación, ha incurrido el Sr. Vázquez Oliva, suponiendo que establecida la disyuntiva, se podía legislar para cada una de las Antillas. S. S. no ha comprendido tampoco mi argumentación, sin duda porqus no acerté á expresarla, ni á reproducirla el Diario de las Sesiones. Yo demostré claramente que establecida la disyuntiva de ser necesaria la presencia aquí de los Diputados de Cuba ó Puerto Rico para legislar sobre el sistema de gobierno de aquellas islas, bastaría su presencia para legislar, no para Puerto-Rico solo, sino para Puerto-Rico y Cuba. Esto es lo que manda el texto literal del art. 1,08 de la Constitución.
    Yo sé que legítimamente podemos en este instante votar esta Constitución; pero con uua condición, y es que no se llame Constitución para Puerto-Rico, sino Constitución para Puerto Rico y Cuba.
    Tanto el Sr. Valdés Linares como el Sr. Vázquez Oliva desconocen que yo he demostrado cuál era la perturbación que podía llevar á Cuba el votar la Constitución de PuertoRico. El Sr. Vázquez Oliva, alijerando el flete, ha dejado á un lado, por completo, todas las razones que constituyen la identidad de esas dos poblaciones, la identidad de esas dos provincias españolas, y ha empezado á hacer un género de argumentación que ciertamente me ha extrañado. Preguntaba S. S.: «¿A. quién puede perjudicar la Constitución? ¿A los insurrectos? No, porque estos no la admiten. ¿A los voluntarios?» Y añadia S. S.: «Los voluntarios habrán seguido defendiendo la causa española, cualquiera quesea la resolución de las Córtes.» Esto, mirado así, no tiene réplica; pero 'las cosas hay que mirarlas de otro modo. Hay una influencia moral que no se mide, que no se demuestra; pero que se palpa, que se toca, que influye en todas las causas: esa influencia moral e3 la que es necesario apreciar, porque ¡es la que viene á colocarse, una vez votada la Constitución de Puerto-Rico, entrJ los voluntarios de Cuba y de parte de los insurrectos. ¿Cómo no habia de suceder así? Pues qué, los peñó dicos insurrectos, el Boletín de la Junta revolucionaria de New—York, ¿no está calumniando al digno Marqués de loa Castillejos, no está calumniando al Gobierno de S. A., suponiendo que allí se vaya á desarmar los voluntarios, suponiendo que allí se vayan á llevar reformas, suponiendo que allí se vayan á hacer ciertas cosas sin contar para nada con la voluntad del país y por complacer al Gobierno de una potencia extranjera?
    Pues cuando ellos lean ese Boletín de la Junta revolucionaria de New-York, cuando lo lean los voluntarios de Cuba, los que vierten su sangre, los que exponen sus haciendas, los que lo sacrifican todo por defender á la Patria; cuando vean que se dirigen tales calumnias al Gobierno de S. A., y luego, pasados que sean quince días y llegado el correo de España, vean confirmados en cierto modo los temores de lo que hacia algunos días v enia anticipando el Boletín de la Junta revalucionaria de NewYork, ¿cree S. S. que no es para secar el entusiasmo, que no es para helar aquellas almas el considerar
    El Sr. PRESIDENTE: Señor Romero Robledo, advierto á S. S. que solo tiene la palabra para rectificar.
    El Sr. ROMERO ROBLEDO: Me hallaba en el uso de la rectificación, Sr. Presidente. Yo me proponía demostrar á estos señores, y estaba rectificando (en cuanto estos Sres. Diputados creen que yo no habia establecido los lazos de solidaridad que existen entre una provincia y otra), que aunque yo creo que los habia establecido suficientemente en mi discurso, me proponía demostrarlo de nuevo; pero no Insistiré en esto: no quiero abusar ni de la benevolencia del Sr. Presidente, ni de la atención de la Asamblea.
    El Sr. Valdés Linares, á quien con profundísima pena oí decir en su discurso que era de Venezuela, su querida pátria; el Sr. Valdé3 Linares, con formas suaves, conquistándose la benevolencia de la Cámara, consiguió deslizar á favor de estos poderosos medios de elocuencia, una cosa, Sres. Diputados, que parece imposible que pueda sostenerse en parte alguna. Habló S. S , marcándolos con un sello de estigma, de los peninsulares que iban á las Antillas á trabajar para adquirir fortuna. ¿Qué quiere S. S. para un Estado? ¿Quiere S. S. holgazanes y vagos? ¿Quiere S. S. que se consideren malos ciudadanos aquellos que dejan su verdadera pátria por consagrarse en lejanas tierras á nuevas empresas y poder aumentar su patrimonio, y ojalá que todos lo hicieran, absolutamente todos?
    ¿Quiere S. S. que despreciemos á los que se hallan poseídos de eso que S. S. llama espíritu da adquisividad, y que yo llamaré amor al trabajo? ¿Le parece á S. S. ese mal elemento para constituir una sociedad? ¿Pretende su señoría que los que tienen un gran interés en desarrollar su industria hayan de vivir necesariamente en un sistema de gobierno que les incomode, que les ahogue y haga inútiles por completo sus esfuerzos? Pero más adelante, cantando, en un especie de idilio, las virtudes de PuertoRico y confirmando las palabras del Sr. Escoriaza, nos indicaba S. S. que las gentes de Paerto-Rico eran de lo más santo, de lo más virtuoso, de lo más digno de estimación.. .
    El Sr. PRESIDENTE: Yo siento interrumpir áS. S.; pero eso no es rectificar.
    El Sr. ROMERO ROBLEDO: Señor Presidente, tengo necesidad de rectificar...
    El Sr. PRESIDENTE: Su señoría está contestando.
    El' Sr. ROMERO ROBLEDO: Podrá ser que en mi argumentación haya dado algún rodeo; pero yo necesito demostrar que en Puerto-Rico existe espíritu separatista. [El Sr. Padial: S. S. por lo visto es quien quiere que lo haya.)
    ¡ El Sr. PRESIDENTE: Suplico al Sr. Padial no inter! rumpa al orador.
    El Sr. ROMERO ROBLEDO: Yo necesito demostrar, porque se ha supuesto por el Sr. Valdés Linares lo contrario de lo que yo había afirmado, y este es un hecho importante para el debate, que en Puerto Rico existe un es ■ píritu separatista que se da la mano con el de Cuba, y que ha puesto al borde del abismo la perla de nuestras Antillas.
    El Sr. PRESIDENTE: Pues eso no puede hacerlo su señoría en una rectificación.
    El Sr. ROMERO ROBLEDO: Estoy rectificando, señor Presidente.
    El Sr. PRESIDENTE: Perdone S. S., eso no puede hacerlo S. S. rectificando; eso puede V. S. hacerlo cuando se trate de la Constitución, ó en un djbate aparte; pero es completamente imposible que lo haga en una rectificación. Después de eso que S. S. pretende decir, vendría un nuevo discurso del Diputado á quien S. S. contesta, demostrando que allí no existe espíritu separatista; vendrían después también los Sres. Diputados de PuertoRico pretendiendo demostrar lo mismo, y de este modo el debate seria interminable. Ruego, pues, á S. S. que se limite á rectificar.
    El Sr. ROMERO ROBLEDO: Señor Presidente, yo no insistiré más por el grandísimo respeto que me inspira siempre la Presidencia; pero voy á hacer un ruego, y esto sí creo que me ha de ser lícito. Este ruego se dirige al Sr. Ministro de Ultramar, y tiene por objeto suplicarle que traiga mañana mismo á las "Córtes todo lo referente á la irsurreccion de Lares, porque es necesario que las Córtes con&zcan lo que van á votar antes de votarlo. De esta manera se conocerá cuál es el espíritu que domina en aquella Í6la, cuál es el espíritu que domina á algunos que por la generosidad de la revolución fueron comprendidos en una amnistía, pero que son enemigos de todo lo que es español.
    Pero voy á ocuparme de un hecho, suponiendo que para ello tengo derecho; ¡de tal manera está conmigo inclemente la campanilla del Sr. Presidente 1 voy á ocuparme de un hecho que me importa mucho dejar consignado. El Sr. Valdés Linares refirió aquí la exposición dirigida al señor general Serrano para desvirtuar la exposición presentada por nuestro amigo el Sr. Cánovas del Castillo con 14.000 firmas de españoles cubanos. El Sr. Valdés Linares, olvidándose de que aquella exposición habia sido redactada por los que ahora están en Nueva-York, incurrió en el grave error de citar el nombre del Sr. Conde de Cañónfeo, cuyo nombre, como la mayor parte de los que firmaban la exposición dirigida al señor general Serrano, están también en la dirigida al Sr. Cánovas del Castillo, esos mismos nombres da personas ya~ desengañadas, ya caída la venda, ya dada por ¡aprénsala vozde [abajo caretas!
    Me conviene también consignar como último hecho, y voy ísentarme porque no quiero perturbar al Sr. Presidente en lo más mínimo, y conviene consignar que en un periódico establecido en esta córte para defender los intereses del partido español en Cuba, dirigido por un criollo, redactado por un criollo, porque criollos muchísimos y muy respetables, precisamente los más respetables, son los que abrazan con entusiasmo y con ardor la bandera española de aquella Antilla, para demostrar la importancia de e3a exposición, ha publicado 60 nombres de. los 14.000 que la suscriben, y ha demostrado que esos 60 nombres representan 2.000 millones de reales.
    Entre esos 60 nombres hay 21 insulares, nacidos allí, que piden lo mismo que piden los peninsulares [El Sr. Padial pide la palabra); porque es necesario ya hablar claro, es menester dejar bien definidas las cosas, y es preciso no consentir, ni por un instante siquiera, que se arroje la ca
    lumnia sobre los peninsulares que hay en Cuba, haciendo creer á las gentes que todos los insulares nos son comple-" tamente enemigos, cuando insulares y peninsulares, todos los que aman la libertad y la honra de la Pátria, están unidos en un mismo y perfecto sentimiento.
    El Sr. Ministro de ULTRAMAR (Becerra): Pídola, palabra.
    El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.
    El Sr. Ministro de ULTRAMAR (Becerral: El señor Romero Robledo ha propuesto al Ministro de Ultramar que se traiga aquí mañana la causa formada por consecuencia de los acontecimientos de Lares. El Sr. Romero Robledo comprenderá bion que la causa no puede estar en el Ministerio. Allí no existe más que el oportuno expediente, que yo tendré mucho gusto en traer, aun cuando desde luego anticiparé á S. S. la idea de que no le ha de servir para fundar en él sus argumentos.
    Ya que estoy de pié, he de decir otra cosa. Me alegro mucho ver al Sr. Romero Robledo en el buen camino: lo mismo que ahora S. S., yo siempre me he expresado deseando borrar una división que se hace comunmente entre peninsulares é insulares. He dicho constantemente que allí existe un partido nacional y otro antinacional, no hay más divisiones que esta.
    Antes de sentarme y de concluir, voy á decir dos palabras. El Sr. Romero Robledo h& hablado de ciertas palabras que pronunció en una sesión que se celebró á consecuencia de una lucha deplorable ocurrida en Madrid por efecto, como otras muchas, de nuestras discordias civiles. ¡Quiera el cielo que no vuelvan á repetirse! No he de hablar yo de aquello para traer recuerdos tristes y excitar pasiones enojosas; pero aludiéndose á ciertas palabras dirigidas á los que tomamos parte en aquel acontecimiento ocurrido en Madrid, como yo acepto por completo la responsabilidad de aquel y de todos mis actos, de todas maneras y en todas épocas, y aquellas palabras, según S. S., dichas están, ahora que ha desaparecido la necesidad de los escondites (me parece que estas han sido las frases de S. S.), tomo acta de ello, y lo recojo para cuando sea conveniente tratar este punto. Por más que las palabras se dirijan á una colectividad, yo, como uno de los comprendidos en ellas, tomo acta de su sentido para tenerlas en cuenta cuando convenga.
    El Sr. ROMERO ROBLEDO: Pido la palabra, señor Presidente.
    El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.
    El Sr. ROMERO ROBLEDO: Para dar las gracias al Sr. Ministro de Ultramar por su ofrecimiento de remitir el expediente sobre la causa de Lares; y respecto á las últimas palabras de S. S., está muy bien.


    Discurso del señor Navarro Rodrigo:

    El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Navarro y Rodrigo tiene la palabra en pro del voto particular del Sr. Romero Robledo.
    » - El Sr. NAVARRO RODRIGO: Señores Diputados, si antes me levantaba á hablar con gran tristeza, después del incidente ocurrido entre el Sr. Ministro de Ultramar y el Sr. Romero Robledo, después de la acritud, después de la pasión que ha tomado el debate esta noche, debo declarar que me levanto á hablar con mayor tristeza, que me levanto á hablar con mayor dolor.
    Porque, señores, jo he sido de los que con más intensidad y con mayor desinterés han deseado que entre todos los factores revolucionarios que han de construir la nueva Monarquía en esta Cámara, reine la armonía, la concordia, la fraternidad, cierta inteligencia, al menos, hasta llegar á la solución final, á la solución suprema, al restablecimiento de la normalidad constitucional, cuando entre la mayoría y la minoría, entre el Gobierno y
    la oposición, se levante un poder neutral bastante fuerte, un juez del campo del combate para dirimir las contiendas , para fallar los pleitos de Estado que se ventilan en estos altos Cuerpos, y no nos sorprendan los azares de lo desconocido ó las iracundas apelaciones á la fuerza.
    Yo veo claro como la luz; yo veo claro como la evidencia que ante el gran desenvolvimiento que han tomado en España los partidos extremos, los partidos radicales, verdaderamente radicales en los hechos, en los principios, en las ideas, no en el nombre, que eso no significa nada; ante el desenvolvimiento que ha tenido el partido republicano, enemigo de la Monarquía; ante el desenvolvimiento que ha tomado el partido absolutista, enemigo de la libertad; para hacer la Monarquía, y para salvar la -libertad, se necesita que los que estamos colocados entre estos dos abismos que nos solicitan, se necesita que aquellos que hayan aceptado la Monarquía de buena fe y no como un compromiso circunstancial, que aquellos que amen de veras la libertad y huyan de la vergüenza de una restauración, se necesita que se busquen, que se entiendan de buena fé para no precipitarnos mútuamente ni precipitar á nadie en soluciones que pugnan con su honor, con su conciencia, con su interés y con su patriotismo.
    Hoy, para salir de la interinidad; hoy, para salir de esta interinidad que nos asfixia, de esta interinidad que lo esteriliza y lo mata todo, de esta interinidad que mantiene vivas todas las esperanzas, de esta interinidad que enciende por intermitencias la guerra civil; hoy, para salir de esta mansa anarquía, como la ha llamado el señor Rivero, de esta indeterminación cósmica en que vivimos, de esta expectación eterna, de esta situación que es peor que la de los condenados del Dante, la cual era tan insoportable que á toda costa querían salir de ella aunque fuera para entrar en otra más angustiosa; hoy, para salir de esta situación que hace las veces de máquina pneumática alrededor del Gobierno, de la Asamblea y de la revolución, se necesita cierta concordia, te necesita cierta fraternidad, cierta inteligencia entre todos los partidos monárquico-liberales de esta Cámara; y el dia de mañana, para poder salvar la Monarquía contra el partido republicano , brioso, pujante, audaz; para poder salvar la libertad contra el partido absolutista, rejuvenecido, galvanizado, que está en pié de guerra, se necesita la formación de un gran partido monárquico, de un gran partido liberal, de un gran partido democrático, llámese como se quiera, á fin de fundar la Monarquía y salvar la libertad.
    Si esto partido no se forma, á despecho de todos y de todo, vosotros, progresistas, no tendréis fuerza bastante para salvar la Monarquía de entre las garras de los republicanos antiguos ó en expectación de serlo de nuevo, y nosotros, lo declaro con sinceridad, con profundo disgusto, nosotros no tendremos fuerza bastante para salvar la libertad de las garras de la restauración.
    Yo no sé á qué partido, yo no sé á qué fracción aplicará la historia futura estas tremendas palabras de Tácito facüiorem inter malos consenso ad ballum quam in pacm ad concordiam, es más fácil á los ruines concertarse para hacer la guerra, que para gozar la paz. Lo que sé es que los partidos medios habrán desaparecido, que no habrá progresistas, que no habrá unión liberal, que solo habrá republicanos y absolutistas; que tendremos dictadura y anarquía, pero que no tendremos verdadera Monarquía ni verdadera libertad.
    Dichas estas palabras, que son un gemido escapado de mi corazón en presencia de la actual situación política de España, situación la más grave, la más solemne por que ha pasado ningún país del mundo, dichas estas palabras, voy á entrar en este debate que ha de aumentar las perturbaciones aquí y en Ultramar. Yo, como muchas personas de esta Cámara, aunque la última de estas personas, tenia opiniones muy conocidas en esta cuestión, y cuando viene no es cosa de guardar silencio; cumplamos todos nuestro deber, que los sucesos están en manos de Dios.
    Quiere el Sr. Ministro de Ultramar fijar la suerte de Puerto-Rico, quiere fijar las relaciones de aquella provincia con la madre Pátria, y yo creo que lo que hoy se determine para la pequeña Antilla, determinado quedará para la grande; que no en vano la naturaleza las hizo hermanas, que no en vano están bajo una misma zona, son hijas de una misma madre y ambas dependen de la misma nación.
    Se trata, pues, de la suerte de nuestras AnMUas, resto sagrado de una grande herencia, y cuando digo esto, creo que digo lo suficiente á Diputados de una Asamblea española, para que comprendan que se trata de lo más grande, de lo más íntimo, de lo más santo para todo pecho español, del honor de todos y de cada uno de nosotros, del honor de todos y de cada uno de los españoles, del honor, en fin, de la gran Nación española.
    ¿Necesitaré yo decir lo que significan las Antillas para la madre Pátria? ¿Necesitaré yo esforzarme en demostrar la importancia que tiene su conservación? Harto lo saben los puertos todos de nuestra costa cantábrica; harto lo saben los pueblos que componen el riñon de Castilla; harto lo saben todas nuestras provincias de lado de Oriente; suprimid las Antillas, y el comercio languidece, y la marina mercante agoniza, y la marina de guerra es un lujo gravoso que no puede permitirse la Nación española: los presupuestos de las Antillas son á veces mayores que los de un Estado europeo de tercer orden, y representan en tiempos normales un sobrante para la madre Pátria de 80 á 100 millones de reales.
    Nada más importante, por consiguiente, para la Nación española que la conservación de las Antillas, y nada más importante para todos los que nos sentamos en estos bancos, cualquiera que sea nuestra actitud, y nada más importante, sobre todo, para los que se sientan en ese banco [Bl ministerial), á quienes los contemporáneos y la posteridad, los partidos y la historia han de atribuir toda la gloria ó toda la responsabilidad de lo que ocurra en nuestras ricas posesiones del archipiélago antillano.
    Y, señores, cuando se nos hace una guerra cruel al grito de <¡Muera España!» cuando periódicos tan acreditados como la Revista de Ambos Mundos han dicho que los conspiradores cubanos han prestado grandes auxilios, han adelantado gruesas cantidades á los generales de la revolución de Setiembre; cuando tanto ha hablado la prensa nacional y extranjera de la misión que ha traído á España el Ministro de los Estados-Unidos; cuando tanto se ha hablado sobre la venta ó cesión de Cuba, sobre las opiniones atribuidas, con razón ó sin ella (yo creo que con razón), á algunos personajes de esta situación; cuando hay periódicos revolucionarios, que se publican en Madrid, que hablan todos los días de la conveniencia de ceder ó abandonar á Cuba; cuando todo esto sucede, la cuestión de las Antillas, si importante, si inmensa para la Nación española, es una cuestión que toca en lo más vivo al honor de la revolución de Setiembre.
    Por eso yo, que tengo la pasión de mi Pátria, y que saludé con lágrimas de júbilo esa revolución, en que libré tantas generosas ilusiones, que rápidamente van desmoronándose; por eso yo he seguido y sigo con viva emo-'
    cion y creciente interés las peripecias todas de nuestra guerra en Cuba. Por eso yo, cuando llegaron á la Península los periódicos cubanos que daban cuenta de la heróica, de la inmortal defensa de las Tunas, viendo que otros, no sé si con más deber, pero sin duda con más autoridad que yo, no lo hacían, solicitaba el concurso do diferentes lados de la Cámara á fin de que declarara beneméritos de la Pátria á aquellos que tan heroicamente la defendían, deseando comunicarles el aliento y estímulo que tanto necesitaban.
    Por eso yo, como el Congreso recordará, pedí al señor Presidente del Consejo de Ministros que trajera á la Cámara datos suficientes para saber los recursos enviados á Cuba, ó, por mejor decir, los medios empleados hasta el dia para vencer la Insurrección. Por eso no há muchos días me dirigí á la Cámara, solicitando de ella que, en prenda de gratitud nacional, prohijase á los desdichados huérfanos de Castañon. Por eso vengo hoy á intervenir en este debate, el más importante y el más capital de cuantos pueden ocupar á las Córtes españolas. Porque, señores Diputados, esta noche el Sr. Romero Robledo lo ha dicho: «Nuestros errores políticos aquí tienen enmienda; en Ultramar son irreparables.» ,
    Yo no voy á ocuparme, á pesar de haberlo ofrecido en otra ocasión, acerca de los datos que reclamé al Sr. Ministro de la Guerra; yo no voy á ocuparme de los refuerzos enviados á Cuba, de su clase, de la época en que fueron enviados, del armamento y vestuario que llevaban, de las recompensas otorgadas, etc., etc.; no quiero tampoco saber por qué el general en jefe que manda las fuerzas que operan en Cuba no tiene las facultades que tuvieron el general en jefe de África, el general en jefe de Santo Domingo y el general en jefe de Méjico; no quiero tampoco inquirir si son exactas ó no ciertas órdenes comunicadas á las autoridades de Cuba acerca del útilísimo y patriótico servicio que prestan los voluntarios de aquella Antilla; no quiero hablar de nada de esto, por dos razones capitales: primera, porque mientras me sea posible, yo no quiero en nada lastimar, ofender ni menoscabar al señor Presidente del Consejo de Ministros, encarnación y esencia de la situación anómala y extraordinaria que atravesamos; y después, por otra razón de patriotismo: porque temería que mis observaciones en algo pudieran lastimar los intereses de España en nuestra guerra en Cuba.
    No quiero hablar de otras cuestiones emanadas del Ministerio de Ultramar, porque estas cuestiones son relativamente menudas y pequeñas cuando se trata de la cuestión vital de organización definitiva de las Antillas, y entro de lleno en la cuestión.
    Es, Sres. Diputados, es un hecho dolorosamente repetido en la historia del siglo actúal, y por lo repetido debió ser previsto por la situación que se levantó triunfante después de la batalla de Alcolea, que á tempestades, revoluciones y movimientos que estallan en la Península, corresponden revoluciones, movimientos y tempestades que estallan en nuestras posesiones de América para procurar su independencia. Así sucedió en el comienzo do este siglo cuando la insurrección cunde en contra nuestra desde el hemisferio austral al boreal, desde la costa de la Plata y de Chile hasta el Norte de Méjico. Así sucedió el año 20, cuando pacificada, casi por completo aquella insurrección, tuvo lugar la rebelión de las Cabezas de San Juan; ocasión triste para la emancipación de las Américas, lo mismo al Norte que al Sur. Así también se verificó en los infaustos dias de la guerra civil, cuando el general Lorenzo quiso seguir las huellas del sargento García en la Granja, pidiendo el restablecimiento de la Constítucion del año 12, y el general Tacón ahogó" con la fuerza aquel movimiento sedicioso.
    Ahora bien: si este era un hecho dolorosamente repetido en nuestra historia, ¿por qué no se tuvo en cuenta por la situación que se levantaba triunfante después de Alcolea? ¿Cómo no se envió ■allí al mejor de los generales victoriosos acompañado de una brillante división, sacada por igual de los dos bizarros ejércitos quo tan heróicamente lucharon en Alcolea? Ya sé yo que es una villana calumnia lo de suponer que habia dos conspiraciones que se correspondían paralelamente, que se daban la mano, la conspiración de España y la de Cuba; ya sé yo que es villana calumnia lo de las gruesas sumas adelantadas á los generales que derribaron á Isabel II; ¿pero no sabíamos todos el fenómeno histórico de que antes me he ocupado? ¿No sabíamos todos también que era escasa la guarnición de Cuba? ¿Por qué no se envió allí un nuevo capitán ge neral y una división? ¿Por qué no se hizo lo que en 1854, que fué enviar instantáneamente un nuevo capitán geaeral para precaver, para evitar eventualidades dolorosas? |Ah, señores! Si esto se hubiera ejecutado en todo el mes de Octubre de 1868, la insurrección de Cuba se hubiera ahogado al nacer; no habría tomado las proporciones que después ha tomado; no tendría las proporciones que aún hoy mismo tiene: se habría ahorrado mucha sangre y mucho dinero, se habrían evitado conflictos internacionales, y ¡quién sabe, quién sabe si otros resultados más tristes para la Patria que como final consecuencia hemos de recoger de esa lucha infame y parricida I
    Yo no sé, yo no sé por qué cometieron ese error 103 hombres de la revolución de Setiembre, del cual no les ha de absolver la historia en ningún caso, á no ser que fuera con el propósito de realizar un nombramiento que, en mi concepto, era cometer otro error más grave, otro error más capital, el de enviar á Cuba al general Dulce.
    Señores Diputados, yo he tratado siempre con gran respeto al general Dulce cuando vivía; no esperéis que muerto ultraje su memoria. Conocía su gran carácter, su patriotismo, su integridad, su heroico y magnánimo valor, cualidades que no son tan comunes en nuestro país, y que brillan más, por lo mismo que son raras, en épocas de decadencia. Pero con ser todo esto, el general Dulce era el menos á propósito para mandar en Cuba una vez estallada la insurrección. ¿Por qué? Porque el general Dulce era ya un medio cadáver, y el clima de los trópicos había de ser mortal para su convalecencia; porque no podía atender á las multiplicadas y perentorias atenciones de su difícil cargo; porque era objeto de grandes prevenciones en el elemento peninsular; porque la mayor parte de sus amigos estaban entre los filibusteros, y, señores, ¿por qué no lo he de decir? porqúe se decia públicamente que hasta deudos suyos tenían simpatías, cuando no compromisos, con los filibusteros y laborantes. Yo tuve el valor de decírselo; yo le dije: «mi general, alguien puede creer que Vd. eobra en España, que Vd. hace falta en Cuba. Yo, por el contrario, creo que Vd. sobra en Cuba, que usted hace falta en España.»
    El general Dulce tenia un vago presentimiento de la situación por que habia de pasar en Cuba, repugnaba el ir á Cuba; pero le rodearon altas y poderosas influencias, se le bizo comprender que de él dependía la pacificación de Cuba, la pacificación de la perla de nuestras Antillas; y como el general Dulce era todo patriotismo, aceptó, y fué á Cuba. Yo no quiero hnblar de su último mando en aquella Antilla: yo únicamente lamentaré la catástrofe que lo arrancó de ella, catástrofe que debió ser prevista, catástrofe que ha herido gravemente el principio de au
    toridad en Cuba, catástrofe que habrá acelerado sin duda la muerte del ilustre y valeroso general, sin cuyo auxilio, sin cuya ayuda, la revolución de Setiembre, ó no habría venido tan pronto, ó habría quizás abortado.
    Pero de todos modos, aun con el error de no haber enviado en todo el mes de Octubre de 1868 un general á las Antillas, una brillante división para reforzar la escasa guarnición de Cuba, habia una fortuna, y era la de que, al frente del Ministerio de Ultramar estaba un ilustre jó ven, que, sobre no ser sospechoso en nada á la revolución de Setiembre, que sobre no poder ser sospechoso en nada á la revolución de Setiembre, tenia la inteligencia y el patriotismo que acompaña al actual Ministro de Ultramar; pero sobre él una gran ventaja: la ventaja de no ser una amenaza á los intereses conservadores de Cuba, con cuyo patriótico é inteligente auxilio se salva la gran Antilla, ó no se salva de ninguna manera.
    Señores Diputados, los hombres no son en su vida pública lo que quieren en algunos momentos determinados de ella: aunque modifiquen sus opiniones , sobre ellos pesa su vida anterior, sus compromisos anteriores, sus antecedentes; y aunque modifiquen sus opiniones, como he dicho, los compromisos y antecedentes de su vida pública anterior sobre ellos pe=>an con fatalidad inexorable.
    En este momento histórico que atravesamos, yo con cíbo que el Sr. Sagasta haya sido reemplazado en el Ministerio de la Gobernación por el Sr. Rívero; yo concebiría que el día de mañana, si el Sr. Rívero se gastase, si el señor Rivero, en vez de ser el llamado á constituir aquí una gran mayoría, una mayoría gubernamental monárquicodemocrática, monárquico-liberal, fuese el destinado fatalmente á disolverla y pulverizarla, concibo, si este fenómeno tuviese lugar el diade mañana, que fuese reemplazado el Sr. Rivero en el banco azul, en el Ministerio de la Gobernación por el Sr. Sagasta ó por la dignísima persona que ocupa aquel sitial [señalando el de la Presidencia) pero no concebiría que fuese reemplazado el Sr. Rivero por el Sr. Ríos Rosas ó por el Sr. Posada Herrera, bien que entrambos hombres de Estado estén comprometidos con el actual órden de cosas, bien que hayan elaborado la Constitución, bien que tengan comprometida hasta su existencia con la revolución de Setiembre. ¿Sabéis por qué no concebiría esto? Porque aunque el Sr. Rios Rosas y el señor Posada Herrera tienen estas cualidades, tienen estas prendas, tienen estas garantías para la libertad, sobre ellos pesaría su vida anterior, su vida conservadora anterior, sus antecedentes conservadores, y las medidas más liberales que adoptasen serian tachadas de reaccionarias por los elementos que dan más calor y que tienen más cariño á esta situación, y ellos mismos serian objeto de desconfianzas, de resistencia, y quién sabe si producirian una verdadera revolución.

    Pues bien, de la misma manera, yo no concibo que ocupe el Sr. Becerra el Ministerio de Ultramar , donde se necesita una persona de antecedentes poco radicales , poco , que no sean tan revolucionarios. Ya sé yo que el Sr. Becerra es monárquico definitivo ; ya sé yo que el Sr. Becerra ha defendido enérgicamente la conciliación, hasta el punto de hacerla, creo no estar equivocado, no sé si tengo buenas noticias, condición de su existencia en ese banco; pero á pesar de eso, páralos que no conocen al Sr. Becerra, aparece como tipo del ultraradicalismo, y así sus medidas más conservadoras son objeto de desconfianza por parte de los conservadores de las Antillas, y quién sabe si será objeto de hostilidad, y quién sabe si determinará una revolución de consecuencias irreparables para la Pátria.

    Así, pues, si el Sr. Becerra, en cualquier otro departamento ministerial, podía servir á la revolución de Setiembre, porque yo no puedo negar su talento, su patriotismo; si podía prestar en otro departamento ministerial grandes servicios á la revolución de Setiembre, en ese departamento es un peligro, es una amenaza constante para las Antillas y para los grandes intereses, para los intereses permanentes de la Pátria.
    Y así ha dado la organización que ha dado á su Secretaría; así tiene á su lado á una persona notable por su ilustración, por su talento, pero que viniendo á la situación monárquico-democrática que tenemos desde los campos socialistas, según creo, y de esto estarán más enterados en aquellos bancos; pero que, viniendo á la situación monárquico-democrática que tenemos desde los campos socialistas, en vez de contener al Sr. Ministro por los derroteros que toma, lo ha de empujar más y más en ellos, como quien dice, en esta cuestión ultramarina: lo que decía aquel médico de que habla Erasmo: facíamos experimenturn in corpore vili.
    Y no creáis, Sres. Diputados, por lo que llevo dicho, no creáis porque yo defienda el voto particular del Sr. Romero Robledo, no creáis que yo soy enemigo de las reformas en las Antillas. Yo sé que vivo en el siglo XIX, yo sé que vivo en medio de la Europa, yo sé que vivo en medio de sus corrientes, yo sé que las Antillas tienen la vecindad de los Estados-Unidos, yo sé que debemos estas garantías y esta satisfacción á nuestros hermanos de Ultramar, y yo sé otra cosa con la cual se salvan las naciones y se salvan los partidos y se salvan los poderes públicos, y sin la que se pierden las naciones y se pierden los partidos y se pierden los poderes públicos, es á saber: que nada hay á veces más conservador que la libertad, como á veces nada hay más favorable á la libertad que una política conservadora. Sin el atrevimiento liberal de Roberto Peel, aquel ilustre apóstata de las clases conservadoras inglesas, la Monarquía inglesa y las clases en que se apoyaba habrían sido arrolladas por la ola creciente de la democracia moderna. Si algo hubiera podido salvar la restauración en Francia habría sido la política liberal de Martignac si la restauración hubiera sido leal á esa política. Si algo hubiera podido salvar á Doña Isabel II hubiera sido la persistencia en el liberalismo del Duque de Tetuan, cuando reconocía el reino de Italia y planteaba la reforma electoral. El Conde de Beust, abrazándose con fé, abrazándose con entusiasmo á la libertad después de la batalla de Sadowa, ha evitado la disolución molecular del Austria y acaso la prepara para tomarse una revancha de Prusia en inmediato porvenir. Si algo puede salvar el imperio francés, si algo puede salvar la dinastía napoleónica, es la evolución liberal, francamente liberal y parlamentaria, que con admiración y simpatías universales está realizando en estos momentos el Ministerio Ollivier.
    Por consecuencia, yo sé que la libertad es eminentemente conservadora, como sé que á veces nada hay más favorable para la libertad como una política conservadora . Sin la moderación, sin la prudencia, sin la sensatez de los revolucionarios ingleses de 1088, la libertad de aquel gran pueblo se hubiera arrastrado de horror en horror, como una bacante, á las plantas de un nuevo Cromwell.
    Sin la moderación, sin la prudencia, sin la sensatez del Conde de Cavour, la libertad y la independencia de Italia habrían sufrido un nuevo calvario en el Quirinal con Cíaribaldi y Mazzini. Y para hablar de cosas más inmediatas, de cosas que nos atañen más de cerca, de cosas de nuestra Patria, siu la suspensión de las garantías cons
    titucionales decretada por esta Asamblea, cuando las dos últimas formidables insurrecciones, sin la energía del señor Conde de Reus, Ministro de la Guerra, del general Prim, y la decisión del Ministro de la Gobernación, señor Sagasta, esta sociedad hubiera sufrido un inmenso naufragio, y la libertad española como náufraga hubiera en él perecido.
    Porque la historia me enseña esto, yo como conservador, yo como hombre de antecedentes conservadores, para sal ver á las Antillas, quiero reformas liberales en las Antillas: como vosotros, como nosotros, revolucionarios de Setiembre, debemos pensar para salvar la revolución, en dar á todas nuestras soluciones políticas el asiento, la levadura y la base de los grandes principios, de los grandes intereses que andan comprometidos en esta sociedad tan agitada y confusa.
    Pero dirá el Sr. Ministro de Ultramar: ¿cómo si el señor Navarro y Rodrigo quiere reformas liberales en las Antillas se opone á la Constitución de Puerto-Rico? Porque las quiero con su cuenta y razón, como decía el otro dia contestando al Sr. Ministro de Ultramar; porque las quiero con cautela, con prudencia, con madurez, con precaución, con oportunidad, y la Constitución que ha presentado S. S. no obedece á ninguna de estas consideraciones.
    Yo creo, Sres. Diputados, que para emitir nuestra opinión en cuestión tan importante, que para no cometer un error, que, como he dicho antes, seria irreparable en las cuestiones de Ultramar, debíamos de estar antes ámplia, completa y abundantemente instruidos. ¿Lo estamos? ¿Lo está siquiera la comisión? ¿Lo esta al menos el Sr. Ministro de Ultramar? ¿Qué datos ha tenido presentes S. S.? ¿Es la información del tiempo del Sr. Castro? Casi la mayor parte de sus autores están entre los insurrectos. ¿Es el general Serrano? Pues aquí habéis visto que ha confesado noblemente su equivocación, y es público hoy, que sus amigos más íntimos, aquellos que le rodeaban en Cuba y á quienes calificaba después de víboras que albergaba en su seno, están entre los insurrectos. ¿Acaso el general Dulce? Recordad cómo pensaba en sus últimos días; recordad cómo calificaba á determinados reformistas de Ultramar, maestros en el innoble arte do la hipocresía, para ocultar entre sus ardientes, entre sus mentidas protestas de adhesión á España, su filibusterismo. ¿Acaso han ilustrado al Sr. Ministro los individuos que compusieron la junta que improvisadamente formó S. S. á su entrada en el Ministerio? Que respondan los que la compusieron y están aquí; que digan qué fué lo que hicieron, y se verá que no hicieron nada.
    Pues si todos los datos que tiene el Sr. Ministro de Ultramar son viciosos, ó son incompletos, ó son recusables; si entre los Diputados de Puerto-Rico hay cuatro que rechazan perentoriamente el proyecto por inoportuno y peligroso para los intereses de la Pátría; si de los cinco que quedan hay alguno ó algunos que no están conformes con el dictamen presentado; si todo esto ocurre, señores Diputados; si la cuestión es tan grave, ¿ por qué no ha consultarlo el Sr. Ministro de Ultramar con las autoridades de Cuba y de Puerto-Rico? ¿Por qué no ha consultado á los capitanes generales de las Antillas, á las corporaciones más respetables, á los jefes de los voluntarios y á otras autoridades? ¿Por qué no lo ha hecho? ¿Es sério, por ventura , el decir lo que ha dicho S. S. contestando á una petición de documentos hecha por el Sr. Romero Robledo; que S. S. no ha consultado á las autoridades, que no da á conocer su opinión porque no admite que se interponga el veto de nadie, ni el veto de ninguna autoridad, para suspender los pensamientos del Gabinete, para suspender las decisiones de la Cámara? Yo creo que esto será un recurso oratorio, una estratagema parlamentaria para interesar y decidir nuestro amor propio en favor do las opiniones del Sr. Becerra y en contra de las opiniones de aquellos capitanes generales. Pero lo que palpita en el fondo de esta cuestión, al menos lo que creo que se ve en esta cuestión, es un deseo de que fallemos á oscuras, de que fallemos deprisa, sin conocer la opinión de aquellas autoridades que pueden haber presentado sus objeciones, que pueden haber hecho sus observaciones al Gobierno, á quien han dicho la verdad, que el mismo Gobierno cree que le han dicho la verdad, que porque le han dicho la verdad las tiene en sus puestos, que para decirle la verdad las mantiene allí el Gobierno español j la Nación española, y que porque han dicho la verdad con arreglo á sus conciencias y al interés de la Patria, debemos nosotros conocerla de antemano para resolver también esta cuestión con arreglo á nuestras conciencias y al interés de la Pátria.
    Esta información de las autoridades de Cuba y de Puerto-Rico, de las corporaciones respetables y de los jefes de los voluntarios que operan en Cuba, y son representación de sus industrias y de su comercio y de su vida (que no es una colección de perdidos la emigración constante española, la emigración anual española, que va á las Antillas, sino un elemento de trabajo; no es una colección de perdidos que tengan desarrollado solo el órgano de la adquisividad, sino un elemento de trabajo, que enriquece y fertiliza aquel país, bien que forme capitales, bien que constituya fortunas por el camino más honrado y más puro, que es el trabajo, sea dicho esto de paso en desagravio-de nuestros hermanos de Ultramar y para ilustración de algunas personas que no dejan de tener también bastante desarrollado ese órgano de la adquisividad); esa información que yo solicito, esa información que yo deseo del Sr. Ministro de Ultramar, era tanto más conveniente, tanto más necesaria, tanto más patriótica, cuanto que tenemos la información abierta en tiempos del Sr. Castro, en la que los representantes de Ultramar pedían tales reformas, que antes que realizarlas íntegramente, fuera mejor reconocer su independencia. Esta información, iniciada con los fines más patrióticos; esta información, iniciada por un Ministro ilustre; esta información, iniciada por el Sr. Cánovas del Castillo, como prólogo de las reformas que nosotros pensábamos que el Gobierno á que pertenecía el Sr. Cánovas, en los tiempos á que me he referido, debia llevar á las provincias de Ultramar; esa información tuvo el inconveniente de que los que se podían considerar como representantes de las Antillas, pedían tales reformas, repito, que era preferible dejar antes que realizarlas á las Antillas abandonadas á sus propias fuerzas.
    Ya sé yo que hoy las autoridades que mandan en lasAntillas, los capitanes generales de Cuba y Puerto-Rico, las Audiencias y corporaciones más respetables, los jefes de los voluntarios, tendrán pretensiones exajeradas; ya sé yo que acaso no querrán hoy por hoy ninguna reforma; pero entonces, enfrente de estas pretensiones exajeradas, «parecería el Gobierno como mediador natural, y presentando al mundo una y otra información, la información de los delegados antiguos de Ultramar y las informaciones modernas de los elementes insular y peninsular, que pelean por la causa de España en Cuba, el Gobierno español podría introducir reformas en aquellas provincias en el órden económico, en el orden administrativo, en el órden político y en el social, que Jlevaran el sello augusto
    de la imparcialidad, de la moderación, de la equidad y de la justicia, cosas que no tienen los proyectos de su señoría, tal como han venido á la Cámara.
    Señores Diputados, lo que el Gobierno pretende de nosotros, ó por mejor decir, lo que el Sr. Becerra pretende de nosotros, no tiene ejemplo. Yo recuerdo que cuando tuvo lugar la revolución de Julio en Francia en 1830, también allí, como ahora aquí, se quiso llevar la libertad, cierta libertad á las colonias, y se presentó un proyecto de ley de acuerdo con las autoridades de aquellas posesiones y de acuerdo con la opinión de las personas más ilustradas.
    Aquel proyecto se llevó á la Cámara de los Diputados: allí se discutió largamente, se pidieron informes á los consejos generales, se pidieron informes privados á las mismas autoridades; pasó luego á la Cámara de los Pares; en ella fué ámpliamente discutido y ampliamente reformado, y después pasó á la sanción de la Corona; pero en todo esto se invirtieron tres años, y eso que las colonias estaban completamente tranquilas.
    De modo que aquí procedemos á oscuras; de modo que aquí no tenemos memoria de ninguna clase; de modo que aquí no sabemos cómo piensan los capitanes generales de aquellas provincias, que son la representación de la Pátria en aquellos países; de modo que aquí no conocemos nada; de modo que aquí no hay más que la voluntad y el entendimiento del Sr. Ministro de Ultramar; de modo que aquí el proyecto no ha de pasar por el crisol depurador de una segunda Cámara, y después á la sanción Real, á la sanción del poder moderador por excelencia; de modo que, estando aquellas provincias en combustión, y como si se tratase de una medida ligera y liviana, vamos á echar una tea encendida sobre un inmenso almacén de pólvora; que esta y no otra es la verdadera situación de nuestras Antillas en la actualidad. Grande es el talento del Sr. Becerra; lo reconozco, y reconozco que por él ejerce una gran influencia y tiene una gran autoridad en esta discusión; pero enfrante del talento del Sr. Becerra yo voy á colocar al varón justo, al patriarca del partido progresista español, al patricio insigne, al Sr D. Agustín Arguelles. Recordad cómo pensaba este ilustre varón en el año 20 al comenzar la emancipación de nuestras colonias; recordad la prudencia qué recomendaba á su partido; y si vosotros sois sus dignos herederos, recordad sus palabras, que son su testamento; recordad que se oponía á que tomaran asiento en las Córtes españolas los Diputados de Cuba y Puerto-Rico, y no acompañéis con tanta ligereza al Sr. Becerra en la política temeraria que quiere realizar en las Antillas.
    Yo colocaré enfrente de la autoridad y del talento del Sr. Becerra la autoridad augusta del tiempo, la autoridad augusta de la experiencia y de la historia, cuyo fallo, cuyas lecciones voy á presentar ante vuestros ojos; porque, después de todo, la historia, si no es una geometría inflexible, si no es una álgebra con fórmulas precisas (y este es un lenguaje que entiende admirablemente el señor Becerra), si no es un tratado de álgebra con fórmulas precisas, no es tampoco un centón de hechos inconexos sin lógica y sin enlace. El hombre es siempre el mismo, y por lo tanto se reproduce en la histeria; quite el Sr. Ministro de Ultramar los accidentes, los detalles, que son obra de las circunstancias, y verá que el fondo es siempre el mismo: el pasado es el espejo del porvenir.
    Estudiemos á grandes rasgos, estudiemos rápidamente ese pasado. Cuando tuvo lugar la inicua invasión francesa, nuestras colonias quisieron aprovechar aquella oporj tunidad para realizar sus sueños de independencia. Un elemento inquieto, un elemento belicoso, un elemento solapador, un elemento habilísimo, nacido de la colonización de las Américas, gritaba en todas partes |Viva Fernando VIII y gritaba así para proporcionarse un seguro hipócrita con que encubrir sus aspiraciones; pero en todas partes nombraba juntas locales para reemplazar las autoridades de la Metrópoli. Allí donde los vire jes fueron débiles, allí se hundieron; allí donde los virejes tuvieron entereza, allí se salvó la causa de España, allí se salvó la causa del derecho y allí se salvó la causa de la Patria. Sucumbió la causa de España en Chile por la debilidad de Carrasco; en Buenos-Aires por la debilidad de Cisneros; en Caracas por la debilidad de Emparan; en Quito por la debilidad del Conde Ruiz de Castilla; en Nueva-Granada por la debilidad de Amar; en todas partes por la debilidad de los vireyes. En Chile, en Buenos-Aires, en Caracas, en Quito, en Nueva-Granada, en todas partes, se gritaba ¡Viva Fernando VII! pero se gritaba al mismo tiempo ¡Abajo las autoridades españolas! ¡Abajo los virejes españoles! como en Cuba se quiso gritar también y se gritó ¡Viva la revolución! ¡Viva Prim! y se invitó al general Lersundi para constituir una junta popular que gobernase la isla; y cuando esto no dió resultado, se buscaron sus afinidades políticas para que se declarara independiente con Isabel II, porque á nuestros enemigos en América les es igual una ú otra causa política; lo mismo quieren á Isabel de Borbon que la república, con tal de realizar su infame propósito.
    A principios del siglo, en nuestras colonias se constituían esas juntas locales con el pretesto deslumbrador de ayudar á los españoles contra los franceses, y se hablaba contra las autoridades españolas diciendo que estaban vendidas al francés, como ahora se dice que se quieren muchas, muchas libertades para unir aquellas provincias con la madre Pátria; y se tacha á aquellas autoridades que piden las cosas con moderación, con prudencia y con patriotismo, de que son reaccionarias, ya que no se las calumnie vilmente, diciendo por lo bajo que son instrumentos de la restauración.
    Me dice el Sr. Ministro de Ultramar qué quiénes son los que lo dicen. ¿Cree S. S. que si yo lo supiera no se lo diria? ¿Cree S. S. que no vendría aquí á denunciarlos, cumpliendo un deber patriótico? Pero así como el poder de España sucumbió en todas partes donde los vireyes fueron débiles y celebraron transacciones con los naturales, así sobrenadó y salió incólume, allí donde no se celebraron esas transacciones,-como en el Perú, donde estaba de virey Abascal y el enérgico Goyeneche, delegado de la junta de Sevilla, y como ocurrió en Méjico. En Nueva-España, señores, si el inmoral y corrompido Iturrigaray, digna hechura de Godoy, quiso favorecer á los enemigos de España procurando proclamar la independencia de aquel país, los españoles, apoyados en la Audiencia, en lo que entonces se llamaba Real Acuerdo, depusieron á Iturrigaray, al cual aclamaban los naturales por su libertador, bien que fueran él, y su familia más, tipos de venalidad y de corrupción; y allí sin derramarse una gota de sangre, depuesto del poder Iturrigaray, pasó este poder desde el motín de la calle á las trémulas manos del octogenario Garivay, y en poco tiempo de las manos de Garivay pasó á la acción múltiple y peligrosa de la Audiencia, y de la Audiencia á las del bondadoso y vacilante Arzobispo Lezama. Todo esto se hacia sin que los criollos, sin que los que querían proclamarse independientes se atrevieran á iniciar, ni mucho menos emprender, ningún movimiento.
    Es decir, Sres. Diputados, que al principio del siglo,
    cuando la sangrienta batalla de Ocaña parecía ser para nosotros lo que la batalla del Guadalete, esto es, el fin de nuestra nacionalidad; cuando los ingleses favorecían á nuestras colonias para que no cayeran en poder del francés, y yo creo que para vengarse de nuestro generoso pero imprudente reconocimiento de la independencia de los Estados-Unidos; cuando los franceses hacían lo mis mo ayudando á nuestras colonias, para evitar que los recursos que nos enviaban favoreciesen á la Metrópoli; en aquellos momentos conservamos en la obediencia de España los dos grandes imperios de Méjico y del Perú, los do3 grandes imperios conquistados por el heroísmo del gran Pizarro y por el heroísmo del gran Cortés.
    ¿Sabéis por qué? Porque lo primero de que se cuidaron los españoles que los gobernaban, ó que en ellos vi vian, fué de conservarlos fieles y de continuarlos en la obediencia, sin pensar en si era un Borbon ó un Bonaparte el que ocupaba el palacio de Madrid (porque la Pátria está Bobre todas las dinastías del mundo); como antes en la guerra de sucesión que hubo en España á la muerte de Carlos II, aquellos vireyes y aquellos habitantes de las Américas se ocuparon en conservarlas fieles para España, sin detenerse ni pensar si era un Austria ó un Borbon el que ceñia la corona de San Fernando, y sin preocuparse de hacer prevalecer estos ó aquellos principios. Porque ya lo sabéis: cuando llegan ciertos momentos, hay que pensar, no en la magestad augusta del poder, no en la grandeza inmortal de la libertad, sino que hay que pensar en la grandeza y magestad de la Pátria, que en mi concepto son superiores é incomparables á toda otra grandeza y á toda otra magestad.
    Así, pues, cuando cayó Napoleón, cuando se pacificó la Península, cuando Fernando VII estuvo de nuevo sentado en el Trono, reconstruíamos el mundo colonial, que se nos iba de entre las manos. T estábamos á punto de realizar esta obra verdaderamente colosal y verdaderamente titánica, porque ya la bandera de la insurrección solo flotaba en Buenos-Aires, cuando tuvo lugar la insurrección del ejército destinado á la completa pacificación de las Américas; cuando tuvo lugar la sedición de las Cabezas de San Juan, sedición que muchos liberales consideran como la feliz culpa que dió lugar á nuestra redención de 1820, sedición que muchos absolutistas consideran como una página de vergüenza para el partido liberal, y cuyo autor y cuyo héroe trasmite á la posteridad su nombre esculpido en letras de oro en esas paredes, no sé si por la gloria de su vida, ó por el martirio de su muerte; no sé si como un trofeo inmaculado del liberalismo, ó como efeméride sangrienta, como acusación perenne del ódio, crueldad y venganza de los^bárbaros sentimientos de crueldad y de venganza que han acompañado siempre al absolutismo entre nosotros.
    Y ahora, oid, os ruego que me oigáis con atención, aunque mi palabra sea ingrata y premiosa; oídme con atención, porque voy á presentaros un paralelo de una enseñanza elocuentísima y de una oportunidad evidente á lo que hoy nos pasa en el archipiélago antillano.
    Ocurrida la sublevación de 1820, proclamada la Constitución de 1812, los liberales de entonces, adornados de un sincero patriotismo, como hoy lo está el Sr. Becerra, creyendo conservar las Américas, como hoy cree el Sr. Be¿ cerra salvar con su política liberal á Cuba y Puerto-Rico( juzgaron que el asunto era caso de honra, como hoy lo juzga el Sr. Becerra, y llevaron á las Américas todas las libertades consiguientes á la proclamación de la Constitución del año 12. En esta tarea ayudaban á los nobles, á los sinceros liberales de 1820 muchos americanos, y /
    hubo ano, hubo varios, pero hubo ano especialmente, que porque habia sufrido los rigores de la reacción del año 14, que porque habia sufrido áspera y dura prisión en Valencia, el eclesiástico Ramos Ariste, influía grandemente con e.1 Gobierno y le pedia muchas libertades, porque según él, de esa manera no renegarían los americanos de nosotros; y le pedia además que fueran separadas las autoridades que más se habían distinguido en la lucha contra los insurgentes, reclamando que fuese á Méjico un general liberal, muy liberal, O'Donoju, que disputaba al mismo Riego el primer rango en la popularidad de las lógias masónicas y de los cuarteles. La Constitución fué proclamada, las libertades fueron llevadas á América, v estas libertades fueron factores permanentes de anarquía y facilidades imprudentísimas proporcionadas á los amigos de la independencia para trabajar contra España.
    O'Donoju, aquel general que habia de servir de lazo de unión entre la nueva y la vieja España, lo primero que hizo al llegar á Méjico fué suscribir el acta de Córdoba, es decir, la independencia de Méjico, ó insultó á los españoles que no quisieron permanecer allí por no confundirse con los traidores; y poco después, aquel Ramos Ariste, que se agitaba y rebullía como Diputado entre los Diputados españoles, que con voz tímida y dulce, con voz mortecina y temblorosa hacia el largo y calumnioso proceso de nuestra dominación en América, que reclamaba al oido de los Ministros la separación de las autoridades leales, y que decia que Méjico jamás se habia de separar de España, aunque se separasen las demás colonias; aquel Ramos Ariste volvió á figurar en Méjico, ¿sabéis para qué? No para defender á España, no para defender á los españoles, sino para dar el ejemplo, él tan tímido, tan dulce y tan tembloroso en España, psra dar el ejemplo de una horrible matanza entre los españoles. Y ahora, oidme una observación. En 1812 se quiso plantear la Constitución en Méjico, y porque habia allí un general de gran carácter, de gran energía, de gran valor, que no temió arrostrar todas las responsabilidades por no publicar la Constitución, á pesar de que no tenia tropas, á pesar de que el cura Hidalgo estaba en posesión de las provincias más ricas, á pesar de que el cura Hidalgo acababa de amenazará la capital con 80.000 indios; porque estaba allí ese general, Méjico se salvó, la autoridad de España en Méjico se salvó; y en 1820, cuando teníamos allí hermosas y aguerridas tropas españolas, formadas en la titánica lucha de la Independencia, cuando Méjico estaba completamente tranquilo, Méjico se perdió, porque el Gobierno español de entonces estaba empeñado en llevar á toda costa la Constitución á Méjico, ó como decia aquí esta noche el señor Quintero, estaba empeñado en perder las colonias para salvar los principios, para salvar la estética, la regularidad y el radicalismo de los principios.
    En vano fué, señores, que el último virey de Méjico, el Conde del Venadito, hombre de grande patriotismo, general de marina, Ruiz de Apodaca, deudo inmediato del actual Sr. Ministro de Marina, quien podrá contar á sus compañeros de Gabinete la historia de su tio en Méjico, para que sepan qué significan ciertos elementos y ciertas libertades en América; en vano el Conde del Venadito decia al Gobierno de Madrid cuando supo la insurrección de Cabezas de San Juan: «Señor, aplicar la Constitución á Méjico es perder este imperio para España.» El Gobierno de Madrid no admitía vetos de nadie. En vano fué que un hombre de superior ilustración, que conocía muy bien el país, el fiscal Odoardo, cubano de nacimiento, dijerar «Señor, no se debe pensar en proclamar libertades mien
    tras dure este estado de cosas.» El Gobierno de Madrid, no sé si porque se consideraba la encarnación suprema de la sabiduría, no sé si porque cedia á un vértigo de popularidad, no sé si porque estaba bajo la presión de los americanos ó de otras influencias ocultas, no sé por qué, decia que el Gobierno no necesitaba consejos de nadie, que costara lo que costara, que pesara á quien pesara, era necesario plantear la Constitución en Méjico.
    La Constitución se planteó: ¿y qué resultados produjo? El general Dávila, que mandaba en Veracruz, cuando le pidieron que jurase la Constitución de 1812, dijo después de jurada: «ya hemos jurado la Constitución; ahora, españoles, preparáos á proclamar la independencia.»
    Un escritor ilustre, un escritor instruidísimo, testigo de mayor excepción en las cuestiones americanas, un escritor que ha sido Ministro de la república de Méjico en tiempo de la presidencia del general Bustamante, se expresa en estos términos al hablar de la independencia de Méjico:
    «España perdió por la revolución de Itúrbide, originada en la del ejército en la isla de León, toda la parte que le pertenecía en el continente de la América septentrional, con un ejército numeroso y grandes acopios de artillería y municiones: en los dos años siguientes perdió también, por la misma causa, lo que todavía poseia en el de la América meridional. Y así fué como una sedición militar y las ridiculas disposiciones de las Córtes destruyeron una dominación formada por la sabiduría de los siglos; pues aunque en los designios eternos de la Providencia divina entrase la independencia de las Américas, en el tiempo que debia verificarse, como los sucesos humanos se efectúan por medios también humanos, las causas expresadas fueron las que produjeron tan grandes consecuencias. En compensación de tan inmensa pérdida, sacó cuatro años de desórden y guerra civil, una invasión extranjera, cuyo enorme coste tiene que pagar, préstamos ruinosos que reconocer y el establecimiento de la autoridad absoluta del Rey por diez años más, lo que no cesó hasta la muerte de Fernando, -el cual con sus vacilaciones sobre disposición testamentaria y declaración de heredero de la Corona, legó á su Nación, por última calamidad de tan funesto reinado, una guerra de sucesión.»
    Es decir, que Alaman, el escritor mas juicioso de aquel país, reconoce que la independencia de Méjico fué debida á las indiscretas disposiciones de las Córtes. ¡Temed que otro Alaman del porvenir haga recaer sobre vosotros igual anatema!
    Todavía'tengo otro testimonio, también imparcial y verídico, el testimonio del autor de la independencia de Mágico, el testimonio de Itúrbide, que en sus Memorias dice «que el restablecimiento de la Constitución en España y las medidas que las Cortes tomaron, parecían revelar el empeño de los españoles en perder aquel país para siempre.»
    Señores, esta es la historia, la historia impaicial de lo pasado, que aunque no quiera el Sr. Ministro de Ultramar ¿ es espejo del porvenir, la historia escrita por personas imparciales, por extranjeros, por americanos; no la historia que fantasean á su placer los que se empeñan en llevar al Gobierno á un abismo.
    Así la independencia de Méjico se realizó, no por el esfuerzo de los naturales, sino por la imprudencia y las temeridades y las locuras del Gobierno de Madrid; empeñado en reformar todos los elementos que le eran hostiles en América, y en quebrantar, en destruir, en matar todos los que eran amigos, hizo lo primero, porque los chis, las logias masónicas y los periódicos eran un ariete formidable contra nuestra dominación, porque orecia la audacia de los criollos al compás que se desgastaban los resortes del poder público; y lo segundo, porque exasperaba al ejército negándole las recompensas debidas por la brillante y larguísima campaña que acababa de realizar contra los insurgentes, mientras que prodigaba escandalosamente las mercedes, gracias y honores al ejército de las Cabezas de San Juan; y porque tenia un gusto especial en perseguir en aquellas remotas regiones al clero, elemento moral en que se apoyaba allí nuestra dominación, como hoy se apoya en las islas Filipinas (sobre cuyo estado, y dicho sea de paso, me permito llamar la atención del Gobierno en general, y del Sr. Ministro de Ultramar en particular, no sea cosa de que también de allí el dia menos pensado nos vengan noticias muy desdichadas).
    Desconcertó también los elementos que nos eran favorables, como era el partido español; porque, exasperándolo y obligándole á aceptar una Constitución que repugnaba, le arrojó en brazos de Itúrbide, que ofrecía cierta moderación y proclamaba principios conservadores: de modo, que muchos, muchos españoles se fueron detrás de la independencia, porque la desesperación nos lleva á todos los abismos. Por eso yo considero muy natural que los españoles y cubanos leales, cuando oyen hablar de abandonar ó de ceder á Cuba, digan y repitan que antes que arriar la bandera en el castillo del Morro convertirán aquel fértil y bello país en un montón de ruinas africanas; y yo, que creo que las situaciones históricas se reproducen; y yo, que creo que la historia de lo pasado, en su conjunto, en sus grandes lineamentos, en su sentido íntimo, filosófico y humano, es la profecía cierta del porvenir, yo me dirijo, en nombre de la Pátria, al Ministerio en general, y en particular al Sr. Becerra, y les digo: no exasperéis á los españoles de Cuba, desoyendo sus votos y hablando con desden y con ironía del heroísmo de sus voluntarios en los campos de batalla, aplicando el escalpelo de una crítica literaria intempestiva á las peticiones reverentes que dirijen á estas Córtes; no los exasperéis, porque la desesperación conduce á todos los abismos.
    Y me dirijo también álos españoles y cubanos en Cuba, y les digo: tened en cuenta lo que pasó en Méjico, no imitéis la conducta de aquellos españoles; acordaos de la suerte de los generales Negrete y Echevarri, que tan heróicos servicios prestaron á Méjico; acordaos de las tripulaciones del navio Alia, y del bergantín Valiente, buques vendidos á los mejicanos porque estaban desatendidos por el Gobierno español; acordaos del rico Fagoaga y del sábio Monteagudo y de los míseros dependientes y pobres braceros de las casas de comercio y de las casas de campo españolas; todos perecieron, ó en el cadalso, ó en la emigración, ó en el destierro, ó de hambre y de frió en las vecinas comarcas de Nueva Orleans; unios estrechamente á las autoridades que representan á la Pátria; haced política de amor, porque los cubanos leales son hijos de la misma Pátria y hermanos nuestros, y tened confianza en el porvenir, porque los Ministros no son inmortales (dispense el Sr. Ministro de Ultramar que le entone este memento homo, bien que no sea para S. S. tan peligroso como el voto que á manera de espada de Damocles tiene pendiente sobre su cabeza un verdadero radical, un correligionario de S. S.), tened confianza en el porvenir, porque los Ministros no son inmortales, porque las faltas de un Ministro las corrige el mismo, avisado por la experiencia, ó si no algunos de sus sucesores que conozcan á fondo, que conozcan mejor los intereses verdaderamente españoles en América.
    Pero yo no eé por qué os fatigo recordando historia
    pasada, la historia de la independencia de algunas colonias en 1812 y en 1820, cuando tenemos una experiencia más fresca, más palpitante, que brota sangre, la experiencia del general Dulce: yo no os hablaré de esta experiencia, entre otras razones, porque lo ha hecho ya con magnífica elocuencia el Sr. Romero Robledo; yo sé que las libertades otorgadas por el general Dulce fueron, como en Méjico, fatales; proporcionaron á los insurgentes grandes medios de hostilizarnos, y dieron ocasión á sucesos como el del teatro de Villanueva, en que fueron atropelladas las autoridades españolas, y los autores de estos atentados, que fueron condenados á muchos años de presidio, que fueron enviados á la Península, llegaron á un puerto y fueron puestos en libertad; llegaron á Madrid y se pasearon libremente; se escaparon al extranjero, y publicaron infames libelos contra el nombre español, y luego fueron á New-York y hoy estarán con los insurrectos para asesinar á nuestros bizarros soldados á mansalva; todo lo cual, como comprenderá el Congreso, como comprenderá España entera y como comprenderán las Antillas, mal puede contribuir á pacificar las Antillas, á disminuir las dificultades con que luchan las autoridades á que los voluntarios no se tomen la justicia por su mano, inspirándoles confianza en el Gobierno de V adrid y en los Ministros de España que consienten tales escándalos.
    Pero el Sr. Ministro del ramo, el Sr. Becerra, me dirá: «yo no me ocupo de Cuba, en donde hay guerra; yo solo me ocupo de Puerto-Rico, que está tranquilo.» Y bien, pregunto yo: ¿está seguro el Sr. Ministro de no llevar la perturbación á la isla de Puerto-Rico y de no aumentarla en la isla que está en guerra? ¿No teme que auminte la insurrección? ¿No teme que tengamos que enviar nuevas fuerzas en hombres y en dinero? ¿Se han tranquilizado por ventura sobre este punto las autoridades de Puerto-Rico? ¿No teme que se reproduzcan los sucesos de Lares, que el Sr. Valdós Linares empequeñeció la otra noche, y son más grandes? Porque no cabe negarlo con la cabeza, sino con documentos, y sería bueno traer sobre la mesa la causa que á ellos se refiere. ¿Se han tranquilizado, digo, las autoridades de Puerto-Rico? Además, ¿no dice la Constitución que las reformas se entenderán para Cuba y Puerto-Rico? Y si mañana se pacifica Cuba, ¿habrá Constitución en Puerto-Rico y en Cuba no? ¿No se nos echará en cara esta disparidad inicua ó injusta? ¿No la explotorán nuestros enemigos?
    El Sr. Ministro de Ultramar, no en este debate, en otro que tiene analogía con éi, ha insistido en las diferencias que hay entre las dos islas, diciendo que ni siquiera difieren en mucho más que se parecen. Este era el lenguaje del Sr. Seijaa Lozano cuando el Sr. Seijas Lozano se oponía á introducir reformas en Ultramar, ocupando ese banco. Yo por mi parte, no voy á contestar á S. S.; voy sencillamente á leer lo que dice respecto de este punto un testimonio que no me rechazarán los americanos, el testimonio del gran publicista de Cuba, el testimonio del Sr. Saco. Decía así, á propósito de esta cuestión, escritor tan distinguido:

    «Grande, grandísima es la semejanza quo hay entre la condición de esas dos islas. Ambas tienen el mismo clima, ambas las mismas producciones, ambas los mismos elementos de población, ambas la misma lengua, religión, costumbres, y se han venido rigiendo por las mismas instituciones hasta el dia. Si puede haber entre esas dos Antillas alguna diferencia, es tan insignificante que en nada puede afectar los principios fundamentales de la libertad.
    Las islas de la Guadalupe y la Martinica tienen entre sí la misma analogía que las de Cuba y Puerto-Rico, y por eso en 1827 el Gobierno francés les dió, como á las demás islas de la primera, una organización política. Aun es más notable la diferencia entre esas islas fraucesas y la Guayamo que entre Cuba y Puerto-Rico; y muchísimo más todavía la que existe entre aquellas tres colonias y la isla de la Reunión ó Borbon, situada en los mares de la India cerca del África Oriental; pero esto no obstante, dióseles á todas ellas en 1833 la misma Constitución política. Hoy mismo, á pesar de los cambios profundos que ha sufrido la Francia y sus posesiones de Ultramar, aquellas tres islas están sometidas al mismo régimen político, sancionado por un senado-consulto.
    »Con tender la vista sobre la misma Península se descubre de golpe que entre algunas provincias de ella hay desemejanzas mucho más grandes que entre Cuba y PuertoRico, Cataluña, Valencia, Galicia y las Provincias Vascongadas ofrecen diferencias notables y profundas respecto á las Andalucías y otras partes de España. Habíanse en ellas idiomas y dialectos distintos; han existido bajo de fueros y leyes diferentes; sus usos y costumbres varían mucho entre sí; mas á pesar de esto, todas, todas viven bajo las mismas instituciones.»
    El Sr. PRESIDENTE: Señor Navarro, si V. S. piensa extenderse mucho, habrá que consultar al Congreso si se proroga la sesión.
    El Sr. NAVARRO Y RODRIGO: Señor Presidente, celebro que S. S. me haya llamado la atención en este momento, porque cabalmente iba á empezar á tratar ahora la cuestión bajo su aspeoto internacional; y por lo tanto, siendo ya la hora tan avanzada, ruego'á la Cámara se digne dejar esta cuestión para la próxima noche.
    El Sr. PRESIDENTE: Se suspende esta disensión.
    El Sr. PADIAL: Pido la palabra.
    El Sr. PRESIDENTE: ¿Para qué, Sr. Padial?
    El Sr. PADIAL: Para rogar al Gobierno de S. A. se sirva, á la vez que la causa de Lares, traer al Congreso los expedientes secretos desde el año 1864 á la fecha, y en particular á mi distinguido general, el Sr. Ministro de la Guerra, se sirva traer el que hace relación al que tiene la honra de dirigir la palabra al Congreso en este momento.»
    Las Córtes quedaron enteradas de que la comisión nombrada para dar dictámen sobre el proyecto de ley llamando al servicio de las armas 40.000 hombres para el reemplazo del ejército habia elegido presidente al señor Fernandez de Córdova y secretario al Sr. Ruiz Zorrilla (D. Francisco).
    Dióse cuenta de la siguiente comunicación, y se acordó quedase sobre la mesa, como asimismo los documentos á que se reñere, para conocimiento de los Sres. Diputados:
    «ministerio De Guacia Y Justicia.=Ecxmos. señores: De órden de S. A. el Regente del Reino remito á V. EE. todos los documentos que componen el expediente pedido por un Sr. Diputado sobre el juramento de flde lidad á la Constitución del Estado que ha de prestar el clero. Dios guarde á V. EE. muchos años. Madrid 28 de Marzo de 1870.=Eugenio Montero Rios.=Sres. Diputados Secretarios de las Córtes Constituyentes.»
    El Sr. PRESIDENTE: Órden del día para mañana: Discusión del dictámen sobre el proyecto de ley de órden público.
    Idem sobre el proyecto de Constitución de PuertoRico.
    Proyecto de ley de organización municipal y provin cial.
    Idem de ley electoral.
    Discusión del dictámen y votos particulares sobre la proposición relativa al nombramiento y separación de los Ministros del Tribunal de Cuentas.
    Idem del de empleados públicos.
    Idem declarando de cabotaje la navegación entre la Península y las Antillas.
    Idem suprimiendo el derecho diferencial de bandera en las provincias de Ultramar.
    Solevanta la sesión.»
    Era la una menos cuarto.
    La Iglesia es el poder supremo en lo espiritual, como el Estado lo es en el temporal.

    Antonio Aparisi

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    Re: Cuba y Puerto Rico

    Excelente discurso de los señores Romero Robledo y Navarro Rodrigo a favor de la unión de Cuba y Puerto Rico:




    Discurso del señor Romero Robledo:




    El Sr. ROMERO ROBLEOO: Pido la palabra.
    El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.
    El Sr. ROMERO ROBLEDO: Sometida á mí esa cuestión, que parece significar que á juicio del Sr. Ministro, para el expediente reservado, eso puede dar mal re• sultado, yo no quiero nada que pueda alejar el que se aclare perfectamente lo que quiera que sea.
    Terminado este incidente, si bl Sr. Ministro no tiene que oponer otras palabras á las mias, voy ahora á rectificar lo dicho por los Sres. Valdés Linares y Vázquez Oliva.
    Señores Diputados, ya en el uso de la palabra y en la necesidad de rectificar á los Sres. Diputados por PuertoRico que han tenido la bondad de combatir mi voto particular, tengo precisión de empezar haciéndome cargo de un argumento que ha empleado mi amigo el Sr. Valdés Linares. S. S. empezaba su discurso lamentándose y diciendo que yo me habia reducido á demostrar en el pobre mió, que habia solo un hecho, la insurrección de Cuba, donde unos valientes voluntarios defendían la causa nacional. Yo siento mucho que toda mi argumentación, que se encaminó á demostrar que el proyecto de Constitución para Puerto-Rico era anticonstitucional, porque era contra el art. 108 y el espíritu de toda la Constitución, hubiera sido una argumentación completamente nula para mi amigo el Sr. Valdés Linares. En un error parecido, respecto á mi argumentación, ha incurrido el Sr. Vázquez Oliva, suponiendo que establecida la disyuntiva, se podía legislar para cada una de las Antillas. S. S. no ha comprendido tampoco mi argumentación, sin duda porqus no acerté á expresarla, ni á reproducirla el Diario de las Sesiones. Yo demostré claramente que establecida la disyuntiva de ser necesaria la presencia aquí de los Diputados de Cuba ó Puerto Rico para legislar sobre el sistema de gobierno de aquellas islas, bastaría su presencia para legislar, no para Puerto-Rico solo, sino para Puerto-Rico y Cuba. Esto es lo que manda el texto literal del art. 1,08 de la Constitución.
    Yo sé que legítimamente podemos en este instante votar esta Constitución; pero con uua condición, y es que no se llame Constitución para Puerto-Rico, sino Constitución para Puerto Rico y Cuba.
    Tanto el Sr. Valdés Linares como el Sr. Vázquez Oliva desconocen que yo he demostrado cuál era la perturbación que podía llevar á Cuba el votar la Constitución de PuertoRico. El Sr. Vázquez Oliva, alijerando el flete, ha dejado á un lado, por completo, todas las razones que constituyen la identidad de esas dos poblaciones, la identidad de esas dos provincias españolas, y ha empezado á hacer un género de argumentación que ciertamente me ha extrañado. Preguntaba S. S.: «¿A. quién puede perjudicar la Constitución? ¿A los insurrectos? No, porque estos no la admiten. ¿A los voluntarios?» Y añadia S. S.: «Los voluntarios habrán seguido defendiendo la causa española, cualquiera quesea la resolución de las Córtes.» Esto, mirado así, no tiene réplica; pero 'las cosas hay que mirarlas de otro modo. Hay una influencia moral que no se mide, que no se demuestra; pero que se palpa, que se toca, que influye en todas las causas: esa influencia moral e3 la que es necesario apreciar, porque ¡es la que viene á colocarse, una vez votada la Constitución de Puerto-Rico, entrJ los voluntarios de Cuba y de parte de los insurrectos. ¿Cómo no habia de suceder así? Pues qué, los peñó dicos insurrectos, el Boletín de la Junta revolucionaria de New—York, ¿no está calumniando al digno Marqués de loa Castillejos, no está calumniando al Gobierno de S. A., suponiendo que allí se vaya á desarmar los voluntarios, suponiendo que allí se vayan á llevar reformas, suponiendo que allí se vayan á hacer ciertas cosas sin contar para nada con la voluntad del país y por complacer al Gobierno de una potencia extranjera?
    Pues cuando ellos lean ese Boletín de la Junta revolucionaria de New-York, cuando lo lean los voluntarios de Cuba, los que vierten su sangre, los que exponen sus haciendas, los que lo sacrifican todo por defender á la Patria; cuando vean que se dirigen tales calumnias al Gobierno de S. A., y luego, pasados que sean quince días y llegado el correo de España, vean confirmados en cierto modo los temores de lo que hacia algunos días v enia anticipando el Boletín de la Junta revalucionaria de NewYork, ¿cree S. S. que no es para secar el entusiasmo, que no es para helar aquellas almas el considerar
    El Sr. PRESIDENTE: Señor Romero Robledo, advierto á S. S. que solo tiene la palabra para rectificar.
    El Sr. ROMERO ROBLEDO: Me hallaba en el uso de la rectificación, Sr. Presidente. Yo me proponía demostrar á estos señores, y estaba rectificando (en cuanto estos Sres. Diputados creen que yo no habia establecido los lazos de solidaridad que existen entre una provincia y otra), que aunque yo creo que los habia establecido suficientemente en mi discurso, me proponía demostrarlo de nuevo; pero no Insistiré en esto: no quiero abusar ni de la benevolencia del Sr. Presidente, ni de la atención de la Asamblea.
    El Sr. Valdés Linares, á quien con profundísima pena oí decir en su discurso que era de Venezuela, su querida pátria; el Sr. Valdé3 Linares, con formas suaves, conquistándose la benevolencia de la Cámara, consiguió deslizar á favor de estos poderosos medios de elocuencia, una cosa, Sres. Diputados, que parece imposible que pueda sostenerse en parte alguna. Habló S. S , marcándolos con un sello de estigma, de los peninsulares que iban á las Antillas á trabajar para adquirir fortuna. ¿Qué quiere S. S. para un Estado? ¿Quiere S. S. holgazanes y vagos? ¿Quiere S. S. que se consideren malos ciudadanos aquellos que dejan su verdadera pátria por consagrarse en lejanas tierras á nuevas empresas y poder aumentar su patrimonio, y ojalá que todos lo hicieran, absolutamente todos?
    ¿Quiere S. S. que despreciemos á los que se hallan poseídos de eso que S. S. llama espíritu da adquisividad, y que yo llamaré amor al trabajo? ¿Le parece á S. S. ese mal elemento para constituir una sociedad? ¿Pretende su señoría que los que tienen un gran interés en desarrollar su industria hayan de vivir necesariamente en un sistema de gobierno que les incomode, que les ahogue y haga inútiles por completo sus esfuerzos? Pero más adelante, cantando, en un especie de idilio, las virtudes de PuertoRico y confirmando las palabras del Sr. Escoriaza, nos indicaba S. S. que las gentes de Paerto-Rico eran de lo más santo, de lo más virtuoso, de lo más digno de estimación.. .
    El Sr. PRESIDENTE: Yo siento interrumpir áS. S.; pero eso no es rectificar.
    El Sr. ROMERO ROBLEDO: Señor Presidente, tengo necesidad de rectificar...
    El Sr. PRESIDENTE: Su señoría está contestando.
    El' Sr. ROMERO ROBLEDO: Podrá ser que en mi argumentación haya dado algún rodeo; pero yo necesito demostrar que en Puerto-Rico existe espíritu separatista. [El Sr. Padial: S. S. por lo visto es quien quiere que lo haya.)
    ¡ El Sr. PRESIDENTE: Suplico al Sr. Padial no inter! rumpa al orador.
    El Sr. ROMERO ROBLEDO: Yo necesito demostrar, porque se ha supuesto por el Sr. Valdés Linares lo contrario de lo que yo había afirmado, y este es un hecho importante para el debate, que en Puerto Rico existe un es ■ píritu separatista que se da la mano con el de Cuba, y que ha puesto al borde del abismo la perla de nuestras Antillas.
    El Sr. PRESIDENTE: Pues eso no puede hacerlo su señoría en una rectificación.
    El Sr. ROMERO ROBLEDO: Estoy rectificando, señor Presidente.
    El Sr. PRESIDENTE: Perdone S. S., eso no puede hacerlo S. S. rectificando; eso puede V. S. hacerlo cuando se trate de la Constitución, ó en un djbate aparte; pero es completamente imposible que lo haga en una rectificación. Después de eso que S. S. pretende decir, vendría un nuevo discurso del Diputado á quien S. S. contesta, demostrando que allí no existe espíritu separatista; vendrían después también los Sres. Diputados de PuertoRico pretendiendo demostrar lo mismo, y de este modo el debate seria interminable. Ruego, pues, á S. S. que se limite á rectificar.
    El Sr. ROMERO ROBLEDO: Señor Presidente, yo no insistiré más por el grandísimo respeto que me inspira siempre la Presidencia; pero voy á hacer un ruego, y esto sí creo que me ha de ser lícito. Este ruego se dirige al Sr. Ministro de Ultramar, y tiene por objeto suplicarle que traiga mañana mismo á las "Córtes todo lo referente á la irsurreccion de Lares, porque es necesario que las Córtes con&zcan lo que van á votar antes de votarlo. De esta manera se conocerá cuál es el espíritu que domina en aquella Í6la, cuál es el espíritu que domina á algunos que por la generosidad de la revolución fueron comprendidos en una amnistía, pero que son enemigos de todo lo que es español.
    Pero voy á ocuparme de un hecho, suponiendo que para ello tengo derecho; ¡de tal manera está conmigo inclemente la campanilla del Sr. Presidente 1 voy á ocuparme de un hecho que me importa mucho dejar consignado. El Sr. Valdés Linares refirió aquí la exposición dirigida al señor general Serrano para desvirtuar la exposición presentada por nuestro amigo el Sr. Cánovas del Castillo con 14.000 firmas de españoles cubanos. El Sr. Valdés Linares, olvidándose de que aquella exposición habia sido redactada por los que ahora están en Nueva-York, incurrió en el grave error de citar el nombre del Sr. Conde de Cañónfeo, cuyo nombre, como la mayor parte de los que firmaban la exposición dirigida al señor general Serrano, están también en la dirigida al Sr. Cánovas del Castillo, esos mismos nombres da personas ya~ desengañadas, ya caída la venda, ya dada por ¡aprénsala vozde [abajo caretas!
    Me conviene también consignar como último hecho, y voy ísentarme porque no quiero perturbar al Sr. Presidente en lo más mínimo, y conviene consignar que en un periódico establecido en esta córte para defender los intereses del partido español en Cuba, dirigido por un criollo, redactado por un criollo, porque criollos muchísimos y muy respetables, precisamente los más respetables, son los que abrazan con entusiasmo y con ardor la bandera española de aquella Antilla, para demostrar la importancia de e3a exposición, ha publicado 60 nombres de. los 14.000 que la suscriben, y ha demostrado que esos 60 nombres representan 2.000 millones de reales.
    Entre esos 60 nombres hay 21 insulares, nacidos allí, que piden lo mismo que piden los peninsulares [El Sr. Padial pide la palabra); porque es necesario ya hablar claro, es menester dejar bien definidas las cosas, y es preciso no consentir, ni por un instante siquiera, que se arroje la ca
    lumnia sobre los peninsulares que hay en Cuba, haciendo creer á las gentes que todos los insulares nos son comple-" tamente enemigos, cuando insulares y peninsulares, todos los que aman la libertad y la honra de la Pátria, están unidos en un mismo y perfecto sentimiento.
    El Sr. Ministro de ULTRAMAR (Becerra): Pídola, palabra.
    El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.
    El Sr. Ministro de ULTRAMAR (Becerral: El señor Romero Robledo ha propuesto al Ministro de Ultramar que se traiga aquí mañana la causa formada por consecuencia de los acontecimientos de Lares. El Sr. Romero Robledo comprenderá bion que la causa no puede estar en el Ministerio. Allí no existe más que el oportuno expediente, que yo tendré mucho gusto en traer, aun cuando desde luego anticiparé á S. S. la idea de que no le ha de servir para fundar en él sus argumentos.
    Ya que estoy de pié, he de decir otra cosa. Me alegro mucho ver al Sr. Romero Robledo en el buen camino: lo mismo que ahora S. S., yo siempre me he expresado deseando borrar una división que se hace comunmente entre peninsulares é insulares. He dicho constantemente que allí existe un partido nacional y otro antinacional, no hay más divisiones que esta.
    Antes de sentarme y de concluir, voy á decir dos palabras. El Sr. Romero Robledo h& hablado de ciertas palabras que pronunció en una sesión que se celebró á consecuencia de una lucha deplorable ocurrida en Madrid por efecto, como otras muchas, de nuestras discordias civiles. ¡Quiera el cielo que no vuelvan á repetirse! No he de hablar yo de aquello para traer recuerdos tristes y excitar pasiones enojosas; pero aludiéndose á ciertas palabras dirigidas á los que tomamos parte en aquel acontecimiento ocurrido en Madrid, como yo acepto por completo la responsabilidad de aquel y de todos mis actos, de todas maneras y en todas épocas, y aquellas palabras, según S. S., dichas están, ahora que ha desaparecido la necesidad de los escondites (me parece que estas han sido las frases de S. S.), tomo acta de ello, y lo recojo para cuando sea conveniente tratar este punto. Por más que las palabras se dirijan á una colectividad, yo, como uno de los comprendidos en ellas, tomo acta de su sentido para tenerlas en cuenta cuando convenga.
    El Sr. ROMERO ROBLEDO: Pido la palabra, señor Presidente.
    El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.
    El Sr. ROMERO ROBLEDO: Para dar las gracias al Sr. Ministro de Ultramar por su ofrecimiento de remitir el expediente sobre la causa de Lares; y respecto á las últimas palabras de S. S., está muy bien.




    Discurso del señor Navarro Rodrigo:




    El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Navarro y Rodrigo tiene la palabra en pro del voto particular del Sr. Romero Robledo.
    » - El Sr. NAVARRO RODRIGO: Señores Diputados, si antes me levantaba á hablar con gran tristeza, después del incidente ocurrido entre el Sr. Ministro de Ultramar y el Sr. Romero Robledo, después de la acritud, después de la pasión que ha tomado el debate esta noche, debo declarar que me levanto á hablar con mayor tristeza, que me levanto á hablar con mayor dolor.
    Porque, señores, jo he sido de los que con más intensidad y con mayor desinterés han deseado que entre todos los factores revolucionarios que han de construir la nueva Monarquía en esta Cámara, reine la armonía, la concordia, la fraternidad, cierta inteligencia, al menos, hasta llegar á la solución final, á la solución suprema, al restablecimiento de la normalidad constitucional, cuando entre la mayoría y la minoría, entre el Gobierno y
    la oposición, se levante un poder neutral bastante fuerte, un juez del campo del combate para dirimir las contiendas , para fallar los pleitos de Estado que se ventilan en estos altos Cuerpos, y no nos sorprendan los azares de lo desconocido ó las iracundas apelaciones á la fuerza.
    Yo veo claro como la luz; yo veo claro como la evidencia que ante el gran desenvolvimiento que han tomado en España los partidos extremos, los partidos radicales, verdaderamente radicales en los hechos, en los principios, en las ideas, no en el nombre, que eso no significa nada; ante el desenvolvimiento que ha tenido el partido republicano, enemigo de la Monarquía; ante el desenvolvimiento que ha tomado el partido absolutista, enemigo de la libertad; para hacer la Monarquía, y para salvar la -libertad, se necesita que los que estamos colocados entre estos dos abismos que nos solicitan, se necesita que aquellos que hayan aceptado la Monarquía de buena fe y no como un compromiso circunstancial, que aquellos que amen de veras la libertad y huyan de la vergüenza de una restauración, se necesita que se busquen, que se entiendan de buena fé para no precipitarnos mútuamente ni precipitar á nadie en soluciones que pugnan con su honor, con su conciencia, con su interés y con su patriotismo.
    Hoy, para salir de la interinidad; hoy, para salir de esta interinidad que nos asfixia, de esta interinidad que lo esteriliza y lo mata todo, de esta interinidad que mantiene vivas todas las esperanzas, de esta interinidad que enciende por intermitencias la guerra civil; hoy, para salir de esta mansa anarquía, como la ha llamado el señor Rivero, de esta indeterminación cósmica en que vivimos, de esta expectación eterna, de esta situación que es peor que la de los condenados del Dante, la cual era tan insoportable que á toda costa querían salir de ella aunque fuera para entrar en otra más angustiosa; hoy, para salir de esta situación que hace las veces de máquina pneumática alrededor del Gobierno, de la Asamblea y de la revolución, se necesita cierta concordia, te necesita cierta fraternidad, cierta inteligencia entre todos los partidos monárquico-liberales de esta Cámara; y el dia de mañana, para poder salvar la Monarquía contra el partido republicano , brioso, pujante, audaz; para poder salvar la libertad contra el partido absolutista, rejuvenecido, galvanizado, que está en pié de guerra, se necesita la formación de un gran partido monárquico, de un gran partido liberal, de un gran partido democrático, llámese como se quiera, á fin de fundar la Monarquía y salvar la libertad.
    Si esto partido no se forma, á despecho de todos y de todo, vosotros, progresistas, no tendréis fuerza bastante para salvar la Monarquía de entre las garras de los republicanos antiguos ó en expectación de serlo de nuevo, y nosotros, lo declaro con sinceridad, con profundo disgusto, nosotros no tendremos fuerza bastante para salvar la libertad de las garras de la restauración.
    Yo no sé á qué partido, yo no sé á qué fracción aplicará la historia futura estas tremendas palabras de Tácito facüiorem inter malos consenso ad ballum quam in pacm ad concordiam, es más fácil á los ruines concertarse para hacer la guerra, que para gozar la paz. Lo que sé es que los partidos medios habrán desaparecido, que no habrá progresistas, que no habrá unión liberal, que solo habrá republicanos y absolutistas; que tendremos dictadura y anarquía, pero que no tendremos verdadera Monarquía ni verdadera libertad.
    Dichas estas palabras, que son un gemido escapado de mi corazón en presencia de la actual situación política de España, situación la más grave, la más solemne por que ha pasado ningún país del mundo, dichas estas palabras, voy á entrar en este debate que ha de aumentar las perturbaciones aquí y en Ultramar. Yo, como muchas personas de esta Cámara, aunque la última de estas personas, tenia opiniones muy conocidas en esta cuestión, y cuando viene no es cosa de guardar silencio; cumplamos todos nuestro deber, que los sucesos están en manos de Dios.
    Quiere el Sr. Ministro de Ultramar fijar la suerte de Puerto-Rico, quiere fijar las relaciones de aquella provincia con la madre Pátria, y yo creo que lo que hoy se determine para la pequeña Antilla, determinado quedará para la grande; que no en vano la naturaleza las hizo hermanas, que no en vano están bajo una misma zona, son hijas de una misma madre y ambas dependen de la misma nación.
    Se trata, pues, de la suerte de nuestras AnMUas, resto sagrado de una grande herencia, y cuando digo esto, creo que digo lo suficiente á Diputados de una Asamblea española, para que comprendan que se trata de lo más grande, de lo más íntimo, de lo más santo para todo pecho español, del honor de todos y de cada uno de nosotros, del honor de todos y de cada uno de los españoles, del honor, en fin, de la gran Nación española.
    ¿Necesitaré yo decir lo que significan las Antillas para la madre Pátria? ¿Necesitaré yo esforzarme en demostrar la importancia que tiene su conservación? Harto lo saben los puertos todos de nuestra costa cantábrica; harto lo saben los pueblos que componen el riñon de Castilla; harto lo saben todas nuestras provincias de lado de Oriente; suprimid las Antillas, y el comercio languidece, y la marina mercante agoniza, y la marina de guerra es un lujo gravoso que no puede permitirse la Nación española: los presupuestos de las Antillas son á veces mayores que los de un Estado europeo de tercer orden, y representan en tiempos normales un sobrante para la madre Pátria de 80 á 100 millones de reales.
    Nada más importante, por consiguiente, para la Nación española que la conservación de las Antillas, y nada más importante para todos los que nos sentamos en estos bancos, cualquiera que sea nuestra actitud, y nada más importante, sobre todo, para los que se sientan en ese banco [Bl ministerial), á quienes los contemporáneos y la posteridad, los partidos y la historia han de atribuir toda la gloria ó toda la responsabilidad de lo que ocurra en nuestras ricas posesiones del archipiélago antillano.
    Y, señores, cuando se nos hace una guerra cruel al grito de <¡Muera España!» cuando periódicos tan acreditados como la Revista de Ambos Mundos han dicho que los conspiradores cubanos han prestado grandes auxilios, han adelantado gruesas cantidades á los generales de la revolución de Setiembre; cuando tanto ha hablado la prensa nacional y extranjera de la misión que ha traído á España el Ministro de los Estados-Unidos; cuando tanto se ha hablado sobre la venta ó cesión de Cuba, sobre las opiniones atribuidas, con razón ó sin ella (yo creo que con razón), á algunos personajes de esta situación; cuando hay periódicos revolucionarios, que se publican en Madrid, que hablan todos los días de la conveniencia de ceder ó abandonar á Cuba; cuando todo esto sucede, la cuestión de las Antillas, si importante, si inmensa para la Nación española, es una cuestión que toca en lo más vivo al honor de la revolución de Setiembre.
    Por eso yo, que tengo la pasión de mi Pátria, y que saludé con lágrimas de júbilo esa revolución, en que libré tantas generosas ilusiones, que rápidamente van desmoronándose; por eso yo he seguido y sigo con viva emo-'
    cion y creciente interés las peripecias todas de nuestra guerra en Cuba. Por eso yo, cuando llegaron á la Península los periódicos cubanos que daban cuenta de la heróica, de la inmortal defensa de las Tunas, viendo que otros, no sé si con más deber, pero sin duda con más autoridad que yo, no lo hacían, solicitaba el concurso do diferentes lados de la Cámara á fin de que declarara beneméritos de la Pátria á aquellos que tan heroicamente la defendían, deseando comunicarles el aliento y estímulo que tanto necesitaban.
    Por eso yo, como el Congreso recordará, pedí al señor Presidente del Consejo de Ministros que trajera á la Cámara datos suficientes para saber los recursos enviados á Cuba, ó, por mejor decir, los medios empleados hasta el dia para vencer la Insurrección. Por eso no há muchos días me dirigí á la Cámara, solicitando de ella que, en prenda de gratitud nacional, prohijase á los desdichados huérfanos de Castañon. Por eso vengo hoy á intervenir en este debate, el más importante y el más capital de cuantos pueden ocupar á las Córtes españolas. Porque, señores Diputados, esta noche el Sr. Romero Robledo lo ha dicho: «Nuestros errores políticos aquí tienen enmienda; en Ultramar son irreparables.» ,
    Yo no voy á ocuparme, á pesar de haberlo ofrecido en otra ocasión, acerca de los datos que reclamé al Sr. Ministro de la Guerra; yo no voy á ocuparme de los refuerzos enviados á Cuba, de su clase, de la época en que fueron enviados, del armamento y vestuario que llevaban, de las recompensas otorgadas, etc., etc.; no quiero tampoco saber por qué el general en jefe que manda las fuerzas que operan en Cuba no tiene las facultades que tuvieron el general en jefe de África, el general en jefe de Santo Domingo y el general en jefe de Méjico; no quiero tampoco inquirir si son exactas ó no ciertas órdenes comunicadas á las autoridades de Cuba acerca del útilísimo y patriótico servicio que prestan los voluntarios de aquella Antilla; no quiero hablar de nada de esto, por dos razones capitales: primera, porque mientras me sea posible, yo no quiero en nada lastimar, ofender ni menoscabar al señor Presidente del Consejo de Ministros, encarnación y esencia de la situación anómala y extraordinaria que atravesamos; y después, por otra razón de patriotismo: porque temería que mis observaciones en algo pudieran lastimar los intereses de España en nuestra guerra en Cuba.
    No quiero hablar de otras cuestiones emanadas del Ministerio de Ultramar, porque estas cuestiones son relativamente menudas y pequeñas cuando se trata de la cuestión vital de organización definitiva de las Antillas, y entro de lleno en la cuestión.
    Es, Sres. Diputados, es un hecho dolorosamente repetido en la historia del siglo actúal, y por lo repetido debió ser previsto por la situación que se levantó triunfante después de la batalla de Alcolea, que á tempestades, revoluciones y movimientos que estallan en la Península, corresponden revoluciones, movimientos y tempestades que estallan en nuestras posesiones de América para procurar su independencia. Así sucedió en el comienzo do este siglo cuando la insurrección cunde en contra nuestra desde el hemisferio austral al boreal, desde la costa de la Plata y de Chile hasta el Norte de Méjico. Así sucedió el año 20, cuando pacificada, casi por completo aquella insurrección, tuvo lugar la rebelión de las Cabezas de San Juan; ocasión triste para la emancipación de las Américas, lo mismo al Norte que al Sur. Así también se verificó en los infaustos dias de la guerra civil, cuando el general Lorenzo quiso seguir las huellas del sargento García en la Granja, pidiendo el restablecimiento de la Constítucion del año 12, y el general Tacón ahogó" con la fuerza aquel movimiento sedicioso.
    Ahora bien: si este era un hecho dolorosamente repetido en nuestra historia, ¿por qué no se tuvo en cuenta por la situación que se levantaba triunfante después de Alcolea? ¿Cómo no se envió ■allí al mejor de los generales victoriosos acompañado de una brillante división, sacada por igual de los dos bizarros ejércitos quo tan heróicamente lucharon en Alcolea? Ya sé yo que es una villana calumnia lo de suponer que habia dos conspiraciones que se correspondían paralelamente, que se daban la mano, la conspiración de España y la de Cuba; ya sé yo que es villana calumnia lo de las gruesas sumas adelantadas á los generales que derribaron á Isabel II; ¿pero no sabíamos todos el fenómeno histórico de que antes me he ocupado? ¿No sabíamos todos también que era escasa la guarnición de Cuba? ¿Por qué no se envió allí un nuevo capitán ge neral y una división? ¿Por qué no se hizo lo que en 1854, que fué enviar instantáneamente un nuevo capitán geaeral para precaver, para evitar eventualidades dolorosas? |Ah, señores! Si esto se hubiera ejecutado en todo el mes de Octubre de 1868, la insurrección de Cuba se hubiera ahogado al nacer; no habría tomado las proporciones que después ha tomado; no tendría las proporciones que aún hoy mismo tiene: se habría ahorrado mucha sangre y mucho dinero, se habrían evitado conflictos internacionales, y ¡quién sabe, quién sabe si otros resultados más tristes para la Patria que como final consecuencia hemos de recoger de esa lucha infame y parricida I
    Yo no sé, yo no sé por qué cometieron ese error 103 hombres de la revolución de Setiembre, del cual no les ha de absolver la historia en ningún caso, á no ser que fuera con el propósito de realizar un nombramiento que, en mi concepto, era cometer otro error más grave, otro error más capital, el de enviar á Cuba al general Dulce.
    Señores Diputados, yo he tratado siempre con gran respeto al general Dulce cuando vivía; no esperéis que muerto ultraje su memoria. Conocía su gran carácter, su patriotismo, su integridad, su heroico y magnánimo valor, cualidades que no son tan comunes en nuestro país, y que brillan más, por lo mismo que son raras, en épocas de decadencia. Pero con ser todo esto, el general Dulce era el menos á propósito para mandar en Cuba una vez estallada la insurrección. ¿Por qué? Porque el general Dulce era ya un medio cadáver, y el clima de los trópicos había de ser mortal para su convalecencia; porque no podía atender á las multiplicadas y perentorias atenciones de su difícil cargo; porque era objeto de grandes prevenciones en el elemento peninsular; porque la mayor parte de sus amigos estaban entre los filibusteros, y, señores, ¿por qué no lo he de decir? porqúe se decia públicamente que hasta deudos suyos tenían simpatías, cuando no compromisos, con los filibusteros y laborantes. Yo tuve el valor de decírselo; yo le dije: «mi general, alguien puede creer que Vd. eobra en España, que Vd. hace falta en Cuba. Yo, por el contrario, creo que Vd. sobra en Cuba, que usted hace falta en España.»
    El general Dulce tenia un vago presentimiento de la situación por que habia de pasar en Cuba, repugnaba el ir á Cuba; pero le rodearon altas y poderosas influencias, se le bizo comprender que de él dependía la pacificación de Cuba, la pacificación de la perla de nuestras Antillas; y como el general Dulce era todo patriotismo, aceptó, y fué á Cuba. Yo no quiero hnblar de su último mando en aquella Antilla: yo únicamente lamentaré la catástrofe que lo arrancó de ella, catástrofe que debió ser prevista, catástrofe que ha herido gravemente el principio de au
    toridad en Cuba, catástrofe que habrá acelerado sin duda la muerte del ilustre y valeroso general, sin cuyo auxilio, sin cuya ayuda, la revolución de Setiembre, ó no habría venido tan pronto, ó habría quizás abortado.
    Pero de todos modos, aun con el error de no haber enviado en todo el mes de Octubre de 1868 un general á las Antillas, una brillante división para reforzar la escasa guarnición de Cuba, habia una fortuna, y era la de que, al frente del Ministerio de Ultramar estaba un ilustre jó ven, que, sobre no ser sospechoso en nada á la revolución de Setiembre, que sobre no poder ser sospechoso en nada á la revolución de Setiembre, tenia la inteligencia y el patriotismo que acompaña al actual Ministro de Ultramar; pero sobre él una gran ventaja: la ventaja de no ser una amenaza á los intereses conservadores de Cuba, con cuyo patriótico é inteligente auxilio se salva la gran Antilla, ó no se salva de ninguna manera.
    Señores Diputados, los hombres no son en su vida pública lo que quieren en algunos momentos determinados de ella: aunque modifiquen sus opiniones , sobre ellos pesa su vida anterior, sus compromisos anteriores, sus antecedentes; y aunque modifiquen sus opiniones, como he dicho, los compromisos y antecedentes de su vida pública anterior sobre ellos pe=>an con fatalidad inexorable.
    En este momento histórico que atravesamos, yo con cíbo que el Sr. Sagasta haya sido reemplazado en el Ministerio de la Gobernación por el Sr. Rívero; yo concebiría que el día de mañana, si el Sr. Rívero se gastase, si el señor Rivero, en vez de ser el llamado á constituir aquí una gran mayoría, una mayoría gubernamental monárquicodemocrática, monárquico-liberal, fuese el destinado fatalmente á disolverla y pulverizarla, concibo, si este fenómeno tuviese lugar el diade mañana, que fuese reemplazado el Sr. Rivero en el banco azul, en el Ministerio de la Gobernación por el Sr. Sagasta ó por la dignísima persona que ocupa aquel sitial [señalando el de la Presidencia) pero no concebiría que fuese reemplazado el Sr. Rivero por el Sr. Ríos Rosas ó por el Sr. Posada Herrera, bien que entrambos hombres de Estado estén comprometidos con el actual órden de cosas, bien que hayan elaborado la Constitución, bien que tengan comprometida hasta su existencia con la revolución de Setiembre. ¿Sabéis por qué no concebiría esto? Porque aunque el Sr. Rios Rosas y el señor Posada Herrera tienen estas cualidades, tienen estas prendas, tienen estas garantías para la libertad, sobre ellos pesaría su vida anterior, su vida conservadora anterior, sus antecedentes conservadores, y las medidas más liberales que adoptasen serian tachadas de reaccionarias por los elementos que dan más calor y que tienen más cariño á esta situación, y ellos mismos serian objeto de desconfianzas, de resistencia, y quién sabe si producirian una verdadera revolución.

    Pues bien, de la misma manera, yo no concibo que ocupe el Sr. Becerra el Ministerio de Ultramar , donde se necesita una persona de antecedentes poco radicales , poco , que no sean tan revolucionarios. Ya sé yo que el Sr. Becerra es monárquico definitivo ; ya sé yo que el Sr. Becerra ha defendido enérgicamente la conciliación, hasta el punto de hacerla, creo no estar equivocado, no sé si tengo buenas noticias, condición de su existencia en ese banco; pero á pesar de eso, páralos que no conocen al Sr. Becerra, aparece como tipo del ultraradicalismo, y así sus medidas más conservadoras son objeto de desconfianza por parte de los conservadores de las Antillas, y quién sabe si será objeto de hostilidad, y quién sabe si determinará una revolución de consecuencias irreparables para la Pátria.

    Así, pues, si el Sr. Becerra, en cualquier otro departamento ministerial, podía servir á la revolución de Setiembre, porque yo no puedo negar su talento, su patriotismo; si podía prestar en otro departamento ministerial grandes servicios á la revolución de Setiembre, en ese departamento es un peligro, es una amenaza constante para las Antillas y para los grandes intereses, para los intereses permanentes de la Pátria.
    Y así ha dado la organización que ha dado á su Secretaría; así tiene á su lado á una persona notable por su ilustración, por su talento, pero que viniendo á la situación monárquico-democrática que tenemos desde los campos socialistas, según creo, y de esto estarán más enterados en aquellos bancos; pero que, viniendo á la situación monárquico-democrática que tenemos desde los campos socialistas, en vez de contener al Sr. Ministro por los derroteros que toma, lo ha de empujar más y más en ellos, como quien dice, en esta cuestión ultramarina: lo que decía aquel médico de que habla Erasmo: facíamos experimenturn in corpore vili.
    Y no creáis, Sres. Diputados, por lo que llevo dicho, no creáis porque yo defienda el voto particular del Sr. Romero Robledo, no creáis que yo soy enemigo de las reformas en las Antillas. Yo sé que vivo en el siglo XIX, yo sé que vivo en medio de la Europa, yo sé que vivo en medio de sus corrientes, yo sé que las Antillas tienen la vecindad de los Estados-Unidos, yo sé que debemos estas garantías y esta satisfacción á nuestros hermanos de Ultramar, y yo sé otra cosa con la cual se salvan las naciones y se salvan los partidos y se salvan los poderes públicos, y sin la que se pierden las naciones y se pierden los partidos y se pierden los poderes públicos, es á saber: que nada hay á veces más conservador que la libertad, como á veces nada hay más favorable á la libertad que una política conservadora. Sin el atrevimiento liberal de Roberto Peel, aquel ilustre apóstata de las clases conservadoras inglesas, la Monarquía inglesa y las clases en que se apoyaba habrían sido arrolladas por la ola creciente de la democracia moderna. Si algo hubiera podido salvar la restauración en Francia habría sido la política liberal de Martignac si la restauración hubiera sido leal á esa política. Si algo hubiera podido salvar á Doña Isabel II hubiera sido la persistencia en el liberalismo del Duque de Tetuan, cuando reconocía el reino de Italia y planteaba la reforma electoral. El Conde de Beust, abrazándose con fé, abrazándose con entusiasmo á la libertad después de la batalla de Sadowa, ha evitado la disolución molecular del Austria y acaso la prepara para tomarse una revancha de Prusia en inmediato porvenir. Si algo puede salvar el imperio francés, si algo puede salvar la dinastía napoleónica, es la evolución liberal, francamente liberal y parlamentaria, que con admiración y simpatías universales está realizando en estos momentos el Ministerio Ollivier.
    Por consecuencia, yo sé que la libertad es eminentemente conservadora, como sé que á veces nada hay más favorable para la libertad como una política conservadora . Sin la moderación, sin la prudencia, sin la sensatez de los revolucionarios ingleses de 1088, la libertad de aquel gran pueblo se hubiera arrastrado de horror en horror, como una bacante, á las plantas de un nuevo Cromwell.
    Sin la moderación, sin la prudencia, sin la sensatez del Conde de Cavour, la libertad y la independencia de Italia habrían sufrido un nuevo calvario en el Quirinal con Cíaribaldi y Mazzini. Y para hablar de cosas más inmediatas, de cosas que nos atañen más de cerca, de cosas de nuestra Patria, siu la suspensión de las garantías cons
    titucionales decretada por esta Asamblea, cuando las dos últimas formidables insurrecciones, sin la energía del señor Conde de Reus, Ministro de la Guerra, del general Prim, y la decisión del Ministro de la Gobernación, señor Sagasta, esta sociedad hubiera sufrido un inmenso naufragio, y la libertad española como náufraga hubiera en él perecido.
    Porque la historia me enseña esto, yo como conservador, yo como hombre de antecedentes conservadores, para sal ver á las Antillas, quiero reformas liberales en las Antillas: como vosotros, como nosotros, revolucionarios de Setiembre, debemos pensar para salvar la revolución, en dar á todas nuestras soluciones políticas el asiento, la levadura y la base de los grandes principios, de los grandes intereses que andan comprometidos en esta sociedad tan agitada y confusa.
    Pero dirá el Sr. Ministro de Ultramar: ¿cómo si el señor Navarro y Rodrigo quiere reformas liberales en las Antillas se opone á la Constitución de Puerto-Rico? Porque las quiero con su cuenta y razón, como decía el otro dia contestando al Sr. Ministro de Ultramar; porque las quiero con cautela, con prudencia, con madurez, con precaución, con oportunidad, y la Constitución que ha presentado S. S. no obedece á ninguna de estas consideraciones.
    Yo creo, Sres. Diputados, que para emitir nuestra opinión en cuestión tan importante, que para no cometer un error, que, como he dicho antes, seria irreparable en las cuestiones de Ultramar, debíamos de estar antes ámplia, completa y abundantemente instruidos. ¿Lo estamos? ¿Lo está siquiera la comisión? ¿Lo esta al menos el Sr. Ministro de Ultramar? ¿Qué datos ha tenido presentes S. S.? ¿Es la información del tiempo del Sr. Castro? Casi la mayor parte de sus autores están entre los insurrectos. ¿Es el general Serrano? Pues aquí habéis visto que ha confesado noblemente su equivocación, y es público hoy, que sus amigos más íntimos, aquellos que le rodeaban en Cuba y á quienes calificaba después de víboras que albergaba en su seno, están entre los insurrectos. ¿Acaso el general Dulce? Recordad cómo pensaba en sus últimos días; recordad cómo calificaba á determinados reformistas de Ultramar, maestros en el innoble arte do la hipocresía, para ocultar entre sus ardientes, entre sus mentidas protestas de adhesión á España, su filibusterismo. ¿Acaso han ilustrado al Sr. Ministro los individuos que compusieron la junta que improvisadamente formó S. S. á su entrada en el Ministerio? Que respondan los que la compusieron y están aquí; que digan qué fué lo que hicieron, y se verá que no hicieron nada.
    Pues si todos los datos que tiene el Sr. Ministro de Ultramar son viciosos, ó son incompletos, ó son recusables; si entre los Diputados de Puerto-Rico hay cuatro que rechazan perentoriamente el proyecto por inoportuno y peligroso para los intereses de la Pátría; si de los cinco que quedan hay alguno ó algunos que no están conformes con el dictamen presentado; si todo esto ocurre, señores Diputados; si la cuestión es tan grave, ¿ por qué no ha consultarlo el Sr. Ministro de Ultramar con las autoridades de Cuba y de Puerto-Rico? ¿Por qué no ha consultado á los capitanes generales de las Antillas, á las corporaciones más respetables, á los jefes de los voluntarios y á otras autoridades? ¿Por qué no lo ha hecho? ¿Es sério, por ventura , el decir lo que ha dicho S. S. contestando á una petición de documentos hecha por el Sr. Romero Robledo; que S. S. no ha consultado á las autoridades, que no da á conocer su opinión porque no admite que se interponga el veto de nadie, ni el veto de ninguna autoridad, para suspender los pensamientos del Gabinete, para suspender las decisiones de la Cámara? Yo creo que esto será un recurso oratorio, una estratagema parlamentaria para interesar y decidir nuestro amor propio en favor do las opiniones del Sr. Becerra y en contra de las opiniones de aquellos capitanes generales. Pero lo que palpita en el fondo de esta cuestión, al menos lo que creo que se ve en esta cuestión, es un deseo de que fallemos á oscuras, de que fallemos deprisa, sin conocer la opinión de aquellas autoridades que pueden haber presentado sus objeciones, que pueden haber hecho sus observaciones al Gobierno, á quien han dicho la verdad, que el mismo Gobierno cree que le han dicho la verdad, que porque le han dicho la verdad las tiene en sus puestos, que para decirle la verdad las mantiene allí el Gobierno español j la Nación española, y que porque han dicho la verdad con arreglo á sus conciencias y al interés de la Patria, debemos nosotros conocerla de antemano para resolver también esta cuestión con arreglo á nuestras conciencias y al interés de la Pátria.
    Esta información de las autoridades de Cuba y de Puerto-Rico, de las corporaciones respetables y de los jefes de los voluntarios que operan en Cuba, y son representación de sus industrias y de su comercio y de su vida (que no es una colección de perdidos la emigración constante española, la emigración anual española, que va á las Antillas, sino un elemento de trabajo; no es una colección de perdidos que tengan desarrollado solo el órgano de la adquisividad, sino un elemento de trabajo, que enriquece y fertiliza aquel país, bien que forme capitales, bien que constituya fortunas por el camino más honrado y más puro, que es el trabajo, sea dicho esto de paso en desagravio-de nuestros hermanos de Ultramar y para ilustración de algunas personas que no dejan de tener también bastante desarrollado ese órgano de la adquisividad); esa información que yo solicito, esa información que yo deseo del Sr. Ministro de Ultramar, era tanto más conveniente, tanto más necesaria, tanto más patriótica, cuanto que tenemos la información abierta en tiempos del Sr. Castro, en la que los representantes de Ultramar pedían tales reformas, que antes que realizarlas íntegramente, fuera mejor reconocer su independencia. Esta información, iniciada con los fines más patrióticos; esta información, iniciada por un Ministro ilustre; esta información, iniciada por el Sr. Cánovas del Castillo, como prólogo de las reformas que nosotros pensábamos que el Gobierno á que pertenecía el Sr. Cánovas, en los tiempos á que me he referido, debia llevar á las provincias de Ultramar; esa información tuvo el inconveniente de que los que se podían considerar como representantes de las Antillas, pedían tales reformas, repito, que era preferible dejar antes que realizarlas á las Antillas abandonadas á sus propias fuerzas.
    Ya sé yo que hoy las autoridades que mandan en lasAntillas, los capitanes generales de Cuba y Puerto-Rico, las Audiencias y corporaciones más respetables, los jefes de los voluntarios, tendrán pretensiones exajeradas; ya sé yo que acaso no querrán hoy por hoy ninguna reforma; pero entonces, enfrente de estas pretensiones exajeradas, «parecería el Gobierno como mediador natural, y presentando al mundo una y otra información, la información de los delegados antiguos de Ultramar y las informaciones modernas de los elementes insular y peninsular, que pelean por la causa de España en Cuba, el Gobierno español podría introducir reformas en aquellas provincias en el órden económico, en el orden administrativo, en el órden político y en el social, que Jlevaran el sello augusto
    de la imparcialidad, de la moderación, de la equidad y de la justicia, cosas que no tienen los proyectos de su señoría, tal como han venido á la Cámara.
    Señores Diputados, lo que el Gobierno pretende de nosotros, ó por mejor decir, lo que el Sr. Becerra pretende de nosotros, no tiene ejemplo. Yo recuerdo que cuando tuvo lugar la revolución de Julio en Francia en 1830, también allí, como ahora aquí, se quiso llevar la libertad, cierta libertad á las colonias, y se presentó un proyecto de ley de acuerdo con las autoridades de aquellas posesiones y de acuerdo con la opinión de las personas más ilustradas.
    Aquel proyecto se llevó á la Cámara de los Diputados: allí se discutió largamente, se pidieron informes á los consejos generales, se pidieron informes privados á las mismas autoridades; pasó luego á la Cámara de los Pares; en ella fué ámpliamente discutido y ampliamente reformado, y después pasó á la sanción de la Corona; pero en todo esto se invirtieron tres años, y eso que las colonias estaban completamente tranquilas.
    De modo que aquí procedemos á oscuras; de modo que aquí no tenemos memoria de ninguna clase; de modo que aquí no sabemos cómo piensan los capitanes generales de aquellas provincias, que son la representación de la Pátria en aquellos países; de modo que aquí no conocemos nada; de modo que aquí no hay más que la voluntad y el entendimiento del Sr. Ministro de Ultramar; de modo que aquí el proyecto no ha de pasar por el crisol depurador de una segunda Cámara, y después á la sanción Real, á la sanción del poder moderador por excelencia; de modo que, estando aquellas provincias en combustión, y como si se tratase de una medida ligera y liviana, vamos á echar una tea encendida sobre un inmenso almacén de pólvora; que esta y no otra es la verdadera situación de nuestras Antillas en la actualidad. Grande es el talento del Sr. Becerra; lo reconozco, y reconozco que por él ejerce una gran influencia y tiene una gran autoridad en esta discusión; pero enfrante del talento del Sr. Becerra yo voy á colocar al varón justo, al patriarca del partido progresista español, al patricio insigne, al Sr D. Agustín Arguelles. Recordad cómo pensaba este ilustre varón en el año 20 al comenzar la emancipación de nuestras colonias; recordad la prudencia qué recomendaba á su partido; y si vosotros sois sus dignos herederos, recordad sus palabras, que son su testamento; recordad que se oponía á que tomaran asiento en las Córtes españolas los Diputados de Cuba y Puerto-Rico, y no acompañéis con tanta ligereza al Sr. Becerra en la política temeraria que quiere realizar en las Antillas.
    Yo colocaré enfrente de la autoridad y del talento del Sr. Becerra la autoridad augusta del tiempo, la autoridad augusta de la experiencia y de la historia, cuyo fallo, cuyas lecciones voy á presentar ante vuestros ojos; porque, después de todo, la historia, si no es una geometría inflexible, si no es una álgebra con fórmulas precisas (y este es un lenguaje que entiende admirablemente el señor Becerra), si no es un tratado de álgebra con fórmulas precisas, no es tampoco un centón de hechos inconexos sin lógica y sin enlace. El hombre es siempre el mismo, y por lo tanto se reproduce en la histeria; quite el Sr. Ministro de Ultramar los accidentes, los detalles, que son obra de las circunstancias, y verá que el fondo es siempre el mismo: el pasado es el espejo del porvenir.
    Estudiemos á grandes rasgos, estudiemos rápidamente ese pasado. Cuando tuvo lugar la inicua invasión francesa, nuestras colonias quisieron aprovechar aquella oporj tunidad para realizar sus sueños de independencia. Un elemento inquieto, un elemento belicoso, un elemento solapador, un elemento habilísimo, nacido de la colonización de las Américas, gritaba en todas partes |Viva Fernando VIII y gritaba así para proporcionarse un seguro hipócrita con que encubrir sus aspiraciones; pero en todas partes nombraba juntas locales para reemplazar las autoridades de la Metrópoli. Allí donde los vire jes fueron débiles, allí se hundieron; allí donde los virejes tuvieron entereza, allí se salvó la causa de España, allí se salvó la causa del derecho y allí se salvó la causa de la Patria. Sucumbió la causa de España en Chile por la debilidad de Carrasco; en Buenos-Aires por la debilidad de Cisneros; en Caracas por la debilidad de Emparan; en Quito por la debilidad del Conde Ruiz de Castilla; en Nueva-Granada por la debilidad de Amar; en todas partes por la debilidad de los vireyes. En Chile, en Buenos-Aires, en Caracas, en Quito, en Nueva-Granada, en todas partes, se gritaba ¡Viva Fernando VII! pero se gritaba al mismo tiempo ¡Abajo las autoridades españolas! ¡Abajo los virejes españoles! como en Cuba se quiso gritar también y se gritó ¡Viva la revolución! ¡Viva Prim! y se invitó al general Lersundi para constituir una junta popular que gobernase la isla; y cuando esto no dió resultado, se buscaron sus afinidades políticas para que se declarara independiente con Isabel II, porque á nuestros enemigos en América les es igual una ú otra causa política; lo mismo quieren á Isabel de Borbon que la república, con tal de realizar su infame propósito.
    A principios del siglo, en nuestras colonias se constituían esas juntas locales con el pretesto deslumbrador de ayudar á los españoles contra los franceses, y se hablaba contra las autoridades españolas diciendo que estaban vendidas al francés, como ahora se dice que se quieren muchas, muchas libertades para unir aquellas provincias con la madre Pátria; y se tacha á aquellas autoridades que piden las cosas con moderación, con prudencia y con patriotismo, de que son reaccionarias, ya que no se las calumnie vilmente, diciendo por lo bajo que son instrumentos de la restauración.
    Me dice el Sr. Ministro de Ultramar qué quiénes son los que lo dicen. ¿Cree S. S. que si yo lo supiera no se lo diria? ¿Cree S. S. que no vendría aquí á denunciarlos, cumpliendo un deber patriótico? Pero así como el poder de España sucumbió en todas partes donde los vireyes fueron débiles y celebraron transacciones con los naturales, así sobrenadó y salió incólume, allí donde no se celebraron esas transacciones,-como en el Perú, donde estaba de virey Abascal y el enérgico Goyeneche, delegado de la junta de Sevilla, y como ocurrió en Méjico. En Nueva-España, señores, si el inmoral y corrompido Iturrigaray, digna hechura de Godoy, quiso favorecer á los enemigos de España procurando proclamar la independencia de aquel país, los españoles, apoyados en la Audiencia, en lo que entonces se llamaba Real Acuerdo, depusieron á Iturrigaray, al cual aclamaban los naturales por su libertador, bien que fueran él, y su familia más, tipos de venalidad y de corrupción; y allí sin derramarse una gota de sangre, depuesto del poder Iturrigaray, pasó este poder desde el motín de la calle á las trémulas manos del octogenario Garivay, y en poco tiempo de las manos de Garivay pasó á la acción múltiple y peligrosa de la Audiencia, y de la Audiencia á las del bondadoso y vacilante Arzobispo Lezama. Todo esto se hacia sin que los criollos, sin que los que querían proclamarse independientes se atrevieran á iniciar, ni mucho menos emprender, ningún movimiento.
    Es decir, Sres. Diputados, que al principio del siglo,
    cuando la sangrienta batalla de Ocaña parecía ser para nosotros lo que la batalla del Guadalete, esto es, el fin de nuestra nacionalidad; cuando los ingleses favorecían á nuestras colonias para que no cayeran en poder del francés, y yo creo que para vengarse de nuestro generoso pero imprudente reconocimiento de la independencia de los Estados-Unidos; cuando los franceses hacían lo mis mo ayudando á nuestras colonias, para evitar que los recursos que nos enviaban favoreciesen á la Metrópoli; en aquellos momentos conservamos en la obediencia de España los dos grandes imperios de Méjico y del Perú, los do3 grandes imperios conquistados por el heroísmo del gran Pizarro y por el heroísmo del gran Cortés.
    ¿Sabéis por qué? Porque lo primero de que se cuidaron los españoles que los gobernaban, ó que en ellos vi vian, fué de conservarlos fieles y de continuarlos en la obediencia, sin pensar en si era un Borbon ó un Bonaparte el que ocupaba el palacio de Madrid (porque la Pátria está Bobre todas las dinastías del mundo); como antes en la guerra de sucesión que hubo en España á la muerte de Carlos II, aquellos vireyes y aquellos habitantes de las Américas se ocuparon en conservarlas fieles para España, sin detenerse ni pensar si era un Austria ó un Borbon el que ceñia la corona de San Fernando, y sin preocuparse de hacer prevalecer estos ó aquellos principios. Porque ya lo sabéis: cuando llegan ciertos momentos, hay que pensar, no en la magestad augusta del poder, no en la grandeza inmortal de la libertad, sino que hay que pensar en la grandeza y magestad de la Pátria, que en mi concepto son superiores é incomparables á toda otra grandeza y á toda otra magestad.
    Así, pues, cuando cayó Napoleón, cuando se pacificó la Península, cuando Fernando VII estuvo de nuevo sentado en el Trono, reconstruíamos el mundo colonial, que se nos iba de entre las manos. T estábamos á punto de realizar esta obra verdaderamente colosal y verdaderamente titánica, porque ya la bandera de la insurrección solo flotaba en Buenos-Aires, cuando tuvo lugar la insurrección del ejército destinado á la completa pacificación de las Américas; cuando tuvo lugar la sedición de las Cabezas de San Juan, sedición que muchos liberales consideran como la feliz culpa que dió lugar á nuestra redención de 1820, sedición que muchos absolutistas consideran como una página de vergüenza para el partido liberal, y cuyo autor y cuyo héroe trasmite á la posteridad su nombre esculpido en letras de oro en esas paredes, no sé si por la gloria de su vida, ó por el martirio de su muerte; no sé si como un trofeo inmaculado del liberalismo, ó como efeméride sangrienta, como acusación perenne del ódio, crueldad y venganza de los^bárbaros sentimientos de crueldad y de venganza que han acompañado siempre al absolutismo entre nosotros.
    Y ahora, oid, os ruego que me oigáis con atención, aunque mi palabra sea ingrata y premiosa; oídme con atención, porque voy á presentaros un paralelo de una enseñanza elocuentísima y de una oportunidad evidente á lo que hoy nos pasa en el archipiélago antillano.
    Ocurrida la sublevación de 1820, proclamada la Constitución de 1812, los liberales de entonces, adornados de un sincero patriotismo, como hoy lo está el Sr. Becerra, creyendo conservar las Américas, como hoy cree el Sr. Be¿ cerra salvar con su política liberal á Cuba y Puerto-Rico( juzgaron que el asunto era caso de honra, como hoy lo juzga el Sr. Becerra, y llevaron á las Américas todas las libertades consiguientes á la proclamación de la Constitución del año 12. En esta tarea ayudaban á los nobles, á los sinceros liberales de 1820 muchos americanos, y /
    hubo ano, hubo varios, pero hubo ano especialmente, que porque habia sufrido los rigores de la reacción del año 14, que porque habia sufrido áspera y dura prisión en Valencia, el eclesiástico Ramos Ariste, influía grandemente con e.1 Gobierno y le pedia muchas libertades, porque según él, de esa manera no renegarían los americanos de nosotros; y le pedia además que fueran separadas las autoridades que más se habían distinguido en la lucha contra los insurgentes, reclamando que fuese á Méjico un general liberal, muy liberal, O'Donoju, que disputaba al mismo Riego el primer rango en la popularidad de las lógias masónicas y de los cuarteles. La Constitución fué proclamada, las libertades fueron llevadas á América, v estas libertades fueron factores permanentes de anarquía y facilidades imprudentísimas proporcionadas á los amigos de la independencia para trabajar contra España.
    O'Donoju, aquel general que habia de servir de lazo de unión entre la nueva y la vieja España, lo primero que hizo al llegar á Méjico fué suscribir el acta de Córdoba, es decir, la independencia de Méjico, ó insultó á los españoles que no quisieron permanecer allí por no confundirse con los traidores; y poco después, aquel Ramos Ariste, que se agitaba y rebullía como Diputado entre los Diputados españoles, que con voz tímida y dulce, con voz mortecina y temblorosa hacia el largo y calumnioso proceso de nuestra dominación en América, que reclamaba al oido de los Ministros la separación de las autoridades leales, y que decia que Méjico jamás se habia de separar de España, aunque se separasen las demás colonias; aquel Ramos Ariste volvió á figurar en Méjico, ¿sabéis para qué? No para defender á España, no para defender á los españoles, sino para dar el ejemplo, él tan tímido, tan dulce y tan tembloroso en España, psra dar el ejemplo de una horrible matanza entre los españoles. Y ahora, oidme una observación. En 1812 se quiso plantear la Constitución en Méjico, y porque habia allí un general de gran carácter, de gran energía, de gran valor, que no temió arrostrar todas las responsabilidades por no publicar la Constitución, á pesar de que no tenia tropas, á pesar de que el cura Hidalgo estaba en posesión de las provincias más ricas, á pesar de que el cura Hidalgo acababa de amenazará la capital con 80.000 indios; porque estaba allí ese general, Méjico se salvó, la autoridad de España en Méjico se salvó; y en 1820, cuando teníamos allí hermosas y aguerridas tropas españolas, formadas en la titánica lucha de la Independencia, cuando Méjico estaba completamente tranquilo, Méjico se perdió, porque el Gobierno español de entonces estaba empeñado en llevar á toda costa la Constitución á Méjico, ó como decia aquí esta noche el señor Quintero, estaba empeñado en perder las colonias para salvar los principios, para salvar la estética, la regularidad y el radicalismo de los principios.
    En vano fué, señores, que el último virey de Méjico, el Conde del Venadito, hombre de grande patriotismo, general de marina, Ruiz de Apodaca, deudo inmediato del actual Sr. Ministro de Marina, quien podrá contar á sus compañeros de Gabinete la historia de su tio en Méjico, para que sepan qué significan ciertos elementos y ciertas libertades en América; en vano el Conde del Venadito decia al Gobierno de Madrid cuando supo la insurrección de Cabezas de San Juan: «Señor, aplicar la Constitución á Méjico es perder este imperio para España.» El Gobierno de Madrid no admitía vetos de nadie. En vano fué que un hombre de superior ilustración, que conocía muy bien el país, el fiscal Odoardo, cubano de nacimiento, dijerar «Señor, no se debe pensar en proclamar libertades mien
    tras dure este estado de cosas.» El Gobierno de Madrid, no sé si porque se consideraba la encarnación suprema de la sabiduría, no sé si porque cedia á un vértigo de popularidad, no sé si porque estaba bajo la presión de los americanos ó de otras influencias ocultas, no sé por qué, decia que el Gobierno no necesitaba consejos de nadie, que costara lo que costara, que pesara á quien pesara, era necesario plantear la Constitución en Méjico.
    La Constitución se planteó: ¿y qué resultados produjo? El general Dávila, que mandaba en Veracruz, cuando le pidieron que jurase la Constitución de 1812, dijo después de jurada: «ya hemos jurado la Constitución; ahora, españoles, preparáos á proclamar la independencia.»
    Un escritor ilustre, un escritor instruidísimo, testigo de mayor excepción en las cuestiones americanas, un escritor que ha sido Ministro de la república de Méjico en tiempo de la presidencia del general Bustamante, se expresa en estos términos al hablar de la independencia de Méjico:
    «España perdió por la revolución de Itúrbide, originada en la del ejército en la isla de León, toda la parte que le pertenecía en el continente de la América septentrional, con un ejército numeroso y grandes acopios de artillería y municiones: en los dos años siguientes perdió también, por la misma causa, lo que todavía poseia en el de la América meridional. Y así fué como una sedición militar y las ridiculas disposiciones de las Córtes destruyeron una dominación formada por la sabiduría de los siglos; pues aunque en los designios eternos de la Providencia divina entrase la independencia de las Américas, en el tiempo que debia verificarse, como los sucesos humanos se efectúan por medios también humanos, las causas expresadas fueron las que produjeron tan grandes consecuencias. En compensación de tan inmensa pérdida, sacó cuatro años de desórden y guerra civil, una invasión extranjera, cuyo enorme coste tiene que pagar, préstamos ruinosos que reconocer y el establecimiento de la autoridad absoluta del Rey por diez años más, lo que no cesó hasta la muerte de Fernando, -el cual con sus vacilaciones sobre disposición testamentaria y declaración de heredero de la Corona, legó á su Nación, por última calamidad de tan funesto reinado, una guerra de sucesión.»
    Es decir, que Alaman, el escritor mas juicioso de aquel país, reconoce que la independencia de Méjico fué debida á las indiscretas disposiciones de las Córtes. ¡Temed que otro Alaman del porvenir haga recaer sobre vosotros igual anatema!
    Todavía'tengo otro testimonio, también imparcial y verídico, el testimonio del autor de la independencia de Mágico, el testimonio de Itúrbide, que en sus Memorias dice «que el restablecimiento de la Constitución en España y las medidas que las Cortes tomaron, parecían revelar el empeño de los españoles en perder aquel país para siempre.»
    Señores, esta es la historia, la historia impaicial de lo pasado, que aunque no quiera el Sr. Ministro de Ultramar ¿ es espejo del porvenir, la historia escrita por personas imparciales, por extranjeros, por americanos; no la historia que fantasean á su placer los que se empeñan en llevar al Gobierno á un abismo.
    Así la independencia de Méjico se realizó, no por el esfuerzo de los naturales, sino por la imprudencia y las temeridades y las locuras del Gobierno de Madrid; empeñado en reformar todos los elementos que le eran hostiles en América, y en quebrantar, en destruir, en matar todos los que eran amigos, hizo lo primero, porque los chis, las logias masónicas y los periódicos eran un ariete formidable contra nuestra dominación, porque orecia la audacia de los criollos al compás que se desgastaban los resortes del poder público; y lo segundo, porque exasperaba al ejército negándole las recompensas debidas por la brillante y larguísima campaña que acababa de realizar contra los insurgentes, mientras que prodigaba escandalosamente las mercedes, gracias y honores al ejército de las Cabezas de San Juan; y porque tenia un gusto especial en perseguir en aquellas remotas regiones al clero, elemento moral en que se apoyaba allí nuestra dominación, como hoy se apoya en las islas Filipinas (sobre cuyo estado, y dicho sea de paso, me permito llamar la atención del Gobierno en general, y del Sr. Ministro de Ultramar en particular, no sea cosa de que también de allí el dia menos pensado nos vengan noticias muy desdichadas).
    Desconcertó también los elementos que nos eran favorables, como era el partido español; porque, exasperándolo y obligándole á aceptar una Constitución que repugnaba, le arrojó en brazos de Itúrbide, que ofrecía cierta moderación y proclamaba principios conservadores: de modo, que muchos, muchos españoles se fueron detrás de la independencia, porque la desesperación nos lleva á todos los abismos. Por eso yo considero muy natural que los españoles y cubanos leales, cuando oyen hablar de abandonar ó de ceder á Cuba, digan y repitan que antes que arriar la bandera en el castillo del Morro convertirán aquel fértil y bello país en un montón de ruinas africanas; y yo, que creo que las situaciones históricas se reproducen; y yo, que creo que la historia de lo pasado, en su conjunto, en sus grandes lineamentos, en su sentido íntimo, filosófico y humano, es la profecía cierta del porvenir, yo me dirijo, en nombre de la Pátria, al Ministerio en general, y en particular al Sr. Becerra, y les digo: no exasperéis á los españoles de Cuba, desoyendo sus votos y hablando con desden y con ironía del heroísmo de sus voluntarios en los campos de batalla, aplicando el escalpelo de una crítica literaria intempestiva á las peticiones reverentes que dirijen á estas Córtes; no los exasperéis, porque la desesperación conduce á todos los abismos.
    Y me dirijo también álos españoles y cubanos en Cuba, y les digo: tened en cuenta lo que pasó en Méjico, no imitéis la conducta de aquellos españoles; acordaos de la suerte de los generales Negrete y Echevarri, que tan heróicos servicios prestaron á Méjico; acordaos de las tripulaciones del navio Alia, y del bergantín Valiente, buques vendidos á los mejicanos porque estaban desatendidos por el Gobierno español; acordaos del rico Fagoaga y del sábio Monteagudo y de los míseros dependientes y pobres braceros de las casas de comercio y de las casas de campo españolas; todos perecieron, ó en el cadalso, ó en la emigración, ó en el destierro, ó de hambre y de frió en las vecinas comarcas de Nueva Orleans; unios estrechamente á las autoridades que representan á la Pátria; haced política de amor, porque los cubanos leales son hijos de la misma Pátria y hermanos nuestros, y tened confianza en el porvenir, porque los Ministros no son inmortales (dispense el Sr. Ministro de Ultramar que le entone este memento homo, bien que no sea para S. S. tan peligroso como el voto que á manera de espada de Damocles tiene pendiente sobre su cabeza un verdadero radical, un correligionario de S. S.), tened confianza en el porvenir, porque los Ministros no son inmortales, porque las faltas de un Ministro las corrige el mismo, avisado por la experiencia, ó si no algunos de sus sucesores que conozcan á fondo, que conozcan mejor los intereses verdaderamente españoles en América.
    Pero yo no eé por qué os fatigo recordando historia
    pasada, la historia de la independencia de algunas colonias en 1812 y en 1820, cuando tenemos una experiencia más fresca, más palpitante, que brota sangre, la experiencia del general Dulce: yo no os hablaré de esta experiencia, entre otras razones, porque lo ha hecho ya con magnífica elocuencia el Sr. Romero Robledo; yo sé que las libertades otorgadas por el general Dulce fueron, como en Méjico, fatales; proporcionaron á los insurgentes grandes medios de hostilizarnos, y dieron ocasión á sucesos como el del teatro de Villanueva, en que fueron atropelladas las autoridades españolas, y los autores de estos atentados, que fueron condenados á muchos años de presidio, que fueron enviados á la Península, llegaron á un puerto y fueron puestos en libertad; llegaron á Madrid y se pasearon libremente; se escaparon al extranjero, y publicaron infames libelos contra el nombre español, y luego fueron á New-York y hoy estarán con los insurrectos para asesinar á nuestros bizarros soldados á mansalva; todo lo cual, como comprenderá el Congreso, como comprenderá España entera y como comprenderán las Antillas, mal puede contribuir á pacificar las Antillas, á disminuir las dificultades con que luchan las autoridades á que los voluntarios no se tomen la justicia por su mano, inspirándoles confianza en el Gobierno de V adrid y en los Ministros de España que consienten tales escándalos.
    Pero el Sr. Ministro del ramo, el Sr. Becerra, me dirá: «yo no me ocupo de Cuba, en donde hay guerra; yo solo me ocupo de Puerto-Rico, que está tranquilo.» Y bien, pregunto yo: ¿está seguro el Sr. Ministro de no llevar la perturbación á la isla de Puerto-Rico y de no aumentarla en la isla que está en guerra? ¿No teme que auminte la insurrección? ¿No teme que tengamos que enviar nuevas fuerzas en hombres y en dinero? ¿Se han tranquilizado por ventura sobre este punto las autoridades de Puerto-Rico? ¿No teme que se reproduzcan los sucesos de Lares, que el Sr. Valdós Linares empequeñeció la otra noche, y son más grandes? Porque no cabe negarlo con la cabeza, sino con documentos, y sería bueno traer sobre la mesa la causa que á ellos se refiere. ¿Se han tranquilizado, digo, las autoridades de Puerto-Rico? Además, ¿no dice la Constitución que las reformas se entenderán para Cuba y Puerto-Rico? Y si mañana se pacifica Cuba, ¿habrá Constitución en Puerto-Rico y en Cuba no? ¿No se nos echará en cara esta disparidad inicua ó injusta? ¿No la explotorán nuestros enemigos?
    El Sr. Ministro de Ultramar, no en este debate, en otro que tiene analogía con éi, ha insistido en las diferencias que hay entre las dos islas, diciendo que ni siquiera difieren en mucho más que se parecen. Este era el lenguaje del Sr. Seijaa Lozano cuando el Sr. Seijas Lozano se oponía á introducir reformas en Ultramar, ocupando ese banco. Yo por mi parte, no voy á contestar á S. S.; voy sencillamente á leer lo que dice respecto de este punto un testimonio que no me rechazarán los americanos, el testimonio del gran publicista de Cuba, el testimonio del Sr. Saco. Decía así, á propósito de esta cuestión, escritor tan distinguido:

    «Grande, grandísima es la semejanza quo hay entre la condición de esas dos islas. Ambas tienen el mismo clima, ambas las mismas producciones, ambas los mismos elementos de población, ambas la misma lengua, religión, costumbres, y se han venido rigiendo por las mismas instituciones hasta el dia. Si puede haber entre esas dos Antillas alguna diferencia, es tan insignificante que en nada puede afectar los principios fundamentales de la libertad.
    Las islas de la Guadalupe y la Martinica tienen entre sí la misma analogía que las de Cuba y Puerto-Rico, y por eso en 1827 el Gobierno francés les dió, como á las demás islas de la primera, una organización política. Aun es más notable la diferencia entre esas islas fraucesas y la Guayamo que entre Cuba y Puerto-Rico; y muchísimo más todavía la que existe entre aquellas tres colonias y la isla de la Reunión ó Borbon, situada en los mares de la India cerca del África Oriental; pero esto no obstante, dióseles á todas ellas en 1833 la misma Constitución política. Hoy mismo, á pesar de los cambios profundos que ha sufrido la Francia y sus posesiones de Ultramar, aquellas tres islas están sometidas al mismo régimen político, sancionado por un senado-consulto.
    »Con tender la vista sobre la misma Península se descubre de golpe que entre algunas provincias de ella hay desemejanzas mucho más grandes que entre Cuba y PuertoRico, Cataluña, Valencia, Galicia y las Provincias Vascongadas ofrecen diferencias notables y profundas respecto á las Andalucías y otras partes de España. Habíanse en ellas idiomas y dialectos distintos; han existido bajo de fueros y leyes diferentes; sus usos y costumbres varían mucho entre sí; mas á pesar de esto, todas, todas viven bajo las mismas instituciones.»
    El Sr. PRESIDENTE: Señor Navarro, si V. S. piensa extenderse mucho, habrá que consultar al Congreso si se proroga la sesión.
    El Sr. NAVARRO Y RODRIGO: Señor Presidente, celebro que S. S. me haya llamado la atención en este momento, porque cabalmente iba á empezar á tratar ahora la cuestión bajo su aspeoto internacional; y por lo tanto, siendo ya la hora tan avanzada, ruego'á la Cámara se digne dejar esta cuestión para la próxima noche.
    El Sr. PRESIDENTE: Se suspende esta disensión.
    El Sr. PADIAL: Pido la palabra.
    El Sr. PRESIDENTE: ¿Para qué, Sr. Padial?
    El Sr. PADIAL: Para rogar al Gobierno de S. A. se sirva, á la vez que la causa de Lares, traer al Congreso los expedientes secretos desde el año 1864 á la fecha, y en particular á mi distinguido general, el Sr. Ministro de la Guerra, se sirva traer el que hace relación al que tiene la honra de dirigir la palabra al Congreso en este momento.»
    Las Córtes quedaron enteradas de que la comisión nombrada para dar dictámen sobre el proyecto de ley llamando al servicio de las armas 40.000 hombres para el reemplazo del ejército habia elegido presidente al señor Fernandez de Córdova y secretario al Sr. Ruiz Zorrilla (D. Francisco).
    Dióse cuenta de la siguiente comunicación, y se acordó quedase sobre la mesa, como asimismo los documentos á que se reñere, para conocimiento de los Sres. Diputados:
    «ministerio De Guacia Y Justicia.=Ecxmos. señores: De órden de S. A. el Regente del Reino remito á V. EE. todos los documentos que componen el expediente pedido por un Sr. Diputado sobre el juramento de flde lidad á la Constitución del Estado que ha de prestar el clero. Dios guarde á V. EE. muchos años. Madrid 28 de Marzo de 1870.=Eugenio Montero Rios.=Sres. Diputados Secretarios de las Córtes Constituyentes.»
    El Sr. PRESIDENTE: Órden del día para mañana: Discusión del dictámen sobre el proyecto de ley de órden público.
    Idem sobre el proyecto de Constitución de PuertoRico.
    Proyecto de ley de organización municipal y provin cial.
    Idem de ley electoral.
    Discusión del dictámen y votos particulares sobre la proposición relativa al nombramiento y separación de los Ministros del Tribunal de Cuentas.
    Idem del de empleados públicos.
    Idem declarando de cabotaje la navegación entre la Península y las Antillas.
    Idem suprimiendo el derecho diferencial de bandera en las provincias de Ultramar.
    Solevanta la sesión.»
    Era la una menos cuarto.
    Última edición por Michael; 10/04/2013 a las 16:58
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    Re: Cuba y Puerto Rico

    Artículo 108 de la Constitución Española de 1869:


    "Art. 108. Las Cortes Constituyentes reformarán el sistema actual de gobierno de las provincias de Ultramar, cuando hayan tomado asiento los Diputados de Cuba o Puerto Rico, para hacer extensivos a las mismas, con las modificaciones que se creyeren necesarias, los derechos consignados en la Constitución."
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    Re: Cuba y Puerto Rico

    image.jpgimage.jpg

    Escudos de Cuba(izquierda) y Puerto Rico(derecha).
    Última edición por Michael; 15/04/2013 a las 08:45
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    Re: Cuba y Puerto Rico

    Aquí esta la constitución de la primera autonomía que tuvo España: Cuba y Puerto Rico.

    Esta constitución data del 1897, como se puede ver ambas islas siguen unidas políticamente, con una misma constitución.


    Constitución Colonial de las islas de Cuba y Puerto Rico:

    EXPOSICION

    SEÑORA: Al abordar el problema de introducir en las islas de Cuba y Puerto Rico la autonomía colonial, empeño que con el de la pacificación del territorio cubano constituye los compromisos que el Gobierno tiene contraídos con la Nación, estiman los Ministros que las explicaciones detalladas y los comentarios de las complejas materias que abraza el proyecto deben ceder el paso á la exposición sobria, pero completa, de sus caracteres fundamentales, de las esferas de acción á que se extiende y de las consecuencias que, á su juicio, ha de engendrar el régimen que proponen á V. M. para la gobernación de las Antillas españolas.

    La crítica y el análisis esclarecerán bien pronto cuanto á los detalles se refiera; las ideas esenciales y la inspiración del decreto, sólo en este sitio y en este momento tienen lugar apropiado.

    Es esto tanto más necesario, cuanto que la primera y más esencial condición de éxito en esta clase de reformas es la absoluta sinceridad del propósito. Con ella ha procedido el Gobierno á estudiar la mejor fórmula de Constitución autonómica para las islas de Cuba y Puerto Rico, y de que la intención y los resultados han marchado de consuno, espera dar en estas observaciones demostración acabada.

    Propúsose, ante todo, sentar claramente el principio, desenvolverle en toda su integridad y rodearlo de todas las garantías de éxito. Porque cuando se trata de confiar la dirección de sus negocios á pueblos que han llegado á la edad viril, ó no debe hablárseles de autonomía, ó es preciso dársela completa, con la convicción de que se les coloca en el camino del bien, sin Ümitaciones ó trabas hijas de la desconfianza y del recelo. Ó se fía la defensa de la nacionalidad á la represión y á la fuerza, ó se entrega al consorcio de los afectos y de las tradiciones con los intereses, fortificado á medida que se desarrolla por las ventajas de un sistema de gobierno que enseñe y evidencie á las colonias que bajo ningún otro les sería dado alcanzar mayor grado de bienestar, de seguridad y de importancia.

    Esto sentado, era condición esencial para lograr el propósito, buscar á ese principio una forma práctica é inteligible para el pueblo que por él había de gobernarse, y la encontró el Gobierno en el programa de aquel partido insular, considerable por el número, pero más importante aún por la inteligencia y la constancia, cuyas predicciones, desde hace veinte años, han familiarizado al país cubano con el espíritu, los procedimientos y la trascendencia de la profunda innovación que están llamados á introducir en su vida política y social.

    Con lo cual ya se afirma que el proyecto no tiene nada de teórico, ni es imitación ó copias de otras Constituciones coloniales, miradas con razón como modelo en la materia, pues aun cuando el Gobierno ha tenido muy presentes sus enseñanzas, entiende que las instituciones de pueblos que por su historia y por su raza difieren tanto del de Cuba, no pueden arraigar donde no tienen, ni precedente, ni atmósfera, ni aquella preparación que nace de la educación y de las creencias.

    Planteado así el problema, tratándose de dar una Constitución autonómica á un territorio español poblado por raza española y por España civilizado, la resolución no era dudosa; la autonomía debía desenvolverse dentro de las ideas y con arreglo al programa que lleva ese nombre en las Antillas, sin eliminar nada de su contenido, sin alterar sobre todo su espíritu, antes bien, completándolo, armonizándolo, dándole mayores garantías de estabilidad, cual corresponde al Gobierno de una metrópoli que se siente atraída á implantarlo por la convicción de sus ventajas, por el anhelo de llevar la paz y el sosiego á tan preciados te

    lritorios, y por la conciencia de sus responsabilidades, no sólo ante la colonia, sino también ante sus propios vastísimos intereses que el tiempo ha enlazado y tejido en la tupida red de los años.

    Seguro así de la forma que mejor cuadraba á intento, no era difícil distinguir los tres grandes aspectos que ofrece el planteamiento de una Constitución autonómica. En primer término, los sagrados intereses de la Metrópoli, que alarmada y desconfiada por la conducta de muchos de sus hijos, y herida por la ingratitud de aquellos que fían más en el egoísmo del logrero, que en la afección del hermano, anhela ante todo que el cambio á que se halla pronta estreche y afirme el lazo de la soberanía, y que en medio de una paz bendecida, los intereses de todos sus hijos, que ni son opuestos ni contradictorios, aunque á veces sean distintos, se armonicen, compenetren y desarrollen por el libre acuerdo de todos.

    Después, las aspiraciones, las necesidades, los deseos de las poblaciones coloniales, ansiosas de ser tratadas como hijas desgraciadas en vez de ser destruidas como enemigas, atentas al llamamiento cariñoso y rebeldes como españolas á la imposición brutal de la fuerza exterminadora, que esperan de su Metrópoli una forma que moldee sus iniciativas y un procedimiento que les autorice á gobernar sus intereses.

    Y por último, ese vasto é interesante conjunto de las relaciones creadas, de los intereses desarrollados en ese largo pasado, que á nadie, y menos á un Gobierno, es lícito desconocer ni olvidar, y cuya conservación y desarrollo envuelve la realización del destino de nuestra raza en América y la gloria de la bandera española en las tierras descubiertas y civilizadas por nuestros antepasados.

    A estos tres órdenes de ideas responden las disposiciones fundamentales del proyecto sometido á la aprobación de V. M Al primero, ó sea al punto de vista metropolitano, pertenecen las cuestiones de soberanía confiadas á los más elevados organismos de la nacionalidad española.

    La representación y autoridad del Rey, que es la nación misma, el mando de los Ejércitos de mar y tierra; la Administración de la justicia, las inteligencias diplomáticas con América; las relaciones constantes y benéficas entre la colonia y la Metrópoli; la gracia de indulto; la guarda y defensa de la Constitución, quedan confiadas al Gobernador general, como representante del Rey, y bajo la dirección del Consejo de Ministros. Nada de lo que es esencial ha sido olvidado; en nada se disminuye ó aminora la autoridad del poder central.

    El aspecto insular se desenvuelve á su vez de manera tan completa y acabada como la pudieran imaginar los más exigentes, en la autonomía central, provincial y municipal; en la aplicación, sin reserva, equivoco ó doble sentido del sistema parlamentario; en las facultades de las Cámaras insulares y en la creación de un Gobierno responsable, á cuyo frente y forman do el lazo supremo de la nacionalidad, en lo que al Poder ejecutivo se refiere, aparece de nuevo el Gobernador general que, de una parte, preside por medio de Ministros responsables al desenvolvimiento de la vida colonial, y de otra la enlaza y relaciona á la vida general de la Nación.

    Y aquel tercer aspecto, en el cual viene á resumirse la historia de las relaciones entre las Antillas y la Metrópoli, y dentro del cual habrán de desenvolverse también su comercio, su crédito y su riqueza, se define en una serie de disposiciones de carácter permanente, que enlaza los dos Poderes ejecutivos, el insular y el nacional, y en ocasiones sus Cámaras de modo que á cada momento, y en las variadas solicitudes de la vida, se presten mutuo apoyo y se ayuden á desenvolver los intereses comunes.

    Y todo este sistema múltiple y complejo, aunque no complicado, se sanciona y se hace práctico por una serie de garantías, de enlaces, de constantes inteligencias y de públicas discusiones, que harán imposible, en cuanto á los hombres es lícito predecir el porvenir, los dilemas sin salida, las diferencias irreductibles, ei choque entre la colonia y la Metrópoli.

    Punto es éste de tal importancia, que á él hubiera subordinado en todo caso el Gobierno todas las demás cuestiones, si tal subordinación hubiera sido precisa, que ni puede serlo ni habría por qué temerlo desde el momento en que las bases del nuevo régimen se afirman sobre la harmonía de los intereses, el escrupuloso respeto de los derechos y el deseo en la Metrópoli de ayudar sin descanso al desarrollo, prosperidad y desenvolvimiento pacíficos de sus hermosas Antillas, á cuyo sentimiento ha de encontrar en ellas, no lo duda el Gobierno, una leal correspondencia.

    No es esto decir que no ocurran cuestiones, en las cuales se confundan las dos esferas de acción, y quepan dudas legítimas acerca de cual es el interés en ellas predominante, y nazca, tras de la duda la discusión, más ó menos apasionada. En ninguna colonia autónoma ha dejado de suceder eso; en ninguna se ha dado el caso de que el Poder central esté siempre y sistemáticamente de acuerdo con los actos del Poder colonial. Larga es la lista de las resoluciones legislativas del Canadá á que el Gobierno inglés ha puesto el veto, y curiosa y por demás interesante la serie de resoluciones judiciales que han ido definiendo las di versas jurisdicciones de sus Asambleas locales, ya entre sí, ya con sus Gobernadores, y eso que la gran descentralización, los antecedentes de la historia canadiense y la libertad comercial simplifican considerablemente las relaciones de ambos países.

    Pero la excelencia del sistema consiste en que, cuando semejantes casos ocurran, y más si han de ser frecuentes, la ponderación de poderes, tanto dentro de la constitución colonial, como en las relaciones con la Metrópoli, sea tal, que siempre quepa el remedio, que nunca falten términos de inteligencia, y que en ninguna ocasión deje de hallarse un terreno común en el cual, ó se armonicen los intereses, ó se resuelvan sus antagonismos, ó se inclinen las voluntades ante la decisión de los Tribunales.

    Si, pues, los derechos que la Constitución reconoce á los ciudadanos fueren violados, ó sus intereses dañados por los Ayuntamientos y Diputaciones, que son, á su vez, dentro del sistema, complemente autónomas, los Tribunales de justicia los defenderán y ampararán: si se exceden en sus facultades las Corporaciones, ó si, por el contrario, el Poder ejecutivo pretende disminuir lo que la Constitución del Reino ó las disposiciones de este decreto declaran atribuciones propias de los Ayuntamientos ó de las Corporaciones provinciales, el agraviado tiene recursos que entablar ante los Tribunales de la Isla, y en último término ante el Supremo, al cual corresponderá dirimir las competencias de jurisdicción entre el Gobernador general y el Parlamento colonial, cualquiera que sea el que las suscite; que ambos tendrán igual personalidad para acudir en queja y para buscar reparación legal á sus agravios.

    De este modo, cuantas dificultades nazcan de la implantación del sistema ó surjan de su ejercicio, serán resueltas por los Tribunales, cuya ha sido, desde la antigua Roma hasta la moderna Inglaterra, la fuente más progresiva de derecho y el procedimiento más flexible para armonizar las crecientes exigencias de la vida real y las lentitudes de la legislación.

    De esta manera, la Constitución autonómica que el Gobierno propone para las islas de Cuba y Puerto Rico, no es exótica, ni copiada, ni imitada; es una organización propia, por los españoles antillanos concebida y predicada, por el partido liberal gustosamente inscrita en su programa para que la Nación supiera lo que de él podía esperar al recibir el Poder, y que se caracteriza por un rasgo que ningún régimen coló nial ha ofrecido hasta ahora; el de que las Antillas puedan ser completamente autónomas, en el sentido más amplio de la palabra, y al propio tiempo tener representación y formar parte del Parlamento nacional. De suerte que, mientras los representantes del pueblo insular gobiernan desde sus Cámaras locales los intereses propios y especiales de su país, otros, elegidos por el mismo pueblo, asisten y cooperan en las Cortes á la formación de las leyes, en cuyo molde se forman y se van compenetrando y unificando los diferentes elementos de la nacionalidad española. Y no es esta pequeña ni escasa ventaja, menos aun motivo para extrañeza, como quizás alguno pudiera sentirla, porque esta presencia de los Diputados antillanos en las Cortes es un lazo estrechísimo de la nacionalidad que se levanta sobre todas las unidades que en su seno viven, solicitado hoy, como uno dé los mayores progresos políticos de nuestros días, por las có lonias autónomas inglesas, ansiosas de participar dentro de un Parlamento imperial de la suprema función de legisladores y directores del gran imperio británico

    Esta forma, pues, característica . del sistema que España adopta, al par que le da sentido propio, significa, sino un progreso de los que el tiempo engendra, una ventaja que las circunstancias nos deparan, en justa compensación de las inmensas tristezas que nuestra historia colonial registra.

    Reconoce el Gobierno francamente que para el éxito de su obra hubiera sido mejor la pública discusión en el Parlamento y el análisis de la opinión en la prensa, en la cátedra y en el libro; pero no es culpa suya, como no lo fué del anterior Gobierno, si la angustia de las circunstancias le obliga á prescindir de tan preciosa garantía. Pero si el partido que hoy sirve desde el Gobierno los intereses de la Corona y del país no vaciló un momento en aprobar en su día la iniciativa del partido conservador, ni en votarle la indemnidad que solicitó de las Cortes, hoy, que las circunstancias agobian con mayor pesadumbre, derecho tiene á esperar que la opinión apruebe hoy su conducta y que mañana la absuelvan las Cortes.

    Por esta razón no vacila en arrostrar la responsabilidad é intenta poner inmediatamente en ejercicio y llevar á la práctica las soluciones que implica el presente Decreto con fa misma sinceridad con que lo ha formulado y redactado, alejando hasta la sospecha de que pudiera haber indecisión en su conducta ó reserva en sus promesas. Que si el régimen hubiera de flaquear en la práctica por falta de buena fe en alguno, nunca será, tenemos orgullo en proclamarlo, por culpa de los hombres á quienes ante todo anima el noble deseo de pacificar la Patria.

    Con esto cree el Gobierno que ha dicho, cuanto era indispensable para que se conociera la génesis, la inspiración y el carácter del proyecto que, estableciendo en Cuba y Puerto Rico el régimen autonómico, somete á V. M. A los que están familiarizados con la lectura de la Constitución de la Monarquia, no les ofrecerá seguramente gran dificultad la del proyecto, - 12
    pues á su sistema orgánico, á la distribución de sus títulos y hasta á su redacción se ha ajustado el Gobierno en cuanto le ha sido posible. Las modificaciones de los artículos constitucionales son accesorias y circunstanciales: las adiciones responden á su especialidad y van encaminadas á la eficacia de sus disposiciones y á la facilidad de su ejecución.

    Seguramente algo quedará por hacer y algo necesitará reformarse: ya lo irán mostrando á un tiempo la defensa y la censura que de sus disposiciones se hagan, y ya se irá aquilatando lo que la una y la otra tengan de fundado, permitiendo incorporar lo bueno en el proyecto y descartar lo que no responda á sus ideas fundamentales cuando llegue el momento de recibir la sanción de las Cortes.

    Entiéndase, sin embargo, que el Gobierno no retirará de él, ni consentirá se retire nada de lo que son libertades, garantías y privilegios coloniales, porque pronto á completar la obra ó á esclarecer las dudas, no entiende que al presentarla á la sanción parlamentaria, puedan sufrir disminución las concesiones hechas, ni podría consentirlo si cuenta con la mayoría de las Cámaras.

    Pero si con lo dicho queda expuesto cuanto el Gobierno estima necesario para explicar las líneas generales del decreto, todavía juzga indispensable por razones fáciles de comprender, fijar el sentido de los artículos que se refieren á la autonomía arancelaria y á la deuda que pesa sobre el Tesoro cubano.

    El comercio de exportación de la Península á Cuba, que se cifra por unos treinta millones de pesos anuales, y que además da lugar á combinaciones de importancia para la navegación de altura, ha estado sometido hasta ahora á un régimen de excepción incompatible en absoluto con el principio de la autonomía colonial.

    Implica éste la facultad de regular las condiciones de su comercio de importación y exportación y la libre administración de sus Aduanas.

    Negárselas á Cuba ó á Puerto Rico equivaldría á destruir el valor de los principios sentados; tratar de falsearlas, sería incompatible con la dignidad de la Nación. Lo que al Gobierno toca, después de reconocer el principio en toda su integridad, es procurar que la transición se haga sin sacudimientos ni perjuicio de los intereses á la sombra del antiguo sistema desarrollados, y para ello preparar una inteligencia con los Gobiernos antillanos.

    Porque nunca han negado los defensores más acérrimos de la autonomía la disposición de aquellos países á reconocer en favor de lajndustria y del comercio, genuinamente nacionales, un margen que les asegurase aquel mercado. .

    Asi lo aseguraron siempre sus representantes en Cortes, y así continúan asegurándolo todos los partidos de la isla de Cuba, según manifestaciones que el Gobierno tiene por irrecusables. Las quejas provenían, no de la existencia de derechos diferenciales, sino de su exageración, que impedía á las Antillas asegurarse los mercados que necesitan para sus ricos y abundantes productos, y de la falta de reciprocidad. No existiendo, pues, dificultades invencibles, hay derecho á decir que la inteligencia, más que posible, es segura; sobre todo, si se tiene en cuenta que la importación peninsular en Cuba se hace en unos 50 artículos entre los 400 que tiene el Arancel, y que de aquéllos, muchos, por su carácter especial y por las costumbres y gustos de aquellos naturales, no pueden jamás temer la concurrencia de sus similares extranjeros.

    No deben, pues, alarmarse los industriales de la Península, y con ellos los navieros, ante la afirmación de una autonomía que, al modificar las condiciones en que se funda el Arancel, no altera los fundamentos esenciales de las relaciones económicas entre España y las Antillas. Habrá, sin duda, algunas dificultades para harmonizar ó compensar las inevitables diferencias de todo cambio de régimen mercantil; será preciso combinar de alguna manera ambos Aranceles; pero ni los intereses cubanos son opuestos á los peninsulares, ni está en el interés de nadie disminuir las relaciones mercantiles entre los dos países.

    Si, pues, estuviera ya constituido el Gobierno insular, y si con él hubiera sido posible convenir un sistema de relaciones mercantiles, no hubiera tomado esta cuestión proporciones que no tiene, ni habría por qué presagiar ruinas y desgracias; los hechos impondrían silencio á los suposiciones. A pesar de eso, ha creído el Gobierno que para calmar las alarmas debía adelantarse á los acontecimientos, y que en vez de dejar la resolución de la cuestión al funcionamiento natural de la nueva Constitución, convenía fijar desde ahora las bases de las futuras relaciones mercantiles. Y al hacerlo, y para alejar todo motivo de desconfianza, se ha adelantado á fijar un máximum á los derechos diferenciales que podrán obtener las mercancías peninsulares, ofreciendo, como era de equidad, el • mismo tipo á los productos insulares.

    Fija ya y determinada la base de la inteligencia, garantizado el principio de la autonomía, establecida de manera incuestionable la igualdad de facultades en el procedimiento que ha de seguirse, y conocido el espíritu que anima á aquellos insulares, la negociación será fácil y sus resultados provechosos á ambas partes.

    En cuanto á la deuda que pesa sobre el Tesoro cubano, ya directamente, ya por la garantía que ha dado al de la Península, y que éste soporta en forma análoga, está fuera de duda la justicia de repartirla equitativamente cuando la terminación de la guerra permita fijar su importe definitivo.
    Ni ha de ser éste tan enorme, así debemos esperarlo, que represente un gravamen insoportable para las energías nacionales, ni la Nación está tan falta de medios que pueda asustarle el porvenir. Un pais que ha dado en los últimos meses muestras tan gallardas de virilidad y de disciplina social; un territorio como el de Cuha que, aun en medio de sus convulsiones políticas y del apenas interrumpido guerrear de treinta años, ha producido tan considerable riqueza, aun cultivando tan sólo una pequeña parte de su feracísimo suelo, y que lo ha hecho por sus solas fuerzas; con escasas instituciones de crédito; luchando con los azúcares privilegiados; cerrado el mercado americano á sus tabacos elaborados, y transformando al propio tiempo en libre el trabajo esclavo, bien puede afrontar sereno el pago de sus obligaciones é inspirar confianza á sus acreedores.

    Por eso, á juicio del Gobierno, importa pensar desde ahora, más que en el reparto de la deuda, en el modo de satisfacerla, y si fuera posible, de extinguirla, aplicando los procedimientos económicos de nuestra época á las grandes riquezas que el suelo cubano asegura á los agricultores y el subsuelo á los mineros, y aprovechando las extraordinarias facilidades que al comercio universal ofrece la forma insular y la situación geográfica de la que no sin razón se ha llamado la perla de las Antillas. Si sobre estas cosas nada puede todavía legislarse, conviene tenerlas muy presentes y dedicarlas reflexión atenta, ya que á otros, que no pueden seguramente ser acusados de visionarios ni de ilusos, les ha ocurrido aprovechar tanto germen de riqueza, no ciertamente en beneficio de España, ni para sostener su soberanía; que cuando ellos lo hacen sería insensato no imitar su ejemplo, y no convertir en rescate del pasado y en garantía del porvenir lo que ha sido tal vez incentivo para la guerra y origen en gran parte de los males á cuyo remedio acudimos ahora con tanto empeño.

    Fundado en estas consideraciones, el Gobierno tiene la honra de someter á la aprobación de V. M. el adjunto proyecto de decreto.
    Madrid, 25 de noviembre de 189^
    SEÑORA:
    A L. R. P. de V. M.
    Práxedes Mateo Sagasta.

    RE^L DECRETO
    De acuerdo con el parecer de Mi Consejo de Ministros;
    En nombre de Mi Augusto Hijo el Rey D. Alfonso XIII, y como Reina Regente del Reino,
    Vengo en decretar lo siguiente:

    TÍTULO PRIMERO (*)

    Del gobierno y administración de las islas de Cuba y Puerto Rico

    Artículo 1.° El gobierno y administración de las islas de Cuba y Puerto Rico se regirá en adelante con arreglo á las siguientes disposiciones.

    (») NOTA EXPLICATIVA.
    Para facilitar la inteligencia de este decreto, y evitar confusiones en el valor legal de los términos en él empleados, deben tenerse presentes las siguientes equivalencias.

    Poder ejecutivo central: El Rey con su Consejo de
    Ministros.

    Parlamento español: Las Cortes con el Rey.

    Cámaras españolas: El Congreso y el Senado.

    Gobierno central: El Consejo de Ministros del
    Reino.

    Parlamento colonial: Las dos Cámaras con el Gobernador general.

    Cámaras coloniales: El Consejo de Administración y la Cámara de Representantes.
    z
    Art. 2." F.l Gobierno de cada una de las islas su compondrá de un Parlamento insular, dividido en dos Cámaras, y de un Gobernador general representante de la Metrópoli, que ejercerá en nombre de ésta la Autoridad suprema.

    Constitución colonial de las islas de Cuba y Puerto Rico y leyes ... - Cuba, Puerto Rico, Spain - Google Libros
    La Iglesia es el poder supremo en lo espiritual, como el Estado lo es en el temporal.

    Antonio Aparisi

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