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Tema: Los orígenes de Portugal

  1. #1
    ColPat está desconectado Proscrito
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    Los orígenes de Portugal

    He encontrado una interesante reflexión sobre el orígen de portugal como reino independiente. Desgraciádamente no puedo poner la fuente. Es un texto que saqué de internet hace mucho tiempo, antes de conocer hispanismo, y ya no me acuerdo muy bien dónde se encontraba. En cuanto la averigüe la pondré.



    "PORTUGAL COMO INDIRECTA CONSECUENCIA DE SANTIAGO

    Así iba procediendo la vida española en que ahora nos ocupamos, y cuyo conjunto conviene no perder de vista. Santiago, una vez nacido a la vida de la creencia, desplegó sus virtudes religioso-políticas; la riqueza de su personalidad le hizo ser aceptado lejos de España con igual fe que en su propia tierra. Dada su originalidad inimitable, fallaron los inténtos de reemplazarlo, según vimos en el caso de Saint-Jean-d'Angély . La peregrinación fue el resultado de esa validez internacional, y por su ancho cauce discurrieron la piedad, el prestigio, la corrupción y la riqueza. Aquitania y Borgoña utilizaron la peregrinación en beneficio propio, con miras a la dominación de la España cristiana.21 La debilidad de Alfonso VI, y su urgencia por prestigiarse él y su reino, le hicieron dócil instrumento de la política de Cluny, agente de la política imperial del papado. Casó primero con Inés de Aquitania (lo cual es todavía un eco de la acción de Cluny a través del ducado de Aquitania y de Navarra) ; luego, con Constanza, hija del duque de Borgoña. Sus yernos, Enrique y Ramón, pertenecían a la casa ducal de Borgoña, lo mismo que su pariente el abad Hugo de Cluny. La muerte del conde Ramón, heredero del reino, perturbó los planes cluniacenses en cuanto a León y Castilla, planes que entonces se concentraron sobre Portugal, feudo otorgado por Alfonso VI a su yerno el conde Enrique. Así pues, por caminos indirectos pero muy claros, la independencia de Portugal es inseparable del culto dado a Santiago.
    Con gran tino escribieron la señora Michaëlis de Vasconcellos y Teófilo Braga que "sólo los acontecimientos hicieron de Portugal un estado independiente, y crearon poco a poco en sus habitantes el sentimiento de ser un pueblo aparte".22 Mas, ahora, esos acontecimientos deben ser vistos a la indirecta luz que proyectaban sobre ellos el apóstol Santiago y el imperialismo borgoñón. El conde Enrique vino a España por los mismos motivos que hicieron a los cluniacenses establecer sus monasterios en los lugares estratégicos del camino de la peregrinación; también por esos motivos casó con Teresa, hija de una unión ilegítima de Alfonso VI, y recibió en feudo las tierras al sur de Galicia. Enrique miraba con enojo la mejor suerte de su primo Ramón, unido a la primogénita y legítima hija Urraca; hubo entre ellos graves desavenencias, muy perniciosas para la política cluniacense. El abad Hugo envió un emisario, que logró el acuerdo entre ambos condes: a la muerte del rey, se repartirían el rico tesoro de Toledo, dos partes del cual serían para Ramón y el resto para Enrique, quien, además, recibiría en feudo la tierra de Toledo, y si no, Galicia. La muerte de Ramón de Borgoña lo descompuso todo; el rey murió en 1109, y la viuda Urraca ocupó el trono, hasta tanto que el pequeño Alfonso VII llegara a la mayor edad. Muchos nobles temieron que una mujer no supiese hacer frente a los peligros que rodeaban a León y Castilla, y quizá para contrarrestar influencias francesas, aconsejaron el casamiento de Urraca con el rey Alfonso I de Aragón, idea excelente en teoría, y en la que ya apuntaba el propósito de hacer de la tierra de los cristianos un solo reino. Mas todavía no habían llegado los tiempos de los Reyes Católicos, y aquel matrimonio originó grandes desastres, porque Alfonso I no tomó posesión del reino, sino que lo devastó como un cruel invasor. La Iglesia de Santiago, los cluniacenses y el condado de Portugal se opusieron al aragonés. No conocemos aún el lado interno de esos acontecimientos; mas es lícito pensar que el caso creado por aquella guerra intestina fue debido a la imposibilidad de armonizar los intereses del clero francés, la personalidad de León y Castilla y la violencia de Alfonso I, que llegó a matar por su mano a un noble gallego asido a las faldas de la reina Urraca, lo que entonces se consideraba como refugio inviolable. Tal caos fue bien aprovechado por el conde Enrique (m. 1112) y por su viuda Teresa, que ya en 1115 usaba el título de reina,23 con el cual se calmaba su despecho por ser inferior en nacimiento y rango a la reina Urraca, su media hermana. Los intereses franceses ganaron más apoyos en el condado portugués con la venida de los caballeros del Temple y de los monjes del Cister, igualmente enlazados con Borgoña. Circunstancia decisiva fue, además, que Enrique y Teresa tuvieran como heredero a Alfonso Enríquez, quien desde mozo mostró excelentes dotes de luchador y gobernante, multiplicadas por el ambiente de rebeldía inaugurado por su padre, bien descrito en la Crónica del arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, a comienzos del siglo XIII: "Ya en vida de Alfonso VI el conde Enrique de Borgoña comenzó a rebelarse un poco, aunque mientras vivió, no retiró su homenaje al rey; fue echando a los moros de la frontera, lo mejor que pudo, pero reivindicando ya para sí la soberanía. A pesar de ello acudía con su gente cuando lo llamaban a fin de ayudar a la hueste real, o para asistir a la corte. Alfonso VI, por bondad o más bien por abandono, toleraba a Enrique sus intentos de independencia, por ser yerno suyo, en lo cual demostró gran imprevisión."24
    Tales fueron los "acontecimientos" que originaron la independencia de Portugal, y crearon a la larga motivos para su apartamiento de León y Castilla. Portugal nació como resultado de la ambición del conde Enrique, sostenido por Borgoña y Cluny, y por la debilidad de Alfonso VI, pábulo de guerras civiles. Portugal nació y creció por su voluntad de no ser Castilla, a lo que debió indudables grandezas y también algunas miserias.
    Borgoña intentó hacer en Castilla lo que los normandos habían conseguido en Inglaterra algunos años antes: instaurar una dinastía extranjera. Las dificultades de la lucha con el Islam y la vitalidad castellana malograron el proyecto, pero no impidieron que naciese un reino al oeste de la Península. No surgió ese reino desde dentro de su misma existencia -según aconteció a la Castilla del conde Fernán González-, sino de ambiciones exteriores. La prueba es que la tradición hispano-galaica de Portugal quedó intacta, de lo cual es signo elocuente la falta total de una poesía épica. Si la inicial rebeldía de los portugueses hubiera procedido de la íntima voluntad de su pueblo, como en Castilla, el conde Enrique, o su hijo Alfonso Enríquez, se habrían convertido en temas épicos. Mas los pobladores extranjeros no podían crear ninguna épica nacional, y los gallegos venidos del Norte continuaban siendo líricos y soñadores. Su combatividad les vino de fuera. La única aureola poética en torno a Alfonso Enríquez se ajusta al modelo galaico y santiaguista: la victoria de Ourique (1139), tras la cual Alfonso se proclamó rey, aconteció el 25 de julio, fiesta del Apóstol; Cristo en persona se apareció durante la pelea, y dejó la huella de sus cinco llagas en las "quinas" del escudo portugués.25 Portugal ( dirigido y ayudado decisivamente por europeos del Norte) se hizo luchando contra la morisma en su frontera Sur, y contra Castilla en su retaguardia; aquel trozo desgajado de Galicia desarrolló un ánimo de ciudad cercada, que la débil monarquía castellana de la Edad Media no pudo dominar, y no supo asimilar la la España de Felipe II (grandeza entre nubes) .El recelo y el resentimiento frente a Castilla forjaron a Portugal, nacido del enérgico impulso de Borgoña, de Cluny y del Temple en los siglos XI y XII.

    Para aceptar la validez de mi punto de vista acerca del origen de la nación portuguesa, hay que poner en paréntesis -por el momento al menos- la manera en que los portugueses sienten acerca de su historia. La creencia de que Portugal existía ya antes del siglo XII no es un error , sino una fábula paralela a la de los españoles. La creencia de que Portugal debe sus orígenes a sí mismo, y no a motivos exteriores, es inseparable de la existencia de esa ilustre nación; si las gentes del Miño para abajo se hubiesen sentido extensión de Galicia, León y Andalucía, no habrían realizado sus gloriosos descubrimientos, ni existirían las obras de Gil Vicente, de Luis de Camoens, de Eça de Queiroz y de tantos otros.
    La verdad fría de esta historia sería respecto de ella, como el personaje histórico y documentado del Cid respecto del Cid poético. La historia-leyenda de Portugal cree que las peculiaridades de la región situada entre los ríos Miño y Duero antes del siglo XII, equivalían a una conciencia de nacionalidad; los habitantes miraban ya hacia Lisboa y Santarén -todavía en manos musulmanas-, como a una prolongación de Portugal. Mas la verdad fría es que el futuro Portugal, antes de ser regido por el conde Enrique de Borgoña, no poseía una conciencia colectiva desligada de la de los gallegos y leoneses. Lo peculiar de una región ( en su geografía, en su prehistoria) ni significa capacidad para constituirse como un estado político. No es menos cierto, sin embargo, que el error objetivo de la conciencia histórica actuó como fecunda interpretación del pasado, la cual, a su vez, se integró en la historia auténtica del pueblo portugues; existir como portugues consiste, entre otras cosas, en no sentirse apéndice de España: "Da Espanha, nem bom vento nem bom casamento." Ese distanciamiento impulsó a los portugueses a ensancharse hacia atrás en el tiempo, y a buscarse expansiones imperiales. El impulso heroico que llevó hasta Ormuz y Malaca, es solidario del intento de buscarse raíces nacionales no españolas. Los españoles, por su lado, hundieron sus raíces en lberia, para librarse de su sombra islámico-judaica.
    Según algunos historiadores, las gentes que moraban entre el Miño y el Tajo, ya en los siglos VIII y XI, estaban aguardando a ser ellos mismos, es decir, portugueses. Los Annales Portugalenses veteres, de comienzos del siglo XII, mencionan la toma de Coria por Alfonso VI, en 1077; eso se debe -piensan algunos- al hecho de creer ya los portugueses de aquel ti-empo que la villa de Coria "era clave del valle del Tajo, y entraba ciertamente en el campo de su interés". (Pierre David, Etudes historiques sur la Galice et le Portugal du Vle au Xlle siecle, 1947, pág. 332. )
    Portugal, finis terrae, soñaba en escapar a sus límites estrechos:
    "O Reino lusitano,
    Onde a terra se acaba e o mar começa" (Lusiadas, III, 20).
    Sólo con criterios económicos o con cálculos racionales no cabe entender la formación del inmenso imperio portugués. Durante los siglos XVI, XVII y XVIII, la lengua portuguesa sirvió de vehículo a la civilización de Occidente en las Indias Orientales (David Lopes, A expansáo da lingua portuguesa no Oriente, 1936). Holandeses, ingleses y daneses se comunicaban con los indígenas en aquella lengua, y en portugués hacían los misioneros protestantes su propaganda en Malaca, aun en 1800. La furia expansiva de aquel pueblo, de poco más de un millón de habitantes en el siglo XVI, rebasa todo cálculo. Los portugueses precedieron a los castellanos en las empresas africanas y atlánticas; 26 ya entre 1427 y 1432 se hallaban en las islas Azores. La instigación imperialista y mesiánica de los judíos fue tan intensa en Portugal como en Castilla.
    España y Portugal no son naciones felices dentro de sí mismas, ni nunca lo han sido. A sus comunes inquietudes añade Portugal el resquemor de que su pasado no sea plenamente suyo. A fuerza de desearlo y de creer en él, fue incorporándolo al proceso de su propia existencia. Las empresas imperiales; la huella perdurable de Portugal en el Brasil, en la India y en Africa; las figuras grandiosas de Vasco de Gama, Alfonso de Alburquerque, Fernando de Magallanes -todo eso y algo más actúa como fuerza recreadora de los orígenes de Portugal. La conciencia histórica ha transformado lo no valioso de la realidad en una creación humano-poética. Un gran novelista no procede de otro modo. Veamos ahora el fondo no poético de esta gran historia. Lo describe correctamente un historiador de lengua portuguesa :
    "La rebeldía e independencia [ del siglo XII ] habían significado el desmembramiento del imperio hispano-cristiano en vías de constituirse; y la existencia de Portugal dependía de la no aceptación de las ideas imperialistas españolas. El nacionalismo portugués fué una posición histórica y moral opuesta al ideario político español: la política de España consistía en dirigir sus fuerzas en un sentido centrípeto; la portuguesa, en encontrar fuerzas morales y materiales centrífugas que la proveyeran de un destino histórico fuera del ámbito español... Portugal se buscó un pasado ilustre en el plano de la historia universal, pero no dentro de las perspectivas de la historia española." 27
    Portugal no poseía, en el siglo XII, una dimensión social distinta de la galaico-leonesa; su diferenciación del reino leonés no podía por tanto proceder de la voluntad de continuar siendo él mismo, sino en buscar algún modo de no ser como sus parientes y vecinos. Es obvio entonces que el ímpetu y el apoyo bélicos para aquel desgarro peninsular no pudieron nacer espontáneamente entre las gentes de lengua gallega que moraban al sur del Miño e iban extendiéndose con la Reconquista llevada a cabo por los reyes leoneses Fernando I y Alfonso VI. La motivación inicial de aquella rebeldía no yace en lo portugués del Condado que Alfonso VI otorgó en feudo a Enrique de Borgoña, sino en la condición borgoñona del Conde. No quedó rastro de tales motivos en la concieneia histórica de los portugueses, pues lo que hizo posible la existencia del reino lusitano exigía olvidar sus auténticos orígenes; esta conciencia, a su vez, creó retroactivamente la fe en el portuguesismo inicial y remoto de Portugal. En el proceso de la historia humana los hijos pueden dar vida a los padres tanto como éstos a aquéllos. De esta suerte quedan integradas la verdad de mi manera de entender los orígenes de Portugal, y la verdad de los historiadores portugueses que se oponen a ella. Metafóricamente diría que nuestra concepción de la historia se hace verdadera y se armoniza en un espacio ideal de múltiples dimensiones.
    Es explicable que los orígenes del reino portugués aparezcan envueltos en obscuridades y leyendas. No ha podido localizarse la batalla de Ourique (1139), hecho máximo de la reconquista portuguesa, ni se sabe el nombre del vencido caudillo moro. La toma de Santarén (1143) está narrada en un relato a todas luces apócrifo. La intervención extranjera en la reconquista de la tierra que acabó por ser Portugal, fue considerable y decisiva. El reinado de Alfonso Enríquez, primer rey portugués (1128-1185), está mal conocido; las crónicas no nacionalizaron lo hecho por extranjeros que acudían a aquel extremo de Europa, y llevaban el peso de la guerra contra los moros, cosa que no había acontecido en Castilla, por numerosos que fueran los extranjeros presentes en su tierra.28 Los relatos coetáneos acerca de la conquista de Lisboa ( 1147 ) fueron compuestos por un inglés y por dos alemanes, los cuales no dejan duda sobre el papel secundario que en aquella empresa tocó a los cristianos de la Península.29 Rendida la ciudad, "el nombre, de los francos fue glorificado en toda España... Fue escogido para obispo de Lisboa uno de los nuestros, Gilberto de Hastings, con consentimiento del rey" (loc. cit., pág. 122). En 1149 donaba Alfonso Enríquez a este obispo 32 casas: "xxxii domos cum omnibus suis hereditatibus ubicumque illas invenire potuerit".30 La flota para conquistar Lisboa había zarpado de Inglaterra con 169 velas, y estaba integrada por ingleses, alemanes, flamencos, franceses y gascones. Las torres alzadas para la conquista de la ciudad fueron obra de flamencos, de ingleses y de un ingeniero de Pisa. Todo el botín fue para los extranjeros, quienes pactaron con los moros que el oro, la plata, los vestidos, los caballos y las mulas fueran para ellos, y la ciudad para el rey: "regi civitatem redderent" ( págs. 129 y 139). El cronista de aquellas milicias internacionales escribe arrogantemente que "los soldados del rey de España" -"regis Hispaniae", no dice Portugal- "peleaban en una torre de madera", aunque muy asustados por los proyectiles de los moros, hasta que los teutones vinieron en su auxilio ("donec Theutonici eis auxilio venerant") ."Cuando los sarracenos vieron a los loreneses subir a la torre, les entró tal pánico que rindieron las armas" (pág. 132).
    Un alemán informa, en 1191, sobre la toma de Silves, acaecida en 1189; según él fueron los cruzados o aventureros extranjeros quienes llevaron la iniciativa de la acción (págs. 162-163). En la toma de otras ciudades -Alcor, Alcácer- intervinieron también extranjeros.
    La historia de Portugal en el siglo XII está llena de sombras y de vacíos. David Lopes, gracias a su conocimiento de las fuentes árabes, ha ampliado las noticias escasas que se tenían de Geraldo Sin Pavor, un caudillo contemporáneo de Alfonso Enríquez. Fue Geraldo, no el rey, quien conquistó Trujillo, Evora, Cáceres, Montánchez, Juromeña y Badajoz. Enemistado con el soberano, lo abandonó y se fue a Marruecos. Temiendo los traicionara, los moros le cortaron la cabeza.31 Sorprende que los portugueses comparen a este personaje con el Cid castellano, por la aparente analogía entre el hecho de haberse sometido ambos a un rey musulmán. Pero del Cid se sabe mucho, y de Geraldo muy poco; el uno dio materia a poesía en latín y en romance, y el otro es sólo recordado en incompletos relatos cristianos o árabes. Además, Geraldo parece un extranjero tanto por su nombre como por su sobrenombre, más bien francés que portugués. A mediados del siglo X, el tercer duque de Normandía se llamaba "Richard Sans Peur". Por lo poco que se vislumbra de su vida, Geraldo ayudó al rey -en ciertos casos y en otros no. Su relación con el monarca no es como la de Rodrigo Díaz. Sorprende mucho, de todas maneras, que las crónicas y los documentos nada digan de una persona de tanto relieve, fueran como fueran sus relaciones con el rey. Geraldo sería tan extranjero como la dinastía que fundó el reino portugués, y como los conquistadores de Lisboa.
    Superando la fría realidad de aquellos hechos, los portugueses crearon la obra de arte de su historia-vida. Los hizo independientes de León y Castilla la circunstancia de haber sido entregadas las tierras al sur de Galicia a una dinastía borgoñona, a la gente más vital y enérgica de la Europa de entonces. Más tarde, sobre ese fondo extranjero surgió una peculiaridad nacional, aunque con múltiples enlaces con el resto de la Península, según exigían las comunes tradiciones y Ia vecindad de las tierras.
    Es inútil que algunos extranjeros pretendan construir una historia de Portugal fundada en geopolítica, en límites naturales, en clima y prehistoria. Esto podrá halagar en algún caso el amor propio nacional, pero ese resultado se logra al precio de silenciar cuanto afecta al nivel historiable de un pueblo, a lo que justifica pensar en él, estimarlo, y distinguirlo de gentes salvajes y sin historia, pero que también poseen límites naturales, economía, comercio, etc. Se suele llamar "científico" al estudio de la historia insensible a todo valor por encima del ras de la tierra -como si un estudioso del calzado sólo juzgara digno de interés las abarcas, las alpargatas y los guaraches. A lo que no es eso lo consideran "misticismo" burgués y fuera de sazón.32 Pero la vida portuguesa es algo más que cultivos, cauces de ríos y demarcaciones prehistóricas.
    Galicia, la hermana mayor -estrechamente unida a León y a Castilla ppor los lazos de la peregrinación-, permanecía entretanto en pasividad receptiva, gozando de riquezas atraídas por el Apóstol, recibiendo el reflejo del homenaje rendido por las masas de peregrinos. Disputaban éstos con tanta furia el privilegio de orar junto a la sacra tumba, que a veces se mataban unos a otros, y había que reconsagrar la Iglesia, ceremonia complicada que el papa autorizó a simplificar dada la frecuencia de tales disturbios. Galicia se inmovilizó, porque, sin hacer nada, todo lo obtenía: visitas de reyes y magnates, lujo, poesía de trovadores, comercio activo, donaciones incesantes; las nebulosidades de la vía láctea, entre las cuales galopaba el corcel de Santiago, descendían hasta el fondo del alma gallega. Sin fermento de templarios y borgoñones, no forzado a salir de sí mismo para ensanchar su tierra a precio de sangre, el gallego no se hizo conquistador como su hermano portugués. Lo cual no es decir que los gallegos, comenzando por sus arzobispos, no lucharan bravamente en la hueste de los reyes de León y Castilla, como antes lo hicieron contra los invasores normandos. Clérigos y caballeros de Galicia estuvieron presentes, y con gran honor, en las conquistas mayores: Almería, Córdoba, Sevilla, Tarifa. Mas siempre intervinieron como auxiliares de los reyes. La lengua gallega no conquistó nuevos dominios, como iba haciendo Portugal, porque el imperialismo gallego era receptivo y no agresivo, o consistió en irradiar el prestigio del Apóstol por toda la cristianidad 33; aquel prestigio mantuvo viva la peculiaridad gallega.
    Cuando se agotaron las fuentes de la piedad lejana, el gallego se limitó a extender sobre otras tierras, blanda y melancólicamente, el sobreexceso de su población amorosa y fecunda. Compostela, la bella reclusa, recibió durante siglos halagos y homenajes dignos de Roma, sin que tanta gloria le permitiera ejercitar una catolicidad imperial más allá de su recinto, no obstante poseer grandes dominios en el sur de Francia, Italia y otros lugares de Europa. El "antistes totius orbis" no tuvo orbe, y ni siquiera pudo conquistar la primacía de las Españas.
    Las creencias y los usos vigentes desde el siglo IX hasta el XVII, hicieron que las formas y horizontes de la vida gallega sean lo que son. La proximidad constante a los misterios del santuario fomenta el escepticismo y la ironía; bajo las bóvedas de la catedral se oían canciones que acentuaban "el elemento humano, socarrón y licencioso".34 Maquiavelo notó el contraste entre la irreligiosidad de Roma y la continua presencia del pontífice en la capital del mundo cristiano, y algo de esto aconteció en Galicia. Obtener el mayor provecho del peregrino exigía rapidez y agudeza de ingenio; a la postre acabó por dominar cierto escepticismo antiheroico y una rara facultad para la intriga política. Los más valiosos dones del alma gallega se concentraron en su prodigiosa lírica, siempre temblorosa de desengañada melancolía; no fue en cambio posible cultivar la épica heroica, o más tarde, el drama, géneros en los que tampoco Italia mostró ninguna particular eminencia. No es, pues una casualidad que fuera gallego el padre Feijóo (1676-1764) , escritor de espíritu irónico y de mente crítica; su energía en combatir falsos milagros y supersticiones populares, fue tal vez proporcional al largo marasmo en que Galicia había estado sumida. La presencia secular de Santiago fue para aquella región algo más expresivo de su vida que el celtismo o el suevismo -una fábula más- con que el gallego alimenta el "vivir desviviéndose" que como a español le corresponde. A la dimensión belico- imperativa del castellano, correspondía en Galicia la dimensión señorial y espectacular de la creencia. La grandeza y pujanza económica de sus abadías hasta el siglo XIX lo hace ver claramente."

  2. #2
    Gothico está desconectado Miembro Respetado
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    Re: Los orígenes de Portugal

    Es de Américo Castro, de su obra "La realidad histórica de España", Capítulo X.

    Ya se envió ese mismo texto al foro hace unos cuantos meses.

    http://www.hispanismo.org/showthread.php?t=3909
    Última edición por Gothico; 02/07/2007 a las 01:55

  3. #3
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    Re: Los orígenes de Portugal

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