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Tema: En defensa del Cid Campeador

  1. #1
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    En defensa del Cid Campeador

    "EN DEFENSA DEL CID CAMPEADOR" (ESPECIAL).










    Está claro que D. RODRIGO DÍAZ DE VIVAR, ha sido reenganchado de forma obligada como adalid para la defensa de su buen nombre. El túmulo donde descansan sus huesos es expoliado en la actualidad al igual que lo hicieran los soldados de la Grande Armée en su enterramiento de San Pedro de Cardeña, para regocijo de los intérpretes modernos de la historia, tan abnegados y desprendidos en su cometido, como malintencionados en sus resultados.

    Nuevamente el caballero castellano es enviado al destierro víctima de la traición de algunos de sus herederos, obligándolo a exponer su inerte cuerpo sobre la montura de su también finado caballo. Pero esta vez no serán los temibles guerreros Almohades a los que tendrá que acometer con su póstuma Algarada, si no a la torna-fulle de algunos torticeros comunicadores que con la intención de desmontar el imaginario patrio, al que acusan de Franquista, descomponen la historia pretendiendo extraer los desechos y esparcirlos al voleo. Estas circunstancias, que podríamos llamar historiográficas, para los verdaderos profesionales de la cosa no suponen un ataque al personaje ni a los hechos, si no más bien los enriquecen y amplían, considerando que los eruditos de la cronología no albergan ninguna intención más que la propiamente pedagógica. Por el contrario, los inquisidores de la memoria histórica, tras desechar la parte de la historia que jamás les ha interesado, extraen aquella que más les atrae para ser convenientemente inoculada en las mentes de la desprevenida concurrencia. Sin ningún criterio mas que la exhibición de una pretendida modernidad, evidencian sucesos o episodios que resultan singulares por desconocidos al gran público, entreverando la leyenda con la metódica historia, consiguiendo finalmente desfigurar al personaje hasta acomodarlo a los gustos de su público.

    Pocas naciones poseen en su historia una figura tan poderosa y atrayente como lo es la del CID CAMPEADOR, un personaje popular gracias al “Cantar de Mio Cid”, un cantar de gesta de autor anónimo considerado la primera obra poética extensa de la literatura española. En dicha Trova de 3735 versos se cuenta las hazañas épicas de un Caballero Castellano del siglo XI, ejemplo y modelo del caballero medieval y de las virtudes propias de la época.

    Basado en hechos reales constatables en algunos casos, sus versos mezclan éstos con exaltaciones propias de la lírica popular que lo enriquecen en su faceta poética a través de la epopeya. Pero estas circunstancias no pueden ser utilizadas contra un personaje que tantas virtudes aporta a la sociedad. Bajo la proyección de su espectro se agrupan las mejores excelencias que cualquier país, institución o grupo pudieran pretender. En una sociedad en la que cada vez son menos los referentes, intentar aniquilar a los pocos que nos quedan, además de mezquino resulta pretencioso y gratuito. Las sociedades se cohesionan por múltiples factores y uno de ellos es la historia común, la cual crea inevitablemente estos personajes.

    El Poema describe en sus páginas algunos hechos que los historiadores con el paso del tiempo han ido suponiendo o demostrando como aderezo a la verdadera existencia del mito. Las circunstancias a las que me refiero en anteriores párrafos, no son más que acontecimientos poco conocidos o desvirtuados del propio contexto temporal en el que se produjeron, y que sorprenden o incomodan a los oyentes por resultar ignotos o contrarios a la imagen que del Poema se les ha proyectado. Me explicaré, por temor a no ser entendido yo mismo.
    Una de las circunstancias más utilizadas en los contenidos de algunas de las recientes publicaciones de los medios de difusión, es la utilización de conceptos actuales como arma arrojadiza para calificar el proceder del personaje, así muchas personas lo acusan de ser un MERCENARIO.



    ¿Puede decirse que el CID era un Mercenario?. En mi modesta opinión no.

    Si bien el término es usado desde la antigüedad, la utilización que hoy se hace de él para referirse a nuestro personaje resulta inadecuado por lo demoledor que resulta para su fama, pues es una alocución que denota una ausencia de valores morales colosal, dejando al sujeto desnudo de ideales y bajo el yugo de un único señor, el dinero. Pero si contemplamos el término desde la perspectiva de la época en que se produce observamos que nada tiene que ver con la imagen actual.

    En el medievo la guerra resultaba algo cotidiano, es más, era percibida como una actividad preclara y necesaria que acrecentaba las virtudes de sus implicados, muy alejada de la imagen que de ella tenemos hoy en día. Se preparaba a los jóvenes nobles desde muy temprana edad, y su ejercicio constituía un privilegio que se reservaba en gran parte a los estamentos más altos de la sociedad. Entonces, si partimos desde esta nueva perspectiva, la participación en el oficio de las armas conformaba en sí mismo un privilegio en el que la instrucción además de por las armas, pasaba por la inculcación de los valores propios que garantizaran la lealtad postrera del caballero. En una época en la que no existen ejércitos tal y como los conocemos hoy; los diferentes señores se aseguraban la lealtad de los hombres de armas -agrupados en mesnadas*- a cuenta de ciertos privilegios, títulos, territorios o como partícipes de las riquezas obtenidas en las contiendas, pero su lealtad venía afianzada mediante la estimulación de los vínculos tradicionales como son los lazos de sangre, el linaje, la procedencia, los fuertes nexos religiosos o el revestimiento de honorabilidad del sujeto, que al fin y al cabo resultaban determinantes en sus comportamientos.

    En el mismo contexto, es decir, teniendo en cuenta las costumbres, modos y circunstancias de la época en la que se produce la epopeya Cidiana, la geopolítica en la Península Ibérica obligaba casi inexcusadamente****************** al encuentro entre los diferentes reinos, ya fuesen cristianos o musulmanes. La ineludible coexistencia entre ellos inevitablemente alimentaba la creación de pactos y alianzas, pero también la de conflictos y disensiones. Era frecuente que reinos cristianos acudieran en auxilio de otros musulmanes con ocasión de intereses compartidos, un ejemplo sería la Batalla de Graus – cerca de Huesca- en 1063, donde las tropas Castellanas acudieron en auxilio del rey Moro de Zaragoza, en aquella época protegido del monarca Castellano. Esta batalla probablemente fue el bautismo de fuego del joven Campeador y su participación un lance más dentro de la trama de la Reconquista.



    El devenir de los acontecimientos obligaría a Rodrigo como a otros tantos caballeros, a buscar los servicios de otro señor tras haber perdido la confianza de su rey Alfonso. Las causas del destierro y la caída en desgracia de un soldado de las características del CID son diversas. Una de ellas, sería la desconfianza del monarca Castellano por los hechos acontecidos después de la encomienda de Rodrigo para recaudar las parias de Sevilla en 1.079. Los sucesos posteriores sobrevenidos como consecuencia de estos hechos, y sobre todo el apresamiento del noble castellano García Ordóñez, generarían instantáneamente una corriente de desprestigio hacia la figura del CID entre los círculos cortesanos, que lo acusaban de **actuar de espaldas al rey. La comprensible arrogancia que pudiera exhibir Rodrigo, debe ser tomada como fruto inevitablemente de sus éxitos, de las irrefrenables ansias de victoria, de la juventud, y cómo no, resultado de una fuerte personalidad. Ya se sabe que el éxito viene casi siempre acompañado de la envidia, y el CID desde sus inicios fue víctima directa de ésta, la animosidad hacia su figura le acompañará para siempre tanto como sus triunfos.

    Pero no serían únicamente los celos los causantes de su proceloso devenir como batallador, las razones Políticas serían concluyentes y Rodrigo uno de sus actores principales. Sus actuaciones, aunque ceñidas a la lógica de su cometido, con frecuencia se tornaban contrarias a los intereses de la corona y quedaban trabadas *************por incontroladas intrigas.
    Entonces si tenemos en cuenta las circunstancias descritas anteriormente, y las situamos en el escenario correcto en el que se producen, el calificativo de Mercenario se muestra desprovisto de toda oportunidad y los hechos objetivos desechan por antagónicos los términos que avalan sus atributos. Me refiero a que las actuaciones de nuestro personaje muy lejos de verse fundamentadas por un solo objetivo pecuniario, se consolidan en su conjunto por la demostración constante y acreditada de las virtudes derivadas de las vinculaciones que antes se han expuesto, verdaderas fuentes desde donde mana su comportamiento; transfigurando los hechos que nos resultan más paradójicos en meros sucesos provocados por la coyuntura propia de su tiempo.

    Lo que verdaderamente desvirtúa su imagen, es la amplificación de una parte de los acontecimientos en detrimento de otros, con la dirigida intención de desacreditar al célebre caballero en pos de una fingida modernidad. Esta corriente renovada pudiera enmarcarse dentro de la vetusta “Leyenda Negra” pues persigue los mismos fines, si bien la procedencia de sus propagadores es diferente. Los ideólogos actuales lejos de pertenecer a otras naciones como lo fue en la antigüedad, habitan entre nosotros.
    Todas estas mixtificaciones parten de la ignorancia histórica del personaje, y no me refiero a la ignorancia popular, sino a la más instruida. De Rodrigo se conocen muchas facetas gracias al estudio meticuloso de su vida, pero se desconocen muchas otras que contaminadas por la leyenda resisten a ser descubiertas. Lo cierto es que hay hechos que aunque no demostrables –tengamos en cuenta que la Historia es una ciencia– suponen una paradoja; lo es por ejemplo el incidente narrado en un Romance Medieval y conocido como “La Jura de Santa Gadea”, donde el CID para disipar las sospechas de la participación del rey Alfonso VI en la muerte de su hermano Sancho II, obliga al monarca a abjurar públicamente de ello. Por el contrario otras que se demostraban imposibles de haber acontecido, en recientes estudios se han revelado como totalmente verídicas, me refiero a la batalla de Alcocer. Autores muy reconocidos habían pensado que jamás esta batalla se había producido, pero recientemente saltaba a la luz que estudios arqueológicos realizados en una excavación de Áteca (Zaragoza) habían encontrado restos de material Taifal Hispano-Musulmán del Siglo XI. Estos ejemplos son solamente una muestra diminuta de la diversidad de factores que pueden llegar a alterar la percepción que tenemos sobre el mito, intentar flanquear la figura de un personaje tan amplio a base de cercenar porciones que suponemos como irrefutables, no hacen más que disolver aún más en el contrahecho pasado la efigie de tal insigne referente.

    ¿Acaso la argumentación de la inexistencia de la mayor batalla en la que participó nuestro héroe, lo despojaría de su empaque?. ¿Quizá la incertidumbre en los nombres y número de sus vástagos lo privaría de su fama? O la severidad en la ejecución del necesario cometido de “cobrador de impuestos”, ¿afearía su notabilidad?. Tristemente para los trileros del embrollo sí.
    La remozada tendencia a deformar la figura del CID, ha llevado a sus artífices hasta extremos que podríamos llamar esperpénticos. Así en la serie “El Ministerio del Tiempo” de Tve1 –de la que soy verdadero admirador– en el capítulo dedicado al CID, podemos ver como en un esfuerzo por desmitificar al personaje y sin ninguna justificación lo trasforman en un maltratador con marcados rasgos machistas, es decir, utilizan la percepción actual de una conducta execrable para censurar su figura. Como remedio, se sustituye al primitivo caballero por otro más contemporáneo revestido de las cualidades más modernas. En este caso la trama urdida no justifica por innecesarios tales comportamientos y tampoco estos elementos complementan la producción artística.




    También la aparición de libros como “La Nación Inventada” obra de Ignacio y Arsenio Escolar, van dirigidos en esa dirección. En él, sus autores secuestran la figura del CID para posteriormente liberarla transfigurada y despojada de su esencia, claro está, tras el pago del rescate que supone la asimilación de sus criterios.



    Por supuesto, la libertad de producción cultural y artística merece todo mi respeto, quiero decir que la libertad del creador deber ser ponderada sobre todo si la utilización del personaje es ofrecida a la creación poética, novelesca, teatral o fílmica, ya que estos géneros intencionadamente moldean la figura como medio natural de alcanzar los fines propios de estas materias. Así en la poesía –como es el caso del Poema de Mío Cid– la distorsión del personaje lo lleva a su enaltecimiento por la épica; en la novela, el teatro o el cine, el autor con toda probabilidad, lo llevará a su gusto por derroteros y circunstancias inverosímiles para crear una visión artificiosa de la persona. Todas estas deformaciones aplicadas al de Vivar, lejos de adulterarlo lo profundizan sin confundir al espectador, que sabe de antemano en el medio en el que se mueve el personaje. No ocurre esto en la producción histórica donde el autor posee muy poco espacio para **** maniobrar, y debe ceñirse lo más posible a los hechos y acontecimientos, de los que puede opinar y por supuesto interpretar. Y ahí es donde se centran los perversos esfuerzos de nuestros pedagogos, la interpretación de los acontecimientos seleccionados se convierten en sus verdaderas armas y con ellas acometen a nuestro héroe sin ningún temor a ser acusados de falsear la verdad.

    La intención de este pequeño artículo, sin voluntad de acometer contra nadie, me lleva a ejercer como abogado defensor de uno de los símbolos más significativos de nuestra nación, verdadero capital que debemos conservar y legar a las generaciones futuras mediante la divulgación de sus atributos culturales. Tan amplio es el espectro Cidiano que podemos encontrarlo alimentando profusamente multitud de creaciones artísticas, eventos musicales, teatrales, de recreación o de simple ocio como lo son sus rutas culturales.




    Así que en vista de los hechos y circunstancias expuestas no me queda más que pedir la absolución del “que en buena hora ciñó espada”.


    “Ya por la ciudad de Burgos el Cid Ruy Díaz entró.
    Sesenta pendones lleva detrás el Campeador.
    Todos salían a verle, niño, mujer y varón,
    a las ventanas de Burgos mucha gente se asomó.
    ¡Cuántos ojos que lloraban de grande que era el dolor!
    Y de los labios de todos sale la misma razón:
    “¡Qué buen vasallo sería si tuviese buen señor!”


    GALERÍA


    Estatua de Burgos



    Estatua de El Cid de Mecerreyes (Burgos)

    Texto, fotografías e ilustraciones realizadas por:


    Jorge J. Hervás Gómez Calcerrada.



    LA ENCAMISADA


    G
    M
    T




    Detect languageAfrikaansAlbanianArabicArmenianAzerbaijaniBasqueBelarusianBengaliBosnianBulgarianCatalanCebuanoChichewaChinese (Simplified)Chinese (Traditional)CroatianCzechDanishDutchEnglishEsperantoEstonianFilipinoFinnishFrenchGalicianGeorgianGermanGreekGujaratiHaitian CreoleHausaHebrewHindiHmongHungarianIcelandicIgboIndonesianIrishItalianJapaneseJavaneseKannadaKazakhKhmerKoreanLaoLatinLatvianLithuanianMacedonianMalagasyMalayMalayalamMalteseMaoriMarathiMongolianMyanmar (Burmese)NepaliNorwegianPersianPolishPortuguesePunjabiRomanianRussianSerbianSesothoSinhalaSlovakSlovenianSomaliSpanishSundaneseSwahiliSwedishTajikTamilTeluguThaiTurkishUkrainianUrduUzbekVietnameseWelshYiddishYorubaZulu AfrikaansAlbanianArabicArmenianAzerbaijaniBasqueBelarusianBengaliBosnianBulgarianCatalanCebuanoChichewaChinese (Simplified)Chinese (Traditional)CroatianCzechDanishDutchEnglishEsperantoEstonianFilipinoFinnishFrenchGalicianGeorgianGermanGreekGujaratiHaitian CreoleHausaHebrewHindiHmongHungarianIcelandicIgboIndonesianIrishItalianJapaneseJavaneseKannadaKazakhKhmerKoreanLaoLatinLatvianLithuanianMacedonianMalagasyMalayMalayalamMalteseMaoriMarathiMongolianMyanmar (Burmese)NepaliNorwegianPersianPolishPortuguesePunjabiRomanianRussianSerbianSesothoSinhalaSlovakSlovenianSomaliSpanishSundaneseSwahiliSwedishTajikTamilTeluguThaiTurkishUkrainianUrduUzbekVietnameseWelshYiddishYorubaZulu





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    Valmadian, ReynoDeGranada y Pious dieron el Víctor.

  2. #2
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    Re: En defensa del Cid Campeador

    Todas las naciones tienen sus héroes de leyenda, con hechos más o menos inciertos pero que calan profundamente en el ser nacional y que casi nadie cuestiona. Roland en Francia, ¿acaso Artús y su Tabla redonda no es una leyenda? pero los ingleses lo veneran; el "Kalevala" en Finlandia no es sino una secuencia de historias genealógicas de reyes y príncipes, el propio San Vladimiro de Kiev, coetáneo de Rodrigo Díaz de Vivar..., todos los pueblos tienen sus héroes, práctica común desde la "Iliada" y la "Odisea" También nosotros, medio historia, medio literatura, en parte legendario el "Poema del Mío Cid" es consustancial al ser y sentir español. Pero en nuestro suelo también abundan los apátridas con DNI, sin que por ello podamos tratarlos como "españoles", sino más bien todo lo opuesto y da igual sí en su C.V. nos presentan una tarjeta de visita de gran importancia, porque del mismo modo que tiran por tierra nuestras esencias, sus logros no son sino globos inflados de fautidad mundana, eso de me como una y cuento veinte que, estos casos que voy a comentar pueden ser veinte, sí, pero con inflador de méritos repartidos a otros mil. Se dice con toda propiedad en el post que abre el hilo que:

    Lo que verdaderamente desvirtúa su imagen, es la amplificación de una parte de los acontecimientos en detrimento de otros, con la dirigida intención de desacreditar al célebre caballero en pos de una fingida modernidad. Esta corriente renovada pudiera enmarcarse dentro de la vetusta “Leyenda Negra” pues persigue los mismos fines, si bien la procedencia de sus propagadores es diferente. Los ideólogos actuales lejos de pertenecer a otras naciones como lo fue en la antigüedad, habitan entre nosotros.

    Y es que se acaba de publicar una "nueva" versión que, amplificada por los medios habituales, los diarios ABC cuyo responsable de la sección de Historia todo lo tergiversa o sólo publica aquello que sólo a él interesa y conviene, o el de EL MUNDO, al servicio de los anglosajones, que es como lo acusan muchos y cuando el río suena, agua lleva, viene a "destripar" (sic) la figura de Rodrigo Díaz de Vivar, pero que no se puede tomar en serio como trabajo historiográfico, pues contiene errores y contradicciones, aparte de abusar de las descalificaciones. En ambos medios, por no llamarlos panfletos amarillistas, se destaca la importancia de El Cid como medio de propaganda franquista, y en el caso de EL MUNDO hasta el correveidile del comentarista hace una alusión a los 52 diputados de VOX, es decir, de traca de pueblo. Como dice uno de los comentaristas a la publicación de EL MUNDO,

    El himno de la República llama a los españoles "HIJOS DEL Cid" .El CID era el Cid antes que Franco fuera Franco
    El Cid, una de las más icónicas ya no solo de la Edad Media, sino de la historia de España, será destripada por David Porrinas González, doctor en Historia Medieval por la Universidad de Extremadura.
    (La fuente de tan "enjundioso" comentario por objetividad empírica, más abajo en el enlace al diario EL ESPAÑOL, más bien debería ser EL PAISANO, mucho más adecuado)

    https://www.elmundo.es/cultura/liter...26c8b468a.html


    El autor de la tropelía que quiere atragantarnos nuestra Historia, que es nuestro patrimonio, es un aldeanillo venido a más, y cuyos fundamentos para la elaboración de su obra demuestran por qué la universidad española no figura, como debería si hubiese profesores de verdad, no ya entre las ciento cincuenta mejores del mundo, sino entra las doscientas, o sea, cada vez más hacia el fondo, así hasta que estén a la altura intelectual de la de las Islas Caimán.

    https://www.abc.es/historia/abci-des...0_noticia.html

    Quien tenga ganas de leer "la noticia" que lo haga en el enlace, pues no seré yo quien la reproduzca aquí. Y quien quiera tirar su dinero comprando el panfleto allá con su bolsillo y sus dineros. Porque pretenciosos lo son hasta la carcajada sarcástica. Nada menos que la obra definitiva desmontando la leyenda de El Cid, es decir, desmontando un milenio entero de espíritu español, desmontaje lleno de conjeturas las cuales saltan a la vista, suposiciones subjetivas del autor sobre cuestiones de lo más diversas, como su "análisis" psico-social del alma española. Y todo ello, producto de un librito que casi nadie va a conocer, que muchos que lo lean acabarán tirando al baúl de los olvidos, cuando no vendiendo el ejemplar al peso para libreros de viejo.

    Pero no sólo sucede esto con El Cid, también ha venido ocurriendo cada vez con mayor frecuencia que la inquina se ha volcado contra La Reconquista, sí, tal como suena, RE-CON-QUIS-TA, pues de tal se trató, ya que sino hubiese sido así, no habría habido unificación alguna y la Península Ibérica sería una réplica del ámbito geográfico de Los Balcanes. Otra cuestión es que no fuese en sí, similar a una cruzada concreta, que no hubiese episodios alternos de guerra y paz, de intercambios económicos o culturales (por ejemplo un sistema diseñado de regadíos también es cultura, pero hay que saber lo que realmente es ésta), que no eran sino el producto de una situación histórica en la que los grandes movimientos militares eran cosa de los imperios del pasado, o del futuro, pero no de aquellos siglos. Y así, incluso en escenarios nada sospechosos, se ha venido también magnificando la LEYENDA NEGRA, y no por los británicos precisamente, sino por esas gentes que mencioné antes, con DNI español.

    https://www.elespanol.com/cultura/hi...7707481_0.html
    Pious dio el Víctor.
    "He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.

    <<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>

    Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.

    Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."

    En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47


    Nada sin Dios

  3. #3
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    Re: En defensa del Cid Campeador

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Pero que no nos quede el regusto del mal sabor de boca, porque también hay historiadores serios, aunque no sea más que por el respeto que muestran por lo que estudian y ante aquellos que van a leer sus trabajos. Artículo serio y totalmente documentado, tratado en sus justos términos, y no como cuentan las cosas los pseudohistoriadores antes mencionados.

    EL CID HISTÓRICO: VIDA DE RODRIGO DÍAZ DE VIVAR

    En el siglo XI la Península Ibérica estaba dividida en numerosos reinos cristianos y musulmanes que combatían entre sí. En 1081 Rodrigo Díaz fue desterrado de Castilla por orden del rey Alfonso VI y trece años después conquistó por su cuenta el principado islámico de Valencia, donde murió en 1099.


    El Cid fue en vida un guerrero temido y un poderoso señor de la guerra con grandes aptitudes como estratega y como diplomático. Los apodos por los que es conocido los obtuvo por méritos propios: "Cid" proviene del árabe y quiere decir "señor"; "Campeador" proviene del latín "campidoctoris" que viene a significar ducho o maestro en el campo de batalla.


    En 1097 el Cid y Pedro I organizaron desde Valencia una expedición para pertrechar el castillo de Peña Cadiella (hoy de Carbonera, en el límite entre Otos y Beniatjar, en la Sierra de Benicadell), un islote “cidiano” en pleno territorio almorávide.

    En 1098, tras conquistar la ciudad, el Cid donó a la iglesia de Valencia una serie de propiedades. En el documento de donación aparece su firma en latín "Ego Ruderico", que significa "Yo, Rodrigo" y es uno de los tres elementos gráficos del logo del Consorcio Camino del Cid.

    Tras su muerte, en 1099, su mujer Jimena resistió como gobernadora de Valencia hasta que los almorávides conquistaron la ciudad en el año 1102. Jimena se llevó el cadáver de su marido al Monasterio de San Pedro de Cardeña, donde fue enterrado. Actualmente los restos del Cid y su esposa se encuentran enterrados en la catedral de Burgos bajo el cimborrio de la catedral.

    Tras la muerte del Cid comenzó a propagarse su leyenda de boca en boca gracias a juglares y poetas. La manifestación literaria más importante fue el Cantar de mío Cid, un poema de gesta anónimo escrito a finales del siglo XII o principios del XIII.

    La fuerza del Cantar de Mío Cid fue tan grande que muy pronto traspasó las fronteras y fue "adoptado" por los franceses, especialmente desde la publicación de la obra teatral del Cid, de Corneille, en el siglo XVII.

    Los héroes de las epopeyas y gestas antiguas y modernas son en muchos casos fruto de la imaginación individual o colectiva. Algunos de ellos, no obstante, se basan de manera más o menos lejana en personas de carne y hueso, cuya fama las convirtió en figuras legendarias, hasta el punto de que resulta muy difícil saber qué hay de histórico en el relato de sus hazañas. En este, como en tantos otros terrenos, el caso del Cid es excepcional.Aunque su biografía corrió durante siglos entreverada de leyenda, hoy conocemos su vida real con bastante exactitud e incluso poseemos, lo que no deja de ser asombroso, un autógrafo suyo, la firma que estampó al dedicar a la Virgen María la catedral de Valencia «el año de la Encarnación del Señor de 1098». En dicho documento, el Cid, que nunca utilizó oficialmente esa designación, se presenta a sí mismo como «el príncipe Rodrigo el Campeador». Veamos cuál fue su historia.

    Infancia y juventud de Rodrigo: sus servicios a Sancho II

    Rodrigo Díaz nació, según afirma una tradición constante, aunque sin corroboración documental, en Vivar, hoy Vivar del Cid, un lugar perteneciente al ayuntamiento de Quintanilla de Vivar y situado en el valle del río Ubierna, a diez kilómetros al norte de Burgos.

    La fecha de su nacimiento es desconocida, algo frecuente cuando se trata de personajes medievales, y se han propuesto dataciones que van de 1041 a 1057, aunque parece lo más acertado situarlo entre 1045 y 1049. Su padre, Diego Laínez (o Flaínez), era, según todos los indicios, uno de los hijos del magnate Flaín Muñoz, conde de León en torno al año 1000. Como era habitual en los segundones, Diego se alejó del núcleo familiar para buscar fortuna. En su caso, la halló en el citado valle del Ubierna, en el que se destacó durante la guerra con Navarra librada en 1054, reinando Fernando I de Castilla y León.Fue entonces cuando adquirió las posesiones de Vivar en las que seguramente nació Rodrigo, además de arrebatarles a los navarros los castillos de Ubierna, Urbel y La Piedra. Pese a ello, nunca perteneció a la corte, posiblemente porque su familia había caído en desgracia a principios del siglo XI, al sublevarse contra Fernando I. En cambio, Rodrigo fue pronto acogido en ella, pues se crió como miembro del séquito del infante don Sancho, el primogénito del rey. Fue éste quien lo nombró caballero y con el que acudió al que posiblemente sería su primer combate, la batalla de Graus (cerca de Huesca), en 1063. En aquella ocasión, las tropas castellanas habían acudido en ayuda del rey moro de Zaragoza, protegido del rey castellano, contra el avance del rey de Aragón, Ramiro I, quien murió precisamente en esa batalla. Al fallecer Fernando I, en 1065, había seguido la vieja costumbre de repartir sus reinos entre sus hijos, dejando al mayor, Sancho, Castilla; a Alfonso, León y a García, Galicia. Igualmente, legó a cada uno de ellos el protectorado sobre determinados reinos andalusíes, de los que recibirían el tributo de protección llamado parias. El equilibrio de fuerzas era inestable y pronto comenzaron las fricciones, que acabaron conduciendo a la guerra.


    En 1068 Sancho II y Alfonso VI se enfrentaron en la batalla de Llantada, a orillas del Pisuerga, vencida por el primero, pero que no resultó decisiva. En 1071, Alfonso logró controlar Galicia, que quedó nominalmente repartida entre él y Sancho, pero esto no logró acabar con los enfrentamientos y en 1072 se libró la batalla de Golpejera o Vulpejera, cerca de Carrión, en la que Sancho venció y capturó a Alfonso y se adueñó de su reino.El joven Rodrigo (que a la sazón andaría por los veintitrés años) se destacó en estas luchas y, según una vieja tradición, documentada ya a fines del siglo XII, fue el alférez o abanderado de don Sancho en dichas lides, aunque en los documentos de la época nunca consta con ese cargo. En cambio, es bastante probable que ganase entonces el sobrenombre de Campeador, es decir, «el Batallador», que le acompañaría toda su vida, hasta el punto de ser habitualmente conocido, tanto entre cristianos como entre musulmanes, por Rodrigo el Campeador. Después de la derrota de don Alfonso (que logró exiliarse en Toledo), Sancho II había reunificado los territorios regidos por su padre. Sin embargo, no disfrutaría mucho tiempo de la nueva situación. A finales del mismo año de 1072, un grupo de nobles leoneses descontentos, agrupados entorno a la infanta doña Urraca, hermana del rey, se alzaron contra él en Zamora. Don Sancho acudió a sitiarla con su ejército, cerco en el que Rodrigo realizó también notables acciones, pero que al rey le costó la vida, al ser abatido en un audaz golpe de mano por el caballero zamorano Bellido Dolfos.

    El Cid al servicio de Alfonso VI. Las causas del destierro

    La imprevista muerte de Sancho II hizo pasar el trono a su hermano Alfonso, que regresó rápidamente de Toledo para ocuparlo. Las leyendas del siglo XIII han transmitido la célebre imagen de un severo Rodrigo que, tomando la voz de los desconfiados vasallos de don Sancho, obliga a jurar a don Alfonso en la iglesia de Santa Gadea (o Águeda) de Burgos que nada tuvo que ver en la muerte de su hermano, osadía que le habría ganado la duradera enemistad del nuevo monarca.

    Por el contrario, nadie le exigió semejante juramento y además el Campeador, que figuró regularmente en la corte, gozaba de la confianza de Alfonso VI, quien lo nombró juez en sendos pleitos asturianos en 1075. Es más, por esas mismas fechas (en 1074, seguramente), el rey lo casó con una pariente suya, su prima tercera doña Jimena Díaz, una noble dama leonesa que, según las investigaciones más recientes, era además sobrina segunda del propio Rodrigo por parte de padre. Un matrimonio de semejante alcurnia era una de las aspiraciones de todo noble que no fuese de primera fila, lo cual revela que el Campeador estaba cada vez mejor situado en la corte. Así lo muestra también que don Alfonso lo pusiese al frente de la embajada enviada a Sevilla en 1079 para recaudar las parias que le adeudaba el rey Almutamid, mientras que García Ordóñez (uno de los garantes de las capitulaciones matrimoniales de Rodrigo y Jimena) acudía a Granada con una misión similar. Mientras Rodrigo desempeñaba su delegación, el rey Abdalá de Granada, secundado por los embajadores castellanos, atacó al rey de Sevilla. Como éste se hallaba bajo la protección de Alfonso VI, precisamente por el pago de las parias que había ido a recaudar el Campeador, éste tuvo que salir en defensa de Almutamid y derrotó a los invasores junto a la localidad de Cabra (en la actual provincia de Córdoba), capturando a García Ordóñez y a otros magnates castellanos.La versión tradicional es que en los altos círculos cortesanos sentó muy mal que Rodrigo venciera a uno de los suyos, por lo que empezaron a murmurar de él ante el rey. Sin embargo, no hay seguridad de que esto provocase hostilidad contra el Campeador, entre otras cosas porque a Alfonso VI le interesaba, por razones políticas, apoyar al rey de Sevilla frente al de Badajoz, de modo que la participación de sus nobles en el ataque granadino no debió de gustarle gran cosa.


    De todos modos, fueron similares causas políticas las que hicieron caer en desgracia a Rodrigo. En esos delicados momentos, Alfonso VI mantenía en el trono de Toledo al rey títere Alqadir, pese a la oposición de buena parte de sus súbditos. En 1080, mientras el monarca castellano dirigía una campaña destinada a restaurar el gobierno de su protegido, una incontrolada partida andalusí procedente del norte toledano se adentró por tierras sorianas. Rodrigo hizo frente a los saqueadores y los persiguió con su mesnada hasta más allá de la frontera, lo que, en principio, era sólo una operación rutinaria. Sin embargo, en tales circunstancias, el ataque castellano iba a servir de excusa para la facción contraria a Alqadir y a Alfonso VI. Además, los restantes reyes de taifas se preguntarían de qué servía pagar las parias, si eso no les garantizaba la protección. Al margen, pues, de que interviniesen en el asunto García Ordóñez (que era conde de Nájera) u otros cortesanos opuestos a Rodrigo, el rey debía tomar una decisión ejemplar al respecto, conforme a los usos de la época. Así que desterró al Campeador.


    El primer destierro del Cid. Sus servicios a la taifa de Zaragoza

    Rodrigo Díaz partió al exilio seguramente a principios de 1081. Como otros muchos caballeros que habían perdido antes que él la confianza de su rey, acudió a buscar un nuevo señor a cuyo servicio ponerse, junto con su mesnada. Al parecer, se dirigió primeramente a Barcelona, donde a la sazón gobernaban dos condes hermanos, Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II, pero no consideraron oportuno acogerlo en su corte. Ante esta negativa, quizá el Campeador hubiera podido buscar el amparo de Sancho Ramírez de Aragón. No sabemos por qué no lo hizo, pero no hay que olvidar que Rodrigo había participado en la batalla donde había sido muerto el padre del monarca aragonés. Sea como fuere, el caso es que el exiliado castellano optó por encaminarse a la taifa de Zaragoza y ponerse a las órdenes de su rey. No ha de extrañar que un caballero cristiano actuase de este modo, pues las cortes musulmanas se convirtieron a menudo, por una u otra causa, en refugio de los nobles del norte. Ya hemos visto cómo el mismísimo don Alfonso había hallado protección en el alcázar de Toledo.Cuando Rodrigo llegó a Zaragoza, aún reinaba, ya achacoso, Almuqtadir, el mismo que la regía en tiempos de la batalla de Graus, uno de los más brillantes monarcas de los reinos de taifas, celebrado guerrero y poeta, que mandó construir el palacio de la Aljafería. Pero el viejo rey murió muy poco después, quedando su reino repartido entre sus dos hijos: Almutamán, rey de Zaragoza, y Almundir, rey de Lérida. El Campeador siguió al servicio del primero, a quien ayudó a defender sus fronteras contra los avances aragoneses por el norte y contra la presión leridana por el este. Las principales campañas de Rodrigo en este período fueron la de Almenar en 1082 y la de Morella en 1084. La primera tuvo lugar al poco de acceder Almutamán al trono, pues Almundir, que no quería someterse en modo alguno a su hermano mayor, había pactado con el rey de Aragón y el conde de Barcelona para que lo apoyasen.

    Temiendo un inminente ataque, el rey de Zaragoza envió a Rodrigo a supervisar la frontera nororiental de su reino, la más cercana a Lérida. Así que a fines del verano o comienzos del otoño de 1082, el Campeador inspeccionó Monzón, Tamarite y Almenar, ya muy cerca de Lérida. Mientras les tomaba a los leridanos el castillo de Escarp, en la confluencia del Cinca y del Segre, Almundir y el conde de Berenguer de Barcelona pusieron sitio al castillo de Almenar, lo que obligó al Campeador a regresar a toda prisa.Tras negociar infructuosamente con los sitiadores para que levantasen el asedio, Rodrigo los atacó y, pese a su inferioridad numérica, los derrotó por completo y capturó al propio conde de Barcelona. La campaña de Morella en 1084 sucedió de forma muy similar. El Campeador, después de saquear las tierras del sudeste de la taifa de Lérida y atacar incluso la imponente plaza fuerte de Morella, fortificó el castillo de Olocau del Rey, al noroeste de aquella.

    La posibilidad de tener tan cerca y tan bien guarnecidos a los zaragozanos hizo que Almundir, esta vez en compañía de Sancho Ramírez de Aragón, se lanzase contra ellos. El encuentro debió de producirse en las cercanías de Olocau (seguramente el 14 de agosto de 1084) y en él, tras duros combates, la victoria fue de nuevo para Rodrigo, que capturó a los principales magnates aragoneses.

    La reconciliación con Alfonso VI. Las campañas levantinas

    Almutamán murió en 1085, probablemente en otoño, y le sucedió su hijo Almustaín, a cuyo servicio siguió el Campeador, pero por poco tiempo. En 1086, Alfonso VI, que por fin había conquistado Toledo el año anterior, puso sitio a Zaragoza con la firme decisión de tomarla. Sin embargo, el 30 de julio el emperador de Marruecos desembarcó con sus tropas, los almorávides, dispuesto a ayudar a los reyes andalusíes frente a los avances cristianos. El rey de Castilla tuvo que levantar el cerco y dirigirse hacia Toledo para prepara la contraofensiva, que se saldaría con la gran derrota castellana de Sagrajas el 23 de octubre de dicho año. Fue por entonces cuando Rodrigo recuperó el favor del rey y regresó a su patria. No se sabe si se reconcilió con él durante el asedio de Zaragoza o poco después, aunque no consta que se hallase en la batalla de Sagrajas. Al parecer, le encomendó varias fortalezas en las actuales provincias de Burgos y Palencia. En todo caso, don Alfonso no empleó al Campeador en la frontera sur, sino que, aprovechando su experiencia, lo destacó sobre todo en la zona oriental de la Península. Después de permanecer con la corte hasta el verano de 1087, Rodrigo partió hacia Valencia para auxiliar a Alqadir, el depuesto rey de Toledo al que Alfonso VI había compensado de su pérdida situándolo al frente de la taifa valenciana, donde se encontraba en la misma débil situación que había padecido en el trono toledano.


    El Campeador pasó primero por Zaragoza, donde se reunió con su antiguo patrono Almustaín y juntos se encaminaron hacia Valencia, hostigada por el viejo enemigo de ambos, Almundir de Lérida. Después de ahuyentar al rey leridano y de asegurar a Alqadir la protección de Alfonso VI, Rodrigo se mantuvo a la expectativa, mientras Almundir ocupaba la plaza fuerte de Murviedro (es decir, Sagunto), amenazando de nuevo a Valencia. La tensión aumentaba y el Campeador volvió a Castilla, donde se hallaba en la primavera de 1088, seguramente para explicarle la situación a don Alfonso y planificar las acciones futuras. Éstas pasaban por una intervención en Valencia a gran escala, para lo cual Rodrigo partió al frente de un nutrido ejército en dirección a Murviedro.

    Mientras tanto, las circunstancias en la zona se habían complicado. Almustaín, al que el Campeador se había negado a entregarle Valencia el año anterior, se había aliado con el conde de Barcelona, lo que obligó a Rodrigo a su vez a buscar la alianza de Almundir. Los viejos amigos se separaban y los antiguos enemigos se aliaban. Así las cosas, cuando el caudillo burgalés llegó a Murviedro, se encontró con que Valencia estaba cercada por Berenguer Ramón II. El enfrentamiento parecía inminente, pero en esta ocasión la diplomacia resultó más eficaz que las armas y, tras las pertinentes negociaciones, el conde de Barcelona se retiró sin llegar a entablar combate.A continuación, Rodrigo se puso a actuar de una forma extraña para un enviado real, pues empezó a cobrar para sí mismo en Valencia y en los restantes territorios levantinos los tributos que antes se pagaban a los condes catalanes o al monarca castellano. Tal actitud sugiere que durante su estancia en la corte, Alfonso VI y él habían pactado una situación de virtual independencia del Campeador, a cambio de defender los intereses estratégicos de Castilla en el flanco oriental de la Península. Esta situación de hecho pasaría a serlo de derecho a finales de 1088, después del oscuro incidente del castillo de Aledo.

    El segundo destierro. El Cid, señor de la guerra

    Sucedió que Alfonso VI había conseguido adueñarse de dicha fortaleza (en la actual provincia de Murcia), amenazando desde la misma a las taifas de Murcia, Granada y Sevilla, sobre las que lanzaban continuas algaras las tropas castellanas allí acuarteladas. Esta situación más la actividad del Campeador en Levante movieron a los reyes de taifas a pedir de nuevo ayuda al emperador de Marruecos, Yusuf ben Tashufin, que acudió con sus fuerzas a comienzos del verano de 1088 y puso cerco a Aledo.

    En cuanto don Alfonso se enteró de la situación, partió en auxilio de la fortaleza asediada y envió instrucciones a Rodrigo para que se reuniese con él. El Campeador avanzó entonces hacia el sur, aproximándose a la zona de Aledo, pero a la hora de la verdad no se unió a las tropas procedentes de Castilla. ¿Un mero error de coordinación en una época en que las comunicaciones eran difíciles o una desobediencia intencionada del caballero burgalés, cuyos planes no coincidían con los de su rey? Nunca lo sabremos, pero el resultado fue que Alfonso VI consideró inadmisible la actuación de su vasallo y lo condenó de nuevo al destierro, llegando a expropiarle sus bienes, algo que sólo se hacía normalmente en los casos de traición. A partir de este momento, el Campeador se convirtió en un caudillo independiente y se dispuso a seguir actuando en Levante guiado tan sólo por sus propios intereses.


    Comenzó actuando en la región de Denia, que entonces pertenecía a la taifa de Lérida, lo que provocó el temor de Almundir, quien envió una embajada para pactar la paz con el Campeador. Firmada ésta, Rodrigo regresó a mediados de 1089 a Valencia, donde de nuevo recibió los tributos de la capital y de las principales plazas fuertes de la región. Después avanzó hacia el norte, llegando en la primavera de 1092 hasta Morella (en la actual provincia de Castellón), por lo que Almundir, a quien pertenecía también dicha comarca, temió la ruptura del tratado establecido y se alió de nuevo contra Rodrigo con el conde de Barcelona, cuyas tropas avanzaron hacia el sur en busca del guerrero burgalés.El encuentro tuvo lugar en Tévar, al norte de Morella (quizá el actual puerto de Torre Miró) y allí Rodrigo derrotó por segunda vez a las tropas coligadas de Lérida y Barcelona, y volvió a capturar a Berenguer Ramón II.Esta victoria afianzó definitivamente la posición dominante del Campeador en la zona levantina, pues antes de acabar el año, seguramente en otoño de 1090, el conde barcelonés y el caudillo castellano establecieron un pacto por el que el primero renunciaba a intervenir en dicha zona, dejando a Rodrigo las manos libres para actuar en lo sucesivo.En principio, el Campeador limitó sus planes a seguir cobrando los tributos valencianos y a controlar algunas fortalezas estratégicas que le permitiesen dominar el territorio, es decir, a mantener el tipo de protectorado que ejercía desde 1087. Con ese propósito, Rodrigo reedificó en 1092 el castillo de Peña Cadiella (hoy en día, La Carbonera, en la sierra de Benicadell), donde situó su base de operaciones.Mientras tanto, Alfonso VI pretendía recuperar la iniciativa en Levante, para lo cual estableció una alianza con el rey de Aragón, el conde de Barcelona y las ciudades de Pisa y Génova, cuyas respectivas tropas y flotas participaron en la expedición, avanzando sobre Tortosa (entonces tributaria de Rodrigo) y la propia Valencia en el verano de 1092.El ambicioso plan fracasó, no obstante, y Alfonso VI hubo de regresar a Castilla al poco de llegar a Valencia, sin haber obtenido nada de la campaña, mientras Rodrigo, que a la sazón se hallaba en Zaragoza negociando una alianza con el rey de dicha taifa, lanzó en represalia una dura incursión contra La Rioja.

    A partir de ese momento, sólo los almorávides se opusieron al dominio del Campeador sobre las tierras levantinas y fue entonces cuando el caudillo castellano pasó definitivamente de una política de protectorado a otra de conquista. En efecto, a esas alturas la tercera y definitiva venida de los almorávides a Al-andalús, en junio de 1090, había cambiado radicalmente la situación y resultaba claro que la única forma de retener el control sobre el Levante frente al poder norteafricano pasaba por la ocupación directa de las principales plazas de la zona.

    La conquista de Valencia

    Mientras Rodrigo prolongaba su estancia en Zaragoza hasta el otoño de 1092, en Valencia una sublevación encabezada por el cadí o juez Ben Yahhaf había destronado a Alqadir, que fue asesinado, favoreciendo el avance almorávide. El Campeador, no obstante, volvió al Levante y, como primera medida, puso cerco al castillo de Cebolla (hoy el El Puig, cerca de Valencia) en noviembre de 1092. Tras la rendición de esta fortaleza a mediados de 1093, el guerrero burgalés tenía ya una cabeza de puente sobre la capital levantina, que fue cercada por fin en julio del mismo año.Este primer asedio duró hasta el mes de agosto, en que se levantó a cambio de que se retirase el destacamento norteafricano que había llegado a Valencia tras producirse la rebelión que costó la vida a Alqadir Sin embargo, a finales de año el cerco se había restablecido y ya no se levantaría hasta la caída de la ciudad. Entonces, los almorávides, a petición de los valencianos, enviaron un ejército mandado por el príncipe Abu Bakr ben Ibrahim Allatmuní, el cual se detuvo en Almussafes (a unos veinte kilómetros al sur de Valencia) y se retiró sin entablar combate.Sin esperar ya apoyo externo, la situación se hizo insostenible y por fin Valencia capituló ante Rodrigo el 15 de junio de 1094. Desde entonces, el caudillo castellano adoptó el título de «Príncipe Rodrigo el Campeador» y seguramente recibiría también el tratamiento árabe de sídi «mi señor», origen del sobrenombre de mio Cid o el Cid, con el que acabaría por ser generalmente conocido.

    La conquista de Valencia fue un triunfo resonante, pero la situación distaba de ser segura. Por un lado, estaba la presión almorávide, que no desapareció mientras la ciudad estuvo en poder de los cristianos. Por otro, el control del territorio exigía poseer nuevas plazas. La reacción norteafricana no se hizo esperar y ya en octubre de 1094 avanzó contra la ciudad un ejército mandado por el general Abu Abdalá, que fue derrotado por el Cid en Cuart (hoy Quart de Poblet, a escasos seis kilómetros al noroeste de Valencia).Esta victoria concedió un respiro al Campeador, que pudo consagrarse a nuevas conquistas en los años siguientes, de modo que en 1095 cayeron la plaza de Olocau y el castillo de Serra.

    A principios de 1097 se produjo la última expedición almorávide en vida de Rodrigo, comandada por Muhammad ben Tashufin, la cual se saldó con la batalla de Bairén (a unos cinco kilómetros al norte de Gandía), ganada una vez más por el caudillo castellano, esta vez con ayuda de la hueste aragonesa del rey Pedro I, con el que Rodrigo se había aliado en 1094.Esta victoria le permitió proseguir con sus conquistas, de forma que a finales de 1097 el Campeador ganó Almenara y el 24 de junio de 1098 logró ocupar la poderosa plaza de Murviedro, que reforzaba notablemente su dominio del Levante. Sería su última conquista, pues apenas un año después, posiblemente en mayo de 1099, el Cid moría en Valencia de muerte natural, cuando aún no contaba con cincuenta y cinco años (edad normal en una época de baja esperanza de vida).

    Aunque la situación de los ocupantes cristianos era muy complicada, aún consiguieron resistir dos años más, bajo el gobierno de doña Jimena, hasta que el avance almorávide se hizo imparable. A principios de mayo de 1102, con la ayuda de Alfonso VI, abandonaron Valencia la familia y la gente del Campeador, llevando consigo sus restos, que serían inhumados en el monasterio burgalés de San Pedro de Cardeña.

    Acababa así la vida de uno de los más notables personajes de su tiempo, pero ya entonces había comenzado la leyenda.

    Autor: Alberto Montaner Frutos, Catedrático de la Universidad de Zaragoza. Rev. ALC: 09.09.19


    https://www.caminodelcid.org/cid-his...cid-historico/
    "He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.

    <<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>

    Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.

    Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."

    En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47


    Nada sin Dios

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