EL MÁRTIR INCÓMODO DE LA IGLESIA MEXICANA
9 febrero, 2012
José de León Toral
Cuando el Papa
Benedicto XVI, en su próxima visita a México, evoque a los mártires cristeros ante los católicos del Bajío, pocos echarán de menos la mención de
José de León Toral. En las cartas que le dirigió a Roberto Pro en 1928, De León ensalza a sus hermanos Miguel Agustín y Humberto Pro, fusilados el año anterior, y le cuenta que va a emular su martirio. En efecto, fue condenado a muerte por el asesinato al general Álvaro Obregón, pero la jerarquía de la iglesia nunca lo nombró mártir de la Iglesia.
El martirio de los hermanos Miguel Agustín y Humberto Pro Juárez –fusilados sin previo juicio en noviembre de 1927, en plena guerra cristera – motivó al joven José de León Toral a buscar su propio martirio, según le confesó a Roberto Pro, hermano de los mártires y a quien el gobierno callista le perdonó la vida pero lo exilió en La Habana, Cuba.
“La sangre de los mártires es semilla de buenos cristianos. Yo necesité que murieran tus hermanos para decidirme a moverme. Ahora estoy trabajando con empeño… ¿Por qué ha de ser imposible que lleguemos a morir de una manera tan gloriosa como ellos?”, le comentó De León Toral a Roberto Pro en dos misivas fechadas a principios de 1928 y que le envió a la capital cubana.
Carta de Toral
En estas cartas, hasta hoy inéditas, De León le dice a Pro que lamenta el hecho de que “no hayas sido llamado a la acción que consumaron tus hermanos”. Además le informa sobre los buenos ánimos con que trabajan los católicos “por salvar a la Iglesia en México”. Le habla también sobre su vida privada, principalmente de su afición por la pintura y el futbol.
Gracias a esta habilidad para la pintura y el dibujo, a los pocos meses de escribir sus cartas De León logró acercarse al general Álvaro Obregón y balearlo en el restaurante La Bombilla, de San Ángel, en la Ciudad de México. Con este propósito fué fusilado como los hermanos Pro.
La primera carta a Roberto, escrita a mano y fechada el 11 de enero de 1928, dice textualmente:
Sr. Roberto Pro
Habana, Cuba
Bastante querido amigo:
Tal ves te acuerdes de mí, tal ves no; más probablemente sí. Desde la última ves que te vi, ya no te he vuelto a ver y palabra que lo siento mucho.
Otra cosa que sentí mucho más (en serio) fue que no hayas hecho, o mejor dicho no hayas sido llamado a la acción que consumaron tus hermanos: uno centró, el otro remató; tú (en esta ocasión goal-keeper) imposible que marcaras también tu goal. Pero ¿cuántas veces un portero es el héroe del partido? Ya paraste mucho, te falta todavía más; sólo Dios N.S. sabe si te cambiarán de delantero. Pido que no interpretes para mal mis figuras; solamente para tu bien. Hay señalados muy diferentes caminos para llegar a la patria bien adinerados.
La cartita que mandaste a tu hermana yo he tenido el gusto de leerla más adelante y el consuelo fue recibido no como procedente de Cuba, sino de mucho más allá. Ya han comenzado a consolarse del todo.
Hubo una pobrísima sustitución, pero a no dudar con la ayuda de Dios N.S. y los muchachos se podrá cumplir. Esa ayuda ya la hemos visto patente.
Todos los de mi casa y los amigos te deseamos especiales consuelos, y acabo rogándote me encomiendes en tus oraciones.
Espero tus letras y quedo tu seguro servidor y amigo.
Pepe.
La segunda misiva, también manuscrita y fechada el 8 de marzo de ese año, empieza con un “Viva Cristo Rey” y prosigue:
Sr. Roberto Pro
Habana, Cuba.
Muy querido amigo:
Espero que te encuentres muy bien de salud, tranquilo de espíritu y con una buena chamba.
Supongo que recibirías, mejor dicho sé que recibiste una carta mía medio rara. Lástima que no haya recibido contestación, pero tal ves se deba a falta de conductos u otra razón de peso (cubano).
No obstante, ya ves que te vuelvo a escribir aparte de mandarte multitud de saludos con Anita y tu papá.
Nuestro Señor tuvo que morir para salvarnos. La sangre de los mártires es semilla de buenos cristianos. Yo necesité que murieran tus santos hermanos para decidirme a moverme. Ahora estoy trabajando con empeño. Te consolará mucho saber que todo este rumbo está muy animado y que se ha logrado algo y esperamos alcanzar mucho más. Algunos muchachos han reaccionado también y otros han comenzado a trabajar.
No hemos dejado de pedirle a Dios N. S. que te ayude con tu carga; ya lo creo que debe de ser pesada. Sin embargo todo depende del modo como se lleve: una petaca puede descoyuntar un brazo y sobre el hombro cargarse sin fatiga. Dios N.S. todo lo dispone para nuestro bien, ¿por qué hemos de dudarlo? Y si no lo dudamos ¿por qué nos entristecemos? Calculo que tus hermanos han de tenernos santa envidia, están disfrutando de una gloria conquistada con sus trabajos, su santa muerte, y deben estar sorprendidos del premio –inimaginable para nosotros– que superó todos sus cálculos. Se de cada trabajo por insignificante que fuera, hecho por esta causa importante, nos proporcionó un grado más de gloria por toda la eternidad… ¿si hubiéramos durado un día más, un año, diez años más? ¿cuánta mayor gloria no tendríamos? Sí, deben envidiarnos; nosotros estamos en posibilidad de almacenar méritos, santificándonos, y ¿por qué ha de ser imposible que lleguemos a morir de una manera tan gloriosa como ellos?
Un vaso de agua lo premiará Dios N.S, pero en todo hay distancias: no es lo mismo dar un vaso de agua al que siente deseos de beber que dar ese mismo vaso de agua al que sin él perecería de sed. Los trabajos en que tomamos parte, no lo dudo, son todos por salvar a la Iglesia en México que muere por momentos. Con paga centuplicada ¿quién no trabaja contento? Pero sin la Fe no ganaríamos tanto o pronto decaería nuestro entusiasmo; pidamos a Nuestro Señor nos dé y aumente la Fe. –He seguido jugando football y aún espero llegar a dar color. Sigo estudiando pintura y también tiro muy alto. Estoy trabajando por la causa y ¿me voy a contentar con poco? Comprendo que en football y en pintura podría no convenirme llegar alto, y Dios no me lo concedería, pero en lo tocante a la santificación de las almas Dios nunca falta, sino que supera nuestras esperanzas— Si yo, que comienzo a trabajar ya estoy hablando de paga, tú que vas tan adelantado… deberías pedir a cuenta. Pidamos sin temor de abusar, pues nos tocará más de lo que nos imaginemos.
Hermano, animémonos mutuamente; no dejes de hacerlo con este tu algo viejo amigo.
José de León.
EL DÍA LLEGÓ
Rumbo a La Bombilla
José de León Toral (dibujo del magnicidio)
Cuatro meses después, el 17 de julio, De León Toral toma su cuaderno de dibujo y una pistola Star, calibre 35, y se dirige al restaurante La Bombilla, donde se le ofrece una comida a Obregón, entonces presidente electo de la República. Se acerca al sitio de honor donde se encuentra el general y empieza a hacer su retrato a lápiz. Nadie sospecha del dibujante. Sorpresivamente saca la pistola y dispara directo a Obregón. Después asesta varios tiros en el resto del cuerpo hasta vaciar la pistola.
Es capturado ahí mismo, ante los aterrados comensales. Se le lleva a la penitenciaría de Mixcoac y, a diferencia de los hermanos Pro, se le somete a juicio junto con la religiosa capuchina Concepción Acevedo –la madre Conchita–, a quien se le achaca la autoría intelectual del crimen.
De manera increíble y tratando de cuidar las formas, la jerarquía eclesiástica de inmediato se desmarca del suceso. El 6 de agosto monseñor Miguel M. de la Mora, obispo de San Luis Potosí, declaró a la prensa que “no es el clero católico el autor del atentado”, sino “pobrecitos exaltados que han llevado su exaltación hasta dar muerte violenta a un prominente personaje político”.
LA HISTORIA NOS TIENE OTRA VERSIÓN
El historiador Francisco Martín Moreno refiere que:
“Cuando buscaba el tema para la novela, me encontré que en el tiempo transcurrido desde el asesinato de Luis Donaldo Colosio, ya casi 15 años, en ese mismo periodo, pero entre 1913 a 1928, asesinaron a balazos a tres presidentes mexicanos: Madero (1913), Carranza (1920) y Obregón (1928), estalló la revolución y la guerra cristera.
“Mi preocupación vino al momento de elegir a alguno de los tres y después de revisar archivos encontré que el que tenía más atractivo político, policiaco, diplomático, humorístico, flemático, era el caso de Obregón, porque para sorpresa de muchos se encontró los resultados de una autopsia a su cadáver en el que aparecen 19 orificios de bala”.
Además, explica el escritor, las heridas son de diferente calibre y trayectoria: tan sólo se le encontraron seis en el pecho, disparados con trayectoria de abajo para arriba y de atrás para adelante.
Con toda esa información, Francisco Martín Moreno llega a la conclusión de que se trató de una conjura, donde “Toral no era el asesino único como siempre nos quisieron dar a entender”.
En la hemeroteca, el escritor se encontró con la primera plana de un periódico, fechado el 20 de mayo de 1947, en la que se publica una nota firmada por Leopoldo Toquero con la cabeza: “Fueron 6 los asesinos del general Obregón, o Toral usó seis pistolas”, acompañada de un diagrama del asesinato.
El también historiador Arno Burkholder nos dice sobre éste tema:
El 20 de mayo de 1947, en primera plana, el diario Excélsior informó que Álvaro Obregón, el caudillo revolucionario que venció a Francisco Villa, sobrepasó a su mentor político Venustiano Carranza, y ganó dos veces la presidencia de la república, había sido asesinado por varios pistoleros en una comida de celebración en el entonces pueblo de San Angel, 21 años antes.
El reportaje estaba firmado por Leopoldo Toquero Demarías, quien se presentaba ante los lectores como un viejo reportero de Excélsior que tuvo la oportunidad de cubrir el asesinato de Obregón el 17 de julio de 1928, y que ahora daba a conocer un documento que contradecía totalmente la tesis oficial, en la que José de León Toral, había decidido acabar con la vida del manco Obregón por haber perseguido a la Iglesia Católica.
En este “reportaje-crónica”, Toquero narró cómo se enteró de la muerte del caudillo. El trabajaba en la fuente policiaca del diario y estaba en ese momento en la comandancia de policía (que estaba sobre Paseo de la Reforma, donde ahora se encuentra el edificio viejo de la Lotería Nacional), cuando escuchó la llamada que llegaba del restaurante “La Bombilla”, en San Ángel, informando sobre un tiroteo en la comida para festejar la reelección de Álvaro Obregón.
Aprovechando su “charola” como periodista, Toquero consiguió un taxi que rápidamente lo llevó hasta San Ángel, donde encontró, en medio de la confusión, al caudillo asesinado. Toral ya estaba preso y camino a la Penitenciaría, y los colegas de Toquero, Patricio Healy y Gonzalo Espinoza (jefes de información y redacción de Excélsior), estaban recabando toda la información que podían. Toquero alcanzó a ver cómo alguien recogía los casquillos que estaban cerca del lugar donde se sentó Obregón, y que supuestamente le ocasionaron la muerte.
Sin embargo, 21 años más tarde, Toquero se encontró con un documento que contradecía todo lo que él y sus compañeros sabían sobre lo ocurrido en esa tarde de 1928: un “Acta de reconocimiento de heridas y embalsamamiento del cadáver del general Álvaro Obregón”, firmada por el mayor médico cirujano Juan G. Saldaña.
Esta acta, acompañada de un diagrama que mostraba la trayectoria de las heridas y que había sido elaborado por el médico Alberto Lozano Garza, era presentado por Toquero como la prueba irrefutable de que Álvaro Obregón había sido traicionado por sus antiguos camaradas de armas, quienes prefirieron verlo muerto antes de que volviera a ser presidente de la república.
“Esos falsos amigos”, dice Toquero, “puede que ya estén muertos, o quizá reciban todavía dinero del presupuesto por su delito, pero ahora, que México ha cambiado y goza de la democracia y de un gobierno conducido por un joven civil respetuoso de las leyes (Miguel Alemán), es momento de revelar la verdad”.
Sin embargo, la lectura del reportaje y de las notas que al respecto aparecieron en los días subsecuentes, genera más dudas que certidumbres sobre el origen de esta información. Toquero no revela en su reportaje cómo consiguió el acta. Sólo dice que “en su momento” un alto jefe del ejército supo de la existencia de ese documento y que prohibió que se diera a conocer.
Toquero dice en su nota que el cadáver presentaba diecinueve heridas: siete con orificio de entrada de 6 mm., seis causadas por una pistola calibre 45; y tres más con orificios de entrada de 11, 8 y 7 mm. respectivamente. Incluso afirma que una de las siete primeras balas salió del cuerpo, volvió a entrar y dejó un segundo orificio de salida, o sea que las balas mágicas ya existían mucho antes del asesinato de Kennedy en 1963.
El primer problema en esta información radica en que Toquero menciona diecinueve heridas, pero sólo describe 16. Hay tres heridas de las que no hace mención, pero que sí aparecen en el diagrama que elaboró el médico Lozano Garza, quien le declaró en una nota posterior que “el certificado de Saldaña era un galimatías indescifrable, con datos inconexos y que no están de acuerdo con la ciencia médica”.
El segundo problema está en que el mismo Saldaña refuta la cantidad de heridas que Toquero señala en su reportaje. En la transcripción del acta, el cirujano dice que eran trece:
El acta de Saldaña dice además que “bajo la piel del abdomen del cadáver de Obregón se sentían varios proyectiles”, pero nunca intentó retirarlos.
En los días subsecuentes, aparecieron más notas sobre “el complot contra Obregón”. El médico Lozano, como ya señalé, dijo que le había costado mucho trabajo hacer el diagrama de las heridas basándose en el acta elaborada por Saldaña, pero además dijo que lo elaboró a solicitud de Manuel Múzquiz Blanco, Secretario de la Penitenciaría de la Ciudad de México, quien deseaba escribir un libro sobre el asesinato de Obregón y tenía el acta de Saldaña.
Por su parte, Aarón Sáenz, un gran colaborador de Obregón, declaró que no fue Saldaña, sino los médicos Enrique Osornio y Alejandro Sánchez quienes revisaron el cadáver de Obregón en su casa de la Avenida Jalisco, y que a petición de la familia el cuerpo no fue embalsamado; simplemente lo inyectaron para trasladarlo a Sonora.
Sáenz y Lozano se contradicen en un aspecto: el primero asegura que se realizó la autopsia al cadáver, mientras que el segundo lo niega, y para ello está de prueba el argumento final del acta: los proyectiles que quedaron bajo la piel del abdomen de Obregón, pero que no se extrajeron.
Quien aclaró esta situación fue Luis Lara Pardo, en un artículo del 27 de mayo de 1947. Con Toral detenido y el cadáver de Obregón en su casa, su familia y amigos no quisieron que al cuerpo se le practicara la autopsia, por lo que se le preparó superficialmente para llevárselo a Huatabampo. Pero al no haber un documento fidedigno que estableciera de manera certera la causa de la muerte de Álvaro Obregón, lo único que tenían era el acta de Saldaña, con todas sus imprecisiones.
Esto provocó que con el paso del tiempo surgiera la traición al caudillo, del que se hizo eco Leopoldo Toquero veinte años después, probablemente consiguiendo el acta de Saldaña de manos de Manuel Múzquiz, o de alguna otra persona.
Hay dos aspectos en este caso que llaman mi atención: primero, Toquero deja claro que era reportero de Excélsior en 1928 y que le tocó cubrir el caso del asesinato de Obregón. Pero nunca hace referencia a lo que pasó después, durante el juicio a Toral, y que fue de vital importancia para la vida de su periódico.
El proceso a Toral se llevó a cabo el 3 de noviembre de 1928. Excélsior realizó una enorme cobertura del juicio, con un gran número de reporteros, caricaturistas y columnistas dedicados exclusivamente a informar sobre lo que estaba ocurriendo. El diario publicó la transcripción del juicio y contrató a un eminente abogado y político de la época, Querido Moheno, para que escribiera una columna sobre el caso.
Esto provocó la indignación de los grupos obregonistas, quienes dijeron que Excélsior, con su cobertura, estaba defendiendo a Toral y a sus cómplices, por lo que desde el Poder Legislativo impulsaron un boicot contra el diario.
Hay que decir que al momento del asesinato, muchos obregonistas creían que el presidente Plutarco Elías Calles era responsable de lo ocurrido y querían levantarse en armas nuevamente. Calles y su secretario de Gobernación Emilio Portes Gil, pudieron impedirlo, entre otras cosas, dándoles absoluta libertad para investigar el crimen.
Cuando llega el juicio en noviembre y Excélsior lo difunde, Calles encontró un “chivo expiatorio” en el cual pudieran los obregonistas descargar su ira por la muerte del caudillo. Aprovechando que el diario siempre tuvo una relación complicada con Calles y Obregón, el presidente “canalizó” la furia obregonista y permitió que la policía metropolitana impidiera la salida del periódico el 18 de noviembre de 1928. La entonces dueña de la empresa, Consuelo Thomalén viuda de Alducin (el fundador deExcélsior) tuvo que venderla ese mismo día para que Excélsior no desapareciera, y la nueva dirección tuvo que disculparse por haber informado de manera “antipatriótica” sobre el asesinato de Obregón.
Toquero nunca recuerda este hecho en la historia de su periódico, pero no dudo que Rodrigo de Llano, el director de Excélsior en 1947, lo tuviera presente, ya que él vivió esa crisis en la empresa, además de que en 1932 tuvieron que humillarse ante Calles para que él los ayudara económicamente y el periódico no desapareciera, víctima de malos manejos económicos.
La prueba está en que, cuando Calles murió en 1945, Excélsior no recordó la ayuda que recibieron del “Jefe Máximo”; sino que lo calificó como “el gran corruptor de la vida política mexicana”.
José de León Toral (en su celda)
LA FARSA DEL JUICIO
El 2 de noviembre de 1928 inicia la farsa de juicio a León Toral y manifestando su culpabilidad declara: “Me convencí de que era necesario que muriera” -el déspota Alvaro Obregón- “como lo manifesté en mi primera declaración; creí que era indispensable su muerte para el arreglo de la cuestión religiosa en México. Naturalmente teniendo libertad efectiva los católicos, en primer lugar; después los sacerdotes, porque contra ellos hay ciertas trabas; o en fin, cuando menos, es menor el número de sacerdotes que el de católicos, de manera, que , en realidad yo vi por el bien de todos los católicos de México , que son muchísimos… Así como estaba seguro y estoy seguro enteramente, sin ninguna prueba material ni celeste, de que era una misión de Dios la que yo tenía”.
Al día siguiente se lleva a cabo la segunda audiencia en la farsa de juicio contra él, quién narró durante ella el atroz y prolongado tormento a que fue sujetado, diciendo luego:
“Yo dije: si estos obran con buena intención y quieren ir hacia la verdad, hasta el fin de la verdad, tienen que convencerse de que yo obré por Dios, y entonces, posiblemente Dios, llegando hasta ellos, los toque y hasta ellos mismos salen beneficiados, que es mi mayor ilusión”… “Mi mayor petición era, o es, que me maten, que me abran el pecho, que vean mi corazón y que allí vean que tengo estampado que he dicho la verdad… El diablo tiene quien le ponga freno, y al general Obregón no había quien se lo pusiera. Pido que me perdonen el término, digo un freno moral, como se dice, un freno para el alma. Lo digo por las risas que oigo. Esto es muy importante, porque desde la Inspección de Policía hasta la fecha, habrán notado que en ninguna de mis palabras , ni de mis intenciones he ofendido al señor Obregón, fuera de haberle quitado la vida… Si ahora no se me cree, espero que algún día se me creerá, pero siempre se llega a eso, mi resolución será esperar el día del Juicio, en que todos nos encontraremos; para que Dios sea quien me juzgue o me justifique personalmente”.
Ese mismo día, después de esa audiencia, hizo las siguientes declaraciones el principal defensor jurídico de León Toral, el licenciado Demetrio Sodi:
“Desde antes del juicio, cuando se supo que yo me hacía cargo de la defensa de este pobre hombre, en quien cristalizó la angustia, la humillación y el dolor del pueblo mexicano, hechos carne viva y gesto de rebeldía ante el desprecio y la soberbia de los poderosos, he estado recibiendo una gran cantidad de cartas de todas partes de la República que pudieran formar un álbum histórico de palpitante interés. Son tantas y tantas que si las exhibiera en el Salón de los Jurados formarían sobre la mesa una montaña de papeles. Sin embargo, he apartado algunas, basado en el espíritu de justicia y equidad que me han hecho llegar a anciano con el nombre de un hombre honrado. Esas cartas que he apartado, son llamas vivas de un odio que no deben confundirse con las otras que llevan la sincera expresión del derechos de gentes que viven bajo un bello cielo y en un país que se dice libre, con leyes que lo rigen y hombres obligados a cumplirlas. En estas cartas se lanzan cargos y protestas a la vida del general Obregón. Una de ellas me parece sincera, aún a pesar de estar inspirada en un momento de coraje, pues, el que suscribe la carta me dice: “Licenciado Sodi: Cuando vemos que un hombre cargado de años como usted, sale a afrontar sin cobardías la defensa de quien diera muerte a uno de los hombres más poderosos que han pisado el suelo de México, los que no somos viejos queremos ir si es necesario al sacrificio… Le mando mi nombre y mi dirección, y estoy dispuesto a ir a la Cámara de Diputados a pedir que no se declare Benemérito de la Patria al General Obregón. Conteste y estoy a sus órdenes”. Pero como digo antes, estas y otras manifestaciones no quiero tocarlas, pues no pretendo echar leña a la hoguera donde arden los odios al extinto, ni menos traer su memoria por charcos de fango; lo evitaré. “
¡José de León Toral! ¡Mi defenso! ¡Pobre hombre sobre el que se ciernen todas las falsas mixtificaciones de nuestra política, víctima a la que se quiere inmolar, para satisfacer hipocresías! Sin embargo, para consuelo suyo, no está sólo, con él está este pobre viejo defensor que vio llenarse de canas su cabeza en las lides de la justicia, junto a los débiles y a los que sufrían y está también la esperanza de los que no han perdido la fe”.
Es de un posible y sincero obregonista, que escudado en el anonimato me amenaza y termina con esta frase: “¡He de tener el gusto de ver arrastrar sobre el empedrado de las calles el viejo cráneo del licenciado Sodi!” Pero anónimos o firmados los ataques, responderé con palabras cristianas: “Hay que ser como el sándalo, que perfuma la planta que lo hiere”.
Pero añadía el valeroso abogado defensor del magno tiranicida en autógrafo de ese mismo día:
“Con la defensa están las conciencias y las aspiraciones de la Nación entera. Los católicos por su fe y amor a Cristo rey, los incrédulos e indiferentes, porque como hijos de un país regido por las leyes, quieran la santa y sublime libertad de conciencia”.
EL FUSILAMIENTO
León Toral finalmente es condenado al paredón. La fecha marcada es el 9 de febrero de 1929. Antes del fusilamiento todavía alcanza a escribirle estas últimas líneas a su madre:
Sra. María de la Paz Toral de De León.
Mamacita querida:
¡Hágase la voluntad de Dios!
¡Fuerte mamá por el Señor!
¿Qué es la vida?, ¿qué es el cielo? Mamacita, por mí no tenga pena… cuídese usted. Viva aún lo que Dios quiera; recuerde que María Santa sobrevivió muchísimos años a Jesús su hijo… Seguramente no durará lo que Ella, pero ánimo mamá. Lo que dispongan de arriba.
Perdóneme todas mis faltas contra usted; Dios le dé una gran gloria por tanto que hizo por su hijito consentido.
Fusilamiento de José de León Toral
El sacerdote Rafael Soto entra a la celda para aplicarle los últimos auxilios espirituales. Confiesa y absuelve al homicida que la justicia humana condenó. Al salir de ahí se topa con los reporteros.
–¿Y cómo está José de León Toral? –le preguntan.
–Tranquilo, asombrosamente tranquilo. Habla con facilidad de diversas cosas. No le falta a su pensamiento seguridad y aplomo –contesta el sacerdote.
Después entra a la celda un oficial moreno, de largos bigotes estilo káiser; es el capitán José Rodríguez Rabiela, al mando del pelotón de fusilamiento, quien le pregunta a De León Toral al momento de llevárselo:
–Y bien, ¿qué siente usted?
–Nada.
–¿Nada?
–Sí, nada; no tengo ninguna impresión, porque yo ya no estoy aquí.
Ya frente al pelotón, con los potentes máusers de fabricación rusa apuntándole, De León Toral pone los brazos en cruz y con los ojos abiertos va a gritar “¡Viva Cristo Rey!”, pero sólo alcanza a exclamar: “¡Viva…!”, porque la voz de fuego se le adelanta.
Ocho balas atraviesan su pecho. Cae muerto. Aun así, el capitán Rodríguez Rabiela se acerca a darle el tiro de gracia.
¿QUE PASA DESPUÉS?
Toda una ceremonia masónica el funeral de Obregón
De León Toral mantuvo ante la muerte la misma serenidad que el sacerdote jesuita Miguel Agustín Pro, su fuente de inspiración y quien, en 1988, fue beatificado por el Papa Juan Pablo II por ser mártir de la fe, como otros participantes de la Cristiada.
Para igualarlo con ellos, en 2001 un grupo de familiares y simpatizantes de José de León Toral intentaron abrir su causa de canonización en el Arzobispado de México. Para lograrlo inauguraron el Centro de Estudios Históricos José de León Toral en una vieja casona de la colonia Santa María la Ribera, muy cerca de donde vivió. Ahí exponían algunos de sus dibujos y escritos, acuñaron monedas de plata y elaboraron otros objetos conmemorativos.
La religiosa Esperanza de León, hija de José, comentaba entusiasmada: “Mi padre es un santo, un mártir, un héroe que ofreció su vida por la causa de Cristo. Para mí y para mi familia está en lo más alto del cielo”. Y Jorge de León, sobrino, decía que “sacrificó su vida con fines religiosos” pero que el “tiranicidio” que cometió ha sido un “tema tabú dentro de la Iglesia”.
El arzobispado les dio el portazo. Ni siquiera aceptó abrir el proceso de canonización. “¡La Iglesia no canoniza asesinos! Uno de sus mandamientos es precisamente: ‘¡No matarás!’. León Toral no es mártir porque asesinó. Si Obregón era pecador, tuvimos que buscar su conversión, no su muerte”, argumentaba el sacerdote Gerardo Sánchez, encargado de la Comisión para las Causas de los Santos del arzobispado.
En su viaje a México, programado para fines de marzo próximo, el Papa Benedicto XVI estará solamente en el Bajío, epicentro de la revuelta cristera. Presidirá la máxima concentración religiosa al pie del Cerro del Cubilete, lugar emblemático de los cristeros. Saldrán sin duda a relucir los nombres de sus mártires, pero no el de José de León Toral.
Su caso sigue siendo tema tabú para la jerarquía católica.
Es el mártir incómodo de la Iglesia mexicana.
+*+*+
Ecce Christianus
Marcadores