Revista FUERZA NUEVA, nº 586, 1-Abr-1978
LA DERECHA “ACOLLONADA”
Estamos en unos momentos (1978) en que, si bien sabemos perfectamente quién es y lo que quiere la Izquierda, con mayúscula, hay desde el Centro “ucedista” (que aunque por ceder al chantaje y mantenerse en el poder, actúa en ocasiones como izquierda, es derecha y bien derecha a la hora capitalista de defender sus “perricas”, hasta Alianza Popular, última postura de “derecha civilizada” (los que estamos más a la derecha, según ellos, ya no somos civilizados), una cantidad tal de partidos de derecha que sólo con pretender aprenderse las siglas acaba uno teniendo que visitar al psiquiatra.
A la derecha ucedista, a la derecha democratacristiana, a la derecha cristianodemócrata, etc., se unen las que ahora están queriendo nacer, tales como la derecha conservadora, la derecha liberal, la nueva derecha y, por último, la gran derecha. Yo propondría como coalición de todas estas derechas a una que, por méritos propios y sumados de todas las anteriores, podría llamarse, también con mayúscula, la “Derecha acollonada”.
Que conste que la palabreja no es un “taco”, que yo, un reprimido de la generación reprimida, que ni soy académico ni senador por designación real, no me atrevería a pronunciar y mucho menos a escribir. El adjetivo, existente yo no sé desde cuándo, pero me figuro que desde Cervantes, lo puso de moda Luis María Ansón en su célebre artículo “Cobardía moral” publicado en el “ABC” el 21 de mayo de 1975, y ya entonces suscitó sospechas. Por lo que, consultado el Espasa, vemos que sus auténticos significados vienen del verbo “acollonar” –acobardar, causar miedo o cobardía-, del también verbo “acollonarse” -acoquinarse de miedo o acobardarse- y, por último, del adjetivo “acollonable” -que es capaz de acobardarse-. Todo lo cual vendría muy bien para designar, a modo de aglutinante, a toda esa derecha acobardada y temerosa que, en diversos y sucesivos partos ha venido naciendo de dos años para acá. Veamos por qué.
“De tapadillo”
En este gallinero en que nos han convertido a nuestra querida España (no “país”), compuesto por gallos de la izquierda (valientes y arrogantes) y las gallinas de la derecha (acobardadas y temerosas), estamos viendo constantemente que ante cualquier ofensa o atentado reaccionan los primeros gallarda y violentamente, hasta el punto de provocar a veces nuestra admiración y envidia, mientras que las últimas se esconden temerosas en el más cobarde de los silencios que, por contraste, provoca nuestro sonrojo.
Son los hechos, no las palabras, quienes demuestran esta cobardía colectiva de eso que se llama derecha. Cuando son asesinados los abogados laboralistas de la calle de Atocha, acto que merece nuestro repudio, sean quienes fueren sus autores, se organiza el entierro más solemne que vieron nuestros tiempos, en el que aparecen incluso por primera vez las milicias semiuniformadas del PCE como “guardianes del orden”. Pero son asesinados guardias, policías, industriales, taxistas, concejales, presidentes de diputaciones, etc. de signo más o menos contrario a la gran izquierda, o ni siquiera eso: solamente guardianes apolíticos del orden público, y sus entierros se hacen, o se pretenden hacer, “de tapadillo”.
Y no digamos los funerales, pues la Iglesia (la Iglesia-Organización y no la Iglesia Cuerpo místico de Cristo), que en tiempos de persecución dio miles de mártires sin un solo apóstata, ahora, por mor de la llamada reconciliación, se pliega a las exigencias que sean necesarias por vergonzosas que parezcan. Así, mientras que el funeral de los citados abogados laboralistas revistió la mayor solemnidad -y no digamos el de su aniversario, al que podemos calificar de auténtica “misión”, como las de otros tiempos, pues tuvo la virtud de llenar de ateos el templo, o el concelebrado hace dos años (1976) en Vitoria por las víctimas de unos disturbios en que las Fuerzas de Orden Público fueron materialmente acorraladas-, los otros se hacen a escondidas, sin que la gente se entere de dónde van a celebrarse, salvo en los que leemos la convocatoria (no eclesial precisamente) en el diario “El Alcázar”, hasta se escamotea mencionar en ellos a la víctima.
Yo asistí, hace unos meses, a la iglesia de San Fermín de los Navarros (Madrid), a un funeral anunciado para el comandante Imaz, navarro asesinado en Pamplona, y su nombre ni se mencionó en la homilía, ni siquiera en el “memento de difuntos”, y ello en ese sitio en donde me figuro que hasta los sacerdotes -oficiante y homiliante- serían también navarros. Al finalizar la misa, los asistentes rezamos por él un Padrenuestro, pero no a petición del sacerdote celebrante, sino en contra de sus deseos y sumándonos a la indignada exigencia de una señora que, con su gesto, demostró un valor reconocido y su indiscutible derecho a no pertenecer a esa derecha que nos ocupa.
Mientras el obispo de Málaga oficia personalmente en un funeral por un estudiante muerto en una manifestación, el de Salamanca, especialmente invitado a un acto que conmemoraba la muerte del guardia civil don Antonio Tejero Verdugo, asesinado en el cumplimiento de su deber, ni acude ni excusa su asistencia, como denunció el general Prieto en el discurso que motivó su destitución.
Más ejemplos
Unos terroristas ponen una bomba en el edificio redacción de la revista “El Papus”, y como consecuencia del acto terrorista muere el portero. Como reacción solidaria se produce una huelga de todos los periódicos, que dejan a España sin noticias un día entero, de la que únicamente se inhibe “El Alcázar”. Sin embargo, muere, esta vez alevosamente asesinado (y no solamente como consecuencia fortuita de un acto terrorista, pues en este caso se trataba de auténticos asesinos que se habían propuesto matar una víctima elegida), el concejal de Irún don Julio Martínez Ezquerro, mucho más vinculado que el portero de “El Papus” a la empresa periodística, pues durante toda su vida se dedicó a vender prensa en un quiosco de su propiedad, y no se produce ni huelga ni acto solidario alguno, ni de directores de periódicos ni de nadie vinculado a los mismos, que poco antes se habían rasgado las vestiduras por el portero de “El Papus”. Y no sólo eso, sino que el cadáver de Martínez Ezquerro se queda sólo en su capilla ardiente del Ayuntamiento de Irún, porque esta vez no hay nadie, excepto sus familiares, con el valor suficiente para acompañarle y hacer con ello patente su protesta por el alevoso asesinato.
Abandono cobarde e insultante
En Barcelona mueren -esta vez asesinados brutalmente y con la más refinada crueldad-, del mismo modo, y quizá por los mismos sujetos amnistiados que antes habían asesinado al señor Bultó, el señor Viola y su esposa. El señor Viola, además de ex alcalde de Barcelona, era registrador de la propiedad, un cuerpo de funcionarios públicos tan reducido y selecto que prácticamente se conocen personalmente todos sus miembros. Sin embargo, el día que asesinan a Viola y su esposa, y el día de su funeral, siguen trabajando, como si nada hubiera sucedido, todas las oficinas del Registro de la Propiedad en España. Ni siquiera en la de Teruel, de la que es titular un compañero del señor Viola -que, promocionado desde su infancia por Franco, llegó después a ministro de la Corona para desgracia de obreros, empresarios y sindicatos verticales-, apareció un cartelito que dijera “cerrado por el asesinato de un miembro del Cuerpo de Registradores”. Tampoco en el actual (1978) Ministerio de “Kultura”, del que es titular otro compañero del señor Viola que tiene harto demostrada su capacidad de adaptación política, pues fue ministro de Franco y lo es ahora, tenemos noticias de que se cerrara una oficina o despacho alguno.
Más grave todavía; cuando la muerte de un estudiante en una manifestación provoca la solidaridad de estudiantes y profesores, cerrando su universidad e incluso a veces todas las de España, en huelga de solidaridad con aquél, el asesinato de un registrador de la propiedad no es capaz siquiera de mover a la solidaridad a los miembros del Tribunal que durante esos días celebra oposiciones de ingreso en el Cuerpo, que sigue actuando sin interrumpir un solo día -ni el del asesinato ni el del funeral- sus exámenes.
Podíamos seguir citando casos de cobardía colectiva escalofriante. Estamos -y da pena insistir en ello, pues ya parece un tópico- repitiendo exactamente la historia. Esa derecha acollonada de hoy que repudia a Blas Piñar y su FUERZA NUEVA, a los combatientes, a los falangistas y a los tradicionalistas puros, porque todos les parecen unos exaltados, y a todos designa igualmente como “fascistas” y “ultraderechistas” (esto último haciendo gala de su ignorancia de lo que somos y hemos sido siempre los falangistas), es la misma derecha acomodaticia que hace 40 años llamaba exaltados y hasta “pistoleros” (que hasta este extremo nos insultaban) a los requetés y a los falangistas. La misma que le negó el pan y la sal a José Antonio en las elecciones de febrero de 1936, no permitiendo incluirle en sus candidaturas de coalición y negándole de esta guisa un acta de diputado que, de tenerla le habría conferido la inmunidad parlamentaria y librado de ser detenido, trasladado y, por último, fusilado en Alicante.
Los médicos, en su virtuosismo profesional, distinguen al extender un certificado de defunción una causa de muerte próxima de una causa remota. En efecto, si la causa próxima de la muerte de Calvo Sotelo fue el tiro en la nuca que le dispararon su secuestradores, la causa remota fue el propio gobierno Casares Quiroga, que ordenó su eliminación, cumpliendo así como un orden aquellas palabras pronunciadas por la Pasionaria (“todo un corazón”, según Raúl del Pozo en “Pueblo”) al terminar el Calvo Sotelo su discurso en las Cortes, cuando dijo “ese hombre ha hablado por última vez”. De igual manera, si la causa próxima de la muerte de José Antonio fue su fusilamiento en Alicante, la causa remota fue ese repudio, ese abandono cobarde e insultante de la derecha acollonada de entonces, que lo consideraba demasiado impulsivo y fascista para salvar a la patria.
Ella no fue obstáculo, sin embargo, para que esa derecha acollonada pidiera a gritos después, cuando se rompió la baraja, la actuación de esos exaltados. Y cuando todos esos exaltados, unidos al Ejército, salvaron a España dejando su suelo sembrado de muertos, el propio líder de aquella derecha acollonada (Gil Robles) se fue a Estoril para decirnos después que “no había sido posible la paz”.
Tampoco lo fue para que sus miembros se aprovecharan después de “la paz de Franco, que sí fue posible”; y a su sombra medraron y aumentaron sus prebendas, alardearon de su condición de “perseguidos por los rojos” y durante 40 años, ellos y sus descendientes aceptaron cargos públicos, desde alcaldes a ministros, pasando por embajadores, colaborando con lo que hoy llaman una dictadura, para ahora, ya agotada la teta, alardear también de liberales y demócratas de toda la vida. (…)
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