Revista FUERZA NUEVA, nº 90, 28-Sept-1968
LA INSTITUCION LIBRE DE ENSEÑANZA
Hace unos meses los españoles pudieron leer con sorpresa unos elogios dirigidos por el rector magnífico de la Universidad de Madrid, señor Botella, a la Institución Libre de Enseñanza, de poco grata memoria para la España del 18 de Julio. FUERZA NUEVA (3-VIII-1968) reprodujo poco después una acertada puntualización del diario “Ya”.
Hoy, para completar el cuadro, reproducimos la carta abierta al director publicada por “El Correo Español- El Pueblo Vasco”, de Bilbao, bajo el título de “Un recuerdo importuno”. Dice así:
Señor director:
En un periódico español de gran circulación y notorio prestigio se ha publicado recientemente en lugar muy destacado un artículo rememorando el cincuentenario del Instituto-Escuela.
Reconoce el autor -alto cargo universitario- que el Instituto-Escuela fue un hijo de la Institución Libre de Enseñanza, de funesto recuerdo.
Esto del “funesto recuerdo”, señor director, lo digo yo, no el autor del artículo, que en cambio nos dora la píldora añadiendo: “… quiero insistir en que el Instituto-Escuela fue una creación oficial de un Gobierno monárquico, que presidía don Antonio Maura…”.
Y yo, a mi vez, señor director, quiero recordar al autor del artículo, sin pretensiones de enseñarle nada, cómo nació el Real Decreto de 10 de mayo de 1918, que creaba el Instituto-Escuela.
Todos sabemos que después de una crisis laboriosísima se formaba, el 21 de marzo de 1918, un Gobierno nacional presidido por don Antonio Maura y compuesto por eminencias de todos los partidos, tocándole -digámoslo así- la cartera de Instrucción Pública a Santiago Alba, jefe de la izquierda liberal.
De este ministro obtuvo la Institución Libre la creación del Instituto-Escuela por obra y gracia del omnipotente secretario de la Junta de Ampliación de Estudios, don José Castillejo.
Era este Castillejo “hombre eficacísimo, verdadero cerebro y brazo militante de la Institución Libre”, como le señala don Fernando Martín-Sánchez Juliá.
Se ha llegado a afirmar que ni don Francisco Giner de los Ríos ni su lugarteniente don Bartolomé Cossío, hubieran logrado el éxito destructor conseguido por la Institución sin la eficaz colaboración de Castillejo, “uno de los hombres más terriblemente funestos que ha visto nacer España”, en sentir de Antonio Gregorio de Rocasolano.
Fernando Martín-Sánchez Juliá nos contó en 1940 todo lo que pasó entonces, citando las propias palabras de Castillejo. “Me llamó Alba: me dijo que quería reformar la Segunda Enseñanza y me pidió que le hiciese un decreto. Le respondí que yo era demasiado modesto para una obra de tanta importancia. En cambio, le ofrecí algo menos extenso, pero más eficaz: un ensayo, un centro que permitiera experimentar los métodos para la gran reforma… Le llevé un decreto creando el Instituto-Escuela, y la “Gaceta” lo publicó…”.
Pero lo bueno viene ahora, señor director. Porque de todo el ámbito nacional llegaron protestas y más protestas hasta el despacho de Antonio Maura. Este dijo a algunas personas de su intimidad, como nos cuenta Fernando Martín-Sánchez: “Es uno de tantos decretos como pasan en Consejo de Ministros, sin que nadie se entere. Alba no nos lo ha explicado. Pero yo me comprometo desde ahora a otorgar un Instituto Oficial con los mismos privilegios a las Órdenes religiosas dedicadas a la enseñanza, si se ponen de acuerdo para establecerlo y regirlo”.
Mientras se hacían gestiones para realizar este deseo de Maura, llegó diciembre y, por intrigas políticas, precisamente también de Alba, cayó el Gobierno nacional y sólo quedó el Instituto-Escuela, “lucido benjamín de la prolífera familia institucionista”, en colofón de Martín-Sánchez.
También en 1940 escribía Benjamín Temprano: “En resumen: lo del Instituto-Escuela ha sido uno de los varios trucos que nos han colocado los institucionistas, y que les han permitido, mediante formas correctas, pero con tenaz intransigencia, ir extendiendo su espíritu de secta”.
***
Y aquí debiera acabar mi carta, señor director. Pero me va a permitir usted que continúe para ilustrar a los posibles lectores olvidadizos sobre la Institución Libre de Enseñanza.
Desde su fundación (1876), la Institución Libre de Enseñanza fue un organismo político, pese a sus apariencias; la política se aprovechó de ella, y ella se aprovechó de la política. Desde el comienzo de la Institución -ha dicho Hernán de Castilla- había institucionistas conspicuos que fueron políticos sin rebozo ni escrúpulo, y sus nombres de fama y popularidad más perdurables, a la política se lo deben, y no a sus trabajos serios de estudios o investigaciones universitarias. Es una ley que se cumple inexorablemente desde el nacer al morir de la Institución. ¿Quién recuerda a Salmerón como metafísico? Sólo se recordará su memoria como político republicano. ¿Quién hablará mañana de Negrín como fisiólogo? Todos lo recordarán como presidente azuzador de las vergüenzas rojas.
Uno de los más aventajados directivos de la Institución Libre afirmó solemnemente que su labor fue posibilitar el advenimiento de la República, mientras que para el vulgo y para los que por propia conveniencia se dejaban engañar, sólo realizaba una labor cultural, aunque en realidad no hacían más que política, pero baja política de traición y de engaño como señaló Rocasolano.
Y por si hay duda de ello, permítame usted, señor director, que reproduzca el siguiente párrafo de un discurso pronunciado por Fernando de los Ríos en Zaragoza, en febrero de 1932, siendo ministro de la república. Dijo este destacado institucionista: “Las ilusiones de los discípulos de Giner de los Ríos se injertaron en la organización pedagógica española en el mayor silencio. La Escuela Superior del Magisterio, la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, la Escuela de Criminología y hasta la Residencia de Estudiantes han sido los gérmenes de la Nueva España; éstos han sido los gérmenes que han posibilitado el advenimiento de un Régimen nuevo. La simiente está tirada silenciosamente en el surco. La República Española recoge los resultados de aquéllos”.
Y todos sabemos, señor director, qué resultados: ¡Un millón de muertos!
La plana mayor de la revolución roja estaba formada por hombres de la Institución Libre. Recuérdense los nombres de Negrín, Álvarez del Vayo, Araquistáin, Besteiro, Fernando de los Ríos, Jiménez de Asúa, los Barnés, los Bolívar, Roces, Giral y tantos más.
Las ideas de la Institución fueron laicas, anticatólicas, en el orden religioso; en el patriótico, negaban la grandeza histórica de España.
Hay solamente un aspecto plausible, aunque no original, en su actuación: el aprovechamiento de una minoría selecta de jóvenes universitarios a los que formó y cultivó con esmero.
Todo lo demás de la Institución, hay que repetir, señor director, es sencillamente abominable: la desaprensiva explotación del Estado y del Presupuesto; la desproporción enorme entre lo conseguido y lo gastado para lograrlo; la desleal adaptación a todas las situaciones políticas, “modelo de tortuosa deslealtad”; el acaparamiento de cátedras por medios caciquilmente incorrectos y arbitrarios; su espíritu de secta, que los agrupaba en “fratría y monipodio”, según Menéndez y Pelayo; en suma, su espíritu tenebroso y repugnante a toda alma independiente y aborrecedora de trampantojos.
Antes de terminar, señor director, quiero decirle algo que seguramente le enorgullecerá. Y es recordar la actuación de su padre de usted, el inolvidable don Estanislao Barrena, que, secundando con valentía a aquel gran hombre que fue don Gabriel María de Ybarra, se opuso a la creación de la Escuela de Educadores, secuela de la Institución Libre de Enseñanza, logrando, en cambio, el gran Centro de Estudios Psicopedagógicos, que dependía del Consejo Superior de Protección de Menores.
En 1940 escribía Ángel González Palencia: “Desbaratado el tinglado institucionista al dominarse la revolución, para cuyo servicio se levantara pacientemente en el transcurso de varios lustros, habrá el Estado español de resolver acerca de las piezas sueltas de aquel tinglado, construidas en su totalidad con dinero de la nación”.
Una de las piezas de este tinglado era el Instituto-Escuela, que se recuerda, y, lo que es peor, se pretende resucitar (1968). Así lo dice el alto universitario, autor del artículo que nos ha movido a escribir a usted esta carta, y lo dice con estas palabras: “Una resurrección del Instituto-Escuela, a los cincuenta años de su fundación, sería, sin duda, un fruto tardío, pero prometedor”.
Increíble, señor director; increíble que una autoridad universitaria pueda escribir estas palabras impunemente.
Pero es que a estas alturas, señor director, y después de lo pasado, ¿se va a pretender que comulguemos con ruedas de molino?
Reciba un cordial saludo de su seguro servidor,
Tomás ROCA CHUST |
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