La leyenda de Bernardo del Carpio

Bernardo del Carpio, desafia al Rey Alfonso II el Casto
Nos recuerda Cervantes, por boca de nuestro querido Don Quixote: “como es cosa ya averiguada que todos o los más caballeros andantes y famosos, uno tenga gracia de no poder ser encantado, otro de ser de tan impenetrables carnes, que no pueda ser herido, como lo fue el famoso Roldán, uno de los doce pares de Francia, de quien se cuenta que no podía ser ferido sino por la planta del pie izquierdo, y que esto había de ser con la punta de un alfiler gordo, y no con otra suerte de arma alguna; y así, cuando Bernardo del Carpio le mató en Roncesvalles, viendo que no le podía llegar con fierro, le levantó del suelo entre los brazos, y le ahogó, acordándose entonces de la muerte que dio Hércules a Anteón…” Evidentemente, Don Miguel de Cervantes, recupera un pasaje legendario de nuestra Historia, que como casi todo lo ocurrido en la España del siglo IX, nos ha llegado difuminado, a la media luz que tan lejano tiempo pueda aportarnos.


No obstante, y teniendo claro que las leyendas no son hechos verídicos de la Historia mientras no se demuestra lo contrario, bueno será recordar lo que sabemos del caballero Bernardo del Carpio, cuya vida y obra es digna de una epopeya griega.


Cuenta la leyenda, que en los albores del siglo VIII, reinando en la España cristiana Don Alfonso II el casto, su hermana Jimena, se enamora del noble Sancho Díaz, a la sazón Conde de Saldaña. Por las razones que fuere, el Rey Casto no aprobó dicha relación, y los nobles amantes se casaron en secreto. La reacción de Don Alfonso, sintiéndose traicionado, y herido en su orgullo, fue encarcelar al Conde en el castillo de Monzón, y encerrar a su hermana en un convento, lugar en el que nació el pequeño Bernardo.


La infancia y juventud de Bernardo del Carpio transcurrió en la corte, ajeno a quien era realmente, y al destino de sus verdaderos padres. Allí es educado como caballero, sobresaliendo desde muy joven su carácter valiente y buen uso de las armas. Pronto se convirtió el joven Bernardo en uno de los favoritos del Rey, y así pasó a formar parte de su escolta privada, logrando incluso salvar la vida del Rey Alfonso durante una batalla.


Ocurre entonces que Carlomagno, emperador del Sacro Imperio, exige vasallaje a su aliado el Rey de Asturias; y así envía un ejército que ha de imponer el sello imperial en tierras hispanas. Bernardo no acepta el chantaje extranjero, y con un grupo de fieles, sin saberlo el Rey, se encaminó a Roncesvalles a combatir al ejército franco. La victoria fue total para las huestes astures, y el caballero del Carpio, como buen vasallo, entregó la victoria a su noble Rey. Así nos lo cuenta el romance:


Siglos ha que con gran saña,
Por esa negra montaña
Asomó un emperador.
Era francés, y el vestido
Formaba un hermoso juego:
Capa de color de fuego
Y plumas de azul color.
Y pedía, la corona de León.
Bernardo, el del Carpio, un día
Con la gente que traía,
“¡Ven por ella!”, le gritó.
De entonces suena en los valles
Y dicen los montañeses:
¡Mala la hubisteis, franceses,
En esa de Roncesvalles!
Allí, con fiel de arrogancia,
Los doce pares de Francia,
También estaban, también.
Eran altos como cedros,
Valientes como leones,
Cabalgaban en bridones,
Águilas en el correr.
Salió el mozo leonés,
Bernardo salió, y luchando
A todos los fue matando,
Y hubiera matado a cien.
De entonces suena en los valles
Y dicen los montañeses:
¡Mala la hubisteis, franceses,
En esa de Roncesvalles!
Con qué ejército, Dios mío,
De tan grande poderío
Llegó Carlo Magno acá.
¡Cuantos soldados! No tiene
Más gotas un arroyuelo,
Ni más estrellas el cielo,
Ni más arenas la mar.
Dios no los quiso ayudar.
El alma los arrancaron
A sus pies los derribaron
Como al rioble el huracán.
De entonces suena en los valles
Y dicen los montañeses:
¡Mala la hubisteis, franceses,
En esa de Roncesvalles!
Diz que dice un viejo archivo
Que no quedó un francés vivo
Después de la horrenda liz.
Y así debió ser, pues vieron
El sol de los horizontes
Muchos huesos en los montes
Y muchos buitres venir.
¡Qué gran batalla!
No fue menos el botín:
Banderas, cotas de malla
Y riquezas y vitualla
Se recogieron sin fin.
De entonces suena en los valles
Y dicen los montañeses:
¡Mala la hubisteis, franceses,
En esa de Roncesvalles!
Huyó, sin un hombre luego,
La capa color de fuego
Rota y sin plumaje azul
Bernardo, el del Carpio,
Torna a casa tras la guerra
Y al poner el pie en su tierra
Lo alcanza la multitud.
¡Qué de alegrías!
En verlas gozarás tú.
Hubo fiestas muchos días,
Tamboriles, chirimías,
Y canciones a Jesús.
De entonces suena en los valles
Y dicen los montañeses:
¡Mala la hubisteis, franceses,
En esa de Roncesvalles!


Muerte de Roldán en Roncesvalles, según David Aubert
Es entonces cuando Bernardo se entera de que no es un bastardo, y del injusto destino de sus nobles padres. Pide al Rey que les libere, combate como nunca para ganarse el favor real, suplica hasta de rodillas, más nada consigue; y como dos siglos después hiciera el buen Cid, abandona el Reino con sus fieles y se pone a las órdenes del Rey moro Marsil de Zaragoza.


Bernardo, enfurecido arrasa las tierras de Asturias con su mesnada, como nos recuerda el Padre Mariana “hacía cabalgadas por tierras del rey, robaba, saqueaba y talaba ganados y campos”. Tal debió de ser la furia con la que el caballero palentino arremetió, que al Rey Alfonso II el Casto no le quedó otra que prometerle la liberación de sus padres; más como la dicha nunca es completa, a su padre le entregó ya fenecido, y a su madre agonizante. Poco más que despedirse de ella pudo el héroe, aunque esto le valió, como fiel vasallo que era, para volver a formar parte de las huestes del Rey de Asturias.


Actualmente, los supuestos restos del caballero Bernardo del Carpio descansan en la Colegiata de Santa María la Real de Aguilar de Campoo, y cercana a la Colegiata se encuentra la cueva descubierta por el caballero Elpidio, donde debió de estar enterrado en la antigüedad el héroe, y que aún mantiene un sepulcro que reza así: “Aquí yace sepultado el noble y esforzado caballero Bernardo del Carpio, defensor de España, hijo de don Sancho Díaz, conde de Saldaña y de la infanta doña Ximena, hija del rey don Alonso el II llamado el Casto. Murió por los años de 850".


Verdad o leyenda la vida del héroe, lo cierto es que nos deja el legado de la lealtad al rey y al honor personal como consigna vital, siendo la segunda más importante que la primera cuando el Rey no cumple, pero que vuelve a ser secundaria una vez que el Rey cumple…




Luis Carlón Sjovall
Presidente ACT Fernando III el Santo

A. C. T. Fernando III el Santo