LA CORONACION DEL EMPERADOR DE ESPAÑA[1]
En el mismo año en que acontecieron estos sucesos, el conde Ramón de Barcelona, cuñado del rey, y su pariente el conde Alfonso de Tolosa, vinieron a presencia de aquél y le prometieron obedecerle en todo; se hicieron sus vasallos, tocando la diestra del príncipe para reconocer solemnemente la fidelidad que le debían, y recibieron del rey leonés, el conde de Barcelona, Zaragoza, en honor o tenencia, conforme a las costumbres de León, y el de Tolosa, con la honor, un vaso muy bueno de oro que pesaba 30 marcos, muchos caballos y otros muchos regalos.
Después acudieron unánimes al rey todos los nobles de Gascuña y de la tierra vecina hasta el Ródano y Guillermo de Monte Pesulano, recibieron del príncipe plata y oro, diversos, variados y preciosos dones y muchos caballos, y se sometieron a él, obedeciéndole en todo. Más tarde llegaron también ante el rey muchos hijos de los condes, jefes y potestades de Francia y muchas gentes de Poitu, recibieron de él armas y otros muchos regalos, y así se extendieron los límites del reino de Alfonso, soberano de León, desde el gran Océano, junto a Padrón de Santiago, hasta el Ródano.
Ocurridos estos sucesos, en la era de 1173 señaló el rey el día cuarto de las nonas de junio, festividad del Espíritu Santo, y la ciudad regia de León, para celebrar un concilio o asamblea plena de su curia con los arzobispos, obispos, abades, condes, príncipes y jefes de su reino. El día establecido llegaron a León el rey, su mujer la reina doña Berenguela, su hermana la infanta doña Sancha, García, soberano de los Pamploneses, todos cuantos el monarca leonés habíaconvocado, una gran turba de monjes y de clérigos, y una muchedumbre innumerable de gentes de la plebe que habían acudido a León para ver, oír y hablar la palabra divina.
El primer día del concilio se reunieron con el rey en la iglesia de Santa María todos los grandes y quienes no lo eran, para tratar de las cosas que les sugiriese la clemencia de Nuestro Señor Jesucristo y fueran convenientes a la salvación de las almas de todos los fieles. El segundo día en que se celebraba la venida del Espíritu Santo a los apóstoles, los arzobispos, obispos, abades, nobles y no nobles y toda la plebe, se juntaron de nuevo en la iglesia de Santa María, y estando con ellos el rey García de Navarra y la hermana del soberano de León, siguiendo el consejo divino, decidieron llamar emperador al rey Alfonso, porque le obedecían en todo el rey García, Zafadola rey de los sarracenos, Ramón conde de Barcelona, Alfonso conde de Tolosa, y muchos condes y jefes de Gascuña y de Francia. Cubrieron al rey con una capa óptima tejida de modo admirable, le pusieron sobre la cabeza una corona de oro puro y piedras preciosas, le entregaron el cetro, y teniéndole del brazo derecho el rey García y del izquierdo el obispo Arriano de León, le llevaron ante el altar de Santa María con los obispos y abades que cantaban el Te Deum laudamus.
Se gritó viva el emperador, le dieron la bendición, celebraron después misa solemne y cada uno regresó a sus tiendas. Para solemnizar la ceremonia, dió el emperador en los palacios reales un gran convite, que sirvieron condes, príncipes y jefes, y mandó repartir grandes sumas a los obispos, a los abades y a todos, y hacer grandes limosnas de vestidos y alimentos a los pobres.
El tercer día se juntaron el emperador y todos los otros en los palacios reales como solían hacerlo, y trataron de los asuntos relativos al bien del Reino y de toda España. Dió el emperador a todos sus súbditos leyes y costumbres como las de su abuelo el rey Alfonso; mandó devolver a todas las iglesias las heredades y colonos que habían perdido injustamente y sin resolución judicial, y ordenó que se repoblasen las ciudades y villas destruidas durante las pasadas discordias y que se plantasen viñas y todo género de árboles. Decretó también que todos los jueces desarraigasen los vicios de aquellos hombres que los tuviesen contra la justicia y los decretos de los reyes, príncipes, potestades y jueces... Mandó, asimismo, a los alcaides de Toledo y a todos los habitantes de Extremadura, que organizaran sus huestes asiduamente, que hicieran guerra a los infieles sarracenos todos los años y que no perdonasen las ciudades y castillos, sino que los tomasen todos para Dios y la ley cristiana. Terminadas estas cosas y disuelto el concilio, marchó cada uno a su casa lleno de gozo, cantando y bendiciendo al emperador y diciendo: «Bendito seas tú y bendito sea el reino de tus padres y bendito sea el Dios excelso que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en ellos, el Dios que nos visitó y tuvo con nosotros la misericordia prometida a los que esperan en él».
DEL REINADO DEL EMPERADOR[2]
LA IRA DEL REY
En el mes de enero de la era de 1168 vino el rey de León a la ciudad palentina y apresó en ella al conde Pedro de Lara y al conde Beltrán, su yerno, porque revolvían su reino; pero su hermano el conde Rodrigo González de Lara, y sus amigos y sus gentes, se sublevaron al punto... Después de vencer a otros rebeldes, subió el rey a Castilla y a las Asturias de Santillana para combatir al conde Rodrigo y a otros sublevados, y tomó sus castillos, quemó sus heredades e incendió sus viñas y sus árboles. Viendo el conde que de ningún modo podría evadirse de las manos del rey, ni en castillos, ni en montes, ni en cuevas, envió mensajeros a aquél para que viniese a coloquio con él junto al Pisuerga, con la condición de que cada uno llevaría sólo consigo seis caballeros. Plugo al rey la propuesta y al punto se entrevistaron y empezaron a hablar; mas, habiendo oído el monarca al conde lo que no debía oír, se enojó mucho, le echó las manos al cuello y juntos cayeron a la par de los caballos en el suelo. Viendo esto los caballeros del conde, aterrados, le abandonaron y huyeron; el rey entonces le apresó, le llevó cautivo y le tuvo en prisión hasta que le devolvió todos los honores y castillos, y sólo después le dejó marchar, despojado y sin honores. Mas después de no muchos días se presentó el conde ante el rey, se sometió a él y reconoció su culpa, y el monarca, como era siempre misericordiosísimo, le perdonó y le dió Toledo y grandes honores (o tenencias de tierras) en Extremadura y en Castilla, y el conde, desde su nuevo gobierno, mantuvo muchos combates con los sarracenos, cautivó muchos de ellos e hizo gran botín en su tierra.
En la era de 1173, en el mes de octubre, entre otras cosas, sucedió que el conde Rodrigo González conoció que la faz del rey se había trocado en mal contra él, y le devolvió Toledo y las ciudades y castillos que tenía por el rey, quien los aceptó y al punto se los dió a Rodrigo Fernández y le hizo alcalde de Toledo.
El conde Rodrigo González, después de besar la mano del rey y de decir adiós a sus amigos, marchó a Jerusalén, donde sostuvo muchas luchas con los sarracenos; hizo, frente a Ascalón, cierto castillo muy fuerte, llamado Torón, lo guarneció con muchos caballeros, peones y alimentos y lo entregó a los caballeros del Templo. Después el conde atravesó el mar de Bara y vino a España, pero no vió la faz del rey ni fué recibido en Castilla en las heredades de sus padres. Habité con el conde Raimundo de Barcelona y con el rey García de Pamplona, y después fué con Abengania, príncipe sarraceno de Valencia, y estuvo con él algunos días. Pero los sarracenos le dieron una poción y resultó leproso. Cuando conoció el conde que su cuerpo se había trocado, marchó a Jerusalén por segunda vez y allí permaneció hasta su muerte.
BODAS REALES
Después de concluida la paz, el conde Alfonso Jordán de Tolosa y los príncipes rogaron al emperador que diese en matrimonio al rey García de Navarra la infanta doña Urraca, nacida de la concubina Gontroda, hija de Pedro, natural de Asturias. Cuando los magnates de palacio oyeron tal propuesta, todos alabaron al emperador la iniciativa del conde Alfonso de que tomase al rey García como yerno y le diera como mujer la sobredicha doncella. Aceptó el emperador tal consejo, que encontró digno de acogida, prometió dar su hija al rey, y fijaron como día a propósito para celebrar las nupcias en la ciudad de León el 7 de las Kalendas de julio. El emperador envió mensajeros a sus vasallos y a todos los condes, príncipes y jefes de su reino y les ordenó que viniesen a las bodas reales, cada uno con su séquito.
A todos plugo la noticia, y en particular a los asturianos y gentes de la tierra de Tineo, que, equipados a porfía, vinieron a las nupcias. Llegó el emperador con su mujer, la emperatriz doña Berenguela y una gran turba de condes, duques y caballeros de Castilla. Vino también el rey García, con una tropa no pequeña de caballeros y equipado y adornado como convenía que concurriese a sus bodas un rey ya desposado. Y entró asimismo en León por la puerta de Toro la serenísima infanta doña Sancha con su sobrina la infanta doña Urraca, esposa del rey García, y con una muchedumbre de nobles, de caballeros, de clérigos y de doncellas, hijas de lo más granado de España.
La infanta doña Sancha levantó el tálamo en los palacios reales de San Pelayo, y alrededor del tálamo dispuso una gran turba de histriones, mujeres y doncellas que cantaban acompañados de órganos, flautas y cítaras y de todo género de músicas. El emperador y el rey García se sentaron en el solio regio colocado en lugar elevado, fuera del palacio del emperador; en sillas, preparadas alrededor, los obispos, abades, condes, príncipes y caudillos del reino, y en otro lugar las potestades. Los más distinguidos españoles comenzaron entonces a mostrar sus destrezas. Unos, conforme a la costumbre patria, espoleando a sus caballos los lanzaban a la carrera y para ostentar tanto su arte y habilidad como los de los brutos, mientras corrían arrojaban dardos a tablados levantados a propósito. Otros, mataban con potentes venablos toros enfurecidos por el ladrido de los perros; y, por último, en medio de un grupo de ciegos colocaron un cerdo para el que lograse darle muerte, y queriendo los ciegos matar al puerco, se herían muchas veces unos a otros y movían a risa a los circunstantes. Hubo, pues, grandes alegrías en la ciudad y todos daban gracias a Dios, que les favorecía. Se celebraron estas bodas en la era 1172, en el mes de julio.
Dió el emperador a su hija y a su yerno, el rey García, grandes regalos de plata, oro, caballos, mulas y otras muchas riquezas; les bendijo y los dejó volver honradamente a su tierra. La infanta Sancha regaló a su sobrina muchos vasos de plata y oro y mulos y mulas adornados con riquezas regias. Al cabo abandonaron León el rey García y sus gentes, acompañados del conde Rodrigo Gómez, don Gutiérrez Fernández y otros muchos caudillos castellanos que fueron con el rey y su mujer hasta su ciudad de Pamplona. Dió allí el rey García un gran convite regio a los castellanos que estaban con él y a todos los caballeros y príncipes de su reino; y, celebradas las bodas reales durante muchos días, hizo el rey grandes regalos a los condes y jefes de Castilla, y volvieron éstos cada uno a su tierra.
La madre de la mencionada mujer del rey García, llamada como dijimos arriba Gontroda, cuando vió lo que ansiosa esperaba, el honor inmenso recibido por su hija, que había sido hecha reina mediante estas bodas reales, satisfecho el mundano deseo, se volvió con anhelo a las cosas celestes, y ofreciéndose a Dios, se consagró a su servicio, y profesó monja en la ciudad de Oviedo.
[1] Crónica Adefonsi Imperatoris. Edición y estudio por Luís Sánchez Belda. Madrid, 1950, núms. 67-72, pág. 53
[2] Crónica Adefonsi Imperaloris. 1. Números 18, 20, 47 y 48, págs. 20 y 39; II. Bodas reales: Números 90 a 95, pág. 69; III. Toledo defendido: Números 147 a 150, pág. 115.
Última edición por Nok; 06/05/2009 a las 19:41
El hombre que sólo tiene en consideración a su generación, ha nacido para unos pocos,después de el habrán miles y miles de personas, tenlo en cuenta.Si la virtud trae consigo la fama, nuestra reputación sobrevivirá,la posteridad juzgará sin malicia y honrará nuestra memoria.
Lucius Annæus Seneca (Córdoba, 4 a. C.- Roma, 65)
TOLEDO DEFENDIDO POR LA EMPERATRIZ
Cuando los reyes Azud de Córdoba y Abenzeta de Sevilla y Abengania, príncipe de la milicia de Valencia, supieron que el emperador sitiaba Oreja, se entristecieron y turbaron mucho. Convocaron entonces a los otros reyes, príncipes y caudillos, a toda la caballería y a todos los infantes de la tierra agarena y a una gran muchedumbre de tropas de las islas del mar. Vino también en su auxilio otro gran ejército de moabitas y de árabes, que les envió el rey Texufin de Marruecos y se les unieron una gran turba de peones llamados azecutos, que seguían a gran número de camellos cargados de arena y de todo género de viandas. Reunidos así casi treinta mil caballeros y un sinnúmero de peones, movieron su campo de Córdoba y caminando por la vía regia que lleva a Toledo vinieron a los pozos de Algodor, donde acamparon. Establecieron grandes y misteriosas celadas para atacar por sorpresa a los cristianos, y en ellas dejaron a Abengania, rey de Valencia, con toda su caballería, al que dijeron: Si el emperador sale a nuestro encuentro para pelear, vosotros, por el otro lado, subid al campamento desde el que sitian a Oreja, o matad al filo de la espada a sus defensores, incendiadlo y fortificad el castillo atacado con caballeros, peones y armas, con toda clase de provisiones que están junto a nosotros en los camellos y con agua. Después venid a uniros con nosotros donde sepáis que estemos, pues vamos a Toledo y allí esperaremos para luchar con el emperador. Pero los espías o exploradores se presentaron al emperador en el campamento y le informaron de las resoluciones y hechos de los sarracenos en presencia de todos los magnates, príncipes y caudillos, y por consejo divino decidieron no ir a combatir a los sarracenos, sino esperarlos en el campamento.
Entretanto, el gran ejército de los moabitas y agarenos vinieron a Toledo y combatieron el castillo de San Servando; pero las grandes torres de él permanecieron ilesas, y sólo se perdió una torre frontera, donde perecieron cuatro cristianos. Los sarracenos fueron después a Azeca, donde nada lograron, y empezaron a destruir las viñas y los árboles. En Toledo se hallaba a la sazón la emperatriz doña Berenguela con una gran turba de caballeros, peones y ballesteros, que sentados sobre las puertas, las torres y los muros de la ciudad, la defendían vigilantes. Cuando la emperatriz rió los daños que los sarracenos hacían en los campos cercanos, envió mensajeros a los reyes moabitas, diciéndoles: «Esto os »dice la emperatriz, mujer del emperador: “,,No veis que peleáis contra mí que »soy mujer y que esto nada dice en vuestra honra? Si queréis batallar, id a Oreja »y luchad con el emperador, que os espera con las armas y las hazes preparadas”.
Al oír el mensaje los reyes, príncipes y jefes sarracenos y todo el ejército, levantaron la vista y vieron a la emperatriz sentada en el solio real, sobre la torre más alta del alcázar, adornada como correspondía a la mujer del emperador y rodeada de un cortejo de honestas mujeres que cantaban acompañándose de tambores, cítaras, címbalos y salterios.
Los reyes, príncipes y jefes sarracenos, y aun todo el ejército, quedaron admirados al verla y se avergonzaron mucho, se inclinaron para saludar a la emperatriz, y sin continuar sus depredaciones, recogidas las celadas, volvieron a su tierra
Última edición por Nok; 06/05/2009 a las 20:04
El hombre que sólo tiene en consideración a su generación, ha nacido para unos pocos,después de el habrán miles y miles de personas, tenlo en cuenta.Si la virtud trae consigo la fama, nuestra reputación sobrevivirá,la posteridad juzgará sin malicia y honrará nuestra memoria.
Lucius Annæus Seneca (Córdoba, 4 a. C.- Roma, 65)
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