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Tema: La Batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571)

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    La Batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571)

    La Batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571):
    La gran victoria naval en el Mediterraneo
    «Vuestra Majestad debe mandar se den por todas partes infinitas gracias a nuestro Señor por la victoria tan grande y señalada que ha sido servido conceder en su armada, y porque V.M. la entienda toda como ha pasado, demás de la relación que con esta va, embio también a D.Lope de Figueroa para que como persona que sirvió y se halló en esta galera, de manera que es justo V.M. le mande hacer merced, signifique las particularidades que V.M. holgare entender; a él me remito por no cansar con una misma lectura tantas veces a V.M.»
    Encabezamiento de la primera carta de D.Juan de Austria
    a Felipe II después de la batalla de Lepanto.

    El Mediterráneo en el siglo XVI


    Desde que los otomanos unificaran el Islam desde la península de Turquía, sus conquistas en Europa se sucedieron una tras otra ocupando Macedonia, Bulgaria, Serbia y Bosnia. En 1453 cayó Constantinopla, el último recuerdo del Imperio Romano de Oriente, seguida de Valaquia, Besarabia, Bosnia y Hungría hasta que en 1529 los jenízaros fueron detenidos ante Viena. En el Mediterráneo la situación era análoga, las galeras turcas imponían su ley y las incursiones berberiscas desde Túnez, Argelia y Marruecos no respetaban ninguna costa.

    En los tiempos del Sultán Solimán la política de la Sublime Puerta en el Mediterráneo Occidental tuvo como objetivo Italia, por lo que tarde o temprano habría de chocar con los intereses españoles. En 1565 Solimán atacó Malta, un enclave que aseguraba el paso por los estrechos del Mediterráneo Central y una plataforma excelente para empresas sobre Italia. La expedición organizada por el virrey español de Sicilia consiguió levantar el asedio turco convirtiéndose en la primera victoria de los ejércitos cristianos en muchos años, demostrando que la flota turca no era invencible si se le oponía una fuerza organizada.

    En 1566 llegó al trono de la Sublime Puerta el Sultán Selim, quien alentaba la idea de una guerra santa con argumentos religiosos panislamistas muy semejantes a los argumentos contrarreformistas de Felipe II.

    Selim ayudó a Dragut, bey de Argel en sus expediciones contra Túnez y La Goleta y al mismo tiempo preparó una ofensiva contra los puntos estratégicos del comercio europeo en Oriente. El principal de estos enclaves era Chipre, clave de los intereses económicos de Venecia.

    Durante la Edad Media Venecia se convirtió en una ciudad-estado dirigida por una corporación de comerciantes y banqueros que alcanzaron la prosperidad vendiendo en Europa los productos que traían desde India y China. Los venecianos disponían de una larga cadena de bases comerciales y puertos en Dalmacia, el Mar Egeo y el Mediterráneo Oriental. Para proteger estas posesiones los venecianos más que a la guerra recurrieron a su diplomacia, que no dudaba en repartir regalos y sobornos con generosidad.

    A comienzos del siglo XVI el monopolio de Venecia fue roto por los portugueses con sus rutas circunnavegando África mientras que desde 1522 con la caída de Rodas, los turcos se fueron haciendo con las posesiones venecianas. Los venecianos comprendieron que acabarían por perder todas sus bases, por lo que trataron de encontrar un acuerdo con el Sultán y, cosas de la Diplomacia, buscaron la ayuda de España y el Papa. Treinta años atrás se había formado una alianza entre España, el Papa, Génova y Venecia, que resultó derrotada por los turcos, siguiendo cada nación su propio camino hasta que con la elección como Papa de Pío V, firme partidario de frenar un hipotético imperio religioso musulmán en el Mediterráneo, se convocó una nueva Liga Santa.

    Tan pronto como las negociaciones comenzaron, surgieron los intereses particulares. Venecia pretendía formar rápidamente una expedición para recuperar Chipre, mientras que Felipe II deseaba una alianza a largo plazo que dominara el Mediterráneo para realizar expediciones contra los corsarios de Argel, Túnez y Trípoli. Pío V prometió a ambos financiar económicamente la gran flota que se proyectaba y en Febrero de 1571 se firmaron los Pactos entre la República de Venecia, España, la Orden de Malta y el Papa. La alianza tendría validez por un período inicial de tres años, durante el cual se reuniría una gran flota cuyo mando se otorgó a Don Juan de Austria, hermano bastardo del rey Felipe II.


    Don Juan de Austria, Generalísimo
    de las fuerzas de La Liga Santa


    "La vida en la galera, déla Dios a quien la quiera"

    Descendiente de las birremes y trirremes griegas y romanas, la galera cayó en el olvido durante la Edad Media, recuperando los venecianos su construcción en el siglo XIII para emplearla en lugar de las pesadas y lentas naves "redondas". Se construían con uno o dos palos de velas latinas y unos 25 remos por banda, y aunque cuando había ocasión la navegación se hacía a vela, los remos proporcionaban una movilidad esencial en combate y durante encalmadas o entrada a puerto. Se trataba del buque adecuado al Mediterráneo, aunque con mal tiempo un golpe de mar podía anegarla o quebrarla, por lo que las galeras sólo navegaban entre la primavera y el otoño, regresando en invierno a puerto.

    Como norma se asignaban cinco hombres para bogar en cada remo. La gente de remo o chusma, estaba formada por condenados por sentencia judicial o esclavos turcos y berberiscos, aunque también hubo remeros voluntarios o buenas boyas que solían ser galeotes que una vez cumplida su condena e incapaces de encontrar otro trabajo, volvían a la boga a cambio de una paga. A los galeotes se les afeitaba la cabeza para que fueran identificables en caso de fuga, aunque a los musulmanes se les permitía llevar un mechón de pelo ya que según su creencia, al morir, Dios les asiría del pelo para llevarlos al Paraíso. La ración diaria de alimentos suministrados a los galeotes consistía en dos platos de potaje de habas o garbanzos, medio quintal de bizcocho (pan horneado dos veces) y unos dos litros de agua. A los buenos boyas se les añadía algo de tocino y vino. Cuando se exigía un esfuerzo suplementario en la boga dura por el estado del mar o en vísperas de batalla, se daban raciones extra de legumbres, aceite, vino y agua.

    En una galera corriente la chusma estaba formada por unos 250 galeotes, a los que se le sumaba la gente de cabo divida a su vez en gente de mar y gente de guerra. La gente de mar eran marinos encargados de gobernar la nave y artilleros encargados de manejar las piezas de a bordo, incluidos entre la gente de mar y no de guerra. Estos últimos eran soldados y arcabuceros mandados por capitanes y por nobles e hidalgos, cuya misión era el combate. Sumando galeotes, marinos e infantes, una galera alistada podía sobrepasar ampliamente los 500 hombres, "acomodados" en buques de 300 a 500 toneladas.

    Una galera solía tener unos 50 metros de eslora por 6 de manga con una obra muerta era de apenas metro y medio. Disponían de una sola cubierta sobre la que la pasarela de crujía, construida sobre cajones de 1 metro de altura, comunicaba el castillo de proa y el de popa. En el interior de este cajón se estibaban palos, velas y cabulleria. El cómitre y sus alguaciles recorrían continuamente la crujía, encargados de marcar el ritmo de boga con tambores y trompetas y fustigando con los rebenques a los galeotes.

    A ambos lados de la crujía estaban los talares, cubiertas postizas de 3 a 4 metros de ancho que sobresalían dos metros por cada costado y sobre los que iban situados los bancos de los remeros. Los talares tenían una fuerte inclinación hacia fuera para favorecer la salida del agua embarcada por golpes de mar y por la lluvia y también los residuos de los galeotes. Allí se instalaban algunas piezas ligeras de artillería como culebrinas y falconetes para defender la línea de remos. Los extremos de los talares quedaban a un metro de la flotación y sobre ellos se apoyaban los remos, que medían unos 12 metros de largo sobresaliendo unos 8 metros del buque. Los remos se construían con dos o tres piezas de madera de haya y pesaban 130-150 kilos. Con semejante longitud y peso cada remo exigía al menos cinco hombres para ser manejado aunque por falta de gente esto se cumplía en contadas ocasiones.

    A proa, sobre el tajamar y a un metro sobre la flotación, se instalaba el arma exclusiva de la galera, el espolón, una robusta pieza de madera y de hierro que sobresalía 3 o 4 metros desde la roda, con la que se embestía al contrario sirviendo además como puente de abordaje. Tras el espolón se encontraba la tamboreta, una pequeña cubierta triangular para maniobra de anclas y de garfios de abordaje y desde donde se cargaban los cañones montados en la corulla, un lugar más elevado que la tamboreta. Sobre los cañones estaba la arrumbada donde se apostaba la infantería que debía saltar al buque enemigo. Estos espacios constituían el castillo de proa, que estaba defendido por una amurada. Los cañones estaban instalados sobre cureñas fijas, alineadas con el eje del buque, por lo que la puntería se hacía maniobrando el buque. Normalmente había cinco o seis cañones a proa, los más gruesos en el centro, disparando proyectiles de 36 libras. A ambos lados de estas piezas se instalaban otros dos pares de cañones de 8 a 16 libras. La artillería se solía cargar con metralla o proyectiles de piedra caliza que, al impactar contra el buque enemigo, se quebraban actuando como metralla, ya que no se buscaba dañar al buque sino provocar el mayor número de bajas para luego pasar al abordaje. Para combatir, la galera ponía proa al enemigo y a unos 20 ó 30 metros se disparaba la artillería. A esa distancia no había tiempo para recargar las piezas y con el máximo de fuerza que daban los remos, se embestía e inmovilizaba al contrario con el espolón y los soldados pasaban al abordaje para entablar la lucha que decidiría el resultado.

    A popa se encontraba la carroza, lugar reservado al jefe de a bordo. Entre la carroza y los talares había un espacio abierto que sobresalía por ambas bandas denominado espalda que constituía el vestíbulo de la carroza y en ella se situaban las escalas de acceso al buque. Detrás de la carroza, situados en una plataforma, los timoneles manejaban la caña del timón. Encima se instalaba la única luz de navegación, que consistía en uno o tres fanales dependiendo de la categoría de la nave. El casco estaba divido en unos quince comportamientos, el de más a popa destinado al capitán y el siguiente, la cámara que compartían los oficiales del buque. Galeotes y tripulación, soldados y artilleros, vivían al raso. Las galeras capitanas, que por razones de prestigio eran armadas personalmente por un comandante de escuadra, tenían algo más de eslora, instalándole unos cinco pares de remos adicionales y en las mayores, un tercer un palo y por supuesto, con una carroza mucho mayor y profusamente adornada.

    Para aumentar la capacidad artillera de las galeras, un arquitecto naval veneciano llamado Bresano, ideó las galeazas, grandes galeras de hasta 1500 toneladas cuyo aparejo combinaba velas cuadras y latinas. Sobre la bancada de remeros se dispuso una cubierta donde se instalaban unas quince piezas de artillería por banda. Los costados se cerraban delante de los cañones con una amurada de dos metros mientras que los castillos de proa y popa montaban diez o doce piezas que cubrían todo el horizonte. El total alcanzaba unas cincuenta piezas de artillería con lo que, en teoría, se había creado un buque temible con el que se podía maniobrar con independencia del viento y con una gran potencia de fuego. En la práctica, las galezas resultaban pesadas y poco maniobreras, navegando mal a vela y a remo. De hecho, las galezas que participaron en Lepanto llegaron a la zona remolcadas por galeras.


    Galeaza veneciana de hacia 1560


    La armada de la Liga


    En el puerto de Mesina se fueron concentrando galeras y naves procedentes de Barcelona, Valencia, Cartagena, Mallorca, Sicilia, Nápoles, Malta, Génova, Venecia, Corfú y Creta. España había enviado 90 galeras, 50 fragatas y bergantines y 24 naves de servicio, mientras que 12 galeras y 6 fragatas eran la aportación del Papa. Las naves de Venecia eran 106 galeras y galeotas, 6 galeazas y 20 fragatas.

    El 23 de Agosto de 1571 llegó Don Juan de Austria, acompañado por Don Luis de Requesens quien actuaba como consejero en temas navales, para hacerse cargo de la armada y pasó revista a las naves junto con Veniero, el comandante veneciano. Las galeras españolas se encontraban por lo general en buen estado y bien equipadas de artillería. Sin embargo, muchas de las naves venecianas tenían el casco en mal estado por tratarse de buques viejos que habían salido de la reserva, mientras que las de nueva construcción lo habían sido con muchas tolerancias a causa de las prisas, a lo que se añadía que sus dotaciones eran escasas y mal disciplinadas. De los venecianos escribía Requesens: "La chusma es voluntaria y descuidada y a cualquier parte que llega sale a pasear por tierra; y si por mal tiempo es necesario levar anclas, es fuerza esperar a los remeros, estando en peligro de perderse en cualquier borrasca y ha de ser trabajo intolerable navegar en su compañía porque es cosa extraña lo que tardan en hacer cualquier cosa. Todavía si tuvieren gente de pelea, se tomaría lo demás en paciencia; esperan que les llegue de Calabria, pero yo temo que tardará demasiado y que no llegará la décima parte que ha de menester". Don Juan de Austria dispuso que cada galera llevara ciento cincuenta soldados y cada galeaza quinientos y como las dotaciones venecianas eran escasas se acordó que españoles e italianos pasaran a estas galeras.

    Los efectivos embarcados por la Liga se repartían entre 13.000 marineros, 43.000 galeotes y 31.000 soldados. De éstos 6.197 hombres eran españoles, encuadrados en 14 compañías del Tercio de Granada al mando del Maestre de Campo Don Lope de Figueroa, embarcadas en galeras de España y Nápoles; 10 compañías del tercio de Nápoles a cargo del Maestre de Campo Don Pedro de Padilla, a bordo de las galeras de Nápoles y Mesina; del Tercio del caballero valenciano Don Miguel de Moncada cuatro compañías en cinco galeras españolas y dos compañías, mandadas por Don Diego Osorio y el capitán Melgarejo, embarcados con el genovés Gian Andrea Doria al servicio de España; y nueve compañías del Tercio de Sicilia al mando del Maestre de Campo Don Diego Enriquez, en las galeras de Sicilia.

    Hay que sumar 1.514 españoles que fueron a reforzar las galeras venecianas y 4.987 alemanes de las Coronelías del Conde Alberico de Lodrón y del Conde Vinciquerra de Arcos embarcados en galeras de Don César de Avalos, Andrea Doria, Juan Ambrosio Negrón y en las naos de servicio. Los italianos al servicio de España se encontraban en tres coronelías. De la mandada por Paulo Sforza, embarcaron 2.719 hombres de cinco compañías en las galeras de Andrea Doria, Génova y Saboya y 2.512 soldados de otras cinco compañías pasaron a las galeras de Venecia. De la coronelía de Vicencio Tutavila, seis compañías fueron a las galeras de Venecia y cuatro a las de Nápoles, mientras que las compañías de la coronelía de Segismundo Gonzaga fueron a las galeras venecianas y a las de Jorge Grimaldi. En total iban al servicio de España unos 20.000 hombres, 8.000 al servicio de la República de Venecia y 2.000 reclutados por el Papa mandados por Honorato Gaetano y unos mil capitanes y caballeros que llegaron de toda Europa.

    A Mesina llegó Monseñor Odescalco obispo de Pena, portador de las indulgencias que el Papa concedía a todos los embarcados junto con un relicario que contenía astillas de la Vera Cruz a distribuir entre las capitanas de la armada. Se prohibió embarcar mujeres y se publicó un jubileo para el cual se ayunó durante tres días, haciendo confesión general y recibiendo la Eucaristía. La armada de la Liga recibió como insignia un estandarte azul decorado con Cristo crucificado y la Virgen de Guadalupe y los escudos de España, el Papa y Venecia.


    Estandarte que sirvió como insignia de la armada de La Liga Santa

    El día 15 de Septiembre, Don César Dávalos fue destacado hasta la isla de Corfú como vanguardia con un cuerpo de galeras marinadas por Gutiérrez de Argüello. La salida definitiva se realizó al día siguiente y la armada fue despedida con el repique de las campanas de Mesina y salvas de los castillos. Las naves alcanzaron mar abierto para extenderse por diez millas y allí la marcha se coordinó con la de las lentas naos de servicio y la de las grandes galeazas que no podían usar sus remos, pues para mover tales moles la chusma se agotaba con rapidez, por lo que cuando no disponían de viento favorable fueron remolcadas por otras galeras.

    Para la navegación se dispuso que la armada se organizara en un grupo de exploración y cuatro escuadras. La escuadra de descubierta formada por tres galeras españolas y cuatro venecianas al mando del catalán Don Juan de Cardona, navegaría ocho millas por delante de la flota para reconocer cualquier nave que se sospechara enemiga. La primera escuadra o cuerno derecho mandada por Gian Andrea Doria, formada por 25 galeras de Venecia, 26 españolas y dos del Papa, izando una insignia verde en la capitana y banderas triangulares del mismo color en las demás galeras. La segunda escuadra o cuerpo de batalla formaría con 64 galeras al mando de Don Juan de Austria, quien izaría una insignia azul en La Real siendo ese color el distintivo de las otras naves. La tercera escuadra o cuerno izquierdo quedaría al mando de Agostino Barbarigo con 53 galeras con distintivos amarillos. La escuadra de retaguardia, con 30 galeras al mando de Don Álvaro de Bazán, navegaría con distintivos blancos una milla detrás de la flota para recoger las naves retrasadas. Las seis galeazas venecianas al mando de Francesco Duodo, irían por parejas entre las escuadras, repartiéndose las galeras el trabajo de remolcarlas.

    El 27 de septiembre la armada llegó a Corfú, donde los venecianos esperaban recoger 6.000 mil hombres, pero en vano, ya que había sido atacada por los turcos doce días antes. La escala siguiente fue Gomeniza en Albania, para hacer aguada y para que galeazas y naos retrasadas se reagruparan. Allí, Don Juan envió a Andrea Doria a pasar revista a la flota y cuando le llegó el turno a la capitana de Venecia, Veniero, enemistado con él, se lo prohibió advirtiéndole que de pisar la nave, mandaría ahorcarlo. Don Juan, al ponerse en duda su autoridad estuvo a punto de mandar ejecutar a Veniero, lo que sin duda hubiera roto la alianza, por lo que finalmente envió a Marco Antonio Colonna, el comandante pontificio.

    La flota hizo otra escala en la isla de Cefalonia donde encontraron un bergantín veneciano por el que se supo que Famagusta, en Chipre, se había rendido dos meses atrás. Los turcos habían hecho esclavos a los soldados, ejecutando a los oficiales, mientras que a Marco Antonio Bragadino, comandante de la plaza, le cortaron la nariz y las orejas para luego ser desollado vivo y su piel rellena de paja, colgada en la nave insignia turca. Cuando la flota cristiana se encontraba en esta isla, el corsario Karah Kodja se adentró una noche con una fusta pintada de negro para contar el número de naves enemigas, pero a Alí Pachá le dijo que sólo había 150 galeras, seguramente para no alarmar a los suyos.

    Llegaron noticias de Gil de Andrada, quien había sido enviado con cuatro galeras para localizar al enemigo, de que la flota turca estaba concentrada en los golfos de Corinto y Patrás, que los italianos conocían conjuntamente con el nombre de Lepanto. En la galera de Barcelona La Real se celebró consejo de guerra en el que Andrea Doria y Requesens fueron partidarios de no presentar batalla. Don Juan de Austria los desoyó diciendo: "Señores, ya no es hora de debates sino de combates".


    Grabado italiano mostrando el Golfo y el puerto de Lepanto

    Para la batalla se dispuso que cuando La Real hiciese señal, las galeras de vanguardia debían retroceder para incorporarse a las escuadras, que a su vez habrían de adoptar el orden convenido, enviándose fragatas para comprobar que cada cual ocupaba su posición. La formación elegida para el combate sería la misma que para la navegación. En el ala derecha, Gian Andrea Doria; en el ala izquierda, Agostino Barbarigo y en el centro, Don Juan de Austria a bordo de La Real y flanqueado por las capitanas de Venecia y del Papa, y las galeras de los príncipes de Parma y de Urbino. Las galeazas debían pasar adelante para formar la línea de vanguardia mientras que Don Álvaro de Bazán debía maniobrar con su escuadra hacia el sitio en que la armada fuera más débil, confiando a su experiencia el modo de mejor hacerlo. Los galeotes cristianos fueron liberados para que se hicieran dignos de su libertad empuñando las armas. La artillería se dispararía para causar el mayor daño, pero reservando dos piezas para el momento en que las armadas se embistieran. Se acordó desplegar la escuadra a la entrada del golfo de Patrás e izando banderas de combate, esperar durante dos horas para retar al enemigo. Si no aparecía, se haría como desafío una descarga de artillería.

    La armada reunida por los turcos para la conquista de Chipre estaba formada por cien galeras al mando de Alí Pachá aconsejado por el marino Mohamed Bey y el corsario Uluch Alí, antiguo fraile italiano. Una vez que supo de la concentración de naves cristianas en Mesina el sultán Selim ordenó enfrentarse al enemigo y para ello, Alí Pachá llevó su flota al golfo de Lepanto, lugar elegido para que se concentraran todas las naves disponibles. Se confiscaron provisiones y leña y se decretaron levas para reforzar a los remeros. Llegaron jenízaros de las guarniciones de Grecia y la flota turca recibió como insignia un estandarte de seda verde elaborado en La Meca, adornado con la Media Luna y versículos del Corán.

    Las naves reunidas por los turcos sumaron 245 galeras, muchas de ellas de 28 y 30 bancos, y 70 galeotas y un gran número de fustas y otras pequeñas naves. En ellas habían embarcado 13.000 marineros, 45.000 galeotes y 34.000 soldados, aunque de éstos, menos de 3.000 eran jenízaros armados con arcabuces. Hay que tener en cuenta que éstas eran las únicas armas de fuego disponibles en la armada turca, estando el resto de combatientes armados con arcos y flechas envenenadas, efectivas sólo a corta distancia. Además, en las galeras cristianas se levantaron unas defensas hechas con redes y lienzos para servir de parapetos, que no tenían equivalente en las naves turcas. También los turcos disponían de menos artillería, 750 cañones frente a 1.215 en las naves de La Liga que con frecuencia eran de calibre superior.

    La flotilla de exploración de Karah Kodja anunció que la armada cristiana se encontraba a la entrada del golfo de Patrás impidiendo a la armada turca el acceso a mar abierto. Pertev Pachá y Uluch Alí recomendaron evitar el combate quedando al abrigo de los castillos de Lepanto. Alí Pachá se negó ya que el Sultán en persona había rechazado esa posibilidad ordenando entrar en combate a toda costa.

    El despliegue de la armada turca era similar al de la Liga con tres escuadras y una reserva. Del mando se encargaron Chuluk Bey, virrey de Alejandría y conocido por los cristianos como Mehemet Sirocco, con 55 galeras y una galeota en el ala derecha, lo que haría que se enfrentara a Barbarigo. El mismo Alí Pachá a bordo de La Sultana ejercería el mando del centro con 96 galeras y galeotas. El ala izquierda, que se enfrentaría a Andrea Doria, estaría al mando de Uluch Alí donde formarían 61 galeras y 32 galeotas en su mayor parte de corsarios berberiscos. Si bien la flota de combate turca era superior a la cristiana, la escuadra de reserva de Murat Dragut formada por 31 unidades, sólo contaba con 8 galeras.

    Al amanecer del 7 de octubre Alí Pachá dio orden de levar anclas para combatir y se dirigió a los cautivos cristianos: "Si hoy es vuestro día, Dios os lo dé, pero estad ciertos que si gano la jornada, os daré libertad. Por lo tanto, haced lo que debéis a las obras que de mí habéis recibido". La flota turca salía al encuentro de los cristianos con el viento a favor, lo que permitía dar descanso a sus remeros. Cuando la flota cristiana cruzaba el cabo Scropha los serviolas divisaron al enemigo a quince millas de distancia.


    "La más alta ocasión que vieron los siglos"

    Se oyó un cañonazo en el lado turco entendido por Don Juan de Austria como el desafío de La Sultana y ordenó contestar con otro desde La Real como señal que aceptaba el reto. Don Juan pasó a una fragata para comprobar el orden del ala derecha mientras Requesens hacía lo mismo en el lado opuesto. Don Juan se dirigió a los venecianos diciendo: "Hoy es día de vengar afrentas; en las manos tenéis el remedio a vuestros males. Por lo tanto, menead con brío y cólera las espadas". Dirigió a Veniero palabras afectuosas y éste le prometió esforzarse más que nadie en los sucesos que se avecinaban. A los españoles Don Juan les dijo: "Hijos, a morir hemos venido, o a vencer si el cielo lo dispone. No deis ocasión para que el enemigo os pregunte con arrogancia impía ¿Dónde está vuestro Dios? Pelead en su santo nombre, porque muertos o victoriosos, habréis de alcanzar la inmortalidad".

    Durante la mañana las escuadras completaron su despliegue y hacia las once el mar quedó en completa calma y el viento pasó a soplar de poniente, proa a los turcos, quienes tuvieron que arriar velas e impulsar sus naves a remo, operación en la que se desordenaron y consumieron tiempo. El número de naves y de combatientes, la determinación de capitanes y soldados indicaban que el combate sería tremendo, pero nadie se paró a meditar su suerte, ocupado cada uno en fijar sus ojos y sus cañones en el enemigo. Don Juan dio orden para que las galeazas pasaran una milla por delante de la armada y esperaran allí la llegada de los turcos. Recibieron éstos tal descarga que ciaron todos al mismo tiempo. Los remeros cristianos describieron a Alí Pachá a qué especie pertenecían tales naves y cuando éste comprendió que cada una equivalía a una fortaleza mandó aumentar la boga para pasar de largo cuanto antes, pero no lo hicieron sin que las galeazas hundieran dos galeras, dañando otras y desbaratando la formación turca sin que ésta pudiera volver a recomponerse.

    En este tiempo Uluch Alí adelantó su escuadra tratando de envolver al enemigo por un flanco para luego atacar por retaguardia. Andrea Doria adivinó sus intenciones y separó su escuadra para cortarle el paso pero lo hizo tanto que los turcos pensaron que huía y Don Juan le envió un mensaje advirtiéndole que dejaba el cuerpo principal sin cobertura. Mohamed Siroco con su escuadra trataba de hacer otro tanto, pues vio que entre el flanco contrario y la costa quedaba espacio suficiente para pasar con su escuadra a la espalda de Barbarigo. Éste, sin conocimiento del fondo y temiendo encallar en algún bajío, no cerró el hueco y Sirocco pudo introducirse por él.

    Cuestiones de honor exigían que los almirantes se enfrentaran directamente nave contra nave y en muchas ocasiones el resultado de este combate dictó la suerte de toda la batalla. Don Juan se adelantó con La Real y reconociendo la capitana de Alí por sus tres fanales y su estandarte, mandó bogar con más fuerza. El choque fue terrible y La Sultana llegó con su espolón hasta el cuarto banco de la cristiana, pero aún más terrible fue la matanza que hizo la artillería de La Real pues a la segunda descarga no quedaba nadie sobre la crujía de La Sultana. En La Real se embarcaron trescientos veteranos a los que se hizo sitio desmontando los bancos de los remeros y tras descargar sus arcabuces sobre los turcos se lanzaron al asalto de La Sultana. En dos ocasiones consiguieron pasar del palo mayor de la galera turca y en ambas hubieron de retroceder ante los contraataques de las tropas que recibían por la popa. La galera de Alí Pachá estaba apoyada las de Karah Kodja y Mohamed Saiderbey y otras siete galeras y dos galeotas. La Real por su parte debía haber sido apoyada por las capitanas de Venecia, del Papa, la del Príncipe de Parma y la del Príncipe de Urbino, pero éstas dos quedaron trabadas con galeras turcas, por lo que Don Juan solo contaba con las tropas de refresco de dos galeras.


    Combate entre La Real y La Sultana

    Las galeras de Sirocco tripuladas por pilotos conocedores de aquellas aguas alcanzaron la posición que habían buscado aún rozando sus quillas por la costa y consiguieron envolver a Barbarigo, quien vio su capitana atacada por seis galeras. El mismo Barbarigo recibió una flecha que le atravesó el ojo izquierdo y trasladado a su cámara habría de morir allí a los tres días. Acudió en su ayuda su sobrino Marino Contarini quién también moriría en el combate, estando su nave a punto de rendirse con casi todos sus ocupantes muertos o heridos. Mientras, Uluch Alí había conseguido alejar tanto la escuadra de Andrea Doria que las naves de Alí atravesaron la línea cristiana entre aquella escuadra y la de Don Juan. Siete galeras cayeron sobre la capitana de Malta, en la que sólo hubo tres supervivientes y otras diez galeras venecianas, dos del Papa y una de Saboya fueron capturadas por los turcos.

    El combate se había generalizado sin ningún orden, lanzándose unas galeras en persecución de otras; hubo naves turcas defendidas por españoles y corsarios berberiscos navegando con pabellón maltés y donde se veía una nave, al poco sólo quedaba un remolino que la tragaba. Hubo en el mar tantos muertos y despojos que las naves parecían haber encallado entre cadáveres. Las naves se quebraban con tanta facilidad como los cuerpos de los hombres, de los que sólo quedaba intacta su ira. Parecía como si se quisiera superar en destrucción a los elementos de la Naturaleza.

    La batalla entorno a La Real y La Sultana continuaba. Los refuerzos que recibía La Sultana habían conseguido rechazar hasta entonces a los asaltantes, quedando las cosas en un precario equilibrio. Gian Contarini embistió y hundió una galera turca que se dirigía contra Colonna mientras que las galeras de Juan Loredano y Catarino Malpieri fueron destruidas cuando se dirigían en ayuda de La Real. Llegó por fin Don Álvaro de Bazán y su capitana La Loba destruyó a cañonazos una galera turca y embistió a otra en la que él mismo dirigió el abordaje recibiendo dos balazos que no traspasaron su armadura. Venía también Don Juan de Cardona, quién se lanzó contra la galera de Pertev Pachá cuando éste estaba enzarzado con la de Paolo Ursino. La galera turca fue hundida y Pertev se dio por muerto, aunque lo más probable es que se escabullera de la acción. De la capitana de Génova solo pudo saltar un soldado español, Alonso Dávalos, al abordaje de una galera turca ganándola él sólo antes de recibir ayuda. En la enfermería de la San Juan de Sicilia se hallaba el sargento Martín Muñoz y saltando de la cama dijo que no quería morir de calentura, subió al abordaje de una galera donde mató a cuatro turcos. Pasado el palo mayor y herido de nueve flechas, una bala le arrancó una pierna y sentándose a morir dijo: "Señores, que cada uno haga otro tanto".

    Con los soldados que traía Don Álvaro los españoles por fin consiguieron pasar del palo mayor de La Sultana y conquistando el castillo de popa, el capitán Andrés Becerra se hizo con el estandarte turco. Alí Pachá recibió un disparo en la frente y un galeote de los liberados para combatir le cortó la cabeza y se la presentó a Don Juan ensartada en una pica. La noticia de la conquista de La Sultana y la muerte de Alí Pachá pasó de una nave a otra y los turcos comenzaron a dar por perdida la batalla. Karah Kodja se rindió a Juan Bautista Cortés y Mustafá Esdrí se rindió a la Toscana del Papa. La galera de aquél era la capitana pontificia capturada diez años atrás y como pagador que era Esdrí, a bordo llevaba los cofres de la tesorería de la flota turca. Otra galera turca la asaltaron Don Alejandro Torrella y Don Fernando de Sayavedra guiando a caballeros valencianos del Tercio de Moncada y en ella encontraron a los hijos de Alí Pachá, Mohamed Bey de diecisiete años y Sain Bey de trece. Llevados ante Don Juan, se echaron llorando a sus pies y aquél les consoló por la muerte de su padre, mandó que fueran alojados y que les llevaran ropa y comida preparada según sus creencias.

    Después de la muerte de Barbarigo y de su sobrino Contarini pareció que los venecianos iban a rendirse, pero tomando el mando Federico Nani consiguió capturar la galera del corsario Caurali y reanimar a los suyos. Se le unieron el conde de Porcia y el proveedor Canale y entre todos consiguieron hundir la nave de Mohamed Sirocco quien cayó al agua. Le recogió Gian Contarini, pero malherido y sin posibilidad de salvación, le cortaron la cabeza para abreviar su muerte. Llegaron las naves del proveedor Quirini y la escuadra de Sirocco acabó por desbandarse, embarrancando sus naves para huir por la costa.

    Aunque los turcos habían sido vencidos en el centro y en la izquierda, en la derecha Uluch Alí había logrado cercar la escuadra de Andrea Doria y allí los cristianos comenzaban a perder terreno en toda la línea. En la Piamontesa de Saboya en la que iba Don Francisco de Saboya todos su ocupantes fueron degollados. En la Florencia del Papa sólo hubo 16 supervivientes, todos ellos heridos. En la San Juan, también del Papa, murieron todos los soldados y los galeotes. En la Marquesa se hallaba enfermo un soldado de veinticuatro años que cuando supo que se iba a entrar en combate pidió a su capitán Francisco San Pedro que le colocara en el lugar más peligroso, pero éste le aconsejó que permaneciera en la enfermería. "Señores –contestó él- ¿qué se diría de Miguel de Cervantes cuando hasta hoy he servido a Su Majestad en todas las ocasiones de guerra que se han ofrecido? Y así no haré menos en esta jornada, enfermo y con calentura". Se le puso al mando de doce soldados en el esquife y combatiendo recibió dos heridas en el pecho y otra en la mano izquierda "que perdió su movimiento para gloria de la diestra".

    Así, el combate no se desarrollaba muy bien para Doria hasta que por fin apareció Don Alvaro de Bazán con la escuadra de socorro. Uluch Alí llevaba a remolque la capitana de Malta y viendo la llegada de las nuevas galeras, cortó los cabos con que sujetaba a su presa y comenzó la huida. Don Juan también dirigía sus naves en ayuda del ala derecha, cuando un grupo de 16 galeras turcas que no aceptaron ni la rendición ni la fuga, pusieron proa hacia las galeras que llegaban, pero Don Juan de Cardona les cortó el paso con tan sólo ocho galeras y acabó por desordenar el grupo atacante.

    Uluch Alí se dirigió hasta Lepanto reuniendo todas las naves que pudo. Las naves cristianas trataron de darles caza, pero a estas alturas de la batalla la gente de remo estaba tan agotada que se renunció a la persecución. Una vez en Lepanto, Uluch Alí incendió las naves supervivientes para evitar que fueran capturadas, aunque pudo conservar como trofeo el estandarte de la capitana de Malta. Eran las cuatro de la tarde y viendo que se estaba formando una tormenta Don Juan ordenó refugiarse en el puerto de Petala.

    A la mañana siguiente se hizo recuento. De la armada cristiana faltaban quince galeras, aunque hubo que desguazar otras treinta, entre ellas La Real, de tan grandes destrozos que habían soportado. Se apresaron 170 naves al enemigo, aunque días más tarde solo quedaban a flote 130. Se calculó que se hundieron 80 galeras y habían escapado hacia Lepanto 40 galeras y galeotas. Los venecianos habían tenido 5.000 muertos, los españoles 2.000 y 800 los del Papa, mientras que se hicieron 5.000 prisioneros entre los turcos y se calculó que habían tenido unos 25.000 muertos. También se rescataron unos 12.000 cautivos que llevaban en sus naves. Durante cuatro días se hicieron las reparaciones más urgentes y Don Juan aprovechó para redactar una relación de la batalla para el Rey Felipe que llevó Don Lope de Figueroa junto con el estandarte ganado a los turcos. También envió cartas al Papa y al Senado de Venecia, y Colonna y Veniero hicieron otro tanto.

    Don Juan quiso aprovechar la victoria para acometer alguna empresa mientras conservara la ventaja adquirida. Se celebró un consejo de guerra en el que hubo quien quiso suspender toda operación porque faltaba gente de guerra y de remo y el invierno estaba ya cercano; otros querían forzar el canal de Constantinopla y atacar la ciudad misma. Los venecianos pretendían actuar en Morea y promover sublevaciones en Albania, mientras que Don Juan prefería conquistar los castillos del golfo de Lepanto.

    Se acordó hacer esto último y el día 11 de octubre salieron Andrea Doria y Ascanio de la Corna para conquistar Santa Maura, pero al llegar allí consideraron que la toma del castillo obligaría a un esfuerzo que superaría el beneficio de conservarlo. Finalmente se decidió que cada cual volviera a sus puertos para pasar el invierno. El día 22 llegó la armada a Corfú donde se repartieron las presas y el 28 se dividieron las escuadras. Don Juan llegó el 31 a Mesina para invernar en Sicilia y Don Álvaro de Bazán fue a Nápoles. Colonna se dirigió a Roma y Veniero aún permaneció en Corfú antes de volver a Venecia.


    Ni conclusiones ni enseñanzas

    El Sultán Selim al conocer la derrota se limitó a decir: "Me han rapado las barbas, ya crecerán con más fuerza" y durante el invierno se reunieron más de doscientas galeras que se pusieron al mando de Uluch Alí quien durante la batalla había conseguido el único trofeo para el Sultán.

    El día 1 de Mayo de 1572 murió Pío V y aunque se temió que su sucesor Gregorio XIII no continuara con los pactos, se volvió a alistar una gran armada, pero pronto reaparecieron las disensiones. Venecia pretendía una nueva expedición que asegurara sus posesiones y recuperara las perdidas. España pretendía que se realizara contra África, por lo que Felipe II reservó a Don Juan para esta expedición hasta el último momento. Mientras, la armada de La Liga con 126 galeras y 6 galeazas al mando de Colonna y Juan de Cardona trataba de combatir con Uluch Alí. El 7 de Agosto lo encontraron ante el cabo de Malio donde sólo hubo escaramuzas y el día 10 ocurrió lo mismo ante el cabo Matapán. Finalmente llegó Don Juan con 55 galeras y dos galeazas y el 8 de Septiembre consiguió bloquear a la armada turca dividida entre el puerto de Modon y el de Navarino. Uluch Alí permaneció al abrigo de los castillos y no se llegó a combatir. Cercano ya el invierno, Don Juan dio la orden de regresar a las bases.

    Los venecianos sabiendo que al año siguiente la armada que se reuniera ya se dirigiría contra África tal y como deseaba Felipe II, llegaron a un acuerdo con el Sultán por el que éste conservaría todas las conquistas realizadas y Venecia pagaría 300.000 ducados durante tres años. La Liga quedaba de hecho disuelta y Don Juan de Austria mandó sustituir en su galera el estandarte que la representaba por el español. Don Juan conquistó Túnez en 1573, pero un año más tarde la plaza cayó ante una escuadra turca mayor que la reunida en Lepanto. El Sultán ensalzó aquella victoria por todo el Islam como su triunfo definitivo y a partir de aquel momento los luteranos recabaron más atención por parte de Felipe II, por lo que el norte de África fue olvidado definitivamente.

    La batalla de Lepanto cerró el capítulo del Mediterráneo en la Historia Universal ya que a partir de entonces los asuntos del mundo se resolverían en el Atlántico. Cuando esto se produjo, España se encontraba en ambos mares a la vez. Semejante victoria pesó demasiado en la tradición naval de España pues las galeras alcanzaron una celebridad que no habría de servir en las batallas que se avecinaban contra ingleses y holandeses.

    Más que a una acertada disposición táctica o una inteligente maniobra, las naves de La Liga vencieron gracias al poder de fuego, primero de la artillería embarcada y después de las armas individuales de la infantería. De hecho, durante la batalla los turcos hicieron un pobre empleo de sus cañones embarcados en menor cantidad que en las naves de La Liga a pesar de ser éstas inferiores en número. Por otra parte, la superioridad numérica de los turcos produjo un hacinamiento tal en sus naves que cualquier disparo, fuera de cañón o de arcabuz producía varias bajas simultáneas. A partir de entonces todas las naves españolas fueron concebidas como castillos flotantes en los que la infantería había de cumplir el papel principal. Los Tercios de Nápoles y Sicilia, conocidos como los Tercios Viejos, embarcados para esta ocasión pasaron a serlo de forma habitual, dando origen a lo que con el tiempo se convertiría en la Infantería de Marina de la Armada española.

    El abordaje de la nave enemiga pasó a ser la táctica favorita de los capitanes españoles en detrimento del combate de artillería. Holandeses e ingleses, sabedores de su inferioridad en el combate cuerpo a cuerpo contra los españoles, prefirieron disparar contra el casco y las baterías de los buques evitando el abordaje y para ello diseñaron buques maniobreros con arboladura y velamen que les permitieran alcanzar la posición óptima para abrir fuego. Por el contrario, los grandes navíos españoles disparaban contra la arboladura con el fin de inmovilizar al enemigo y pasar luego a su abordaje que era donde la gente de guerra podía alcanzar mayor gloria y honor, defendiendo un prestigio que podían arrebatarle los artilleros con su capacidad de infligir daño a gran distancia.

    Aún después del fracaso de La Empresa de Inglaterra en la que quedaron de manifiesto las anteriores observaciones, incluso los capitanes españoles de buques de alto bordo siguieron maniobrando en combate con el fin de lograr el abordaje, añadiendo a esto que el prestigio de las galeras parecía no romperse nunca entre los españoles. El 10 de Julio de 1684 el navío francés Le Bon fue sorprendido por 35 galeras españolas e italianas. Después de cinco horas de combate, las galeras tuvieron que retirarse con graves pérdidas. En 1748 Fernando VI tuvo que ordenar por decreto la supresión del cuerpo de galeras pero aún así, en 1787 comenzaron a construirse en Mahón tres galeras para luchar contra la piratería africana. Como se ve, las galeras parecían gozar de eterna presencia en la Armada española, hasta que por último, en 1803, dos años antes de Trafalgar, la batalla en la que el navío de vela alcanzaba su cima de prestigio, se dispuso que los jueces suprimieran la condena a galeras, lo que equivalía a la desaparición efectiva de la galera.


    Bibliografía


    Javier de Juan y Santiago Fernández, "Historia de la Navegación" Ediciones Urbión, Madrid 1980.

    VV.AA. "El buque en la Armada Española" Editorial Sílex, 1981.

    Serrano, Luciano, "España en Lepanto" Editorial Swan, San Lorenzo de El Escorial, 1986.

    André Zysberg y René Burlet, "Gloria y miseria de las galeras" Editorial Aguilar, Madrid, 1989.

    Cayetano Rosell "Historia del Combate Naval de Lepanto y Juicio de la Importancia y Consecuencias de aquel suceso" Imprenta de la Real Academia de la Historia, Madrid 1853 (edición facisímil).

    José Aparici "Colección de Documentos Inéditos relativos a la célebre Batalla de Lepanto sacados del Archivo de Simancas" Imprenta Nacional, Madrid 1847 (edición facsímil).


    Fuente: http://www.revistanaval.com/armada/batallas/lepanto.htm

    Última edición por Lo ferrer; 18/12/2005 a las 17:03
    "Donau abric a Espanya, la malmenada Espanya
    que ahir abrigava el món,
    i avui és com lo cedre que veu en la muntanya
    descoronar son front"

    A la Reina de Catalunya

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