La brutal marcha con la que la Legión evitó que las tribus de Abd el-Krim arrasasen Melilla.

En la noche del 21 al 22 de julio de 1921 dos Banderas del Tercio de Extranjeros recibieron órdenes de salir de Robba-Gozal a toda prisa​.

Posteriormente sabrían que su objetivo era recorrer más de 100 kilómetros y embarcar en un bajel que les llevara hasta la ciudad norteafricana.

Qué son unas llagas sangrantes a cambio de ofrecer seguridad a una ciudad entera y salvar la vida de miles de personas. Del 21 al 23 de julio de 1921, los Legionarios de la I y la II Bandera tuvieron la (mala) suerte de comprobar en sus propias carnes hasta dónde llegaba su capacidad física al verse obligados a marchar a toda prisa más de 100 kilómetros con el objetivo de acudir en auxilio de Melilla. Ciudad sobre la que se cernían miles de kabileños a las órdenes del líder local Abd el-Krim. El mismo que, apenas unas horas antes, había aniquilado al grueso del ejército patrio en el denominado Desastre de Annual.

La marcha se extendió durante 33 horas de auténtico infierno y de pura extenuación. Sin embargo, el sufrimiento de estos hombres (así como el de otros tantos que acudieron a la zona) le valió a los habitantes de la urbe norteafricana respirar tranquilos y saberse protegidos de los rifeños. Rebeldes que, como explicaba Luis Miguel Francisco a ABC en 2016, « abrían a los españoles en canal y les quemaban vivos».

A su vez, aquellas jornadas permitieron al entonces Tercio de Extranjeros ganarse un hueco en el corazón de todos los ciudadanos peninsulares. A costa, eso sí, de su propia integridad física. Sin embargo, los legionarios sabían que el socorro de sus compatriotas bien valía una extenuante marcha hasta Ceuta y, posteriormente, un viaje en barco hasta Melilla.

El origen de la marcha hay que buscarlo un año antes. Fue en 1920 cuando el general Manuel Fernández Silvestre -veterano del desastre colonial de Cuba- arribó al Rif como Comandante General de Melilla. Ávido de demostrar la valía de España, así como de pacificar a las kábilas (tribus) de la zona, el bigotudo militar inició una expansión masiva por el norte de África a base de fusil, balas y sangre. Así lo afirma Miguel Martorell Linares (profesor de Historia Política y Social) en su obra « José Sánchez Guerra: un hombre de honor (1859-1935)»: «Emprendió una audaz campaña que le permitió ganar en muy poco tiempo un territorio de unos ciento veinte kilómetros en torno a Melilla».

El éxito inicial de la campaña convirtió a Silvestre en el héroe del momento y le granjeó más de un banquete a costa del Estado. El Conde de Romanones, por ejemplo, le definió entonces como «un militar de condiciones excepcionales […] con gran ambición de impulsos imaginativos». Lo que los diarios desconocían es que aquella expansión no era más que un mero espejismo, pues se había llevado a cabo a marchas forzadas, sin crear líneas de suministros de víveres eficientes y sin edificar posiciones defensivas adecuadas para resistir al enemigo.

Únicamente se habían construido pequeños fuertes llamados « blocaos». Fortalezas creadas a base de sacos terreros a las que era casi imposible enviar refuerzos o agua si eran sitiadas.

Aquella expansión hueca y llevada a cabo sin ton ni son fue aprovechada en el verano de 1921 por Abd el-Krim. El que fuera uno de los mayores líderes rifeños de la época atacó por sorpresa el 17 de julio al ejército y pasó por encima de las tropas patrias en Igueriben (la posición más adelantada de los españoles) el 21.



Silvestre se acantonó entonces en el poblado de Annual, ubicado a unos 90 kilómetros de Melilla, con el grueso de sus fuerzas. En principio, su objetivo era luchar hasta el último hombre para satisfacer sus ansias de heroísmo. Sin embargo, no tardó en darse cuenta de que era imposible resistir ante el gran número de enemigos (entre 10.000 y 18.000, atendiendo a las fuentes). Por ello, el 22 estableció que lo idóneo era retirarse paulatinamente. Un plan más cauteloso. O eso creía él, pues aquella orden generó un caos que terminó con más de 13.000 de nuestros combatientes mordiendo la arena africana.

Así narró en las jornadas posteriores aquella tragedia el diario ABC: «El descalabro […] es un episodio amargo, dolorosísimo […]. Es doblemente sensible por el número de bajas, por la circunstancia de la muerte del general [Silvestre] y de los jefes que le rodeaban, y por el efecto moral». Pero el desastre no acabó en Annual. En las siguientes horas, los rifeños de Abd el-Krim iniciaron la persecución de las tropas españolas con un solo objetivo en la mente: pasar a cuchillo a los ciudadanos de Melilla.

En su camino tan solo se interponían algunas posiciones como las ubicadas en Monte Arruit o Zeluán (escasa defensa ante tal gentío). Pintaban bastos para los nuestros. Y más específicamente para la ciudad norteafricana, la cual acogía desde mujeres y niños, hasta los heridos llegados desde el frente.

España entera sabía que la ciudad pendía de un hilo a pesar de que diarios como el ABC tratasen de tranquilizar a la población con algunos mensajes como el publicado el 24 de julio: «respecto a la seguridad de Melilla no hay sobre ello la menor duda». La tensión sobre el aciago destino de la urbe quedó plasmado de forma sucinta en una entrevista que este periódico hizo al general Berenguer (sucesor de Silvestre). En ella, el militar señalaba que confiaba «en el envió de refuerzos [a Melilla]» como «base para completar la reacción del espíritu de estas tropas».

El divulgador histórico
Francisco Martínez Canales deja patente la desesperación de la región en su obra «La legión, 1921»: «En Melilla, desguarnecida capital del territorio, las miradas se dirigían […] hacia el mar, en cuyo azul horizonte se quería ya adivinar la silueta de los barcos que debían transportar las tropas de refuerzo».

En la mañana del día 22, después de que la posición de Igueriben cayera y el inmenso contingente rifeño llamara a las puertas de Annual, los altos mandos comenzaron a contactar desesperadamente con las unidades españolas ubicadas en las cercanías de Melilla. ¿El objetivo? Que se dirigiesen a toda prisa hacia la ciudad para evitar su posible caída.

Entre los diferentes contingentes a los que se solicitó ayuda destacan los hombres del Tercio de Extranjeros. Una unidad entrenada para resistir las duras condiciones de África y que había sido creada en 1920 por José Millán Astray. Militar que estaba hasta el chambergo de que decenas de soldados bisoños murieran a diario en el Rif por carecer de experiencia a la hora de enfrentarse a los kabileños.




El 21 julio la I Bandera de la Legión (al mando del comandante Francisco Franco), la 4ª Compañía de la II Bandera (que reforzaba a la primera y estaba dirigida por el también comandante Carlos Fontanés) y la III Bandera se hallaban en el campamento de Robba-Gozal. Y todas ellas formaban parte de las fuerzas destinadas a la conquista de Tazarut (a unos 100 kilómetros de Ceuta).

Así lo afirma el propio Millán Astray (entonces teniente coronel del Tercio de Extranjeros) en su obra «La Legión»: «¡Ya vemos Tazarut, la cueva del jabalí! Está a tiro de cañón; un combate más y ya es nuestro. Las operaciones marchan felices; apenas tenemos bajas. “Que se prepare la Legión para entrar en Tazarut. Ese será su día”, nos dice el Alto Comisario». En aquellos días, la unidad crecía en apoyos por su ferocidad, aunque sus mandos no eran todavía demasiado conocidos. De hecho, al futuro jefe del Estado apenas se le nombra en los partes.

La llamada de auxilio a la Legión se sucedió en la noche del 21 al 22 de julio. Aquella madrugada, el general Álvarez del Manzano (primer hombre en recibir el mensaje) llamó a su tienda a Millán Astray y le ordenó enviar una Bandera al Fondak (posada) de Ain Yedida (a 25 kilómetros de Tetuán). Solo había una premisa: debían partir a toda prisa.

Lo curioso es que, en principio, no comunicó al oficial de cuáles eran sus órdenes concretas ni para qué diantres se dirigían allí. «¿Qué sucede? No lo sabemos», explica el teniente coronel en su obra. Inmediatamente, el fundador del Tercio de Extranjeros informó al comandante Franco de las instrucciones. «Como no sabemos para qué es ni adónde va, sortead [qué bandera acude] entre vosotros. Lo mismo podéis ir a una empresa guerrera que a guarnecer preventivamente cualquier puesto de retaguardia», le señaló.

Sobre la hora a la que se recibió la orden existe controversia. Millán Astray afirma en su obra que fue «a las cuatro de la madrugada». Por su parte, Francisco Franco explica en el libro « Marruecos. Diario de una bandera» que la orden les fue dada mucho antes: «Son las dos de la mañana. En el silencio de la noche escucho la voz del teniente coronel que ordena que llamen al comandante Franco. No era preciso; salí de la tienda y me uní a él». En cualquier caso, en el sorteo salió victoriosa la I Bandera, cuyos hombres se pusieron en marcha lo más rápido que pudieron.

El ferrolano vuelve a poner en entredicho nuevamente al fundador del Tercio de Extranjeros al señalar que «a las cuatro de la mañana emprendimos la marcha». Y es que, su entonces superior únicamente determinó por escrito que dejaron «el campamento de Robba-Gozal antes del amanecer».

Con todo, ambos coinciden en que desconocían cuál era su misión, aunque sospechaban que estaba relacionada con el desastre de Silvestre. «Un misterio inexplicable rodea nuestra salida. Nadie sabe adónde nos encaminamos. Unos creen que se trata de efectuar una operación en Benider, otros que vamos nuevamente a las costas de Gomora; yo, sin saber por qué, pienso en Melilla», añade el propio Franco. En todo caso, se estableció que la marcha hacia Tetuán se dividiría en dos jornadas y que, durante las mismas, la tropa descansaría (en palabras de Franco) «en un bosque próximo a Al-Yhudi en el que el río nos facilitará la aguada y podrá bañarse la tropa».

Aquella madrugada primaba la rapidez. De ellos dependía la defensa de Melilla. Aunque también de otros tantos hombres que habían sido llamados por el alto mando militar. Algo que explicaba el diario ABC en una noticia fechada el 27 de julio de ese mismo año: «El alto comisario, al recibir a los periodistas, les facilitó una nota detallada de las fuerzas que se pondrán en Melilla en brevísimo plazo, y que son las siguientes: un batallón del regimiento de la Corona; dos banderas de los Tercios de Extranjeros, con ametralladoras; dos tabores de fuerzas de Regulares de Cueta, con ametralladoras; un batallón del regimiento de Extremadura, con ametralladoras; otro de Pavía, con ametralladoras; un batallón de los regimientos de la Reina de Córdoba [...]». La lista continuaba con otras tantas unidades, aunque las más esperadas fueron las de la Legión.

La primera parte de la marcha se llevó a cabo sin mayores problemas debido a que la tropa estaba «descansada» y se hicieron «altos frecuentes» (según se narra en «Diario de una bandera»). Sin embargo, la llegada del sol trajo consigo un molesto calor que fue reduciendo el agua de las cantimploras y extenuando poco a poco a los legionarios. Por suerte, el contingente (en el que también se encontraba el teniente coronel) llegó «avanzada la mañana al lugar señalado para el reposo». Según Franco, tras un breve descanso se reanudó el viaje. «Bajo los árboles se condimentan los ranchos en caliente, los legionarios se bañan y después de una pequeña siesta sale la Bandera, a las tres, camino del Fondak».



La primera parte del trayecto, la más fácil, había sido superada con éxito. Pero quedaba la más compleja y extenuante. Por ello, los militares se prepararon. «En retaguardia, una sección quedó encargada de recuperar a los que caían agotados, así como de recoger las cargas que pudieran haberse desprendido de las mulas», añade -en este caso- Canales.

La noche llegó rápida sobre los legionarios que, al poco, vieron como un vehículo pasaba cerca de la columna. Este hecho es recogido por Astray en «La Legión»: «A unos cuantos kilómetros de marcha nos alcanzó nuestro general Manzano, quien nos invitó a seguir en su automóvil. Dejamos a Franco con su Bandera. El general, veterano soldado de admirable corazón, iba preocupado; nada nos dijo, nada le dijimos. El automóvil corría».

A los hombres todavía les quedaba una buena caminata para llegar a su destino. Y lo notaron. Según pasó el tiempo, los descansos se hicieron cada vez más frecuentes por necesidad. Para colmo, se vieron obligados a ascender «una cuesta que se hace interminable» mientras el «viento sopla de cara de forma huracanada». A las once del 22 de julio, tras 17 horas de marcha, llegaron a su destino. Todavía sin conocer sus órdenes.

Con la medianoche del 22 llegó el descanso para los legionarios. «La tropa, rendida, permanece sentada a los costados de la carretera; la jornada ha sido terrible y necesita largo reposo», se añade en «El Diario de una bandera». Tal era el agotamiento que los soldados no montaron ni sus tiendas, sino que se limitaron a caer donde podían y dormir. Los que pudieron mantenerse despiertos comieron algo, aunque tuvieron que esperar a que las cocinas preparasen el rancho. «La tropa vivaquea y a los pocos momentos duerme tendida en las cunetas», completa el oficial de la I Bandera.

Para desgracia de los legionarios, el descanso les duró hasta las tres de la mañana, hora en que una llamada informó a los oficiales de que sus nuevas órdenes eran seguir hasta Tetuán. «¡No es posible! La gente no puede más y necesita descanso, se quedaría media bandera reventada en el camino. […] A las tres y media se toca diana, hay que despertar uno por uno los soldados que, rendidos, permanecen sordos a la corneta», explicaba Franco.

Para entonces ya se había informado a los líderes de las columnas de que su misión era arribar a Melilla, aunque no se sabía por qué. La razón se daría poco después, aunque muchos Legionarios no se la creyeron. Posteriormente la tragedia acaecida en Annual les fue corroborada por el mismísimo general Sanjurjo: «Salimos con una columna de socorro a Melilla; venís: Santiago y los Legionarios con dos Banderas, una batería, ingenieros y transportes de intendencia... Silvestre se ha suicidado».

Unas siete horas después, a eso de las diez menos cuarto de la mañana, los legionarios desfilaban por Tetuán en dirección a la estación. Allí, partieron hacia Ceuta tras haber recorrido más de 100 kilómetros en tan solo 33 horas.

El día 23, ya en Ceuta, los legionarios se prepararon para partir en el buque «Ciudad de Cádiz» hacia Melilla junto al general Sanjurjo. Aunque antes formaron frente a un cuartel militar cercano al puerto para escuchar una arenga del mismísimo Millán Astray: «¡Legionarios! De Melilla nos llaman en su socorro. Ha llegado la hora de los legionarios. La situación allá es grave; quizá en esta empresa tengamos todos que morir. ¡Legionarios! Si hay alguno que no quiera venir con nosotros, que salga de la fila, que se marche; queda licenciado ahora mismo... Legionarios, ahora, jurad: ¿Juráis todos morir, si es preciso, en socorro de Melilla?». La respuesta fue general: «Si, juramos. ¡Viva España! ¡Viva el Rey! ¡Viva la Legión!».


Posteriormente iniciaron el camino al muelle, donde embarcaron en el «Ciudad de Cádiz» junto a toda la plana mayor: desde Sanjurjo, hasta Manzano. Todo ello, mientras sonaba la Marcha Real. A las ocho de la tarde salió el vetusto bajel hacia Melilla cargado de soldados dispuestos a dar su vida por España. El viaje podría haber sido tranquilo, pero no. Y es que, aunque los legionarios pudieron descansar, los oficiales tuvieron que sentir la presión de varios mensajes en los que se les solicitaba arribar cuanto antes a su destino. La travesía se hizo a toda máquina.

El 25 de julio, a la una de la tarde (y después de otros buques llenos también de refuerzos) el «Ciudad de Cádiz» llegó a su destino. ABC informó de ello con jolgorio: «En tanto que el barco maniobraba para atracar los legionarios, desde cubierta y desde las jarcias y los palos, prorrumpieron en vítores a Melilla y a España. Vivas que promovieron delirante entusiasmo en el gentío apiñado en el puerto y en las murallas».

Desde el buque la arenga empezó a generalizarse: «Melillenses, os saludamos. Es la Legión, que viene a salvaros. Nada temáis, nuestras vidas lo garantizan. […] ¡Melillenses!: los legionarios, y todos, venimos dispuestos a morir por vosotros. Ya no hay peligro. ¡Viva España! ¡Viva el Rey! ¡Viva Melilla!». El resto es historia: la fuerza conjunta española reforzó la zona, construyó nuevos fortines, avanzó hacia Sidi Amech y el Atalayón y, posteriormente, llevaron a cabo multitud de combates en agosto donde demostraron su gallardía.
Habían salvado Melilla.

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