Son los que la izquierda y sus cómplices jamás mencionan. Hablar de cunetas es fácil, en general no hay muchos datos, apenas se sabe donde están, además si se abre alguna y se descubre que los restos encontrados tienen mezclados escapularios, rosarios o cualquier otro símbolo religioso, se vuelve a tapar y listo, "aquí no hay nada". Pero cuando el tema se refiere a lugares concretos, con asesinados que tenían nombre y apellidos, domicilio conocido, de los que se sabía cual era su condición, o a qué se dedicaban, o cuál era su orientación política o religiosa, la cosa cambia radicalmente. Entonces, en un nuevo repugnante e indignante ejercicio de cinismo puro, en el ejercicio de la ocultación rastrera y miserable, entonces hay que tapar el propio genocidio, el asesinato masivo que practicaron contra los españoles en nombre de su asquerosa república y su repugnante y satánica revolución. Lo malo de la memoria histórica es que la historia si tiene memoria, y, además, la historia ni se puede ocultar, ni se puede falsear. El problema actual radica en que las leyes del Régimen de Franco sobre delitos de sangre fueron derogadas por los propios vencedores, y hoy quienes deberían ser juzgados por apología de crímenes de lesa humanidad son los que claman exigiendo la cabeza -aunque sea simbólicamente-, de quienes en lugar de ser sus verdugos, como pasó con los nazis, fueron sus hermanos. Cuando se habla de la dictadura frente a la democracia, se tapa, se oculta, la verdadera historia del terrorismo rojo republicano.


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