No conocía esa leyenda. De hecho la participación de los cruzados la explica. Muy buenas aportaciones, Sureño. !La de los íberos, fenomenal!:muybueno:
Versión para imprimir
Don Pelayo, el vencedor de Covadonga.Su origen
El símbolo de una sociedad, que tras su caída lucha por reconquistar la libertad nos sirve como modelo para reconquistar una sociedad invadida por otros bárbaros.
Era don Pelayo (718 - 737) un noble de sangre real, hijo del duque Favila y nieto del rey Recesvinto, como se lee en algunas crónicas.
Por intrigas que tuvieron lugar en la corte del rey Vitiza, éste redujo a prisión o dio muerte a Favila, padre de don Pelayo, el cual, temiendo ser víctima de la ira del rey, como su padre, huyó a Cantabria, donde tenía deudos y amigos muy significados.
Peregrinación a Jerusalén
El vengativo Vitiza trató de buscar y prender a Pelayo; pero éste, no creyéndose seguro en España, determinó marchar peregrino a Jerusalén, a donde fue acompañado de un caballero llamado Zeballos. Según afirma el P. Mariana en su Historia de España, aún existían en el siglo XV, en el pueblo de Arratia (Vlzcaya) los bordones de don Pelayo y sus compañeros, que habían usado en su peregrinac1ón a Tierra Santa.
En la corte de D. Rodrigo
Vuelto a España, y muerto Vitiza, en los disturbios que se siguieron para nombrar sucesor a la corona, Pelayo abrazó la causa de don Rodrigo, y aparece en la corte de éste con el cargo de conde de espatarios o de la guardia del rey.
Cuando la invasión árabe estuvo en la batalla del Guadalete y allí se distinguió por su valor y proezas.
Después de esta desgraciada batalla, los magnates godos huyendo de la servidumbre de los árabes, buscaron asilo, unos en la Septimania gótica (Francia), pero los más en el norte de España y principalmente en Asturias. Don Pelayo parece que se refugió en Toledo.
Traslado de las Santas Reliquias a Asturias
El arzobispo de Toledo, Urbano, al ver que los moros se iban aproximando a la ciudad, quiso evitar que las sagradas Reliquias, que allí se guardaban, cayesen en poder de los mahometanos. Dichas Reliquias, de gran estima y valor, habían sido recogidas y traídas por los cristianos desde Jerusalén, cuando Cosroes, rey de Persia, se apoderó de aquella ciudad, y después de recorrer con ellas el Norte de Africa, fueron traídas a España, y se hallaban en aquella fecha en Toledo. A dichas Reliquias unió el arzobispo la vestidura entregada por la Santísima Virgen a San Ildefonso, y las obras de San Isidoro, San Ildefonso v Juliano. Entre los nobles y ricos ciudadanos de Toledo, que acompañaron al arzobispo en su huida hacia el norte de la península, se hallaba don Pelayo.
Llegó la comitiva en su recorrido a Asturias, y buscando la mayor seguridad, depositaron las Reliquias en una cueva excavada en una montaña, llamada hoy día Monsacro, en Morcín, a unos diez kilómetros de Oviedo.
Allí permanecieron escondidas hasta el reinado de Alfonso II el Casto, en que este monarca mandó trasladarlas a Oviedo e hizo construir para su custodia una iglesia dedicada a San Miguel Arcángel, llamada hoy Cámara Santa.
Don Pelayo, Rey
En Asturias se habían refugiado multitud de cristianos, huyendo de los árabes invasores, Nobles y plebeyos, olvidando diferencias de clase, se reunieron y decidieron aprestarse a combatir al común enemigo, sin importarles, lo desigual de la lucha que iban a emprender.
Su primer acto fue elegir un caudillo que reuniera las excepcionales cualidades que aquellas circunstancias tan graves requerían.
Todos pusieron los ojos en Pelayo, príncipe de la real sangre de los duques de Cantabria, que a la nobleza de la estirpe unía la fama de sus hazañas y, con arreglo también a las prescripciones del Fuero Juzgo, fue elegido rey, en cuya persona se anudó la monarquia gótica, aunque en situación muy precaria.
El modo de aclamar por rey en aquella época consistía en alzar al elegido sobre el pavés o escudo. Parece que tuvo lugar este acto el año 716 o 718, en Cangas de Onís o Covadonga, entre cuyos lugares existe el llamado Campo de la Jura.
La invasión de Muza
Al invadir los árabes a España, uno de sus caudillos, Muza, vino en su expedición por Asturias, llegó a la ciudad de Lucus Asturum, hoy Santa María de Lugo, cerca de Oviedo, la tomó y arrasó, continuando hasta Gijón, donde dejó a Munuza de Walf o gobernador, retirándose el ejército musulmán, una vez terminada la campaña, y dejando guarnecidos algunos 1ugares estratégicos, para garantizar la 8eguridad del terreno conquistado.
Munuza pide auxilio al emir de Córdoba
Enterado Munuza del levantamiento de los cristianos y de la elección de Pelayo, mandó al momento emisarios dando cuenta y pidiendo auxilio al emir de Córdoba, Alahor. Envío este a su lugarteniente, Alkama, con un grueso ejército a someter a los sublevados. Alkama llevó en su compañía a don Opas, prelado de Sevilla, para que le ayudase con su autoridad cerca de don Pelayo, de quién era pariente próximo, a fin de que se sometiesen él y los suyos. Y por si Munuza o algún otro gobernante les tenía agraviados, les hiciese presente que se haría justicia y depusiesen las armas, y considerasen como una locura el oponerse a los árabes invasores, pues no dudaran que el final sería desgraciado para ellos.
Alkama en Asturias
Alkama entró en Asturias, lo más probable por el puerto de Tarna, por donde han tenido lugar otras invasiones, conservándose aún para defender el paso dos castillos de origen romano a orillas del río Nalón, el de Villamorey (Sobrescobio), en ruinas, y el de Condado (Laviana), restaurado y en buen estado.
Siguió Alkama el curso del Nalón y llegó a la ciudad de Lucus Asturum, destruida por Muza, y de allí se dirigió por el valle de Siero y Piloña y penetró en el de Cangas en busca de los cristianos.
Al tener noticia Pelayo y los suyos de que venía Alkama con un poderoso ejército, algunos se atemorizaron, mas don Pelayo levantó el ánimo de
todos preparándose para la lucha.
Distribuyó sus tropas por las alturas y lugares estratégicos y él se parapetó en el monte Auseva, donde se hallaba una cueva en la que se veneraba una imagen de la Santísima Virgen.
La Cruz de la Victoria
Cuenta la tradición que antes de la batalla se le apareció en el cielo a Pelayo una cruz roja brillante y don Pelayo construyó en su vista una cruz con dos palos de roble y la enarboló por estandarte durante la batalla.
Otros dicen Que, como el rojo pendón de los godos hubiese desaparecido en el Guadalete, un ermitaño de vida ejemplar, que habitaba la Cueva de Santa María, puso en manos de Pelayo una cruz de roble, diciéndole: " He aquí la señal de la victoria." Sea cierta una cosa u otra; el hecho es que Pelayo tomó la cruz por enseña en la batalla contra los moros, y dicha cruz de roble fue luego recogida por su hijo Favila y guardada en la iglesia dedicada a la Santa Cruz, que en memoria de la batalla ganada por su padre mandó edificar en Cangas de Onís.
Más tarde dicha cruz de roble fue llevada por Alfonso III el Magno a su castillo de Gauzón (hoy Gozón) cerca de Avilés, y la mandó cubrir de oro y piedras preciosas, conservándose en la actualidad tan inestimable joya en la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo, con el nombre de Cruz de la Victoria.
Entrevista de Don Opas y Don Pelayo
Los moros, antes de dar comienzo al combate, enviaron de embajador a don Opas para ver si con buenas razones lograba convencer a Pelayo para que desistiese de la lucha, haciéndole a dicho fin grandes halagadoras promesas.
El obispo Sebastián de Salamanca, en su Cronicón, pone en labios de don Opas, dirigiéndose a Pelayo, las siguientes palabras : "Hermano: estoy seguro que trabajas inútilmente. ¿Qué resistencia has de oponer en esta cueva, cuando toda España y sus ejércitos unidos bajo el poder de los godos, no pudieron resistir el ímpetu de los ismaelitas?. Escucha un consejo: retírate a gozar de los muchos bienes, que fueron tuyos, en paz con los árabes como hacen los demás."
Respuesta de Don Pelayo
A esto contestó don Pelayo. "No quiero amistad con los sarracenos, ni sujetarme a su imperio; porque, ¿no sabes tú que la Iglesia de Dios se compara a la luna, que estando eclipsada vuelve a su plenitud? Confiamos, pues, en la misericordia de Dios, que de este monte que ves saldrá la salud a España. Tú y tus hermanos, con Julián, ministro de Satanás, determinasteis entregar a esas gentes el reino de los godos; pero nosotros, teniendo por abogado ante Dios Padre a nuestro Señor Jesucristo, despreciamos a esa multitud de paganos, en cuyo nombre vienes, y por la intercesión de la Madre de Dios, que es Madre de misericordia, creemos que esta reducida gente de 105 godos ha de crecer y aumentar tanto como semillas salen de un pequeñísimo grano de mostaza."
Don Opas, luego de oír la contestación de Pelayo, se volvió al ejército moro y dijo : " Marchad hacia la cueva y luchad, que si no es por medio de la espada, nada podremos conseguir de él."
La batalla
Se encontraban allí en aquel instante, como otro día a orillas del Guadalete, dos ejércitos de dos pueblos antagónicos; dos razas distintas, dos civilizaciones dispares; dos religiones que aspiraban a difundirse por el mundo: una imponiéndose por la fuerza de la cimitarra, simbolizada por la Media Luna, y la otra por el amor y el sacrificio representada por la Cruz.
Un pueblo, una raza, una civilización, una religión que venía recorriendo triunfante el Africa, que había salvado el Estrecho y, en paso arrollador, intentaba terminar con el último reducto en que se había refugiado el pueblo vencido, la raza esclavizada, la civilización destruida, la religión profanada. Allí se iba a ventilar, quizá de manera definitiva, si España sería una prolongación del Africa, o si continuaría siendo el baluarte avanzado de la civilización cristiana.
La suerte estaba echada : bien lo sabían los cristianos y su caudillo Pelayo. De aquella batalla dependía su suerte. Escasas eran sus fuerzas y las del enemigo numerosas y bien armadas. Los cristianos sé hallaban derrotados y deprimidos; los árabes victoriosos y arrogantes. Humanamente hablando, el resultado de la batalla no ofrecía duda : los cristianos serían aniquilados y España quedaría para siempre bajo el dominio agareno y sometida a la raza y a la religión del falso profeta. Pero los cristianos habían puesto toda su confianza, no en sus reducidas fuerzas, sino en la protección de la Santísima Virgen, cuyo auxilio habían impetrado y de la que nadie es desamparado. En Ella estaba colocada toda su esperanza y confiando en su ayuda dio comienzo aquella desigual y terrible lucha.
Comienza el combate
Al enterarse Alkama, por don Opas, de que no era posible arreglo alguno con Pelayo, continúa la Crónica de Sebastián diciendo que "dio orden a los honderos y saeteros que atacasen la entrada de la Cueva. Entonces se vio que las piedras mezcladas con los dardos se volvían desde la Cueva contra los mismos que las disparaban, atormentando horriblemente a los moros. Estos, viendo que nada les aprovechaba el luchar, sino que, por el contrario, la mayor parte de ellos yacía destrozada por sus propios dardos, retrocedieron confusos y turbados, desistiendo de atacar la Cueva.
Entonces Pelayo, al ver a los enemigos castigados por la mano vengadora de Dios, que no tiene en cuenta el número, sino que da la victoria a quien quiere, atacó con los suyos, y al mismo tiempo los cristianos que se ha11aban distribuidos por los montes y situados en lugares estratégicos, comenzaron el ataque contra los mahometanos que se hallaban en el fondo del valle, y lanzaron por las vertientes de las montañas piedras enormes y troncos de árboles, mientras otros disparaban sus arcos y sus hondas causando en los árabes gran carnicería. Al mismo tiempo estalló en el espacio una horrible tempestad, que llenó de pavor a los moros, los cuales, presa de gran pánico, emprendieron la huida perseguidos por los cristianos, y fueron finalmente desbaratados en el valle de Cangas, donde tuvo lugar lo más encarnizado de la lucha.
El obispo don Opas fue hecho prisionero y Alkama muerto, en unión de muchos millares de moros que perecieron en el combate. El resto del ejército árabe emprendió la fuga hacia el territorio de la Liébana; pero tampoco pudieron evadirse de la venganza del Señor, porque cuando marchaban por la cima del monte que está sobre la ribera del río Deva, cerca de la heredad de Casegadia (en la Liébana, cerca de Potes) aconteció por juicio de la Providencia divina que, desgajándose el monte, arrojó al río de una manera admirable a los caldeos (como llamaban a los musulmanes) y los aplastó a todos, descubriéndose aun en aquel lugar restos de armas y de huesos, cuando el río extiende su álveo por sus orillas en el invierno y remueve las arenas.
No juzguéis que fue éste un milagro fabuloso; recordad que Aquel que sumergió en el mar Rojo a los egipcios que perseguían al pueblo de Israel, ese mismo sepultó bajo la mole inmensa de un monte a esos árabes que perseguían a la Iglesia de Dios".
Derrota y muerte de Munuza
"Al tener noticia Munuza, gobernador de Gijón, de la gran derrota sufrida por los suyos, abandonó la ciudad y huyó con la fuerza que mandaba, siendo perseguido por los asturianos que le alcanzaron en el lugar de Olalla (quizá Santa Eulalia de Manzaneda, cerca de Oviedo), donde le desbarataron completamente y le dieron muerte.
En vista de eso se unieron al ejército de Pelayo muchos fieles, se restauraron muchas iglesias y todos juntos dieron gracias a Dios diciendo: Bendito sea el nombre del Señor, que da fuerza a los que creen en El y reduce los impíos a la nada." .
Don Pelayo organiza su reino
Don Pelayo, libre ya de enemigos, se dedicó a disponer todo aquello que era conveniente a la organización de aquel reino que Dios acababa de poner en sus manos y, sobre todo, a preparar un aguerrido ejército para defenderlo; porque no dudaba que el enemigo, aunque derrotado en aquel primer encuentro, no dejaría de volver a tomar la revancha con fuerzas más poderosas y era necesario prepararse para la lucha.
Se apoderó luego de Gijón, abandonada por Munuza, y comenzó a batir las guarniciones que habían dejado los árabes en algunos lugares estratégicos de Asturias.
Los cristianos de otras regiones se unen a Pelayo
Al difundirse la noticia de la victoria de Pelayo, fueron muchos los cristianos de los lugares limítrofes que acudieron a sumarse a las filas de su ejército, sobre todo de Galicia y de Vizcaya. De este lugar acudió, con gran refuerzo de soldados, el próximo deudo de Pelayo, don Alonso, hijo de don Pedro, duque de Vizcaya, el cual dejó a su padre y a su patria y vino a combatir al lado de los asturianos.
Se distinguió don Alonso por su bravura en los combates y más tarde contrajo matrimonio con Ormisinda, hija de don Pelayo, a quien sucedió en el reino, por la muerte de Favila, y llevó el nombre de Alfonso I el Católico.
D. Pelayo se apodera de León
Don Pelayo, al ver fortalecido su ejército con tan valiosas ayudas, y enterado de que los caudillos moros de Toledo, Córdoba y Baena andaban desavenidos, determinó adentrarse por tierras de León, y al frente de ocho mil infantes y ciento cincuenta caballos, salió de Asturias, llegando hasta León, ciudad entonces pequeña, pero muy fuerte y amurallada.
Don Pelayo la puso cercó e intimó la rendición a los moros que la defendían. Estos habían pedido y esperaban socorro del reino de Toledo, por lo que determinaron resistir. Las tropas de Pelayo dieron varios asaltos a la ciudad, y los moros, viéndose perdidos, pidieron a Pelayo una tregua de tres días para tratar de la rendición.
Les fue concedida la tregua a condición de entregar rehenes; mas luego se acordó que sería rendida la ciudad y se dejaría salir de ella al alcaide mahometano Itruz, que la gobernaba por el rey de Córdoba, y a los moros con sus mujeres e hijos dejándoles en libertad de ir a donde quisieran, encaminándose todos hacia Toledo.
Pelayo derrota a Abderrahaman
El rey Abderrahamán, que había salido a toda prisa a socorrer a León con un ejército de seis mil hombres de a pie y trescientos de a caballo, se encontró en el camino con el alcaide mahometano y demás moros que le acompañaban y, al enterarse de lo ocurrido, le mandó cortar la cabeza y continuó viaje para recuperar a León.
Enterado Pelayo de su venida, no le pareció prudente esperarle encerrado en la ciudad, sino que dejando en ésta una guarnición, se escondió con el resto de la gente en un bosque cercano, esperando ver lo que ocurría.
Abderramán llegó hasta León y juzgando que Pelayo estaba dentro, puso sitio a la ciudad, la cercó por todas partes para que nadie saliese, a fin de dar el asalto al día siguiente.
Aquella misma noche Pelayo le atacó por sorpresa y Abderramán se vio obligado a emprender la huida, con la pérdida de más de mil hombres y perseguido por Pelayo.
Más tarde Abderrahamán no quiso darse por vencido, rehizo su ejército y volvió con doce mil infantes y quinientos caballos sobre León.
Don Pelayo encomendó la defensa de la ciudad a un valiente capitán, llamado Ormiso, la dejó bien abastecida de alimentos y de armas y volvió a Asturias a por más gente, para ir luego en auxilio de León.
Llegó Abderrahamán a las puertas de la ciudad y le puso sitio, como la vez anterior. Ormiso y los suyos resistieron con gran valor los ataques de las huestes del caudillo árabe, pero en esto recibe aviso Abderrahamán de hallarse un hijo suyo gravemente enfermo y levantó el cerco de la ciudad, volviéndose a Toledo y quedando libres los sitiados.
No disfrutó Pelayo de mucha paz, porque ni él la buscaba, ni podía esperarla de los musulmanes, pues el batallar era su ocupación constante y se veía obligado a estar siempre alerta para rechazar las incursiones de sus enemigos y a preparar las suyas, ensanchando o comprimiendo sus dominios, según las circunstancias le fueran favorables o adversas.
Muerte de Don Pelayo
Al fin, vencido por la enfermedad, falleció en Cangas de Onís, donde tenía su corte, en el año 737 y fue sepultado en la iglesia de Santa Eulalia de Abamia, próxima a Covadonga, que él había fundado.
Allí se le unió más tarde su esposa, Gaudiosa.
En el reinado de Alfonso X, el Sabio, fueron trasladados los restos de ambos esposos a la Santa Cueva de Covadonga y colocados al lado del Altar de la Santísima Virgen. A fines del siglo XVIII, sin duda con motivo de alguna reforma del sepulcro, se grabó en él el siguiente epitafio: "Aquí yace el santo rey D. Pelayo, elleto el año de 716, que en esta milagrosa Cueva comenzó la restauración de España. Bencidos los moros, falleció el año 737 y le acompaña su mujer y hermana."
Allí continúan los restos del rey don Pelayo hasta el día de hoy. Las consecuencias de la primera victoria obtenida por Pelayo sobre los secuaces de Mahoma y sus continuadas luchas para sostener y acrecentar su reino contra los enemigos de su patria y de su fe, fueron de inmensa trascendencia para el pueblo cristiano y para el suelo patrio, convertido en provincia del califa damasceno. Como reguero de pólvora corrió tan fausta nueva de un extremo a otro del Pirineo, y pronto la Cruz de Sobrarbe juntó a la de la Victoria, para luchar unidas contra el estandarte de la Media Luna. Los cristianos que habitaban las regiones dominadas por los árabes comenzaron a cobrar esperanzas de liberación y a reanimar su abatido espíritu ante la magnitud de la catástrofe producida por la invasión agarena.
Cuantos pudieron huir del poder de los moros corrieron a engrosar las huestes de Pelayo y a sumarse a aquella lucha que España tuvo que sostener, por espacio de ocho siglos, contra todas las tribus que el Africa enviaba de continuo, presentando un valladar inexpugnable a aquellas turbas fanatizadas, que salvó no sólo a la Patria, sino también a Europa del yugo mahometano. Empresa que fue coronada felizmente por los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, al apoderarse de Granada, último baluarte de la morisma y jalón final, que cierra con broche de oro la epopeya iniciada por Pelayo en Covadonga bajo la protección de la Santísima Virgen..
Luciano López y García Jové
Necesitamos otro como él.
volviendo a esta primer batalla que me fascina, he encontrado por internet el documento q relata la visión que tuvo Ramiro I (que nombrazo!! :)) rey de Asturias de Santiago Apostol. segun un documento de Pedro Marcio (canónigo de la catedral de Santiago) del siglo XII. Lo coloca también Esparza en su libro de la "España Épica" (por cierto que les parece José Javier Esparza?) y que aquí reproduzco:
Y estando yo durmiendo, se dignó aparecérseme, en figura corporal, el bienaventurado Santiago, protector de los españoles; y como yo, admirado de lo que veía, le preguntase ¿quién era?, me aseguró ser el bienaventurado apóstol de Dios, Santiago. Poseído yo entonces de mayor asombro, que en modo extraordinario me produjeron tales palabras, el bienaventurado apóstol me dijo:
“¿Acaso no sabías que mi Señor Jesucristo, distribuyendo las otras provincias del mundo a mis hermanos, los otros apóstoles, confió por suerte a mi tutela toda España y la puso bajo mi protección? (...) Buen ánimo y ten valor, pues yo he de venir en tu ayuda y mañana, con el poder de Dios, vencerás a toda esa gran muchedumbre de enemigos por quienes te ves cercado. Sin embargo, muchos de los tuyos destinados al descanso eterno recibirán la corona del martirio en el momento de vuestra lucha por el nombre de Cristo. Y para que no haya lugar a duda, tanto vosotros como los sarracenos, me veréis sin cesar vestido de blanco, sobre un caballo blanco, llevando en la mano un estandarte blanco. Por tanto, al punto de rayar el alba, recibido el sacramento de la penitencia con la confesión de los pecados, celebradas las Misas y recibida la Comunión del Cuerpo y la Sangre del Señor, no temáis acometer a los escuadrones de los sarracenos, invocando el nombre de Dios y el mío, teniendo por cierto que ellos caerán al filo de la espada”.
Aquí pongo un video que me ha emocionado.
Estos vídeos son increíbles.
Borro el mensaje, estaba equivocado.
Bueno como veo que el vídeo que puse anteriormente lo eliminaron ,pongo este que es casi idéntico.
http://www.youtube.com/watch?v=_nOdjPZEjoc
Últimamente Youtube está baneando mucho vídeos.
Pedro Menéndez de Avilés, «El Adelantado de la Florida»
JOSÉ RAMÓN MARTÍNEZ RIVAS
ROGELIO GARCÍA CARBAJOSA
SECUNDINO ESTRADA LUIS*
Pedro Menéndez de Avilés nació en 1519, en la villa asturiana de Avilés. Aún no había cumplido los 14 años cuando escapó de casa dirigiéndose a Santander, donde embarcó como grumete en una escuadra española que se disponía a zarpar para perseguir corsarios franceses. Dos años después regresó a Avilés, donde sus parientes, para retenerlo, lo casaron con una jovencita de 10 años llamada Ana María de Solís. Pero su espíritu inquieto y aventurero le hace abandonar, a las pocas semanas, su ciudad natal. Todavía no tenía 20 años cuando, con un navío y 50 hombres, apresó a dos barcos piratas franceses, liberando a 60 prisioneros españoles.
En 1544, el corsario Jean Alphonse de Saintonge capturó, a la altura del cabo Finisterre, 18 embarcaciones vizcaínas, llevando sus presas al puerto de La Rochela. Pedro Menéndez de Avilés persiguió al pirata francés hasta dicho puerto, donde recuperó cinco de los barcos y abordó a la capitana pirata Le Marie, dando muerte personalmente al mismo Alphonse y a muchos miembros de su tripulación. Haciendo caso omiso de las amenazas del gobernador de La Rochela, Pedro Menéndez salió de allí con las presas capturadas. El emperador Carlos V le autorizó a continuar persiguiendo facinerosos, pudiendo quedarse con todo lo que les tomase. De este modo, Pedro Menéndez de Avilés limpió de piratas las costas cantábricas y gallegas. Su fama y valentía eran ya tan notorias que Carlos V le encargó que le condujese a Flandes.
A partir de 1552 se tienen noticias de que el avilesino comienza a realizar viajes al Nuevo Mundo comandando diversos buques. Dos años más tarde, Felipe II le nombró «Capitán General de la flota de las Indias é por su Consejero, para que le fuese sirviendo dende la Coruña á Inglaterra, cuando se fué á casar con la C.R. María de Inglaterra, y ansí le sirvió muy bien» (Gonzalo Solís de Merás).
En 1556 y 1561 conduciría sendas flotas al Nuevo Mundo. En este último año, además de los barcos normales de la Armada, al avilesino se le encargó también que llevara dos navíos con 120 soldados para combatir la rebelión de Lope de Aguirre y sus «marañones».
A mediados de 1561, los 49 navíos que componían la Armada zarpan de Cádiz rumbo a las Indias. En el Caribe Pedro Menéndez divide la flota y manda a su hermano el Almirante Bartolomé Menéndez que lleve una parte a la ciudad panameña de Nombre de Dios, mientras él conduce el resto de los barcos a México.
Al regresar a España, Pedro Menéndez fue preso sin motivo aparente que lo justificase por los funcionarios de la Casa de Contratación de Sevilla. En la cárcel se encontró con su hermano Bartolomé, encarcelado también injustamente. Los jueces de la Casa, envidiosos de la suerte de los avilesinos, alargaron injustamente su prisión, tratándolos peor que a criminales convictos. Cuando ya llevaban cerca de dos años encarcelados y en vista del mal estado de salud de Bartolomé y de que los jueces de la Casa pretendían retenerles indefinidamente en prisión sin juzgarles, Pedro Menéndez de Avilés, por consejo de algunos amigos, logró su libertad bajo fianza y consiguió entrevistarse con Felipe II. Al poco tiempo se celebró su juicio y el de su hermano, siendo condenados, sin saber en qué cosas se basaban, a pagar solamente unas multas de 1.000 y 200 ducados respectivamente.
Pedro Menéndez de Avilés tenía un hijo llamado Juan, que, en uno de sus viajes, naufragó a la altura de las Bahamas. Según creía su progenitor, Juan Menéndez, con otros españoles lograron salvarse y alcanzar la costa de La Florida, donde fueron capturados por los indígenas. Por ello, deseoso de encontrar a su hijo, había decidido ir al Nuevo Mundo para buscarlo. Pero al tener conocimiento de que el rey Felipe II preparaba una gran armada para expulsar a los protestantes hugonotes de La Florida, se ofreció para dirigir tal empresa, ofrecimiento que el monarca aceptó, pues el avilesino era el hombre más idóneo para llevar a buen fin tales planes.
Inmediatamente, Pedro Menéndez empezó a organizar una gran flota en los puertos de Cádiz, Gijón, Avilés y Cantabria. Estando en estos menesteres recibió un comunicado del embajador español en Francia indicándole que el capitán Jean Ribault había zarpado del puerto de La Rochela hacia La Florida con tres barcos de gran porte y 600 piratas. Con intención de adelantarse a ellos y prepararles en La Florida el recibimiento que merecían, el Adelantado, sin esperar a la flota del Cantábrico, zarpó, el 28 de julio de 1565, de Cádiz rumbo a las Canarias. Su flota la componían 11 navíos, a bordo de los cuales iban 995 soldados, 117 labradores con sus familias y algunos religiosos. En las Canarias tenía que incorporarse la flota del Cantábrico mandada por Esteban de Alas. Según Solís de Merás, la escuadra en su conjunto constaba de 26 barcos y 2.646 personas, sufragando la mayoría de los gastos el propio Adelantado, invirtiendo cerca de un millón de ducados.
Mal empezó la expedición, pues en mitad del Atlántico la flota fue sorprendida por un huracán que la dispersó, obligando a alguna de ellas a retornar al punto de inicio de la travesía. La nave capitana, El Pelayo, y un patax consiguieron llegar a Puerto Rico, aunque en muy precarias condiciones. Días después, el 9 de agosto, arribaron a la isla otras cinco naves en parecido estado. En Puerto Rico, Pedro Menéndez embarcó más hombres y diverso material, dirigiéndose sin más escalas a La Florida. El 28 de agosto de 1565 arribaron a sus costas y exploraron un puerto natural, que bautizaron con el nombre de San Agustín en honor al santo del día.
Los indígenas a quienes interrogó le indicaron que los franceses estaban más al Norte. Siguiendo la dirección apuntada, los españoles avistaron, el 4 de septiembre, a cuatro galeones franceses fondeados a la entrada del río San Juan. A unos cientos de metros de allí, río arriba, en Fort Carolina, estaban anclados otros siete barcos hugonotes de menor porte. El Adelantado convocó consejo de guerra, comunicando a sus oficiales su intención de atacar de inmediato a aquéllos, pero trataron de disuadirle argumentando que era una temeridad hacerlo en aquel momento, pues la flota francesa era muy superior a la española –seriamente dañada a causa de la acción del huracán sufrido en la travesía del Atlántico–, y que era mejor esperar a que llegasen los demás navíos. Pero el avilesino logró imponer su voluntad. La sorpresa y la audacia serían sus mejores armas.
A medianoche los barcos españoles entraron en el río colocándose entre la costa y los navíos franceses para impedirles el desembarco, y en una acción muy propia del Adelantado, éste colocó la proa de El Pelayo a pocos metros de la proa de la capitana francesa. Terminada la maniobra, el Adelantado ordenó encender las luces y tocar las trompetas y clarinetes, preguntando a los otros de dónde eran, qué hacían allí y a qué religión pertenecían. Los hugonotes respondieron que eran de Francia, que traían hombres y providencias a La Florida y que su capitán era Jean Ribault. Luego de identificarse, Pedro Menéndez les invitó a que se rindiesen, recibiendo como respuesta risas burlonas e insultos. Pero los franceses, cuando vieron que los españoles iniciaban el abordaje, rompieron las amarras y huyeron a mar abierto. Toda la noche los persiguió el asturiano sin lograr darles alcance, regresando al puerto de San Agustín donde como primera medida ordenó edificar un fuerte en torno a una gran choza que les dio el cacique del lugar. Después, el día 6, hizo desembarcar 200 hombres y al día siguiente mandó entrar en el puerto a los tres barcos de menor calado, de los cuales bajaron 300 hombres, provisiones, municiones y aperos de labranza. El día 8, el Adelantado bajó a tierra con gran pompa y disparos de artillería. Celebróse una misa y acto seguido el avilesino tomó posesión de la tierra en nombre del rey de España. Todo ello bajo la curiosa mirada de numerosos indígenas que habían acudido a ver a los extranjeros, dándoles los españoles de comer a todos.
Temiendo que los piratas se apoderasen de dos de los barcos que por su mayor calado y los bajíos del litoral no podían entrar en el puerto, el Adelantado ordenó el desembarco al resto de los hombres y el diverso material que transportaban, despachándolos acto seguido uno a España y el otro a Santo Domingo para que esperase al resto de la escuadra que aún no había llegado. A las pocas horas de haber zarpado los dos barcos, llegaron a la vista de San Agustín cuatro galeones y dos pinazas franceses con 600 hombres a bordo y fuerte artillería. Durante horas los piratas merodearon en torno al puerto sin atreverse a atacar. En esto se desencadenó un huracán, tan frecuente en la zona, obligando a los franceses, mandados por el propio Jean Ribault, a alejarse de San Agustín en busca de un refugio seguro. Sospechando que la flotilla francesa no regresaría a Fort Carolina por culpa del temporal, Pedro Menéndez tuvo la temeraria idea de asaltar directamente la base pirata. El día 16, tras dejar a su hermano Bartolomé como gobernador interino de San Agustín, se puso en marcha al frente de 500 soldados.
Como guías llevaba a dos caciques indígenas y a un francés prisionero que meses antes había estado en Fort Carolina. Para aligerar la marcha, cada hombre llevaba sus armas y una mochila con víveres para ocho días. En vanguardia caminaba el Adelantado al frente de 20 asturianos y vizcaínos abriendo con sus hachas y espadas camino por entre la intrincada selva. Las lluvias torrenciales habían sacado de madre a los ríos de la región, convirtiendo la zona en un continuo pantano. Después de cuatro días de fatigosa marcha llegaron a pocos kilómetros del fuerte francés, pasando la noche en un pantano cuyas aguas les llegaban por la cintura y todo ello bajo una torrencial lluvia que les inutilizó sus armas de fuego. Algunos de los expedicionarios dicen, en voz alta, lo que piensan del asturiano, nada bueno por cierto. Éste los oye pero prefiere callar.
Al amanecer, una avanzadilla descubre Fort Carolina y liquida a los centinelas. Luego penetra en el recinto matando a quienes hallaba al paso. Minutos después, Pedro Menéndez entra con el resto de sus hombres ordenando tajantemente que se respete la vida a las mujeres y niños menores de 15 años. El alboroto en el patio del fuerte despertó a todos los piratas que se hallaban tranquilamente durmiendo. El alcalde de la fortaleza, René Ludonnière, y otros 60 hugonotes consiguieron, en la confusión, saltar la muralla y escapar con lo puesto a la selva. Los demás, unos 142, fueron muertos, salvándose solamente las mujeres y los niños, unos 70 en total. Los atacantes, por su parte, sólo tuvieron un herido.
Pero la lucha aún no había concluido. Anclados junto al fuerte se encontraban dos barcos españoles, que había capturado Jean Ribault en su travesía del Atlántico, otro que estaban construyendo y tres naves de mayor porte mandadas por Jacques Ribault, hijo de aquél. Pedro Menéndez se apoderó de los tres primeros barcos que estaban desprotegidos e invitó a los ocupantes de los otros navíos a que se rindiesen, prometiendo dejarles regresar en una nave a Francia con las mujeres y niños del fuerte. Al ser rechazada la propuesta, los españoles dispararon con uno de los cañones del fuerte con tan buena puntería que dio de lleno en uno de los barcos piratas hundiéndolo en pocos minutos. Sus tripulantes pasaron rápidamente a las otras naves, que huyeron río abajo hacia el mar.
Inmediatamente, el Adelantado despachó varias patrullas en persecución de los franceses que habían huido a la selva. Una veintena de ellos fueron abatidos a arcabuzazos. Los indígenas capturaron a otros 12, que entregaron al jefe español, quien los envió, junto con los demás prisioneros, a España.
En el fuerte conquistado, que los españoles bautizaron como San Mateo, se encontraba gran cantidad de armas, municiones y, sobre todo, gran abundancia de víveres y ropa, que tanto necesitaban los expedicionarios españoles.
Temiendo que en su ausencia el grueso de la flota de Jean Ribault atacase San Agustín, Pedro Menéndez, dejando el fuerte San Mateo al capitán Gonzalo de Villarroel con 300 soldados, emprendió el regreso a la recién fundada colonia. La vuelta fue aun más extenuante que la ida. Seguía lloviendo torrencialmente y la selva estaba completamente anegada. El ritmo que marcó el Adelantado fue tan acelerado que en tres días llegó a San Agustín, dejando a muchos de sus acompañantes rezagados. Días después de su llegada recibió a varios nativos que le revelaron que varios centenares de franceses habían naufragado al sur de allí. El 28 de septiembre, el avilesino, con 40 hombres, salió a comprobar la noticia, hallando al otro lado de un brazo de mar a 200 piratas. Escondiendo a sus hombres para que el enemigo no advirtiese su escaso número, Menéndez de Avilés interrogó a los piratas, quienes afirmaron que pertenecían a la flota de Jean Ribault, la cual había naufragado en la costa a consecuencia del huracán y que pensaban dirigirse a Fort Carolina. Al saber que el fuerte tenía otros dueños, los piratas se rindieron sin condiciones. Recordando las tropelías que éstos habían cometido contra ciudades, barcos y pasajeros españoles, el Adelantado ordenó degollar allí mismo a los prisioneros. Sólo se salvaron ocho, que confesaron ser católicos.
El 10 de octubre llegó a San Agustín otro grupo de indios informando a los españoles que en el mismo sitio de antes se encontraba gran número de piratas. Pensando que quizá se tratase del mismo Jean Ribault con el resto de sus hombres, Pedro Menéndez se dirigió de nuevo hacia aquel lugar con 150 soldados. Ciertamente era este jefe pirata quien con 350 hugonotes pretendía convencer al asturiano para que los dejase pasar libremente, incluso le ofreció más de doscientos mil ducados. Pero todo fue en vano. Por último, 150 franceses, con Ribault a la cabeza, decidieron rendirse sin condiciones. Éstos no ignoraban que Pedro Menéndez había mandado dar muerte al anterior grupo de hugonotes, pues él mismo se lo dijo. En cambio, 150 franceses rechazaron la idea de entregarse, prefiriendo internarse en los bosques. Como la vez anterior, el Adelantado ordenó atar a los prisioneros y conducirlos detrás de unos matorrales, donde fueron todos ejecutados. Sólo salvaron la vida «los pífanos, atambores é trompetas é otros 4 que dixeron ser católicos, que eran en todos 16 personas: todos los demás fueron degollados» (Gonzalo Solís de Merás). Este lugar se conocería en el futuro como Matanzas.
Unas semanas después, unos nativos dieron cuenta a los españoles de que no lejos del cabo Cañaveral se encontraba otro grupo de franceses que construía un fuerte y un navío. Pedro Menéndez, al frente de 150 soldados, se dirigió por tierra hacia aquel lugar. Siguiéndole iban por mar tres navíos que transportaban 100 hombres, municiones y provisiones para 40 días. Al llegar a la altura de los enemigos, éstos huyeron a los bosques inmediatos. Envió, por entonces, el avilesino tras ellos a un trompeta francés con la promesa de que si se rendían les respetaría la vida y los trataría como a españoles. Ciento cincuenta de ellos así lo hicieron, pero otros 20 se negaron, prefiriendo internarse en la selva y morir a manos de los indios. Como había prometido, el Adelantado trató a los rehenes humanitariamente y, pese a la escasez de alimentos, les proporcionó las mismas raciones de comida que a sus compatriotas.
Tras quemar el fuerte y el navío, los españoles prosiguieron el camino hacia el sur, ahora con intenciones exploratorias. El 4 de noviembre llegaron a una aldea india llamada Ays, siendo recibidos amistosamente por el cacique de la zona. Como la falta de provisiones apremiaba, Menéndez de Avilés decidió dejar aquí a gran parte de sus hombres e ir personalmente a Cuba a buscar víveres. Para evitar roces entre los europeos y los indígenas, trasladó a sus hombres a tres leguas de Ays, donde edificó un fuerte de madera que llamó Santa Lucía, dejando como jefe de la guarnición al capitán Medrano, dirigiéndose luego a Cuba con 50 soldados y 20 prisioneros franceses.
En La Habana se encontró con su sobrino, Pedro Menéndez Marqués, quien había llegado días atrás con varios barcos de la flota del Cantábrico. Varias semanas permaneció el avilesino en la isla caribeña buscando más socorro para los colonos de La Florida. Pero el gobernador de Cuba, García Osorio, envidioso de los éxitos de aquél, le obstaculiza en lo posible negándole la ayuda que le pedía.
A principios de enero de 1566, arribaron a La Habana dos barcos de la flota del Cantábrico, capitaneadas por Esteban de las Alas. Posteriormente llegó un emisario real comunicando al Adelantado que los franceses preparaban una gran armada para conquistar La Florida e islas del Caribe. Para contrarrestar tal fuerza, Felipe II le enviaba una flota de socorro de 17 buques y 1.500 hombres al mando del general Sancho de Arciniega.
El 10 de febrero de ese mismo año, Pedro Menéndez, al frente de una pequeña flotilla, zarpó de La Habana en dirección a la costa occidental de La Florida fondeando cerca de un pueblo de los indios calusas. Según sus informes, en esta zona había varios náufragos, españoles prisioneros de los nativos. El cacique del lugar, Carlos, acogió pacíficamente al jefe español, quien con regalos y buenas maneras consiguió que aquél liberase a un grupo de náufragos españoles –ocho hombres y dos mujeres–, pero para su desilusión ninguno de ellos era su hijo Juan. En prueba de amistad, el jefe indio dio al español una hermana suya como esposa. Luego de enviar a doña Antonia –como bautizaron a la india– a La Habana para que fuese instruida en la religión católica, el Adelantado se dirigió a San Agustín, encontrando a la población de la colonia totalmente alterada.
En su ausencia habían tenido lugar en San Agustín y en San Mateo diversos tumultos provocados por los soldados y colonos que, descontentos a causa de la pobreza de la región y la miseria continua en que vivían, se habían amotinado contra sus jefes, apoderándose de varios barcos con el objetivo de dirigirse a Cuba para luego pasar al Perú o México. Pedro Menéndez logró atajar drásticamente la sublevación permitiendo a los descontentos –unos cien– trasladarse a Santo Domingo. Más tarde, el inquieto avilesino se dirigió al actual Estado de Georgia donde según sus informes habían recalado algunos de los franceses huidos.
Con tres barcos y 150 hombres exploró las costas de Georgia y la zona meridional de Carolina del Sur, visitando las tribus indias de la zona, tratando siempre con afabilidad a sus miembros. Reconcilió a viejos enemigos, como los caciques de Gaule y Orista. Por todos los lugares que pasaban los españoles venían a visitarles numerosos indígenas que les decían que «querían ser cristianos y que les diese una cruz y algunos de los suyos para que los enseñasen en su tierra» (G. Solís de Merás). Antes de regresar, los expedicionarios españoles edificaron en el territorio de Orista, en Punta Elena –Carolina del Sur–, un fuerte de madera, el San Felipe, dejando en él una guarnición de 110 soldados a las órdenes del capitán Esteban de las Alas.
El abastecimiento de víveres constituía el principal problema con el que se enfrentaban los colonos de La Florida. De vez en cuando llegaban barcos con provisiones, pero a todas luces eran insuficientes. Como último recurso los españoles se dedicaban a buscarlos en la selva o en las aldeas indias cercanas, encontrando siempre la hostilidad de los guerreros del cacique Saturiba. Este poderoso jefe indio controlaba el territorio comprendido entre San Agustín y el fuerte San Mateo. Saturiba, gran amigo de los franceses, haciendo caso omiso de los mensajes de paz y amistad que le enviaban los españoles, se dedicó a atacar a las patrullas de soldados que se internaban en los bosques en busca de alimentos, llegando incluso a sitiar e incendiar el fuerte de San Agustín.
Con este panorama se encontró el Adelantado al llegar a la capital de la colonia. Tras reedificar en mejor sitio el fuerte de San Agustín, se trasladó a Cuba en busca de auxilio. Pero de nuevo las autoridades de la isla le negaron todo tipo de ayuda. Como último recurso vendió sus joyas, comprando maíz y cazabe que llevó en tres navíos a La Florida, encontrándose al llegar al fuerte de San Mateo con la agradable noticia de que la flota de Sancho de Arciniega –17 barcos, 1.500 hombres y abundante comida– había arribado a San Agustín. El general Arciniega traía, además, para el asturiano unos despachos reales en los que Felipe II le encargaba que fortificase las principales islas del Caribe para repeler el presunto ataque de la escuadra francesa. Mientras se descargaban los navíos, Pedro Menéndez decidió explorar el río San Juan. Con tres barcos y 150 hombres remontó el citado río a lo largo de 150 km. Visitó las diversas tribus indias ribereñas, haciendo las paces con los caciques de esta región, prohibiendo siempre a sus soldados que molestasen a los aborígenes y que robasen en los poblados que encontraban abandonados. Según los nativos, el río San Juan nacía en una gran laguna llamada Maimi. El Adelantado quiso llegar hasta allí y ver si la laguna comunicaba con el territorio del cacique Carlos, pero no pudiendo remontar más el río regresó a la costa, dirigiéndose entonces a los fuertes de San Mateo y San Felipe para inspeccionarlos. Desde este último lugar, despachó al capitán Juan Pardo junto con 150 soldados, encargándole que explorase el interior del país en dirección a México, que hiciese amistad con los indígenas que hallase y que edificase algunos fuertes en los sitios que mejor estimase. En Guale, a petición de los indígenas del lugar que les pedían «cruces é cristianos para que les enseñasen á ser cristianos» (G. Solís de Merás), el Adelantado dejó a un capitán con 30 soldados. También envió al territorio de los calusas al capitán Francisco de Reinoso con otros 30 soldados para que edificasen un fuerte y adoctrinasen a los nativos.
A diferencia de la mayoría de los conquistadores españoles, que aprovechaban las rivalidades existentes entre las diferentes tribus indias para consumar su dominación, Pedro Menéndez puso siempre todo su empeño en poner fin a las guerras tribales, haciendo todo lo posible para la reconciliación de los jefes indios enemistados. Así, nada más terminar su misión de fortificar las principales poblaciones de las islas de Cuba, La Española y Puerto Rico, se dirigió al territorio de los calusas, poniendo fin a las diferencias de su jefe con Tequesta –otro cacique que habitaba en el extremo sur de La Florida– y con Tocobaga, que controlaba un amplio territorio alrededor de la bahía de Tampa. En los dominios de estos tres jefes nativos constituyó el Adelantado tres fuertes, dejando en ellos pequeñas guarniciones de soldados junto con algunos religiosos para que realizasen su misión evangelizadora entre los indios.
Para conseguir la amistad del influyente Saturiba, único cacique de La Florida que aún no se había sometido a los españoles, Pedro Menéndez concertó con él una entrevista cerca del fuerte de San Mateo. Saturiba acudió al lugar de la reunión pero se negó a entrevistarse personalmente con el jefe español. Éste, al percatarse de que varios centenares de indígenas le esperaban emboscados para atacarle nada más desembarcar, regresó a San Agustín haciendo saber a Saturiba «que siempre había deseado ser su amigo, y entonces lo deseaba también, é que le pesaba mucho porque él no lo quería ser, é que, dende entonces en adelante, le tuviese por su enemigo, é que por los cristianos que á traición le había muerto, él le mandaría cortar la cabeza, ó echar de su tierra» (G. Solís de Merás). Días más tarde, el avilesino organizó una expedición de castigo con resultados negativos, pues Saturiba había huido sin dejar rastro.
La situación crítica en que se hallaba la colonia –falta de víveres, malestar de la tropa por el retraso en abonar su salarios, etc.– decidió a Pedro Menéndez a volver a España para solicitar ayuda. Felipe II no sólo se la dio, sino también le nombró gobernador de Cuba. El 29 de junio de 1568, el Adelantado se hallaba de nuevo en San Agustín con refuerzos. En los años siguientes su actividad se multiplicó: fundó en Cuba un seminario para instruir a los indígenas de La Florida, se trasladó a Axacán, misión situada en la bahía de Chesapeake (Estado de Virginia) para castigar a los nativos que asesinaron a los misioneros jesuitas allí establecidos, exploró gran parte de las costas de los actuales estados de La Florida, Georgia, Carolina del Sur y del Canal de Bahamas, limpió de corsarios las costas americanas.
El 10 de enero de 1574 Felipe II le nombró capitán general de la poderosa armada que se preparaba en secreto para ayudar a Requesens a sofocar la rebelión en Flandes –bajo dominio español–. El 8 de septiembre de ese mismo año se posesionó en Santander la flota, que se componía, según asegura su cuñado, el cronista Gonzalo Solís de Merás, de 800 velas y 20.000 hombres, pero ese mismo año enfermó gravemente –víctima de un «tabardillo maligno»–, falleciendo el 17 de septiembre, a la edad de cincuenta y cinco años. Su cadáver fue enviado a Avilés, siendo sepultado en la iglesia de San Nicolás. En 1957 fueron trasladados sus restos a la iglesia de San Francisco.
EL COMBATE DE EDCHERA Y LA XIII BANDERA.
En enero de 1958, Marruecos redobló su dedicación a la campaña contra España, reorganizando todas las unidades militares en territorio español, como el Ejército de Liberación Sahariano. Mientras tanto, la IX Bandera de la Legión es enviada al Sáhara español a reforzar las tropas allí estacionadas.
El 12 de enero, una columna del Ejército de Liberación Sahariano atacó la guarnición española en El Aaiún. Derrotados y forzados a retirarse por los españoles, esta columna centró sus esfuerzos en el sureste de la colonia. La oportunidad se presentó al día siguiente en Edchera, donde dos compañías de la Decimotercera Bandera de la Legión estaban llevando a cabo una misión de reconocimiento. Deslizándose sin ser vistos por entre las dunas junto a las columnas españolas, los marroquíes abrieron fuego.
Emboscados, los legionarios lucharon para mantener la cohesión, repeliendo los ataques con fuego de mortero y armas ligeras. El episodio principal de la lucha lo protagonizó el primer pelotón, el cual se negó obstinadamente a retroceder ante el fuego marroquí, hasta que el enorme número de bajas le forzó a retirarse. Los sangrientos ataques continuaron hasta la caída de la noche, cuando las fuerzas marroquíes, demasiado desperdigadas y sin hombres suficientes para continuar el ataque, se desvanecieron en la oscuridad.
También la Orden de la Comandancia del día 30 de diciembre de 1957, publica una felicitación del Coronel Comandante Militar del Aaiún, a las fuerzas de la XIII Bandera que realizaron la operación sobre el Meseieid el día 22, citando como distinguidos al Comandante Jefe de la Bandera, al Capitán Jefe de la Agrupación de vanguardia, Agustín Jáuregui Abella, y al Cabo 1º de la 2ª Cía. de la misma Bandera, Jaime López Núñez.
A principios del año 1958 se encuentra toda la XIII Bandera reunida en su acuartelamiento del Aaiún, sin novedades dignas de mención, hasta el día 13, en que ha de empeñarse en el combate más cruento e importante de todos los que tuvieron lugar durante la Campaña de Ifni-Sahara.
El día 13 de enero de 1958, la XIII Bandera al mando del Comandante Rivas Nadal, salió de El Aaiún a las 7 de la mañana, ahora por la orilla derecha de la Saguia, en dirección a Edchera, con la misión de ejecutar un reconocimiento sobre esta zona y obtener información de contacto. En vanguardia marchaba la 2ª Compañía, al mando del Capitán Jáuregui, con la misión de alcanzar rápidamente el paso de Edchera por el este. La 3ª Compañía, mandada por el Teniente Vizcaíno, progresaba por el mismo borde de la Saguia cubriendo el flanco derecho del dispositivo. La 1ª Compañía, del Capitán Girón Mainar, en reserva, vigilaba el flanco este. La 5ª Compañía, de apoyo, mandada por el Capitán Villar, contaba con 1 pelotón de ametralladoras y 1 Sección de morteros de 81, ya que el resto de las armas habían sido asignadas a las Compañías de fusiles.
La Bandera progresaba rápidamente por los llanos de Ammat Amasir y tras rebasar el pozo de Bujcheibia y encontrándose a unos 2.000 metros de Edchera, recibió los primeros disparos de un enemigo que ocupando bastante frente estaba perfectamente cubierto de vistas y fuegos aprovechando las trincheras y oquedades en el borde este de la Saguia. En la otra orilla, en la zona del Meseied había otro grupo que intervino con posterioridad. La Compañía de vanguardia avanzó para establecer contacto con el enemigo y fijarlo, por lo que la Sección del Teniente Gamborino marchaba en primer escalón y estaba dotada de vehículos ligeros, se lanzó a toda velocidad sobre el adversario, siendo detenida enseguida por el intenso fuego que recibió a resultas del cual fue muerto su Teniente.
La Bandera inició un movimiento de envolvimiento por el sur que llevó a cabo la 1ª Compañía, mientras la 2ª y 3ª fijaban al adversario. Estas, a pesar de la fortísima resistencia que encontraron, avanzaron hasta alcanzar una línea jalonada por el borde de la Saguia a unos 100 ó 300 m de las posiciones enemigas. No obstante, el Capitán Jáuregui, con la Sección del Teniente Carrillo, logró adelantarse y alcanzar el paso, llegando hasta el fondo de la Saguia en una zona en que su lecho estaba salpicado de numerosos y pequeños montículos, mientras que la otra Sección de la Compañía, mandada por el Teniente Ochoa, intentaba sin éxito el asalto sobre una de las pequeñas alturas al oeste de la entrada del paso.
El Capitán Jáuregui, llevado de un enorme espíritu de acometividad y tratando de impedir el posible repliegue del contrario a través del cauce hacia Tafudart, siguió avanzando con sus legionarios, teniendo que sostener un violentísimo combate a corta distancia con un núcleo que los envolvió al que se añadió otro muy numeroso que descendió del Meseied, muriendo él y todos los hombres que le seguían.
Mientras tanto la 3ª Compañía que, como dijimos anteriormente, marchaba flanqueando por el mismo borde este de la Saguia, al alcanzar un gran espolón que se adentraba sobre su cauce, recibió un fuego muy nutrido del enemigo, resultando muerto el Teniente Gómez Vizcaíno y herido el Teniente Lafuente. A continuación, el adversario intentó desbordar a la Compañía por el norte, por lo que se decidió sacar a la 1ª Compañía de la posición alcanzada al sur de Edchera, dándole la misión de reforzar a la 3ª al mismo tiempo que una de sus Secciones, la del Brigada Fadrique, fue asignada a la Compañía del Capitán Jáuregui. El enemigo, cuyos efectivos se estimaron en unos 500 hombres, rompió el contacto durante la noche debido al enorme quebranto sufrido retirando el armamento de sus bajas
En el reconocimiento efectuado al amanecer se evacuaron a nuestros muertos y se encontraron unos 50 cadáveres del adversario estimándose que sufrió otras 200 bajas más. Por nuestra parte hubo que lamentar las muertes del Capitán Jáuregui, Tenientes Gómez Vizcaíno y Martín Gamborino, Brigada Fadrique, Sargentos Simón González, Arroyo y Fernández Valverde, 4 Cabos primeros, 4 Cabos y 22 legionarios, en total 37 muertos. Heridos: 2 Tenientes, 2 Sargentos, 3 Cabos primeros, 6 Cabos y 37 legionarios, en total 50. A estas bajas hay que sumar las de 1 Cabo primero muerto y un Cabo herido de la 2ª Compañía de la IV Bandera que había acudido a reforzar a la XIII. Por esta acción les sería concedida la Cruz Laureada de San Fernando al Brigada Francisco Fadrique Castromonte (un veterano del 3er Tercio) y al legionario Juan Maderal Oleada con fechas 10 de enero de 1961 y 5 de enero de 1966.
También fueron citados como distinguidos varios Suboficiales y personal de tropa de la XIII Bandera.
La Batalla de Edchera se saldó con 37 legionarios muertos y 50 heridos, unas cifras que podrían haber sido mucho mayores si no hubiese sido por el sacrificio de los dos laureados. Por su parte, tras el combate se encontraron 50 cadáveres de los combatientes saharauis que se estima que murieron alrededor de doscientos.
A pesar de la heroicidad de estos hombres, su historia es completamente desconocida para la mayoría de españoles. En cualquier otro país, esta batalla sería conocida por todos, pero sin embargo la mayoría de los españoles ni siquiera han oído hablar del conflicto del cual formó parte, y es por ello que la Guerra de Ifni es también conocida como Guerra Olvidada. Peor aún resulta el hecho de que si hoy, día 13 de enero de 2008 buscamos la palabra “Edchera” en el buscador de noticias de Google tan solo obtenemos dos resultados, ambos de diarios regionales. Ni siquiera los diarios nacionales presuntamente patriotas se hacen eco de esta efeméride.
Transcurrió el resto del mes, así como parte de febrero con relativa tranquilidad, hasta el día 10 de este mes, en que formando parte del Grupo de Combate Norte de la Agrupación A, recibió de llevar a cabo un reconocimiento ofensivo de la Zona de la Saguía hasta Edchera y ocupación de este paso, llegando sin novedad a las 10.00 horas. A las 12.00 horas recibió orden de atravesar la Saguia para unirse al resto de la Agrupación, que se encontraba al Sur de la misma, y al efectuar este movimiento fue atacada la extrema retaguardia por núcleos de bandas armadas que abrieron fuego intenso sobre ella. La 1ª Cía. que formaba parte de dicho escalón, reaccionó rápidamente y repelió el ataque. La 2ª Cía. tuvo como misión reforzar la vanguardia de la Agrupación que había establecido contacto con el enemigo, contacto que se mantuvo hasta las 17,45 horas. El resto de la Bandera ocupó el terreno Sur de la Saguía, protegiendo a la 1ª Cía.. Una Sección de esta recibió orden a las 20.00 horas de proteger los automóviles acorazados que quedaron averiados en el paso de la Saguía, manteniendo, desde esta hora hasta las 06.15 horas del día siguiente, fijado al enemigo. A dicha hora recibió la orden de unirse a su Compañía, una vez recuperados los dos vehículos.
La moral de la Bandera fue excelente durante toda la jornada, combatiendo con verdadero espíritu legionario. Por nuestra parte tuvimos un Cabo 1º y dos legionarios heridos, que fueron evacuados en helicóptero al Aaiún.
Continúan los días siguientes del mes de febrero, las misiones de reconocimiento ofensivo, sin encontrar enemigo ni resistencia alguna, teniendo que luchar solamente con el fuerte viento Siroco, que hacía muy penoso y dificultaba el avance.
El día 18 la 3ª Cía. de la Bandera releva en Edchera a la 11ª Cía. de la IX Bandera, que guarnecía dicha posición.
El día 20, encontrándose la Bandera en Smara, se recibe la siguiente felicitación del Coronel Jefe de la Agrupación A: Finalizando brillantemente el ciclo de operaciones, tengo el honor de poder felicitar efusivamente a cuantos formando parte de la Agrupación A, habéis estado bajo mis órdenes, dando ejemplo, desde el 2º Jefe hasta el último soldado, de valor, abnegación, espíritu de sacrificio, patriotismo y voluntad sin límites, para vencer toda clase de dificultades, contribuyendo con ello, eficazmente, al logro de todos nuestros objetivos.
El día 21 de abril de 1958 se recibe la siguiente felicitación de la Jefatura de Tierra, Mar y Aire de Canarias y A.O.E.:
S.E. el Generalísimo se ha dignado dirigir a las tropas de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire que operan en los territorios de Ifni y Sáhara, su felicitación y saludo con motivo de la reciente Campaña. Al hacer públicas estas honrosas manifestaciones, me es grato transmitirlas por medio de la presente Orden, a los Generales, Jefes, Oficiales, Suboficiales y Tropa de las expresadas tropas armadas para su estímulo y satisfacción.- López Valencia.
Con esta felicitación, parece darse por finalizado el periodo de operaciones de guerra, como sucedió en efecto, pues ya no hubo más encuentros con partidas armadas del enemigo. La Legión, como en anteriores Campañas, cumplió fielmente todos los espíritus del Credo legionario que dictó su Fundador D. José Millán Astray.
El día 27 de agosto de 1958, recibe la XIII Bandera orden de dirigirse a la playa de H. Aotman para embarcar con rumbo a Sidi-Ifni, en la fragata “Magallanes” y en el minador “Eolo”, zarpando el mismo día la fragata y al día siguiente el minador, que al amanecer del día 29 se encuentran frente a las playas de Sidi-Ifni, no pudiendo efectuarse las operaciones de desembarco por medio de barcazas anfibias, a causa del mal tiempo y del estado de la mar.
Hasta el día 2 de septiembre permanece la XIII Bandera en los citados barcos de la Marina Española, sin poder desembarcar por persistir el fuerte temporal. Dicho día zarpan ambos buques hacia Las Palmas de Gran Canaria, con objeto de reponer víveres y hacer aguada, regresando a las costas de Sidi-Ifni el día 5 de ese mismo mes a las 08.00 horas, permaneciendo la fuerza a bordo hasta que al fin el día 6, calmada la mar, se inician las operaciones de desembarco de personal y material, que quedan terminadas el día 7, instalándose la XIII Bandera en el Acuartelamiento que había ocupado la VI Bandera hermana, en las proximidades de la Plaza.
Desde esta fecha, la XIII Bandera al mando de su Comandante, alterna marchas, convoyes y entrenamientos con el trabajo para mejorar y ampliar su Acuartelamiento, situado en las inmediaciones de Sidi-Ifni, al pie del monte Bul A Lam, consiguiendo, como es norma en La Legión, poseer un Acuartelamiento magnífico, dotado de toda clase de servicios y comodidades, mereciendo especial mención el moderno polideportivo, con pistas para todos los ejercicios físico-militares.
El día 7 de diciembre de 1960 asciende a Teniente Coronel el Comandante Jefe de la Bandera, Ricardo Rivas Nadal, haciéndose cargo de dicho mando, con carácter accidental, el Capitán más antiguo, quien lo ostentó hasta el día 5 de febrero de 1961, en que por haber sido nuevamente para su mando el citado Teniente Coronel, se hace cargo de ella, cesando el mencionado Capitán.
El día 20 de febrero de 1966 el Teniente Coronel Jefe de la Bandera es destinado como Jefe de Estado Mayor a la Brigada de Alta Montaña, por O.C. de 10 del mismo mes, haciendo entrega del mando accidental al Comandante de Infantería José Rojas Sans, a quien por ordenanza correspondía.
En abril de ese mismo año se celebra en la Bandera un solemne y emotivo acto: El día 24 se hace entrega por el Comandante Jefe Accidental, ante la Unidad formada, de la Cruz Laureada de San Fernando a los padres del legionario Juan Maderal Oleaga, muerto heroicamente en la acción de guerra el día 13 de enero de 1958 en el combate Edchera. Esta recompensa le fue concedida por D.O. nº 5 de fecha 5 de enero de 1966.
Con otros actos solemnes, trabajo y dedicación de esta Bandera, se llega hasta un día de junio de 1066 en que se cierra otro capítulo de esta heroica Bandera, que desaparece como tal Unidad yendo sus componentes a engrosar las filas de los Tercios Saharianos 3 y 4, en el Aaiún y Villa Cisneros.
El guión de la XIII Bandera va a descansar en un museo. Ya no flameará al soplo del viento del Atlántico por los montes Bul A Lam y Buyarifen, pero en las mentes y en los corazones de todos cuantos han pertenecido a ella, vivirá siempre el recuerdo de los hechos realizados en tierras saharianas, y al recordarlos, brotará de lo más íntimo de sus almas una oración por los que cayeron en el desierto.
¡¡Viva España!! ¡¡Viva la Legión!! ¡¡Vivan los paracaidistas!!
http://www.youtube.com/watch?v=fFo_R3isTdY
Si bien Jaume Miravitlles, antiguo oficial del Ejército compañero de Lizcano de la Rosa, se equivoca o miente. El cristiano no alberga odio en su corazón, y menos al morir como tal. Está claro que esta confesión de parte buscaba la famosa "teoría del empate", pero su testimonio no hace sino realzar la majestuosa figura de los que supieron morir con honor de católicos y españoles.
http://www.geocities.com/atoleiros/images/milhoes1.jpg
MILHAIS, Aníbal Augusto
ficou mais conhecido pelo Soldado Milhões. Nasceu na paróquia de Valongo (lugar de Carvas) do concelho de Murça, em 9 de Julho de 1895. Em 30.7.1915 foi incorporado no Reg. Infantaria 30, de Bragança. Pouco depois foi transferido para o R.I. 19, sediado em Chaves. Dali é mobilizado para integrar o Corpo Expedicionário Português, constituído por 55 mil homens, entre oficiais, sargentos e praças para a I Grande Guerra (Flandres). Já em França é integrado no R.I. 15 que saíra de Tomar. Esses acontecimentos bélicos culminaram, em La Lys, no dia 9 de Abril de 1918, com o desfecho inglório para as tropas aliadas, a que Portugal pertencia e durante o qual se distinguiu o Soldado Milhais, que tinha o n.° 469.
Quando a batalha estava, praticamente perdida, os mortos cobriam o chão e a esperança na vitória era nula, o soldado transmontano, completamente transfigurado, faminto e sem comandos a dar lhe orientações, teimou em fazer fogo com a sua metralhadora, à qual, ironicamente, chamava a "menina", iludindo o inimigo. Quando as suas munições acabaram abasteceu se nos seus colegas mortos, fazendo fogo em todas as direcções e levando o Inimigo a pensar que se tratava de um exército numeroso e fresco.
No dia 15.7.1918 a Ordem de Serviço n.° 15 do Batalhão publicava um rasgado louvor, conferido pelo Major Ferreira do Amaral, onde se exaltava a bravura e sangue frio do pequeno soldado (com 1,55m) que se chamava Milhais mas que valera por milhões. Daí o apelido por que ficou mais conhecido. Em 2.2.1919 regressou à sua terra, casando com Teresa de Jesus Milhais, de quem teve nove filhos. Em 8.7.1924 o Parlamento alterou, através de uma Lei, o nome da Povoação de Valongo, oficializando a como Valongo de Milhais. Sucederam se as condecorações, nacionais e estrangeiras, bem como os louvores públicos.
Mas o heróico soldado não podia viver de medalhas. E por isso, em 1928, emigrou para o Brasil, na tentativa de angariar meios de subsistência. Ele era analfabeto e franzino. Como singrar em tão exigente país? Sucedeu que os seus compatriotas, ao saberem da sua presença, promoveram uma recolha de fundos que totalizou 18 contos e que entregaram ao herói Milhões, porque achavam uma indignidade nacional, ser aquele bravo militar obrigado a vida tão degradante. Regressou a Portugal, em 5 de Agosto desse ano, refazendo a sua vida. Teve depois, uma pequena pensão do Estado, relativa à Ordem da Torre e Espada. Mesmo assim, insuficiente para viver como herói nacional.
Faleceu em 3.6.1970. A Câmara de Murça, no dia em que se completavam 100 anos do seu nascimento, promoveu uma homenagem nacional, inaugurando o busto na sua melhor praça. O autor deste dicionário foi o orador oficial do acto solene.
In i volume do Dicionário dos mais ilustres Trasmontanos e Alto Durienses,
coordenado por Barroso da Fonte, 656 páginas, Capa dura.
¿Porqué siempre tratamos tan mal a nuestros heroes,sea español o portugués como este caso?
Es una pregunta que me hago siempre.
Siempre habrá enemigos de la patria y envidias personales.
Bien verdad, JCC. Lo caso portugués más increíble
O Soldado Português mais condecorado de sempre
http://bp1.blogger.com/_F0jj9UaqYRE/...Bda%2BMata.jpghttp://forumarmada.no.sapo.pt/docs/F...linodamata.jpghttp://bp2.blogger.com/_0wH_L89icq4/...no+da+Mata.JPG
Tenente-Coronel de Comandos
MARCELINO DA MATA
Herói Nacional, Orgulho do Exército Português
1 Cavaleiro de Torre e Espada + 5 Cruz de Guerra...
E foi assim que o Estado Português lhe pagou...
No início da madrugada de 19Mai75, após ter sido preso e espancado no RALIS durante 6 horas, é levado para Caxias onde fica encarcerado em regime incomunicável durante 90 dias, seguidos de 60 dias em regime normal.
– «Quando [em 15Out75] me libertaram de Caxias, na mesma noite foram a minha casa – vim a saber depois que para me raptar e mandar para a Guiné – mas enquanto eles perguntavam por mim, desci por 1 corda do 2o andar até ao chão. Apanhei 1 táxi para Benfica, encontrei lá 1 conhecido que me levou a Coimbra e me deu dinheiro para ir de camioneta até Chaves. Cheguei lá sem dinheiro nenhum, vi 1 guarda fiscal e dirigi-me a ele, disse que tinha fugido de Caxias e que queria ir para Espanha; ele perguntou-me se eu tinha dinheiro, eu respondi que não e ele deu-me 2 mil pesetas e indicou-me como evitar os outros colegas dele. Do outro lado apanhei a camioneta para Madrid, onde não conhecia ninguém; dormi 3 dias no metropolitano e ao 3o dia houve 1 espanhol que me perguntou se queria trabalho; fui distribuir Coca-Cola num camião, ele pagou-me 30 mil pesetas e fui para França, onde tinha 1 tio. Tratei-me lá um pouco e voltei para Madrid, porque na terra onde o meu tio estava não havia trabalho; em Madrid arranjei outra vez trabalho, encontrei 1 conhecido que conhecia 1 médico que tinha fugido da Rússia, que foi quem me tratou. [...] Voltei a Portugal depois do 25 de Novembro de 1975 e apresentei-me no Regimento de Comandos. Em 1980 fizeram-me assinar um documento a dizer que queria sair da tropa; houve algumas dificuldades com a percentagem de incapacidade que me queriam dar (eu sou alferes graduado em capitão e nessa altura era preciso ter 60% de incapacidade para se manter o posto de reforma), mas deram-me 64% e vim embora da tropa. A diferença de salários é muito importante quando se tem 14 filhos».
Guerra do Ultramar: Angola, Guiné e Moçambique
http://www.fotoscomhistoria.canalhis...3235_photo.jpg
Editado: el nombre del hilo es "Historias militares y gloriosas Hispanas".
El motivo por el cual esta vez escribo es para contaros una pequeña historia.
Poco despúes de la toma de Granada, los Reyes Católicos premian a aquellos que mas se habían destacado en la gesta. Dos de esas personas serán dos hermanos: Alvaro y Sancho; al primero le concedera tierras y mercedes, y al segundo, bueno al pequeño le concederá su confianza y el ser considerado una de las figuras mas admiradas, queridas y valoradas de los Reyes Católicos; tanto es así que se le concederá el honor de comandar la flota que lleve a su hija Juana a Flandes para su matrimonio con Felipe de Habsburgo.
Curiosamente son muchos los historiadores que sitúan a nuestro Sancho comandando tal flota, pero me parece que eso no es posible, por mucho que varias obras lo digan, ya que la flota sale en agosto de 1496 y nuestro Sancho muere en Bilbao el 6 de Enero de ese mismo año.
Tampoco tiene mayor importancia puesto que en un primer momento era el quien tenía encomendada la labor.
Sancho deja en su testamento el deseo de ser enterrado en un monasterio de Villanubla, a pocos kms de Valladolid.
Unas semanas después es enterrado y su sobrina cumple con la otra parte del testamento donando 10.000 marav.al monasterio.
Dicho monasterio fue abandonado tras la desamortización, pero hace poco una persona se ha hecho cargo de él, lo ha restarurado y ha encontrado un escudo de piedra enterrado, y a la espera de una cata arqueológica con toda seguridad encontrará el cuerpo envuelto en terciopelo verde tal y como ordenó nuestro Sancho en su testamento.
El escudo de piedra encontrado es el ajedrezado orlado, que se corresponde con el apellido que portaba nuestro personaje, que no es otro que el de BAZÁN.
Efectivamente se trata de Sancho de Bazán, hermano de Alvaro de Bazán, y por tanto tío de Alvaro de Bazán "el viejo" y tío-abuelo de Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz. Hermano también de María de Bazán, tatarabuela de Francisco I de Medici, y antepasada de Luis XIII de Borbón y del actual jefe del estado Juan Carlos I.
Sus padres fueron Pedro de Bazan, vizconde de Valduerna y Mencia de Quiñones, ambos descendientes de las casas reales de Portugal y León.
Pues bien, desde la alcaldía se han propuesto tirar el monasterio, arrasar con los restos y urbanizar, ladrillo y hormigón. A la tradicional codicia se sumaria mala fe, pues se hace lo posible por desprestigiar el lugar.
Hace poco al lado del monasterio el alcalde dió permiso para instalar un club, no tengo nada en contra del oficio mas antiguo del mundo y mejor que sea bajo techo que en la calle, pero lo ha puesto al lado, y cuando digo al lado digo al lado mismo, cuando nada le impedia dar la licencia 500 metros mas alla o mas aca, ya que se trata de un pequeño municipio de 2000 habitantes, en el que menos del 5% de la superficie municipal esta urbanizada.
De nuevo nos robarán parte de nuestra historia y que arrasaran con nuestro patrimonio, y con la tumba de uno de nuestros mejores marinos del Siglo XV, iniciador de la mejor saga marinera de Europa.
Otra cosa que no he dicho es que en ese lugar Pedro I el justiciero, o el cruel, asesino a Pero Álvarez de Osorio que pertenecía a una de las familias mas importantes de la época, y a la sazón ostentaba los títulos de Señor de Valderas y Fuentes de Ropel, familia rival de Pedro I, de ahí su muerte, en una época en que Castilla se encontraba en una situación de pre-guerra civil, que terminará unos años después, en 1369, con la muerte de Pedro I a manos de su hermanastro, el futuro Enrique II.
El asesinato se produjo en la mansión-cenobio de Diego García de Padilla, Maestre de la Orden de Calatrava hermano a su vez de la amante de Pedro I, María de Padilla, y por la cual poco antes de morir anuló sus dos matrimonios con Blanca de Borbón y Juana de Castro, para jurar que en secreto se había casado primeramente con María de Padilla, y esta pasara a ser reina de Castilla, y por tanto las hijas habidas con ella fueran consideradas infantas de Castilla. Es por eso que Diego García salvo su vida, por ser el hermano de la amante y futura reina de Castilla.
Ese cenobio es el origen del monasterio.
Un saludo.
La guerra de Granada
http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/VIC28901.jpg Época: Reconquista
Inicio: Año 1464
Fin: Año 1492
Siguientes:
La caída del reino nazarí
(C) ARTEHISTORIA
Abu I-Hasan Ali, el Muley Hacén de las crónicas medievales, subió al trono en agosto de 1464, y desde el principio tuvo que hacer frente a sublevaciones. En 1474 Granada sufrió un desastre añadido, la inundación de la ciudad. El rey cometió una serie de errores y además sometió a sus súbditos a graves impuestos, suprimiendo, por otra parte, las dádivas y regalos con los que solía agasajar a sus hombres más entregados. En este mismo año, consiguió que los monarcas Fernando e Isabel le perdonaran el pago del tributo anual exigido desde tiempo atrás; aquéllos estaban ocupados en la guerra con Portugal.
Si nos atenemos a la cronología, en 1479, a la muerte de Juan II, Fernando heredó los derechos en la Corona de Aragón y por el tratado de Alcaçobas, en septiembre de dicho año, Isabel era reconocida como reina de Castilla. Desde ahora los Reyes Católicos tenían a su favor las condiciones necesarias para pensar la guerra de Granada y acabar definitivamente con los nazaríes.
En 1482, los cristianos tomaron Alhama de Granada, lugar estratégico que dominaba los caminos desde la capital a Málaga y Ronda, y a continuación, cercando cada vez más estrechamente la ciudad, decidieron sitiar Loja, al tiempo que tomaron las medidas necesarias para mantener completamente aislados a los nazaríes, esto es, controlaron el Estrecho de manera reforzada, para que no llegara refuerzo alguno desde el Norte de África. En esta ocasión, la victoria fue para los musulmanes.
El mismo día de la victoria de los granadinos en Loja, se supo que los hijos de Abu I-Hasan, Muhammad (Boabdil) y Yusuf, habían huido de la Alhambra impulsados por su madre, refugiándose en Guadix, donde se les reconoció soberanos. En este proceso, los Banu Sarrach, humillados por Muley Hacén, prepararon contra él un complot de apoyo a Boabdil. Las dificultades financieras derivadas de las exigencias militares obligaron al emir a imponer nuevos tributos, que aumentaron su impopularidad tanto entre los nobles descontentos como entre las clases humildes del Albaicín, que se agruparon en torno a Boabdil; Abu Abd Allah Muhammad, fue proclamado sultán de Granada por los Abencerrajes el 15 de julio de 1482. Muley Hacén no pudo hacerse con la Alhambra y Boabdil consiguió la victoria tras una cruenta batalla en la misma capital.
Por su parte, los castellanos continuaron asediando; en 1483 emprendieron el ataque al litoral andalusí situado entre Málaga y Vélez-Málaga, la Axarquía, donde fueron vencidos. Esta victoria animó a Boabdil a atacar en territorio cristiano; Lucena fue su objetivo, y esta vez la derrota fue para los musulmanes, que incluso sufrieron la pérdida momentánea de su monarca, que fue hecho prisionero. Como consecuencia, Boabdil reconoció en 1483 su vasallaje a los Reyes Católicos. Entre las condiciones impuestas, figuraban la entrega de un altísimo tributo económico y sesenta cautivos cristianos al año durante cinco años. A esto se añadieron cláusulas comerciales que restringían los intercambios fronterizos, con el fin de evitar infiltraciones de hombres y materiales al reino nazarí. Boabdil, liberado, se instaló en Guadix, mientras los castellanos empezaban una guerra de asedio, llevada a cabo gracias a sofisticados medios de combate.
http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/VIC28901.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/BAL09922.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/BAT09745.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/AML10409.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/HIT18365.jpg
La batalla de Alarcos
http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/BAV09756.jpg Época: Reconquista
Inicio: Año 1195
Fin: Año 1195
(C) ARTEHISTORIA
La debilidad de los reinos de taifas y la presión de los ejércitos cristianos movieron a los andalusíes a llamar en su ayuda a la dinastía africana de los almorávides. Estos consiguen en el año 1086, en Sagrajas, frenar la expansión cristiana. Los almorávides controlarán al-Andalus durante cerca de 100 años, pero su poder acabará por debilitarse, lo que aprovechan los reinos cristianos para atacar. Los aragoneses ocupan el valle del Ebro. Castellanos y leoneses toman la cuenca del Tajo, mientras que los portugueses ganan Lisboa. La presión de los cristianos motivará de nuevo la entrada de un pueblo musulmán africano, los almohades, que sustituirá en el gobierno de al-Andalus a los almorávides. El gran enfrentamiento entre cristianos y almohades se producirá en Alarcos.
El rey castellano Alfonso VIII llegó a Alarcos y se situó en retaguardia junto a sus Caballeros, mientras que la vanguardia la ocupaba la Caballería pesada, dirigida por López de Haro. Enfrente, voluntarios y arqueros forman el ataque almohade, con las tropas de Abu Yahya detrás, tribus magrebíes y andaluces a ambos flancos y, en retaguardia, Al-Mansur y sus tropas.
La caballería pesada cristiana comienza el ataque, que se produce en oleadas, aplastando a la vanguardia almohade y pereciendo el mismo Abu Yahya. En respuesta, la caballería almohade rodea a los cristianos por ambos lados, mientras que sus arqueros lanzan una lluvia de flechas. Las bajas cristianas son numerosas. Derrotados, Alfonso VIII debe huir en dirección a Toledo, mientras que las mesnadas de López de Haro se refugian a duras penas tras los muros de Alarcos. Cercado, será liberado a cambio de algunos rehenes. Los cristianos han perdido la batalla.
Como consecuencia de la derrota cristiana, las fronteras volvieron a las riberas del Tajo, oponiendo los musulmanes un frente homogéneo desde Portugal a Cataluña, a lo largo del Tajo, el Guadiana y el Ebro.
La victoria almohade en Alarcos supuso un duro golpe para los reinos cristianos. La situación se agravó en 1211, cuando el castillo de Salvatierra, único baluarte cristiano al sur del Tajo, cae en manos musulmanas, amenazando Toledo. Ante la delicada situación, el rey castellano Alfonso VIII, solicita la ayuda del resto de reinos cristianos y del papa Inocencio III, que da a la lucha el carácter de cruzada. Respondiendo al llamamiento llegan a Toledo tropas de Aragón y numerosos cruzados de toda Europa. León y Navarra, por el contrario, rehúsan unirse a la partida.
El 19 de junio de 1212 salieron de Toledo las huestes cristianas. En su camino tomaron las plazas musulmanes de Malagón, Calatrava, Alarcos y Caracuel. Aquí se les unió el ejército de Sancho de Navarra, con sólo 200 caballeros. Tras una escaramuza en el Puerto del Muradal, el choque definitivo se producirá junto al lugar llamado Mesa del Rey. Será la batalla de las Navas de Tolosa.
http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/BAV09756.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/BAJ09924.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/BAC09923.jpg
La batalla de las Navas de Tolosa
http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/HIT18203.jpg Época: Reconquista
Inicio: Año 1212
Fin: Año 1212
Siguientes:
Una victoria envenenada
La toma de Calatrava
Losa, un paso infranqueable
Un pastor providencial
La estrategia de Alfonso VIII
El despliegue almohade
Malos comienzos
Al-Nasir leía el Corán
Cifras controvertidas
El juicio histórico
(C) ARTEHISTORIA
Carlos Vara, autor de este texto, reconstruye la batalla de las Navas de Tolosa, la lid campal más importante de toda la Reconquista. Se trata, también, del acontecimiento crucial del medievo hispano, porque el triunfo de las huestes cristianas, el 16 de julio del año 1212, cambió el signo de la contienda iniciada en Covadonga, aunque aún se prolongaría casi tres siglos hasta la toma de Granada por los Reyes Católicos, en 1492.
Y fue, además, una auténtica cruzada y como tal, una empresa colectiva que unió a naciones y reinos, por encima de sus divisiones y luchas feudales. A principios de 1210, el papa Inocencio III ordenó al arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada que presionara al Rey de Castilla para que reanudase la lucha contra el Islam, de la misma forma que se proponía hacerlo Pedro II, rey de Aragón.
En esta batalla se enfrentaron las tropas de Castilla, de Aragón y de Navarra, al potente ejército musulmán, compuesto por tropas almohades, beréberes e hispano-musulmanas de al-Andalus, además de un cuerpo de arqueros kurdos, enviados por el califato de Bagdad al monarca almohade.
Para entonces, la situación en la Península Ibérica era la siguiente: el Norte, hasta la línea del Tajo, se dividía en cuatro reinos cristianos, León, Castilla, Navarra y Aragón-Cataluña. El Sur y Levante formaban parte del extenso Imperio Almohade, que no sólo comprendía al-Andalus, sino también Marruecos, Mauritania, Túnez y Argel. La actual Castilla-La Mancha era en buena parte una extensa frontera, prácticamente despoblada y jalonada por una serie de castillos defensivos, a la sazón en poder de los musulmanes.
El rey de Castilla Alfonso VIII había sufrido, unos años antes (1195), una grave derrota en Alarcos y, por si esto fuera poco, el único baluarte cristiano al sur del Tajo, el castillo de Salvatierra, que había sido la segunda sede de los Caballeros de Calatrava, cayó tras una heroica resistencia en poder de al-Nasir, cuarto califa almohade, en el año 1211.
En aquella delicada situación, Fernando, infante de Castilla y heredero de la corona, solicitó al Papa Inocencio III, que concediera la categoría de Cruzada a la expedición bélica convocada para el año siguiente, en la octava de Pentecostés, que debía concentrarse en la ciudad de Toledo.
Alfonso VIII ordenó a Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo, canciller del reino y primado de España, que predicara dicha Cruzada. Y lo hizo, con gran éxito, aparte de ocuparse directamente de la complicada logística de la operación: mover un ejército de más de diez mil hombres durante un mes por La Mancha, despoblada y seca, en pleno verano.
Pese al llamamiento de la Cruzada, no todos los reinos cristianos acudieron. Alfonso IX de León, primo y vasallo del rey de Castilla, se negó a prestar su ayuda y aprovechó la salida de las tropas castellanas hacia el sur para invadir la Tierra de Campos. Sancho el Fuerte de Navarra, también primo del rey castellano, tampoco quiso colaborar, pues era amigo de al-Nasir, que le había proporcionado grandes sumas de dinero. Todo lo contrario que Pedro II de Aragón -Pedro I de Cataluña-, quien, desde el primer momento, fue incondicional colaborador de Alfonso VIII y, junto a él, todos los grandes magnates de su reino.
A la concentración de Toledo llegaron además numerosos cruzados de toda Europa, especialmente del Mediodía francés, pero también de Alemania e Inglaterra. Son los llamados ultramontanos en la Crónica del Arzobispo.
http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/HIT18203.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/BAC09732.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/BAS09856.jpg
Conflictos exteriores de Carlos I
http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/TIC00018.jpg Época: Austrias Mayores
Inicio: Año 1516
Fin: Año 1556
Antecedente:
El reinado de Carlos I
(C) Fernando Bouza
Fuera de la Península, la década de 1520 no resultó menos problemática para el Rey Católico-Emperador que lo que lo era en el interior. De un lado, las Guerras de Italia se reinician en 1521 y Carlos V encuentra su gran rival caballeresco en Francisco I (1494-1547); de otro, la presión turca encabezada por Solimán el Magnífico llega ese mismo año hasta Belgrado; por último, se suceden los primeros movimientos del protestantismo alemán y Martín Lutero es condenado como hereje en la Dieta de Worms, también en esa fecha crucial del 1521.
En realidad, aunque haya que presentarlos por separado y cada uno de ellos responda a su particular proceso explicativo, todos estos conflictos se encuentran íntimamente unidos. Por ejemplo, Francia no dudará en aliarse con el Turco o con los protestantes para enfrentarse a la potencia del Emperador y éste podrá actuar de una forma más o menos decisiva contra los príncipes alemanes que se han ido uniendo a la Reforma sólo si se lo permiten sus compromisos en Italia o en el Norte de Africa, utilizando siempre la amenaza que representa Solimán para fortalecer su postura en España o dentro del Imperio.
Frente a la sedentarización que para la figura real supone la época de Felipe II, la primera mitad del siglo XVI está llena de monarcas-guerreros que acuden con sus huestes al campo de batalla. Así, Carlos I participará activamente en las campañas alemanas -recuérdese el célebre cuadro de Tiziano que lo retrata en Mühlberg- y lo mismo harán Solimán y Francisco I. Pero esto puede resultar especialmente peligroso. En 1525, el rey francés, que había cruzado los Alpes con un contingente numerosísimo de soldados, es derrotado en la batalla de Pavía, cerca de Milán, y hecho prisionero.
Trasladado a Madrid, en 1526 se firma el Tratado que lleva el nombre de esta villa por el que se pone fin a la primera guerra hispano-francesa de Carlos V, pero se dará paso rápidamente a una segunda conflagración en la que Francia se alía con Florencia, Venecia y el Papado contra Carlos V en la Liga de Cognac o Liga Clementina, llamada así en honor a Clemente VII de la casa de Médicis que la preside. La respuesta imperial a la Liga de Cognac o Clementina será el envío de sus tropas contra la misma Roma donde, con el Papa Clemente VII cercado en el Castel Sant'Angelo, se produce el saco de la ciudad por las tropas de lansquenetes y otros mercenarios que han entrado en ella bajo el mando del Condestable de Borbón. El célebre Saco de Roma de 1527 supuso una conmoción para toda Europa y deja bien claro tanto que el Emperador no se detendría en su intento de controlar Italia como que la Santa Sede era una potencia que entraba abiertamente en los enfrentamientos seculares de su tiempo.
Las guerras con Francia no terminarán con la Paz alcanzada en Cambrai en 1529 (Paz de las Damas), pero la hegemonía de los Austrias en la Península italiana va a ir asentándose progresivamente. Además de mantenerse en la posesión de Sicilia y Nápoles, Milán quedará definitivamente en la órbita de los Austrias españoles desde que el futuro Felipe II es investido como Duque de Milán; los Médicis son expulsados de Florencia y sólo volverán a ella bajo tutela hispánica; Génova abandona el partido francés y los Doria se convierten en grandes aliados de los españoles, poniendo a su servicio la fuerza marítima de su flota de galeras. En suma, la coronación de Carlos V como Emperador en Bolonia en 1530 por el Papa Clemente VII marca su ascendencia hegemónica en la Península, de la que sólo Venecia parece poder librarse.
La pujanza otomana que representa el largo sultanato (1520-1566) de Solimán el Magnífico, llegará a amenazar también Italia con su progresiva expansión desde el Mediterráneo oriental hacia las costas norteafricanas de Berbería, así como la frontera imperial avanzando sobre los Balcanes; ocupando Hungría, después de la batalla de Mohacs (1527), en la que muere el rey Luis II, y llegando a cercar Viena, por vez primera en 1529.
La Conquista de Túnez (1535) constituye el gran triunfo de Carlos V contra este enemigo tradicional de la Cristiandad que pone en jaque continuo el poder imperial y que, como un elemento más, entra en las operaciones diplomáticas europeas con toda naturalidad. Desde las costas norteafricanas del Magreb, los piratas berberiscos apoyados por los turcos atacaban continuamente las plazas y el tráfico comercial del Mediterráneo occidental, poniendo en grave peligro a Italia, los archipiélagos (Sicilia, Cerdeña, Baleares) y el mismo litoral valenciano y andaluz. En este escenario, Carlos V sí logrará compaginar su imagen de Emperador que defiende el mundo cristiano contra el infiel y la ley del Rey Católico que es heredero de la política norteafricana de Isabel I y de Cisneros (conquista de Orán), con lo que contará con el apoyo de sus súbditos peninsulares.
En 1529, Barbarroja (Kheir-ed-Din) se apodera de Argel y, desde aquí, cinco años más tarde se hace con Túnez, una plaza de importancia capital para la defensa del tráfico, en especial de cereales, entre Sicilia y los puertos españoles. El 31 de mayo de 1535, Carlos I parte de Barcelona con una gran flota en la que no sólo hay tropas españolas, sino también portuguesas, italianas, alemanas, flamencas y maltesas. A ella se unirá más tarde la armada genovesa al mando de Andrea Doria. En total más de cien barcos de guerra y trescientos de transporte que se dirigen hacia el Norte de Africa como si partiesen hacia una nueva cruzada.
Después de ser ocupada la fortaleza de La Goleta, a la entrada de la bahía de Túnez, caerá también la ciudad teniendo que huir Barbarroja. Al frente del gobierno de la plaza se restaura al antiguo rey, que firma un tratado de vasallaje con el Emperador. Este, no pudiendo tomar Argel, se dirige hacia Italia, que lo recibe como un héroe clásico y cristiano.
Pero la gloria de Túnez no supuso el final de Barbarroja ni terminó con el hostigamiento de los piratas berberiscos. En 1541, Carlos V intenta de nuevo tomar Argel, donde se había refugiado Barbarroja en 1535, y para ello se organiza una gran expedición naval en La Spezia. Su fracaso será conocido como el Desastre de Argel, cuyo recuerdo no será borrado por algunos éxitos que, como la toma de Africa-Mahadia en 1552, se logran contra el corsario Dragut, quien había sustituido a Barbarroja como principal aliado norteafricano de los turcos.
Los corsarios berberiscos mantenían continua relación con los moriscos granadinos y levantinos -Argel, por ejemplo, estaba lleno de ellos-, así como con Francia, que los utilizaba para impedir los contactos entre España e Italia, que suponían un peligro evidente para su fachada mediterránea. En realidad, esta colaboración no era más que una parte de las relaciones que Francisco I estableció directamente con Solimán el Magnífico, con quien firmó un tratado de alianza en 1536. Francia también formalizó contactos con los príncipes alemanes que se oponían a Carlos V y que habían creado con algunas ciudades la Liga de Esmalkalda en 1530.
El movimiento reformado iniciado por Martín Lutero en 1517 se convirtió rápidamente en soporte para numerosas aspiraciones sociales y políticas. En la década de 1520, caballeros y campesinos alemanes recurrieron al credo luterano para justificar sus protestas en sendas revueltas que acabaron por ser dominadas. Mayor relevancia y duración tendrá la vinculación con el Protestantismo de los intereses de los príncipes territoriales del Imperio. Bien porque compartieran la fe reformada y, en conciencia, se opusieran a la proscripción que Carlos V lanzaba contra Lutero como hereje; bien porque esperaran hacerse con las propiedades de abadías y episcopados que el luteranismo ponía en sus manos al suprimir el orden sacerdotal; bien, por último, porque hicieran de la Reforma un instrumento de su propio poder y autoridad, los príncipes coaligados en la Liga de Esmalkalda se opusieron militarmente a Carlos V quien, además de a sus campañas francesas y africanas, tuvo también que enfrentarse a las llamadas Guerras de Alemania.
Las razones de tipo político parecen haber sido especialmente importantes para explicar por qué los príncipes se adhirieron a la Reforma. De un lado, lo hacían porque así se debilitaba la posición del Emperador, cuya política, desde tiempos de Maximiliano I, tendía a recortar la autonomía alcanzada por los señores en sus respectivos territorios; de otro, la idea de autoridad que defendía y propiciaba el luteranismo reforzaba la capacidad de acción de los príncipes sobre sus súbditos particulares, porque los convertía en jefes de las distintas comunidades espirituales que se iban formando y porque dotaba a los titulares seculares de un poder incontestado en función de la teoría del origen divino del poder que había manifestado Lutero. A su vez, Carlos V se veía obligado a actuar en materia religiosa porque así lo exigía su condición de Defensor Fidei como brazo ejecutor de la Iglesia y porque no podría retroceder ante el robustecimiento de la posición de los príncipes en la esfera territorial.
Una vez que quedó claro que ni las Dietas (Augsburgo, Ratisbona) ni el Concilio General que, en principio, todos proponían no iban a servir para solucionar el conflicto espiritual, el enfrentamiento militar se reveló inaplazable. Aprovechando el respiro que le suponían tanto la Paz de Crepy con Francia (1544) como la firma de una tregua con el Turco, Carlos V inició la campaña danubiana de 1546, obteniendo la victoria de Ingoldstadt, y trasladó el teatro de operaciones a la cuenca del Elba al año siguiente. Aquí se produciría la batalla de Mühlberg (23-24 de abril, 1547), en la que el Emperador derrotó a los jefes militares de la Liga, Federico de Sajonia y Felipe de Hesse.
Sin embargo, Mühlberg es sólo un espejismo de victoria imperial sobre los príncipes protestantes. En 1552, Enrique II de Francia, el sucesor de Francisco I, firma con los príncipes alemanes el Tratado de Chambord y ocupa las plazas de Metz, Toul y Verdun. El Emperador sufre la humillación de tener que huir de Innsbruck y, además, fracasa estrepitosamente al intentar recuperar Metz (1553). La solución definitiva se alcanzará en la Paz de Augsburgo de 1555 por la que cada príncipe podrá determinar la religión de su territorio (cuius regio, eius religio), y la posición del Emperador quedará irremediablemente debilitada en el interior del Imperio.
El gobierno de Carlos de Gante llega, así, a su final con un balance no muy favorable en el que ni turcos ni príncipes alemanes han sido vencidos y, ni siquiera, los franceses que, ahora con el nuevo rey Enrique II, siguen contestando el supuesto poder universal que había querido imponer aquel Duque de Borgoña, Rey Católico y Emperador.
Las abdicaciones de Bruselas parecen haber sido más la solución a un momento crítico que ese abandono del mundo y de sus pompas con el que la mitología monárquica recreó el retiro a Yuste. La postura mantenida por Fernando de Austria, futuro Fernando I, era claramente contraria a los designios de su hermano, e incluso en la sucesión de su hijo Felipe II hay más de sustitución que de relevo.
http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/TIC00018.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/CDB11015.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/HIC18965.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/HIP19670.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/CDD11028.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/CDF10927.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/CDJ10922.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/CDT10900.jpg
La Santa Liga
http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/VAL30044.jpg Época:
Inicio: Año 1571
Fin: Año 1571
(C) ARTEHISTORIA
Durante años trató el papa Pío V de levantar una liga católica contra el amenazador poderío turco en el Mediterráneo, pero Felipe II le daba largas, tanto porque no estaba interesado en la intervención francesa en el Mediterráneo como porque no valoraba la amenaza otomana. Finalmente, en 1569, aceptó formar paree de la Santa Liga junto con Venecia y el Papa, tanto para conjurar la amenaza turca, como para terminar con las esperanzas de los moriscos granadinos, y para cortar la importante actividad de la piratería norteafricana.
La alianza cristiana no se logró por completo hasta 1571, porque Venecia recelaba de los españoles tanto como de los turcos y prefería negociar con la Sublime Puerta -en cuya zona de influencia hacía pingües negocios- que sostener una guerra prolongada. Finalmente, al no lograr las concesiones que pretendía de Selim II, se adhirió a la Liga, cuya flota se fue reuniendo durante el verano de 1571. En total se juntó una fuerza de más de 250 naves, entre galeras, galeazas, fragatas y barcos de carga y unos 30.000 soldados. El mando supremo lo ostentaba Juan de Austria, impuesto por España, que proporcionaba más de la mitad de los barcos y dos tercios de los hombres. La flota cristiana se dividió en cuatro escuadrillas: la primera, que ocupaba el centro o "batalla", la mandaba Juan de Austria -asistido por Luis de Requesens y Alejandro Farnesio- con la colaboración de Sebastián Veniero el jefe veneciano- y Marco Antonio Colonna -el jefe de las fuerzas pontificias; la segunda la mandaba Andrea Doria -genovés al servicio de España-; la tercera estaba a las órdenes de Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz; la cuarta, a las del veneciano Agustín Barbarigo; y había, además, un grupo de exploración, mandado por Juan de Cardona. Las flotas se encontraron en el Golfo de Lepanto, iniciando el fuego la capitana turca, donde alzaba sus banderas el almirante Alí, a mediodía del 7 de octubre de 1571. "La mayor ocasión que vieron los siglos", en palabras de Miguel de Cervantes- que mandó un grupo de 12 hombres en la galera Marquesa, de la escuadrilla de Barbarigo- fue una batalla extraordinariamente confusa, con medio millar de barcos evolucionando durante unas cinco horas en un espacio reducido. Sólo cuando murió Alí y se perdió su capitana y cuando Requesens tomó la galera del pirata Caracush, que le había sucedido en el mando, cedió el centro turco y sus alas se dieron a la fuga.
La escuadra de la Liga quedó dueña del Golfo. Se dice que los otomanos perdieron unas 250 galeras -la mitad quedó en manos de los vencedores- y sólo salvaron medio centenar, que alcanzó Constantinopla al mando de Luchalí. Las bajas turcas se calcularon en 15.000, pero en manos cristianas quedaron, además, cerca de diez mil prisioneros y 18.000 remeros, en su mayoría cristianos, que fueron liberados. La armada de la Liga perdió unas 40 galeras y lamentó la pérdida de 12.000 hombres, además de unos 10.000 heridos, entre ellos el propio Cervantes, que fue alcanzado en el pecho y quedó manco del brazo izquierdo.
La gran victoria de Lepanto tuvo algo de pírrico. Cuentan que Selim II dijo "Habéis afeitado la barba del Gran Sultán, pero brotará más fuerte en pocas semanas". En efecto, la actuación de la Liga careció de continuidad: no aprovechó su enorme superioridad en los meses siguientes para tomar algunas posiciones estratégicas otomanas; Felipe II estaba más pendiente de Flandes y no quería comprometer más fuerzas en el Mediterráneo; Venecia, por su parte, volvió a sus negociaciones con la Sublime Puerta... La Santa Liga se disolvió en la primavera de 1573, mientras el nuevo gran almirante turco, Luchalí, se enseñoreaba del Mediterráneo Oriental, con una fuerza similar a la que combatió en Lepanto.
http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/VAL30044.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/LUC23236.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/CDP11081.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/CDR11080.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/BEM28526.jpg
La batalla de Rocroi
http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/LUS11254.jpg Época:
Inicio: Año 1643
Fin: Año 1643
(C) ARTEHISTORIA
A la muerte del cardenal infante don Fernando en 1641, fue nombrado como sucesor en el cargo de capitán general de Flandes don Francisco de Melo, portugués que, al sobrevenir el levantamiento de su país de origen, en 1640, se mantuvo fiel al rey de España. Don Francisco de Melo inauguró su mando militar con éxitos como la ruptura de las defensas de Aire-sur-le-Lys, y poco más tarde volvió a batir a los franceses en Hannecourt, donde, además, capturó 3.000 prisioneros y varios cañones. Posteriormente Francisco de Melo invadió Francia por la frontera de Luxemburgo y se dispuso a sitiar Rocroi, pueblo defendido por una pequeña guarnición que no podía representar nin un problema.
Melo se comió demasiado y nada más llegar ante Rocroi, no efectuó demasiadas circunvalaciones de sitio y se dispuso a entrar en la villa, calculo que le falló porque los franceses, por uno de esos frecuentes achaques de la fortuna, tuvieron aviso a las intenciones de Melo y enfilaron a toda prisa el camino de Rocroi, para desembocar en el valle por el lado contrario que no estaba guardado. Esto obligó a Melo a replantearse la maniobra y dar vuelta al ejército, que paso a estar de espaldas contra la villa sitiada. El ejército francés estaba compuesto por una fuerza de 23.000 hombres (16.000 a pie y 7.000 a caballo), mientras que el español disponía de 19.000 a 20.000 hombres (18.000 a pie y de 1.000 a 2.000 a caballo).
El 18 de mayo de 1643, a las 8 de la mañana, llegó la vanguardia de las fuerzas francesas al mando de Jean de Gassion. Posteriormente llegó el duque d'Enghien con todo el grueso del ejército y lo puso en movimiento.
Lo situó en el centro y dos alas, en dos líneas y una reserva. El ala derecha al mando de Gassion; la izquierda a las órdenes de François de L'Hopital y de Jacques d'Etampes, marques de La Ferté-Imbault, Espenau en el centro y Claude de Letoul, barón de Sirot, en la reserva. Por parte española, la disposición era parecida pero su frente algo más estrecho. El conde de Fontaines mandaba el centro, formado por cinco tercios; el duque de Alburquerque, la izquierda; el conde de Isembourg, la derecha. Unidades de mosqueteros cubrían los huecos entre los escuadrones de caballería, de forma que el frente aparecía compacto. Ambos ejércitos estaban separados unos 900 metros.
A las cuatro de la tarde comenzaron a disparar los 18 cañones de campaña de los españoles. Los 12 cañones franceses tardaron casi una hora en replicar. D'Enghien se incorporó entonces al mando del ala derecha, con Gassion a sus órdenes, mientras indicaba que el ala izquierda se limitara a sostener alguna escaramuza. Pero L'Hopital lanzó inesperadamente la caballería de La Ferté adelante, dejando el centro al descubierto. Isembourg, que esperaba ese momento, cargó con su caballería y puso la contraria en fuga. D'Enghien creyó llegado el desastre. Para postres, el ejército español se puso en movimiento, pero sólo era una rectificación de líneas; Melo desaprovecharía la ocasión ordenando a Isembourg que cesara el ataque. Llegada la noche, los combates cesaron. En el campo francés, un desertor informó a D'Enghien que Melo esperaba recibir en breve al 6° Tercio, que completaba el destacamento de Flandes. Asimismo, supo que Melo había dispuesto una compañía de mosqueteros emboscados en una zona cercana.
A las tres de la madrugada comenzó el ataque francés. D'Enghien mandó a Gassion con siete escuadrones a envolver el bosque por la derecha, mientras él lo hacía por la izquierda. El efecto de sorpresa fue total y la compañía de mosqueteros quedó desarticulada. Una hora después, D'Enghien y Gassion atacaron el ala izquierda española, lo que hizo que la primera línea se hundiera. Alburquerque se hizo fuerte en la segunda, pero ésta también cedió; entonces L'Hopital cometió el mismo error del día anterior: lanzó al galope la caballería al mando de La Ferté, quedando aquél al descubierto. La carga llego muy desunida a las líneas españolas. Mientras tanto, Isembourg, que estaba al acecho, se lanzó contra la caballería francesa, derrotándola. Treinta cañones españoles tiraban contra el centro francés, pero sólo Sirot se mantenía firme cuando todo parecía perdido para los franceses.
Entonces D'Enghien suspendió la persecución de la caballería de Alburquerque y formó una columna que, pasó por detrás de la tercera línea española, para desplegarse y embestir contra la segunda línea del ala derecha, que estaba desprevenida y a la que derrotó. Melo se tuvo que refugiar en el centro.
Con la caballería española derrotada y huida, sólo quedaba en el campo de batalla los tercios formando el característico cuadro con las picas en ristre. D'Enghien dirigió la primera carga con un cuadro de tercios formado primero por los mosqueteros y después por las picas. Mientras los franceses avanzaban. De pronto, el conde de Fontaines, comandante de los tercios, levantó el bastón; las picas se inclinaron para dejar paso al tiro de los cañones que enviaban su carga mortífera contra los atacantes, que tuvieron que retirarse con graves pérdidas. Tres asaltos sucesivos de los franceses fracasaron ante aquella muralla humana, cuyas brechas se cubrieron continuamente, pero durante el tercer asalto, los cañones enmudecieron por falta de munición. Se inició el cuarto asalto con todo el ejército y los refuerzos de última hora, pero aquí caería el conde de Fontaines, con lo cual los oficiales que quedaron se vieron en la necesidad de pedir cuartel al francés.
La batalla terminó a las nueve. El ejército español tuvo de 7.000 a 8.000 bajas y unos 6.000 prisioneros, en su mayoría heridos; perdió 18 cañones de campaña, 6 de batería, 10 pontones, unas 200 banderas, unos 50 estandartes y la paga de un mes. El Ejército francés tuvo 2.500 bajas. El duque D'Enghien mandó cuidar a los heridos sin distinción de bando.
La resonancia de la batalla de Rocroi fue inmensa, tanto que, de allí en adelante, los franceses se hinchaban como pavos y pregonaban por todos los sitios que habían aniquilado a los legendarios tercios, lo cual no era del todo verdad, ya que aunque hubiera empezado la decadencia de nuestro imperio, el 10 de noviembre de Luis XIV todavía se llevaron una paliza de padre y muy señor mío por los mismos hombres que ya daban por muertos y enterrados en Rocroi.
http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/LUS11254.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/VEF00215.jpg
La derrota napoleónica
http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/HIR20095.jpg Época: Reinado Fernando VII
Inicio: Año 1808
Fin: Año 1814
(C) Rafael Sánchez Mantero
Una tercera fase de la guerra es la que coincidió con la campaña de Rusia del Emperador. Con la derrota de la Grande Armée, las tropas hispanoinglesas pasaron a la ofensiva. La batalla de Arapiles (22 de julio de 1812) en la que las tropas de Marmont fueron derrotadas por las de Wellington, fue la consecuencia de la nueva situación. La amenaza sobre la ruta de Madrid fue suficiente para que los franceses se apresurasen a abandonar Andalucía y para que el rey José abandonase la capital y se retirase hacia Valencia. Todavía se produjo el contraataque de las tropas francesas desde el Ebro y desde Levante, que consiguió restablecer a José en Madrid. Sin embargo, la gran ofensiva final, emprendida en mayo de 1813 empujó al ejército de Napoleón hacia los Pirineos, cuya retirada fue jalonada por las derrotas de Vitoria, el 21 de junio, y la de San Marcial, el 31 de agosto. El tratado de Valençay, firmado el 11 de diciembre de 1813, dejaba a España libre de la presencia extranjera y restablecía la normalidad después de varios años de una guerra en la que todos los españoles se habían visto implicados.
Parte importante en la derrota napoleónica tuvieron las tropas inglesas comandadas por Arthur Wellesley, duque de Wellington. Inglaterra había sido durante siglos la tradicional rival de España en el Atlántico. La derrota de Trafalgar estaba todavía muy reciente en la mente de los españoles, y sin embargo el peligro napoleónico hizo que el enemigo de ayer se transformase en el heroico aliado del momento. La alianza se formalizó a comienzos de 1809, pero si al principio la colaboración se llevó a cabo con gran entusiasmo, en el curso de la guerra se iría apagando por la mutua desconfianza que mostrarían ambos aliados. Los políticos españoles se sentían disgustados con frecuencia por la crítica que hacían los ingleses a la forma de llevar la guerra, y éstos, por su parte, no acababan de entender la falta de rigor y de disciplina de los combatientes españoles. Además, la intervención inglesa ocultaba en realidad unos propósitos poco confesables de carácter puramente económico, como era el de hacer desaparecer la incipiente y débil industria española, que si acaso prosperaba podría hacer peligrar en el futuro las exportaciones inglesas de paños y algodones, que tenía en España un mercado prometedor. De hecho, los soldados británicos llevaron a cabo durante la guerra operaciones de destrucción que afectaban claramente los intereses económicos españoles. Tal fue el caso del desmantelamiento de las fábricas de textiles de Segovia y Avila, cuya producción podría constituir una competencia seria para las exportaciones británicas cuando terminase el conflicto. También a los ingleses les interesaba comerciar libremente con América, aunque esto no significase que apoyasen directamente los movimientos de independencia; es más, Inglaterra se ofreció como mediadora para resolver el conflicto entre las colonias y la metrópoli.
En cuanto a la ayuda inglesa en material de guerra y dinero, Lovett adopta una postura intermedia entre los historiadores que la han exagerado hasta puntos poco admisibles, como Napier y Southey, y los que la han minimizado, como Gómez Arteche o el mismo Canga Argüelles. La cifra de 200.000 rifles y de 7.725.000 duros, parece que son los más ajustados a la realidad.
Algunos historiadores ingleses han considerado que la contribución militar británica a la victoria final fue decisiva. Por el contrario, la mayor parte de los historiadores españoles han valorado la resistencia nativa como el elemento esencial de la derrota napoleónica, restando importancia a la acción de las tropas de Wellington. Sin embargo, resulta difícil, incluso hoy día, determinar con precisión qué porcentaje tuvo una y otra circunstancia en el resultado final de la guerra, puesto que, además, habría que tener en cuenta otro factor importante en el desarrollo de los acontecimientos, cual fue la necesidad que tuvo el Emperador de sacar tropas de la Península para dedicarlas a atender la campaña de Rusia.
En definitiva, la Guerra de la Independencia fue un dramático telón de fondo que mantuvo a todo el país en una permanente situación anómala a lo largo de seis años, en el transcurso de los cuales su trayectoria histórica daría un giro de enorme trascendencia. Nada de lo que ocurrió en España en los años sucesivos hubiese sido igual sin el profundo trauma que causó la guerra, la cual sirvió además para acelerar un proceso de cambio profundo y para afirmar con rotundidad la voluntad de los españoles de defender por encima de cualquier consideración su libertad nacional.
http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/HIR20095.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/HIM19062.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/HIM19063.jpg http://www.artehistoria.jcyl.es/gran...b/HIM19804.jpg
TRAFALGAR
http://www.ciudadsinlimites.org/images/redoutable.jpg
A pesar de saberse vencidos de antemano, y conocedores de su inferior posición táctica, los capitanes y las tripulaciones españolas y francesas se batieron con auténtica heroicidad durante horas contra un enemigo claramente superior, de tal forma que en algunas ocasiones ni siquiera quedó un oficial que rindiera el navío tras la batalla, puesto que muchos de ellos terminaron muriendo o siendo gravemente heridos en la cubierta superior, donde se encontraban a tiro de metralla de las carronadas y de los tiradores apostados en los palos de los buques enemigos.
España tras el tratado de Utrecht se encuentra con una armada prácticamente inexistente.
Para mantenerse en una posición competitiva con las demás naciones europeas se crea en 1714 la Real Armada. Con José Patiño empieza a formarse una sólida base para el resurgir de la marina, pero es con el Marqués de Ensenada donde se puede decir que la marina española toma el definitivo impulso; desde el desarrollo del sistema de comunicaciones hasta el apogeo de la construcción naval en los nuevos arsenales, pasando por la formación científica.
Gracias a Ensenada que dejó el cargo en 1755, se alcanzó el número de 117 entre navíos y fragatas. Pero había mucha diferencia entre la armada Inglesa y la Española., Inglesa y Española. La marinería española estaba compuesta mayoritariamente por campesinos y presos que saldaban sus deudas con la justicia sirviendo en los barcos del Rey. El oficio de marinero en un navío de guerra era aborrecido, lo que llevaba a la situación de tener barcos fondeados por falta de personal, y los que estaban en servicio, a ser manejados por marineros mas prestos a desertar que ha cumplir órdenes.
El Siglo de las Luces, el XVIII, supuso la consagración del navío de línea como una de las creaciones más espléndidas jamás realizadas por el hombre. Ya a finales de la centuria anterior se había adoptado y definido la línea de combate, con duelos artilleros a corta distancia, frente a la línea frontal o clásica que suponía la conclusión del combate al abordaje. La disposición de la artillería en baterías y la formación en línea consistente en agrupar los navíos formando una muralla con los costados implica la construcción de buques más grandes y robustos.
Las “murallas de madera” impactaron por el volumen de sus aparejos, sus elegantes castillos de popa y el poder de su potencia de fuego y ejemplares como el Victory (inglés, de 106 cañones), y el Santísima Trinidad (español, de 118 y el mayor del mundo hasta 1805) figurarán para siempre en los anales más gloriosos de la arquitectura naval.
Sin embargo ¿Cómo transcurría la vida a bordo? ¿Cómo se mantenía la disciplina en travesías que duraban meses o durante los cruentos combates? ¿Y la convivencia y la alimentación? La realidad, más allá de glorias y medallas, no era tan poética.
Un navío constituía el fiel reflejo de la muy estratificada sociedad de la época. El alcázar ocupaba casi la mitad de la cubierta superior y era coto exclusivo de los oficiales, de forma que a ningún marinero corriente se le permitía el acceso, salvo que fuera requerido para ello o para realizar una tarea específica.
El capitán y los almirantes ocupaban una espaciosa camareta abierta, con ventanales y balaustradas a popa, acogedora y bien iluminada, pero los oficiales dormían en unas cabinas parecidas a armarios en el comedor de oficiales, mientras que los guardias marinas (entre 20 y 30, según los casos) se apiñaban en un cuarto de 6x3 m en un pequeño espacio situado en la cubierta inferior, un recinto sucio y sórdido por debajo de la línea de flotación.
En él los olores de la mantequilla y el queso rancio procedentes del almacén del sobrecargo se mezclaban con el hedor de las sentinas situadas justo debajo de ellos. La mesa del comedor servía también como banco del cirujano, mezclándose las manchas de salsa con las de sangre reseca.
El resto de la dotación, la chusma, se amontonaba en las cubiertas de batería (dos, tres o cuatro, según los buques) y el castillo de proa. Sin intimidad alguna, atestadas y hediondas, cientos de hombre dormían en ellas sobre hamacas que se colgaban justo encima de los cañones. Si eran artilleros pasaban prácticamente cada momento de vigilia junto a las monstruosas piezas y, por la noche, los que no hacían guardia desplegaban sus hamacas y las colgaban de ganchos fijos a las vigas del techo.
Las cubiertas eran cerradas, las vigas superiores no sobrepasaban el 1.80m de altura y las únicas ventanas por las que penetraba el aire fresco y la luz natural eran las portas de los cañones. Si hacía mal tiempo, se cerraban dichas portas permaneciendo cientos de hombres encerrados y apiñados en casi total oscuridad, apenas iluminados por algún candil. A los pocos días de permanecer en esta situación se amontonaban en la sentina todas las aguas negras del barco produciendo tales emanaciones que el aire, ya de por sí enrarecido, se hacía irrespirable y el buque se convertía en un organismo en estado de putrefacción, donde el individuo más equilibrado podía perder la razón si sobrevivía.
Como instalación sanitaria se utilizaban cajas abiertas que se descargaban al mar por la proa. Esta era también el emplazamiento de la pasarela de los marineros, un puesto de vigilancia en donde se colocaban los guardias cuando el buque recalaba en puerto, con orden de disparar a cualquiera que intentara escabullirse por los costados del barco.
Las comidas calientes se preparaban en un enorme hornillo alimentado por carbón capaz de asar un cerdo entero en su espetón de 2m y sacar 40 Kg de galletas en una sola horneada. Por lo general, la dieta consistía en pescado y carnes saladas, legumbres, galletas y, en ocasiones, mantequilla y queso. En teoría, porque tras las primeras semanas de travesía los víveres se corrompían, surgiendo toda una colonia de parásitos que era imposible separar de los alimentos. La carne curada, por ejemplo, aunque de calidad miserable, resultaba en principio nutritiva y no del todo desagradable hasta que se tornaba tan dura que se podía tallar como una baratija.
El queso se infestaba de largos y rojos gusanos y lo mismo ocurría con las galletas. Los gusanos no frenaban a un marinero hambriento, de hecho eran recibidos con cierto alivio, sobre todo en las primeras fases de descomposición. Pero más adelante, cuando los gorgojos se apoderaban de ellas, las galletas se convertían en polvo y perdían todo su valor nutritivo.
Llegados hasta este punto, los hombres se comían las ratas del barco. Eran conocidas como “molineras” debido a la capa blanca que se les pegaba encima por pasar mucho tiempo en la harina. Una rata grande y bien despellejada constituía un artículo muy apreciado. Mientras tanto, a la oficialidad se le ofrecía cerdo recién cortado acompañado de buenos vinos.
En la Marina británica se hizo muy popular el “grog”, una ración de ron que se le proporcionaba dos veces al día a la tripulación. El almirante Edward Vernon, en 1740, ideó la fórmula de tres partes de agua y una de ron. La combinación era fuerte y conducía al bebedor al borde de una feliz ebriedad, de ahí el dicho de quedarse “groggy”.
Un día rutinario en el mar comenzaba al amanecer. Con el sonido de la gaita del contramaestre y a voz en grito sus subordinados recorrían las cubiertas inferiores y golpeaban con cuerdas anudadas a los durmientes en las hamacas. Una vez arriba, los hombres trabajaban en el lavado de las cubiertas y pulían la superficie con “piedras benditas”, así llamadas porque la más pequeña de esas piedras de lijar tenía el tamaño de un libro de oraciones. La cubierta se rociaba con arena, lo cual ayuda a limpiar la superficie pero también cortaba las rodillas de los hombres que se arremangaban los pantalones para preservar las preciadas ropas, por otro lado escasas y livianas, hasta el punto de que el marinero pasaba la mayor parte del día desnudo de cuerpo para arriba y descalzo con el fin de sentirse más cómodo para subir y bajar de los obenques, levar anclas, etc.
Las guardias nocturnas eran durísimas, sobre todo cuando hacía mar gruesa. Duraban cuatro horas, desde las 20.00h hasta la medianoche y así sucesivamente y podrían resultar insufribles para hombres vestidos tan solo con ropa de lona y algodón, ya que no se disponía de abrigos protectores. Un castigo frecuente que se imponía a los jóvenes guardiamarinas, por lo general adolescentes inexpertos de buena familia, era exiliarles durante horas en el tope del mástil, algo que con mala climatología podía resultar terrible.
Con lo ya apuntado no es de extrañar que los hombres sucumbieran rápidamente víctimas de enfermedades (escorbuto, fiebre amarilla) que se propagaban con extraordinaria rapidez, diezmando las dotaciones y convirtiendo el buque en un foco de infección, de modo que cuando hacía escala en puerto el pánico se extendía por la población costera. En estos casos, se hacían ondear banderas de señales para indicar que la embarcación se encontraba en cuarentena. Incluso en circunstancias normales, al grueso de la marinería jamás se le permitía trasladarse a tierra firme para evitar deserciones en masa, de manera que la diversión en forma de mujeres y ron era transportada a bordo, y no a la inversa, y en estas ocasiones los puentes se transformaban en tabernas y burdeles improvisados donde hombres y mujeres copulaban, se emborrachaban y danzaban a toque de violín y gaita.
Habitualmente cada buque contaba con un médico-cirujano. Como mesa de operaciones utilizaban la mesa del comedor de los guardiamarinas, en donde colocaba sus sierras, hojas y torniquetes. En tiempos de guerra el remedio milagroso para todas las heridas era la amputación, de modo que al lado de la mesa se colocaba un barril para arrojar los miembros amputados y un brasero en donde se calentaba el instrumental para reducir el shock del acero frío. Como anestésico se empleaba ron de alta graduación, si se podía disponer de él. Aún con todo, la proporción de muertos o heridos en combate resultaba inferior a las causadas por las durísimas condiciones de vida, de modo que la perspectiva de servir en la Marina resultaba realmente terrible y tan solo unos pocos se sentían atraídos por propia voluntad por los carteles de reclutamiento y los sueños de gloria en el mar.
El alistamiento se realizaba casi siempre a la fuerza, a base de bandas de enrolamiento que recorrían las ciudades portuarias llevándose a casi todos los hombres útiles que encontraban, marineros o no, convirtiéndose en una indiscriminada caza del hombre. Ante el rumor de una nueva leva, las poblaciones costeras se quedaban desiertas. La falta de personal para nutrir los buques llegó a ser muy seria en España, y en la Francia revolucionaria, teniéndose que recurrir no pocas veces a vagabundos, pordioseros y proscriptos que huían de la miseria de la vida en tierra para llegar a un mundo no menos despiadado y cruel.Para moldear esta amalgama variopinta, la disciplina era feroz y los castigos se encontraban a la orden del día, muchos hombres no sobrevivían.
La reciente alianza entre la decadente monarquía de Carlos IV de España y el poderoso nuevo emperador Napoleón I de Francia, merced a los tratados de San Ildefonso firmados con la anterior República Francesa (1796 y 1800), obligaba a España no sólo a contribuir económicamente a las guerras de Napoleón, sino a poner a disposición de éste la armada real para combatir a la flota inglesa que amenazaba las posesiones francesas del Caribe.Dado que la intención última que perseguía Napoleón al querer anular a la flota inglesa era abrirse camino para una futura invasión de las Islas Británicas, se urdió un elaborado plan para distraer a la marina inglesa mientras se efectuaban los preparativos de dicha invasión. Al tiempo que las numerosas tropas de infantería francesas se agrupaban en la costa a la espera de transporte marítimo, la escuadra al mando de Villeneuve se uniría con la española, iniciando una acción sobre las posesiones inglesas del Caribe que tenían como finalidad atraer al afamado almirante Nelson a la zona, alejándolo del Canal de la Mancha.
Al llegar Nelson a la isla de Antigua a primeros de junio de 1805, la escuadra combinada abandonó el Caribe y puso rumbo a la costa atlántica francesa.Sin embargo, la acción emprendida por el almirante Robert Calder en la batalla del Cabo Finisterre el 22 de julio hizo desistir a Villeneuve de continuar hacia aguas del Mar Cantábrico, donde pensaba que podría ser vencido por los refuerzos ingleses. De este modo, la escuadra que Napoleón esperaba ansiosamente para iniciar la invasión dio la vuelta y tras unas reparaciones en el puerto de La Coruña, terminó refugiándose en Cádiz.Napoleón monta en cólera al enterarse. Levanta el campamento de las tropas que esperaban invadir Inglaterra y marcha hacia Austria.
Visto desde una perspectiva histórica, es posible que esta retirada le sirviera a Napoleón para continuar en el poder, ya que es dudoso que, de haber embarcado a su Grande Armée hacia Inglaterra, hubiera podido resistir a la combinación de las fuerzas austriacas y rusas que estaban preparando el ataque y a las que, con este ejército, venció en una acción casi sorpresiva en Austerlitz, por lo que, sea la suerte o la casualidad, la posterior derrota que la flota combinada sufriría en Trafalgar afianzaría la posición de Napoleón en el Continente. http://www.ciudadsinlimites.org/images/nelson.jpg
Con la flota franco-española atracada en el puerto de Cádiz, Napoleón cambió de estrategia y ordenó que se dirigieran a apoyar el bloqueo de Nápoles, al tiempo que enviaba un sustituto para Villeneuve, que había caído en desgracia a ojos del Emperador.
A pesar de que la combinación de ambas flotas representaba una fuerza de combate considerable, las auténticas condiciones de esta flota (al menos de su parte española) dejaban mucho que desear. La reciente epidemia de fiebre amarilla que había azotado Andalucía había desprovisto de tripulaciones a las naves, por lo que muchos de los marineros habían sido reclutados en una apresurada y obligada leva.
Por otro lado, el estado mismo de los buques era lamentable, tanto que algunos capitanes españoles habían sufragado de su bolsillo las reparaciones y la pintura de sus barcos para no quedar deshonrados ante los capitanes franceses. Tal como el general Mazarredo comentaría: «...llenamos los buques de una porción de ancianos, de achacosos, de enfermos e inútiles para la mar», palabras que serían refrendadas por el mayor general Don Antonio de Escaño cuando escribió en su Informe sobre la Escuadra del Mediterráneo: «Esta escuadra hará vestir de luto a la Nación en caso de un combate, labrando la afrenta del que tenga la desventura de mandarla», de forma que, como puede observarse, la impresión de los oficiales de la flota española antes de la batalla era ya de por sí muy pesimista.
Por otro lado, la escuadra inglesa al mando del almirante Nelson estaba compuesta por marineros profesionales, casi todos con varios años de mar y amplia experiencia en combate. De hecho, eran los mismos marineros y los mismos buques que habían puesto en jaque a Francia y a España en varias ocasiones como en la Batalla del Cabo de San Vicente, en la Batalla del Nilo o en la ya comentada del Cabo Finisterre. Además se encontraba comandada por un almirante que se había convertido por méritos propios en toda una leyenda en Inglaterra y en el resto de Europa. Horatio Nelson se había batido con éxito contra los daneses en Copenhague, contra los franceses en Aboukir, había afianzado la posición de fuerza inglesa en el Mediterráneo y había conducido el bloqueo contra Cádiz. A pesar de que el número de buques ingleses era menor que el de la flota combinada franco-española, la superioridad en cadencia de tiro y en capacidad de maniobra que le otorgaba su experta marinería la convertían en una fuerza insuperable para los espléndidos pero mal conservados y peor dotados buques españoles.
Sin embargo, y ante las órdenes del almirante Villeneuve de partir a pesar de los consejos de los comandantes españoles Cosme de Churruca y Federico Gravina, que opinaban que no era prudente hacerlo, la flota franco-española partió de Cádiz el 19 de octubre, encontrándose finalmente ambas flotas al amanecer del día 21 a pocas millas frente al Cabo de Trafalgar.
La flota inglesa, comandada por Nelson, atacó en forma de dos columnas paralelas a la línea en perpendicular formada por Villeneuve, lo que le permitió cortar la línea de batalla enemiga y rodear a varios de los mayores buques enemigos con hasta cuatro o cinco de sus barcos. En un día de vientos flojos, la flota combinada navegaba a sotavento, lo que también daba la ventaja a los ingleses y, para colmo de desdichas, Villeneuve dio la orden de virar hacia el noreste para poner rumbo a Cádiz en cuanto tuvo constancia de la presencia de la flota inglesa.
Probablemente pretendía con esta orden acercarse a las defensas costeras de la ciudad, pero el efecto fue la completa desorganización de la línea de batalla, que permitió a la escuadra de Nelson capturar a los barcos franceses y españoles, cortar la línea y batirles con artillería por proa y popa, los puntos más vulnerables de este tipo de embarcaciones.
A pesar de saberse vencidos de antemano, y conocedores de su inferior posición táctica, los capitanes y las tripulaciones españolas y francesas se batieron con auténtica heroicidad durante horas contra un enemigo claramente superior, de tal forma que en algunas ocasiones ni siquiera quedó un oficial que rindiera el navío tras la batalla, puesto que muchos de ellos terminaron muriendo o siendo gravemente heridos en la cubierta superior, donde se encontraban a tiro de metralla de las carronadas y de los tiradores apostados en los palos de los buques enemigos.
En Trafalgar murieron entre muchos otros, Cosme de Churruca alcanzado por un disparo de cañón en una pierna, Dionisio Alcalá Galiano y Francisco Alcedo y Bustamante. El almirante Federico Gravina y Nápoli moriría meses más tarde a causa de las heridas sufridas en esta batalla.Un tirador de la cofa del Redoutable, comandado por el capitán Jean-Jaques de Lucas, acabó con la vida del almirante inglés Nelson durante el transcurso de la batalla al combatir el almirante con todas sus insignias y honores cosidos en su casaca y ser fácilmente distinguible del resto. http://www.ciudadsinlimites.org/images/churruca.jpg
Las bajas totales españolas fueron 1.025 muertos y 1.383 heridos. Las bajas francesas fueron de 2.218 muertos y 1.155 heridos. Los británicos sufrieron 449 muertes y 1.241 heridos.
Esta batalla dio al traste con la intención de los franceses de invadir o al menos bloquear por mar a Inglaterra, y es el punto de inflexión del poder naval español, cuya hegemonía había durado más de tres siglos, y que a partir de ese momento ostentará, durante más de un siglo, Inglaterra.Villeneuve fue enviado preso a Inglaterra, pero fue puesto en libertad bajo palabra.
Volvió a Francia en 1806. El 22 de abril se le encontró muerto en su habitación del Hotel de Patrie en Rennes, apuñalado en el pecho seis veces. Se informó que Villeneuve se había suicidado y se le enterró sin ceremonia alguna. Probablemente fuera víctima de una ejecución extrajudicial ordenada por Napoleón o por elementos de su gobierno para evitar el bochornoso espectáculo de un juicio y posterior ejecución de un almirante derrotado en la capital del Imperio.
La gesta del cabo Noval
http://img211.imageshack.us/img211/8812/45853471.jpg http://img188.imageshack.us/img188/599/64819513.jpg
Marruecos en la madrugada del 28 de septiembre de 1909, el campamento del Regimiento del Príncipe permanece en absoluto silencio. Los soldados descansan tratando de recuperar las fuerzas perdidas en los pasados días de combate, seis largas jornadas en las que su Unidad ha peleado bravamente para conquistar el poblado de el-Had de los Beni Sicar. A esas horas, solo la guardia permanece alerta. Serían las dos y media cuando el Cabo Noval sale a controlar la línea de escuchas. La intensa oscuridad de aquella noche le ha hecho adelantarse al perímetro defensivo cuando, de repente, el enemigo se lanza en furioso asalto. Capturado Noval, los atacantes deciden emplearlo como caballo de troya para franquear las defensas. ¡Alto el fuego, que somos españoles!, vocean los moros avanzando hacia a la alambrada. El Teniente Evaristo Álvarez, jefe de aquél sector, alcanza a distinguir la figura del Cabo y ordena el alto el fuego. Percatado Noval del peligro que esto entraña para el campamento, se zafa de sus captores y grita a sus compañeros: ¡Tirar, que vengo entre moros! ¡fuego! ¡viva España!. Inmediatamente se reanuda la defensa y el enemigo es rechazado tras sufrir numerosas bajas. Con las primeras luces del amanecer, los españoles efectúan una descubierta para examinar los daños causados por el ataque. Cerca de la alambrada descubren el cadáver de Noval, aferrado fuertemente a su fusil y con la bayoneta tinta en sangre; a sus pies hay dos moros muertos, uno de ellos con el pecho atravesado de un bayonetazo. Todos se dan cuenta inmediatamente de la heroica gesta protagonizada por el Cabo.
Don Luis Noval y Ferrao había nacido en Oviedo el 15 de noviembre de 1887. Ejercía la profesión de carpintero ebanista cuando el 4 de marzo de 1909 se alistó en el Regimiento de Infantería del Príncipe nº3, de guarnición en la capital asturiana. Muy trabajador y disciplinado, pronto destaca entre los demás soldados y se le asciende a Cabo. Con su Unidad ya en África, es destinado al servicio de vigilancia, aunque por su pericia profesional no es difícil encontrarlo realizando labores de fortificación. La noticia publicada en los diarios con los pormenores de su muerte despierta una oleada de admiración hacia Noval y se multiplican los homenajes. El 19 de abril de 1910 se celebran las solemnes exequias en la Catedral de Oviedo descubriéndose, a continuación, una lápida en la fachada del hogar familiar en la calle de Santa Susana. "...ofreció su vida en aras de la Patria y murió gloriosamente...", puede leerse en la nívea superficie del mármol. Se suceden las muestras de cariño. Costeado por los habitantes de Madrid, se inaugura en 1912, frente al Palacio Real, una escultura en su memoria obra del reputado artista don Mariano Benlliure y, cuatro años más tarde, el asturiano Víctor Hevia corona la tumba del héroe con un magnífico monumento. Rara es la ciudad española que no dedica una calle al joven ovetense, y en aquellas fechas, Valencia incluye al Cabo Noval en las manifestaciones de homenaje a los soldados levantinos caídos en la guerra de África. Mientras tanto, el Ministerio de la Guerra, probado en juicio contradictorio el arrojo demostrado con desprecio de la propia vida, concede a título póstumo a don Luis Noval y Ferrao, el valiente Cabo Noval, la Cruz Laureada de San Fernando.
LA TOMA DEL ALTO DEL LEÓN
Sale de Valladolid el Coronel Serrador consiguiendo muy pronto, con sus inmediatos objetivos, el cambio de nombre del Collado "Alto de los Leones de Castilla" para la posteridad .......
....En la noche del 26 de Julio, el día más difícil y crítico en la defensa del ALTO DEL LEÓN, se anuncia la llegada inmediata de refuerzos enviados por Mola: 500 Requetés. "Si hacen honor a sus abuelos, no hay quien se nos eche de estos riscos",comenta el Coronel Serradoral verlos, en el amanecer del día 27.
Toma su mando el Comandante Martín Duque, siendo anécdota muy conocida la originada por faltar los mandos subalternos y oficiales; cuando el Coronel Serrador, al dirigirse a un cincuentón que vio a su frente y en cabeza de la formación Carlista, le ordenaba:
Mire Vd. Oficial, hay que desplegar por ahí para tomar aquella loma, desde la que nos hacen imposible la estancia en esta Posición del Alto.
Pero si yo no soy Oficial, contestaba el Rdo. D. José de Ulibarri, Párroco de Ugar, en el Valle del Yerri, - Solo el Capellán.
Bueno, es igual, aquello hay que tomarlo y estos chicos que son tan buenos le obedecerán a Vd., "Vinisteis sin cuadros, sin mandos, y aun sin organizar; no me desilusione: erais Requetés y basta" , escribió más tarde el Coronel.
El Heroísmo de la columna entera y de sus Requetés fue enorme, en incesante combate diario de 15 horas en la primera semana, teniendo los Requetés 80 bajas en dos días y 35 Caídos por Dios, La Patria y el Rey que encontraron su puesto cerca de los luceros, en la primera semana de estancia en el Alto donde el día 28 cayó herido el mismo Coronel.
El primer día entran en fuego con su Comandante Martín Duque y recuperan la Loma de Falange. Cuarenta solo, con su Comandante, bajan otro día de sus posiciones, y, ocupando la Loma que se llamó en lo sucesivo "Del Requeté", cogen de revés al enemigo con su artillería que estaba en Tablada y lo ocupan. Por su actuación de los primeros días y acciones durísimas de los 31 de Julio y 1º de Agosto, la columna del Alto del León obtiene la Medalla Militar Colectiva, premiándose con la misma, entre otras fuerzas, a las tres Compañías del Requeté de Navarra que constituían el TERCIO DE ABARZUZA.
Tal como dices la intervención del Reino Unido a favor de España durante la guerra de independencia no se debió a su generosidad con respecto a nosotros si no a sus propios intereses. Los ingleses no solo ayudaron con tropas sino con ingentes cantidades de material y dinero. El RU en esa época era el país más industrializado y rico de toda Europa.El RU financió a todos los aliados, al igual que financió las guerras de independencias de los países iberoamericanos.
En referencia a lo que mencionas de la destrucción de intereses económicos. España no era para nada una rival en el aspecto comercial y económico para Gran Bretaña. La industria pañera castellana estaba en gran parte subvencionada por el gobierno o era de ámbito regional o nacional, ocasinando como la fabricas de Guadalajara perdidas. La producción y calidad de paños no podían competir con los tejidos ingleses o franceses. Muchas veces los comerciantes españoles encontraban los mercados americanos saturados de productos ingleses o franceses, ya que su precio era inferior y la materia de mejor calidad.