‘La Reconquista de Córdoba, una fecha a reivindicar’

El artículo que se reproduce a continuación permanecía inédito desde que fuera escrito en el año 2009, originalmente destinado a ser publicado en Córdoba Eterna.



La idealización y, por tanto, falsificación mitificada del pasado islámico de Córdoba, que con el transcurso del tiempo se ha ido imponiendo en el inconsciente colectivo, es un proceso de profunda raíz romántica decimonónica, por tanto irracional, y, científicamente, errónea y parcial; o peor aún, una idealización/mitificación progresiva e inocente aparentemente, pero muchas veces políticamente interesada, que imperceptiblemente ha logrado ocultar y hecho olvidar casi por completo acontecimientos y fechas tan importantes para nuestra ciudad, para nuestra provincia y para nuestra identidad personal y colectiva, como la del 29 de junio de 1236, jornada histórica grande para Córdoba, en que hace ya casi ocho siglos nuestra capital retornó a manos cristianas, merced a la intrepidez y el valor de las mesnadas del santo rey Fernando III de Castilla y León, que tomó audazmente la ciudad tras un breve y eficaz sitio, acabando así con cinco siglos de dominio musulmán sobre tierras de Córdoba.

Conocer bien la historia de nuestros antepasados y recordarla con propiedad, es imprescindible para construir una sociedad moderna sana, consciente de sí misma y madura cívicamente, que, sin nostalgias, pero sin olvidar su pasado, mire al futuro con optimismo, sin complejos y con seguridad en sí misma. Este y no otro es el objetivo del presente artículo, en el que pretendemos presentar brevemente cómo fue la reconquista y repoblación de la ciudad y el reino de Córdoba, hace ya casi ochocientos años, origen remoto de nuestros antepasados.

Vayamos a los años anteriores a la toma de la ciudad. Las Navas de Tolosa, año de nuestro Señor de 1212. El poderoso Imperio Almohade, norteafricano y fundamentalista, que desde hace varias décadas domina los antiguos reinos de taifas andalusíes, se desmorona estrepitosamente en los cerros jiennenses de Sierra Morena, vencido por los ejércitos combinados de Castilla, Navarra y Aragón. Los norteafricanos, humillados y debilitados, abandonan España con al-Nasir de Miramamolín, su señor, a la cabeza; mientras, los caudillos de taifas andalusíes (hispano-musulmanes) que ocupan su lugar, y entre los que destaca Ibn Hud, tratan de reorganizarse en torno a Sevilla, Córdoba, Valencia y Granada. Sin embargo, los distintos reinos cristianos herederos de la Hispania visigótica no cejan en su empeño reconquistador, pues han logrado, unidos, una gran victoria en las Navas de Tolosa que ha marcado ya para siempre un punto de inflexión en la Reconquista, y avanzan por todos los frentes: entre 1220 y 1240 serán tomadas Cáceres, Évora, Mérida, Valencia, Úbeda, Andújar, Martos… la frontera cristiana se acerca cada vez más a Córdoba, la otrora Corduba romana, antigua capital de la Bética hispana-romana, que los árabe-bereberes habían convertido en el siglo X, sobre los hombros e impuestos de la por entonces importante minoría cristiana (mozárabe), y con el apoyo imprescindible de la creciente comunidad de hispano-romanos convertidos al Islam (muladíes), en sede del más importante Califato musulmán en Occidente.

Pero ahora, sólo dos siglos tras la caída del Califato, la Córdoba andalusí, venida a menos, y ya ciudad dependiente de Sevilla, tiene a sus puertas a las fuerzas hispano-cristianas de Castilla y León, dispuestas a vengar la memoria de los miles y miles de mozárabes cordobeses (hispano-romanos cristianos arabizados), subyugados por el Islam durante los primeros cuatro siglos de al-Ándalus, con cuyos conocimientos y legado clásico se erigió, en grandísima parte, el famoso Califato, y cuyos últimos miembros fueron expulsados hacia el norte apenas cien años antes de que los estandartes de León y Castilla se planten ante las murallas de Córdoba.

Así, ¿cómo fue, pues, la toma de Córdoba? El inicio del asalto a la ciudad se produjo, al parecer, de una manera muy característica, típica de la manera en como se había venido desarrollando, en los siglos precedentes, todo el proceso de la Reconquista: esto es, por iniciativa audaz de un grupo de caballeros y campesinos-soldado, hombres libres de la frontera que se lanzan a la aventura y, si ésta da resultado, poco después son apoyados y reforzados por el grueso de las fuerzas cristianas; así fue durante toda la Reconquista, y así fue también en la toma de Córdoba. Veamos cómo tuvo lugar.




A finales del mes de enero de 1236, un grupo de estos hombres libres de frontera, instalados años atrás en las recién reconquistadas Andújar y Martos, y algunos procedentes de Úbeda, conocedores de la desprotección que ofrecía el flanco oriental cordobés, y de la debilidad y falta de vigilancia en las murallas de la ciudad, se organizaron para atacar por su cuenta la ciudad, llegando a través de la vía de acceso fácil que suponía el río Guadalquivir. De esta forma, y en colaboración con algunos de los habitantes de la ciudad, escalaron de noche las murallas de la Ajerquía, apoderándose con rapidez de este sector de la urbe; frente a este audaz golpe de mano, el núcleo musulmán de la ciudad resiste y se hace fuerte en la zona estratégicamente más defendible de la Medina. Las posiciones se consolidan, los acontecimientos se precipitan, y no hay tiempo que perder: los musulmanes, prácticamente cercados dentro de su propia ciudad, mandan una petición de socorro al caudillo moro Ibn Hud; mientras tanto, los cristianos envían emisarios al rey y guerrero castellano-leonés Fernando III (r. 1217-1252), al que alcanzan en Benavente (reino de León). Éste se pone inmediatamente en marcha y, al frente de sus huestes, pasa por Ciudad Rodrigo, Medellín y Sierra Morena, alcanzando en varias jornadas las afueras de Córdoba, estableciendo su campamento en Alcolea y organizando rápidamente el asedio de la ciudad. Por su parte, Ben Hud, que también se dirigía hacia la antigua capital califal, es engañado por una hábil estratagema cristiana y desiste de enfrentarse a las tropas castellano-leonesas, desviándose hacia la zona oriental de la región; los musulmanes cordobeses pierden así toda esperanza de auxilio y, desesperados, deciden rendirse con las mejores condiciones posibles. Sin embargo, Fernando no se aviene a pactos ni componendas, y estrecha el cerco con más fuerza aún si cabe. Al fin, la ciudad se rinde por hambre, y los cristianos hacen su entrada triunfal y solemne el día de los apóstoles San Pedro y San Pablo, 29 de junio de 1236. Significativamente, y para que todos la vieran, colocan la Cruz en todo lo alto del alminar de Abderramán III, en la mezquita aljama o principal, antigua Catedral paleocristiana e hispano-visigoda de San Vicente, que es consagrada de nuevo como iglesia de Santa María y, años más tarde, como Catedral. Además, devuelven a Santiago de Compostela las campanas que dos siglos antes había saqueado Almanzor, y que hasta entonces habían estado en la mezquita sirviendo como lámparas.

La reconquista de Córdoba tuvo una fuerte carga simbólica, y supuso un considerable golpe de efecto que reforzaba al de la victoria de las Navas de Tolosa, y que, unido a la situación de inestabilidad política en que estaba sumido al-Ándalus, permitió que entre 1236 y 1240 fueran cayendo sucesivamente en manos cristianas todas las poblaciones del entorno, en lo que a partir de ahora se conocerá como Reino de Córdoba, así como otras algo más alejadas: Almodóvar, Santaella, Setefilla, Hornachuelos, Osuna, Montoro, Écija, Estepa, Aguilar, Luque, Zuheros, Cabra, Baena, Lucena, Rute, Zambra, Benamejí.
En la capital cordobesa, con la firma de las capitulaciones de rendición en el año 1236, se acordó que todos los musulmanes debían tomar sus enseres e irse de la ciudad, por lo que en Córdoba quedó prácticamente erradicada la población musulmana, que fue expulsada. Así, en poco tiempo ocupa su lugar una numerosa masa de población repobladora, llegada “de todas partes de Espanna (según la Crónica General de Alfonso X el Sabio), proveniente sobre todo de León, Burgos, Asturias, Galicia, Toledo y Navarra; según la Crónica General citada, eran tantos los que vinieron a repoblar Córdoba que mas eran los moradores que non las casas. Curiosamente, y no por casualidad, muchos de estos repobladores de Córdoba eran descendientes de los cristianos hispano-romanos que tuvieron que huir de al-Ándalus (mozárabes) hacia el norte, en especial en los siglos X al XII y que ahora, simbólicamente, repoblaban la tierra de sus antepasados. Así, los nuevos habitantes de Córdoba fueron tanto nobles, como clérigos y monjes, como sobre todo campesinos libres y artesanos de todo tipo de oficios, instalados en el municipio de Córdoba, atraídos por la fama de su riqueza y sus fértiles tierras. Junto a ellos permanecerá, no obstante las capitulaciones, una reducida minoría musulmana (que vivía en el barrio conocido como Morería) y otra de judíos (que vivía en la Judería), minorías religiosas que con el paso de los siglos disminuirían sensiblemente hasta desaparecer, sobre todo tras las expulsiones de principios de la Edad Moderna (siglos XV al XVII). Por último, pasados pocos años de la reconquista de la ciudad, se encuentra también en Córdoba a fines del siglo XIII una minoría de población de origen europeo transpirenaico, sobre todo de franceses, alemanes e italianos, que llegaron a tener su propio barrio, conocido como Barrio de los Francos.

De esta forma, tras la impactante toma de la antigua capital del Califato, y con la llegada masiva de población de toda la Cristiandad hispana, la ciudad ha de organizarse ya que, además, constituirá a partir de ahora cabeza de puente en la Reconquista del resto del sur de España. Así, se instala en Córdoba un destacamento permanente de caballeros que garantice el orden, y el propio San Fernando pasa dos largas estancias en la urbe dirigiendo la repoblación, organizando los trabajos de todo tipo derivados de la misma, y otorgando, tras su segunda estancia (de más de un año, entre febrero de 1240 a marzo de 1241), el llamado Fuero de Córdoba, por el que se instauraba en la ciudad un Concejo abierto, libre y representativo-municipal de regidores; un Fuero ó ley y privilegio municipal que, además, dividía a Córdoba administrativamente en 14 barrios en los que se construyeron otras tantas iglesias, algunas de ellas levantadas sobre los restos de antiguas iglesias hispano-visigodas ó mozárabes, destruidas por los musulmanes durante los cinco siglos de su dominio. Estos templos cristianos levantados por Fernando III el Santo a mediados del siglo XIII serán las iglesias hoy día conocidas como fernandinas, caracterizadas por el estilo propio de su época, en transición del románico monacal al gótico castellanizado, con artesonados mudéjares y arcos de nervadura en ojiva. De estas iglesias, siete estaban ubicadas en la medina o villa de Córdoba propiamente dicha (Santa María, San Nicolás de la Villa, San Juan, Omnium Sanctorum, San Miguel, San Salvador y Santo Domingo de Silos) y otras siete en la Ajerquía (San Nicolás de la Ajerquía, Santiago, Santa Marina, San Andrés, San Lorenzo y la Magdalena). De todas ellas, permanecen en pie hoy en día los templos de la Magdalena, San Lorenzo, San Pablo de Córdoba, San Pedro de Alcántara, San Francisco y San Eulogio de la Ajerquía, Santiago, San Andrés, San Nicolás de la Villa, San Miguel, San Agustín y la capilla de San Bartolomé. Los 14 barrios con que San Fernando dividió y repobló Córdoba, cubrían prácticamente la misma extensión que la Medina y la Ajerquía hispano-musulmana precedente (un tamaño que sería prácticamente el mismo hasta principios del siglo XX), y las iglesias allí levantadas fueron el símbolo más importante del orden cristiano restaurado en Córdoba, un verdadero nuevo orden que, sin embargo, respetó, por lo general, el rico patrimonio arquitectónico y artístico dejado por la época hispano-musulmana ó andalusí, hasta el punto de legarnos, conservada y restaurada por la Iglesia Católica, tesoros tan preciados para Córdoba como la antigua Mezquita Omeya, hoy Catedral de Santa María.

Por otro lado, el repoblamiento de otras partes del reino cordobés, como la campiña, o las sierras del sur y el norte, se realiza, en los primeros años, de otra forma y con otras características. Esto es debido sobre todo a que, una vez cae Córdoba, la mayoría de ciudades y castillos del entorno cordobés se entregaron paulatinamente a los castellano-leoneses de forma voluntaria o mediante pactos, permaneciendo temporalmente en ellas la población hispano-musulmana, junto a la que se instalan cristianos repobladores (sobre todo en los núcleos urbanos más importantes y en los castillos y fortalezas); sin embargo, esta situación apenas duraría unos años, ya que en 1263-64 se produjo la dramática rebelión de los mudéjares, es decir, de los musulmanes que permanecían en territorio cristiano, levantados en armas contra el rey cristiano. Esta rebelión mudéjar fue duramente aplastada por las tropas de Alfonso X el Sabio (r. 1252-1284), y tuvo como consecuencia más dramática e importante que la inmensa mayoría de la población musulmana fue expulsada del Reino de Córdoba y de todo el valle del Guadalquivir, instalándose mayoritariamente en el reino nazarí de Granada, ocupando su lugar en Córdoba, destaquémoslo bien, nuevas oleadas repobladoras cristianas. Concretamente, en el norte del reino cordobés llegaron gentes sobre todo de las regiones castellano-leonesas de la Mancha y Extremadura; y en la parte meridional del reino, repobladores sobre todo de la propia zona de León y de otras partes de Castilla, así como, dado su carácter fronterizo con el reino musulmán nazarí de Granada, se instalarán importantes señoríos de la nobleza, de la casa real o de la Iglesia, así como Órdenes Militares de caballeros, como la de Calatrava.

Vemos aquí, pues, de nuevo, y durante todo el proceso de posesión del territorio, la instauración en Córdoba de pautas puestas en marcha siglos atrás durante toda la Reconquista: una vanguardia de caballeros y campesinos libres que, alternativamente, sostienen la frontera o impulsan la lucha (y también la paz y las relaciones de intercambio) en ésta, mediante vigilancia, golpes de mano o intercambios humanos y comerciales; consciencia colectiva de que las nuevas tierras a las que se llegaba eran en realidad tierras recuperadas para la España cristiana (de ahí los episodios del regreso de las campanas de Santiago, las menciones a España en la Crónica General de Alfonso X o el levantamiento de las antiguas iglesias hispano-visigodas), tierras perdidas hacía siglos que ahora eran reconquistadas; una repoblación del territorio con gentes llegadas del norte de España, muchos de ellos descendientes de antiguos cristianos de la Bética; mantenimiento o levantamiento de castillos e iglesias, etc, etc. Caballeros, clérigos y campesinos-soldado libres lanzados a una suerte de misión colectiva ó aventura reconquistadora, en la que reciben, todos ellos, y en pago a sus servicios: tierras, bienes, títulos (de nobles, caballeros o hidalgos), exención de determinados servicios o privilegios de diverso tipo, instauración de concejos municipales libres, etc (privilegios otorgados de los que no cabe duda histórica alguna, otorgados por los reyes de Castilla y León a todos los repobladores, pueblo o nobleza, durante el proceso de reconquista y que, con el paso de los años, sin embargo, se irán perdiendo o transformando producto de un proceso evolutivo de concentración de poder señorial, de acaparamiento de tierras y de poder municipal por parte de la nobleza). Pobladores nobles y campesinos que serán en la renovada Córdoba cristiana y en su Reino, la vanguardia de esta Castilla novísima (al menos durante dos siglos más), frente al reino musulmán, supuestamente vasallo, de Granada, hasta la culminación de la Reconquista en toda España.

Para concluir, nos gustaría preguntarnos en voz bien alta, ¿por qué la fecha del 29 de junio, día de la Reconquista de Córdoba, pasa desapercibida años tras año? Dado que se trata de un día clave en nuestra historia, pues no es sólo el aniversario de la recuperación de la ciudad para la Cristiandad, sino el día de la conmemoración de la llegada de nuestros antepasados a Córdoba, sería lógico que tal jornada fuera recordada y destacada en el calendario cordobés. Y sin embargo, es todo lo contrario; aparentemente nadie parece darle importancia, ni nadie parece preguntarse por qué el león y los castillos conforman el escudo de nuestra provincia, antiguo Reino de Córdoba; desde luego, no nuestras autoridades ni los pretendidamente progresistas, más preocupadas por difundir, con no se sabe qué intención, el pasado islámico del Califato, la Córdoba armónica de las tres culturas, una idílica pero falsa armonía que realmente fue una imposición de los musulmanes sobre las otras dos religiones, en especial sobre los cristianos ó mozárabes, de cuya importante presencia y papel destacado, del que casi no se habla, han dado claro testimonio los estudios histórico-antropológicos y los hallazgos arqueológicos de los últimos años: diversos yacimientos y necrópolis cristiano-mozárabes (Cercadillas, San Pedro, Noreña), que apenas se difunden entre los cordobeses ni se estudian o financian, quizás porque no interesa hacerlo. Con todo, no importa, pues la verdad y la historia siempre se acaban sabiendo y prevalecen; qué mejor forma de ayudar a ello, que reivindicar el 29 de junio como fecha clave en la configuración de la identidad cordobesa presente, y hacerlo con sano orgullo: sin chovinismos aldeanos, pero sin complejos, con optimismo constructivo, tal como debe corresponder a una ciudad y una sociedad occidental libre, sana y moderna, que no olvide de donde viene, para que sepa mejor a dónde va, sin que nada ni nadie la manipule ni coarte su historia y su libertad.


MANUEL CHACÓN RODRÍGUEZ




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