Zaragoza no se rinde


por José Carlos Mena | Ago 25, 2020



Pérez Galdós

Escribía Pérez Galdós en su novela “Zaragoza”, dentro de los famosos Episodios Nacionales: “Y entre los muertos habrá siempre una lengua viva para decir que Zaragoza no se rinde”. Al final, tras el segundo sitio, se rindió, pero aquellos habitantes de Zaragoza vendieron cara su derrota y causaron una gran cantidad de bajas en el ejército napoleónico. Por cierto, esa frase estuvo impresa en los billetes de 1000 pesetas así que muchos de nosotros la recordaremos con cariño.

Conquistar Zaragoza, conseguir que capitulara, le costó muy caro al ejército francés pues necesitó de dos sitios y gran cantidad de hombres y pertrechos. El primero empezó el 15 de junio de 1808 y duró hasta la noche del 13 al 14 de agosto del mismo año, cuando los franceses abandonaron el intento dejando entre 3000 y 4000 caídos, además de innumerables piezas de artillería.

Pero Napoleón, que consciente de la importancia estratégica de Zaragoza y tras la debacle de Bailén, tomó el mando en el campo de operaciones español y mando asediar de nuevo la ciudad. Asedio que dio comienzo el 21 de diciembre de 1808. Expeditiva respuesta, esfuerzo de sangre, fuego a discreción, crudeza e ímpetu para devastarla y conquistarla. Hambre, necesidad y un ansia de libertad que se quebraban por momentos. Pero tras los duros combates, donde se peleó calle por calle, barricada tras barricada, barrio tras barrio, finalmente el 21 de febrero de 1809 Zaragoza capitularía ante el cuartel general de Lannes, mariscal francés.

Palabras del marical Lannes

No voy a describir nada sobre los movimientos militares ni estrategias de ambos bandos, sino que quiero destacar la ferocidad y valentía con la que el pueblo de Zaragoza defendió la plaza, su tierra, su ciudad. Quiero detenerme en esa determinación feroz de un pueblo por defenderse de lo injusto, por expulsar al invasor y evitar la ciudad pase a sus manos. Sí, Napoleón obtuvo su victoria ansiada, pero ¿a qué precio?

El propios mariscal Lannes, tras el segundo sitio, lo describe así:

Jamás he visto encarnizamiento igual al que muestran nuestros enemigos en la defensa de esta plaza. Las mujeres se dejan matar delante de la brecha. Es preciso organizar un asalto por cada casa. El sitio de Zaragoza no se parece en nada a nuestras anteriores guerras. Es una guerra que horroriza. La ciudad arde en estos momentos por cuatro puntos distintos, y llueven sobre ella las bombas a centenares, pero nada basta para intimidar a sus defensores … ¡Qué guerra! ¡Qué hombres! Un asedio en cada calle, una mina bajo cada casa. ¡Verse obligado a matar a tantos valientes, o mejor a tantos furiosos! Esto es terrible. La victoria da pena”.

El pueblo de Zaragoza, hombre y mujeres, se entregó por entero por la causa. Tanto en el primer sitio como en el segundo, se destacaron con gallardía y tesón para evitar que su ciudad cayera en manos de los invasores. Puerta por puerta, barrio por barrio, convento tras convento, los habitantes de Zaragoza hacías lo indecible para expulsar al gabacho extranjero

Mujeres y Hombres, codo con codo

Personajes relevantes como Palafox, Agustina Zaragoza y Domenech (que pasó a la historia como Agustina de Aragón y se destacó como una heroína en el primer sitio), Casta Álvarez, la Duquesa de Villahermosa (que se fue de Madrid a Zaragoza, junto a sus hijos, para defenderla), el Padre Sas, Manuela Sancho o el Tío Jorge alentaron a los ciudadanos con sus actos y palabras para empujar a las águilas francesas y mantenerlas alejadas de las murallas.

Se luchó puerta a puerta, barrio a barrio, casa a casa. No sería fácil y el francés lo sabía pues Zaragoza era fundamental en la guerra para mantener las comunicaciones y surtir al ejército de tropas provenientes de Barcelona. Como he comentado anteriormente era crucial tomar la plaza y lejos de rendirse tras el primer sitio acudió a la capital maña aún con más soldados y empeño. Lo consiguieron pero les es costó, vaya si les costó. Nadie regaló nada y sudaron sangre para lograrlo pues se tomaron con una magníficos defensores.

Y entre aquellas personas valientes, aguerridas y aferradas a la libertad que se empeñaron en que Zaragoza no se rendiría, desempeñaron un papel fundamental las mujeres. Y no solo por lo bizarro de la situación al empuñar un arma o disparar un cañón, con es el caso de Agustina, Manuela o Clara. Lo cierto que fue que innumerables mujeres, madres, esposas e hijas de Zaragoza, se empeñaron con denuedo para llevar munición a las tropas o apagar la sed de los combatientes. Siempre en primera línea de batalla, entre las trincheras y escombros, esquivando a la muerte o cayendo en sus brazos, con honor.

La Condesa de Burreta

Pero quiero terminar hoy con una mujer que no por ser noble, de alta cuna, dejó de luchar contra el taimado invasor. Se trata de María de la Consolación Azlor, Condesa de Burreta. Casada en segundas nupcias con el Barón de Valdeolivos, Pedro María Vic, el 1 de octubre de 1808, ambos se destacaron en la defensa de la ciudad en el primer sitio. Pero el segundo no se quedó quieta y defendió activamente Zaragoza. Arengó a las tropas desmoralizadas, disparó con fusil desde las mismísimas barricadas, organizó una compañía de mujeres para la defensa de la plaza y convirtió su palacio en un hospital de sangre. Todo un ejemplo de valentía y entrega por una causa. El pueblo se levantó en contra de la opresión y le plantó cara.

Así pues, no es de extrañar las impresiones del mariscal Lannes al ver luchar al pueblo zaragozano. La ciudad no se rendiría y lucharía hasta el último aliento contra el enemigo pues entre los muertos siempre habrá una lengua viva para decir que Zaragoza no se rinde.



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