LAS GUERRAS CARLISTAS CONTINÚAN



Por Álvaro Pacheco Seré
( El Uruguay )



Las hazañas guerreras de Zumalacárregui y de Cabrera, la presencia militar y regia de Carlos VII, el heroísmo decisivo del Requeté de 1936 enfrentaron con las armas en la mano al enemigo revolucionario que agredió la Religión y la Patria.



Las sociedades secretas, que idean y “construyen” ese desconocimiento de la Tradición Hispánica, continuaron su maquinación sin tiempo. El Carlismo recurrió a los principios —Dios, Patria, Fueros, Rey— y, con ellos, no puede ser vencido ni dividido. Mellistas, integristas, jaimistas, todos, respetaron el patrimonio histórico a salvaguardar. Sólo se ha rechazado siempre la desviación doctrinaria de quienes fueron seducidos por el liberalismo.



Asombran y sobrecogen los logros, terrenalmente definitivos, de la subversión contradictoria de la herencia sagrada de la Cristiandad. El Carlismo, al asumir y defender la Fe Católica que creó España y la Monarquía que debe representarla y continuarla, explica y justifica su vigencia.



En 1808, la Patria común —escribió Balmes—: “renovó y vivificó su entusiasmo con el grito de «¡Viva el Rey!» en una guerra inmortal como la de la Independencia”. (Obras Completas, T°. XXVI, p. 291).



Pero al cuestionar la noción de Imperio y su integridad, desde la separación de España e Indias, el enemigo afectó la unidad de la Patria. Nos explica José Maria de Domingo-Arnau desde su prédica en la revista “Maestrazgo” (nº 56, p. 6): “El Imperio legítimo llevaba consigo importantes responsabilidades morales y religiosas, que de hecho constituían su justificación primaria, y todo debía ser limitado y restringido por la ley civil como por el Derecho Natural”. Las guerras carlistas se libraron entre ejércitos y entre creencias; entre “dos modos distintos de entender la vida”, en frase de Gonzalo Fernández de la Mora.




· Nuevo campo de batalla




Nuestro tiempo impone como misión al pensamiento tradicionalista percibir y advertir la mutación del carácter bélico de la guerra en una tremenda agresión subversiva de todo orden. Ha cambiado el campo de batalla.



Los medios son filosóficos: liberalismo, racionalismo, naturalismo; y políticos: laicidad, república, democracia. El resultado es la descristianización, la secularización. La pretensión es universal y conmueve los dogmas del Credo, fundamento de la Cristiandad.



La acción defensiva del Tradicionalismo y del Carlismo queda reducida, entonces, al trascendente combate principista, lo que permitirá asimismo apreciar la significación y hondura de los pasados alzamientos carlistas. Ricardo de la Cierva, con coraje y lucidez, descubre el escenario y sus actores: “Todo un proceso de desintegración histórica perfectamente diseñado en la Casa Común ante la complacencia secreta de una Europa orgullosamente secularizada a la que ahora pretenden arrancar sus ya mortecinas raíces cristianas”. “Los pontífices de la secularización total son también del Centro; los señores Giscard y Chirac, distinguidos miembros de la Masonería —su simple mención es hoy de mal gusto— cuya esencia histórica consiste en la secularización total. No en vano el sitio del Grande Oriente de Francia en la Red presenta a la institución como ‘observatorio de la laicidad’. La derecha de Francia todavía más históricamente degradada que la de España”. (Boletín de la Fundación Francisco Franco, junio 2003, nº 94, p. 3).



La acción masónica se ejerce, como siempre, disimulada por las falsas dirigencias decadentes. “La masonería debe sentirse en todas partes, pero no se le debe ver en ninguna”, aconseja el “convento” del Gran Oriente francés de 1922 (citado por Michel–Constant Verspieren, L’impasse maçonnique, ed. Faver, 2001, p. 5).



Este último libro describe “el discreto socavamiento, actualmente en curso, de todo lo que en la cultura francesa recuerda sus orígenes cristianos” (p. 48). Para las Logias, prosigue, “el Dios revelado y su Iglesia no tienen lugar. Hacen sombra al Hombre. Ciertamente, no es más cuestión de mártires. Sería un error. El combate es más sutil: abrazar para sofocar mejor”. “Procuran imponer sus ideas al poder temporal por los medios legales creados a esos efectos. La democracia se presta bien para eso” (p. 53). “Pensad en el silencio absoluto que la propia Iglesia hace sobre la acción destructora de las Logias” (p. 113). La Iglesia adopta así la actitud que denuncia Mauricio Carlavilla ( Borbones masones, Barcelona, 1967, p. 17 ): “No es factor de historia”, “para la historiografía nacional, la Masonería es nada.....”.



Son estas sociedades secretas, en última instancia, quienes conducen la lucha implacable contra el Altar y el Trono. Para sostener la Tradición se deberá desenmascarar su maquinación actual, y enseñar el lema Dios, Patria, Fueros, Rey. A la subversión consumada es esperanzador oponer vigilancia y doctrina, porque en el Evangelio y en Fátima está prometido que, en el orden sobrenatural, el Mal no prevalecerá.



El decisivo avance y la penetración de la rebelión, la simulación y la discordia en la Iglesia en las Patrias y en los Gobiernos cristianos, ha posibilitado evidenciar perturbadoras divisiones y radicalizaciones internas en la propia Revolución. Que, “como Saturno, devora a sus propios hijos”, según expresión atribuida a Vergniaud en la Francia del 89. Ese motor imparable es signo a la vez, como fundamentan León de Poncins en Christianisme et Franc- Maçonnerie ( Vienne, 1975, p. 230 ) y Mauricio Carlavilla (ob. cit, p. 167), que “la masonería es una sola”. Es la advertencia de la Encíclica Humanum Genus, de León XIII : la masonería es una “especie de centro de donde todas salen y a donde vuelven”. Obediencias, logias y organizaciones superpuestas, derivadas y conexas, no admiten divisiones en las altas instancias. La existencia de “regulares” e “irregulares”, de ateos y creyentes que no “maquinan” contra la Iglesia, fue precisamente el argumento utilizado para suprimir la excomunión automática de los masones en el Código de Derecho Canónico de 1983 y para consolidar la denominada “aproximación” entre Iglesia y masonería, desarrollada pese a la reiterada proclamación por aquélla de la indiscutible incompatibilidad doctrinaria entre ambas.



Así se expande la Revolución. Recién terminada la tercera guerra carlista, en 1878, Emilio Castelar puede afirmar dogmáticamente en el Congreso de los diputados: “Maldecís de la Revolución y no podéis saliros de ella... y , mal que os pese, habéis de seguir, aunque no queráis, aunque no lo sepáis, en el camino de la Revolución”. (cit. por Carlavilla, ob. cit, p. 138).




· Objetivos y métodos




En su número de Setiembre de 2001, “Lectures françaises”, al comprobar esta marcha sin oposición hacia una “democracia universal”, refiere a la reciente edición francesa de una investigación realizada en 1954 por el oficial de marina canadiense William Carr ( “Des Pions sur l’Echiquier” ). Está basada en la correspondencia reservada, de 1871, entre Giuseppe Mazzini y el general norteamericano Albert Pike, altos grados masónicos, promotores del “World Revolutionary Movement”. En ella se prevé que las más altas instancias (“Illuminati”) fomentarán las divisiones “entre sionistas políticos y dirigentes del mundo musulmán. Se debe dirigir la guerra que conduzca a la destrucción del Islam (el mundo árabe de la religión de Mahoma) y del sionismo político (comprendido el Estado de Israel). Al mismo tiempo las otras naciones, cada vez más divididas entre sí con este motivo, serán impulsadas a combatirse hasta un estado de destrucción física, mental, espiritual y económica total”. El objetivo es la destrucción del cristianismo, el establecimiento de un gobierno mundial y , en definitiva, el triunfo del Mal. Transcribe una reveladora carta de Pike a Mazzini, de 15 de agosto de 1871: “provocaremos un formidable cataclismo social que mostrará a las naciones, en todo su horror, el efecto del ateísmo absoluto que originará el salvajismo más sangriento y la revuelta integral”.



Para la conquista de estos fines, los poderes contradictorios de la Verdad “construyen” y utilizan estas vías:



1) La “tenebrosa alianza” —que denunciaron León XIII y Pétain— entre “la fortuna anónima y vagabunda” y las logias anarquistas negadoras de toda autoridad. J. Ploncard d’Assac refiere a “la derecha de los Negocios con la izquierda de los mismos Negocios”. “Estos negocios aportan las finanzas necesarias para la realización de sus proyectos o los de sus amigos” (Verspieren, ob. cit, p. 138). Es la antinatural confusión del poder público y del poder privado, propia del sistema democrático, ora sostenido, ora amenazado, por su jacobinismo radical.



Los medios de comunicación de masas, con su poder, hacen posible esa confusión oculta e impía: “la manipulación mental afecta a la casi totalidad de los ciudadanos de la República”, afirma Verspieren (ob. cit, p. 150).



2) Los instrumentos de derecho público, nacidos con la Revolución , son la república y la democracia. “La Masonería es la República encubierta, como la República es la Masonería al descubierto”, reconoció en 1894, el masón Galaud (cit, por Verspieren, ob. cit, p. 117). Ya la primera república española, como nueva forma de gobierno, había sido definida por Menéndez y Pelayo como “vergonzosa anarquía con nombre de república”.



La denominada democracia ha adquirido un alcance que excede lo jurídico y exhibe su real esencia y propósito: “La Orden ambiciona imponer sus ideas utilizando el margen de maniobra que le ofrece la democracia por ella instalada”. “La palabra «Democracia» está en todos los labios, en todas las plumas. Hoy sólo se jura por ella. Es la panacea. ¡Siempre más democracia, es la apuesta a un porvenir radiante!” (Verspieren, ob. cit, p. 134, 129).



3) “Las Logias, gracias a sus técnicas, practican la manipulación mental sobre el conjunto de los ciudadanos, para imponer en secreto su propia concepción laica de la vida social” (Verspieren, ob. cit., p. 149). Es la contradicción con la doctrina pontificia: “Los hombres no están menos sujetos al poder de Dios cuando viven unidos en sociedad que cuando viven aislados” (León XIII, Immortale Dei, 1885).



4) El desorden moral, político y jurídico, consecuencia de los errores señalados, ha alterado en profundidad la convivencia social. La autoridad, generadora del orden, es negada y considerada “represión”; las jerarquías naturales son desconocidas por “discriminatorias”; la Verdad es “fundamentalismo”. Se justifican las revueltas y el crimen, al sustituir el derecho penal por los “derechos humanos” concebidos como maquinaria de guerra. Asola las ciudades un bandidismo generalizado, con espacios de “no-derecho” y de “contra-cultura”. Las víctimas de los más crueles delitos no existen para los creadores de opinión. Hay , sí, familiares, dolor, recuerdo y reparación para el revolucionario. El terror que éste causa hoy es ejercido, con mayor perjuicio, por la incontrolable delincuencia difundida en sociedades en estado de indefensión.



El antinatural principio de separación de poderes, originado también en 1789, ha cumplido el objetivo para el cual fue ideado: desplazar la función de juzgar, propia del poder público, a la dependencia creciente de poderes ocultos y revolucionarios.



El libro que apoya estas consideraciones concluye que “no puede comprenderse el mundo de hoy sin tener en cuenta las Logias. Ignorarlas conduciría a una ‘impasse’ suicida, con grandes riesgos para el futuro” (p. 161).





· Profecía y explicación




En tales circunstancias adversas, el pensamiento tradicionalista proporciona explicaciones conceptuales y medios defensivos apropiados. Donoso Cortés (Ensayo LIII, cap. VI), al estudiar “El dogma de la imputabilidad y Redención”, confirma que Tradición es pasado, presente y futuro al profetizar, con saber teológico, los males que sobrevinieron. Sobre la base de que “la gran síntesis católica resuelve todas las cosas en la unidad”, recuerda la misteriosa persistencia del sacrificio humano a través de los tiempos y de los pueblos, con su virtud condenatoria y su virtud purificadora. Sólo la Sangre del Redentor extinguió la deuda común contraída por Adán (“Sin sangre no hay remisión”, Hebreos 11, 22). “La sangre del hombre no puede ser expiatoria del pecado original”, pero sí “de ciertos pecados individuales”, lo que confiere fundamento al derecho penal. Si la supresión de la pena de muerte y del delito político —continúa— se pretende basar en la falibilidad del Estado, “todos los gobiernos serían incompetentes en materia de penalidad, porque son falibles”. Sólo “pueden imponer una pena al hombre en calidad de delegados de Dios”; “negar a Dios y afirmar un gobierno es afirmar lo que se niega”.



Donoso ha descubierto la razón última de lo que hoy se considera inseguridad o criminalidad generalizada. Nos previene de los efectos de la negación de Dios: “Entonces comienza a soplar el viento de las revoluciones. Los gobiernos conocen por un instinto infalible que sólo en nombre de Dios pueden ser justos y fuertes. Cuando comienzan a secularizarse, al punto aflojan en la penalidad, como que sintieran que disminuye su derecho”.



Condena el consecuente surgimiento de liberalismos y socialismos portadores “de la teoría de las insurrecciones santas, de los mártires de la libertad y de los delitos heroicos, que han hecho creer a las gentes que la tierra puede ser un paraíso sin sangre. El mal no está en esa ilusión —concluye—: está en que cabalmente esta ilusión está siendo creída por todos; ahí la sangre brotará de las peñas y estaremos en el infierno”.



En esta persistencia de las guerras carlistas, como hispanoamericanos invocamos los principios de la Tradición y del derecho natural cristiano, y recurrimos al concepto de una Hispanidad sin secesiones. Reconocemos el deber que bien nos recuerda Vázquez de Mella: “ tienen ellos obligación de devolvernos algo de lo que les dimos y de confundir su vida con la nuestra para formar un imperio espiritual que sea todavía más ilustre y más grande que nuestro antiguo imperio”. (Obras Completas, T. XII, p. 278).