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Tema: Cuba y el despertar de los nacionalismos en la España peninsular (s. XIX)

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    Re: Cuba y el despertar de los nacionalismos en la España peninsular (s. XIX)

    ...Y concurrió el liberal Manuel Alonso Martínez, que aseguró, a la vista de las unificaciones italiana y germana, que: "Lejos, pues, de disgregarse los Estados unitarios constituyéndose en federaciones, son éstas las que desaparecen, organizándose en vigorosas nacionalidades bajo la enseña de la monarquía, que es la institución que mejor representa y realiza la unidad". Por otra parte, el evidente autoritarismo del sistema político español en Cuba, con su talante esencialmente militarista y su tradicional corrupción, eran entendidos desde la Península en la misma clave defensiva, una especie de "teoría de dominó" según la cual la menor concesión simbólica produciria una cascada de humillaciones, lo que, a su vez, llevaba a giros y argumentos francamente torturados, tanto por la izquierda como por la derecha.

    Así, por ejemplo, Blasco Ibáñez aseguraba, en la primavera de 1895, que la guerra civil en Cuba, que amenazaba con el "Finis Hispania", era el producto del "mortal eclipse" que padecía la "virilidad nacional"; todo era culpa de la situación reaccionaria: "Después de Gibraltar, que perdimos por culpa de los Borbones, perder la fértil isla de Cuba sería una nueva vergüenza para la institución monárquica". Según el republicano valenciano: "las gestiones de los monárquicos en la isla, las arbitrariedades de los reaccionarios sólo han servido para excitar las pasiones del separatismo, para producir esas terribles guerras civiles que tanta sangre y dinero le han costado a la patria. En cambio, los autonomistas, los republicanos cubanos [sic], son los que con su propaganda quitan fuerzas a los enemigos de España y consolidan los derechos que ésta tiene sobre la isla". Por el contrario, el conservador Aguirre de Tejada, que había sido ministro de Ultramar, retrospectivamente convirtió necesidad en virtud, para pretender que: "Jamás colonia alguna ha visto realizados por su metrópoli [sic] mayor número de beneficios económicos en menor número de años, atendidas más eficazmente sus peticiones racionales, ni con mejor intención llevadas á [sic] cabo las soluciones propuestas después de haberle otorgado, con las demás libertades políticas, esa representación que todavía no ha concedido Inglaterra á Lina gran parte de sus colonias". A favor o en contra, ambos explicitaban la analogía con el Canadá, pero sin poder salir de la angosta visión de un único "Estado transoceánico".


    La demanda de nuevas formas políticas creció tras el desgaste de los partidos constitucionales parlamentarios —lo que en el cambio de siglo se formuló como la "crisis de dirección" de conservadores y liberales tras la muerte de Cánovas en atentado (ácrata y posiblemente cubano) y el eclipse de Sagasta, ambos protagonistas desde los años sesenta. Nueva política, pues, era cualquier cosa que abominase de las hueras generalidades del '68 y del 76, con lo que las adaptaciones locales de los argumentos criollos cubanos estaban precisamente al día. ¿Qué podía producir más sensación de novedad que citar a Teddy Roosevelt, protagonista simbólico de la derrota de la "vieja política" española, como hicieron gustosos tanto Sabino Arana como Prat de la Riba?. Luego, introducir doctrina americana, ya aclimatada a los temperamentos hispanos, era también de agresiva modernidad. Y además, nadie tuvo que ser consciente de probar fuertes mixturas criollas, extrañas a los paladares peninsulares, ya que tales argumentos fueron embadurnados con las ricas salsas del romanticismo localista que se venía produciendo desde hacía medio siglo.

    Más aún, las comunidades de inmigrantes, organizadas por su origen "regional", acentuaron paradójicamente esta dinámica. Evidentemente, hubo quien quiso afiliarse como "español" genérico y quien prefirió ser "catalán" y hasta quien, pese a agruparse como "asturiano", no quiso dar sentido político nacionalitario a tal gusto por la "morriña". Los centros o casinos, las sociedades de beneficencia y las múltiples asociaciones que se reprodujeron en la emigración "indiana" a las Antillas no se caracterizaban por su potencia intelectual, más bien el contrario, vivían de sencillas imágenes —casi de cromos oleográficos rebosantes de nostalgia— aderezadas con un cultismo cursi, siempre retrasado respecto a la moda imperante entre la burguesía metropolitana, con ejercicios de "parnaso poético" o sesiones de recital de señoras rapsodas. Pero la ingenuidad de los "bodegueros" endomingados tuvo una importante función cara al desarrollo de sus respectivos nacionalismos y/o regionalismos. Aunque sus centros fueran una respuesta regionalista o republicana a los "Casinos Españoles", nidos del "incondicionalismo", ellos salían del mismo medio socio-económico y su ideología era en gran medida "españolismo" invertido a la catalana, gallega, etc., adaptado a los tópicos más digeribles del discurso "cubanista".

    Luego, el medio "indiano" permitió una radicalización verbal al homogeneizar su anti-españolismo con el contexto antillano, especialmente tras 1898, bajo la ocupación norteamericana y, especialmente, a partir de la independencia cubana en 1902. Finalmente, puede que los "indianos" no tuvieran mucha cultura política, pero tenían dinero, ingrediente político siempre admirable, y estaban dispuestos, con su fe idealista cubano-catalana, cubano-canaria, etc., a financiar opciones puras, extremistas. Así, a partir de alguna versión inicial diseñada en Santiago de Cuba hacia 1903-1904, la bandera independentista catalana se inventó en 1918 en Barcelona, siendo una simple adaptación del triángulo azul y la estrella solitaria cubanos a las barras catalanas. Maciá llegaría a dejar que los "Catalans d'Amèrica" compartiesen el peso económico de su conspiración en los años del primorriverismo y se redactó en Cuba un proyecto de constitución independiente para Cataluña en 1928. El separatismo canario se moldeó según patrones cubanos: su fundador empezó su labor publicística en defensa de su "patria isleña" en Tampa (Florida), con el apoyo de exiliados de la Gran Antilla. El Partido Nacionalista Canario nació en La Habana en 1924. El "arredismo" o separatismo gallego apareció antes en los Centros Gallegos americanos (primero en Buenos Aires, luego en Cuba, hecho visible en los años veinte), que en Galicia. Los Centros Vascos igualmente fueron influyentes en el sustento ideológico de la facción "aberri", las más radical y sabiniana dentro del conjunto nacionalista vasco, durante la Dictadura primorriverista. Las analogías entre las actitudes ideológicas nuevas centrífugas a la Península y las viejas pendencias insulares, por lo tanto, eran evidentes para todos los contemporáneos, aunque también hubiera quien las minimizara justamente por esta razón. Como dijo un observador irónico hacia 1907:

    Aquí [en Barcelona], como tiempo atrás en las Antillas, es muy frecuente tropezar con personas que se declaran separatistas queriendo expresar no otra cosa, con ese concepto, que el radicalismo en las ideas, el non plus ultra, del liberalismo y del regionalismo. 'Fulano es muy separatista', solía decirse en Cuba de alguien que era muy liberal. 'Fulano es muy español, solía decirse en Puerto Rico de alguien que era muy reaccionario. Y en puridad de la verdad, ni Fulano deseaba seriamente la independencia de Cuba, ni mengano era más o menos español que cualquier otro que lo fuese.

    Con todo, hay que evitar cualquier interpretación sentimental que, en la tradición autoindulgente de la historiografía cubana, atribuya tales copias o analogías a una liberalidad intrínseca del nacionalismo cubano, decorado con guirnaldas sacadas del idealismo generoso de Martí. A menos de una década de la independencia, el nacionalismo cubano aplastó cualquier afirmación de negritud con un pogrom —la "Guerrita de 1912" envuelta en la vieja excusa del miedo a una "haitización"-, que dejó claro el racismo existente a pesar de las buenas palabras al contrario. En los breves meses del primer gobierno de Grau San Martín, en el filo entre 1933 y 1934, se impuso una "nacionalización" del mercado de trabajo de servicios —la "ley del 50%"— que, bajo la pretensión de dar oportunidades a los trabajadores nativos, sirvió como excusa para poner el sector de servicios español en su sitio bien subalterno y fue, de hecho, una expulsión de españoles, vivida así por la opinión peninsular.

    No hay que decir que el castrismo, en 1959-1960, completó la tarea, echando a los estadounidenses. Habría que considerar hasta qué punto —como ha argumentado Franklin Knight— todo el mundo antillano forma un "nacionalismo fragmentado" por el mismo hecho de ser archipiélago y, entonces, cuál debería ser el lugar que le correspondería a Cuba. En todo caso, para tener idea del juego irónico de las evoluciones, en Puerto Rico, sometido a una nada dúctil administración militar americana hasta 1948, se vio la evolución de los autonomistas en nacionalistas, y la aparición de un independentismo borinqueño —de Albizu Campos— que miraba las evoluciones del españolismo peninsular con cierta simpatía en los años 1930.

    https://gredos.usal.es/bitstream/han...CA0?sequence=1
    Última edición por ALACRAN; 12/01/2021 a las 20:45
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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    Re: Cuba y el despertar de los nacionalismos en la España peninsular (s. XIX)

    CONCLUSIÓN

    Lo primero que se evapora del registro histórico es la coetaneidad. A partir del incremento de las comunicaciones en la primera mitad del siglo XIX, los actores históricos han vivido envueltos por influencias visibles, tomadas de noticias verídicas o falsas sobre el mundo que les rodeaba. Los historiadores, probablemente de manera inevitable, no son conscientes de los múltiples cruces, digamos horizontales, que se viven en un momento y lugar determinados. Por ello, crean un retrato erudito pero vertical, lo que se ha llamado una "visión de túnel", que aisla unos protagonistas y resalta unas influencias como únicas, olvidando que su diseño es más un resultado del desconocimiento del historiador que de los factores propios de lo investigado. Por ejemplo, se habla de la utopía integrista de los Nocedal y del fundamentalismo religioso de la Guerra Carlista de 1872-1876 como si tales posturas significasen un aislamiento forzoso del mundo. Pero los integristas tenían un modelo latinoamericano bien querido: la dictadura católica de Gabriel García Moreno en Ecuador, ejercida entre 1861 y 1875. Un autor ultra-montano tan significativo como Francisco Navarro Villoslada, autor de la famosa novela Amaya, o los vascos del siglo VIII (1878) que tan efectivamente popularizó el discurso racial-ancestral euzkaldun, publicó su versión de una hagiografía del presidente-mártir ecuatoriano en 1892.

    El trauma psicológico de 1898 transformó la visión española del mundo. En muchas partes de Europa, la "invención de la nación" dio lugar a una disyuntiva conceptual, que contraponía la macro-nación o imperio a un núcleo nacional duro y puro, exento de inmoralidades expansivas. Así la creación de la Alemania unificada provocó el enfrentamiento entre los partidarios de soluciones "grossdeutsch" y los favorables a una entidad reduccionista o "kleindeutsch". En Gran Bretaña, la expansión colonial, la proclamación del Imperio de la India y la propuesta de "Home Rule" para Irlanda dividieron la opinión pública entre los defensores de little England' y los que soñaban con una aún mayor "Greater Britain". Estos debates fueron muy longevos y subsistieron hasta que la post-guerra de 1945 dio al traste con los imperios como categoría internacional aceptable. Así, también la política española desde el '98 hasta la muerte de Franco (coincidente con la pérdida de la última "provincia" de ultramar) fue una confrontación ideológica pertinaz sobre la naturaleza imperial o restringida de España. Los "noventayochistas", de tanto huir del esquema imperial, se hicieron esencialistas de una España concentrada y, en consecuencia, castellanistas de hecho.

    En general, a lo largo del siglo XX, la tradición liberal y de izquierdas se ha identificado con una "pequeña España", mientras que, como réplica rabiosa, la derecha ha sido todo lo neo-imperial que las circunstancias han permitido, al menos hasta pasada la "transición democrática" de los años 1976-1977. Que el aznarismo quisiera identificarse en I993-I996 con Azaña sólo ha sido la pública aceptación por la derecha constitucional del fin del recuerdo imperial. En paralelo, los nacionalismos competidores han asumido positivamente la perspectiva "pequeño-española" al afirmar su particularismo y reivindicar el derecho americano a la autodeterminación, olvidando al tiempo sus raíces, pero, de manera simultánea y algo perversa, han insistido en el esquema de España como conjunto imperial, para así poder demonizar a "Madrid y el centralismo" y mejor presentar sus legitimaciones diferenciadoras. En resumen, la historiografía ha seguido pautas ideológicas preestablecidas, buscando exclusivamente los orígenes de los nacionalismos hispánicos en dinámicas interiores, aisladas para cada caso. Y las influencias ideológicas externas se han buscado con inconsciente criterio eurocentrista. Pero el españolismo no nació en Madrid, ni fue producto únicamente de las guerras civiles peninsulares que debatían la organización interna del Estado. Y los nacionalistas catalanes, vascos, gallegos y canarios aprendieron su recurso dialéctico a la autodeterminación de los "mambises" que la ejercieron, mediante la guerra civil, en la Manigua cubana.

    https://gredos.usal.es/bitstream/han...CA0?sequence=1


    Última edición por ALACRAN; 12/01/2021 a las 20:44
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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