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Tema: Republicanismo, carlismo y fueros hacia 1870

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    Republicanismo, carlismo y fueros hacia 1870

    Presento aquí una visión de los fueros tal como los entendía el republicanismo federal de Pi y Margall y los suyos.
    Que sirva para conocer la óptica del liberalismo decimonónico más radical sobre los fueros; para ver cómo en algún aspecto coincide con los postulados carlistas de fines del XIX, y sobre todo para poder conocer y por tanto saber rebatir un punto de vista (inusual en este foro) que es la versión corriente sobre el foralismo vasco.
    Que nadie se ofenda por lo que pueda leer aquí ni tampoco se piense que yo comparto todo lo que aquí se dice.

    Copio dos apartados del libro “El pensamiento político internacional del federalismo español” (1975) de Mª Victoria López Cordón: uno sobre “Los fueros” y otro sobre “Federalismo y carlismo”.
    Dado el matiz ideológico tanto del tema como de la autora, pongo en letra cursiva las palabras o frases de sentido sospechoso o equívoco.

    Los fueros (según el federalismo republicano)

    Las mismas razones que llevaron a los republicanos a interpretar las “Juntas” como la máxima expresión de las fuertes corrientes descentralizadoras que existían en el país y la manifestación más espontánea de la soberanía popular, les hacía constituirse en defensores de los fueros, a los que consideraban como el último vestigio de la vieja organización medieval que tanto admiraban.

    A medida que su doctrina se iba perfilando más, recurrían a ellos como punto de partida de su propio sistema, llegando a afirmar que “el principio federal, siquiera sea imperfectamente aplicado, existe aún entre nosotros, y que hoy, lo mismo que lo combaten el gobierno y la mayoría de las Cortes, lo respetan, lo sostienen y lo practican en las provincias vascongadas y Navarra” (LA IGUALDAD, 9-XII-1869).
    Si en estas cuatro provincias la autonomía había existido y existía aún, sorteando con éxito períodos históricos y grados de cultura muy diferentes, ¿por qué no podía extenderse este régimen al resto de la Península?, ¿por qué en vez de intentar suprimir lo que se consideraban privilegios y exenciones desmesuradas no se extendía este régimen a todo el país?
    De esta manera todas las provincias serían iguales, pero no en la opresión sino en la libertad.

    Los republicanos (hacia 1860) hicieron grandes elogios del espíritu de independencia que animaba a los vascos y del celo con que siempre habían defendido sus fueros, resistiendo a toda idea de unificación política. Consideraron siempre su proceso histórico como diferente al del resto de la Península, y atribuían a ello muchas de sus peculiaridades.
    Incorporados a Castilla, escaparon indemnes al proceso de centralización e incluso vieron acrecentados sus privilegios por nuevas concesiones que les hicieron los monarcas, en pago a sus servicios y guarda de las fronteras; más tarde fueron los únicos que vieron mantenido y ratificado su sistema foral por los Borbones, que habían suprimido drásticamente los demás.
    En realidad no empezaron a perder algo de su autonomía hasta el siglo XIX en el que apoyaron en bloque al candidato absolutista y entablaron una guerra civil con el resto del país (sic).

    En castigo por esta actitud, el partido liberal (en el gobierno) quiso desde el primer momento suprimir sus libertades pero una victoria, mucho menos rápida de lo que se esperaba, hizo que sólo poco a poco y con disposiciones muy parciales se fuera restando algo a su autonomía.
    Los republicanos (hacia 1860) distaron mucho de aprobar estas medidas que consideraban que no solucionaban nada y sin embargo añadían nuevos motivos de resentimiento, criticando la conducta que en aquella zona seguían los distintos gobiernos de Isabel II y considerándola como un semillero de futuras insurrecciones.
    Desde el momento que habían visto en su sistema de organización la expresión más pura de los principios que ellos defendían, intentaban por todos los medios que se les respetase lo que pedían y era que no fuesen una excepción, y por ello, según he dicho antes, abogaban para que no se suprimieran las libertades vasco-navarras sino que se extendieran a otras regiones.

    La razón era sencilla: la celebración periódica de juntas generales, la elección directa de sus diputaciones, la plena independencia en las cuestiones que únicamente a ellos afectaban, la no existencia de quintas ni consumos, eran las reivindicaciones que las juntas provinciales habían pedido una y otra vez, y por eso las reconocían y las respaldaban, considerando que no tenía sentido suprimir primero para restablecer después las mismas libertades (PI Y MARGALL, “LAS NACIONALIDADES).
    Para ellos, los fueros, que eran concesiones especiales que los poderes soberanos de la patria habían hecho a los pueblos, eran no sólo lícitos sino justos, y estaban llamados a servir de base firmísima al sistema republicano federal; eran según decían “la esencia del credo político que defendemos con heroísmo, y el más sabio de los sistemas que pudieran escogerse”. (LA ILUSTRACION REPUBLICANA FEDERAL 23-II-1872)
    La base teórica que llevó a nuestros federales a defender el sistema foralista era muy sencilla: bastaba con reconocer su profundo arraigo popular y local y su fuerte sentido anticentralista para establecer lazos comunes.
    Pero en la práctica y con una visión de conjunto existían fuertes antagonismos. Las provincias forales eran también las provincias carlistas, es decir, aquellas que defendían una causa que fuera de ellas mismas apenas encontraba partidarios y que se habían levantado en guerra contra el resto del país.

    Hasta la Revolución de Septiembre (1868) los republicanos no quisieron aceptar con todas sus consecuencias este hecho tan evidente y prefirieron contemplar el conflicto como una cuestión exclusivamente dinástica, consecuencia sobre todo del espíritu reaccionario de los monárquicos de uno y otro lado que en ocasiones no habían dudado en planear renuncias y levantamientos perfectamente de acuerdo (PI Y MARGALL, “LAS NACIONALIDADES).
    Preferían sorprenderse de que los vasco-navarros continuasen fieles a una causa que les arruinaba y empobrecía y que podía hacerles perder aquello que ellos tenían en mayor estima, sus fueros, que reconocer que el fuerte tradicionalismo de estas zonas les impulsaba a defender al mismo tiempo su autonomía, su religión y su rey.

    Pero después la situación cambió ante el peligro evidente de un nuevo levantamiento: “si los vascos no tomaran cartas injustas y virulentas en nuestro modo de ser político, si siendo libres y federales ellos no se empeñaran en hacernos vasallos de monarquías de hierro, si por otro lado no explotaran nuestra postración, ni disfrutaran de lo que nosotros solos sostenemos y pagamos, serían el prototipo de los hombres civiles, y en su fuero, limpio de toda corrupción práctica y purgado de algún que otro lunar de injusticia, que le afeó siempre, tendríamos la pauta egregia de nuestro sistema social”, decía un artículo publicado en La Ilustración Republicana Federal (23-II-1872) y había en sus palabras un velado reproche contra su situación administrativamente privilegiada.

    A partir de este momento y, sobre todo, del comienzo de la nueva guerra carlista, en 1872, los republicanos desencadenaron una verdadera campaña de prensa con objeto de demostrar que carlismo y foralismo no podían ir de la mano y que las provincias vascongadas estaban “altamente descontentas de don Carlos (VII) y de los consejeros que le han dirigido y buscan nuevas soluciones políticas para afianzar los fueros y las libertades de su país” (LA ILUSTRACION REPUBLICANA FEDERAL 16-IX-1872).

    Los federales, que contaban con algunos periódicos importantes en Bilbao y san Sebastián, se dejaban llevar de su buen intencionado optimismo y pedían al pueblo que se sumara a su causa, con la seguridad de que así tendría mejor defendidas sus libertades. “Dejad de ser únicamente carlistas o cristinos, para ser únicamente fueristas” les decían, con la seguridad de que esta actitud les conduciría inequivocadamente a militar en sus filas.

    La noticia de que se había fundado un partido, que bajo el lema de “Laurac-Bat” –cuatro provincias en una- rechazaba expresamente toda forma de gobierno contraria a las conveniencias de aquel país, les llenó de entusiasmo. No se daban cuenta que el foralismo conducía mucho antes que el federalismo a la formación de movimientos de carácter nacionalista que, desinteresándose del conjunto peninsular, atendieran preferentemente a la defensa de su independencia.

    Los republicanos señalaron acertadamente que en el futuro, de no producirse la descentralización a escala nacional, el mantenimiento del régimen especial de estas provincias se haría imposible, y esto por una doble razón: porque el nuevo levantamiento daba al gobierno el pretexto que necesitaba para terminar con él, y porque el resto de las provincias cada vez estaban menos dispuestas a tolerar su situación de excepción y pedirían se terminase de una vez con unos privilegios que les irritaban: “Sí, vasco-navarros, tenedlo muy presente: si vosotros por satisfacer la indigna y miserable ambición del titulado Carlos VII os lanzáis a la guerra y perturbáis y empobrecéis el país, pensad con calma a lo que os exponéis; pensad que si salís –como saldréis- vencidos, las otras provincias –que todas han gozado fueros- y que al habérselos arrebatado nada habéis hecho por defenderlas, hoy al veros vencidos, al contemplaros humillados, pedirán al gobierno que os arrebate ese privilegio inicuo, ese privilegio odioso de que vosotros gozáis y a cuya sombra os lanzáis a defender la tiranía y el despotismo, que no sobre vosotros, que os resguardáis detrás del fuero, sino sobre las otras provincias debe pesar” (LA ILUSTRACION REPUBLICANA FEDERAL 23-II-1872).

    La guerra de 1872 obligó a los republicano-federales a rectificar su postura ante el problema foral y a distinguir sutilmente dos tipos de fueros: unos que llamaban "autonómicos" y que únicamente podía darse dentro de la federación democrática, y otros denominados "fueros privilegios", que eran aquellos que constituían una excepción dentro de un país y que pasaron a condenar explícitamente. Sólo los primeros engendraban la verdadera libertad y podían conducir a una comunidad por el camino del progreso, ya que estaban abiertos a las modalidades de cada tiempo y tenían una visión más universal. Los otros eran fruto de una visión egoísta y cerrada que negaba a los demás el derecho a constituirse libremente y terminaban conduciendo inequívocamente a la destrucción y a la ruina. LA ILUSTRACION REPUBLICANA FEDERAL 23-II-1872).

    Planteadas las cosas en estos términos, no quedaba a las provincias forales más que esta disyuntiva: o la guerra civil para mantener una situación que, por excepcional podía parecer injusta, o apoyar a la república para que ésta implantase los “fueros autonómicos” en todo el país y garantizase así los suyos particulares.

    Pero había algo que les interesaba dejar bien claro: que los fueros fuesen generales no quería decir ni mucho menos que fueran uniformes, ya que su profesión de federalismo les hacía defender la variedad de instituciones y, sobre todo, la organización de abajo arriba que dejaba en total libertad a cada Estado para organizarse a su gusto.
    De la misma manera que “no se atreverían ni a proponer siquiera para la organización de las demás provincias el régimen de Vascongadas”, tampoco intentaban sugerir a éstas nada que modificase sus costumbres, ya que estaban convencidos de que ellos mismos si adquiriesen el derecho de modificar sus fueros, los habían de purgar de vicios que los afean y acomodarlos mejor a los principios del siglo (PI Y MARGALL, “LAS NACIONALIDADES).

    Los federales destacaron con especial énfasis todo aquello que en los fueros significaba autonomía y al hacerlo olvidaron el importante papel que en ellos jugaba la tradición. Veían no sólo la conveniencia sino la necesidad de que hubiera legislaciones diferentes, defendían el uso oficial y privado de las lenguas vernáculas y aceptaban como lógico que cada región quisiese ser dueña de sus propios recursos, pero todo ello tenía una base más emotiva que racional, y como les pasó años más tarde con el regionalismo, no entendieron el significado último que tenía la defensa de los fueros.
    Los apoyaban en la teoría porque pensaban que, de este modo, entroncaban en las corrientes anticentralistas del pasado, pero se sorprendían a cada momento de sus consecuencias y se negaban a aceptarlas.

    (continúa)



    Última edición por Gothico; 19/05/2009 a las 14:47

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