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Tema: Los grupos políticos de la España del s. XIX juzgados por Menéndez Pelayo

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    Re: Los grupos políticos de la España del s. XIX juzgados por Menéndez Pelayo


    III Fracaso del intento conciliador de Balmes, Viluma y Quadrado

    "El punto culminante de las campañas periodísticas de Quadrado ha de buscarse en sus escritos del año 1845 publicados en El Conciliador y en El Pensamiento de la Nación , siendo director del primero de estos periódicos y colaborador asiduo del segundo, que dirigía Balmes. La generosa fórmula que en ambos se defendía no era otra que la reconciliación sincera de todos los españoles católicos y monárquicos, y como medio de lograrla y principio de una política nacional, la fusión dinástica que ahuyentara para siempre el espectro de la guerra civil, haciendo entrar en la legalidad constitucional al partido carlista. En torno de esta bandera, que a sus mismos adversarios pareció patriótica, se agruparon muchos hombres de buena voluntad, procedentes los unos del partido carlista, como el mismo Balmes y el mismo Quadrado, aunque éste por sus pocos años y aquél por la naturaleza de sus estudios estuviesen desligados de todo compromiso con los partidarios del absolutismo tradicional; y los otros de cierta fracción disidente del partido moderado, que más de una vez se vió a las puertas del poder, y que en las Cortes de 1844 llegó a estar representada por 24 diputados, a quienes acaudillaba un hombre que fué dechado de caballeros y de ciudadanos, el segundo Marqués de Viluma.

    El pensamiento de Balmes y Viluma parece haber nacido al calor del movimiento nacional de 1843 que derribó al regente Espartero. Vióse en aquella crisis a los moderados, sin perjuicio de aliarse con los progresistas, buscar también el apoyo de los carlistas vencidos, y halagar los sentimientos religiosos y tradicionales del país con promesas y esperanzas de próxima reparación; y vióse también a muchos de los carlistas prestarse gustosos a tales pláticas y ayudar al triunfo de la coalición, que manifiestamente tuvo carácter de reacción monárquica en muchas ciudades. Pero tales esperanzas se vieron pronto desvanecidas. Es cierto que los progresistas conjurados contra el Regente desaparecieron de la escena poco después de su efímera y aparente victoria; pero llegados al poder los moderados, no desmintieron sus tradiciones de partido parlamentario, y lejos de dar paso alguno para la ansiada reconciliación, continuaron excluyendo del derecho común a los carlistas, y ni siquiera llegaron al arreglo de las cuestiones pendientes con Roma, prolongándose con esto años y años la tribulación de la Iglesia española, huérfana de sus pastores, despojada de sus bienes, herida y atropellada en su inmunidad.

    Sólo aquella fracción del partido moderado a que aludimos comprendió en 1844 la verdadera situación de las cosas, y los deberes de un partido conservador y de orden en tales momentos, y no dudó en invocar el concurso de los carlistas para la grande obra de la pacificación moral. El alto espíritu de Balmes acogió gozoso la idea, y su palabra lógica y persuasiva la llevó por todos los ámbitos de España. Suscitada en 1845 la cuestión del matrimonio de la Reina,
    El Pensamiento y El Conciliador pronunciaron sin ambages el nombre de su candidato, el Conde de Montemolín, el llamado Carlos VI, el pretendiente expatriado y proscrito.

    La común ceguera de carlistas y moderados

    El proyecto fracasó, y era inevitable que fracasase, no porque dejara de ser el único pensamiento genuinamente español, el único que hubiese atajado desastres sin cuento, dando acaso diverso giro a nuestra historia, sino porque a toda luz era prematuro e irrealizable. Las heridas de la guerra civil manaban sangre todavía; los odios no habían tenido tiempo de apaciguarse, y aun más que contra las ideas estaban enconados contra las personas: las ruinas morales que deja en pos de sí una lucha ferocísima y sin cuartel, como fué la de los siete años, no se reparan en un día. Balmes y Quadrado llevaron el bálsamo a las llagas, pero no hicieron ni podían hacer más. Dos años de lucha y dos periódicos no bastan para pacificar un pueblo perturbado y desquiciado por medio siglo de revoluciones y reacciones, a cual más sanguinarias e insensatas.

    La fusión dinástica fué rechazada por todo el mundo; a los liberales pareció una abdicación en favor del absolutismo, a los carlistas una apostasía en favor de los liberales: unos y otros invocaron la sangre derramada en cien batallas por la pureza e integridad de sus respectivos ideales, y el proyecto de matrimonio tropezó lo mismo con la oposición de la reina Cristina que con la de la familia proscrita, lo mismo con el clamoreo de los moderados que con el de los progresistas. Las consecuencias de esta ceguedad universal no hay que recordarlas; en 1893 hállense las cosas en el mismo estado que en 1844; una revolución radical, que hundió en 1868 el trono de doña Isabel en medio de la indiferencia, cuando no del regocijo de los carlistas; una nueva guerra civil y dinástica, no han bastado para convencer a los monárquicos españoles de la impotencia de sus esfuerzos aislados y del profético sentido de aquel postrer artículo de Balmes, ¿Por dónde se sale? Tres meses antes Quadrado había escrito cosas análogas al retirarse a sus tiendas. Ellos solos tuvieron razón aquel día, pero con la desventaja de tenerla ellos solos y de tenerla antes de tiempo. Hoy mismo, después de medio siglo y de innumerables lecciones y escarmientos, ¿quién puede decir que el fruto esté en sazón, ni siquiera que se aproxime a la madurez? No fracasó ciertamente la empresa de Balmes por incompatibilidad de principios, como algunos imaginan, sino por incompatibilidad de personas."

    (Pról. a los Ensayos de J. M. Quadrado, 1893, CHL, v. 220-223)
    Última edición por ALACRAN; 22/12/2021 a las 14:41
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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