APUNTES DEL
REGALISMO BORBÓNICO
EN LAS ESPAÑAS

El regalismo, como expresión de los deseos de la monarquía borbónica de extender la autoridad regia a todos los campos que pudieran ensombrecer su ejercicio; siendo uno de los ejes fundamentales de la política de esta dinastía francesa que obtiene España en el siglo XVIII. De ahí que desde comienzos de la dieciochesca centuria fuese constante el uso de las prácticas regalistas, uso que acentúose de modo muy perceptible bajo el gobierno de Carlos III; el rey español que más motines sufrió-no sin justicia-y muy dominado por los masones.


Durante el siglo XVIII, el poderío estatalista de los países católicos europeos presentó una dura batalla para intentar controlar al máximo a las respectivas jerarquías eclesiásticas y, asimismo, se buscaba reforzar las relaciones con Roma….Las mentes de muchos ciudadanos empezaban a dejarse influir por la “ ilustración “….Desgraciadamente, ya se avanzaba hacia el proceso que destronaba a Jesucristo de su Reinado Social, que tan bien conocemos a día de hoy….


España no iba a pasar desapercibida ante estos embites. La Leyenda Negra se cebaba debido, entre otras cosas ( La envidia, el rencor, la impotencia, y el complejito de inferioridad eunucoide que ya la ilustración caía sobre los nuestros; en especial, en un triste servilismo a la Francia ) al mantenimiento del Tribunal del Santo Oficio; esto es, la Santa Inquisición; ante la cual los liberales esperaban su momento para abalanzarse sobre el último reducto de la Tradición Católica que resistía ante un mundo que esperaba sumirse en las tinieblas….


A pesar de la influencia extranjera-no sólo franchute, sino también anglojudía e italiana-resulta imposible olvidar que guárdabase asimismo todo un legado de la Tradición Española, como Melchor Cano, Benito Arias Montano, Luis Vives, Fray Luis de Granada, etc.; y lo más curioso es que los regalistas intentarán indentificarse con ello para rechazar el apelativo de “ extranjerizantes “ al que con toda justicia eran sometidos por las fuerzas más tradicionales.


El enfrentamiento de Madrid y Roma como consecuencia de la Guerra de Sucesión Española determinó que los políticos regalistas intentaran aprovechar la coyuntura para obtener nuevas bazas en su secular pelea. Puede decirse que la principal preocupación de los regalistas durante los reinados borbónicos de Felipe de Anjou y Fernando VI fue conseguir la firma de un concordato con la Santa Sede. Todo ello fue controlado por los jesuitas, quienes, a través del Confesionario Regio y con la ayuda de la casta colegial, ejercían su influencia sobre los aspectos políticos de la monarquía. Conquistado el objetivo del concordato, las aspiraciones regalistas darían nuevos pasos…. :


Los nuevos rumbos emprendidos por la administración –muy masónica-bajo Carlos III hicieron que la política regalista conociese tan formidable impulso que ocupó un primer lugar en las preocupaciones de los gobernantes borbónicos. Era del todo lógico : La Iglesia, con el 16,5 % de la superficie cultivada en su poder, y contando con su lógico y tradicional poderío social, seguía siendo una institución fuerte y, por ello, firmemente oponerse podía a esa nueva política gubernamental de abrigo gabacho; política que, sin duda alguna, atentaba contra mucha de las tradicionales prebendas de que aquélla gozaba a través de su feligrés pueblo. El intervencionismo regalista en los eclesiásticos asuntos tomó varios caminos, distintos, pero complementarios. Los principales serían :


- Los regalistas pretendieron el control de la Iglesia en Las Españas, principalmente mediante el nombramiento de jerarcas afines a su ideología, entre otras razones porque la extensión del centralismo regio hacía este control inevitable, si pretendíase la supresión de toda posible fuerza de oposición- e ir anulando así el fervor popular hacia su Iglesia; auténtica médula de la Hispanidad-; constituía, pues, el intento de concentrarlo todo en el nuevo estado afrancesado. Además, este control volvíase también necesario para la realización de muchas de las “ reformas “ socioeconómicas proyectadas; dado el poderío económico de la Iglesia ( Con todos los matices que queramos; bienes para su propio sustento y el bien de los fieles; por ello no hacía falta el regalismo y el nuevo estatalismo recelaba de ello….) y su enorme influencia en amplios sectores de la población ( En especial el campesinado; criado en esa tradición. No nos extrañe por tanto que el campesinado constituya la mejor base social de los movimientos tradicionalistas ). Es cierto, por tanto, que el estado, como dice Olaechea : “ no admitía en sus territorios la existencia de enclaves irreductibles y que, bajo este pretexto, tendía a la absorción de una potencia moral tan fuerte como era la jerarquía eclesiástica de España; se arrogaba el papel de protector nato de la Iglesia Católica en sus dominios, pero de rechazo pretendía servirse como de instrumento político, para aunar en sus manos todas las riendas del poder “.


- Intentóse, asimismo, acrecentar los frenos, que ya existían en el concordato, a la intervención romana en los jerarcas españoles; de un lado, porque, según Olaechea : “ los monarcas veían con muy malos ojos la injerencia en sus dominios de una potencia extranjera que coartaba la acción centralizadora del Estado “. Realmente, a pesar de lo conseguido, eran muchos los recursos que salían de España hacia Roma por diversos motivos, frente a lo que reclamaba además una parte importante del episcopado hispano….


- Hubo, por supuesto, intervenciones estatales en asuntos puramente espirituales. Varias fueron las razones : Una, la convicción por parte de los monarcas de su “ responsabilidad “ en asuntos religiosos no dogmáticos; otra, la confusión en la temporalidad o espiritualidad de los asuntos; una tercera, el auténtico abuso de poder con el propósito de conseguir una sujeción total de la Iglesia al nuevo estado borbónico.


- Intervino también la administración centralista en numerosos asuntos eclesiásticos, algunos a caballo entre lo temporal y lo espiritual, con la intención, bien de evitar el aumento del poder económico de la Iglesia-fundación de nuevos conventos-, bien de corregir determinados aspectos que, en muchas ocasiones, iban en contra de los intereses de la hacienda real.



Por encima de todos, brilló como protagonista importante el Consejo de Castilla y después su gobernador Pedro Rodríguez De Campomanes. “ Hombre de su siglo “, que se dice, dedicó gran parte de su actividad a afianzar el regalismo.


Ya desde antes de obtener la plaza fiscal del Consejo, sus escritos anunciaban la preocupación por los asuntos eclesiásticos; pero será una vez conseguido dicho cargo cuando se manifieste con una fuerza incontenible el radical regalismo que lo animaba. El tema religioso será una constante en su actividad como fiscal; todo tipo de pleito o de queja, por insignificante que resultara, era motivo suficiente para que, una y otra vez, y de inflexible-y tenaz-postura, defendiese las regalías de la corona y planteara la necesidad de la intervención estatal en todo tipo de abusos, fueren temporales o espirituales.


Su actitud conoció un evidente cambio al paso de los años, apreciándose un verdadero abismo entre el Campomanes fiscal y el prudente y menos intransigente; aunque aíno siempre de ansias estatalistas…..No sabemos a ciencia cierta si influir pudo el deseo de retener el puesto, o la prudencia y flexibilidad que en muchos casos acompaña al envejecimiento del hombre, o el convencimiento de la esterilidad de ese proyecto centralista francés, o la conversión a la última de su amigo Pablo De Olavide y sus anteriores problemas con la Santa Inquisición…..


No hubo de sentirse solo el conde de Campomanes en su actividad regalista, pues un grupo de gobernantes lo secundaron y, en ocasiones, fueron incluso por delante del fiscal. En primer lugar, José Moñino, conde de Floridablanca, quien tanto desde su puesto también de fiscal del Consejo de Castilla, como desde el de ministro y presidente de la Junta de Estado, pasando por el de embajador en Roma, mantuvo una constante defensa de las regalías y pretendió convertir el estado en verdadero tutor de la vida espiritual del país.


Con todo, también en el conde de Floridablanca percíbese el cambio advertido en Campomanes; su regalismo perdió virulencia a lo largo de los años, incluso antes del estallido revolucionario gabacho que acentuó enormemente esta tendencia. A pesar de todo, su Instrucción reservada, que data del año de 1787, no deja lugar a dudas sobre su pensamiento, en teoría situado dentro de la Catolicidad, pero, a la vez, defendiendo una serie de medidas que afianzaban la autoridad monárquica frente a la Iglesia; así, consignaba como una de las primeras obligaciones del rey la protección de la Religión Católica, la conservación y propagación de la Fe, todo dentro de una línea de conducta presidida por la obediencia al Sumo Pontífice en materia espiritual y, junto a ello, la defensa del patronato y de las regalías.


Junto a estos dos hombres, tantas veces presentados como los campeones del regalismo en el reinado de Carlos III, cabría colocarse a un tercero que no les fue a la zaga : Nos referimos al también manteísta Manuel De Roda, secretario de Estado y del Despacho Universal de Gracia y Justicia desde el 1765 hasta su muerte en el 1782; cuya influencia, según J. Pinedo : “ se hizo notar en el ánimo del monarca como fortalecedor y legitimador de una política regalista “, firme y sin desmayos….Enemigo acérrimo de la Compañía Jesuítica, con quienes se había educado, la labor de Roda fue decisiva en muchos de los capítulos principales de la expulsión y posterior disolución de la Orden de San Ignacio De Loyola.


No obstante, este terceto d los políticos destaca de modo particular, pues tampoco hemos de olvidar la existencia de otros que trabajaron en este mismo sentido, muchas veces calladamente, siempre en defensa de las regalías. José Nicolás De Azara, sucesor de Roda al frente de la Agencia de Preces, es un ejemplo de estos hombres públicos, buenos conocedores de su oficio, con una larga experiencia en intromisión en eclesiásticos asuntos y de fidelidad a la autoridad borbónica.


También hay que incluir en esta resumida relación al impetuoso conde de Aranda, Pedro De Bolea y Abarca. Su actuación al frente del Consejo de Castilla, donde al margen de la expulsión de los jesuitas, llevó a cabo una cruenta labor regalista, fue objeto en épocas posteriores de ardorosos ataques desde muchas filas católicas tradicionales, que veían en él-como es lógico-la encarnación de todo lo nefasto y negativo que ya de por sí había traído la “ ilustración “; el llamado “ siglo de las luces “; la “ aufklarung “ que diría Imanuel Kant….No obstante, por algo fue Gran Oriente de la masonería española; nada extraño en los gobiernos de Carlos III…..



Con todo, no sólo en las altas esferas encontramos un evidente endurecimiento del regalismo durante el reinado del nefasto Carlos III. Son muchas también las manifestaciones halladas en esta línea política tanto en escritos y publicaciones de la época como en otros niveles inferiores de la administración a escala local. Lógicamente, el ejemplo de las personas y de los organismos superiores encontró eco en los subordinados; unos, como siempre, por seguir las normas dimanadas del poder, otros, porque creyeron llegado el momento de solucionar situaciones que creían injustas…..


Son muchos los pleitos jurisdiccionales entablados entre autoridades civiles y eclesiásticas, muchos de los pleitos de los municipios contra comunidades religiosas por motivos económicos, muchos, también, los recursos de la fuerza, muchas las quejas económicas sobre la actuación de los tribunales eclesiásticos romanos…..


A esta difusión de los principios y de la práctica regalistas ayudó eficazmente la prensa que, con vida más o menos efímera, convirtióse en uno de los mejores instrumentos utilizados por los ilustrados. Descolló en esta labor El Censor, publicado entre el 1781 y el 1787.


A pesar del panorama, no cabe pensar en la existencia de toda una sociedad en pleno cambio de actitud católica. Nada más lejos de la realidad : El populacho español, en un porcentaje elevadísimo compuesto por campesino, seguía ardientemente fiel a los principios de la Iglesia.


La nueva actitud hay que buscarla en capas diferentes y, dentro de ellas, en minorías que habían comenzado contactos con las nuevas formas venidas de Europa-que no era precisamente la Tradición Imperial Romano-Germánica-; que creían a pie juntillas las soflamas del “ progreso “ y de los nuevos conceptos de “ educación “.


Enlaza de este modo la “ política religiosa “ borbónica pues con ruptura con respecto al Catolicismo Tradicional de la Hispanidad, que va a estar latente en la mayoría de los “ ilustrados “ y que va a manifestar en no pocos de ellos.