Enrique Tarancón el enemigo de Franco.
Desde hace unas pocas fechas, y para después del empacho cervantino al que se está sometiendo a la población, ya están preparando algo los "medios de lavado de cerebros" y ese algo está relacionado con este personaje que fue el cardenal Enrique Tarancón, "artífice", según algunos, de una más que imaginaria reconciliación entre los españoles. Y no hay más que mirar alrededor lo "acertado" de la definición y la visión preclara del personaje. Pero antes de que los que si conocen los entresijos de esta historia que algunos han empezado a airear a su manera, claro, veamos una breve reseña biográfica a la que antepongo unas palabras del propio personaje, más que nada para que desde esta tribuna que es Hispanismo quienes así lo deseen puedan estar preparados ante la nueva campaña de intoxicación, una más, que se avecina.
La Acción Católica, como la Iglesia, teniendo un carácter eminentemente religioso, no puede confundirse con una actividad de orden humano y político; siendo por su naturaleza lazo de unión entre todos los católicos, no puede confundirse con una actividad que, lejos de unirlos, es causa de su división. Es necesario, pues, que prácticamente aparezca la Acción Católica separada de todo partido, para que nadie pueda confundirlas.
La nueva forma del apostolado seglar (pág. 75)
A raíz de sus actos sin duda "ayudó" al logro del objetivo que proponía y es que en España los católicos están más desmembrados y desunidos que nunca, y el daño está bien a la vista. Nótese la ironía por la perspicacia del personaje que entonces dijo una cosa y cuarenta años más tarde colaboró en lograr esa división.
Vicente Enrique y Tarancón
(Burriana, 1907 - Valencia, 1994) Cardenal español. Doctor en teología por la Universidad Pontificia de Valencia, fue nombrado cardenal en 1969 por el papa Pablo VI. En su calidad de presidente de la Conferencia Episcopal Española desde 1971 hasta 1981, llegó a ser una figura clave en la transición del franquismo a la democracia. Desarrolló además una gran labor de magisterio que quedó reflejada en sus numerosos escritos, entre los que figuran La renovación total en la vida cristiana (1954), Los seglares en la Iglesia (1958), Sucesores de los apóstoles (1960), La parroquia, hoy (1961), La Iglesia en el mundo de hoy (1965), El sacerdocio a la luz del Concilio Vaticano II (1966), La crisis de fe en el mundo actual (1968) y Liturgia y lengua del pueblo (1970). Perteneció a la Real Academia Española de la Lengua desde el año 1969.
Vicente Enrique y Tarancón
Ordenado sacerdote en Tortosa (Tarragona) en 1929, Vicente Enrique y Tarancón pasó a ser coadjudtor-organista de Vinarós (Castellón) al año siguiente y obtuvo el doctorado en teología por la Universidad Pontificia de Valencia. Durante la Segunda República estuvo destinado en la Casa del Consiliario de Madrid, desde donde llevó a cabo diversas misiones de propaganda de Acción Católica. Al iniciarse la Guerra Civil se hallaba en Tui (Pontevedra), población en la que triunfó el alzamiento militar. En 1938, tras la ocupación nacionalista de Vinarós, fue nombrado arcipreste de esta ciudad; años después, en 1943, ocupó el mismo cargo en la ciudad de Villarreal (Castellón). En 1945 fue preconizado obispo de Solsona (Lleida), en 1956 pasó a ocupar la Secretaría del Episcopado Español y en 1960 fue designado viceconsiliario general de Acción Católica.
A finales de la década de 1950 se unió a la corriente autocrítica aparecida en el catolicismo español que, posteriormente, subscribiría las tesis progresistas del Concilio Vaticano II (1962-1965), con lo cual inició un progresivo alejamiento del nacional-catolicismo dominante en el régimen del general Franco. Poco después de ser promovido a la sede arzobispal de Oviedo (1964), el papa Pablo VI le nombró miembro de la Pontificia Comisión para la revisión del Código de Derecho Canónico. Trasladado en 1969 al arzobispado de Toledo para suplir la vacante dejada por el cardenal Enrique Plá y Deniel, pocos meses después fue nombrado cardenal por Pablo VI.
Primado de España (1969-1971) y, en substitución de Casimiro Morcillo, arzobispo de Madrid (1971), Vicente Enrique y Tarancón fue además elegido presidente de la Conferencia Episcopal Española y de la Comisión Permanente del Episcopado en 1972. En el desempeño de estos cargos debió asumir la responsabilidad de renovar la Iglesia española y, teniendo como referencia los principios establecidos en el Concilio Vaticano II, adaptarla a los cambios políticos que reclamaba la sociedad.
Su talante aperturista y favorable a la instauración de un régimen democrático contó con la oposición de los sectores más conservadores de la Iglesia (liderados hasta 1971 por el arzobispo Morcillo), que insistían en mantener la línea del nacional-catolicismo. Intentó crear una Iglesia independiente del poder político, como quedó reflejado en el documento emanado de la asamblea conjunta de obispos y sacerdotes, presidida por el propio Enrique y Tarancón.
En este importante documento, la Iglesia manifestaba su rechazo al concepto de cruzada acuñado durante la Guerra Civil (con el que se había consagrado religiosamente el levantamiento militar del 18 de julio de 1936) y asumía parte de su responsabilidad en el enfrentamiento civil, tal como se recoge en el párrafo axial: “Reconocemos, y pedimos por ello perdón, no haber sabido ser, cuando fue más necesario, verdaderos ministros de la reconciliación”.
La intransigencia de los últimos gobiernos del régimen de Francisco Franco originó numerosas dificultades en las relaciones Iglesia-Estado, entre ellas el conflicto provocado en 1974 por la homilía del obispo de Bilbao, Antonio Añoveros, que impulsó a las autoridades políticas a decretar el arresto del representante de la diócesis bilbaína. Finalmente, el problema pudo ser solventado debido a la intervención de Franco y de Enrique y Tarancón, que mantuvo a la Iglesia al margen del proyecto político planteado por el almirante Carrero Blanco para después de la muerte del general Franco.
Tras la muerte de Franco (1975), Vicente Enrique y Tarancón desempeñó un papel decisivo durante el periodo de transición democrática. Su compromiso con el régimen democrático fue total desde un primer momento, tal y como había expresado en la homilía pronunciada en la misa solemne de coronación de Juan Carlos I (1975), en la que reclamó la necesidad de implantar unas estructuras jurídico-políticas democráticas. Ello no le impidió mantener la independencia de la jerarquía eclesiástica, actitud avalada por la decisión de no apoyar a ninguna formación política, aunque se definiera como cristiana. Enrique y Tarancón fue substituido al frente de la Conferencia Episcopal por Gabino Díaz Merchán tras la celebración de la XXXIX Asamblea Plenaria (1981). En 1983, al cumplir los 75 años, el papa Juan Pablo II aceptó su dimisión de todos los cargos.
Biografia de Vicente Enrique y Tarancón
Última edición por Valmadian; 21/04/2016 a las 22:31
"He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.
<<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>
Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.
Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."
En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47
Nada sin Dios
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