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Tema: Los grupos políticos de la España del s. XIX juzgados por Menéndez Pelayo

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    Los grupos políticos de la España del s. XIX juzgados por Menéndez Pelayo



    I El Siglo XIX español

    “La guerra de la independencia, dos o tres guerras civiles, varias revoluciones, una porción de reacciones, motines y pronunciamientos de menor cuantía, un desbarajuste político y económico que nos ha hecho irrisión de los extraños, el vandálico despojo y la dilapidación insensata de los bienes del clero, la ruina consiguiente de muchas fundaciones de enseñanza y beneficencia, la extinción de las Ordenes regulares al siniestro resplandor de las llamas que devoraban insignes monumentos artísticos, la destrucción o dispersión de archivos y bibliotecas enteras, el furor impío y suicida con el liberalismo español se ha empañado en hacer tabla rasa de la antigua España, bastan y sobran para explicar el fenómeno que lamentamos (confusión y desorden de que adolecía nuestra vida intelectual del XIX), sin que por eso dejemos de imputar a los tradicionalistas su parte de culpa" (...)

    (“Hª Heterodoxos”, Advertencias preliminares a la 2ª ed., 1910)
    Última edición por ALACRAN; 22/12/2021 a las 15:38
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  2. #2
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    Re: Los grupos políticos de la España del s. XIX juzgados por Menéndez Pelayo


    II Derechas e izquierdas en la primera mitad del siglo XIX

    Unas derechas caducas y unas izquierdas afrancesadas

    “Cuando Quadrado llegó a la arena política publicando en 1842 sus primeros artículos en El Católico y fundando en 1844 La Fe , dos bandos poderosos y encarnizados, después de haber lidiado sin cuartel ni misericordia en los campos de batalla, permanecían irreconciliables, ceñudos y rencorosos, como separados por un mar de sangre y por un abismo de ideas todavía más hondo. Decíase el uno representante de la tradición y heredero de la España antigua, y no puede negarse que en parte lo fuera, si bien por fatalidad de los tiempos, al resistir el empuje de la revolución demoledora, pareció identificar su causa con la de instituciones caducas y condenadas a irremediable muerte, y se constituyó en defensor, no de una tradición gloriosa cuyo sentido apenas comprendía ni alcanzaba como no fuese de un modo vago e instintivo, sino de los peores abusos del régimen antiguo en su degeneración y en sus postrimerías.

    Con esto dieron aparente justificación a los del partido adverso, que pensando y sintiendo con el espíritu de la revolución francesa, radicalmente hostil a todo elemento tradicional e histórico, confundían bajo el mismo anatema los principios fundamentales y perennes de nuestra vida nacional, y las corruptelas, imperfecciones y escorias que el transcurso de los siglos y la decadencia de los pueblos traen consigo.

    La ideología de los liberales españoles en su primera fase

    Como todo sistema político presupone una cierta filosofía, o por lo menos un conjunto de principios generales sobre el orden social, cada una de estas dos grandes banderías, en que vino a disgregarse España durante la primera mitad de nuestro siglo, tuvo de un modo más o menos claro y explícito su peculiar filosofía, de la cual dedujo consecuencias tan radicalmente contrarias como lo eran entre sí las tesis primeras. Lo cual no quiere decir que dentro del mismo partido pensasen de igual suerte los que algo pensaban, ni que andando el tiempo dejaran de insinuarse en uno y en otro, elementos nuevos que rompiendo la unidad de miras y criterio, habían de conducir a nuevas soluciones, así en lo racional y teórico como en la política práctica, engendrando a la par nuevas escuelas y nuevos partidos.

    Es cosa notoria que el espíritu de los liberales en su primer tiempo, es decir, en los dos períodos de 1812 a 1814 y 1820 a 1823, y aun puede decirse que durante la primera guerra civil, había sido el del siglo XVIII en toda su pureza: es decir, que en filosofía profesaban el empirismo ideológico de Condillac, Destutt-Tracy y Cabanis, y en materia de legislación y ciencia social, después de haber pasado por el Contrato social y por los libros del abate Mably, habían anclado en el utilitarismo de Bentham, a quien Núñez, Salas, Reinoso y otros muchos veneraban como un oráculo, y a quien en 1820 pedían las Cortes mismas su opinión sobre nuestros códigos y proyectos de ley.

    La emigración de 1823 no modificó notablemente este estado de las ideas, por haberse dirigido casi toda a Inglaterra, donde el empirismo filosófico tiene de antiguo su principal asiento como por juro de heredad y constante tendencia de raza. Dióse, pues, el raro caso de una juventud política, apasionada, temeraria, romántica, que aventuraba sin cesar la vida y derramaba pródigamente la sangre en intentonas descabelladas y temerarias, en pro de un ideal que venía a resolverse en sensualismo materialista y en egoísmo reflexivo y sometido a las leyes de una cierta aritmética moral. Tal contradicción no podía ser duradera; y si bien los hombres educados a los pechos de la Enciclopedia y de Bentham, los hombres de 1812 y de 1820, permanecieron duros y aferrados a sus antiguos errores, haciendo con ello gala de incorruptible consecuencia, la juventud que entró en la vida pública en 1834 sentía ya y empezaba a pensar de otra manera, y propendía visiblemente a una reacción espiritualista.

    Influjo del romanticismo

    A ello contribuyó de poderosa manera la revolución literaria que conocemos con el nombre de romanticismo ; y contribuyó también el ejemplo de la vecina Francia, donde en tiempo de la Restauración las doctrinas de los ideólogos habían caído en gran descrédito, y por el contrario, el espiritualismo en sus diversas formas había renacido con brillantez en los escritos y lecciones del teórico de la voluntad, Maine de Biran, de Royer-Collard y de Jouffroy, importadores de la psicología escocesa, y del elocuente y genial Víctor Cousin, que comenzó vulgarizando, no sin nota de panteísmo, las principales tesis del idealismo alemán, especialmente del de Schelling y acabó por intentar una restauración del cartesianismo elevándola a la categoría de ciencia oficial o universitaria, que conservó por muchos años.

    El impulso llegó pronto a España; y ya en 1840 la parte más culta de la juventud liberal, la que fué el plantel del partido moderado, había sustituido la Ideología de Destutt-Tracy con las Lecciones de Cousin y Damiron, y el Derecho penal de Bentham con el de Rossi. Educados en la escuela de los doctrinarios franceses, y creyendo firmemente en la soberanía de la inteligencia como primer dogma político, del modo que Donoso Cortés, por ejemplo, le expone en sus Lecciones de Derecho público , tenían que romper forzosamente toda alianza con los partidarios de la soberanía del número y del imperio democrático de las muchedumbres.

    El partido conservador no logró españolizarse


    Y así aconteció en efecto, convirtiéndose desde entonces en anarquistas y agitadores perpetuos los antiguos exaltados , que comenzaron a llamarse progresistas ; y agrupándose los restantes para formar un partido conservador y de orden, que tuvo el pecado irreparable de no llegar a españolizarse jamás, de gobernar con absoluto desconocimiento de la historia, empeñándose en implantar una rígida centralización administrativa, en ninguna parte tan odiosa y tan odiada como en España; pero partido al cual no pueden negarse sin injusticia notoria, buenos propósitos, mejoras positivas, y sobre todo generosos arranques y grandes servicios a la defensa social en momentos críticos y solemnes, en que el árbol de la vieja Europa amagaba troncharse al peso del huracán de 1848".

    (Pról. a los Ensayos de J. M. Quadrado, 1893, CHL, v. 211-214)
    Última edición por ALACRAN; 22/12/2021 a las 15:37
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  3. #3
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    Re: Los grupos políticos de la España del s. XIX juzgados por Menéndez Pelayo


    III Fracaso del intento conciliador de Balmes, Viluma y Quadrado

    "El punto culminante de las campañas periodísticas de Quadrado ha de buscarse en sus escritos del año 1845 publicados en El Conciliador y en El Pensamiento de la Nación , siendo director del primero de estos periódicos y colaborador asiduo del segundo, que dirigía Balmes. La generosa fórmula que en ambos se defendía no era otra que la reconciliación sincera de todos los españoles católicos y monárquicos, y como medio de lograrla y principio de una política nacional, la fusión dinástica que ahuyentara para siempre el espectro de la guerra civil, haciendo entrar en la legalidad constitucional al partido carlista. En torno de esta bandera, que a sus mismos adversarios pareció patriótica, se agruparon muchos hombres de buena voluntad, procedentes los unos del partido carlista, como el mismo Balmes y el mismo Quadrado, aunque éste por sus pocos años y aquél por la naturaleza de sus estudios estuviesen desligados de todo compromiso con los partidarios del absolutismo tradicional; y los otros de cierta fracción disidente del partido moderado, que más de una vez se vió a las puertas del poder, y que en las Cortes de 1844 llegó a estar representada por 24 diputados, a quienes acaudillaba un hombre que fué dechado de caballeros y de ciudadanos, el segundo Marqués de Viluma.

    El pensamiento de Balmes y Viluma parece haber nacido al calor del movimiento nacional de 1843 que derribó al regente Espartero. Vióse en aquella crisis a los moderados, sin perjuicio de aliarse con los progresistas, buscar también el apoyo de los carlistas vencidos, y halagar los sentimientos religiosos y tradicionales del país con promesas y esperanzas de próxima reparación; y vióse también a muchos de los carlistas prestarse gustosos a tales pláticas y ayudar al triunfo de la coalición, que manifiestamente tuvo carácter de reacción monárquica en muchas ciudades. Pero tales esperanzas se vieron pronto desvanecidas. Es cierto que los progresistas conjurados contra el Regente desaparecieron de la escena poco después de su efímera y aparente victoria; pero llegados al poder los moderados, no desmintieron sus tradiciones de partido parlamentario, y lejos de dar paso alguno para la ansiada reconciliación, continuaron excluyendo del derecho común a los carlistas, y ni siquiera llegaron al arreglo de las cuestiones pendientes con Roma, prolongándose con esto años y años la tribulación de la Iglesia española, huérfana de sus pastores, despojada de sus bienes, herida y atropellada en su inmunidad.

    Sólo aquella fracción del partido moderado a que aludimos comprendió en 1844 la verdadera situación de las cosas, y los deberes de un partido conservador y de orden en tales momentos, y no dudó en invocar el concurso de los carlistas para la grande obra de la pacificación moral. El alto espíritu de Balmes acogió gozoso la idea, y su palabra lógica y persuasiva la llevó por todos los ámbitos de España. Suscitada en 1845 la cuestión del matrimonio de la Reina,
    El Pensamiento y El Conciliador pronunciaron sin ambages el nombre de su candidato, el Conde de Montemolín, el llamado Carlos VI, el pretendiente expatriado y proscrito.

    La común ceguera de carlistas y moderados

    El proyecto fracasó, y era inevitable que fracasase, no porque dejara de ser el único pensamiento genuinamente español, el único que hubiese atajado desastres sin cuento, dando acaso diverso giro a nuestra historia, sino porque a toda luz era prematuro e irrealizable. Las heridas de la guerra civil manaban sangre todavía; los odios no habían tenido tiempo de apaciguarse, y aun más que contra las ideas estaban enconados contra las personas: las ruinas morales que deja en pos de sí una lucha ferocísima y sin cuartel, como fué la de los siete años, no se reparan en un día. Balmes y Quadrado llevaron el bálsamo a las llagas, pero no hicieron ni podían hacer más. Dos años de lucha y dos periódicos no bastan para pacificar un pueblo perturbado y desquiciado por medio siglo de revoluciones y reacciones, a cual más sanguinarias e insensatas.

    La fusión dinástica fué rechazada por todo el mundo; a los liberales pareció una abdicación en favor del absolutismo, a los carlistas una apostasía en favor de los liberales: unos y otros invocaron la sangre derramada en cien batallas por la pureza e integridad de sus respectivos ideales, y el proyecto de matrimonio tropezó lo mismo con la oposición de la reina Cristina que con la de la familia proscrita, lo mismo con el clamoreo de los moderados que con el de los progresistas. Las consecuencias de esta ceguedad universal no hay que recordarlas; en 1893 hállense las cosas en el mismo estado que en 1844; una revolución radical, que hundió en 1868 el trono de doña Isabel en medio de la indiferencia, cuando no del regocijo de los carlistas; una nueva guerra civil y dinástica, no han bastado para convencer a los monárquicos españoles de la impotencia de sus esfuerzos aislados y del profético sentido de aquel postrer artículo de Balmes, ¿Por dónde se sale? Tres meses antes Quadrado había escrito cosas análogas al retirarse a sus tiendas. Ellos solos tuvieron razón aquel día, pero con la desventaja de tenerla ellos solos y de tenerla antes de tiempo. Hoy mismo, después de medio siglo y de innumerables lecciones y escarmientos, ¿quién puede decir que el fruto esté en sazón, ni siquiera que se aproxime a la madurez? No fracasó ciertamente la empresa de Balmes por incompatibilidad de principios, como algunos imaginan, sino por incompatibilidad de personas."

    (Pról. a los Ensayos de J. M. Quadrado, 1893, CHL, v. 220-223)
    Última edición por ALACRAN; 22/12/2021 a las 15:41
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    Re: Los grupos políticos de la España del s. XIX juzgados por Menéndez Pelayo



    IV Apología del pensamiento político de Balmes;
    Balmes y Donoso

    El único pensamiento político genuinamente español

    “… el único pensamiento (político) genuinamente español, el único que hubiese atajado desastres sin cuento, dando acaso diverso giro a nuestra historia” (el de Balmes)
    (Pról. a los Ensayos de J. M. Quadrado, 1893, CHL, v. 221)

    “Su misma doctrina política (Balmes), tan conciliatoria, tan simpática, tan humana, tan aborrecida de los violentos, debe a la amplia base de su filosofía crítica y armónica el haberse salvado de aquella lepra feroz de fanatismo, de aquella especie de pedantería sanguinaria que por muchos años convirtió en Caínes a todos los partidos españoles”. (Ibid, 217)

    “… Balmes… no era hombre de partido, pero fue el oráculo de un grupo de hombres de buena voluntad, de españoles netos, que venidos de opuestos campos, aceptan no una transacción sino una fusión de derechos, una legalidad que, amparando a todos, hiciese imposible la renovación de la guerra civil y trajese la paz a los espíritus” (Dos palabras sobre el centenario de Balmes. Disc. en el Congr. Internacional de Apologética, 1910)

    Ni absolutista ni liberal

    “Calificar de absolutista a Balmes sería no menor yerro que considerarle en filosofía como escolástico. Sus tendencias coincidían con las de la escuela histórica, que ya empezaba a tener secuaces entre los moderados, y que era especialmente profesada por un grupo de juriconsultos catalanes, con quienes él, sin embargo, no parece haber estado en relación. Era en verdad poco afecto a las constituciones escritas y a los códigos abstractos y dogmáticos, pero no rechazaba las formas ni aun la esencia del régimen representativo. Baste recordar las explícitas y generosas declaraciones que hay en su Pio IX , declaraciones tales que no sé si se las han perdonado todavía los que indignamente amargaron los últimos días del filósofo, y luego con llanto de cocodrilo lloraron su muerte, y hoy tienen valor para reclamarle como gloria propia después de haberle asesinado moralmente.
    (Pról. a los Ensayos de J. M. Quadrado, 1893, CHL, v. 223)

    (…) Obra santa y bendecida por Dios fué ciertamente la de Balmes y Donoso. Él en su infinita misericordia los suscitó en el instante de la tremenda crisis, en la aurora de la revolución, y la semilla que ellos esparcieron no toda cayó en terreno estéril e infecundo, ni entre piedras, ni a la orilla del camino. Ellos dieron el pan de vida intelectual a una generación próxima a caer en la barbarie. Ellos hicieron volver los ojos a lo alto, a los que se despedazaban como fieras. Ellos sacaron la política del empirismo grosero y del utilitarismo infecundo, y la hicieron entrar en el cauce de las grandes ideas éticas y sociales, tornándole su antiguo carácter de ciencia. Puesta en Dios la esperanza, no escribieron para el día de hoy, fiaron poco de personas ni de sistemas, todo lo esperaron de la regeneración moral, de la infusión del espíritu cristiano en la vida. Con el error no transigieron nunca, con la iniquidad aplaudida y encumbrada, tampoco. Si pasaron por la escena política, fué como peregrinos de otra república más alta. En lo secundario podían diferir; en lo esencial tenían que encontrarse siempre, porque la misma fe los iluminaba y la misma caridad los encendía" (Hª Heterodoxos, VI, 404-405)
    Última edición por ALACRAN; 22/12/2021 a las 15:42
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    Re: Los grupos políticos de la España del s. XIX juzgados por Menéndez Pelayo

    V El liberalismo, padre del marxismo

    (...) "Pero ¿quién se acordaba de regalismos, cuando rugía a nuestras puertas la revolución socialista, anunciada por las cien bocas de la Asociación Internacional de Trabajadores? Nuestros mismos gobiernos revolucionarios trataron de atajar sus progresos, y en octubre de 1871 llevóse a las Cortes la cuestión magna: «¿Estaba o no la Internacional dentro del derecho individual e ilegislable de reunión y asociación?

    …el argumento no tenía vuelta para los desamortizadores. «Para apoderaros de los bienes del clero secular y regular -decía con tremenda lógica Pi y Margall- habéis violado la santidad de contratos por lo menos tan legítimos como los vuestros; habéis destruido una propiedad que las leyes declaraban poco menos que sagrada, inalienable e imprescriptible...; y luego extrañáis que la clase proletaria diga: si la propiedad es el complemento de la personalidad humana, yo, que siento en mí una personalidad tan alta como la de los hombres de las clases medias, necesito la propiedad para completarla.»

    ¡Ya era hora de que el vergonzante doctrinarismo español oyera cara a cara tales verdades! Y fue justo y providencial castigo que, tras de Pi, se levantase una voz socialista más resuelta, la de Lostau, representante de la Internacional barcelonesa, a denunciar «las iniquidades y tropelías de la clase media... ¿Quién de vosotros -exclamó- está limpio de ellas? ¿Con qué derecho abomináis los excesos de la Commune de París vosotros, los que en 1835, con el hacha en una mano y la tea en la otra, pegasteis fuego a las iglesias y entrasteis a saco los conventos de débiles mujeres?... Nosotros, más lógicos y más francos, aceptamos el colectivismo, y creemos que la propiedad de la tierra, como el aire, como la luz, como el sol, pertenece a todos... La tierra la declaramos colectiva.»

    Lostau se declaró ateo; ni aun concebía el nombre de Dios." (Hª Heterodoxos, VI, 431-433)
    Última edición por ALACRAN; 10/01/2022 a las 14:16
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    Re: Los grupos políticos de la España del s. XIX juzgados por Menéndez Pelayo

    VI Los grupos políticos bajo Isabel II

    Dos heterodoxias, una ignara y práctica, y otra pedantesca y universitaria

    "Deben distinguirse, pues, dos períodos en la heterodoxia política del reinado de Doña Isabel: uno de heterodoxia ignara, legal y progresista, y otro de heterodoxia pedantesca, universitaria y democrática; en suma, toda la diferencia que va de Mendizábal a Salmerón. Los liberales que hemos llamado legos o de la escuela antigua, herederos de las tradiciones de 1812 y de 1820, no tienen reparo en consignar en sus Códigos, más o menos estrictamente, la unidad religiosa, y sin hundirse en profundidades trascendentales, cifran, por lo demás, su teología en apalear a algún cura, en suspender la ración a los restantes, en ocupar las temporalidades a los obispos, en echar a la plaza y vender al desbarate lo que llaman bienes nacionales, en convertir los conventos en cuarteles y en dar los pasaportes al Nuncio. En suma, y fuera del nombre, sus procedimientos son los del absolutismo del siglo XVIII, los de Pombal y Aranda.

    Por el contrario, los demócratas afilosofados y modernísimos, sin perjuicio de hacer iguales o mayores brutalidades cuando les viene en talante, pican más alto, dogmatizan siempre, y aspiran al lauro de regeneradores del cuerpo social, ya que los otros han trabajado medio siglo para desembarazarles de obstáculos tradicionales el camino. Y así como los progresistas no traían ninguna doctrina que sepamos, sino sólo cierta propensión nativa a destruir, y una a modo de veneración fetichista a ciertos nombres (D. Baldomero, D. Salustiano..., etc., etc.), los demócratas, por el contrario, han sustituido a estos idolillos chinos o aztecas, el culto de los nuevos ideales, el odio a los viejos moldes, la evolución social y demás palabrería fantasmagórica, que sin cesar revolotea por la pesada atmósfera del Ateneo. En suma, la heterodoxia política hasta 1856 fue práctica; desde entonces acá viene afectando pretensiones dogmáticas o científicas, resultado de esa vergonzosa indigestión de alimento intelectual mal asimilado, que llaman cultura española moderna." (Hª Heterodoxos, VI 216-217)
    Última edición por ALACRAN; 10/01/2022 a las 14:26
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    Re: Los grupos políticos de la España del s. XIX juzgados por Menéndez Pelayo

    VII El radicalismo político del XIX, o demócratas “de cátedra”

    "Llamáronse demócratas; reclamaban los derechos del pueblo, en el único país en que no habían sido negados nunca; clamaban contra la tiranía de las clases superiores, en la tierra más igualitaria de Europa; contra la aristocracia, en una nación donde la aristocracia está muerta como poder político desde el siglo XVI, y donde ni siquiera conserva ya el prestigio que da la propiedad de la tierra; plagiaban los ditirambos de Proudhon o de Luis Blanc contra la explotación del obrero y la tiranía del capital, aplicándolos a la pobrísima España, donde no hay industria ni fábricas y donde los grandes capitales son cosa tan mitológica como el ave fénix de Arabia. El tipo del demócrata de cátedra, tal como estuvo saliendo de nuestras aulas desde 1854 a 1868, no ha de confundirse con el demagogo cantonalista, especie de forajido político, que nunca se ha matriculado en ninguna Universidad ni ha sido socio de ningún Ateneo. El demócrata de cátedra, cuando no toma sus ideales políticos por oficio o modus vivendi, es un ser tan cándido como los que en otro tiempo peroraban en los colegios contra la tiranía de Pisístrato o de Tiberio. Para él el rey, todo rey, es siempre el tirano, ese ente de razón que aparece en las tragedias de Alfieri hablando por monosílabos, ceñudo, sombrío e intratable, para que varios patriotas le den de puñaladas al fin del quinto acto, curando así de plano todos los males de la república. El sacerdote es siempre el impostor que trafica con los ideales muertos.

    Por eso el demócrata rompe los antiguos moldes históricos, y comulga en el universal sentimiento religioso de la humanidad, concertando en vasta síntesis los antropomorfismos y teogonías de Oriente y Occidente. A veces, para hacerlo más a lo vivo, suele alistarse en algún culto positivo, buscando siempre el más remoto y estrafalario, porque en eso consiste la gracia, y si no, no hay conflicto religioso, que es lo que a todo trance buscamos. El ser ateo es una brutalidad sin chiste, propia de gente soez y de licenciados de presidio; el verdadero demócrata es eminentemente religioso, pero no en la forma relativa y falta de intimidad que hemos conocido en España, sino con otras formas más íntimas y absolutas. Así, v. gr., se hace protestante unitario, cosa que desde luego da golpe, y hace que los profanos se devanen los sesos discurriendo qué especie de unitarismo será éste, si el de Paulo de Samosata, o el de Servet, o el de Socino. Y yo tuve un condiscípulo de metafísica que, animado por los luminosos ejemplos que entonces veía en la Universidad, tuvo ya pensado hacerse budista, con lo cual, ¿qué protestante liberal hubiera osado ponérsele delante?

    Los progresistas viejos se encontraron sorprendidos en 1854 ante aquel raudal de oscura y hieroglífica sapiencia. Por primera vez se veían sobrepujados en materia de liberalismo, tratados casi de retrógrados y envueltos además en un laberinto de palabras económicas, sociológicas, biológicas, etc., etc., que así entendían ellos como si les hablasen en lengua hebraica. ¡Qué sorpresa para los que habían creído hasta entonces que la libertad consistía sencillamente en matar curas y repartir fusiles a los patriotas! ¡Cómo se quedarían cuando Pi y Margall salió proclamándose panteísta, en su libro de “La Reacción y la Revolución”! (Hª Heterodoxos, VI 279-280)

    El partido moderado

    "No es tan hacedero reducir a fórmula el partido moderado que, según las vicisitudes de los tiempos, aparece, ora favoreciendo, ora resistiendo a la corriente heterodoxa y laica. Fué, más que partido, congeries de elementos diversos, y aun rivales y enemigos, mezcla de antiguos volterianos, arrepentidos en política, no en religión, temerosos de la anarquía y de la bullanga, pero tan llenos de preocupaciones impías y de odio a Roma como en sus turbulentas mocedades, y de algunos hombres sinceramente católicos y conservadores, a quienes la cuestión dinástica, o la aversión a los procedimientos de fuerza, o la generosa, sí vana, esperanza de convertir en amparo de la Iglesia un trono levantado sobre las bayonetas revolucionarias, separó de la gran masa católica del país.

    Los carlistas

    Ésta, aún en tiempo de Fernando VII, había tomado su partido, arrojándose, antes de tiempo y desacordadamente, a las armas, así que notó en el rey veleidades hacia los afrancesados y los partidarios del despotismo ilustrado. La sublevación de Cataluña en 1827 fue la primera escena de la guerra civil. Ahogado rápidamente aquel movimiento, los ultra-realistas se fueron agrupando en torno del infante D. Carlos, presunto heredero de la corona. El nuevo matrimonio del rey y el nacimiento de la infanta Isabel trocaron de súbito el aspecto de las cosas, y no halló la reina Cristina otro medio de salvar el trono de su hija que amnistiar a los liberales y confiarles su defensa. Las muchedumbres tradicionalistas vieron con singular instinto cuál iba a ser el término de aquella flaqueza, y sin jefes todavía, sin organización ni concierto, comenzaron a levantarse en bandas y pelotones, que pronto Zumalacárregui, genio organizador por excelencia, convirtió en ejército formidable". (Ibid 216-218)
    Última edición por ALACRAN; 10/01/2022 a las 14:48
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    Re: Los grupos políticos de la España del s. XIX juzgados por Menéndez Pelayo

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    VIII El hundimiento de la monarquía: “estaba moralmente muerta”

    “Este funesto divorcio (“de la historia y de la raza”) acabó por hundir el trono de doña Isabel. No parece sino que aquella monarquía, condenada fatalmente desde su mismo origen a ser revolucionaria, caminaba cada día con ímpetu más ciego y desapoderado a su ruina”. (Hª Heterodoxos, 297)

    “La monarquía estaba moralmente muerta. Se había divorciado del pueblo católico y tenía enfrente a la revolución, que ya no pactaba ni transigía. En la hora del peligro extremo apenas encontró defensores, y el pueblo católico la vió caer con indiferencia y sin lástima. Y aquí conviene recordar otra vez aquellas palabras de Shakespeare, traídas tan a cuento por Aparisi: «Adiós, mujer de York, reina de los tristes destinos...» Y en verdad que no hay otro más triste que el de aquella infeliz señora, rica más que ningún otro poderoso de la tierra en cosechar ingratitudes, nacida con alma de reina española y católica, y condenada en la historia a marcar con su nombre aquel período afrentoso de secularización de España, que comienza con el degüello de los frailes y acaba con el reconocimiento del despojo del patrimonio de San Pedro”. (ibid. 298-299)


    IX El malogro de la restauración

    "Quede reservado a más docta y severa pluma, cuando el tiempo vaya aclarando la razón de muchos sucesos, hoy oscurecidos por el discordante clamoreo de las pasiones contemporáneas, explicarnos por qué, en medio de aquel tumulto cantonal, no triunfaron las huestes carlistas, con venírseles el triunfo tan a las manos; y cómo se disolvieron los cantones; y cómo el golpe de Estado del 3 de enero (de 1874, por el general Pavía) puso término a aquella vergonzosa anarquía con nombre de república; y por cuál oculto motivo vino a resultar estéril aquel acto tan popular y tan simpático; y qué esperanzas hizo florecer la restauración y cuán en breve se vieron marchitas, persistiendo en ella el espíritu revolucionario así en los hombres como en los códigos". (Ibid 442-443)
    Última edición por ALACRAN; 10/01/2022 a las 14:48
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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