En la foto, dos traidores: Maroto, un traidor al carlismo, y Espartero, un traidor a España.
PENSARES Y PESARES A TENOR DE LA ESPAÑA DECIMONÓNICA.
Pocos individuos, en la Historia de España, me son tan antipáticos como Baldomero Espartero, el cacique de los ayacuchos, el fanfarrón de las charreteras que siempre -¡vaya por Dios!- estaba convaleciente cuando es que se trataba de perseguir a Miguel Gómez Damas y a sus vascos. Vencido el enemigo carlista, todo el mundo piensa que Espartero llegó a su máximo poder. Pero ese poder era ilusorio, fue entonces cuando Espartero se demostró como un sumiso lacayo, y rindió la más vil servidumbre al servicio de los intereses económicos británicos.
Cuando estalló el conflicto miguelista en Portugal y el carlista en España, los británicos acudieron prestos a impedir cualquier clase de renacencia de las dos naciones ibéricas. No les interesaba que portugueses y españoles reanudáramos la Tradición de nuestros antepasados, todo aquello que nos había hecho grandes y respetados. Todo lo contrario, la Pérfida Albión y Gabacholandia
estaban afanosas en enfangarnos en las cacareadas “libertades”, mientras jugaban con nosotros al timo de la estampita. El conflicto carlista era algo más que una cuestión dinástica; España se jugaba su misma esencia: ser o no ser. Los liberales, tontos activos o vengativos esbirros de revanchas multiseculares, se vieron con el agua al cuello. La Causa carlista cobraba partidarios y, entre el pueblo llano, gozaba de abiertas simpatías. Temerosos de no tener tropas con las que combatir el avance de los Ejércitos de la Legitimidad (compuestos de veteranos "voluntarios realistas" y campesinos), pidieron ayuda a sus “potencias amigas”: Inglaterra y Francia, justo las naciones más hostiles a toda renacencia de nuestras dos naciones hermanas.
Bajo el reinado de Jorge III de Inglaterra, se había promulgado una Ley -la “Foreing Enlistement Act”-, en virtud de la cual se prohibía a los súbditos británicos combatir al servicio de Príncipes extranjeros, pero considerando las ventajas que el gobierno de Su Graciosa Majestad de Inglaterra calculaba, la Ley dejó de aplicarse excepcionalmente. En ello, mucho tuvieron que ver la pareja formada por Nathan Rothschild y Álvarez Mendizábal (quisiéramos saber si ambos pertenecían o no a la misma tribu de Israel… Todo puede ser. En otra ocasión trataremos estos tejemanejes de la logia y la sinagoga.)
En los primeros días del mes de junio de 1835, los representantes ingleses acordaban con Mendizábal los términos en que Inglaterra ayudaría militarmente a afianzar el trono de Isabel II. Oficialmente, la petición de ayuda del gobierno liberaloide español al gobierno británico de Palmerston se hizo el 5 de junio de 1835. Se solicitaba la recluta de 10.000 británicos que vinieran a combatir a los carlistas.Pero las fuerzas auxiliares británicas no embarcarían rumbo a la Península por altruismo liberal. La contrapartida económica se concretaba en un tratado comercial cuyo artículo 5º obligaba al gobierno español a admitir en todos nuestros territorios manufacturas de algodón exclusivamente de fabricación británica. Inglaterra se aseguraba así el monopolio de las manufacturas de algodón en España. A cambio, mandaba a la “British Legion of Spain”, bajo el mando del controvertido Jorge Lacy-Evans. Una Legión Británica compuesta por un 20% de borrachos, un 12’5% de cornudos y, mucho es decir: un 20% de idealistas, entre otros alistados por motivos varios (Nota).
Tras la Guerra de los Siete Años, Espartero queda como Regente de España. Los acuerdos con Inglaterra tenían que cumplirse y para eso se planeó un mazazo al proteccionismo de nuestra industria textil y algodonera. La demolición de La Ciudadela de Barcelona fue la excusa. Cuando los catalanes quisieron reaccionar, Baldomero Espartero mandó bombardear la ciudad. Poco después, Espartero tuvo que exiliarse… Inglaterra lo recibió como un “héroe”. No era para menos, por los desvelos y cuidados que, tan sumisamente, se tomaba por los asuntos británicos.
Ningún pueblo se libra de tener censados una multitud de cobardes y traidores; y con mucha probabilidad, estos serán los que rijan los destinos municipales de ese pueblo. En Torredonjimeno, tal vez por ser la patria chica del General Gómez -uno de los más odiados enemigos de Espartero-, la corporación municipal quiso congraciarse con el Duque de la Victoria tras su triunfo sobre la Causa carlista, gracias a la traición de Maroto. Prestos acudieron los lechuguinos liberales que formaban aquel Ayuntamiento para reunir a la voz de su amo los donativos con que erigir un monumento al dictador Baldomero Espartero en Logroño. Corría el año 1840.
Una estatua de Espartero se ha hecho famosa. Es ésta una estatua ecuestre que se hizo celebérrima, al parecer, por el generoso tamaño de los testículos del équido sobre el que el escultor inmortalizó a Espartero: "Más grandes que los –con perdón- cojones del caballo de Espartero", reza un dicho en desuso. Pues bien, sepan cuantos que he tenido entre las manos un expediente por el cual los mamporreros progresistas de aquel momento -con sus posaderas en el Ayuntamiento- contribuyeron afanosamente para levantar ese monumento a Espartero en Logroño; y todo ello, mientras nuestro General Gómez se veía forzado a marchar con su esposa al exilio en Burdeos. Así fue como nuestra casta política de 1840 puso sus manos a la obra para la erección de la estatua en cuestión -pues no queremos pensar que se tratara de hacer posible la erección del órgano genital del caballo de Espartero... Aunque mucho me temo que si se les hubiera mandado...
Conjeturo que muy probablemente el caballo de Espartero fue tan bien dotado de “cojones” por su escultor con un propósito: el de camuflar los “cojones” que le faltaban a su jinete. Tal vez los tuviera -los genitales- puestos en depósito en algún Banco de los Rothschild.
NOTA: Los porcentajes parciales que ofrezco sobre las razones que motivaron el alistamiento de los británicos en este cuerpo expedicionario de mercenarios no son de mi invención. El lector que tenga alguna duda sobre ellos puede consultar el magnífico libro de Gonzalo de Porras y Rodríguez de León: "La expedición Rodil y las legiones extranjeras en la 1ª Guerra Carlista". En una de las tablas -repito: la concerniente a los motivos de alistamiento de los mercenarios británicos- se hace constar que el 20% se alistaba, en efecto, por problemas con el alcohol y el 12'5% por problemas conyugales, un 11% fue calificado como grupo de prófugos y los idealistas eran ¡un 20%!
Publicado por Maestro Gelimer
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