(Fuente: Reino de Valencia, nº 29, Enero – Febrero 2003, páginas 3 y 4)
La página 68
En la década de los 50, la Biblioteca del Pensamiento Actual «propagadora del monarquismo y de la instauración como reforma» según Juan Beneyto, editada por Rialp y dirigida por Rafael Calvo Serer, sumó en poco tiempo excelentes títulos. Hay entre ellos algunos que nos afectan directamente tanto en la identificación doctrinal de sus autores, como por los temas estudiados. Así, en 1954, apareció La Monarquía Tradicional, de Francisco Elías de Tejada, ansiosamente esperada por muchas razones que tenían que ver con el momento político y con las singulares circunstancias que vivía el carlismo.
Residía por aquellas fechas en Madrid y militaba en la AET que dirigían con indudable acierto y sacrificio personal Ángel Romera Cayuela, Rafael San Martín Castanedo, Francisco Martínez-Falero Galindo y Benito Tamayo Hernáez. Recuerdo la ilusión con que esperábamos la edición del libro, después de habernos deleitado con la espléndida lección de Rafael Gambra en su La Monarquía social y representativa en el pensamiento tradicional, que había visto la luz poco antes. Ambas obras nos proporcionaron abundante munición dialéctica, generosamente esgrimida en nuestras controversias con adversarios políticos y en nuestras labores proselitistas. Del libro habíamos tenido algunos atisbos en los círculos de estudio con que, muy de vez en cuando, nos regalaba el maestro Elías de Tejada en los locales de Misión, el feudo del venerable Luis Ortiz y Estrada. Pero no supimos entonces –yo no, desde luego– que el libro se publicó incompleto. Y aunque el recorte es poco extenso y no afecta a la esencia de las tesis expuestas, sí velaba un aspecto fundamental de la política del régimen.
Regresé a Valencia en marzo de 1955 y no mucho después, ocupando ya la jefatura de la Juventud Carlista del Distrito de Valencia, recibí el texto completo por medio del jefe local de la organización en Rafelbuñol, Enrique Piquer Iborra, al que se lo había pasado su amigo José María Melis Saera. Estaba claro que Elías de Tejada, buen conocedor del clima político y de los condicionantes que limitaban la formulación del pensamiento carlista, optó por cercenar su obra para que no encallase en los arrecifes de la censura oficial, dejando para mejor ocasión la edición íntegra de su trabajo. Edición que nunca se produjo. De su autenticidad no cabía dudar. Sólo Paco Elías podía haber escrito lo que tenía en mis manos. Pero es que, además, otro gran amigo suyo, un hombre tan intachable, tan absolutamente fiable como Salvador Ferrando Cabedo, lo reconoció sin titubeos, pues el propio autor le había leído el texto, si bien no quiso cederle una copia en aquel momento. Después ya no se presentó la ocasión. La historia es bien sencilla. Elías de Tejada mantenía gran amistad desde hacía años con Melis que, a su vez había establecido una cordial relación con Diego Salas Pombo, destinatario de la misiva, viejo amigo del profesor y a la sazón gobernador civil de Valencia. A Melis, pues, le confió su carta para que se la entregara en mano a Salas Pombo. Pero antes de cumplir el encargo, obtuvo un par de copias mecanográficas. Una de ellas es la que conservo en mi archivo y creo que merece la pena darla a conocer. Aquí está:
...........................................................Granja de Torrehermosa (Badajoz) 16 – X – 54
Sr. D. Diego Salas Pombo
Querido Diego: Al ir a Sevilla al comenzar las tareas académicas encontré allí una tarjeta de cierto viejo amigo de Valencia, José M. Melis, junto con un recorte de «Levante» en donde se recoge cierta conferencia tuya en la cual has tenido la amabilidad de recordar nuestros afanes comunes salmantinos, no avergonzándote de la amistad con este desterrado que vive en paz con Dios y con sus muertos en un rincón de Extremadura. Admiro tu valentía en proclamar estamos más cerca que cada cual respecto de los fantasmones que ennegrecen mi línea o de los arribistas que deshonran la tuya; y podrás creer que quien ha leído tus palabras, aun gentes de matices harto hostiles, no han dejado de abrir los ojos atónitos ante el espectáculo insólito de topar con un caballero en el tinglado donde pululan un Joaquín Pérez Villanueva o un Alfredo Sánchez Bella, por ejemplos más a mano.
Mi largo viaje por África impidió te enviara antes mi «La Monarquía Tradicional». Hoy quiero hacerlo, pero completo, para que tengas al menos las primicias de conocerlo íntegramente antes que nadie. Para ello te daré enseguida la redacción cabal de la página 68, lo que cuando las circunstancias lo permitan sustituirá al provisional epígrafe «El dilema presente». Porque, además, si tienes la paciencia de leerlo, verás tal vez confirmadas tus palabras. Uno de los equívocos que hay en todo esto, querido y admirado Diego, es suponer que yo –a quien la vecindad de los fantasmones ha desengañado asimismo de este otro tinglado en torno al hombre que encubre su vaciedad con las hopalandas del santoneo político– soy hostil a la Falange. No es verdad. A lo que soy hostil es a la versión de la Anti-España que la Falange significa, hoy 16 de octubre de 1954, nunca a la Falange fundadora. Y conste me duele en el alma, a fuer de hombre del 18 de Julio, esa Falange ocasión definitiva malograda en cuanto a retorno de la Tradición de las Españas.
Nunca dije tal, porque hasta ahora las palabras serenas que hicieran justicia a la Falange pudieran confundirse hasta colocarme al bajo nivel de los arribistas que en tu banda medran. Pero la Falange va camino de desaparecer en la polvareda de un recodo de la historia y entra de lleno en mi función de historiador del pensamiento político juzgarla. La paz a los muertos sustituyendo al batallón de los demasiado vivos que de ella hicieron trampolín; incluso yo –lo he escrito en alguna parte– vivo entre los muertos, incluso entre la malograda posibilidad tradicionalista que la Falange ha sido.
Va mi texto futuro que eres el primero en leer, y espero juzgues al menos que lo escribí con la misma caballerosidad que te caracteriza. Dirá así:
LA EUROPEIZACIÓN FALANGISTA
El 18 de Julio de 1936 se abrió por tercera vez la posibilidad de reconstruir la Tradición de las Españas, siguiendo el cauce de un movimiento nacional contra la república, reacción gloriosamente semejante a la que promovió la guerra de la Independencia a principios del siglo XIX. Dos grupos políticos encarnaron la vibración del alma nacional: La Comunión Tradicionalista y Falange Española.
La Comunión Tradicionalista asumía en lo formal la continuidad tradicional, sublimada en el heroísmo de los requetés navarros, por más que atravesase grave crisis en su sector intelectual, cuyo valor más relevante, Víctor Pradera, había dejado deslizar en un libro como EL ESTADO NUEVO, proposiciones reñidas con el sistema de las ideas políticas de la Tradición. Falange Española, externamente adscrita a formularios fascistas de estilo europeo, ofrecía sin embargo, por su parte, la posibilidad tradicional en cuanto subordinaba su quehacer político a empalmar con “la eterna e inconmovible metafísica de España”, bellísima manera en la que su fundador José Antonio Primo de Rivera, definió a la tradición hispana en su discurso de 19 de mayo de 1935. La unión entre ambas fuerzas hubiera podido restaurar el hilo roto de las Españas verdaderas.
Mas la unión fue imposible por la conjunción de dos factores desdichados: el primero, el yerro psicológico de reducir el movimiento nacional al programa falangista, sin concesiones al ideario del carlismo; el segundo, interpretar dicho programa, ya exclusivo, a la europea, no a la española. De donde todas las proclamas unificadoras de Francisco Franco tendrán idénticas consecuencias al decreto filipino de 1707 o a los artículos gaditanos: postularán presentar por tradición hispana y bajo la bandera de las Españas lo que no era más que fórmula enemiga, la hora vigente en la Europa extraña: el totalitarismo fascista.
El hombre nefasto que consumó esta nueva y tercera desventura, el traidor de la etapa contemporánea, el Macanaz nuevo o el afrancesado redivivo, se llama Ramón Serrano Suñer. No es tarea mía ahora aclarar lo que haya de cierto en los autorizados rumores que atribuyen su gestión a contactos con las logias masónicas, bien que los hechos externos parecen confirmarlos. Baste decir que este hombre, cuñado del Caudillo Franco, usó toda su omnímoda influencia familiar con cinismo verdaderamente extraordinario para erigirse en alma del falangismo, al que nunca perteneció y para otorgar espaldarazo falangista intérprete del 18 de Julio a determinados pseudo intelectuales que hicieron de la adulación de Franco o del vestido de la camisa azul cómodos y turbios Jordanes en donde ocultar pasados no muy limpios.
Así el programa de Falange Española, que el 18 de Julio era tabla rasa en la cual, de seguir los anhelos de José Antonio Primo de Rivera, se hubiera inscrito la doctrina de la Tradición española, fue interpretado a tenor del fascismo italiano o del nacionalsocialismo alemán. Antonio Tovar, herido por los propios falangistas en julio de 1936 en Valladolid, labró a la sombra de Serrano Suñer una teoría del imperio a lo tedesco, con sus ribetes de anticlericalismo y todo, que era la evidencia de nuestra defensa de la Cristiandad contra Europa, punto de partida de la Tradición de las Españas. Pedro Laín Entralgo, tarado de intimidades tan dispares de la Falange, edificó los valores morales del nacionalsindicalismo a tono con el hegelismo fascista, incompatible con nuestros libérrimos gremios. Y Javier Conde García, también acunado en manchados pañales políticos, al amparo de Serrano Suñer se elevó a teórico del régimen justificando el caudillaje de Franco con la teoría europea, anticatólica y antiespañola del carisma, en lugar de apelar a la luenga línea doctrinal que desde San Isidoro a Enrique Gil Robles habría certificado el sentido español del poder de mano del Caudillo.
Una vez más, la moda europea pretendía osadamente pasar por Tradición de las Españas. En 1939 fue la bandera del falangismo, y de esa guisa Falange Española se trocó en el tercer intento de penetración de Europa entre nosotros, siendo así que su fundador la había soñado empalme vivo con la Tradición perdida.
Esta es, querido Diego, la página que falta en mi libro. Trágica, es verdad, pero irremediable; te repito que yo, carlista de cuyo carlismo nadie se atreverá a dudar jamás, lo siento más que nadie. ¡Hubiera podido lograrse tanto sin el siniestro adolescente cano, o si Arrese o Fernández Cuesta hubieran percibido la necesidad de dar a Falange Española un sentido español y no europeo, esto es, si en vez de seguir las pisadas de Serrano, hubieran andado las de José Antonio!
Ya es tarde, terriblemente tarde, pura memoración de un imposible. Por eso, porque ahora decir estas cosas no suena a elogios ya que los muertos no premian los elogios y la Falange muerta está, puedo proclamar no hay en mí ninguna hostilidad a la Falange, sino hacia quienes han hecho de Falange un arma al servicio de la Anti-España. Así yo, que vendí Arriba en 1935 por las calles de Madrid, fui luego, soy y seré encarnizado enemigo de esa otra Falange, europeizada, carismática, antiespañola, democristiana, farisaica, fofa, encanallada y triste. Admiraré siempre a la Falange inicial de José Antonio; como español y como carlista odiaré a muerte a la Falange de Ramón Serrano Suñer.
No sé si habrás tenido la paciencia de leer esta larga misiva, pero creo que era mi réplica a tus palabras de recuerdo. Ya sabes, querido Diego cuanto te admiro y quiero, porque, aparte tus condiciones personales de caballero y de gobernante acertadísimo, veo en ti uno de aquellos hidalgos de la Falange primera, por verdadera casualidad extrañamente perdido en el lodazal postserranista: un español a secas, con los que es honra ir a todas partes.
Saludos cordiales para Santa y un abrazo de tu leal amigo
............................................................Francisco Elías de Tejada
Los lectores que posean la obra de Francisco Elías de Tejada, disponen desde ahora del auténtico texto de la página 68, reducido en su edición a unas pocas líneas. Espero que lo disfruten.
Luis Pérez Domingo
Visto en: CALAMEO
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