Revista FUERZA NUEVA, nº 568, 26-Nov-1977
EN TORNO A LOS EJÉRCITOS
César Esquivias
La constitución de una “Comisión” de las FAS encargada de la actualización o reforma de las Ordenanzas Militares de Carlos III indica a nuestro juicio la corriente iconoclasta y perniciosamente transformadora que el segundo Gobierno de la Corona (Adolfo Suárez) está marcando, bajo la directa inspiración de Gutiérrez Mellado, en el ámbito de lo castrense.
Tras una hipotética necesaria adecuación a los tiempos presentes, a la norma “democrática” oficial, así como a supuestos condicionamientos que desde ahora deben pesar en las reglas militares a consecuencia de la firma por España de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se da la sensación de que se está tratando de desarmar espiritualmente y dejar sin relieve gran parte de los valores permanentes que eran consustanciales con la historia de nuestros Ejércitos, con su tradición puramente castrense y con la manera de ser de nuestros militares.
Seguimos pensando, con José Antonio Primo de Rivera en que el hombre es el sistema, y también con Sócrates al decir que éste -el hombre- es la dinámica de todas las cosas. Por eso, si bien está pretender modernizar, adecuar técnica y materialmente a nuestras Fuerzas Armadas al paso que hoy marca la realidad del mundo, lo cual constituye un motivo de alabanza de llevarse adecuadamente a cabo, no por ello debemos dejar de criticar cuanto de aberrante, pernicioso o contrario al ser militar español -especialmente en su sentido del deber con la Patria y con los valores trascendentes e irreversibles de España- puede resultar de su aparente y actual orientación oficial.
Esta tendencia se dirige hacia una asepsia moral y espiritual, en el sentido castrense y de cara a la problemática nacional, así como a dirigir la acción proyectada gubernamentalmente sobre las FAS con objeto de dar a éstas un apoliticismo total, que si bien puede ser recomendable en la pequeña política, en la perniciosa pugna de los partidos, no debe ser en ningún caso norma obligada cuando la acción u opción política de los militares se presenta como dilema de actuar en pro o en contra del ser o no ser de España, de sus instituciones básicas y permanentes, así como de continuar o de romper la línea seguida tradicionalmente de ser fieles al honor, la ética militar, la dignidad, el valor y la hombría de bien, valores todos consustanciales hasta ahora con quienes se han honrado vistiendo el uniforme de nuestras FAS.
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No podemos dejar de pensar que en estos momentos el odio contra “lo militar” se está camuflando en una proyección muy concreta -que encierra, no se olvide, el paso decisivo de conseguir traidoramente la total disgregación nacional-, debidamente encarnada en una supuesta “democratización” de los Ejércitos y tendente a que estos dejen de ser la columna vertebral de la Patria y la última garantía para que pervivan los eternos valores nacionales. Con ello se intenta dar paso a un sentido “pacifista”, “contestatario” y negativamente aséptico, en el seno de las FAS, que tiene como envoltura pública y bambalina adecuada la supuesta necesidad de que nuestros militares “se limiten a perfeccionarse en su oficio” con la promesa de mejoras materiales y agitándoles el señuelo de que se tecnifiquen cada día más, que posean mejores medios bélicos. Todo esto a cambio de que dejen de ocuparse de la cosa pública, de los acuciantes problemas que tiene España planteados, aunque en su solución o no se jueguen temas tan trascendentes y vitales como la fe en Dios, la moral nacional, la justicia, la paz ciudadana y, sobre todo, la unidad de la Patria. (…)
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La “apolitización” de nuestras FAS, debemos decirlo, en el sentido de que se trata aparentemente de llevar a cabo con las normas “democratizadoras” que emanan del Poder, sólo tiene, insistimos, un fin demagógico y demoledor, muy similar a cuanto la Segunda República, en manos de Azaña, trató de realizar en su día con resultados nefastos para el Ejército y su moral. Los militares españoles -creemos estamos en la realidad justa al decirlo- no son simples “profesionales”, sino hombres que al vestir uniforme y jurar la sagrada bandera de España han hecho profesión de fe en un destinos imperecederos. Son “soldados”, pueblo en armas, no facción, casta, ni clase, dedicados al culto del honor –“el Ejército, esa religión de hombres honrados”-, al deber, a la defensa de lo permanente, que no puede ser objeto de manipulación partidista, ni estar alejados de cuanto consustancial con la Patria merece su atención, defensa y garantía, aun cuando para ello se enarbolen banderas reformistas, promesas de materiales tecnicismos, demagógicas llamadas a la necesaria obediencia derivada de una supuesta voluntad mayoritaria popular, que no es, en definitiva, otra cosa que la expresión del juego partitocrático, salido de unas urnas de resultados cambiantes, según el valor de los resortes circunstancialmente en el poder o del mudante talante de un electorado presionado por los medios de comunicación, por el partido político mejor organizado o por el grupo de presión más poderoso.
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Bien está, en definitiva, la adecuación de medios modernos, de normas orgánicas, de disciplinas adecuadas, para la mejor dotación y desenvolvimiento de específica función de nuestras FAS. Pero sin encubrir la necesidad militar, las mejoras castrenses de todo orden, con la patente de corso para desmilitarizar espiritualmente a nuestros Ejércitos, apartarlos de sus sagrados deberes para con la Patria y hacerles olvidar, en última instancia, que en ellos hoy, como ayer, como siempre, está depositada la confianza mayoritaria de nuestro pueblo, en el sentido de que en todo momento sabrán actuar como corresponde a su gloriosa tradición, a su honor de soldados y a su deber de conciencia, en el cumplimiento exacto de cuanto juraron al ingresar en sus Academias.
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