Descripción objetiva de la realidad política de las últimas décadas (no sé quién es el autor ni la página de donde lo saqué hace más de cinco años):
"España, tiranizada por el “consenso” partitocrático
"La monarquía juancarlista y el despotismo partitocrático del “consenso” se instauraron simultáneamente en España, durante 1975-1977. Por una parte, se desplazó a los políticos rupturistas para traer la “libertad” política (que era lo que –supuestamente- los españoles echaban de menos, - NO para destruir la Nación española); y, por otra, se convenció a las oligarquías partidistas en formación, que aceptasen el continuismo político (aparente) del régimen político de Franco mediante una metamorfosis liberalizante de sus estructuras: eso sí tan disimulada en la forma como contundente en el fondo.
"Desde entonces nos hallamos los españoles bajo la política del “consenso”: un pseudo-régimen que, desde su nacimiento en 1975, nunca ha sabido dónde pretendía llegar, ni sabido qué España resultante llegaría a obtenerse; un pseudo-régimen que nunca ha pasado de ser una mera situación política de facto (incluyendo la propia desintegración del status político en que se producen -que es probablemente lo que viene sucediendo-).
Hay quienes defienden las virtudes de la Constitución de 1978 con la mejor buena fe, ...pero nuestra Carta-Constitución, es realmente el principal problema; esa ambigua Constitución de 1978, «Constitución del consenso», tiene como más cacareado mérito lo que no es sino su más terrible defecto: la ambivalencia contradictoria de lecturas y de sentidos, aptas para satisfacer entonces (y ahora y mañana...) cualquier caprichosa apetencia -aun las más nocivas hacia la idiosincrasia española- de sus beneficiarios directos: los partidos políticos.
"La ¿Nación española? asistió, desde 1977 y como convidada de piedra, al esperpento político desarrollado en base al “consenso”, y al subsiguiente show del parto constitucional. Ahora bien, lo único que le interesaba al pueblo español de 1977 -a España como Nación Histórica- era que la llamada “Transición”, que se le imponía desde arriba- fuese pacífica y ordenada. La lógica incertidumbre del momento y los augurios catastrofistas frente a aires minoritarios pero violentos (ETA, GRAPO, ultraderecha, golpistas...), augurios nefastos sólo evitables si se hacia caso al nuevo régimen en ciernes, cacareados por la propaganda del nuevo Régimen juancarlista bastaron para que las incipientes oligarquías partidistas se arrogasen grandilocuentemente -fantoches de opereta- ser los valedores de nada menos que de valores excelsos, mágicos y divinos como “el diálogo”, “la tolerancia” y “las libertades”... eso sí, hacia los antifranquistas declarados a quienes había que captar;no con franquistas recalcitrantes, por supuesto.
"Personajetes salidos de la nada (rey Juan Carlos incluido) pero aspirantes a Todo –la mayoría de ellos depositarios del poder del régimen anterior- decidieron por virtud propia y apelando al “consenso”, repartirse el botín del Estado del 18 de Julio; aunque disimulándolo mediante una necesidad de los tiempos: «constituir» a España en “Estado social y democrático de Derecho”.
"Por supuesto, la ¿Nación española? ni siquiera anhelaba entonces (1977-78) una Constitución, y ni muchísimo menos estaba interesada en las “autonomías” (salvo los entonces muy minoritarios grupos nacionalistas vascos y catalanes y algunos pillos periféricos que olisqueaban la llegada de su beneficio particular). Pero la lógica incertidumbre y los augurios catastrofistas, en caso contrario (ETA, GRAPO, ultraderecha, golpistas...) aireados por la propaganda de ese nuevo Régimen, bastaron para que el asustado y pazguato pueblo español de 1977 diera su confianza a esa pandilla política coronada que ¿supuestamente? le defendía a base de un paraguas de cientos de policías y guardias civiles asesinados cada año por el terrorismo etarra ( –¿‘TODO POR (¿QUÉ) PATRIA?-’; No; lamentable, murieron por una “Transición” que los usaba como carne de cañón. ¿Mejor: ‘Tontos por la Patria’?...)
"A juzgar por lo que ha sido la película de la “Transición”, la Constitución de 1978 sólo ha servido para reglamentar el “consenso” entre los Partidos políticos, imponiéndolo sobre los intereses, los sentimientos y la voluntad de la Nación española; a la ¿Nación? española (o mejor, a los españoles televidentes) –inerme, imbécil y desestructurada- sólo se la convocó ex post facto para que refrendara lo que -más que Constitución (de 1978)- es, en puridad, una Carta otorgada o, mejor, una imbecilidad consentida.
"Desde 1978, las elecciones no tienen más finalidad que decidir a qué mafia -consentida por los votos le corresponde dirigir el “consenso-; esa mafias partidistas dictan sus órdenes a sus diputados-títeres de las Cortes; el fin es engañar a los votantes haciéndoles ver que suceden las previsiones de la Constitución para ese caso.
"Se presumía que el partido socialista (PSOE), antimonárquico en el exilio, era “españolista” de acuerdo con sus siglas. Pero el partido socialista renovado en Francia en 1974, desde el primer momento dejó sentir su gran influencia e importancia, tanto por el apoyo externo de la todopoderosa social-democracia europea, como por la plusvalía que le otorgaba el dogma de que para que se asentase la Monarquía era preciso que ese partido gobernase con ella. Esto, unido a las ilusiones que suscita la demagogia socialista, impulsó un aluvión de adhesiones al PSOE, partido casi inexistente en el momento de la transición (1975).
"En cambio, la derecha potencial, heredera directa de Franco, fue barrida enseguida por el invento del Centro Democrático (UCD), partido de aluvión: mezcla de socialdemocracia y democracia-cristiana —que ya eran lo mismo en la práctica europea— partido destinado sin duda, juzgando siempre por la secuencia de los hechos, nada más que a preparar el acceso del PSOE al poder.
"La entelequia del “consenso”, situado en ninguna parte concreta, pues no se atiene a ninguna fórmula jurídica, pero al que todos tácitamente se remiten, viene a ser algo así como un poder abstracto. Lo único visible de él, como si fuese su epicentro, es Juan Carlos -a quien según la Constitución le corresponde el papel de árbitro o poder moderador del «funcionamiento regular de las instituciones» (art. 56)-. Y entre las instituciones principales del consenso están, por supuesto, los PARTIDOS POLÍTICOS... de los que dependen TODAS las demás instituciones del Régimen.
"No se menciona en ninguna parte del Constitución de 1978 la relación de Juan Carlos con la Nación ni se contempla que modere entre ella y las instituciones, en definitiva los partidos. A la Nación, a la que imaginativamente hay que suponer debiera representar la Monarquía conforme a su naturaleza, NADIE puede defenderla –según la Constitución-, como no sea ese invento llamado “defensor del pueblo” (art. 54), elegido también ¿cómo no? por los propios partidos –AMOS ABSOLUTOS del Estado-. Se trata de un inútil órgano estatal más, a cuya imagen y semejanza han proliferado legalmente defensores (o más bien atacadores) de múltiples cosas.
"Desde 1978, en las Cortes, ostentan los jefes de los partidos la cúspide del poder legislativo y ejecutivo. Mientras, la pantomima de la “representación democrática” -en la práctica- se reduce a que los electores asienten a representantes títeres del partido tal o cual que, cuando conviene, -eso sí- actúan como si fuesen delegados del pueblo, es decir, con poder omnímodo, de la «voluntad general», del pueblo homogeneizado. Es decir, sólo representan su propia voluntad y, de hecho, la de los jefes de los partidos.
"La misma Constitución había establecido el Tribunal Constitucional (arts. 159 y sig.), un tribunal político inventado, como es sabido, por Kelsen para velar por los «valores» constitucionales en tiempos de confusión (la situación política en que se encontraba la convulsa República de Weimar fue la causa para fijar al menos un criterio). De hecho, se trata de un contrapeso al Tribunal Supremo y a la jurisdicción ordinaria, a los que sustrae el juicio sobre la constitucionalidad de las leyes, aunque en el caso español le competen más cosas (art. 161). No obstante, el poder judicial —«la justicia emana del pueblo», afirma el art. 117, quedaba legalmente fuera del consenso por descuido, rutina, un pudor inicial o para evitar las críticas. Los partidos encontraron enseguida la fórmula para ponerlo a sus órdenes, es decir, a las del consenso.
"Una abstracta dictadura colectiva de los partidos sustituyó al régimen de 18 de Julio (Franco), mediante el artilugio del “consenso” presidido por el rey; y a través del otro artilugio de las “Autonomías”, especialmente en Cataluña y el País Vasco se sobreestimó y privilegió a los respectivos partidos nacionalistas, renunciándose allí, de hecho, a la soberanía estatal, y dejando a los súbditos del Estado español en esas regiones al arbitrio de partidos pseudo-separatistas locales; partidos separatistas privilegiados, por otra parte, por la sagrada ley electoral de 1977, como representantes de la Nación española considerada como un Todo.
"En su conjunto, la tan alabada “Transición” no ha sido más que una conspiración permanente contra el consenso natural que constituye la Nación Histórica española, materializado en el ataque permanente a su ethos, el espíritu del consenso social, y al mismo consenso en su aspecto material mediante la división de la Nación en Autonomías semiestatales, el control de las instituciones, la ideología y, en definitiva, la desintegración de la sociedad, un orden tradicional y espontáneo de cooperación y convivencia.
"Utilizando el Estado, con el pretexto psico-sociológico de la modernización y el aggiornamento, el consenso político ha hecho lo posible por destruir las tradiciones, los usos, las costumbres, los hábitos, las instituciones, los símbolos, enraizados en la historia española a fin de imponer su propio «ethos» o, más bien, la falta de ethos en tanto éste parece ser nihilista. En la actual plenitud de su poder, intenta imponer como una suerte de religión civil la religión laicista, incapaz de apuntalar un ethos capaz de resistir al oportunismo de la voluntad de poder. El consenso evoluciona hacia un totalitarismo basado en el engaño y la manipulación permanente de la opinión.
"En ello han participado y participan todos los partidos del consenso por acción y omisión: ninguno de ellos es menos nihilista que el otro, aunque puedan ser ocasionalmente más cautelosos en atención a los votos. Así, si la derecha del consenso parece más moderada en relación con el ethos, débese a que se apoya en los votos más sensibles a la naturaleza del ethos español, a los que el consenso, al que le conviene tenerlos contenidos o cautivos, no deja otra alternativa para expresarse. El voto es la eucaristía del consenso político y podría ser muy peligroso que tomasen conciencia por contagio de la realidad efectiva los votantes de los demás partidos, incluidos los nacionalistas, pues se vendría abajo la mentira oligárquica del consenso. De ahí que el consenso, aunque sea de izquierda, necesite una derecha que cubra las apariencias. Y, por supuesto, ocurriría lo mismo si el consenso fuese derechista.
"La política de desnacionalización-desespañolización llevada a cabo por el consenso a lo largo de treinta años ha sido bastante eficaz, aunque no es seguro que sea muy profunda, limitándose a anestesiar la conciencia de formar una nación. Al efecto, como si lo español sólo pudiese ser franquista, produce, por ejemplo, una específica leyenda negra del franquismo, que enlaza con la leyenda negra de la Historia de España, entre cuyos delitos incluye su insistencia en la unidad nacional. El éxito aparente del invento ha sido tal, que, para mantener una mínima cohesión que sirva de referencia, el parasitario Partido Popular creyó necesario proponer como sustitutivo del sentimiento nacional el patriotismo constitucional. Patriotismo vinculado a un papel mojado, cuya interpretación natural según la letra de la Constitución aplicándole el sentido común, ni siquiera se ha respetado en la práctica, dicho sea de paso, cuando no le ha convenido al consenso.
"El mencionado artículo 2 de la vigente Constitución de 1978 habla de «la indisoluble unidad de la Nación española» como si la palabra nación se reservase para la Nación Histórica natural según el sentido común. Pero reconoce contradictoriamente a renglón seguido a las regiones el uso de la abstracta palabra derivada «nacionalidades». Esta puede y debe ser interpretada, por ejemplo, conforme a la política del consenso, con la posibilidad, contemplada en la transitoria cuarta, de integrar Navarra con el País Vasco. Y, por cierto, las Autonomías, que en muchos casos ni siquiera coinciden con las regiones, han sido bautizadas como Comunidades por la propia Constitución (art. 137 y otros). ¿Para fraccionar e inutilizar el sentimiento de comunidad nacional vinculado al ethos o consenso social de la Nación Histórica española?
"El despotismo del consenso fue llevado al lenguaje. Como no hay más verdad que la del consenso político, se hace con las palabras lo que conviene, forzando la semántica lo que haga falta o incluso cambiándola. El “consenso”, que tiene a su servicio a la mayoría de los periodistas —muchos inconscientemente por su incultura— y medios de comunicación, impone el lenguaje del mismo modo que variopintas ministrillas imponen como «leyes» sus prejuicios y opiniones particulares sobre las costumbres; y tal como las feministas reclaman a la Academia de la Lengua que modifique el lenguaje natural que consideran « sexista»; lo cual, dado el deterioro de las instituciones -la Academia de la Lengua entre ellas- se tergiversa melifluamente lo que haya que tergiversar... La “neolengua” de Orwell es muy importante para entender la política y la realidad española regidas por el “consenso”. La tiranía encubierta, más que despotismo, del consenso establecido no tiene pudor, límites, ni rubor, pues la Nación española, bien por sentirse inerme, bien por estar muy debilitada moralmente, acepta todo y ya no cree en nada. Ni en sí misma ni siquiera en el régimen establecido.
"Los partidos se reparten la Piel de Toro echándola a suertes como los pedazos de una túnica. Frente al espectáculo de la lucha del consenso oligárquico contra la realidad y el espíritu de la Nación Histórica, NADIE resiste ni se opone con vigor. Impera la impotencia: peor aún, como los medios de comunicación parasitan el juego del consenso, las voces de los insumisos al mismo, sin saberlo, ¡sirven para dar cierta apariencia de que existen libertades, entre ellas la libertad política!
"Todo está arruinado por la intensa politización de la sociedad española y de las conciencias que ha llevado a cabo el consenso desde 1978. El monstruoso deterioro de las virtudes políticas e incluso del propio sentido común del individuo corriente; el auge de los peores vicios y la degeneración moral, la corrupción del ethos, se deja sentir por doquier: la anarquía moral se extiende y por acción u omisión alcanza a todos: instituciones e individuos."
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