2 - El lenguaje natural: escribir como se habla; lo contrario es afectación. El vocabulario natural o popular. Exaltación del Refranero: su valor. Su incorporación al lenguaje literario. Su autoridad en pureza de expresión. Su autoridad en la estética del lenguaje: concisión y encarecimiento. Otras cualidades del nuevo estilo ajenas al Refranero. El habla natural toledana como dechado para los escritores del nuevo español. El toledano artístico como dechado del lenguaje general. Aparición de la idea del lenguaje cortesano o artístico a-geográfico como dechado del buen decir.
Son aquellos los tiempos del Renacimiento, en los que se exalta la Naturaleza y por tanto el lenguaje en su forma pura o natural. La naturalidad –basada en la lengua corriente- es entonces la norma suprema del estilo. “El estilo que tengo –dice Valdés- me es natural y sin afectación ninguna.” Hay que escribir, pues, como se habla, siempre que se hable con naturalidad o llanamente (6).
Lo contrario, el lenguaje artificioso, piensan todos que es afectación, “odiosa a todo el mundo”, dirá Castiglione, “de la que hay que huir como de pestilencia”, dirá Boscán, “la que no está bien en ninguna lengua”, dirá Valdés.
Claro es que el amor de los escritores por la lengua vulgar no les lleva al extremo de aceptarla íntegramente, sin excluir lo que en ella estimasen plebeyo. Todos creen indispensable la selección: el usar lo mejor de la lengua hablada corrientemente, escogiendo elementos no sólo de la lengua hablada por todos, sino incluso aquellos propios de la lengua de la aldea, del pueblo, que por fuerza ha de ser la más natural. Porque ya decía el refrán: “So el sayal hay al”, o como dice un adagio latino: “Debajo de capa vieja, muchas veces habita la sapiencia”.
Nada tiene por tanto de extraño, que hombre tan exquisito como Garcilaso emplee en sus versos expresiones tan populares como daca, dizque o cargar la mano etc.
Más las expresiones vulgares que mayor carácter dieron al estilo español fueron los refranes, dichos agudos, lacónicos y sentenciosos, tesoro grandioso y único de nuestra lengua popular. En ellos descubrieron, primero, una ingénita sabiduría que consideraban como eco de la sabiduría natural de aquella Edad de Oro imaginada por los griegos y adorada por el Renacimiento; segundo, un tipo de expresión exclusivo de España (7); tercero, una pureza o corrección tal, como para elevarlos a la categoría de autoridades de la Lengua, y cuarto, una tan sublime belleza natural en la forma de expresión, como para fundar en ellos la estética del nuevo estilo.
De ahí que los escritores incorporen al lenguaje literario los refranes –con mayor arte y entusiasmo que antes- intercalándolos a cada momento en la prosa y aun en el verso, como lo hace Garcilaso cuando pone en sus Eglogas: “No hay mejor cirujano que el bien acuchillado”, “A quien no espera bien, no hay mal que dañe”... Pues todos piensan que “los refranes aprovechan para el ornato de nuestra lengua y escriptura, y son como piedras preciosas saltadas por las ropas de gran precio” (Mal Lara, Filosofía Vulgar).
Por los refranes –considerados como formas correctas del lenguaje- se guían además- según hemos dicho- para toda cuestión de pureza de expresión. Por todo esto, si en un refrán se usa una determinada palabra o forma gramatical, nadie puede poner reparos a su empleo (8).
La autoridad lingüistica de España fue, pues, el Refranero, obra de la naturaleza, mientras para Italia lo fueron Petrarca y Bocaccio con su obra de Arte.
De los refranes, finalmente, deducen las normas estilísticas del nuevo castellano. Por ejemplo, la de la concisión. “Todo el bien hablar castellano –dice Valdés- consiste en que digáis lo que queréis con las menos palabras que pudiéredes”, es decir, con tan pocas palabras como en los refranes, uno de los cuales dice así: “Al buen entendedor breve hablador”. Mas también nos enseña el Refranero que a la concisión no ha de ofender el encarecimiento o la elegancia; de ahí que en el lenguaje de entonces sientan todos –incluso el propio Emperador- tanta afición a emparejar vocablos sinónimos o análogos. Garcilaso dice, por ejemplo: “No hay bien que en el mal no se convierta y mude”, “oh, modo de matar penoso y triste”... El Emperador empareja los vocablos de la misma manera y dice “paz y sosiego”, “paganos e infieles”, prueba y testimonio” etc.
No salen, en cambio, del Refranero otras normas que rigen el estilo de entonces; sobre todo la de la claridad, pues precisamente en el refranero está el germen del estilo conceptuoso que ha de triunfar en el siglo siguiente (9).
Elevada a sí el habla vulgar a la más alta categoría, al considerarla como base esencial de la lengua literaria y general, un problema ya antiguo se agudiza ahora: el de la falta de unidad fonética y léxica dentro del mismo castellano, pues no se hablaba lo mismo en Castilla la Vieja que en Castilla la Nueva, Andalucía, Aragón ...(10), a pesar de hablarse en todas partes castellano: en Toledo decían, por ejemplo, hazer (con h aspirada y z sonora), mientras en Burgos decían acer (sin aspiración alguna y confundiendo z y ç); o sea que en Toledo conservaban los antiguos sonidos zy ç, s y ss, j y x, mientras en Burgos los confundían pronunciándolos exactamente como hoy. Y en cuanto al léxico, en Toledo decían, por ejemplo, albacea, ataifor, almutacén..., mientras que en León no conocían tales voces, pues cada región incorporaba al castellano reliquias o expresiones de lenguas y dialectos extinguidos.
Tanta variedad –no conveniente a una lengua común de civilización- tenía que salvarse acatando todos como modelo fonético y léxico del castellano perfecto el de una determinada ciudad, de la misma manera que los romanos acataron el latín de su capital.
En España, la nueva Roma de nuestro Imperio lingüistico no podía ser otra que Toledo, Caput Hispaniarum, vieja capital de los godos, también, a veces, nueva capital del Imperio regido desde su Alcázar, antigua oficina del castellano, relicario de nuestra historia, enriquecido y embellecido a la sazón por el Emperador. Y, en efecto, el castellano vulgar de Castilla la Nueva, el de Toledo, fue considerado entonces como modelo, con su h aspirada y con sus otros sonidos mencionados (11); el habla de la Corte, o sea el toledano del toledano Garcilaso, hecho obra de arte por unos cuantos.
Y ese fue el castellano que pasó a América, donde todavía se conservan sonidos característicos del mismo.
Bien es verdad que esa obra de arte se retocó y completó después por artificio de muchos que discrepaban respecto de la autoridad geográfica. Por eso ya apunta la idea de que la mejor habla es “la de la casa real de los Reyes”, como decía Hernández de Oviedo, dando así a entender do quiera que estuviesen, ya fuera Toledo, ya en otra ciudad (12). Aun iba más lejos el médico Villalobos, que, atreviéndose a criticar algunas formas toledanas, daba como autoridad un “habla de arte” sin adaptaciones a modalidades geográficas ni cortesanas.
(6) Porque lo escrito –como dice Castiglione- no es otra cosa que una forma de hablar”. Por eso dice Valdés: “Escribo como hablo, solamente tengo cuidado de usar vocablos que signifiquen bien lo que quiero decir y dígolo cuanto más llanamente me es posible”. No son raras en los libros de entonces las advertencias de los escritores de escribir llanamente; Villalobos por ejemplo, comienza diciendo: “Esto se hizo en lenguaje llano, sin retórica ni afectación alguna...” (Libro intitulado Los Problemas)
(7) Tan español y único es el Refranero, que los italianos que dialogan con Valdés no saben lo que son los refranes. Coriolano pregunta a Valdés: “¿Qué cosa son refranes?” – Valdés: “Son proverbios o adagios...” - Coriolano: “¿Son como los latinos y griegos? – Valdés: “No tienen mucha conformidad con ellos.”
En el siglo XIX un norteamericano, Ticknor, no se explica la abundancia y el origen de nuestro Refranero y apunta la idea de un probable origen árabe. La admiración de Europa hacia el Refranero español, divulgado desde el marqués de Santillana e incorporado a nuestro lenguaje literario, indudablemente, fue el estímulo que movió a Erasmo (+1536) a buscar en los escritores de la antigüedad Adagia o proverbios que él consideraba, lo mismo que a los refranes, como procedentes de una misma filosofía natural; por ello decía: “Debo a España más que a los míos ni a otra nación alguna”.
Por lo demás, la equiparación entre las sentencias antiguas y el refranero es peligrosa: los refranes españoles nacieron, al decir de Valdés, “entre viejas tras del fuego, hilando sus ruecas; y los griegos y latinos, entre personas doctas”. Y aun es más: “Habemos de entender –decía hiperbólicamente Mal Lara en su Filosofía Vulgar- que antes que hubiese filósofos en Grecia, tenía España fundada la antigüedad de sus refranes”.
(8) “Lo más puro castellano que tenemos son los refranes”; “En los refranes se ve mucho bien la puridad de la lengua castellana”, dirá Valdés, no sin añadir que “lo mejor que tienen es ser nacidos en el vulgo”. Valdés invoca constantemente la autoridad del Refranero en sus explicaciones sobre voces o giros. Véase por ejemplo, cómo le interrumpe su interlocutor Coriolano: “Paréceme que os aprovecháis bien de vuestros refranes o como los llamáis”. A lo que Valdés responde: “Aprovéchome dellos tanto como dezís porque , aviendoos de mostrar por un otro exemplo lo que quiero dezir, me parece sea más provechoso mostrároslo por estos refranes , porque oyéndolos los aprendáis, y porque más autoridad tiene un exemplo de estos antiguos que un otro que yo podría componer”.
(9) Diáfana es toda la literatura de la época imperial, porque aquellos hombres no concebían la oscuridad como no la concebía en el siglo XIV don Juan Manuel. Claridad aconsejaba Castiglione; falta de claridad es lo que con más ahinco criticaba Valdés: Juan de Mena no le gusta porque “escrivió tan oscuro que no es entendido”. Castillejo no creía, en cambio, en la claridad de los poetas petrarquistas y contra Garcilaso escribía:
“Nuestra lengua es muy devota
de la clara brevedad
y esta trova a la verdad
por el contrario denota
oscura prolijidad”.
(10) Ya lo dice el propio Valdés en su “Diálogo”: “La lengua castellana se habla no solamente por toda Castilla, pero en el reino de Aragón, en el de Murcia, con toda el Andaluzía y en Galizia, Asturias y Navarra, y esto aun hasta entre la gente vulgar, porque entre la gente noble tanto bien se habla en el resto de Spaña, cada provincia tiene sus vocablos propios y sus maneras de dezir...”
(11) Conocida es la apología del habla toledana que hace Melchor de Santa Cruz. No es recordada, en cambio, la de Lucio Marineo Sículo, en su obra dedicada a Castiglione, “De las cosas memorables de España” (Alcalá,1533) : “Adonde más polida y copiosamente se habla (el español) es en las principales cibdades del Andaluzía y mucho más en Castilla principalmente en el reyno de Toledo, aunque es toda muy prima desde la cibdad de Sevilla hasta Burgos y Çaragoça de Aragón. Creo ser la causa desto porque en esta región que contiene quasi el medio y la tierra más fértil de toda España... o porque también en las cibdades de esta región moran comúnmente los príncipes y otros muchos señores y caualleros que hablan más polidamente que otros...”; Y más abajo: “Llámase castellana porque donde más polidamente se habla y donde más perfecta quedó es en Castilla”.
(12) “Allí (en Toledo) es donde se habla mejor nuestra lengua... E donde mejor que en Toledo se habla es en la casa real de los reyes.” (Quincuagenas). El propio Valdés distingue ya la autoridad de Toledo y la autoridad de la corte: los interlocutores de Valdés acuden a él confiados, “no sólo por ser hombre criado en el reino de Toledo, sino también en la corte de España” (Diálogo, 33)
Marcadores