“El Alcázar, siempre ejemplo”


Revista
FUERZA NUEVA, nº 559, 24-Sep-1977

El Alcázar, siempre ejemplo

No encarguemos a Dios la solución de lo que por cobarde desidia no queramos resolver nosotros; hemos de darnos cuenta de una vez y para siempre de que el valor, el amor, el sacrificio y la fe son inspiraciones suyas; por lo tanto, en nosotros está el obedecer como cristianos ese sublime mandato que siempre y en el momento más oportuno, nos dicta a través de la conciencia.

Las órdenes divinas, todos sabemos no pueden llevar a otra cosa que al triunfo, y la obediencia que lo ocasiona ha de ser rápida, tajante y rotunda, convencidos de que lo que Él ordena no llegará nunca al fracaso. Por eso, después de admirado el “hecho”, se le halaga con múltiples conceptos, pero el más bonito, el de persuasión más poderosa es el que lo clasifica de milagro.

Bien mirado, lo ocurrido en el Alcázar de Toledo fue hasta ahora el milagro del siglo. Si la flor literal de aquella hazaña no brotó con todo el poder didáctico, que a no dudar requiere, de nadie de los que vivimos y sufrimos el asedio, no ha sido por nuestra falta de intención ni cultura literaria, sino porque creo que en el héroe lo más difícil es describirse a sí mismo; entonces le da cortedad y luego ve que el tiempo transcurre sin poder hacer más que comentar, cansado, el que de aquel hecho nunca se dijo bastante. Y digo cansado, porque el que puede describir a la perfección lo que allí sucedió, desde el más bajo rincón del sótano al más alto parapeto de los torreones, no paró de luchar aún; sigue muriendo, sí, pero no olvidemos que lo hace sembrando el honor; “fuimos más de dos mil las semillas” y el dudar que esa siembra florezca sería dudar del fruto que da el obedecer a la Divina Providencia.

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Si recapacitamos serenamente y estudiamos el sentir unánime de los allí congregados, veríamos que en la actualidad (1977) se la puede calificar como la muestra más tajante de que allí estuvo representada la faceta más íntegra de la tan predicada democracia. La convivencia heroica llegó con igual poder y tuvo igual recompensa de laureles en el humilde o en el poderoso, en el militar o en el paisano, en el político, el independiente, el obrero; todos acudimos juntos a la llamada; allí se encontraron el intelectual, el letrado, el profesor, el alumno, el niño, el anciano. ¡Hasta la mujer tuvo representación en el Alcázar con el místico ejemplo de que en su defensa ella fue sólo oración! ¿Hay en este hecho histórico algo más ejemplar para la democracia de un pueblo? Deberían hoy (1977) tenerlo en cuenta aquéllos que creen por propio sistema amar a su “país”: si es cierto que lo quieren, si de él hablan a voces aquí y vuelan gritando lo que ellos creen cambio de nuestro modo de ser engañando al extranjero y suplicando de él la enseñanza de formas y estilos, están en un error. Ellos no necesitan salir de España para aprender, porque es el español quien ha tenido siempre el lujo de enseñar a través de la historia, quien ha dado lecciones de civismo, cultura, fe y amor por cielos y tierras, a través de todos los mares del mundo. Los nuevos idealistas sólo deben sentir que lo que llevan dentro como españoles es rebelde e ingobernable.

El moderno poderoso no podrá hacer más que “pararnos”, pero no tiene nada que enseñarnos, porque le falta lo más sagrado de que se puede disponer: el ejemplo. ¡Sólo con el ejemplo se puede convencer!

Es un consejo: que el Alcázar de Toledo sea una más de las glorias que los españoles podamos mostrar a los que con respeto nos visitan, aunque esa gloria no se diga por quién fue ganada o perdida, sino que se hable de su epopeya como único ejemplo de la potencia hispana, de esa potencia que, querámoslo o no, todos llevamos dentro. Pero, eso sí, es indispensable para vencer con ella que, como en la fortaleza toledana, todos, absolutamente todos, estemos unidos.

¡Madre Inmaculada del Alcázar, que así sea!

Adela DE LA GRANJA
Del Alcázar de Toledo