LA ALTA NOBLEZA.
La nobleza alta se identifica con los señores de vasallos. Pero se podía ser señor de vasallos sin ser noble, sin obtener del rey el título correspondiente. Lo normal era que todos los que tenía jurisdicción propia como señores de vasallos acabaran siendo reconocidos como nobles. Para ser señor de vasallos bastaba con comprar ese privilegio al rey, a no ser que el rey lo hiciera directamente como regalo con el título que concedía.
En el siglo XVIII, la alta nobleza era ante todo poseedora de tierras y vivía de las rentas que le producían los aparceros y jornaleros, controlados por intermediarios.
Había dos tipos de alta nobleza: los Grandes y los Títulos:
Los Grandes de España habían sido creados por Carlos V y en el siglo XVI eran 24, pero a mediados del XVIII ya alcanzaban esa distinción 119. Eran los duques, condes y el resto de nobles que tuvieran concedido por el rey el título de Grandeza. Tenían como privilegios exclusivos:
Ser llamados “primos” por el monarca.
Formar parte del cortejo real.
Ocupar los más altos cargos de Palacio.
Permanecer cubiertos en presencia del monarca.
No se podía dictar sentencia contra uno de ellos, en causa criminal, sin conocimiento del Consejo de Castilla y del Rey.
Eran Grandes de Primera Clase los descendientes de los 25 Títulos definidos como Grandes en 1520, entre los cuales estaban los duques de Arcos, Béjar, Medinasidonia, Infantado, y los condes de Aguilar y Benavente. Cuando Godoy fue declarado Grande de Primera Clase, la decisión de Carlos IV no gustó.
Eran Grandes de Segunda Clase los titulados en tiempos de los Austrias, como el duque de Medinaceli.
Eran Grandes de Tercera clase los titulados en tiempos de los Borbones.
Los Títulos eran los que poseían nombramientos de barón, vizconde (ambos propios de la Corona de Aragón), conde o marqués, que era el escalafón tomado en sentido ascendente.
A mediados del XVIII serían unos 500, pero a finales del siglo, y dada la costumbre de los Borbones de hacer nuevos titulados de mérito, debían ser unos 1.323 (en el año 1797). Carlos III vendió muchos títulos de nobleza. Había 289 titulados en Navarra, 289 en Madrid, 168 en Extremadura, 100 en Sevilla, 61 en Cataluña, 33 en Burgos, 15 en Asturias, 14 en Guipúzcoa.
Ante tamaña avalancha de nuevos nobles, los que lo eran de sangre aspiraban a ser Grandes, y reservarse ese privilegio sólo para ellos, y nunca para los recién llegados al estamento.
El escalafón coincidía aproximadamente con una mayor posesión de tierra y señoríos jurisdiccionales, y los ingresos correspondientes que ello reportaba. Los nobles tenían interés en usurpar tierras de comunes y baldíos y en quedarse con todas las explotaciones agrarias de dudosa naturaleza jurídica, que quedaban en las herencias, pues ello generaba prestigio social.
LOS BIENES DE LA NOBLEZA.
Las rentas nobiliarias provenían de rentas de la tierra correspondientes al título del propietario, del desempeño de un cargo y de rentas jurisdiccionales. Con exención de impuestos, los ingresos se hacían cuantiosos.
Los Grandes y Títulos poseían tierras y rentas diversas de los que obtenían la mayor parte de sus ingresos. Los derechos jurisdiccionales eran casi nominales en Castilla, y muy poco más altos en Aragón y representaban ingresos muy pequeños.
El grueso de los ingresos nobiliarios provenía de la posesión de la tierra y posesión de casas y fincas urbanas en general. Las posesiones nobiliarias en Andalucía y Extremadura eran muy importantes, encontrándose los máximos en algunas zonas de La Mancha y Sevilla, donde poseían dos tercios de la tierra. En Asturias y León, los nobles poseían la mitad de la tierra.
En general, se calcula que el 51% de la tierra pertenecía a señoríos seculares, y el 16% a señoríos eclesiásticos, lo que hace un total de 68% de la tierra en señorío. Pero había muchas diferencias regionales entre Guadalajara, que tenía el 95% de la tierra en señorío, Madrid, Salamanca y Valencia que tenían un 75%, y otras regiones que tenían mucho menos.
Otros ingresos nobiliarios se obtenían por ejercer cargos municipales o de justicia, los cuales daban acceso a negocios importantes como los abastos, con fijación de precios de los alimentos y monopolio comercial en la zona implicada. También podían fijar tributos, usar baldíos y comunales, y cobrar las alcabalas del rey con beneficio de intermediario.
Otros ingresos nobiliarios se obtenían de la gestión de cargos militares y eclesiásticos, en los cuales no se cobraba directamente, pero se podían recibir mercedes del rey, las cuales se podían aprovechar para disfrutar de las rentas que producían. Un buen servicio daba lugar a donaciones reales. En cuanto a las encomiendas, merced del rey bastante frecuente, eran importantes las que daban buenas rentas, pues también las había pobres, a las que no deseaba acceder ninguno de la alta nobleza. El desempeño de un cargo, civil, militar o eclesiástico no era pagado, pero sí recompensado, es decir no tenía sueldo, pero sí derecho a las mercedes reales, y estos ingresos no entraban en el mayorazgo, por lo que los cargos eran codiciados por los segundones.
Pero los nobles también tenían muchos gastos, pues pagaban los gastos de administración de los pueblos de señorío y, a veces, hasta perdían dinero en esa administración.
Los principales gastos nobiliarios eran los de ostentación. La ostentación era “socialmente” obligatoria. Los nobles tomaban grandes préstamos para organizar sus fiestas, cumpleaños, casamientos, visitas del rey, que les dejaban en la ruina.
El estatus económico se mantenía estable mediante el mayorazgo. El mayorazgo era la masa de bienes inherentes al título por voluntad de su fundador, que sus sucesores sólo poseían en administración y usufructo, de modo que podían aumentarlo, pero nunca disminuirlo por ventas, regalos u otro tipo de donaciones. Estaba compuesto de bienes inmuebles, censos (alquileres), oficios públicos, cabaña y madera, alhajas y obras de arte.
La nobleza provinciana o regional era considerada inferior a los Grandes y Títulos, y vivía lejos de Madrid, en la península o en América.
En Aragón, los Grandes y Títulos eran denominados “Ricos Hombres”, y la nobleza inferior era conocida como “Infanzones”. Entre los infanzones, los había urbanos y rurales, siendo el infanzón rural equiparable al hidalgo castellano, o al labrador rico de Castilla.
Los caballeros eran una especie de clase media nobiliaria, muy abundante en el sur de España, que vivían en ciudades y poseían fincas rústicas y propiedades urbanas, a más de otras rentas que les hacían más ricos que los hidalgos pero menos que los Grandes y Títulos. Tenían derecho a los oficios municipales.
Lo más corriente era ser caballero de una Orden Militar, lo cual daba posibilidades de gozar de unas rentas no muy grandes de una encomiendo de Orden Militar. Poseían un hábito que era su signo externo de nobleza y de pureza de sangre. Los Grandes y Títulos, a veces codiciaban el hábito, porque ello garantizaba sin duda alguna su pureza de sangre, cosa que no todos podían demostrar.
Las Órdenes Militares eran Calatrava, Santiago, Alcántara, Montesa y el Toisón de Oro. En 1771 se añadió la Orden de Carlos III de la Inmaculada Concepción de la Virgen. En 1792 se añadió la Orden de San Fernando y San Luis, que se otorgaba a las damas.
Las rentas de las encomiendas de las Órdenes Militares eran cuantiosas:
La mayor parte de esas rentas eran diezmos, pues las Órdenes eran instituciones de origen religioso que habían cobrado los diezmos en sus señoríos y seguían haciéndolo siglos más tarde aunque hubiesen pasado a depender del rey. Con el aumento de precios o aumento de rentas, los diezmos subían. El rey entregaba estas rentas a señores en “encomiendas”. La Orden de Santiago tenía 87 encomiendas, la de Calatrava 37 y la Alcántara 33, dirigidas por otros tantos comendadores que las administraban para el rey, Gran Maestre de todas las Órdenes Militares. Cada encomienda producía entre 1.000 y 3.000 ducados al año (11.000 a 33.000 reales), que eran cantidades pequeñas, y por ello eran despreciadas por la nobleza, aunque había una Encomienda Mayor de Castilla y una encomienda de Socuéllamos que producían cada una más de 14.000 ducados (154.000 reales), y otras como la Encomienda Mayor de Aragón y la Encomienda de Caravaca (Murcia) que producían algo menos que estas citadas, y sí eran pretendidas por los títulos nobiliarios.
La foralidad de la Nobleza en la España del siglo XVIII
Marcadores