Revista FUERZA NUEVA, nº 508, 2-Oct-1976
El Alcázar, símbolo de unidad
Mi recuerdo no puede ser más que como un canto que llene de poesía mística o recia prosa; el relato tajante de lo sufrido, vivido, admirado y soñado ha de tener precisa la nota y sostener el compás; los acordes de lo heroico no necesitan de acotados pentagramas, porque es inmensa la partitura y la música es eterna, como sucedió al llegar a todos los rincones.
Así oímos los unidos en el Alcázar de Toledo, la llamada urgente de la generala, el toque militar, gallardo, airoso y autoritario, y en pie, como hacen los elegidos acatamos la orden de resistir hasta morir. ¡Sublime acuerdo!
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¿Por qué decir “parece que Dios lo hizo”? ¿Acaso no es patente que fue así? El grupo que formábamos tenía entre sí “el aroma de todas las esencias”. La asociación conjunta del ideal político no tenía más deseos que el de luchar por la fe, la patria y la justicia de España; por tanto la ayuda del Señor tenía que estar patente a toda hora. Él nos eligió. Él hizo que fuésemos el ejemplo vivo, el colofón que tiene todo lo creado por su mandato, el premio de admiración universal y humana que corona de laurel todo buen sacrificio.
Los alcázares fueron siempre las arcas que guardaron con símbolos heroicos las preciadas joyas de nuestro heroísmo; los siglos pasan y las costumbres cambian, pero las piedras preciosas, no; el valor sigue siendo el mismo, y, si el estuche varía, no por eso dejan de brillar más sus lindos cristales.
El Alcázar de Toledo, hoy (1976), es el símbolo patente del modo de ser que debemos precisar; entre sus héroes se ve representado todo el fragmento de valores ideales, que, unidos, sólo unidos, pudieron hacer una legítima defensa. El Ejército presentó todas sus armas, todos sus símbolos, todos sus formatos, y el verdadero asombro de poder estaba patente en la escasa cuantía de los hombres que lo representaban, pero cuyo valor, superado por el milagro de lo imposible, supo enseñarnos a la juventud congregada el formato sano del ardor guerrero.
Allí estaban el Tercio airoso de la Guardia Civil; en escuadra, la Falange; en grupo, el Requeté, Acción Popular, los estudiantes católicos (católicos lo éramos todos) y los no estudiantes también nos siguieron. Después del primer cañonazo ya se supo abiertamente quién era quién: el músico, el escritor, el artista, el letrado, el técnico, el minero, el médico, el impresor, el cocinero, el hombre de toda edad, la religiosa, la mujer y el niño. ¡Hasta el nacer, como el morir, tuvo representación en el Alcázar! Y como la prueba más eficaz, nos faltó el sacerdote. Aquello que, en principio, y tras la sangre y las lágrimas, pedía nuestro espíritu en callado grito, fue saturándonos como un sedante. El rezo del rosario, la constante oración, la sonrisa tierna que veíamos en la imagen de Nuestra Señora mirando al cielo, repartía la calma a los que, bajo los muros esperábamos a los que, sobre ellos, defendían palmo a palmo las losas y piedras del sagrado terreno.
Unión sublime, ponencia de expresado argumento, viva realidad de poder y obediencia, de heroísmo y de tesón, de valor, de dolor, de fe, de amor y de firmeza. Desde dentro, con nuestro ruego, podíamos construir lo que con el odio se destruía fuera.
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Caían nuestras lágrimas y era en todos unánime el motivo, porque juntos llorábamos la pérdida del ser que un minuto antes había bajado hasta el sótano a ver a sus padres, su esposa, sus hijos, o su camarada herido; le vimos. subir las escaleras que ya no podría volver a bajar. Llorábamos de nostalgia, en momentos de parecer insólito, porque llorábamos más cuando el enemigo no estaba cerca, cuando callaban los fusiles y los cañones, cuando en el cielo no se podía escuchar el ruido de los motores, o bajo la tierra el taladro de las minas; llorábamos más cuando el silencio añorábamos el atardecer con la persuasión de que, a pesar de todo, amanecía: era un nuevo día, otro más en la flamante resistencia, creo que hasta el enemigo se admiró muchas veces por razón de hombría, ¿verdad?
No hay por qué olvidar; es como una llamada que hoy (1976) parece otra vez necesaria. Si se vuelve a luchar, que no sea entre nosotros; el perdón fue patente, y el que marchó un día, lo hizo por rencor, por miedo o esperando venganza, y al retornar ve estar completamente equivocado. (…)
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El Alcázar es el haz que necesita España, el ejemplo palpable, el espejo en que debemos mirarnos todos los que, con orgullo sano del deber cumplido, nacimos para ser nada menos que españoles, calificativo santo y bravo que da hidalguía y majestad donde se lo propone, pero que ha de estar unido, reciamente unido, porque así sólo es capaz de triunfar hasta conseguir, como entonces, que nuestra Patria amanezca sin que se vuelva a poner el sol.
Adela DE LA GRANJA
(Del Alcázar de Toledo)
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