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Tema: Artículos de Elías de Tejada

  1. #1
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    Artículos de Elías de Tejada

    COLL ALENTORN Y LA POLÍTICA DE JAIME I (La Vanguardia, 2 de Septiembre de 1976)

    Señor Director de «La Vanguardia»:

    En este momento llega a mis manos un artículo, publicado en «La Vanguardia» del día 25 de los corrientes, en el cual mi viejo amigo Miguel Coll i Alentorn, a cuyos méritos de historiador he hecho siempre justicia en mis libros, me achaca dos cosas: 1.º, un apasionamiento castellano, y 2º., haber lamentado yo la renuncia de los derechos del impar «Casal d´Aragó» a los territorios occitanos en el tratado de Corbeil.

    Por tratarse de algo que a mi honor de estudioso afecta, le ruego publique las siguientes aclaraciones:

    1.ª Aunque yo sea extremeño, no tolero que nadie me dé lecciones de catalana. Hace un cuarto de siglo, cuando nadie se acordaba del tesoro tradicional de Cataluña yo lo puse de relieve en términos que han merecido aplausos de catalanes de tanto pro como Lluis Durán y Ventosa o el cardenal Albareda. Lo que sucede es que Miquel Coll i Alentorn sigue aquí la pauta de los nacionalistas catalanes en general: amistad con Francia, cegados de su odio contra Castilla, con olvido de la historia de Cataluña. Estoy dispuesto, si Ud. señor director, me concede sus páginas, a demostrar al señor Coll i Alentorn que el moderno nacionalismo catalán, no es que no tenga nada que ver, es que constituye la negación de la Cataluña auténtica; que exclusivamente los tradicionalistas catalanes, esto es los carlistas, sustentamos en esta hora estúpida de la europeización sin límites.

    2.º A ello se debe que Miquel Coll i Alentorn apruebe la acción de Jaime I. Porque no es el caso saber si fue política realista o no, ni si era hacedero o imposible luchar contra la adversidad de las circunstancias. Lo cierto es que todavía resuenan en mi pecho las quejas de los trovadores reseñadas en un libro mío entre otras partes, así como que con el tratado de Corbeil cercenó las grandezas de la Casa de Aragón, dentro de cuya monarquía el Principado era solamente una parte. Yo miro a la historia en función de las Españas, mientras que para Miquel Coll i Alentorn lo que cuenta son los intereses parciales de Cataluña, concebida separada del resto de los pueblos españoles.

    Además me sorprende su justificación indirecta de la pérdida del Rosellón, tierra y gentes indiscutiblemente catalanas y, por catalanas, españolas. Se ve aquí le preocupa más Francia que Cataluña. Otro de los contrasentidos de un nacionalismo menudo y miope, capaz de oscurecer incluso mentes tan claras como la de mi estimado Miquel Coll i Alentorn.

    Francisco ELIAS DE TEJADA


    Fuente: HEMEROTECA LA VANGUARDIA

  2. #2
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Re: Artículos de Elías de Tejada

    Creo que puede resultar interesante la reproducción de este intercambio polémico entre Elías de Tejada y Juan Cabré Cires sobre la verdadera tradición catalana, publicado en diario barcelonés La Vanguardia en 1976.

    Pero antes dos matizaciones a Elías de Tejada:

    1ª) En lo que se refiere a su habitual exageración al criticar el absolutismo de los Borbones anteriores a la llegada de la Revolución en 1833, y sobre el cual no me extiendo más pues me remito a lo que ya he dicho en otras partes, a saber, su menor dominio de esta etapa política española, cuya muerte prematura no le permitió profundizar debidamente.

    2ª) Sus estrambotes sobre la supuesta ausencia de condición de Princesa de Doña Magdalena, y de la cual ya se ha puntualizado su falsedad en otro lugar, breve pero claramente. Parece ser que formaba parte del carácter "peculiar" de Don Francisco este tipo de salidas que tenía de vez en cuando sin venir a cuento (los que le conocían no le daban mucha importancia y se referían a ellas como "las cosas de Elías").

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    Polémica entre Elías de Tejada y Juan Cabré Cires



    MATICES DEL CARLISMO (La Vanguardia, 24 de septiembre de 1976)


    Señor Director de «La Vanguardia»:

    Le ruego publique en el diario de su digna dirección las siguientes líneas, en réplica a las alusiones personales que nominalmente me hace el señor don Juan Cabré en la página 30 de «La Vanguardia» del pasado 14, en relación a lo por mí manifestado en dicho periódico del día 2.

    Dicho tema titúlase: «Responsable en el carlismo». No sé de qué carlismo, porque eso de «responsable» cae fuera de la terminología carlista por dar en palabreja de marxistas resonancias. De lo que deduzco no es carlista, sino secuaz de ese curioso partido «carlí» que acaudilla «monsieur Hughes de Bourbon» Busset. Y llamo así a este «monsieur» para evitar que algún fiscal celoso cumplidor de sus deberes entable contra mí querella por delito de complicidad en hechos penados en el artículo 322 del Código penal vigente; ya que tal «monsieur», si bien hijo de S.A.R. don Javier de Borbón-Parma, solamente puede ser mencionado en España por el apellido materno, a tenor del art. 12 de la pragmática dada por Carlos III en 23 de marzo de 1776, pasada a ley 9, título II, libro X de la «Novísima Recopilación»; texto legal hoy vigente en la materia. Pues a consecuencia del morganatismo que supone enlace con la rama materna que son los Busset, ese «monsieur» es don Hughes de Busset, anteponiendo el «Bourbon» merced a la «allegiance» de bastardía otorgada por Luis XV en 1769. Bastardía que puedo demostrarle con irrefutables documentos en caso de que esta afirmación ofrezca al señor Cabré la menor duda.

    Con todos los respetos que la persona de don Juan Cabré me merece, le respondo:

    a) Un carlista es tradicionalista, sin que pueda ser nacionalista. Porque los carlistas partimos del hombre histórico de la tradición, mientras que el nacionalismo procede de la concepción histórica del hombre rousseauniano, derivada de la herejía teológica protestante. Si el señor Cabré fuera carlista negaría el nacionalismo, amén de esta razón doctrinal, por mera fidelidad a lo imperado por el último rey legítimo S.M. don Alfonso Carlos I, en el art. 3 de Su Real decreto de 23 de enero de 1936.

    b) La «Renaixensa» no cerró ni abrió nada para el carlismo. Si el señor Cabré fuera carlista suscribiría la teoría foral del carlista catalán Magín Ferrer en «Las leyes fundamentales de la monarquía española» (Barcelona, Pablo Riera, 1843, dos tomos), el mayor libro del pensamiento político catalán del siglo XIX, en vez de participar en el espectáculo de la «Diada» del pasado día 11, donde un grupo de personas que no cubren ni siquiera el uno por ciento de la presente población del principado ha utilizado la figura egregia del españolísimo Rafael de Casanova como profeta del Estatut de 1932, cabalmente la antítesis del afán que movió al héroe españolísimo a pelear contra las tropas del francés Felipe de Anjou: las ideas francesas de este progresismo que entonces era absolutista y ahora se viste de la hijuela directa del absolutismo que es la democracia revolucionaria. Si el señor Cabré fuera, no ya carlista, pero al menos catalán, recordaría lo que arguyó la auténtica generalitat el 20 de junio de 1714, para deducir la imposibilidad de que un catalán siga a un «monsieur» tal como el tal Hughes de Bourbon-Busset, junto con la imposibilidad de que un catalán cometa la blasfemia anticatalana de confundir la gloriosísima gesta antifrancesa de Rafael de Casanovas con los nacionalismos copiados de Francia: de la Francia enemiga secular de Cataluña.

    c) Los fueros catalanes y la Cataluña verdadera son lo contrario de la palabrería huera con la que el señor Cabré intenta encubrir su extranjería afrancesada: «rol», «palmarés occidental», «libertad transcendente», «soberanía» y demás peregrinas lindezas que serán adecuadas para un secuaz del descendiente de la rama bastarda de los «Bourbon-Busset» que luchara contra las Españas en San Quintín y en el asesinato del españolísimo Franco-Condado de Borgoña. Pero que nada tienen que ver ni con Cataluña ni con los sistemas de libertades concretas consignados en los libérrimos fueros catalanes. Si el señor Cabré desea conocer lo que es el carlismo y cual sea la doctrina actual del carlismo catalán, déjese de vacías monsergas extranjeras y lea las conclusiones de las Primeras Jornadas Forales Carlistas Catalanas organizadas en Barcelona del 20 al 22 de junio de 1969 por los auténticos carlistas catalanes convocados por el Centro de Estudios «General Zumalacarregui» e impresas en Sevilla, Montejurra, 1973.

    Lamento carecer de espacio para ensanchar debidamente esta réplica. Pero si el señor Cabré, «responsable» huguista, usa los millones matrimonialmente ganados por su «leader» para pagar páginas de un periódico con el dinero que yo no tengo, estoy dispuesto a seguirle demostrando que ese partido « carlí» en el que parece milita ni es carlista, ni es tradicionalista, ni siquiera es catalán.

    Francisco ELIAS DE TEJADA


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    MÁS SOBRE EL CARLISMO (La Vanguardia, 5 de Octubre de 1976)


    Sr. Director de «La Vanguardia»:

    La carta que el día 24 del mes en curso publica don F. E. de Tejada en su espacio «Cartas a “La Vanguardia”», más que una carta parece una bomba de profundidad que todo lo destruye; me ha entristecido mucho porque demuestra lo difícil que resulta el diálogo si no hay anhelo de comprensión hacia lo que el oponente dice. No le contesto en catalán como debería, porque ese periódico está escrito en lengua castellana.

    No creo que sea un concepto inventado por el marxismo el vocablo «responsable» y tampoco veo que esté excluido de la terminología de nadie; es una palabra que expresa un concepto muy importante y de una manera muy exacta, creo que es una expresión, creo que es una expresión latina, pero sea de quien sea es preciso felicitarlo y sería lamentable e incomprensible no utilizar este vocablo tan noble y significativo. En realidad estando vigente el Decreto de Unificación, no puede decirse legalmente ni discutir quien es quien en el Carlismo, pero deducir que no soy carlista en base a unas elucubraciones sobre articulados que más que Historia práctica, yo diría que son temas de museo mucho más como carlista; por cuanto Carlos VII dejó bien solemnemente sin efecto el Decreto de Nueva Planta y haciéndose el propósito de actualizar al terminar la contienda, los Usos y Costumbres Constitucionales de Cataluña, mediante la convocatoria de Cortes Forales. Igualmente los bizantinismos que se mencionan de bastardías legales y del derecho a usar las personas el nombre paterno o no, lo considero muy poco cristiano e inoperante y al margen de la política moderna. A mi entender lo que cuenta es que un grupo calificado y responsable de carlistas, en Montserrat cuando el Congreso Eucarístico Internacional, pactaron con el Regente Francisco Javier y lo aclamaron como Rey y él, a su vez, nos ha ofrecido como Sucesor a su hijo Carlos Hugo.

    Ni el señor Rousseau podría abrogarse la palabra latina «Natio» ni los carlistas la rehusamos, bien al contrario, nuestras raíces políticas son tan profundas que parten de las mismas Fuentes del Derecho: La Libertad Trascendente de la Persona, la Familia y la «Natio» (comunidad natural de nacimiento); no otra cosa fue la aceptación y promoción de las naciones hispánicas, significado en el «Tanto monta, monta tanto» de Fernando e Isabel.

    «La Renaixença» en su sentido real político, más que en el meramente literario, de algo que estaba aparentemente muerto y vuelve a vivir, se detecta ya y por citar sólo hechos destacados, en la ejecución de Bach de Roda, en el «Memorial de Greuges» y, naturalmente, en nuestras Guerras Carlistas, que como dice Mariano Vayreda en 1898: «Era la doctrina regionalista que me seducía a pensar de que no la comprendía del todo, llevado por un intenso amor por las cosas de casa, presentía la reconstitución de nuestra nacionalidad y la resurrección de una federación española como la única reparación de lacerantes injusticias y desastrosos errores políticos; así concebía yo al carlismo y así lo acepté.»

    Me gustaría poder leer este libro que desconozco del señor Ferrer; yo también recomiendo como básico del carlismo cara al futuro, y ojalá todo el mundo lo conociese, porque conocer es amar, un libro intitulado «El Carlismo y las autonomías regionales», de don Evaristo Olcina, editado en Madrid por Seminarios y Ediciones, S.A., 1974 (además me ofrezco a prestarlo).

    Item de «secuaz» «no carlista» el señor Elías de Tejada me cuelga el que no soy ni catalán. Las apreciaciones siempre suelen ser mutuas aunque después precisa montarlas sobre razones. El Once de Septiembre fue una guerra perdida, donde triunfó la hegemonía francesa tanto militar como política; celebro que por lo menos también lo vea así este señor. Fue la consolidación del genocida Tratado de los Pirineos y la implantación de la filosofía centralista en la Administración Española y con la consiguiente muerte por decreto de todas las nacionalidades hispanas.

    «Meitat de Francça meitat d´Espanya no hi ha terra como la Cerdanya». Copio este verso popular para demostrar con breves palabras como tenemos los catalanes de vivo todo el mal que del imperialismo francés nos ha venido, empezando por la Batalla de Muret. Por favor, no somos admiradores de nuestros ofensores; somos, eso sí, cordiales con todos y en todas partes; somos también, pues, amigos de los franceses y de su Francia, refugio tantas veces de nuestros exiliados carlistas, pero del absolutismo y del jacobinismo a nosotros no nos gusta nada, ni tan sólo el Código de Napoleón, ni la participación en «Provincias» ni nada. Estimamos los Usos políticos de los bretones, de los provenzales, de los alsacianos, de los vascos y, naturalmente, de los catalanes; eso en cuanto a Francia; en cuanto a España de la que somos confundidores, a pesar de no desear ser absorbidos, sí queremos vivir hermanados con todos aquellos que la geopolítica nos da por vecinos. Esto lo tenemos demostrado a manos llenas, lo estamos demostrando ahora y lo demostraremos siempre; nuestra idiosincrasia es de progreso y es cooperativa a ultranza. Los catalanes, y los carlistas, somos los mejores aliados y los más seguros para construir una España democrática.

    Fácil me sería al señor Francisco Elías cuando me dice que me deje de «monsergas», replicarle que quien ha de dejarse de monsergas es él: pero no, dejemos este terreno; con gusto leeré si puedo estas «Jornadas forales carlistas catalanas» que lamento ignorar, pero lo que sí debo aclarar que como Persona tengo el derecho y en conciencia el deber de seguir, sin que el hecho de ser catalán y de ser carlista me lo impida sino bien al contrario, a un Monsieur, a un Mister, a un Herr, o a quien sea que halle digno y positivo. Hablando de historias, en tiempos de Juan II, en el de Felipe IV, en el de Felipe V, en el de Fernando VII y en otras ocasiones, así lo hemos hecho los catalanes; lo tenemos en la masa de la sangre, ser fieles hasta las máximas consecuencias cuando somos correspondidos, pero no nos sentimos infeudados cuando somos traicionados.

    Este señor de Tejada, que tiene el insulto tan fácil como difíciles las razones, dice que hago palabrería huera; repito, las apreciaciones siempre suelen ser mutuas; pero es inadmisible caer en los mutuos epítetos sobre si el afrancesado soy yo o es él. Y el tratar de bastardo al miembro representativo de una familia patricia y ejemplar, merece tantos calificativos que es mejor decir que es incalificable y que no ofende quien quiere sino quien puede.

    Para terminar debo manifestar, no al señor don Francisco Elías de Tejada que no lo merece, pero sí a los lectores de este periódico que no me he gastado ni cinco céntimos, ni de ningún carlista ni míos, en airear la realidad carlista; siempre ha sido una gentileza tanto de esta periódico como de los demás que me han acogido. Esto aparte pongo en consideración de los lectores si en lugar de haber redactado esta réplica no hubiese sido más apropiado confiarlo a un letrado que calibrase la gravedad de las injurias formuladas.

    Juan CABRE CIRES


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    REPLICA Y PRECISIONES (La Vanguardia, 17 de octubre de 1976)


    Señor Director de «La Vanguardia»:

    Le suplico publique, a términos legales, las siguientes líneas, en réplica a los juicios que sobre mí emite «La Vanguardia» del 5 de los corrientes el «responsable» huguista don Juan Cabré Cires.

    1. En todo momento mantuve hacia el señor Cabré los máximos respetos y lamento que él no lo entienda así. Pero si estima insultos lo que son razones con apreciación que parece nerviosamente subjetiva, puede acudir a los tribunales. Como también podré acudir yo para aquilatar si sus juicios son o no injurias, así como para que el superior criterio de los jueces aprecie si en los términos de su carta existen motivos para la aplicación del art. 493 del Código penal, porque nadie puede coaccionar mi legítimo derecho de estudioso a puntualizar documentos en mano la bastardía de la rama de los Bourbon-Busset.

    2. Algunos argumentos acerca de esta bastardía: a) Confesión de bastardía de Pierre de Bourbon-Busset en 22 de enero de 1509 ante los notarios Pestre, de Montferrand, y Bardon, de Olivet; puede verse en Louis Lainé, artículo « Bourbon» del «Dictionnaire de la conversation et de la lecture», Paris, Belin-Mandar, VIII (1833), 63; b) Testimonio del primer cronista oficial de la Casa de Borbón, el agustino descalzo Anselme de Sainte-Marie, en la «Histoire de la Maison Royale de France», París, Estienne Loyson, 1674, tomo I, pág. 318; c) Testimonio de N. L. Achaintre en la «Histoire généalogique et chronologique de la Maison Royale de Bourbon», París, Mansut fils, 1825, tomo I, pág. 177; d) Testimonio del abbé V. Dumax en el «Grand Album généalogique et biographique des Princes de la Maison de Bourbon después ses plus anciennes origines», Paris, Blanc-Pascal, 1888, pág. 51 b. Etc., etc. No pongo más para no alargar esta carta innecesariamente.

    3. No hay que confundir a S.A.R. don Javier de Borbón-Parma, quien merece mis mayores respetos personales y jurídicos, con su descendencia, para la que mis estudios me vedan respetos jurídicos, ni mucho menos con este «monsieur» Hughes, para quien no tengo ningún respeto ni jurídico ni personal. Como él mismo sabe por habérselo dicho yo en casa de don José María Valiente el 6 de febrero de 1962 en los tiempos y a causa del fervor franquista de ese «monsieur», fervor cuajado en la audiencia que le concedió S. E. el Generalísimo Franco en mayo del propio año y en la cual adoptó actitud de «adulación servil» en palabras que yo he escuchado de labios del Caudillo en la única ocasión en que tuve el honor de hablar larga y personalmente con Francisco Franco, el día 20 de marzo de 1968. Dando yo crédito a hombre de las calidades personales del Generalísimo, en tanto el señor Cabré no tenga a bien demostrarme que mentía. Si el tal «monsieur» Hugues ha pasado luego de la «adulación servil» a la hostilidad sañuda, son cambios que juzgará el lector y que no conciernen a mi Carlismo invariable, antes de Franco, con Franco y después de Franco; como puedo certificar acudiendo a buenos amigos de los que políticamente disiento, desde don Gonzalo Fernández de la Mora, jefe nacional de UDE, a don Enrique Tierno Galván, presidente del PSP, desde don Manuel Fraga Iribarne, fundador de RD, a don Joaquín Ruiz Giménez, cabeza de ID; y en Sevilla a los antiguos alumnos y hoy compañeros de claustro don José Lorca Navarrete, jefe sevillano de UNE, hasta don José Rodríguez de Borbolla, jefe sevillano del PSOE. Quienes pueden aclarar si soy yo de la madera de los cambiachaquetas de que parece estar fabricado el tal «monsieur» de marras. Espero que el señor Cabré, tan susceptible a lo que veo, no vea en esta verdad también insulto.

    4. Si el señor Cabré no conoce la diferencia que media entre el nacionalismo y el concepto etimológico de la «natio», lea el libro clásico de Heinz O. Ziegler «Die Moderne Nation», Tübingen, J. C. B. Mohr (Paul Siebeck), 1931; o a menor nivel como mío los dos artículos que Ud., señor director, ha tenido la bondad de solicitarme para «La Vanguardia» y que le envié el pasado 25 de septiembre. Pues supongo que mi erudito señor Cabré conocerá el alemán; mas ello tampoco importa, porque en este campo el huguismo obra prodigios. ¡Si hasta tengo en mi biblioteca un libro, o que él llama un libro, de Pepe Zabala!

    5. Tengo en mi biblioteca el libro del señor Olcina. Invito al lector a que lo lea y lo compare con el de Magín Ferrer. Aquí el señor Cabré me ha regalado el mejor de los argumentos.

    6. Si el señor Cabré confunde las libertades concretas forales de la Tradición catalana con la Libertad abstracta de los revolucionarios del 89, ni es carlista, por más que lo grite, ni posee la más mínima noción de la doctrina de la Tradición de las Españas. Encerrándose en frases vacías, torna imposible toda discusión seria. Cuando haya leído los libros carlistas en los que está expuesta nuestra doctrina, en vez de sacarse lugares comunes de la manga con arbitrariedad a la que yo me niego por pudor intelectual, reanudaremos esta disputa. Pues con gritos ni frases huecas se hace doctrina, sino gestos; política y no contraste de ideas, que es lo que cuenta ahora.

    7. Yo soy fiel a S.M. el último rey legítimo don Alfonso Carlos I; el señor Cabré lo ignora, despreciándolo olímpicamente. Juzgue el lector si con ello llamarse carlista no raya en la osadía.

    8. ¿Por qué no responde el señor Cabré a la carta del ejemplar carlista don José María Cusell en «La Vanguardia»? Con todo lo que el señor Cusell es en el Carlismo, por su persona y por lo que dignísimamente representa.

    Gracias, estimado señor director, por cumplir la vigente legislación de prensa, con un cordial saludo de su agradecido amigo.

    Francisco ELIAS DE TEJADA (SEVILLA)


    Fuente: HEMEROTECA LA VANGUARDIA
    Rodrigo dio el Víctor.

  3. #3
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    Re: Artículos de Elías de Tejada

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    «Eso que llaman Estado»

    Un nuevo libro de Rafael Gambra



    Ediciones MONTEJURRA recoge en las páginas de Rafael Gambra que forman este libro una clarividente historia del pensamiento y de la política en los quince años que median desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días. La marcha paralela de las ideas filosóficas y de las realidades políticas, observada y escrita en cada coyuntura de este periodo, otorga a este libro un extraordinario valor de penetración y autoconciencia histórica.

    Los grandes hechos de estos años: el crecimiento vertical del poder estatal en todos los países, la derrota del Eje y de sus místicas nacionales, las modernas técnicas destructivas y sus terrores larvados, la difusión de la mentalidad existencialista y su posterior crisis, el neoracionalismo y el renacido europeísmo español… nos aparecen en estas páginas bañados en su propia luz, captados en el impulso espiritual que les dio vida.

    ¿Cuál es –cabría preguntar– el sujeto o personaje central que presta unidad a las páginas de este libro? ¿Cuál el hilo argumental que enhebra estos ensayos pensados y escritos con años de intervalo?

    Podríamos tal vez contestar con el título del libro: “Eso que llamamos Estado”, ese algo en el cual el hombre moderno descarga su responsabilidad, al que echa la culpa de todo, al que entrega gustoso cada día su libertad y su iniciativa. Ese algo que en estos últimos quince años ha crecido en todos los países como la seta de una explosión atómica hasta hacernos casi impensable una convivencia política que no aliente dentro del propio Estado.

    Este es, sin duda, el objeto central de estas páginas: esa estructura absorbente y uniforme que crece sobre los hombres paralelamente a como crece en sus corazones el sentimiento resentido de la democracia igualitaria. Ese poder anónimo y tenebroso que “ya se esconda bajo el mecanismo de la democracia colectiva o se proclame abiertamente en dictadura, está hoy en todas partes, infinitamente protector y organizador, pero, a la vez, infinitamente autoritario”.

    Quizá, desde otro ángulo, vayan estos ensayos dedicados a la libertad, a esa libertad que conocieron nuestros antepasados en su forma corporativa y que nuestros padres gozaron todavía en su forma individual. A esa libertad que fue violentamente destruida en sus raíces corporativas y que, en su forma individual, languidece hoy y muere sin lucha en los propios corazones de los humanos.

    Este objeto central, con sus dos caras, recibe en estas páginas un enfoque concomitante o previo: ¿cuáles han sido los supuestos teóricos de ese descomunal crecimiento del poder en nuestra época? ¿Cómo han cooperado al mismo las ideas, en qué forma y por qué ocultos cauces? Y otro enfoque posterior, consecutivo: ¿cuál es la salida posible para este universo centralizado en que se ha encerrado el propio hombre? ¿Hay algo en las ideas que hoy germinan, o en las reservas morales o históricas del hombre que permita una esperanza?

    Al autor de estas páginas, Rafael Gambra, y a su obra, podría aplicarse aquel juicio que emitía hace poco un buen y ya viejo liberal español: “En nuestra juventud llamábamos oscurantistas a los que defendían la libertad en su forma corporativa o foral. Estos oscurantistas –los carlistas– han supervivido hasta nuestros días. Y hoy son los únicos que, en este mundo que hemos alcanzado, hablan todavía de libertad y se interesan por ella”.

    * * *

    En el presente libro de Rafael Gambra la unidad de los distintos temas viene sólida precisamente desde la unidad de los puntos de mira de su autor. Estas páginas son la crítica serena con que un hombre de las Españas sigue el giro del pensamiento europeo, oteando sus quiebras y sacando consecuencias en función de los valores de nuestra tradición.

    Las tres partes del libro ayúntanse así en granítica trabazón lógica. En “las ideas y los hechos” busca las raíces de la crisis política contemporánea, ahondando en los motivos filosóficos que la presiden. Mérito suyo fue ver, entre los primeros en verlo, cómo el totalitarismo nacionalista de hitlerismos y fascismos era producto de la crisis signada por el existencialismo ambiente, así como mostrar se daba las manos con el marxismo, pese a provenir éste de los postulados mismos de donde nació el racionalismo democrático. Los dos constantes errores básicos en que el hombre sin cesar cae, el irracionalismo desesperado y el racionalismo desesperante, advienen a idénticas conclusiones, presentadas por Rafael Gambra, con el vigor de un pensamiento verdaderamente magistral.

    La segunda parte, consagrada a señalar la dinámica del poder desenfrenado que constituye una de las enfermedades del siglo, es rosario de verdades políticas entrañablemente nuestras, vistas al socaire de las fracturas del orgulloso espíritu europeo. No tienen desperdicio las observaciones que señalan la raíz de ese desbordamiento del poder estatal en la crisis de costumbre y de estabilidad en la sociedad moderna, ni el repudio del nacionalismo de hoy frente al verdadero y santo patriotismo, ni el aquilatamiento de qué sea el federalismo tradicional en contraste con los varios federalismos que dan en otro de los sarampiones del momento.

    Una tercera parte trae a nuestro mundo presente lo que fue construido en las anteriores. Son sin precio los juicios sobre el nuevo liberalismo, que nos quiere seguir europeizando al estilo de Ortega, o acerca de las dos Españas con que un grupo de liberales de hoy sueñan con cloroformizar a las Españas tradicionales. Estos dos últimos estudios están sin duda destinados a entrar en los mejores planteamientos actuales de una política cultural tradicionalista.

    Es, en fin, este libro certera expresión del carlismo en el pensamiento contemporáneo. Diré más: del carlismo áspero y seguro, bronco y profundo, que ha sido la forma incomparable que la tradición de España asumió entre las breñas angostas de Navarra. Un localismo que no impide el estudio y el saber, sino que dan al estudio y al saber ese estilo denso inconfundible que resplandece en estas páginas mostrando cómo los carlistas pueden acercarse a las polémicas literarias o filosóficas utilizando el tesoro de su continuidad política.

    Al lado de las lecciones concretas de este libro entre tantas cuestiones importantes, es ésa la gran lección que nos da su autor a cuantos nos honramos con haber sido, lo mismo que él, inconmovibles en medio de tantas mudanzas como estamos presenciando en esos intelectuales que hoy son liberales por la misma razón por la que eran hitlerianos años atrás: por el prurito de no ser, a secas, españoles.

    Francisco ELÍAS DE TEJADA.



    Fuente: “El Pensamiento Navarro”, Pamplona, (23 de abr., 1958); p. 8. Francisco Elías de Tejada

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