LA CULTURA EN LAS INDIAS Y LA EDUCACIÓN DE LOS NATURALES
Ya desde el principio de la era hispánica en América observan los cronistas los rápidos progresos que hacen los naturales en “gramática”, es decir, en latín. La cultura española penetró hondamente con el fraile o el conquistador, orientando las costumbres paganas de los naturales hacia formas cristianas mediante hábiles adaptaciones, como, por ejemplo, el cambio efectuado por los misioneros y frailes en la índole y sentido de las danzas populares. Así se fueron impregnando las Indias de cultura española, tanto popular como aristocrática, que perdura hasta hoy en las danzas y música popular, así como en el vestir de los lugares más remotos de Hispanoamérica. Con ser crítico tan severo de los españoles, el padre Gage aporta pruebas continuas del alto nivel cultural a que había llegado la Iglesia, en Tlaxcala, por ejemplo, observa que los frailes “tienen junto a su monasterio una iglesia muy buena, a la que pertenecen unos cincuenta cantantes, organistas, músicos de varios instrumentos, trompeteros y coristas, todos indios, que acompañaban a la misa con música muy suave y armoniosa, deleitando la fantasía y los sentidos.”
En las artes y las letras se observa igual penetración de la cultura española más allá de la frontera racial. Indios y mestizos comienzan a figurar en los anales de las letras españolas desde la primera generación. Una Historia de los Incas escrita por el padre Valera, jesuita mestizo, se perdió en manuscrito en el saqueo de Cádiz por los ingleses en 1596. Juan Santa Cruz, cacique indio; Ayala, indio puro, inca; Diego de Castro, también inca; Cristóbal de Medina, cuzqueño mestizo, sin contar con el gran inca Garcilaso de la Vega, bastan para ilustrar esta temprana cosecha que da la cultura española entre los naturales. Tradujéronse por mestizos o indios puros Ovidio, Petrarca, León Hebreo, mientras florecía una literatura dramática en lenguas indias, escrita por frailes conocedores de las lenguas, y un ilustre mestizo, don Bartolomé de Alba, vástago de la casa real de Tetzcuco, traducía al nahuatl tres obras españolas, dos de ellas de Lope de Vega.
Los naturales a su vez contribuían a la cultura española con talento indiscutible. El famoso Lunajero, indio del Cuzco llamado don Juan de Espinosa Medrano, es caso típico y no excepcional. Nacido en 1629, no necesitó pasar por universidad alguna para alcanzar la cumbre de la cultura de la época. Educado en el Colegio de San Antonio del Cuzco, llegó a las más altas dignidades eclesiásticas de su ciudad y fue poeta y comentador erudito erudito de Santo Tomás y excelente crítico. Quiere la ironía de la suerte que para nosotros resulte mucho más penetrante y aguda su opinión sobre Góngora que la de Menéndez y Pelayo, que la discute. Hermoso y agudo a la vez, este pensamiento del indio del Cuzco sobre las cosas de España: “Aquel hablar brioso, galante, sonoro y arrogante es quitárselo al ingenio español, quitarle el ingenio y la naturaleza. Luego que las Musas latinas conocieron a los españoles, se dejaron la femenina delicadeza de los italianos, y se pasaron a remedar la braveza hispana […] Y esto no es tan nuevo que no haga cerca de XVII siglos que los españoles hablan como españoles […] Y es muy del genio español nadar sobre las ondas de la poesía latina con la superioridad del óleo sobre las aguas.”
Pensamiento, gusto, tendencias, por fuerza seguían, si bien de lejos, los cambios y tendencias de España y de Europa en general. Mucho se leía a Vives, influencia hondamente renovadora y liberal; también a León Hebreo o Abarbanel, cuya influencia sobre Cervantes ha demostrado Américo Castro; también al propio Cervantes; y en el siglo siguiente, a Gracián, “ese genio extraordinario –escribirá Saldkeld en 1761- muy especialmente admirado en nuestro país”. Es difícil imaginar hoy la viveza de la vida intelectual de aquellas ciudades cortesanas de las Indias. Los virreyes protegían activamente la cultura y sus hombres, aunque no siempre con acertado gusto. El segundo Velasco, sobre todo durante su segundo vicerreinado (1607-1611), Mancera y Paredes en México, Castelldos-Rius, Santisteban y tantos otros en Lima, fueron activos directores de la vida literaria de los países bajo su mando y en su época fueron los palacios reales de Lima y de México teatro de frecuentes fiestas literarias y artísticas donde se hacía música, se daban comedias y se leía poesía.
Fuente: Auge y ocaso del imperio español en América, tomo I, de Salvador de Madariaga.
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